Una crítica a las fantasías del naturalismo hípster.
Desde pequeños nos trasmiten una forma de situarnos en el espacio: la naturaleza puede considerarse el lugar de aventuras épicas o el escenario del aburrimiento absoluto; puede ser un lugar para huir de la vida urbana, pero también algo peligroso que evitar.
La naturaleza se ha ido convirtiendo en un objeto de adoración, pero el ecologismo no requiere del culto: la principal razón por la que se promueve el cuidado del medioambiente es egoísta.
La humanidad maneja la naturaleza a su antojo: ha creado una planta electrónica a la que cuidar como un Tamagotchi, vende islas artificiales con la forma de los continentes y sus países y en Nueva York ya existe también el Lowline, el primer parque subterráneo del mundo.
3.75. Libro inmenso, desesperanzador pero, como no puede ser de otra manera con Ramón del Castillo, de un irónico desenfadado que hace que sigas leyendo. Mucho, muchísimo que no sabía sobre muchos temas. Es un paseo delirante por cientos de experimentos y discusiones sobre, en definitiva, qué hacer con el espacio a nuestro alrededor y si acaso se puede hacer algo - o si de lo que se trata es de poder no hacer nada. Lo componen, sin embargo, vericuetos que tocan otras cuestiones tremendas: la naturaleza, ¿existe? Ecologismo, ¿pero cómo? Etcétera.
Le resta, sin embargo, algo que el mismo R. reconoce - como en otras ocasiones, reconocerlo no me lo excusa. Quizás sea demasiado delirante para mí, que sigo buscando hilos conductores; y quizás aún espere algo más que la resignación irónica a algunos problemas existenciales de la humanidad. R. da por sentada la futilidad de muchos caminos (de otros, no queda claro exactamente cómo hemos de interpretar la crítica, o si hay crítica) porque seguramente a él ya le resulte de mal gusto tener que explicarlo. A mí aún no me queda *tan* claro.