Si la vida puede en ocasiones ser ingrata, en la cocina siempre hay algo bueno que esperar. Por eso la mesa es de las mejores maneras que los hombres hemos encontrado para cortejar la felicidad y celebrar el acto gratuito de existir: algunos momentos, platos, vinos y compañías nos dejan la ilusión de que, siquiera sea por un instante, el mundo está bien hecho.
En un recorrido por el año gastronómico, Comimos y bebimos es una celebración de la literatura y la cocina. Mes a mes y entrada tras entrada, sea al hablar de una barra memorable o al recordar el París culinario, cada apunte y cada historia de este libro parten de la mesa para hablar sobre la vida.
Con una prosa al mismo tiempo placentera y exigente, Peyró quiere dar continuidad a la gran tradición de literatura gastronómica (y etílica) de los Pla y los Luján, Salter y Liebling, mezclando erudición festiva y memoria sensual, humor y hedonismo y pasión por las letras y la mesa. El resultado es un libro que nos deja con hambre de más.
No quiero quitarle mérito a Peyró, muy culto, muy erudito y buen escritor. Pero el libro no tiene interés, varias veces he tenido que comprobar su edad porque parece escrito por un notario de 80 años más que por alguien que tiene dos años menos que yo. Rezuma polvo, moquetas pesadas y salones recubiertos de caoba. Creo que necesita respirar algo de aire fresco.
Un libro delicioso, en todos los sentidos. Dan ganas de ser Ignacio Peyró, al que uno envidia vida, viajes y manjares, y sobre todo cultura. El libro está dividido en meses, a cada uno de los cuales corresponden entre cuatro y seis breves episodios. Uno desea que el año tuviera más meses para poder seguir disfrutando de estas historias más tiempo.
Hace tiempo que no escribo reseñas, pero creo que mi puntuación para esta lectura merece una breve aclaración. Creo que hay fragmentos muy muy buenos, más atractivos por el tema (¿a quién no le gusta comer y beber?). Sin embargo, creo que el autor abusa de la pedantería. Hay capítulos que serían geniales si no se excediera tanto rebuscando palabras y queriendo demostrar que es súper culto y que conoce todos los ángulos de un aspecto gastronómico.
Tuve que buscar su biografía en Google porque no me podía creer que Ignacio haya nacido en 1980. Hay una añoranza de un mundo pasado y perdón por la expresión pero una caspa en algunas descripciones, que parecen más propios de alguien nacido en 1880. Esta es quizás la parte más desconcertante para mí. Al principio pensaba que era un recurso sarcástico o que se trataba de un personaje que había vivido en 1920, pero luego me di cuenta de que no, que parece que no era esa la intención.
Comprendo que haya lectores que disfruten de este libro, pero a mí se me ha hecho larguísimo.
Comer, beber. No es solo eso es también disfrutar de ello, Encontrar los lugares apropiados, el día y por supuesto la compañía. Todo se encuentra entre las páginas del libro. Los viajes a las ciudades. Las calles donde encontrar ese refugio gastronómico. Esa mesa apropiada para un primer plato y seguir hasta el postre y la sobremesa. Un olor a guisos y fruta es lo que queda de esta lectura.
El libro es una colección de "miniensayos" de diferente extensión sobre comida y bebida agrupados por los meses del año. Peyró es bastante snob, lo que puede alejar a algunos lectores, pero lo cierto es que los ensayos están muy bien escritos, son divertidos y se aprenden cosas de un mundo desconocido para la mayoría. ¿Quién sabía que hay un par de meses al año en el que los huevos de gaviota son un codiciado manjar en los exclusivos clubs londinenses?
"A la época napoleónica le debemos el «poulet Marengo», una improvisación —según la piadosa leyenda— tras la batalla del mismo nombre, y sin duda con mucho más ringorrango que la etiqueta de «pollo entomatado» que podríamos haberle puesto por aquí con nuestro talento para el 'naming' (pensemos en lo grueso del nombre "atascaburras", por ejemplo)."
Comer no es ingerir, decía Azorín, y así nos lo recuerda Peyró. Me ha creado muchas necesidades y curiosidades para disfrutar aún más comiendo y bebiendo, de los placeres que nadie puede quitarnos (un poco la Covid dejándote sin gusto igual si, otra cabronada suya) No son horas y me tomaría un vino al terminar este libro.
Me chiflan los libros sobre gastronomía (no tanto los recetarios), aunque es un subgénero que tiende a sublimar un universo que detesto, ese lleno de cursilería que intenta hacer poesía con las copitas de Jerez frente a la bahía de Cádiz, las moquetas mullidas, las grandes casas de comidas, trata a los grandes chefs como "Ángel", "Jordi" o "Eneko", habla siempre sobre comer pero jamás sobre cocinar y sobre todo en el que las mujeres solo están presentes en frases como "en la vida hay que elegir: burdeos o borgoñas, rubias o morenas". Este libro tiene todo eso (la frase de las rubias y las morenas es literal) y después de leerlo tengo la necesidad de purgarme con un poquito de María Nicolau o María Arranz, pero pasa una cosa: Ignacio Peyró me cae bien. No le conozco, no le he visto nunca, creo que crucé un par de mails con él, pero me cae bien. Me trae lo mejor de Néstor Luján, de La casa de Lúculo de Julio Camba. No me parece un poser cuya fantasía es ser un señorito porque es un señorito de verdad, su snobismo hasta me agrada, no cae en la ridiculez de tantos y sobre todo, este libro es delicioso (guiño-guiño), tiene sentido del humor y las páginas dedicadas a la comida de los clubs ingleses o a los cítricos están escritas como los angelitos que decoran varios de los restaurantes de los que habla.
He revisitado mi revisión y paso de 3 a 4 estrellas. Me he dado cuenta que lo he revisitado muchas veces durante el año, que hay pasajes y aforismos que resuenan y que necesitan de una relectura periódica. Supongo que eso es indicativo de la calidad del libro. Si no se lleva la quinta estrella es porque en ocasiones me ha resultado repetitivo. Un estilo único, desde luego, que hace que tenga en mente comprarme su primer diario convertido en libro.
El libro consiste en un conjunto de artículos que tratan sobre gastronomía, restaurantes y clubes gastronómicos. Reconozco que el autor no escribe mal, pero no acabo de entrar en la cuestión. Me parece que el autor se pasa de sibarita y de nostálgico hablando de productos exclusivos y de restaurantes y otros lugares similares que ya no existen.
Dandismo contemporáneo, vocacional y explícito. Un libro simpático, sensible y lleno de afectos. Pedante a ratos pero después de digerido me ha dejado más gusto a queso manchego y a sopa de ajo que a cualquier otra cosa. Y guay, gourmet pero cercano.
“Es un aprendizaje interminable, que quizá comenzó el día que pasamos del colacao al café o tuvimos paladar para apreciar las alcachofas, y finalmente nos hace sabios para reconocer cuándo un tomate es un tomate. Por eso, si la cocina es memoria, también es anticipación.”
“-Vamos a ver, este restaurante ha conocido las guerras carlistas, la Gloriosa, dos repúblicas, una dictadura y una dictablanda, una Restauración y una transición. ¿No estará usted angustiada por echar el cierre? -Ay, hijo mío, es que entonces no existían las cargas sociales.”
“Lejana ya la ilusión adolescente, enterrados los sueños de poder y de gloria, cumplidos todos los posibles desengaños con uno mismo, llega un momento en el que las epifanías de la vida se resumen en un desayuno con calma y algo de sol.”
“A esto aludía Maugham al afirmar que, llegado un cierto momento, el amor, el poder y la gloria importan poco frente a un filete con patatas.”
“Muebles déco, sillones corridos en color verde Edimburgo y esa media luz que es de los mejor que le debemos al viejo siglo XX. Lo irónico es que no hacemos más que abrir locales que intentan parecerse a los que acaban de cerrar.”
Podría haber puesto otras 10 o 15 memorables. Gastronomía y un exquisito uso del español. Es magnífico (ya lo dijo Boyero).
(Creo que me aficionaré al subgénero de literatura gastronómica. ¿En qué he perdido el tiempo hasta ahora?!)
"Iván, Sofía, Tania y Nicolás son cuatro hermanos que ante la idea de que sus padres ingresen a su abuela en un asilo para ancianos deciden aliarse y tramar un elaborado e ingenioso plan para que cambien de opinión: «Proyecto abuelita». Ella resulta a veces un poco difícil, pierde las medias por el camino, siempre lleva las pantuflas de su hijo sujetas con gomas elásticas y un sombrero de plumas mustias que se desprenden por donde pasa. Es la primera en coger el periódico todas las mañanas y ya no hay nada que lo separe de su sobaco. Confunde caras, nombres y el día en el que vive. Cabezota y tozuda como sólo son las abuelas, vuelve loco a Henry, su hijo, y mucho más a Natasha, su mujer, que de origen ruso y llena de refranes en su idioma, es un verdadero carácter. Nórdica Infantil nos ofrece una novela divertida y llena de ternura, que reivindica la convivencia con los mayores con mucho humor y sabiduría. Anne Fine es una de las autoras de literatura infantil más reconocidas del mundo, con más de cuarenta libros publicados, ha recibido en dos ocasiones la Medalla Carnegie, el galardón más importante en Gran Bretaña para libros infantiles. Y fue nominada al Premio Hans Christian Andersen en 1998." Marta López
El vaig començar perquè la meva filla em va dir que l'havia vist i havia pensat immediatament que era per mi. I al començament... no. Trobava l'autor massa pedant, massa sibarita. Vaig llegir fins a l'abril (està estructurat en els mesos de l'any) i el vaig abandonar. I ara l'he tornat a agafar i he gaudit llegint-lo, he continuat trobant excessos de pedanteria, però els he interpretat com un gran coneixement de menjars, begudes i locals per part de l'autor. I està molt ben escrit, d'una forma culta i elegant. També m'imagino així a l'Ignacio Peyró, culte, elegant i bastant més gran dels quaranta-tres anys que té ara. Perquè tot en el llibre sembla com si ho hagués escrit algú de més edat.
He trobat algunes frases que em representen: "Cerveza (...) no hay bebida mejor «para pasar la vida». O para ver la vida pasar". "Sin cerveza, sentencia George Will, simplemente no hay civilización". "Todos los desayunos dignos de mención -gachas manchegas, sopas de ajo castellanas, migas aragonesas o extremeñas- coinciden en que uno se alimenta como si de inmediato tuviese que marchar a labrar".
Hacía tiempo que no leía un libro tan bien escrito en castellano que, a la vez, me haya dejado tan frío. Ignacio Peyró es uno de los mejores escritores del momento en España, y mira que es difícil ser tan snob sin caer en la reiteración o el hastío. Y el libro es snob que te caes de espaldas. Hasta un capítulo tiene sobre por qué no ser un snob del vino, que es una oda al snobismo vitícola.
Insisto, tiene mucho mérito hacer algo así manteniendo una redacción pulcra y sugerente como la suya. Es más, hasta imagino que este libro debe ser una delicia para quien, como a mí, le gusten los muy buenos escritores (como Peyró) y además entiendan la cocina, el comer y el beber como él (que no es exactamente mi caso).
Una lectura muy distinta a lo que estoy acostumbrada.He disfrutado con la cultura e inteligencia del escritor y también con su estilo..pero es un libro en el que creo que no he conseguido entender el fundamento hasta que no lo he acabado. En ocasiones me ha parecido que no tenia mucho contenido o que no me interesaba,otras me ha dado la sensación de ser el escritor algo presuntuoso o quizá ¿snob? Pero claro, luego pienso que esto es la literatura gastronómica.. ¿qué vas a contar? Y pienso en el libro y me parece una genialidad sacarte más de 250 páginas de la manga, escritas, a mi gusto, de forma impecable para hablar de gastronomía y manteniendo el interés. Lo único que sigo achacando es la continua mirada al pasado, siendo el escritor relativamente joven.
Un libro excepcional si te gusta la gastronomía y la buena mesa. Peyró desgrana con un lenguaje y un ritmo narrativo muy cuidado aspectos que hacen del placer de la buena mesa y el buen vino un motivo más para la celebración de la vida.
Quien ame la vida debe leer este libro. Quien ame la comida, debe devorarlo. Es una maravilla de principio a fin. Un gozo constante que te lleva a tus propios gozos, a las comidas de tu infancia y de tu historia y a las personas y los amores que hay detrás de ellas.
Divertido, inteligente y refinado testimonio de lo que fuimos o fueron y que debemos legar a los que nos sucedan, la comida y la bebida son aquí excelentes excusas para hablar del placer y la belleza.
No me gustan las ostras ni el caviar, ni pretendo que me gusten jamás. Mi paladar prefiere las papas “a lo pobre” con huevos fritos de mi mamá y hacer sopitas con un buen pan. Por lo demás todo ok con Ignacio Peyró.
Tiene fragmentos muy interesantes, con reflexiones certeras y escribiendo muy bien. Por otro lado tiene otras temáticas que particularmente me dan igual o que me resultan aburridas cuando se pone muy barroco. Pese a todo, muy interesante.
Tengo ahora mismo una sobredosis de esnobismo, no consigo entrar en el libro, todo me resulta tan pedante que acabo inmerso en el desinterés. Escribe muy bien, eso sí que es verdad, tiene otro libro por ahí estilo diario, seguramente le dé una oportunidad.
Libro muy agradable y muy bien escrito por Ignacio Peyró. Para degustar en una tarde de verano al sol después de una buena comida. Lo he recomendado mucho y ha interesado a mis amigos extranjeros.
Aunque, en ocasiones, adolece de un irritante exceso de barroquismo y pedantería, es un libro que, sin duda, disfrutará todo buen aficionado a la comida, a la bebida y a la historia.