Los tres largos relatos de Piñen podrían articularse en torno a la idea de relato de iniciación, pero en un sentido mucho más amplio que el que la literatura suele darle. Relato iniciático porque las narradoras de los dos primeros (acaso siempre la misma narradora) están paradas en esa bisagra chirriante y vertiginosa del paso de la niñez a la adolescencia, y en el tercero casi todo evoca ese momento. Pero sobre todo relato iniciático porque el descubrimiento no es solamente el del propio cuerpo ni el de su funcionamiento en el mundo, si no que los personajes que animan estas historias descubren también y sobre todo su propio origen: la pertenencia al pueblo mapuche, a su lengua mapudungun, a su cosmovisión, y como consecuencia la discriminación, la mirada espantada de los otros.
En la periferia de Santiago, en un escenario de monoblocks que se crispan contra el cielo, adolescentes devotas devienen ateas, punks y anarcas; jóvenes pierden la vida de un balazo o por mano propia con una cadena alrededor del cuello; niñas perseguidas por hombres mayores que podrían ser sus padres y hasta por sus propios padres y tíos: la femineidad como un estigma, una entrada violenta al mundo de los adultos. Y el mapudungun flotando en las escenas, reverberando en palabras y frases sueltas como “un grito más fuerte que el sonido de la tarde… un socavón de aire tibio antes de la lluvia”.
Piñen es un libro hondo y áspero, una narración que por momentos duele como un chicotazo, con momentos de extraña belleza. Brota la maleza de la tierra seca, pero la maleza también puede dar flores preciosas.
Segunda vez aquí. Aunque tiene una voz algo declarativa en su descripción, creo que le hace justicia al sentido político del libro, porque es una reivindicación identitaria. Aguante el mapuñol, hermosa la prosa y la memoria de la ñaña Catrileo <3
Había leído la poesía de Daniela Catrileo, pero no su narrativa. Su voz teje las historias con frases poéticas y explicativas, no hay historias en un sentido más tradicional del cuento; es un tono más ensayístico, más de decir que de mostrar. Me gustó la mezcla de español y mapudungún, frases que, como he estudiado un poco, logré entender. No me sentí ajena ante los pichikeche, la fütra waria, el abuelito diciendo "Iñche ta pura mari tripantu" y el asistende de bus diciendo al final "Mari mari lamngen, Iñche Ramiro Curaqueo, pingen". Es hermoso ese final de cuento. Hubo algunas escenas que me parecieron demasiado grotestas y toscas, como la descripción de la penetración en el relato "Pornomiseria"; pero entiendo que ese es el gesto que la autora quiere generar: el impacto, el asco, la incomodidad. Me encontré en San Bernardo, sus blocks apretados, sus canchas de tierra, sus micros eternas, sus pieles morenas. Bonito ejercicio mapuchileno. Hay algunas cosas de la prosa que yo hubiera editado (de puro mañosa que soy). Aún así, es hermoso. Gracias a Sofía Esther Brito que me regaló este libro para mi cumpleaños 34.
Me gusta cuando les escritores trabajan sus textos y los cuidan como ecosistemas individuales, cada uno con sus particularidades. Eso me pasó leyendo esta colección. Me sorprende, además, la cantidad de temas que suscita su lectura pese al hermetismo de su condensación narrativa. Se habla sobre el ser mapuche, la maternidad, la extranjería, la homosexualidad, el porno, la hibridez identitaria. Salvo por el primer relato, acá no hay pedagogía. Pienso que Catrileo supera la ficción enmarcada en lo indígena que busca informar más que narrar. Acá hay construcción de mundo por medio de una escritura muy prolija. El último cuento es magistral.
Quizá se deba a mi deformación profesional, pero me es imposible concebir la enseñanza sin incluir este libro, que con gran talento narra, describe e incluso poetiza una marginalidad identitaria. Los tres relatos son historias potentes, que logran articular la infancia y la política, posicionar la niñez desde la periferia, desde la historia oculta de “la historia oficial”. Son relatos que desenmarañan dolores y heridas, que intentan -y lo logran con excelencia- plasmar un origen más común y más ad hoc a la realidad, una realidad alejada de la hegemonía, pero que la autora logra escribir de una forma hermosa. Hay belleza en toda esta narración, tanta belleza en ser huérfanas y huérfanos de lo hegemónico, que le mandé un audio de whatsapp a mi mejor amiga leyéndole un fragmento de una situación similar que ambas vivimos en el colegio.
Estoy convencido de que un libro no son solo sus ideas e imaginarios, sino su escritura. En principio, podríamos escribir sobre cualquier cosa, desde lo más minúsculo hasta lo más importante, y sigue siendo el texto (palabra tras palabra) lo que me importa.
Piñén es un libro relevante para estos tiempos y lo leí con una etiqueta de "deuda" al lado. Hay imaginarios bakanes e historias que se esbozan con muchísimo potencial. Está la miseria, el territorio, y esas muchas formas de ser mapuche, identidades que se tocan con el anarquismo y la ropa gótica. Todo eso: genial. Pero la escritura del libro está bien por debajo de lo que esperaba. Hay muchas cosas que se podrían haber dejado afuera, lugares comunes, repeticiones, explicaciones que me daban rabia. A veces, la narradora parecía olvidarse que me estaba contando una historia para quejarse del CAE o decirme, con tono de novedad, que la pornografía puede ser extremadamente violenta con las mujeres. Sé que esto suena como "Uy, como es hombre no le importan estos temas". No estoy diciendo que no sean importantes, sino que la forma me pareció terriblemente descuidada y los discursos innecesarios.
Había mucho que se podría haber escrito mejor, partes que no se conectaban con nada y que me dejaron pensando "¿por qué me estás diciendo esto, amiga?". Es ridículo, porque al libro evidentemente le falta edición, es muy visible, pero me contaron por ahí que fue editado por harto tiempo.
En fin, no quiero ser malo, pero me he encontrado con varias obras que parecieran estar disparando al cielo, que podrían haberlo derrumbado todo y mostrarnos una gran explosión, pero al final su factura no alcanza. Quizás se me atravesó, pero me pareció una oportunidad un poco perdida. Podrían haber sido cuentos grandiosos, pero podrían haber estado escritos grandiosamente también.
El último cuento es el mejor. Y ese final es una de las cosas más bellas y enternecedoras que he leído en el último tiempo. Perdón perdón por extenderme. Y muchas gracias a mi amigo que me regaló el libro y que me entregó la hermosa posibilidad de participar en el debate y pelar con propiedad.
Me llevé una mala primera impresión de este cuentario, porque cometí el error de comenzar con "Warriache", su último cuento y, en mi opinión, el más débil. Aprecio la preocupación de la autora por proponer imágenes interesantes y relevantes sin repletar sus cuentos de ellas - que suele ser el problema en la transición poeta-narradore. También creo que las preocupaciones sociales que sostienen los relatos son narradas provechosamente, levantando algunas preguntas interesantes respecto de la marginalidad y el racismo. Creo, sin embargo, que estos cuentos están sumamente al servicio de esas preocupaciones, y sus universos no alcanzan a sostenerse por su cuenta sin ellas. Tanto los personajes como sus vivencias parecen funcionar únicamente en favor de exponer una problemática social, con poco carácter propio. También me pareció interesante que, al menos en los dos primeros relatos, la protagonista y narradora fuese una observadora de los fenómenos que ocurrían a su alrededor - en el sentido de que no es ella quien vive las experiencias principales en el cuento, sino que es el resto de los personajes quienes mueren o son violados. Quiero entender esta técnica como un comentario a la cultura del espectador contemporánea y, en ese sentido, me gusta.
son lindas las imágenes y las palabras. los mensajes dolorosos y reales. pero no enganché con la estructura de los cuentos. sentí que algunas historias quedaron a medio contar, que solo fueron momentos. quizás eso también podría ser interesante, pero no me pasó esta vez. encontré lindo el viaje identitario. la mezcolanza entre la periferia capital, la moda anglo y las raíces mapuches. el último cuento es muy bello. el final hermoso. me paró los pelos de los brazos. me gustó este libro. a veces leí la voz de Lemebel y yo que la quiero tanto no pude hacer más que sonreír.
Brutal y hermoso. La poesía de Daniela Catrileo se vuelca en estos tres relatos y desborda sus páginas para remover lo que se mantenía oculto. La herida que arde y punza. La violencia, la extrañeza, el sentirse otra, el descubrirse mujer y mapuche. "Sentía que toda mi vida se trataba de comprobar, una y otra vez, mi existencia en este pedazo de tierra". Y de pronto, el encuentro con otrxs.
Primera vez que leo a Catrileo, y chita que escribe lindo. La forma en que construye las historias, partiendo por anécdotas que toman forma como una bola de nieve, me envolvió y logró que me lo terminara de una (o de dos, en verdad jajaj).
Es mentiroso que este libro se haga pasar por uno de literatura cuando está más cerca de la crónica testimonial, y a la autora no le interesa urdir una trama, ni siquiera construir personajes, sólo denunciar la miseria (cierta) de los márgenes de Santiago, y de los mapuches que han arribado, muchos no por voluntad propia a vivir en ella. Pero ese afán de denuncia interrumpe cualquier desarrollo de trama. La autora comienza con un personaje X, muy pobre, y entonces se acuerda del personaje Y, más pobre aún, sus papás le pegaban, y eso la lleva a acordarse de Z, de quien abusaban y acabó suicidándose, así sucesivamente, hasta que uno acaba olvidándose cómo empezó la historia, y hasta perdiendo interés (¿hubo editores involucrados?). No digo que de aquello de lo que Catrileo escribe no sea cierto (con seguridad lo es), sino que el tratamiento que le da es maniqueo, no hay matices, ni interés por ir más allá de la mera denuncia a modo de álbum fotográfico, muchas veces sin nada que una un párrafo con otro, a excepción de la miseria y el resentimiento. Si uno compara este libro, con otro con intenciones parecidas como lo es "Las heridas" de Arelis Uribe, el libro de Catrileo queda cincuenta escalones por debajo.
Si uno va a la página de Mandíbula de Monica Ojeda en esta app, se encuentra con una angloparlante indignada por lo asqueroso del libro. No tengo dudas que su reacción con este libro sería la misma. Porque hay una realidad en esta nueva ola de escritura femenina latinoamericana que se apropia de la violencia de una forma muy incomoda.
Este libro en sus dos primeros cuentos habla de eso, de ls violencia y sus bases sociales y políticas. De la forma más incomoda posible, haciendote sentir la realidad, la angustia y la pena, que culmina como no puede ser de otra forma, en la inacción.
El tercer cuento queda como botón de esperanza. La solidaridad existe, en el intento esta el arte, no siempre en los logros.
Crudo, directo, muy real. En los tres cuentos originales (entiendo que en la nueva edición hay un cuarto) me encontré a mi misma y a otras tantas mujeres conocidas y por conocer. Y con eso, me abre a mundos que, aún parecidos, en mi experiencia personal desconozco. Me encantó.
3 Relatos que nos hablan a boca de jarro: de marginalidad, de adolescencia marcadas por la sobrevivencia, de la eterna esperanza en la construcción de una identidad en torno al quehacer y la conjunción de aspectos que tienen que ver más con carencias que forjan el carácter de esta escritura. A ello agrégale ser mujer y mapuche. Desde allí nos escribe Daniela Catrileo, en un debut narrativo que se nos cuela en cada palabra que avanzamos: ¿Han visto cómo brota la maleza de la tierra seca?, Pornomiseria y Warriache; son los nombres de estos tres episodios que parecieran ser de una misma vida, de una crecimiento de una niña que aprende que es mapuche y por ello diferente, de una adolescente que busca una identidad y de alguien que entra a su vida sabiendo parte de una cultura y con ello, de sus luchas y conquistas. Nos muestra a través de su escritura los avatares de la vida cuando es ajena a la opulencia y a esos ideales que muchas veces hemos creado en nuestras cabezas. Monoblocks, la periferia de Santiago, la discriminación, el acoso por ser mujer e indígena, y todo ello con el aura que lo vuelve un relato bello de todas formas, a pesar de lo narrado. Es una lectura que va pegando “chicotazos” como escribió Selva Almada en su contratapa, pero que son esos escarnios necesarios para entender el porque de muchas cosas de las que suceden hoy. El contexto socio político hace mucho más fácil su lectura, para entender el maravilloso proceso histórico que estamos viviendo en Chile a través de la Convención Constitucional; con una increíble mujer-mapuche a su cabeza. Una lectura atinente, presente y necesaria.
Presenta imágenes interesantes, pero que se pierden dentro de una seguidilla caótica de párrafos que no aportan absolutamente nada.
Me sorprendió, en realidad, lo mal escrito que está. Tiene errores muy básicos que cualquier escritor, editor o hasta lector podría reconocer al ojo, como el uso exagerado de adverbios o la insistencia en acudir a lugares comunes que entorpecen la lectura. No solo la prosa es mala, sino que la estructura de los cuentos tampoco funciona: la voz narrativa es monótona (son tres cuentos y parecen estar narrados por la misma mujer) y dice mucho pero no muestra nada. Es archidescriptivo hasta el hartazgo, invasivo; repite los mismos temas todo el rato y los trata de la misma forma en los tres cuentos. Las tramas tampoco poseen un núcleo ni una ejecución concreta: me impactó, por ejemplo, cómo el segundo cuento parte planteándonos una idea clara (la violencia del porno sobre las mujeres) pero que al momento se desdibuja y no vuelve siquiera a mencionarse.
Quizá me equivoque, pero noté en todo momento un tipo de regodeo por parte de la autora de narrar lo que está narrando (valga la redundancia), de ser diferente, de hablar sin filtro sobre la pobreza, la marginalidad, de la gente de la periferia. A mí me suelen gustar este tipo de historias, me gusta sentirme identificado en la literatura, pero cada vez me resulta más difícil conectar porque las formas son siempre lo mismas: Piñen, al igual que otros libros, busca ser convocantes a través de la explotación, de la exageración, de meter la mayor cantidad de elementos marginales que se te ocurran y encima creer que eso es hacer un buen trabajo. Me asquea, me aburre y me parece deshonesto.
No me pareció un libro original o que merezca ser leído. Me quedo con los títulos de los cuentos (preciosos todos). El resto es un chiste.
Cuando nos enfrentamos a relatos periféricos y marginales, la historia suele barrer con las palabras y gana lo anecdótico. La autora hace de estos cuentos (que perfectamente devienen en novela) un huracán de imágenes literarias potentísimas, con una selección riquísima de comparaciones y metáforas tremendas. Se lee con un nudo en el estómago porque, si bien el lenguaje nos atrapa, las historias nos dejan en vigilia.
Espejearse en la narrativa es una acción de legitimación para quienes, históricamente, no han accedido al poder de nombrar el mundo a través de la escritura. Sentí un montón de lugares comunes con su relato, cosa que no encuentro en otros lugares. Que su palabra podría ser la de cuantas mujeres más. Y así. Hermosa escritura.
La contra ilustra que el libro se trata de tres relatos. Y, sin embargo, incluso un cerril refractario de visitar el envés podrá conducirse por la obra sin pérdida, tan unitaria en la pintura de un lugar atravesado por décadas, y en evolución: desde la marginación impuesta por el poder y el 'desarrollo' a la toma de conciencia política de clase-pueblo, con esa apuesta por un revisionismo que es justicia y no venganza, para reconquistar algo más rico que una nación... Pedir permiso para arrancar una hoja; llenar el asiento vacío junto al Piñen. Y Caminar Santiago otra vez, Chile desde el Sur, en cuentecitos que sirven hoy. Bénditas las afueras.
Lo que esconde este libro es dolor, desarraigo exclusión, pobreza y mucho dolor. Sin embargo, me costó conectar con la narrativa del mismo :/ sentí que los finales fueron demasiado apresurados sin dar una redondez a los relatos. Solo me gustó el último cuento
Profundo y duro. A veces leer sobre esos traumas que están tan cerca, y que se experimentaron en la niñez, me devuelve sensaciones de dolor y soledad, vulnerabilidad y vacío. Imagino que escribirlo debe ser igual o peor aún. Crear desde la cicatriz no debe ser algo fácil, similar a plantar un esqueje en una tierra que fue habitada por otro árbol que ya no está, pero que marcó su paso y afectó su territorio. La tierra ya no es la misma y será difícil crecer sin los nutrientes, en el despojo.
Sin embargo, el presente libro me parece una obra excelente. Los tres cuentos tratan asuntos similares, o al menos que se desenvuelven dentro de la misma realidad social de lxs de abajo. La pobreza, marginalidad, periferia, violencia, cruzado por ser mujer y mapuche, configuran a quien protagoniza y narra las historias. Podemos ver que la opresión ejercida sobre las mujeres mapuches pobres es aún mayor que la de los hombres, ya que ellas son sometidas a distintas formas de violencia que se cruzan y operan colectiva o separadamente. Esto, sin duda, está presente de manera transversal en toda la obra.
Por ahí considero que la narración tiene mucho para dar: en ocasiones vislumbré diferentes voces, a mi parecer con una intencionalidad temporal/etaria clara, pero me quedo con la incertidumbre. Superficialmente pareciera que está escrito a la rápida, pero subrepticiamente es posible ver como se van cruzando las historias, los personajes y relacionándose, llegando a un final redondo, al menos en el primer cuento. El segundo cuento es difícil de leer porque la violencia sexual es un tema que remueve las tripas, más aún cuando es quien escribe quien te invita a imaginar lo que te está narrando. El último cuento tiene un final inesperado, lindo, y es que en ocasiones las cosas se dan así con todo lo malo y sin esperar nada a cambio.
De mis primeras veces leyendo algo así y tengo ganas de explorar más. Gran libro y espero pronto leer nuevamente a Daniela Catrileo.
«Sentía que toda mi vida se trataba de comprobar, una y otra vez, mi existencia en este pedazo de tierra. Me sentía sucia, inundada bajo capas de piñen. Sentía que todo lo que hacía se veía manchado por esa mugre que devoraba los intentos de salvarme. Sentía de algún modo que nunca había dejado de ser esa niña que bailaba en la mitad del Teatro Carrera con los ojos cerrados, tratando de olvidar quien era.»
Publicada en 2019 por @pez_espiral. Los tres relatos: I. ¿Han visto cómo brota la maleza se la tierra seca?, II. Pornomisera y III. Warriache, me estrujaron la cabeza y equidistaron mis pequeñas siembras de pensamientos hacia la rabia y la historia periférica, la pobla, lo «no aesthetic» para una sociedad impostora y traumatizado por lo antitodo. Pum, pam. Pillé «Piñen» de Daniela Catrileo (@cerquitadelasnubes) en un stand de la #FiestaDelLibroDeLaAraucanía2024. Un stand donde habían puras mujeres bakanas; entre poetas, novelistas, viajeras, fotógrafas. Puras escritoras garra, cuyos nombres había escuchado antes pero sus libros aún alejados de esta zona, región cercana de donde nacieron y otras que sí efectivamente nacieron aquí. Sus libros están lejos, no los encontrarías tan como levantar una piedra debajo de un koywe (coigüe) por ejemplo.
__ Para mayor información sobre esta lectura sobre la autora, o sobre otras lecturas visita @lecturasdelabruja, donde hablo más allá de libros y poesía y libertad. O en www.ladonnabohemien.wordpress.com hago más hincapié de estas apreciaciones literarias. 🔮
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"Piñen" es una colección de relatos breves que exploran la identidad, la marginalidad y la memoria desde una perspectiva mapuche contemporánea. A través de una prosa poética y fragmentaria, Catrileo nos sumerge en las vivencias de personajes que navegan entre la infancia y la adultez, enfrentando el racismo, la discriminación y la búsqueda de pertenencia en un mundo que los relega.
Leer "Piñen" ha sido una experiencia profundamente conmovedora. Este libro no solo ofrece un retrato íntimo de la identidad mapuche en la sociedad contemporánea, sino que también explora la memoria, la marginalidad y el deseo de pertenencia. A través de sus relatos breves, Catrileo nos sumerge en las vivencias de personajes que transitan entre la ciudad y la comunidad, enfrentando discriminación, desarraigo y resistencia.
Una de las enseñanzas más poderosas que me dejó "Piñen" es la importancia de recuperar y resignificar la identidad, incluso cuando el mundo insiste en negarla. La autora nos muestra que el lenguaje y la memoria son formas de resistencia, que nombrar lo que duele también es un acto de lucha.
En conclusión, "Piñen" es un libro que duele y que sana a la vez. Daniela Catrileo logra transmitir una historia que interpela y nos hace reflexionar sobre las identidades negadas y las historias que aún necesitan ser contadas.
Son tres partes donde te retratan las injusticias del mundo. La discriminación por ser mujer, mapuche, pobre. Está relatado como un relato personal, sientes como si una amiga te estuviera contando sus secretos. Te hace sentir rabia, nostalgia, pena y agonía.
Lo más importante de Piñen era la arquitectura, una lectura accesible para quienes crecimos allí. Inspirando en lo que no leía yo cuando adolescente - Daniela Catrileo
Está lleno de imágenes bonitas. Sin embargo, siento que en algunos cuentos se confunde mucho la narración con aspectos más de ensayo que de cuento: quizás no conecto mucho con la forma en la que se narran algunos de ellos. Con todo las historias no dejan de ser chocantes y muy interesantes. Lo recomiendo.
Había leido algo de poesía de Daniela Catrileo antes, pero no es un género que lea mucho. Creo que Piñen es un libro crudo que muestra violencia y racismo del pueblo mapuche y la periferia. Lo encuentro muy necesario, Daniela Catrileo debería ser necesaria. Ame el uso de palabras mapuches, porque la autora nos esta diciendo que la realidad mapuche no cabe en las palabras españolas. Destaque muchas frases.
"Escribir el nombre era justamente marcar su leyenda; ellas sabían que no solo era pena, sino justicia" "En esos años la guata vacía la llenábamos con galletas del gobierno a la hora de la leche, tipo cinco de la tarde" "Nosotros también eramos migajas intentando ser unidos a la sustancia madre, al núcleo del régimen. Pero una miga es una miga y pocas veces sirve más que para comida de pájaros desahuciados" "Cuando una vez más, los adultos no tenían razón, pero nos imponían la ley del más fuerte (...) teníamos que hacer una fila como infantes pecadores de ocho años" "Los niños rubios llaman la atención en un colegio como el nuestro colmado de cabezas morenas y costras en el corazón"
Lo leí a inicios del 2020, lo compre en su presentación, y todo no dejaba de tener sentido mientras lo leía de vuelta a mi periferia en la comuna de Quilicura. Veníamos de un 2019 revolucionado, donde emergían las consignas que querían ser tapadas por la falsa democracia, donde emerge la necesidad de conectarse con el territorio madre, ya sea la pobla -en mi caso- o wallmapu para tantxs otrxs. La necesidad reconocerse parte de una clase, de colectivizarte con tus semejantes, de encontrarte. "Piñen" me reafirmo que desde el barro nace infinita poesía, que las periferias santiaguinas y de chile deben seguir emergiendo en la narrativa y poesia, porque existen, porque existimos y esa voz se tiene que hacer presente, para que más personas se identifiquen y deseen por tanto acercase a la narrativa, a la poesía, y tomar la invitación de repensar la configuración de nuestra identidad.