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584 pages, Paperback
First published January 1, 2000
(…) el desencuentro de los sexos surge porque en el amor las mujeres necesitan tiempo mientras los hombres andan apurados. Que las mujeres queremos ternura y ellos sólo un poco de apretuje. Que ahora los hombres soportan una mirada crítica y, pobres tipos, se sienten disminuidos. Ellas están arrasadoras y ellos asustados, y por eso hay tantas mujeres solas.
Me niego a agregar mi firma al pie de tanta revista femenina que define a las mujeres como esos seres a los que la depilación les duele, la menstruación les molesta y no encuentran placer más grande que reunirse entre ellas para hablar de «cosas de chicas». No me siento parte de ese continente femenino formado por compradoras compulsivas, fóbicas al ginecólogo, temerosas de los años, necesitadas de palabras de amor después del sexo. No pienso que los hombres son todos iguales, ni que ya no hay hombres, ni quiero ni quise casarme, ni espero que me abran las puertas.
Me enervan las revistas femeninas que proponen cien maneras distintas de hacerle creer a él que tuviste un orgasmo y ocho fórmulas para que te proponga casamiento sin que se dé cuenta. Yo no sé qué es lo que hace mujer a una mujer, pero sé que esas cosas no te hacen más mujer: sólo te transforman en una persona desagradable.
(…) que la venganza es el olvido de los débiles. Que la verdadera venganza es el olvido.
(…) Y lo que me da miedo no es seguir mis propias huellas para terminar descubriendo que, al final del arco iris, estoy yo misma devorando corazones de niños indefensos, sino, precisamente, eso: que la búsqueda se acabe. Que, de tanto buscar, termine por encontrar algo.
(…) Y entonces, con la respiración contenida, con un sobresalto leve, nos haremos aquella pregunta del principio: «¿Pero dónde estaba yo cuando escribí esto?». Y ese será todo nuestro premio: haber estado ahí. Y no recordar cómo.
(...) preguntar como quien no sabe, esperar como quien tiene tiempo y estar allí como quien no está.