Entre los historiadores españoles de los años veinte y treinta, pocos ofrecen un perfil tan sugestivo para el historiador como Ernesto Giménez Caballero. Por el valor intrínseco de su obra, por la amplitud del territorio sobre el cual desplegó su acción, y porque, en definitiva, ninguna inquietud que convulsionó los ambientes intelectuales de este período le fue ajena. El dinámico fundador de La Gaceta Literaria –por recordar su empeño más ambicioso y logrado- se situó en esos años en el centro del huracán. Y sin embargo está todavía por hacer el estudio atento y detallado de su trayectoria y del influjo de su actuación en su época. En lugar de acometer, sin parcelaciones artificiosas, la investigación de cuanto significó en el tramo histórico que le tocó vivir, la relevancia de su papel ha sido dejada de lado. Y cuando de forma excepcional ha sido abordada, ha tendido a trivializarse, utilizando para ello un verdadero arsenal de términos descalificatorios, donde los de extravagante, exhibicionista, delirante o histriónico serían los más comunes… aunque todos tengan su parte de razón y su base de realidad. La burla más o menos despiadada o el olvido calculado revestirían poca gravedad si no se aplicaran a quien no sólo desempeñó un papel inesquivable en la vida literaria y cultural de los años veinte, sino también al primer intelectual que de una forma totalizadora intentó asimilar y traducir en España en el período de entreguerras la experiencia fascista y vino a ocupar un puesto notorio en todas las iniciativas de este signo.
En el prólogo que introduce esta obra, Juan Manuel Bonet no duda en afirmar que «este libro muy bien construido de Enrique Selva constituirá a partir de ahora referencia imprescindible para cuantos se quieran asomar a la vida y la obra de Ernesto Giménez Caballero». El escritor y crítico literario no erró el tiro, ya que dos décadas después este relato biográfico continúa manteniendo la misma vigencia y brillantez que al comenzar el siglo. Publicado en el año 2000, el texto procede de la reelaboración de una tesis dirigida por Ismael Saz Campos y defendida cinco años antes en la Universidad de Valencia. Como ocurre habitualmente en estos casos, es probable que el escrito, una vez suprimidas las exigencias formales que suele incorporar un trabajo doctoral, haya ganado en claridad expositiva y calidad literaria sin abandonar por el camino la esencia de una excelente investigación.
Enrique Selva Roca de Togores nos abre las puertas de su obra con una cita de Jean Bécarud, quien manifestó en 1974 que «Ernesto Giménez Caballero merecería que se le consagrara un estudio en profundidad. El hombre, como su obra, se encuentran en la encrucijada de varias corrientes, y siguiendo de cerca el itinerario de G.C. (…) aclararíamos de forma, a menudo inesperada, varios aspectos de la vida política literaria española de los años 1925-1936». La sentencia no podría haber anticipado de mejor manera el trabajo que este libro encierra, cuya pretensión principal no es otra que la de reflejar, desde un esquema biográfico, el complejo proceso histórico en el que se encuadran las cuatro primeras décadas de la vida de Giménez Caballero. Y es que, como afirma el propio autor, el libro no es, en rigor, una biografía del personaje madrileño. Tampoco una biografía política, aunque la obra pueda incorporarse parcialmente a este género. En primer lugar, porque el relato cuyo hilo conductor son las vicisitudes vitales de Gecé finaliza con su adhesión a la causa franquista y su participación en el «golpe de Estado a la inversa» – Dionisio Ridruejo dixit – que constituyó el Decreto de Unificación de 1937; en segundo, por la precariedad de relatos íntimos; y, en tercer lugar, porque el estudio aspira a trascender el relato biográfico para realizar la radiografía de una época histórica.
Giménez Caballero siguió un agitado itinerario ideológico del que se pueden extraer diversas etapas, que en su entrevista con Joaquín Soler Serrano de 1977 en el programa A Fondo califica de «revoluciones». Con su primera publicación, titulada Notas marruecas de un soldado, daría con sus huesos en la cárcel – como había sido advertido por Américo Castro –, al mostrar su disconformidad con la situación de la colonia norteafricana. En este momento, las inquietudes del intelectual madrileño giraban en torno a las clásicas cuestiones del movimiento regeneracionista y las propuestas de las generaciones del 98 y del 14. Su rechazo al mito europeísta tendrá como consecuencia la formación de unas convicciones nacionalistas que permanecerán inalteradas durante el resto de sus días.
Desde el ecuador de los años veinte se incorporará a los medios culturales dirigidos por Ortega y Gasset, donde hallará el camino al mundo de la vanguardia, término propio del mundo de entreguerras e importado de los frentes bélicos que hace referencia a las tendencias renovadoras del arte occidental. Para Enrique Selva, tras el vanguardismo de Gecé subsistirá la preocupación nacionalista y será su acercamiento al experimentalismo literario una de las causas fundamentales de su aproximación a las tesis fascistas. Por azar histórico, contraerá matrimonio con Edith Sigroni Negri, hermana del cónsul italiano en Estrasburgo, quien había convivido desde la infancia con el célebre escritor fascista Curzio Malaparte. Asimismo, quedará maravillado por Roma en su visita a la «ciudad eterna» en 1928, hecho que constituirá una de las razones de su posterior adhesión plena al fascismo. Con la publicación de su Carta a un compañero de la joven España hará pública su implicación con las ideas mussolinianas, lo que en parte conducirá a su marginación intelectual, que encuentra su mayor representación en las seis entregas de El Robinsón literario de España, mediante las cuales «cancelaba dolorosamente la experiencia de cinco años de La Gaceta Literaria».
Sus escritos del período republicano serán complementados con su actividad política, en consonancia con sus «exaltaciones», que de manera tan radical exhortaban a la acción. Con su obra más ambiciosa – Genio de España: Exaltaciones a una resurrección nacional y del mundo –, así como aquellas que la sucedieron – La nueva catolicidad, Arte y Estado y Exaltación del matrimonio –, trató de crear una «síntesis española de una cultura fascista», lo que significó la drástica ruptura con Ortega y la renuncia a sus aspiraciones de liderazgo intelectual. Su irrupción en la esfera política tendría como principales características las permanentes fluctuaciones estratégicas y el escaso éxito que obtuvo con todas ellas: la nacionalización de la izquierda mediante su acercamiento a las JONS, su llamamiento a líderes republicanos como Indalecio Prieto o Manuel Azaña a dirigir un movimiento nacionalista, su participación en el proyecto joseantoniano, su intento de «fascistizar» la derecha desde el grupo de Acción Española y la fundación de un movimiento de clase como fue el Partido Económico Patronal Español (PEPE).
Al estallar la sublevación del 18 de julio, de la que no había sido informado y que le halló en la redacción de Acción Española junto a Ramiro de Maeztu y José Luis Vázquez Dodero, Giménez Caballero hubo de maniobrar para escapar de la zona del Frente Popular hasta arribar a Salamanca. Allí contribuyó, desde el aparato propagandístico que dirigía José Millán-Astray, a la defensa de la fusión del falangismo con el carlismo, pretensión que plasmó al redactar el borrador del discurso pronunciado por Francisco Franco el 18 de abril de 1937. Allí se anunciaba la unificación de las fuerzas políticas del bando sublevado en el partido único, FET y de las JONS, quien contaría con Giménez Caballero en su Junta Política. No obstante, este momento marcó el inicio del declive del protagonista, que nunca logró alcanzar el cargo ministerial que tanto ansiaba.
La obra de Enrique Selva finaliza con una breve recapitulación de las principales cuestiones que se han abordado durante su estudio. Asimismo, realiza un breve repaso de los años posteriores de la vida de Gecé, con quien tuvo la oportunidad de entrevistarse varias veces hasta su muerte en 1988. «Patético destino el de Ernesto Giménez Caballero» son las últimas palabras de su libro, referidas a los fracasos que obtuvo respecto a sus aspiraciones políticas y los últimos cuarenta años de su existencia, en los que fue marginado de la vida intelectual española: «Y por toda recompensa de sus servicios al nuevo régimen, al finalizar la década de los 50 hubo de marchar como representante diplomático en una embajada tan irrelevante como la de Paraguay». Sin embargo, la producción literaria del incansable Giménez Caballero proliferaría abundantemente, manteniendo su estilo heroico y dirigiendo sus afanes literarios hacia la temática hispanoamericana, de la que es buen ejemplo su obra Genio hispánico y mestizaje. Prácticamente olvidado, el intelectual nacido en el barrio de La Latina jamás renunció a su ideario, lo que en gran medida contribuyó a la imposibilidad de acomodar su figura al nuevo contexto histórico y al abandono de su memoria.