Hay en este libro un elogio sigiloso de lo mínimo. Y también de lo nuevo, de la actualidad, de lo reciente. No se trata de una exaltación de las grandes bibliotecas ni de los vates modernos sino de una íntima historia de inclinación por la poesía, por los llamados géneros menores y por los lectores pequeños en edad, como los propios nietos. En este libro que se abre a la historia personal de los afectos y a la vez reflexiona sobre el lenguaje inclusivo, el arte de "leer por dinero" o "escribir por encargo", la lectura asoma como una práctica existencial y la obra define, en ese despliegue, su grandeza.
Tamara Kamenszain (Buenos Aires, Argentina, 1947-Ibídem; 2021) fue una poeta y ensayista argentina. Estudió filosofía, trabajó desde muy joven en periodismo para después dedicarse a la enseñanza de la literatura. Pertenece, junto con Arturo Carrera y Néstor Perlongher, a la generación de poetas de los setenta llamados neobarrocos. Sus ensayos sobre poesía argentina y latinoamericana son material de estudio en universidades argentinas y del exterior. Sus libros de poesía fueron total o parcialmente traducidos a diversas lenguas y es considerada una de las voces que influyeron sobre las nuevas generaciones de poetas.
Me demoré más de un año en terminar este libro, no porque fuera aburrido, sino porque decidí que sería el “libro de ensayos” que tendría en el velador para cuando no quisiera leer ficción o los pendientes de los clubes de lectura.
Me encanta Tamara, desde que la conocí me parece una escritora fascinante. Amo su forma de comunicar, tan cercana, como si una amiga te estuviese hablando de sus intimidades lectoras.
A ratos el libro me costó, porque esta plagado de referencias, que a veces se me hacían familiares pero otras veces muy densas y ripiosas. Por ejemplo, menciona a Spinetta, a Barthes, a Nicanor Parra, a Fabian Casas y a muches más que conozco o desconozco en cierta medida.
Mi capítulo favorito fue La maestra ignorante (parafraseando a Ranciere). Un hermoso texto sobre enseñar a escribir (o intentar hacerlo).
Por último, me gusta la idea de Libros chiquitos. Comulgo con eso, me gusta escribir breve y también leer textos que no son mamotretos, encuentro que hay una belleza ahí.
Un libro que me costó, al menos 3 meses leyéndolo. Pero que vuelve a confirmar mi amor incondicional por Tamara. Su consciencia de quien está al otro lado del libro, me vuela la cabeza. Un libro con el que se aprende mucho.
Lo que parecía un ensayo literario deriva en íntima biografía lectora. Lo primero, lo ensayístico, está muy bien: Kamenszain es erudita y al tiempo fluida, conecta imágenes e ideas con lucidez; su poética es una variante sensible de la crítica, que sustituye las categorías filosóficas con imágenes potentes: atisbos de luz, golpes de realidad, estribillos persistentes. Lo segundo, lo biográfico, es todavía mejor: una nostalgia sin tristeza alumbra el relato, los recuerdos se funden con las referencias y ya no sabemos si habla la persona o la lectora, una fusión que contagia de pasión por los libros. En sus palabras: “la literatura como una forma de volver a casa”. Kamenszain moriría un año después de publicar este enorme testamento chiquito.
Amo los libros sobre libros y sobre leer, y esta colección de ensayos me dio muchas sonrisas, me hizo llorar, conectó cosas que no creía posibles. Gracias Tamara por cumplir con el encargo de hacer un libro de una forma tan linda.