«Por qué los dioses nunca me permiten asistir a un concierto sin sobresaltos. Cuando no me tengo que pelear con mis demonios internos o con algún cristiano o con la diarrea o el pasón surge un nuevo enemigo», se pregunta Velázquez, cuyas crónicas parecieran ser el gólem engendrado en una orgía entre Günter Wallraff, Alberto Salcedo Ramos y Hunter S. Thompson (entre otros). Sean bacterias como la Giardia lamblia, listas de invitados VIP sin su nombre sobre ellas, bancarrotas económicas, físicas o emocionales o el tráfico de la Ciudad de México, en cada concierto, cada festival, tiene que pasar por una ordalía para demostrar su inquebrantable feligresía en el templo del rock and roll.
En este libro hay desde relatos iniciáticos en donde el autor evoca los tiempos en los que el sueldo entero que pergeñaba despachando en una tienda de discos se iba en mercancía que compraba (o sustraía) ahí mismo, hasta escenas gonzo, escatología aaa o tretas para conseguir boletos, drogas o licores que despertarían la envidia del Lobo de Wall Street.
Mantén la música maldita no es un libro sobre música sino sobre la relación infecciosa que su autor tiene con ella. Las múltiples tracciones de las crónicas de Velázquez hacen del territorio de lectura un suelo inestable e impredecible. Por él desfilan como un trueno Nick Cave o el decadentismo post-posmoderno (Velázquez dixit) del Muertho de Tijuana, Iggy Pop o Soda Stereo, Marilyn Manson o Marky Ramone, por mencionar sólo a unos cuantos de los personajes que invariablemente arrastran al autor hacia la inmolación.
Carlos Velázquez (Coahuila, 1978) es autor de los libros de cuentos Cuco Sánchez blues (2004) y La Biblia Vaquera (nombrado entre los libros del año en 2009 por el periódico Reforma). Según Sergio González Rodríguez «es el libro que el norte inventó para explicarse a sí mismo» y está llamado «a cambiar la recepción y la percepción de la literatura mexicana y sus aires de altísima cultura hecha de mausoleos» (suplemento El Ángel), y que en palabras de Rafael Lemus, «es el producto más divertido e iconoclasta de la narrativa norteña» (Letras Libres). Velázquez recibió el Premio Nacional de Cuento Magdalena Mondragón y ha sido antologado en el Anuario de poesía mexicana 2007 del Fondo de Cultura Económica.
Rock, aderezado con alcohol y drogas, son los ingredientes de unas poderosas crónicas que el escritor tamaulipeco Carlos Velázquez destila en "Mantén la Música Maldita", una serie de narraciones para quienes la música es el sentido de su vida y los conciertos una forma de percibir el mundo. Desde el regreso de Soda Stereo a la adoración de Ozzy Osborne, pasando por los telúricos festivales "Vive Latino", Velázquez afila la pluma, desempolva las vivencias (o las "empolva", ya me entienden), saca la espada del humor como arma para negarse a ser "crítico musical" y da rienda suelta a unas aventuras dignas de unas caricaturas al estilo "Rick and Morty", en LSD. Con un bonus track maldiciendo la pandemia, este acierto de la editorial Sexto Piso es un remanso de riffs y nostalgia, para quienes el Covid les ha quitado el placer de la música en vivo.
Es un riesgo con estas recopilaciones que conjuntan en un volumen los textos sobre un tema que alguien publicó en momentos diferentes: eventualmente terminas leyendo varias veces lo mismo con algunos detalles cambiados. Así pasa con esta colección de crónicas musicales. Que además tienen poco de musicales: básicamente todos los capítulos se tratan de que el autor iba a ver a alguna banda y a partir de eso se drogó mucho. Como para apantallar a los sentados en la mesa de niños que ya se quieren pasar al patio con sus primos adolescentes. Además, tacha para los editores que dejaron que se colaran varios datos equivocados y errores en nombres de álbumes y canciones. Eso sí: muy chido el lenguaje narrativo.
Leer las crónicas en Mantén la música maldita de Carlos Velázquez es como escuchar a tu tío cuarentón hablar sobre la música de sus tiempos. Se niega a creer que el rock and roll ha muerto -a pesar de lo que diga Alex Turner-. No niego que el estilo de vida del autor es puro punk rock del sucio, snifando y blackouteando en los conciertos o festivales a los que asistió (envidiable su sistema inmune).
Sin embargo, es agradable vivir, a través de su narrativa, los conciertos de los Queens, The National o coincidir con sus opiniones sobre Roger Waters y Bon Scott. Se aprecian las múltiples referencias musicales y su narrativa tan descuidada y con estilo como una buena canción de rock.
Buena apología a los conciertos, festivales y al rock and roll clásico (desde los sesentas hasta el dos mil), pero como cada reunión familiar, nos vemos/leemos hasta el siguiente año, tío.
Ir a conciertos era mi yoga. Y desde que pararon, mis niveles de estrés se han incrementado a la velocidad del carbohidrato simple. Quedarme en casa ha tenido una ventaja que otros podrían calificar de positiva, yo no. He ahorrado. Pero yo no quería ahorrar. Yo quería ver bandas en vivo. Existe gente que en su lecho de muerte se revuelca en toneladas de dinero. Eso no es para mí.
Creo que no es de sus mejores libros, relatos muy personales pero quizás no tan ricos desde el punto de vista literario.
A estas alturas Velázquez se da el “lujo” de redactar sus historias de alcohol, drogas y conciertos con su partícula visión y forma de relatarnos dichas “aventuras” .
Aunque todos estos relatos están muy bien escritos, el autor utiliza el rock como telón de fondo, cuando en realidad el hilo conductor de la narrativa es su consumo desmedido de cocaína y alcohol y la presunción de su sistema inmune. Los textos son irregulares, el mejor es el que trata sobre un fan de Pink Floyd. Los demás se tornan predecibles. Sabes que el narrador se va a emborrachar y a poner high antes, durante, o después de cada concierto de sus relatos. Para colmo, el autor se mofa de los fans de la música rock, sobre todo de los metaleros, a quienes compara con Amanda Miguel y los define como si todos fueran orcos con sobrepeso. Si quieren un buen libro de relatos de rock, mejor les recomiendo a Jordi Soler (La cantante descalza y otros casos oscuros del rock).
Chingonazo. Noto a un Carlos Velázquez aún más enamorado de la música y más nostálgico pero sin perder el toque, la hilaridad, la brutalidad. Escuchar música con los compas es un ritual sagrado y las crónicas de este wey así lo hacen sentir.
Carlos Velázquez es uno de mis autores favoritos, su tinta es amena, clara, cotidiana, pero sobre todo sincera. Mantén la música maldita, es un recorrido por su vida y la estrecha relación que guarda con la música, las drogas y el alcohol. John Fante podría irse a vivir a Torreón, Coahuila, México.
Un libro muy ligero para la lectura, pero intenso al imaginar las situaciones que se plasman. Quién no ha terminado pero en un concierto o festival y le ha pasado lo que se describe? Además, estuve en algunos de los eventos que se mencionan. Muy bueno
La mayoría de las historias están bien escritas. Si conectas con la música podrás leerlo tan rápido que no te darás cuenta, algo así como cuando están pasandola muy bien en una fiesta y de repente amaneció.
Que seria del rock sin sus excesos, la vida al limite y la música siempre presente, sincronía de recuerdos y música con relatos en primera persona que te harán recordar alguna o varias vivencias
No puedo describirlo, se tiene que leer para poder sentir el libro, solo dire que me encanto ya que todas las canciones y bandas mencionadas me acompañaban mientras lo leía
Después de leer estas geniales crónicas, dan ganas de escribir de las peripecias e indulgencias de tu propia vida. Bastante recomendable. Fresco. Irreverente.
Sabrán los músicos todo lo que uno hace para conformar una colección de discos? Robar, defraudar a tus amigos, pedir prestado y no pagar. No existe dinero que alcance. La música es una droga. Un melómano es un ser despreciable.
Carlos Velazquez es un escritor peculiar. No hay comparaciones. Me atrevería a decir que Velazquez sería parte del realismo visceral. Esta obra es marginal y elocuente. No defrauda en lo absoluto. Es una narración sincera y sin pretensiones. El narrador es él mismo, sus mismas palabras, expresiones. Es su viva voz.
Como cronista es excelente, pero como fanático de la música es sublime. Cada relato está lleno de pasión por la música. Es esa vida que envidias pero al mismo tiempo sabes que no es conveniente usarla de ejemplo. Jajaja