Un viaje a ese momento entre juventud y edad adulta en que la vida comienza a ir en serio.
«El Madrid de la prensa ofrece estas curiosidades: uno empieza el día en el Ritz, al mediodía está en el Intercontinental, termina la tarde en el Palace y –por supuesto– sigue siendo igual de pobre.» Abrirse paso en la vida cuando uno es un joven corresponsal político en Madrid –entre barras y redacciones, libros y novias– puede ser un pretexto para la picaresca o el estoicismo, pero también la mejor educación para el periodista que quiere ser escritor. Lúcido en la observación, sin una gota de cinismo y con una misantropía templada por su vocación de felicidad, este diario es un viaje, tan literario como placentero, a ese momento entre juventud y edad adulta en que la vida comienza a ir en serio.
En la mejor estirpe de los escritores de diarios españoles e internacionales, la prosa inconfundible y la voz sabia de Ignacio Peyró –tan capaz de piedad como de sátira– lo confirman como el diarista de su generación.
Rato entretenido con esta lectura, aunque tuve algún conato inicial de abandono. Aparenta un estilo ligero y parece una suma de anécdotas, experiencias y reflexiones, aunque se percibe claramente que detrás está el peso de un autor con muchas horas de práctica en el oficio de la escritura, buena parte como periodista, pero sobre todo lo que hay detrás y mucho más importante es que se aprecian las muchas lecturas de Peyró desde joven, eso se palpa rápidamente en la seguridad de su escritura. Interesantes en especial las tramas e intrigas del poder político de la última etapa de Zapatero y comienzo de Rajoy, pero sobre todo las percepciones de Peyró sobre el mundo de la cultura y sobre todo sobre su gran pasión, como las de muchos de aquí, la lectura:
“Leer es placer humilde y laborioso: si queremos volver a ver Las lanzas, ahí está en el Museo del Prado, pero si queremos volver a leer Anna Karenina, tal vez nunca podamos leer Resurrección”
No se puede decir que comulgue con la ideología de Ignacio Peyró, ni con costumbres, ni en general con su forma de ver la vida, bon vivant de espíritu y gustos (no de falta de trabajo), por momentos representa lo más rancio de nuestro país: ex Opus, taurino, buen comer, buen beber y un muy largo etcétera de restaurantes, clubes, hoteles de los buenos barrios de la capital y en general de tópicos de la extrema derecha española. No pide disculpas por ello, entiendo que sociológicamente es lo que le ha tocado vivir y también se ve con el transcurrir de los años (en el libro) cierto escepticismo político en el autor. En algún momento me sentí totalmente ajeno a este libro, pero en otros momentos es brillante, en general creo que es bueno, un poco largo, tal vez. En honor a la verdad también debo decir que alguna parte del libro que no me interesaba me la salté, se presta a ello, los párrafos cortitos por momentos heterogéneos y variados sin fulminar el tono del libro, lo digo como elogio.
Probablemente el primer libro que no termino. 'Comimos y bebimos' me gustó y de hecho lo recomendé a muchos amigos, pero este se me ha hecho bola, y mucho.
Una vez que empecé a ver el ambiente y la ideología en la que se mueve, decidí darle una oportunidad por conocer otra visión de las cosas, una voz diferente por eso de no rodearse o leer siempre a la gente de tu cuerda... pero ya no puedo más. Salvaría sus aforismos y sus días de retiro en su finca de Extremadura, pero las intrigas políticas y periodísticas de Madrid en ese ambiente tan rancio y con esa visión tan parcial, no me interesan nada. Escribe muy bien, perfecto uso del lenguaje, blablabá, pero el contenido de sus opiniones sobre otras clases sociales, las mujeres o la izquierda, son dignas de Torrente.
Lo empecé con ganas, porque pensaba que era otra cosa. Me hacía gracia leer los diarios de un señor de mi edad, por aquello de haber vivido la misma época, y pensar que coincidiríamos en muchas vivencias.
Me empieza a chirriar con los halagos a la derecha política, al Opus Dei y las críticas a todo lo demás. Intenta disfrazar su ideología política como de “centro”. Le gusta hacerse el interesante nombrando muchos garitos de Madrid que “dice” cerrar a altas horas de la madrugada, como un “canallita” de manual. Al final se le ve el plumero y sólo es un burgués acomodado, y orgulloso de ello aunque trate de disimularlo, que habla de oídas para proyectar una imagen de sí mismo que no es cierta. Lo siento Ignacio, pero no me creo tus “aventuras”.
Cuando a mitad del libro se pone a criticar a Navarra, y a los navarros, con odio enfermizo y difícilmente explicable, y tras leer dos veces una frase halagando el programa de Intereconomía “El gato al agua” con piropos imposibles, paro de leerlo, respoblo y me digo a mí mismo que hasta aquí, que no lo aguanto más, que se queda a medias. Y así se queda. Demasiada oportunidad le he dado.
Para tener 40 años, y hablar de cuando tenia 30, me resulta todo muy conservador, “fachilla” y casposo. Estará bien escrito, no digo que no, pero me resulta demasiado pedante, prepotente y gilipollas en general. Quizás para otro público estará bien, para mí no. La mayoría de su generación no ha vivido lo mismo que él. No busquéis aquí un reflejo de vuestra época porque no lo encontraréis.
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Es un diario, pero sin serlo. Como si alguien hubiese estado anotando reflexiones, pensamientos, emociones, sensaciones, en las páginas finales de un cuaderno, en tickets de compra, en notas adhesivas; y lo hubiese reunido todo después de pasarlo a limpio y ponerle unas tapas de cartón. A veces se nota un poco que ha tenido que corregir el punto de sal después de la cocción. No hay coherencia ni cohesión, no hay una cronología, más allá de algunas pistas sobre el paso del tiempo y las estaciones, y momentos destacados de la sociedad madrileña del momento.
Pero eso da igual. Cuando uno echa la vista atrás no le apetece recordar tanto lo que sucedió, sino cómo sucedió, dónde estabas, o con quién. Y en ese sentido, a diferencia de otras reseñas, no encuentro interés en la parte política del texto, sino en la parte sentimental. En el bon vivant que cierra bares y fuma puros, en el joven que escribe aforismos que reflejan que la vida iba en serio, que las personas no siempre son bidireccionales, reflexiones que reflejan la amargura de ir comprendiendo las cosas poco a poco, y algunos intentos de frases cargadas de ironía que no son más que opiniones crueles. Peyró es un gran escritor cuando abandona los párrafos del estilo por el estilo y escribe sentencias hermosas que no requieren de un diccionario para ser entendidas.
Es malo que nos odien, pero resulta mucho peor que no nos amen lo suficiente. Lo peor de todo, sin embargo, es que nos amen en exceso -porque nos aman pero no nos conocen.
¿Cuántas amistades, amantes, allegados, pueden caber en esta cita? ¿Y cuánto dolor y felicidad al entender lo que uno puede esperar de cómo se entrega a los demás, cuando aún eres joven, antes de que sea tarde?
Aunque más allá de las cuitas de un joven que ha sido siempre un viejo y que observa como poco a poco la edad adulta le fagocita, me gusta pensar en este libro como una fotografía a un Madrid que no ha dejado de existir, pero que ya no es el mismo que el de hace 10 años.
Uno no se hace conservador porque su mundo sea el mejor, sino por el temor a verlo arrasado.
Lo marco como leído pero realmente no he llegado a la mitad. Puede que la culpa sea mía por tener las expectativas muy altas pero el formato no me convence, el lenguaje y las estructuras de las frases me empalagan y el tono del autor me produce bastante rechazo. Es difícil que deje un libro a medias pero no puedo con este. Capacidad narrativa y lingüística envidiable , de eso no cabe duda.
Hay un Madrid, en el que habité pero no viví, que recoge muy bien Peyró. El libro, como buen diario, tiene días escritos con más fortuna que otros, que es una forma pseudoelegante de decir que es irregular. Ahora bien, en mi caso, lo tomo como una virtud de estos diarios. Es interesante intentar adivinar las frases añadidas a posteriori para edulcorar los agudos perfiles recogidos en los diarios. Mis páginas favoritas son las de política, una lástima que el libro finalice con la entrada en Moncloa.
Le doy 2 estrellas porque el libro está bien escrito. Y combina frases con las que me he identificado en ese paso a la edad adulta.
Sin embargo, me esparaba otro enfoque, el del paso del tiempo. Estoy en esa edad y tal vez buscaba un libro con el que hacer una especie de balance o identificarme en experiencias del paso a la cuarentena.
Y lo que me he encontrado es una narración personal de una forma de vida de la que no me identifico en absoluto, ni comparto su visión, y el tono y pensamientos son algo clasistas y rancios.
Es el típico caso de libro que algunos medios lo listan en los mejores del año, y defrauda. No considero que haya perdido el tiempo, pero es un libro prescindible que no recomiendo.
Tal vez encaje en otros perfiles algo más conservadores.
Magnífico. Me quedo con muchas ganas de leer los próximos diarios. Es un escritor brillante, muy culto, es un gusto leerle. Contagia alegría serena, la mayoría de las páginas son una celebración de la vida, de los placeres sencillos. Chapeau.
Ignacio Peyró es un periodista y escritor español que actualmente dirige el Instituto Cervantes de Roma, tras un paso por la misma institución en Londres, lo que le ha permitido publicar varios libros en los que ofrecer su visión sobre las islas británicas, sus ritos incomprensibles para los continentales, sus tradiciones milenarias, tal vez inventadas antes de ayer, pero con ese regusto antiguo con que tan bien saben aderezar sus costumbres.
Sin embargo, en Ya sentarás cabeza. Cuando fuimos periodistas (2006-2011), publicado por Libros del Asteroide en 2021 aborda un tema muy distinto. A modo de diario de memoria selectivas y caprichosas, Peyró reconstruye su peripecia profesional y personal, en un tiempo marcado por la convulsión política del final del zapaterismo y la crispación que traen medios como el Grupo Intereconomía en cuyos inicios participa el propio autor. Esta narración se desenvuelve de una manera personal y un estilo característico, en el que el relato lineal cede paso a las reflexiones más variadas y en las que los recuerdos se tornan escurridizos y ceden paso a ensoñaciones y disquisiciones sobre la juventud, la madurez, la amistad y el destino, el carácter de los españoles o el valor de la religión y sus más sectarios promotores.
Bajo estas premisas, uno comienza a leer el libro y, he de reconocerlo, pasa por el trance de querer abandonar la lectura hasta bien avanzado el volumen. Y no porque el estilo sea pesado, todo lo contrario, la prosa es limpia, no hay excesivos artificios, no hay demora en contar hechos irrelevantes, la época sobre la que habla es interesante. Pero lo cierto es que hay bastantes elementos que me disgustan según voy leyendo. Un excesivo énfasis en querer entroncar en una tradición anterior, en frecuentar restaurantes, cafeterías o bares que eran ya referencia para generaciones anteriores, o que si son nuevos y modernos, parecen igual de anclados en el pasado. Una necesidad por arrimarse sin más a una tradición que ha quedado ya desdibujada y sin sentido, una estela de un pasado más brillante que solo puede servir para acreditar y poner más aún de manifiesto la decadencia actual, al menos la de quien intenta aferrarse a ese pretérito imperfecto.
Una suficiencia a la hora de dejar claro qué plato, qué vino o qué copa se debe pedir en cada lugar, dando, por tanto, a entender de manera pretenciosa e innecesaria, que uno lo ha probado ya todo, lo que siempre es falso y, a mis ojos, resulta más risible que ensalzador. O cuando habla con displicencia sobre temas de los que claramente lo desconoce todo, especialmente doloroso es su breve y estrafalario comentario sobre los Everly Brothers de los que apenas parece conocer que son dos y hermanos.
Y es este ligero tufo a naftalina, a salón cerrado y a grupo de abuelas sentadas en su mesa con un chocolate que hacen durar horas para desespero o contento, quien sabe, del camarero lo que me ha costado remontar. Tal vez este Peyró algo repelente, que nos habla sin tapujos de su privilegiada juventud, de su colegio privado o sus viajes al extranjero para aprender idiomas, de sus contactos y relaciones, sea en cierta medida un personaje del Peyró real.
Y es en este punto donde comienza la inflexión en mi valoración del libro y de su autor. Tenemos asumido como normal, incluso de buen tono, que se exhiba un pasado en el GRAPO, ETA o, cuando menos, en alguna variante oscura del trotskismo internacionalista, con independencia de que quien lo alegue, a modo de escudo, de refuerzo de las posiciones opuestas actuales, sea un derechista vociferante. Pero no parece de tan buen tono el mostrar orígenes conservadores, próximos al Opus, y no hacer de ello bandera, pero tampoco escarnio, asumir con serenidad ese pasado y reconocer las muchas cosas buenas que le ha podido proporcionar a uno, el no renunciar a las amistades de aquellos días e incluso el mantener una cierta evolución ideológica leve y moderada, adaptando y modernizando ese credo político.
Y es a raíz de esta comprensión cuando lo que hasta el momento me irritaba y frustraba comienza a tornarse más interesante y ameno, más coherente con lo que Peyró parece querer trasladar y surge al fin el encantamiento con el libro. Desconozco qué parte del Peyró de estas páginas no es otra cosa que un personaje creado por el Peyró real, probablemente una muy relevante, pero tengo claro que ha terminado por convertirse en un excelente compañero de viaje. Y así sale a flote la excelente prosa de este autor, su fluidez a la hora de exponer reflexiones profundas, no nacidas propiamente del momento sobre el que escribe, más bien de su pensamiento actual. Porque lo que más valor tiene del texto no es el puro cotilleo, el conocer los puntos débiles de personas relevantes, su opinión sobre Casado, sobre Julio Ariza, Carlos Dávila o Cospedal. Tampoco su papel en el Grupo Intereconomía o sus labores como redactor de discursos para políticos y el salto a Moncloa tras la victoria de Rajoy.
Lo más valioso de este libro son sus opiniones sobre cualquiera de los otros temas sobre los que opina, sobre la vida, el verano en España, nuestra penitente autocrítica, el valor de la reputación personal, de la fama pública o del papel de la prensa. Lo que nos cuenta sobre sus dudas para medrar como periodista, si debe estar presente en todos los medios que se le ofrezcan o si debe limitar su presencia para no quemarse. Si ha de reservar sus mejores ideas o dejarlas salir a borbotones. En ocasiones llega incluso a deslizar un tono lírico, rico en matices, seductor y adictivo.
En ocasiones toma ciertas licencias, casi humorísticas, como la de citar a ciertos personajes por sus iniciales cuando son claramente reconocibles sin más o pasar a continuación pocos párrafos después, a citarlos por el nombre completo. Y este humor también lo vuelca sobre su propia persona, su papel, un tanto entre dos aguas, algo incómodo entre sus correligionarios, ajeno a su vociferante y marcado de algún modo por sus colaboraciones puntuales con medios no muy afines o por su gusto por contemporizar con quienes disienten.
Tal vez se aprecie aquí el germen de una personalidad y estilo que, sin duda, se ha curtido en la literatura, como traductor, como gran lector. Pero no puedo dejar de pensar que su estancia británica y los libros escritos a raíz de la misma, anteriores a éste, ha podido ser el germen que ha cristalizado en este peculiar volumen y en su eficacia, en su distanciamiento a la hora de contar los hechos, su ironía y elegancia. También así se llega a comprender ese intento por vivir una especie de tradición, eso que en un principio tan molesto me resultaba, ese seguir los pasos de Plá, Luján o Cela, de recuperar locales de rancia solera, de aficionarse a brebajes desfasados y gustos arcaicos. Impostura tal vez, pero criticarlo no deja de ser contradictorio para quien alaba esas mismas conductas cuando las ve en otros países.
El texto concluye en 2011, pero uno cree más que probable que tenga continuación gracias a los años vividos a la sombra del gobierno, tal vez un poco más allá, y lo espera con avidez, superado ya ese rechazo inicial, ganado ya por siempre para la causa de este autor.
Me aventuré a comprar este libro por varias reseñas a las que llegué por mi TL de Twitter. Ya se sabe que este tipo de recomendaciones no suelen fallar si, como es mi caso, ya solo tienes estómago para seguir a afines a tu pensamiento o forma de vida. Digamos que compré la novela sobreseguro.
No conocía al autor de nada, aunque una simple búsqueda te lo relaciona rápidamente con el conglomerado ultracatólico y protovoxista de intereconomía y como viví relativamente cerca ese fenómeno empecé su lectura con bastante interés.
Choca al principio que exista un tipo en la veintena, cercano al opus, y cuyo principal problema de juventud debió ser si esquiar en el pirineo aragonés o en los alpes, fume puros, o tome copas en sitios a los que no suele entrar nadie menos de 60 años y más aún cuando uno ha vivido con su misma edad en la misma ciudad. Una vez superada esa repulsión inicial, que provoca a cualquiera del tercer estado las tribulaciones de un "pijos-de-cuna" los diarios son pura delicia: retratan una época, el tardozapaterismo, que hoy en pleno Covid se antoja más lejanísima (y no tan mala). El autor combina semblanzas, con recortes de su vida, anécdotas, reflexiones. Me parecen brillantes los retratos de Esperanza Aguirre y Gordon Brown (por indicar alguno), las descripciones del ambiente de Madrid, ciudad que adora y el humor que destella en cada uno de los pasajes creo que entronca con lo mejor de la tradición conservadora humorística. Reconozcamos que los conservadores siempre han tenido más gracia que la progresía. no hablemos ya de la nueva progresía woke y sus límites del humor. La reivindicación de los pequeños placeres es otro de los grandes hallazgos de estos diarios algunos tan poco populares como hoy día como fumar tabaco.
Libro muy irregular, que delata influencias variadas (Pla, Trapiello sobre todo) sin lograr un tono unitario y sin conseguir que cuaje en verdad el conjunto. Resultan desagradables muchas de las críticas personales que hace.
-La ironía del poder es desprestigiarse al usarlo. La ironía de ganar es no poder alegrarse de ello. -Seguramente va a haber cada vez mejores escritores, y cada vez importarán menos. -Uno no se hace conservador porque su mundo sea mejor, sino por el temor a verlo arrasado. -Para la derecha, la cultura es eso que les gusta a las mujeres de los ricos. -Lo primero que se ve de una inteligencia son sus límites. -Lo que va de ayer a hoy. Venecia era para los poetas y París para los adúlteros. Las dudas arquitectónicas se resolvían con cariátides. Tu padre era tu padre y no tu amigo y los profesores aún eran maestros. Nadie ponía a las empresas —Envialia— nombres en falso latín. El peluquero no tenía vocación iconoclasta y el caldo de la abuela lo hacía la abuela. Los bancos, Dios mío, tenían mostradores de caoba. Ser culto no era un deshonor y la Ofelia de Hamlet no era una trans del Brasil. No voceábamos por el móvil. No se habían inventado los vasos de plástico ni el calimocho tibio ni el amor por internet. Los escritores escribían para la gloria y no para el premio Ciudad de Móstoles. Las iglesias eran lugares de recogimiento y no naves industriales de despiece. Mandábamos y recibíamos cartas. A los poetas se les dedicaban bustos, nunca un nuevo tramo de circunvalación. Uno podía fumar sin ser asimilado a un delincuente y en los restaurantes no faltaban los riñones al Jerez. Sí, la sensación es que hemos dejado atrás ese mundo en el que, según Morand, «solo importaba la belleza, exactamente al revés de lo que ocurre hoy».
Escrito de manera envidiable, por encima de las anécdotas periodísticas, me llamó la atención su infancia y adolescencia en lo que se percibe como una familia acomodada del Madrid de los años 80 y 90. Por decirlo así, nuestras vivencias coexisten en el momento en que estudia periodismo, pero ni siquiera su contacto con las redacciones es exactamente el mismo. Culto y maduro, el libro de Peyró me gustó especialmente por lo que parecían ser interludios, breves inspiraciones de esas que revela anota cada día. Las hay geniales.
Me ha costado lo mío, pero me lo he leído entero. Quizás meses. No cabe duda de que el autor es un lector incansable y lo demuestran las miles de referencias en este libro y que es muy inteligente. Pero modestia cero! Y bastante criticón. Este libro no es para mí. Lo siento! Si es una biografía le falta ese punto que hace que las lecturas sean amenas. Tanto salto y tanta inicial me hacían perder el interés. Pero erre que erre, no soy de las que dejan los libros a medias.
Muy entretenido si eres de derechas, madrileño, pijo y del Madrid (a mucha honra). En algunos momentos le pierde el estilo por el estilo. Muy bueno cuando narra con naturalidad: recto y sin florituras. Los aforismos de irregular calidad
- "Y a mí al final también se me han parecido agolpar dos lagrimones, doliéndome bajo los párpados, porque es verdad y aquello sucedió, y hay algo fatal en la vida, y sabemos que en cada despedida se nos quiebra algo porque toda despedida es un ensayo". Ignacio Peyró.
Comida para arriba comida para abajo, vinos y aleluyas de todo tipo. Francamente lo espera más interesante y esa pelea por ser ocurrente en opiniones de temas poco atractivos me aburre. Muuuuy flojo.
Como creo que ya he comentado alguna vez aquí, una de las "ventajas" de la pandemia, es el haber podido recuperar ratos para la lectura en casa. Ahorrarse el tiempo de ir y volver a la oficina es lo que tiene... leer nos hace libres, porque nos permite viajar fuera de nuestras cabezas y casas, cosa que nos viene fantásticamente en los tiempos que corren.
Lo que sí tengo que confesar, es que últimamente me cuesta mucho concentrarme en lecturas más densas. Dicen que es síntoma de la "fatiga pandémica", pero aún así es bastante irritante... con lo que yo he sido leyendo ahora hay veces que me encuentro releyendo una frase varias veces porque se me desvía la atención... y ése es uno de los motivos por lo que me ha gustado tanto el libro de Ignacio Peyró. Al tratarse de diarios y anotaciones de su época como periodista, me ha permitido evadirme, reírme y disfrutar sin el miedo a perderme la historia.
La forma de escribir de Peyró es además tan sencilla que te atrapa. Cuenta anécdotas, vivencias y observaciones de una manera tan directa y con un punto irónico que lo hacen distinto y único. Puedes reconocerte en muchas de sus impresiones (sobre todo las nostálgicas por lugares que se ha llevado el tiempo), y me encanta el poder recorrer uno de mis barrios favoritos (Retiro-Salamanca), a través de sus ojos y su paladar. Son muchas las páginas que tengo marcadas y más las líneas subrayadas de su libro.
Muchos podrían pensar que leer diarios es aburrido, pero no es el caso de este "Ya sentarás la cabeza" porque como digo, la forma en la que están escritas sus páginas es muy interesante. Vivimos a través de sus palabras en redacciones de priódicos de las de antes, bebemos cócteles riquísimos en bares-intitución de la capital (y los cerramos, cuando eso nos parecía normalidad), y nos escapamos del mundanal ruido a dehesas que huelen a verano. Nos quedamos con ganas de leer el siguiente capítulo, pues el actual director del Insituto Cervantes en Londres y su especial forma de admirar las cosas cotidianas (y contárnoslas), nos ha dejado huérfanos desde 2011, época en la que termina su libro.
Para resarcirme y esperar a que cumpla el deseo de muchos de continuar publicando sus diarios, ya tengo en la mesilla de noche su "Comimos y Bebimos" y "Pompa y Circunstancia", de los que seguro acabaré hablandoos también.
Aunque involuntariamente, este libro contiene un retrato cruel de Madrid como la ciudad donde se puede vivir muy bien del cuento a costa del poder. Una ciudad poblada de personajes encopetados que miran con desprecio a “la España de provincias”, en la que uno no puede ir de sibarita y de alcohólico exquisito con dinero ajeno (privilegiado o público) al cargo.
Muy elocuente el capítulo donde se cuenta sin ningún pudor cómo meses antes de un cambio de viento político ya se están repartiendo institutos Cervantes y eligiendo tapices en el Prado para decorar despachos de futuros ministerios.
La independencia periodística la deja a la altura del betún. Tampoco parece consciente de lo mucho que cierto amarillismo irresponsable ha contribuido al auge del populismo y el odio en España.
Por lo demás, bien escrito, con aforismos y detalles realmente interesantes en una persona joven. A veces le sobra chulería y crueldad, como a tantos autores españoles. ¿A qué viene ese odio tan explícito a los navarros? ¿Por qué ese ensañamiento con determinadas personas?
Una lástima, porque hay hechuras de buen escritor. Pero sin duda podría consagrarse a esfuerzos de más provecho sin caer tan fácilmente en los típicos vicios carpetovetónicos. Cursilería incluida.
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Un recorrido vital por la vida de un periodista conservador. Hay pasajes y vivencias que se disfrutan mucho; el libro mantiene el interés ligando personajes públicos con los pensamientos (o sentimientos) del autor durante los años 2006-2011.