¿Te sientes culpable cuando te gusta una película de masas? ¿Te autoflagelas viendo cine de autor? No te preocupes, Pedro Vallín quiere curarte. Críticos culturales de plumas avinagradas han sentenciado durante décadas que el cine de Hollywood oculta un maligno instrumento de adoctrinamiento colectivo. Una perversión subliminal que aliena a las masas y les inocula la ideología dominante. Semejante visión del cine comercial supone que la gente es imbécil. Que se la traga siempre. Entre cuencos de palomitas. Y encima, riéndose. Pedro Vallín ha escrito un ensayo herético que defiende que no, que ni los superhéroes yanquis defienden la propiedad privada ni el cine de autor europeo transmite valores progresistas. Y que puestos a generalizar ocurre lo que el cine made in Hollywood es emancipador y que las producciones europeas acusan un sesgo burgués, ensimismado y autoindulgente. ¡Me cago en Godard! es un libro irreverente y con clara vocación de incordio. Su autor no se caga solo en Jean-Luc, sino que también lo hace en el elitismo condescendiente del establishment cinematográfico europeo, en los dogmas que identifican las películas estadounidenses con la derecha y en el mal llamado "placer culpable". Porque es absurdo sentirse un aliado del imperialismo por disfrutar de una película palomitera (o sentirse mejor persona por dormirse frente a una mala película indie).
En definitiva, Pedro Vallín ha querido firmar una defensa del goce en el cine, del humor y del pensamiento autónomo, es decir, su sentencia de muerte como crítico cultural de prestigio. Y los de Arpa encantados de ayudarle.
Pedro Vallín Pérez (Colunga, Asturias, 1971) es periodista. Ha ejercido con versatilidad forzosa en las secciones de Sucesos, Local, Economía, Cultura y Política de medios como La Nueva España, El Comercio y Metro, así como en media docena de páginas web. Es uno de los padres (y avalistas) de los Premios Feroz, los Globos de Oro del cine español, y en la actualidad cultiva en La Vanguardia una licenciosa forma de crónica política en la que el procés es Godzilla y las cloacas del Estado, una tragedia de Sófocles. También se le puede encontrar en Twitter, red social en la que tiene más de cuarenta mil seguidores. ¡Me cago en Godard! es su primer libro.
A los que, como yo, nos sentimos a veces “culpables” por haber disfrutado de películas como, por ejemplo, “Titanic” (1998), de James Cameron, y casi aún mas (repito: “culpables”) por haber salido amodorrados y con cara de no haberlo pasado nada bien ante películas tipo “Amor” (2013), de Michael Haneke (por citar solo dos ejemplos), quizás les vendría bien la lectura de este libro. Aquí hallaremos un bálsamo para el remordimiento, tanto personal (como espectador frustrado), como colectivo (¡progresistas uníos!).
Dicho esto, también he de reconocer que ni todo el cine de autor me repele, pues he visto mucho, y tengo tantas joyas apuntadas que sería empalagoso enumerar, ni todo el cine comercial es consumible, por muchas coca-colas y palomitas con las que lo intentes digerir. Al César lo que es del César.
Pero volviendo al tema, en “¡Me cago en Godard!” el autor hará una defensa a ultranza del cine americano (léase de Hollywood), más comprometido con los valores del ser humano, frente al llamado cine europeo, más acostumbrado a mirarse la barriga y a sentirse superior tanto intelectual como moralmente frente a su competidor. Y creo que no le falta un poquito de razón. El problema es que se explaya tanto en la primera parte con su verborrea, analizando casi más la formación y posterior historia de los EEUU, que cuando llegas a la segunda te preguntas si estás leyendo un libro sobre cine o sobre la historia americana. Y, aunque no me gusten los toros, permítaseme decir que en la segunda parte el autor se pone el traje de luces, y consigue arrancarle al morlaco, si no ovación y vuelta al ruedo, rematar una faena digna de, al menos, un par de orejas. Aunque abusa de emparentar al progresismo como al Luke Skywalker que acabará salvándonos a todos. Y sí, ejemplos como el de “Slumdog millonaire” (2008, Danny Boyle), son bastante esclarecedores de las diferencias culturales con las que los europeos y los americanos se sientan a ver una película. Pero ni están todos los que son, ni son todos los que están. En cualquier caso, como le dijo Osgood Fielding a Jerry en la mítica “Con faldas y a lo loco” (“Some like it hot”, 1959): “Well, nobody’s perfect”.
Antes que nada, Vallín es un periodista, así que los excursos sobre filosofía, política, economía y demás son de aquella manera, escritos además con una prosa viejoven que, a veces, duele. Y, en fin, la tesis principal del libro se puede resumir en que los Republicanos (en general, la gente de derechas yankee) consideran a Hollywood un nido de ratas socialistas y comunistas, esto es, Demócratas, porque, pongamos, a veces hacen pelis sobre lo peligrosos que son los de Wall Street o el poder omnímodo de las grandes empresas.
Ya está, esa es la izquierda de Vallín. De hecho, él se considera liberal, y me atrevo a pensar que, cuando incluye en el subtitulo de su libro la palabra «progre», lo hace con una intención secretamente irónica, pues él no se considera entre ellos. Es más, por ahí dice que esto no se trata de calidad, y que, pongamos, prefiere con mucho el cine burguesito de un Rohmer a Erin Brockovich: es el progre el que debería preferir lo contrario, pues
«en relación con la poesía, el arte o la filosofía, lo que primeramente importa al progre es la relación de todo eso con una lucha "social" que él, previamente, ha definido a su (por lo general obtusa) manera, y, según los resultados de esta averiguación, atribuye o niega un valor a la obra, bajo la reserva de poder atribuirle en todo caso una "calidad" de la que no sabe qué puede ser y que a él (al progre) sólo le interesa como aderezo de lo que realmente importa. Para el progre, el arte o la filosofía se justifican por su papel en la lucha social y, por ello, han de ser además efectivamente accesibles y efectivamente interesantes para aquello a lo que se supone protagonista de esa lucha, esto es: para "el pueblo". En suma: han de conducir al "hombre del pueblo" a una actitud determinada (considerada correcta) en relación con los "problemas reales": concepción instrumental de la cultura, aun suponiendo que los "problemas reales" lo fuesen efectivamente y que el progre no fuese en el fondo un reaccionario. Por añadidura, en lo que se refiere al arte, el juicio que, con arreglo a los criterios mencionados, ejecuta el progre tiene que basarse en la visión de qué es lo que la obra "expresa" o quiere llevar a la mente del espectador, lector u oyente; se pide, pues, de la obra un "significado", y éste, puesto que ha de ser juzgable con arreglo a una presunta teoría que el progre posee, ha de poder decirse enunciativamente, con lo cual queda en pie la cuestión de para qué hace falta la obra, si ella se justifica por lo que expresa y eso puede expresarse también en prosa vulgar; parece que lo único que hay además en la obra es una capacidad de sugestión, de seducción del espectador, y entonces tendrá que sernos explicado en qué difiere esencialmente esta capacidad de la que reside en cierta publicidad de una bebida o un modelo de alta costura».
PD: ¡es muy entretenido de leer! Y el segundo bloque sobre los arquetipos es interesante.
No estoy de acuerdo con muchas de las hipótesis expuestas por Vallín, ni con su crítica exacerbada hacia la soberbia intelectual de la que, a su juicio, peca la crítica cultural marxista, la cual aparentemente considera poco menos que atolondrada, en un tono algo altivo y pretencioso (esta vez desde mi punto de vista). Sin embargo, he disfrutado mucho de la lectura de este ensayo, precisamente por la posibilidad de ver las cosas desde una óptica radicalmente diferente. Aún soy muy joven y me falta por ver mucho cine, por lo que textos así reafirman mis ganas de seguir aprendiendo, visionando y, sobre todo, creándome una opinión propia con la que establecer debates tan interesantes como el que propone este autor.
Es, sin duda alguna, uno de los mejores libros de cine que he llegado a leer.
Vallín hace un repaso por todos los géneros hollywoodienses, haciendo que las páginas se conviertan en un catálogo lleno de obras maestras. Es increíble ver cómo ha sido capaz de explicar con todo lujo de detalles aquello que se siente cuando desacreditan tu gusto por ser demasiado "popular".
Su uso del humor y del sarcasmo están en perfecto equilibrio. Además, al hablar de otros temas como historia, economía o política, representa a la perfección esa idea de cine como ventana y reflejo de la sociedad.
Todo lo que he sentido al leer este libro queda resumido en una de sus frases: "este libro quiere ser un canto al gozo audiovisual y al destierro de la expresión "placer culpable". Placer culpable son las cenas de Hannibal Lecter; ver películas buenas y bonitas es disfrutar de la vida y convertirse en un ser humano mejor".
Pedro Vallín quita prejuicios contra el cine estadounidense en su primer libro ensayístico, defendiendo que este siempre ha sido más progresista y comprometido que el supuesto cine europeo, donde solo se ve a gente de bien bebiendo vinos en casas frente al mar o en pisos antiguos parisinos. Vallín agarra esta idea, comienza a desarrollarla prometedoramente pero se pierde demasiadas veces en desarrollar teorías político-económico-históricas (que tanto domina, pues es periodista desde hace décadas) pero al final acaba centrándose más en la historia y evolución económica de Estados Unidos que en la historia del propio cine. Lo entenderéis cuando os animéis a leerlo. Eso sí, en cuanto se pone a analizar (algunas brevemente, lo que es una lástima) películas es un auténtico gustazo leerle. Al final su tesis queda defendida y cerrada en los primeros capítulos y parece que el resto es simplemente una recapitulación histórica de los motivos económicos que ha llevado a Hollywood a producir el cine que hace. Y esto tampoco es majo, ojo. Lo mejor es que siempre podremos continuar siguiéndole en sus columnas de opinión de cine. Ojalá vuelva a meterse con algún otro autor europeo, no quitará que vuelva a leerle.
O marco teórico deste libro é de risa, parece o meu tfg. Soltamos aí unha parvada e pista. “La revolución americana antecede de hecho a la Revolución francesa (detallito que los analistas culturales afrancesados acostumbran a omitir)...” So what? Quen son Jefferson e Washington comparados con Robespierre? Que Ben Affleck sacou un master pa filmar Argo? Ok, estupendo. Tanto estudar pa meterlhe aí un filtro amarelo anda ya
Su motivo principal no es tanto atacar al cine de autor -aunque por supuesto lo hace, primordialmente con el europeo- sino defender al de Hollywood, cuyas producciones encarnan y han encarnado siempre, según el periodista, ideales progresistas y de izquierdas, salvo excepciones. El autor destina la primera parte del libro a reflexionar sobre las diferencias entre los productos fílmicos de ambos lados del charco, contraponiendo la figura del artesano a la del auteur-artista; la del cine como un cuento que nos ofrece historias aptas para todo el mundo, frente a la del cine como novela, particular creación de directores clasistas cuyas historietas, además, con frecuencia narran vivencias insulsas de gente bien que sólo importan a otra gente bien (verbigracia: Woody Allen).
En la segunda parte desarrolla todo lo teorizado en la primera por medio de ejemplos, separando géneros y subgéneros "típicos" de Hollywood por capítulos. Es aquí donde creo que el cinéfilo menos avezado y sin prejuicios podrá sacar más jugo a los escritos del periodista. A modo de ejemplo, me parece remarcable y de gran utilidad su repaso al wéstern, con multitud de películas y directores citados para reforzar su teoría de que este género representa el paso de lo salvaje y anárquico a la sociedad, a la ley. Por lo demás, destaco negativamente la inclusión exagerada de contenidos puramente políticos, económicos y filosóficos: por mucho que la historia del cine no se pueda entender sin entender un poquito de todos ellos, no hace falta tanto como nos cuenta. Al fin y al cabo, una de las etiquetas del libro es la del humor. Como factores positivos, disfruto mucho el estilo de Vallín, 100% propio e irreverente, aunque a veces algo pasado de rosca por querer hallar ese palabro único diferenciador, casi a lo De Prada, escribiendo novelas diccionario en mano. En general, cuanto más me agrada es cuando se ciñe a lo que resulta estrictamente historia del celuloide y, como decía antes, se olvida de los vericuetos de tal o cual sistema económico o o de tal o cual interpretación de no sé qué teórico marxista.
En fin, sin llegar a apasionarme me ha gustado. Se estará de acuerdo o no con sus postulados. Yo no lo estoy: me parecen generalizadores a más no poder (hasta el mismo Vallín reconoce que tiende a generalizar "ligeramente"). Pero, con todo, no se le puede negar al buen hombre su esfuerzo en la defensa de unas ideas al mismo tiempo que trata de sacarnos una sonrisa y nos ilustra con unos conocimentos históricos y culturales cuanto menos considerables.
El título del libro me inspiraba cierta desconfianza, pero conociendo al autor, sabía que sería una auténtica joya (esto hay que relacionarlo con la ingente cantidad de críticas que tachan al autor de chulo, entre otros calificativos, debidos muy probablemente a la ignorancia y desconocimiento de su persona). Claro está, no todo es un jardín de rosas, ya que difiero de algunas de sus ideas, pese a ello he de decir que cada página me ha parecido una maravilla. Me he sentido en un constante debate de sobremesa y, por si puede ser mejor, sobre cine.
Se plantean unas ideas que jamás se me habrían pasado por la cabeza (véase Hormigas y la teoría comunista, por no hablar del paladín del comunismo, Superman). Le tengo mucho aprecio a Godard como cineasta, pero he de decir que en cierto modo me ha hecho ver algo de luz en cuanto al cine de Hollywood, ya que había ciertos aspectos del mundillo que desconocía o bien me causaban algo de rechazo en contraposición al cine europeo.
En fin, un libro altamente recomendable, corto a mí parecer, pero con una lista de películas que a poco que te guste el cine, debes ver en algún momento. Quizá no todas, pero si su amplia mayoría. En mi caso ya estoy marcando las que he visto, con lápiz, claro está.
Vallín triunfa exponiendo la primera parte de su tesis (el cine estadounidense es más bien progresista) pero renuncia a argumentar la segunda (el cine europeo, en realidad él habla del cine francés casi exclusivamente, es burgués y conservador), limitándose a lanzar exabruptos sin ningún tipo de razonamiento detrás. Por ello resulta muy interesante aunque a veces empuje a uno al enfado ante los atropellos intelectuales que lleva a cabo con el único afán de provocar. Para defender el papel político del cine de Hollywood no hacía falta echar por los suelos al cine europeo, no se lo merece. PD: Vallín debería revisionar el cine de Haneke, la obra audiovisual más descarnadamente antiburguesa de las últimas décadas, o dejar de decir estupideces sobre el mismo.
El prólogo de este libro es un tostón, cargado de infulas y pretenciones linguísticas. Mejor ir directo al texto del autor. Si bien uno puede desear un enfoque más satírico, parece que cumple en gran parte con la intensión seria del ensayo y al mismo tiempo dar mordacidad en momentos puntuales.
Puede que uno como lector ocupe de una base académica sólida para estar deacuerdo o refutar las ideas desarrolladas. Aún así, entre más cultura cinematográfica se tenga más será el ímpetu por leer este libro de corrido. Éste nos podría seguir dando continuos ejemplos en los cuales el cine de Hollywood es más liberal y progresista. A diferencia de la anquilosada vanguardia artística europea.
No comparto del todo la tesis de Vallín, pero sus argumentos son muy interesantes y hacen ver el cine hollywoodiense de otra manera. Además, es una lectura muy amena.
El libro se sustenta sobre una falacia del hombre de paja (que el cine no-hollywoodiense es siempre como una película de Woody Allen, o algo así); y consiste básicamente en un canto a las virtudes y el izquierdismo del cine mainstream estadounidense; y lecciones baratas de historia universal aparte, no está tan mal en la misma medida en que fracasa en poner a dialogar realmente al cine de Hollywood con ese "otro cine", que a veces es mucho más valioso y humano por ensimismado que parezca. Eso hubiera sido realmente interesante (y el patinazo seguramente habría sido tremendo). Es decir, que a Godard (o lo que este representa) no se le cita más que una vez al principio y otra, ya por compromiso y con algo de vergüenza para justificar el título, al final. Tampoco sé qué necesidad hay de escribir un libro que lo que consigue es que el lector se sienta cómodo con sus lagunas. No hay de qué preocuparse, el mejor cine ya lo ponían en la tele (y no en la 2) y lo vi con anuncios de por medio hace más de 20 años.
No sé por qué no esperé a leer las críticas antes de comprar el libro. A veces no me entiendo. Pasa que el autor parecía solvente y tuvo una presentación pública a cargo de un periodista que, sin ser nada del otro mundo, tampoco es de lo peor que hay. Pasa también que el título me llamó la atención. Me explico. Nunca fui francófilo. Aún me pregunto por qué, pero evité París durante mucho tiempo, los franceses me parecían engolados y engreídos, su producción artística me parecía nombriliste y más bien aburrida. Evito leer en francés si hay alternativa. Y además había evitado a Godard hasta este año. Nunca le vi nada hasta que un cineclub de la ciudad donde paso mis días de diario pasó un ciclo dedicado a un camarógrafo que trabajó con toda la Nouvelle Vague. À bout de souffle me pareció un insulto. Godard consigue que Jean-Paul Belmondo actúe mal, la historia es estúpida y me cuesta creer que sea un polard. Hubo otra película que hizo reír a un público casi completamente francófono y receptivo al cine francés. El título del libro no podía más que llamar mi atención.
Pero no es el libro lo que parece. Por dos motivos. El primero es que me disgusta el lenguaje usado, que pasa de la banalidad del lenguaje ultrafamiliar al experto de profesor de Facultad de Letras. Ambos me desagradan y me distancian anímicamente del libro, me producen rechazo. Cuandoi no es coloquial (es decir, inapropiado), es incomprensible para quien decidió hace tiempo que cierto lenguaje impostado no es de recibo. El otro aspecto es que el libro es mayoritariamente un panfleto. No tengo nada contra los panfletos, pero tienen el inconveniente que divide al lector entre los que lo adoran y quienes lo detestan. Yo podría suscribir muchas ideas subyacentes en el libro, pero no su ataque sistemático a los pensadores marxistas, sobre todo cuando no es nada sutil en su crítica y confunde a menudo el marxismo, como ideología dominante de la progresía, con la progresía, no necesariamente marxista. Con ello, su argumentación pierde fuerza. Si sus reflexiones sobre el conservadurismo escondido en el cine europeo son válidas y merecen ser leídas, su adoración por el individualismo liberal americano turba su visión de un cine que, como plantea, suele atacar más y mejor los problemas sociales. No veo el problema en reconocer que se tratan problemas que el cine más ombliguista no aborda, pero que la solución propuesta, una feroz defensa de la libertad individual, puede chocar a personas que creen que la pistola no es la solución y que es preferible que la sociedad organice una respuesta colectiva. Puesto que yo mismo me sitúo en un conflicto constructivo entre la solución social y las acciones individuales, me duele el sectarismo de la lucha contra el enemigo que impregna el libro. Puede que se merezca tres estrellas, pero produce demasiado rechazo en este pobre lector a quien hizo sentirse culpable por disfrutar de obras de autor, cosa considerada casi como pecado por Don Pedro. Si nos piden elegir bando, lo declaro en el otro bando. Lástima, porque parece que sabe de cine.
Ni yo ni la contraportada estamos a la altura de este libro de autoayuda ensayo, pero propondremos unas palabras:
Yo solo vine por la entrevista de Vallín en la Tuerka, de visita, y me quedé varios días por lo afilado de su pluma. Se notan sus años de periodismo.
Lo que se promociona como un libro de autoayuda hipsteriano acaba siendo una introducción a la crítica cultural muy relevante (y a ratos graciosa!). Celebración del cine a la par que de revisión óptica a las dioptrías de la gafas marxistas: un materialismo histórico que padece del síndrome de martillo de Maslow: 'cuando la única herramienta que tienes es un martillo, todo problema comienza a parecerse a un clavo'.
Defiende de mil y una maneras su hipótesis: la existencia de un falso sesgo conservador de la producción cinematográfica estadounidense. Como otros libros de este tipo, sufre de parecerse a ratos a un catálogo de videoclub, pero tal defecto tiene más de carencia mía que del autor. Es un libro muy valiente y bajo lo que pueda parecer una bajada de guardia ante el producto neoliberal, Vallín sabe transmitir una argumentación propia del trabajo de una vida y no del de la ocurrencia vacacional de un largo baño de verano.
Nietzsche mata a Diós y de paso a los curas, pero nuevos guías espirituales son necesitados: el existencialismo no ha muerto. Se eleva y aburguesea la artesanía separando de forma arbitraría (por un árbitro acomodado) al 'arte' de la 'artesanía'. Del sudor del artesano a la espontaneidad del uber-ensimismado-genio-artista.
Quizás tengo menos acracia de la que me gustaría, o me quedan muy bien las gafas, pero echo en falta la variable publicidad en su demostración. A mi me gustan mis nuevos curas: los elijo, los dejo y les escucho si me da la gana.
Hay un mensaje en este ejercicio de Vallín que me parece descafeinado: 'disfrutad sin complejos, os lo demuestro', es su mensaje principal. Pero mi problema no son los complejos sino el aburrimiento por la mediocridad de tener que contentar una infinidad de sensibilidades mayoritarias. Promediar sentimientos no es significativo.
Una argumentación impecable, sin duda. Pero me quedo con las gafas. Vallín descansará tranquilo pero yo me quedo de guardia. Que no me fío y no todos tenemos tan buena vista, supongo.
Un gusto de libro, encantado. Esperando lo siguiente!
Una buena colleja a los gafotas que desprecian el cine “industrial”.
Una estimulante lectura que pretende (y consigue) que “el espectador deje de sentirse mal por pasarlo bien ante una película llena de efectos especiales y de sentirse bien por pasarlo mal ante una película del Holocausto”.
Solo un pero: una constante (aunque sutil) identificación del progresismo con el bueno de la película que resulta algo maniquea.
Provocadora y picajosa, la tesis de Vallín en defensa del cine norteamericano (así, en general) se expone con una prosa brillante y elaborada y se apoya en ejemplos que no por ser acertados, tienen su punto de falaces: por cada peli mostrando la conciencia de clase hollywoodiense, hay otra que lo desmiente. Pero que me tuerza el ceño, en ocasiones, es una colleja en la rancia crítica cinematográfica y no significa que no tenga su parte de razón. Obra necesaria y entretenidísima de leer.
Un ensayo que quiere poner en relieve que en todas las épocas de Hollywood no ha sido solo películas motivadas por un movimiento político. Más bien un reflejo de la sociedad en contra del cine europeo qué es más un reflejo del autor. Con referencias a muchas películas de distintas épocas y movimientos.
Un libro interesante con una perspectiva conservadora, muy lejada a mis puntos de vista sobre el cine y el arte en generral. Sería deseable que junto al título en español apareciera el original y quizá al final un índice de títulos.
Sólo por poder añadir el "test de Ignatius Reilly" a mi "test de Clint Eastwood" ha merecido la pena. Magnífico ensayo con ideas con las que estar de acuerdo o no, pero sacan más de una sonrisa. ¡Bravo!
Vergüenzajena. Construye un enemigo fantasma, lo ataca pecando de lo mismo que achaca al enemigo y hace un reflexión infantil y ridicula de lo que le gusta. No se puede escribir un ensayo así si tu principal fuente es una rabieta de niño de 4 años.
Espectacular. En teoría es solamente un libro sobre cine, donde Pedro Vallín muestra el simplismo de la crítica marxista para con el cine de Hollywood. Pero acaba siendo un inteligente ensayo quasi político sobre las virtudes de la democracia occidental y del liberalismo. Altamente recomendable.
Para no sentirme culpable de ver películas americanas no hacía falta intentar hacerme sentir culpable de ver películas europeas. Creo que intenta combatir un prejuicio con otro prejuicio. No sé si necesitaba leer este libro.
Si después de leer este libro, no caes de hinojos ante el cine de Hollywood y valoras en su justa medida el cine europeo, en especial el cine francés, yo ya no sé.
Deixant de banda moments d'intensa egolatria i pompositat de l'autor, amb algunes interpretacions marxistes totalment estigmatitzades i un anàlisi socieconòmic sovint insuficient, la hipòtesi plantejada per l'autor resulta interessant i ben plantejada, amb arguments ferms i múltiples exemples que solidifiquen la seva posició.
L'assaig és una reivindicació del paper progressista dels grans estereotips cinematogràfics de Hollywood: cine negre, western, superherois, ciència-ficció i món apocalíptic. D'altra banda posa en qüestió el paper emancipador de tot aquest cinema d'autor predominantment europeu (Nouvelle vague, realisme italià, comèdia francesa...).
Un acaba el llibre i hi està en part d'acord, emportant-se un bon grapat de pel·lícules per veure. La prosa de l'autor, sovint massa recargolada i autoreferencial, dificulta en un inici la seva lectura, però a mesura que i vas entrant esdevé més fàcil i agradable.
Porque el capitalismo, amiguitos, en su versión más cruda y retorcida, no es tanto un administrador de la provisión como un gestor especulativo de la escasez.
I a continuació una cita de Fèlix de Azúa que em cau fatal, però aquí està encertat
Es extraordinariamente difícil saber lo que le gusta a uno, porque normalmente lo que uno cree que le gusta es lo que le gustaría que le gustara. Averiguar lo que a uno le gusta cuesta una vida entera. Yo, ahora que ya estoy acabando, creo que sé unas pocas cosas, muy modestas, que me gustan. Y en cambio me he pasado toda la vida dependiendo de lo que me gustaría que me gustara. Por ejemplo, la poesía. No era verdad, qué le vamos a hacer
¡Me cago en Godard! de Pedro Vallín es un ensayo que pretende demostrar (y en mi humilde opinión demuestra) que la falacia de que el cine europeo es progresista en contraposición a que el cine norteaméricano es reaccionario es eso: una falacia. Que el cine de autor es de izquierdas y el de Hollywood de derechas... una idea "progre" muy extendida que no solo es falaz sino que es contraria a la realidad. El cine de Hollywood es progresista e, incluso, de izquierdas o, como es la izquierda norteaméricana (algo tibia para mi gusto). Y lo hace a través de un repaso a los arquetipos de los diferentes géneros cinematográficos como el cine de gansters, el policiaco, el de superheroes, el del oeste, la ciencia ficción, el terror e, incluso el cine mudo. Un respaso que despierta en los que nos gusta el cine y reconocemos las películas de las que habla una avidez por saber más y por aplicar esa perspectiva de análisis no solo a lo ya visto sino a lo que esté por venir. Además lo hace con un humor irreverente que hace disfrutar la lectura entre sonrisas y carcajadas. Un gusto. Corolario: genial la contraposición de novela como texto individual, solipsista y prestigiado como sublime y cuento/relato/narración como colectivo y que recoge todos los arquetipos e historias que nos forman como sociedad que evolucionó como cazador-recolector durante 2,5 mill de años... algo queda (genial mención a Sapiens de Harari)
Pedro Vallín trata de defender las películas procedentes de la industria estadounidense, en contraposición al cine de culto europeo.
La primera parte del libro es principalmente un ataque al cine europeo y al marxismo, según él, sus defensores. Usa a veces un lenguaje que nos sitúa más en la escena del señor Burns disfrazado de Jimbo que frente a una crítica cinematográfica. Algunas referencias filosóficas o políticas están encajadas con calzador, confunde en muchas ocasiones el marxismo cultural con ideas meramente "progresistas" y esto hace que su discurso pierda todo el sentido. La segunda parte del libro es la que puede resultar interesante. Hace un recorrido por los arquetipos que se pueden encontrar en las películas americanas, y como algunos de ellos resultaron más "revolucionarios" para la sociedad que los que se encontraban en el cine occidental, recorriendo desde el cine mudo hasta el cine apocalíptico o de zombis.
En fin, consigue hacer justamente lo que critica: defender el cine estadounidense creando un enemigo fantasma, porque la realidad es que Los Vengadores llenan salas de cine y no Godard.