Un recién nacido aparece abandonado en el último asiento del tranvía número catorce. Es Nochebuena y el vehículo surca cual cometa las vías hacia la periferia de una ciudad sin nombre. ¿Cómo ha llegado hasta allí? ¿Qué va a ser de él? Tal vez por caridad, por improvisación o por locura, alguien ha decidido confiar al niño a los brazos del mundo. Y el «mundo» que lo acompaña en ese primer viaje de su vida es esa parte de la existencia a la que no se le suele prestar atención, la mano de obra de la pobreza: un vendedor ambulante de paraguas, una joven prostituta africana, un muchacho negro sin papeles o un mago inmigrante que ha perdido la memoria. Un pesebre espontáneo y desharrapado que bien podría haber sido imaginado por Vittorio De Sica, y cuyas «figuras» considerarán que la aparición del niño es digna de un verdadero redentor: no descartan la idea de que aquel niño perfecto y perfumado de naranja no haya llegado por casualidad a ese lugar insólito y en ese día señalado, que no sea una posibilidad de salvación.
A la guisa de un Dickens del siglo xxi (y como ya hiciera de manera magistral en Los niños del Borgo Vecchio), Calaciura pone en primer plano las vidas minúsculas de esos llamados, en palabras de Eduardo Galeano, «los nadies», los hijos de nadie, los dueños de nada, los ningunos, los ninguneados: unas vidas huérfanas de todo y libres del vicio de la riqueza, pero también poseedoras de una resolución invencible. Su escritura nos sitúa en una atmósfera de fábula en la que la crudeza y el lirismo dan lugar a una prosa repleta de hallazgos que mueven y conmueven, que arrullan y arrollan al lector: un autor que comprende y recrea como pocos las dificultades de tantos para estar en el mundo.
Un bebé recién nacido aparece abandonado al fondo de un tranvía la noche de Nochebuena en el barrio más pobre de la ciudad. Conoceremos un poco de la vida de cada uno de los viajeros que están en el vagón en ese momento. Así como el misterio que envuelve al bebé abandonado.
Me aventuré a leer este relato por el título. Lo encontré disponible en Nubico y como este año me apetece leer cosas relacionadas con la Navidad me animé.
Está escrito de una forma increíble, con una calidad narrativa bastante importante. Es un relato que muestra las desigualdades sociales y la forma de vivir que tiene la gente que no posee más que lo puesto como aquel que dice.
Es muy corto, en mi versión digital tiene unas 70 páginas, se lee bastante rápido. Sin embargo, no sabría decir si me ha gustado. El argumento me ha parecido interesante, pero creo que se me ha quedado bastante corto.
Esta breve novela, no llega a 120 páginas, es un cuento de navidad que a mí me ha recordado a This is us, The Wire, El autobús perdido de Steinbeck y a Dickens. En un tranvía de una ciudad italiana sin especificar, la noche de navidad, en un tranvía que se dirige a la parte más lejana, más oscura y pobre de las afueras aparece un recién nacido abandonado. Es un pequeño bebe negro que descubre el mundo atado a un asiento. Al autobús van subiendo viajeros que llevan su historia encima, una historia que es siempre de pobreza, de miseria, con un pasado en el que tuvieron esperanza y un presente en el que no creen en el futuro. Un viudo con una joven prostituta, un mago con Alzheimer, un criado filipino, un vendedor ambulante, un joven emigrante ilegal, todos ven al niño y ese encuentro los une por un breve instante, les da una llama de esperanza... que se apaga.
No es una novela memorable. Se lee con agrado aunque con muchísima tristeza. Lo peor que puedo decir es que seguramente se me olvidará. ¿Corred a comprarla? No, pero si la veis en una librería de segunda mano o en la cuesta moyano o la encontráis en el Retiro porque allí dejaré yo mi ejemplar, leedla.
Breve, ma intenso, racconto di Giosuè Calaciura che non celebra un Natale di gioia e ricchezza, ma ci porta a tenere vigili e pronte le nostre coscienze per non dimenticare gli ultimi e, soprattutto, per non voltare la testa dall’altra parte.
Un relato corto, con escenas intensas que describen las difíciles y solitarias vidas de unos desconocidos que se encuentran por casualidad en un vagón de tranvía: inmigrantes, viudos, prostitutas, padres primerizos en paro,... Un caldo de cultivo para una historia navideña que tristemente me ha dejado fría.
Mais quel joli conte de Noël. Histoire de la nativité replacée dans le contexte d'aujourd'hui. je me trouvais bien choyée, au chaud, savourant un café pendant que se déroulait le récit de cette misère qui, ma foi, ne s'éteindra jamais. Ici, contrairement à Betty, la misère envahit toute la majeure partie du livre, raréfie l'oxygène et puis la magie du conte opère et un peu de lumière s'infiltre. J'ai également découvert les oeuvres de Gérard DuBois, l'illustrateur qui m'ont beaucoup plu.
"El relato 'El tranvía de la Navidad' de Giosue Calaciura se distingue por su notable habilidad para evocar una atmósfera de desesperanza y lucha en el contexto de la temporada navideña. El autor logra transmitir con eficacia la difícil situación económica y emocional de la pareja principal, que se encuentra inmersa en una serie de desafíos financieros y familiares. Este enfoque en la realidad cotidiana y la lucha por la supervivencia proporciona una representación auténtica y conmovedora de las dificultades que muchas personas enfrentan durante las festividades.
A pesar de que la desesperanza, la crisis económica y el deterioro del estado emocional de la pareja se desarrollan a lo largo del relato, el elemento central de la trama es el descubrimiento de un niño en un tranvía, lo cual sirve como motor para que el autor teja la historia de los personajes que se relacionarán con este hallazgo. Desde una prostituta hasta un hombre maduro, un joven, un mago y una enfermera, entre otros, todos se convierten en los protectores del niño.
Uno de los puntos más destacados del relato es su capacidad para crear una metáfora poderosa mediante el simbolismo. La pérdida de los cinco euros y la búsqueda desesperada de este dinero perdido representan la fragilidad de las relaciones familiares, la precariedad económica y la vulnerabilidad de los individuos en situaciones de crisis. Esta simbología agrega profundidad y significado a la historia, lo que permite a los lectores conectarse con la experiencia de los personajes.
No obstante, una debilidad de la historia podría ser su final abierto y ambiguo. A medida que el tranvía continúa su recorrido sin detenerse, dejando al lector con una sensación de incertidumbre, la historia no ofrece una conclusión clara ni responde a todas las preguntas que plantea. Esto podría dejar insatisfechos a algunos lectores, ya que podrían desear una resolución más definitiva. A pesar de esta ambigüedad, 'El tranvía de la Navidad' sigue siendo una narración efectiva que resalta la lucha contra la adversidad y las tensiones familiares en medio de las festividades.
Un récit qui décrit la vie de plusieurs personnages qui se retrouvent dans la tram n°14 autour d'un événement spécial. J'ai aimé suivre la succession de ses vies, pourtant bien tristes, cependant la fin m'a laissé pantois.
Qué forma más atrapante y aguda de crear, en poquitas páginas, personajes de los que deseas conocer mucho más y que darían para novelas largas todos ellos. Qué forma más precisa y descarnada de retratar la realidad de un sector de la sociedad que no queremos ver. Y el final... cero destripes, pero qué bien pensado y articulado está, para darle profundidad al conjunto. Me ha gustado mucho.
Un intreccio di storie e persone dalla vita difficile, gli "ultimi" a cui nessuno presta attenzione che danno vita a un presepe di anime alla Dickens. Un libro capace di tirarti un dritto nello stomaco. Lettura atipica per queste feste natalizie che consiglio.
La enfermera lo descubrió levantando la toquilla. Todos contemplaron la plenitud de su cuerpecito y empezaron a fantasear pensando cómo sería de chaval y luego de adulto, qué milagros llevaría a cabo en los barrios olvidados de la periferia, cuántos serían redimidos y salvados, cuántos cazados y castigados, y pensaron también cómo podrían librarlo del martirio al que seguramente ya estaba abocado.
Se sentían partícipes de la evidente santidad de aquel niño abandonado en un tranvía parecido a una cueva, testimonios improvisados y casuales de aquel nuevo Nacimiento que una vez más anunciaba bendiciones para los últimos y los más pobres, pues de ellos sería el reino de los cielos.
Giosuè Calaciura ha escrito en El tranvía de Navidad (editorial Periférica) no una versión actualizada de Canción de Navidad, de Charles Dickens, pese a las varias referencias que a esta obra se deslizan por sus páginas. Más bien ha querido trascender el mensaje de optimismo navideño para regalarnos los primeros capítulos de un nuevo evangelio apócrifo, una versión acorde a unos tiempos en los que la trata de personas, la migración, el racismo, la persecución del diferente o la desolación de los que quedan orillados a un lado del refulgente mundo de las redes sociales y el mainstream insultante se convierten en una realidad que, sin duda, puede no resultar muy diferente de los tiempos de la Judea ocupada por los romanos, ansiosa por encontrar un Mesías que reestableciera un orden, más imaginario que real, construido sobre una esperanza ciega, la que nace de la desesperación.
Precisamente para esta labor Calaciura está extraordinariamente dotado. No solo combina una habilidad para desarrollar una historia emotiva que no eluda la crudeza, sino que muestra un talento desbordante en el dominio de la lengua, de las alusiones simbólicas, de la capacidad para evocar en el lector impresiones duraderas o para combinar una imaginación desbordante que no contradice el realismo riguroso. No se puede obviar el mérito de la traducción de Natalia Zarco que dota de una belleza especial al texto.
En este tranvía aparece un recién nacido, envuelto en harapos, sin un llanto perceptible. En las últimas filas, colocado de manera que ni un frenazo ni una curva tomada de manera brusca puedan arrastrarle, golpear contra el respaldo del asiento delantero o arrojarle al suelo. Y esas precauciones no son vanas puesto que el vehículo tiene una larga ruta que va del centro de la ciudad, del centro de todas las cosas, del calor de lo vivido, de la familiaridad y el cuidado, al extrarradio, la periferia de todo, de la Vida, del amor y el cariño, lo más lejano del centro, allá donde apenas nadie se atreve a adentrarse sabiendo que es un espacio vacío de Dios.
De día reflexionaba sobre la injusticia de la vida y de la muerte, sobre la indiferencia de Dios y sobre la incapacidad de los hombres para gobernar su soledad.
No, aquel recién nacido no era fruto de un milagro de Navidad, dijo a los demás. También ellos tenían que estar seguros para no confundir su deseo de Dios con la injusticia de los hombres.
Una historia sin milagros y con la sola santidad del niño abandonado que, según la enfermera, debería haber arrancado a todos del éxtasis del falso pesebre tranviario, convenciéndolos de una vez por todas de la eterna ausencia de Dios, sin más promesas de salvación que las pequeñas ilusiones que nos ayudan a salir adelante, la mentira que nos distrae y nos condena a aceptar nuestra condición.
Ni siquiera el conductor, el uniformado representante del orden en su pequeño reino eléctrico es capaz de soportar la triste carga que porta. Y, por ello, se encierra con cerrojo en su cabina protectora, tapando los cristales con papel de periódico, para no ser visto, para no ver, como un Dios egoísta, que dirige los destinos de quienes se sientan a sus espaldas pero que nada le importan, que no quiere ser importunado por esos seres inferiores, esos malditos objetos de su trabajo consistente en transportarlos al fin del mundo.
Y a ese tranvía, el 14, número que coincide con la ruta de autobús que tantas veces yo he tomado en otra ciudad, no Palermo, más grande, más salvaje tal vez, van subiendo diversos personajes, lo más granado de la sociedad humana, arrojados a su interior por la necesidad o el agotamiento, camino de vuelta a sus lejanos y vacíos hogares, si es que tal nombre se puede aplicar a lo que está vacío, hueco. Lo más granado de la sociedad humana va subiendo en las diversas paradas de este viaje.
Una chica de color, enferma, agotada, que busca en su cuerpo, en su venta, el sustento que no puede lograr de otro modo. Y apenas le sirve para un intercambio de cuerpo por comida, su cliente, un local que se precia de no pagar por los servicios, por solo invitar a comer, creyendo que esto le redime de alguna manera, que no le rebaja a mero comprador de carne, pero que en su miseria tampoco tendría opción de buscar mejor oferente de lacer que la pobre muchacha con toda su belleza marchita y postulante. Unas vidas unidas por el pegamento de la desesperación, la necesidad mutua de quien se sabe ante la última oportunidad en una noche, la previa a la Navidad, en la que todo debería de ser diferente, pero que a todas luces no lo es.
De hecho, a ellos aquel niño les parecía de verdad el Redentor, con los adornos y los signos del mandato trascendente en clara evidencia. Incluso más que el Niño Jesús, porque este recién nacido no tenía ni siquiera la protección de la Sagrada Familia. Viajaba sin compañía, en la miseria de un tranvía más oscuro, frío e incluso peligroso que una cueva en Palestina.
Lo veían auténtico por su estado de abandono y soledad. Compartían el mismo destino de viaje, idéntico el viacrucis asfixiante del transporte público: no podía ser sólo una casualidad que a aquel niño tan perfecto y perfumado de naranja lo hubieran abandonado en aquel vagón en Nochebuena.
A menudo, también ellos habían sentido en su propia carne los síntomas de la santidad, el culmen del sufrimiento cotidiano, del agotamiento, de la intimidación, de la condena de ser pobre cuando los echaban como a unos mendigos de las terrazas de los restaurantes para librarse de la molestia de sus miserables comercios; en el momento en que les negaban el alquiler de una chabola por ser negros o extranjeros; cuando les recortaban el jornal porque habían dispuesto también de comida y alojamiento; cada vez que oían susurros con intolerables ofensas racistas que eran como puntas de lanza en el costado; cuando se vendían al mejor postor en los mercados de la prostitución o en los caminos de los sembrados en tiempo de cosecha; cuando por la noche, exhaustos, volvían a casa y miraban a sus hijos con tristeza y sin esperanza. En aquellos momentos, también ellos habían advertido en la palma de las manos la quemazón de los estigmas, el peso de la aureola en la cabeza, el destino de mártir de sus vidas.
Y también se sube al tranvía un mago perdido en las nieblas del Alzheimer, perdido en la vida, perdido en sus recuerdos, creyendo que todo cuanto ocurre a su alrededor es el fruto de sus actos mágicos, de su voluntad hoy ya perdida. Como perdida está también la voluntad del criado oriental de una mansión, que solo se siente mejor que el resto por su uniforme de gala, que en esta noche podrá llevar a su casa para que sus hijos le vean luciendo con orgullo la botonadura dorada. Pero solo él guarda el recuerdo de la terrible mancha de café que emborrona su blanca camisa, el símbolo de dónde viene, de su origen sucio, bajo, de que no hay forma de redención válida para su condición.
Tampoco parece haberla para el joven muchacho que ha pasado por el infierno de los desiertos africanos, del paso por el Mediterráneo, solo para llegar a otro desierto, una ciudad en la que la compañía de quienes le rodean solo sirve para inspirarle miedo, buscando siempre la soledad puesto que ni de los blancos ni de los compatriotas de dolor puede esperar algo que no sea violencia y desprecio. Y no es otra cosa lo que le ocurre al vendedor ambulante de paraguas, un anciano que aún ha de hacerse la vida por las calles del centro con su exigua mercancía, que siente un tremendo dolor por los zapatos nuevos que su hijo le ha regalado, sin tener el valor para mentirle y decirle que para su vida de caballero andante son mejores los zapatos bando y ya hechos a su pie, que los lustrosos y pequeños que le ha entregado.
La vieja, por caridad, por improvisación, por locura, decidió confiar al niño a los brazos del mundo.
Y cada uno que sube es llamado al fondo del tranvía, y la muchacha negra avisa con un susurro que hay un niño y todos se arremolinan a su lado, como para protegerlo, apenas se atreven a mirarlo pero se conciertan en su defensa cuando unos jóvenes fascistas suben en una parada y pretenden amedrentarles con sus insultos. Y el niño, o tal vez su propia dignidad repentinamente recobrada, les infunde fuerzas para hacerles huir en la siguiente parada, una victoria de la determinación, de la unión de los pobres y desunidos, de quienes no sabían que tenían a su alcance un arma tan poderosa.
El lector se sentirá invitado a subir a este tranvía, personificándose en cualquiera de estos personajes y otros tantos que irán subiendo, contando su historia, viviéndola con sus esperanzas puestas en el niño que ha aparecido como una epifanía en sus vidas, en esa noche mágica, en el momento más bajo de sus vidas abisales. Una lectura que no por breve resulta menos intensa, que arrastra con su inusitada belleza a un terreno en el que las letras actuales no acostumbran a moverse, no con tanta libertad al menos. Pero que nadie espere un final redentor, un Scrooge ganado por el espíritu de la Navidad, un triunfo de los fantasmas de las navidades pasadas, Giosuè Calaciura tiene un talento acorde a estos días que ya no son los del folletín del siglo XIX, y, desde luego, sabe estar a la altura de los tiempos que nos ha tocado vivir.
Lo buscaron también mirando por las ventanillas, en los balcones decorados de las fiestas, en las porterías vacías y oscuras como los ojos de los muertos, a lo largo de las persianas de las tiendas cerradas, en la intermitencia de los semáforos nocturnos, aliviados ya del cansancio de indicar el paso, en el espejismo del reflejo de las ventanillas de los coches aparcados. Lo buscaron en su propia desilusión cuando la estación final estaba próxima y se preguntaron qué harían a continuación, cómo afrontarían el resto de la noche, de la vida
La storia si svolge sul tram N.14 che attraversa la periferia di una città dai contorni indefiniti, alla Vigilia di Natale, come una luminosa cometa in una notte senza stelle. A fine giornata, un'umanità stanca e sconfitta sale sul tram, ognuno si porta dentro la sua storia intrisa di dolore e solitudine: una giovane prostituta africana con l'anziano e altrettanto disperato cliente, un mago a cui la malattia sta togliendo lentamente lucidità e dignità, un venditore ambulante di ombrelli, il cui figlio ha cercato una vita migliore all'estero, un'infermiera che ha appena perso un'amica preziosa, un clandestino che vive di espedienti, ai margini della società etc... Poi l'improvvisa scoperta di un neonato abbandonato in fondo al vagone, e tutti si raccolgono intorno al bambino, in una sorta di moderno presepe vivente, un momento di grazia, per vite dominate da violenza ed esclusione. Un racconto evocativo e fortemente simbolico fino alla fine, arricchito da una prosa delicata e suggestiva.
Un presepe in viaggio , ricco di persone con vissuti particolari . Il tram , stella cometa, che nasconde un tesoro. Il bambino o forse esigenza? Esigenza di trovare pace, amore e serenità e compagnia?! Lo si può leggere con diverse chiavi di lettura , d’un fiato sicuramente!! E leggendo di queste povere persone che hanno vissuto sulla propria pelle drammi diversi , non resta che l’amaro in bocca dell’ indifferenza della società odierna . Alle volte, anche un libro che può tenerci compagnia , è una ricchezza che non tutti possono permettersi.. ho “voluto” leggerci fra le righe un invito ad accostarci a ciò che circonda, a pensare che non tutto ci è dovuto , che siamo più ricchi di ciò che pensiamo e (perché no?!) che aiutare fa bene al prossimo e soprattutto a se stessi !
This entire review has been hidden because of spoilers.
Tiene un estilo muy particular que se lee con mucha facilidad. Los personajes se van sucediendo con el denominador común de su humildad. El final es simplemente maravilloso y permite que cada lector lo interprete a su manera.
Una storia che ha il sapore della fiaba, di quelle malinconiche e che incrinano il sorriso e non spezzano il cuore, quello no, ma di sicuro lo incrinano. Come “la piccola fiammiferaia”, anche qui io ci ho sentito il freddo, la fame, la stanchezza, ma anche la luce che è tanto quella del pantografo che fa scintille, quanto quella dei fari del tram che si muove su binari prestabiliti in un identico andare da un capolinea all’altro. Il tram è il 14 e si è alla vigilia di Natale: al suo interno le vite di chi è al margine della società, chi è emarginato, dimenticato, sfruttato o volutamente invisibile. Ci sono la ragazza nera e l’uomo bianco e vecchio che la compra per un gateau di patate, c’è il William che è arrivato dall’Africa per cercare la sorella e che si affeziona un coniglio bianco. Ci sono l’infermiera che si prende cura di chi è solo e ha ricevuto in regalo “Canto di Natale”, i ragazzi con la spilla dello scarabeo, Noel che fa il domestico e viene ribattezzato Filippo perché filippino dalla padrona di casa. C’è l’anziano venditore di ombrelli con ai piedi un paio di mocassini troppo stretti, regalo del figlio partito per la Germania, e che ha il terrore di morire coi calzini bucati. Ci sono un padre poverissimo che cerca 5 euro per riavere a casa moglie e figlia, e un autista di che si isola dai passeggeri e pensa a quanto sarebbe bello uscire dai binari prestabiliti, e c’è un mago che non sa più fare magie perché l’alzheimer ha iniziato a scombussolargli i pensieri e il mondo. Ma soprattutto c’è un neonato che osserva le luci che scorrono e non piange, legato a uno dei sedili da mani che l’hanno aiutato a nascere e che lo spediscono nel mondo con grande consapevolezza di quel che troverà, o forse, con un moto improvviso di speranza. Il neonato è il fulcro della storia, quello che catalizza intorno a sé il gruppo di persone che la sera sale sul tram, è il faro luminoso, è il bambin Gesù in una grotta di lamiere, è il miracolo di chi nei miracoli ha smesso di credere da un pezzo.
Dickens viene spesso citato e questi personaggi ricordano i suoi. Disperati e senza più speranza, ma vivi e non ancora, e non del tutto, vinti; di scuro capaci di umanità e di meravigliarsi.
“Il tram di Natale” mostra l’aspetto meno bello di questa festa, ma non meno “potente” e miracoloso. Seppur breve è intenso e mostra uno spaccato di società che spesso preferiamo ignorare, ma che esiste.
(Proprio mentre scrivo mi torna in mente la signora russa che viene qui in facoltà a cercare calore e riparo dal freddo che inizia a pungere e che chiede se conosco qualcuno che ha un condominio così che lei possa dormire nell’atrio. O la signora che chiede la carità lungo il corso d’Augusto. O il venditore d’ombrelli che parla dialetto e sorridendo dice “t’al vù?” (lo vuoi?). Penso che ognuno di noi sia possa ritrovare i personaggi del romanzo semplicemente guardandosi intorno.)
Mi è piaciuto moltissimo, mi ha ferito e commosso allo stesso tempo e mi chiedo chissà dov’è andata la stella cometa- tram. Spero in un posto migliore, dove ognuno di loro è amato, felice e protetto: una magia di Natale.
5 stelle e grazie a Veronica che mi ha fatto conoscere questo libro!
"Agitava le manine perfette, lavori di natura benfatti, con le palme rosate che sembravano frutti appena sbucciati in contrasto con la pelle nera come il buio di quella notte, ancora lucida dei liquidi della nascita, ancora sporca dei resti di placenta e di cordone tagliato con la fretta della fuga un po’ più in alto dell’ernia ombelicale. Molti avrebbero detto che era quello il tratto distintivo – il segno – che lo rendeva diverso da ogni altro neonato abbandonato sui mezzi del trasporto pubblico."
Se leggere un libro che ha nel titolo la parola Natale vi sembra fuori tempo, ricordatevene quando sarà dicembre: perché questo librino (77 pagine) è un regalo perfetto, per gli altri o per se stessi. Fra reminiscenze dickensiane e un linguaggio poetico e dolce, una piccola favola che si svolge su un tram di un'anonima città durante la notte del 24 dicembre: un tram, il numero 14, che d'abitudine viaggia con le luci interne spente poiché il suo conducente vuole agevolare il sonno dei poveri cristi stanchi e malmessi che trasporta durante le ore notturne. C'è l'africana che per una porzione di gateau di patate vende il proprio corpo, e il suo miserabile cliente. Di lì a poco sale il clandestino William che vive di espedienti, poi il cameriere Filippo - che non si chiama Filippo ma è filippino e alla signora presso la quale lavora il nome è parso più appropriato di Noel -, che ancora indossa la giacca bianca con i bottoni dorati con la quale aveva servito la cena. Con lui sale sul tram un anziano decisamente in malarnese che porta sulle braccia un carico di ombrelli che, nella giornata sfortunatamente soleggiata, non è riuscito a vendere. E poi un mago che, malato, ha perso la destrezza e la lucidità che gli consentivano le magie che gli davano di che vivere, e un ragazzo che cerca affannosamente i soli 5 euro con cui sperava di mettere insieme la cena per la compagna e la figlia, e che disgraziatamente ha perso. A tutti la ragazza africana dice 'C'è un bambino' ma nessuno le fa caso, le sue parole rimangono confuse con il rumore delle porte del tram che si aprono e si chiudono. Il bambino però c'è davvero, è un neonato avvolto in misere coperte legate alla spalliera di un sedile perché non rischi di scivolare giù. Solo un'infermiera, salita per ultima, stanca dopo la giornata di doppio lavoro, dà retta alla ragazza e si china a osservare il bambino. Per coincidenza, ne conosce la storia e di vista conosce anche la giovane mamma che lo ha affidato alle "cure" di un tram poco dopo averlo partorito. E i viaggiatori si raccolgono attorno al neonato in una sorta di presepe vivente. Come finirà questa storia? Ecco, il finale è un po' la nota dolente del librino, inatteso e poco comprensibile. Ma è una fiaba, alla fine, e spesso le fiabe hanno poca verosimiglianza (ma, forse, qualche metafora)...
Una piccola luce nel cuore più buio della città: è il tram numero 14 che nella notte di Natale viaggia nell'estrema periferia di un luogo senza nome. Sistemato con cura su un sedile accanto alla cabina del conduttore, c'è un neonato abbandonato: avvolto in una coperta stretta con un nodo allo schienale, la pelle nera ancora sporca dei resti della placenta e di un taglio frettoloso del cordone. Così si apre Il tram di Natale, il breve romanzo di Giosuè Calaciura pubblicato da Sellerio nel 2018.
Il neonato diventa il centro fragile di una sorta di presepe urbano fatto di poveracci, sconfitti, anime che nessuno vede, a cominciare dall'autista del tram, trincerato nel suo gabbiotto, dietro un muro di giornali. Salgono ad uno ad uno, una fermata dopo l'altra: la prosti.tuta africana e il suo disgraziato cliente, il clandestino che vive di espedienti, l'artista malato che non può più esercitare il suo mestiere di mago, l'infermiera disperatamente sola, il padre che non ha di che sfamare la famiglia; e tutti insieme si stringono attorno al bambino con lo stupore e la tenerezza che la nascita porta sempre con sé, anche in condizioni estreme.
Se fossimo a teatro, essi sarebbero il coro di una tragedia greca: un personaggio collettivo che si muove attorno all'eroe, narra gli eventi passati e si interroga sul destino del protagonista.
A dispetto del titolo, questo non è un romanzo sul Natale: è una storia che parla del bisogno degli uomini di essere accolti dall'amore di qualcuno, anche solo per una notte, del loro desiderio di trascendenza, dell'illusione e della disillusione, della promessa mai mantenuta che qualcosa possa cambiare.
Una storia che lascia aperta una domanda difficile: migrazioni, povertà, solitudini sono ferite che il mondo vuole davvero prendersi il tempo di curare?
Non esagero nel dire che questo è probabilmente uno dei libri più belli che io abbia letto quest’anno, così toccante e denso di profondità nonostante le sue sole 107 pagine. “Il Tram di Natale” è ciò che si potrebbe definire a tutti gli effetti un tradizionale racconto di Natale, i cui elementi tipici si evincono sin dalle prime pagine, primo fra tutti l’evidente iniziale richiamo alla Natività. A radunarsi attorno al piccolo neonato non sono, in questo caso, i suoi familiari o i tre Re Magi, ma invisibili anime della notte, i così detti “ultimi”, coloro che occupano l’ultimo gradino della piramide sociale. Poveri, prostitute e immigrati, le cui vite si assomigliano per certi versi, accomunate dalla sofferenza e dal fatto di essere, per l’appunto, invisibili al resto del mondo, o addirittura disprezzati quando il mondo decide di degnarli del proprio sguardo. Non è un libro moralista, fatto di perbenismi e buoni sentimenti; racconta la quotidianità di chi vive ai margini della società, scavando a fondo nel suo passato e restituendo al lettore un presente fatto di paure e sogni infranti. Leggendo fra le righe, ci si ritrova inevitabilmente a paragonare il viaggio della Sacra Famiglia a quello di tante altre famiglie immigrate, ed è impossibile, pensando al piccolo trovatello del tram, non chiedersi che cosa vi sia di tanto differente fra lui e Gesù Bambino, nato da genitori in fuga da un paese ormai non più sicuro e in cerca di un futuro migliore per la propria prole. Il lavoro di Calaciura è un risveglio di coscienza, un invito alla consapevolezza raccontato con la delicatezza di una penna attenta e sensibile, in grado di cogliere anche le sfumature più nascoste dell’animo umano. Un gioiello di Natale da leggere tutto l’anno, per non dimenticarsi mai della propria umanità.
Bello, ma..! Il breve racconto di Calaciura mi ha lasciato tanta tristezza e dolore.
I racconti di Natale dovrebbero in qualche modo donare un po’ di gioia, invece qui ho avvertito solo una lieve speranza, e molta sofferenza.
Il Natale di Calaciura non è quello ricco dei meravigliosi pranzi, dei grandi addobbi, dei bellissimi regali. No, è il Natale di chi una casa non ce l’ha, dei bistrattati, di chi sopravvive, dei dimenticati. Ma nella notte di Natale il tram 14 accoglie tutte queste persone, che si raccolgono vicino a un bambino abbandonato proprio su uno dei vagoni.
La presenza del neonato riunisce tutti gli emarginati della società, quasi come un presepe, lì in adorazione di questo piccolo che infonde tenerezza tra quelle vite spezzate, consumate e ridotte in briciole.
La cosa che forse non ho apprezzato di questo racconto è stata la sofferenza di queste persone forse troppa, quasi esasperata, ma allo stesso tempo l’autore ci mette di fronte a una realtà che a volte dimentichiamo o che, peggio, non vogliamo vedere, ricordandoci che il Natale non è solo la nostra felicità, ma dovrebbe essere condivisa anche con chi è meno fortunato.
Nella notte di Natale, di un anno imprecisato e in una città non chiaramente identificata, un tram percorre le strade semibuie, come suo solito. Il tram raccoglie a ogni fermata i passeggeri, che costituiscono un mix ben variegato di etnie e di storie personali: è il popolo dei lavoratori sfiniti e degli emarginati. Tutti, chiusi nel proprio mondo interiore, ricordano, riflettono sulle proprie esistenze, sono amareggiati e sconfitti. Poi, a uno a uno, sono attirati da un rumore che arriva dal fondo del tram e contemplano annichiliti lo spettacolo insolito, non sanno cosa fare di preciso, sanno solo che devono coalizzarsi ed evitare il male...mentre il tram continua il suo infinito percorso. Si tratta di una sorta di fiaba moderna, con personaggi attuali e vividi. Ma è una lettura insolita, perché predispone il lettore alla malinconia!
No sé qué decir del cuento, creo que fue ambicioso decir que es como un cuento de Dickens. Hay una exageración en la posición social, aborda la pobreza y quiere ser transgresor al poner la cotidianidad del grupo de personas que encuentran a un bebé negro abandonado, esto se me hizo cliché las historiaos se desarrollan a la par, pero no se unen, me gusta cuando la prosa es cuidada, pero en este caso es usada mal, no genera esa cadencia o arte, la hacen pesada para un cuento, La magia navideña y la parte religiosa se queda a medias, esta última es refutada por la enfermera, pero es fantasiosa. Los personajes no tienen desarrollo y el final, no me gusto quería sonar realista ¿Qué más real sería encontrar a un bebe recién nacido abandonado?
Un recién nacido aparece abandonado en Nochebuena en el último asiento del tranvía 14, que se dirige a los barrios periféricos y pobres de una ciudad sin nombre. La imagen provoca que se piense en el portal de Belén y así lo imaginarán los pobres y desvalidos que se montan en el tranvía y que, al descubrirlo, lo adoran a su manera, imaginando que es el milagro que esperan en sus vidas. Algún pequeño milagro ocurre y el final de este breve libro es inesperado, probablemente porque no puede concluir de otra manera. Escrito con ternura y lirismo mezclado con una denuncia social cruda, la descripción de los personajes elegidos es original y conmovedora.
C'est la veille de Noël, et dans le tramway qui quitte la ville pour se diriger vers la banlieue, les personnes qui montent à chaque arrêt amènent avec elles leur vie de misère. Lorsque l'une d'elle se rend compte qu'un bébé a été abandonné sur l'un des sièges à l'arrière, un attroupement se forme autour du nouveau né et ce qu'ils ne pensaient pas pouvoir faire en solo va finalement arriver grâce à la force du groupe. Cette nouvelle est très étrange. La narration est plutôt hachée mais c'est sans doute pour mieux plonger le lecteur dans les tourments des différents personnages dont la vie est compliquée. Je n'ai pas été complètement convaincue par ce conte de Noël... En bref : bif bof.
Calaciura tiene una preciosa prosa que engancha desde el primer párrafo.
En este cuento los personas son parte del lumpen de las grandes ciudades europeas: pobres, extranjeros, marginados, sufridores, solitarios, aislados, con vidas sometidas a grandes vejaciones que les han apartado de la sociedad. Nos hace una perfecta radiografía de la vida de estas personas, a la que generalmente se le da la espalda.
Este cuento de Navidad, a diferencia del de Dickens, no acaba con una sonrisa en la boca y una moraleja positiva.
This entire review has been hidden because of spoilers.
"Pese a ser limítrofes con el centro de la ciudad, próximos a las arterias y las avenidas donde todas las calles brillaban con la iluminación de las fiestas, en realidad se sentían ajenos a todo, abandonados como bebés mortinatos, prisioneros por los siglos en el limbo, marcados por el pecado original, sin condena y sin paraíso, grises y olvidados, con una única esperanza: que alguien rezase por ellos."
Un libro corto pero impactante emocionalmente, dando luz a las esperanzas ocultas de aquellos que por una razón u otra han sido abandonados por la sociedad, me rompió el corazón.
Une revisite de la Nativité dans un tram, où les visiteurs de l’enfant nouveau-né ne viennent pas avec des cadeaux mais des fragments de leurs vies brisées par la misère, la pauvreté, le racisme, la maladie, la prostitution… 2 ⭐️ car c’est remarquablement bien écrit et si l’objectif est de vider son cœur de toute joie et de l’emplir de désespoir : c’est réussi. Un texte à ne (surtout) pas lire à Noël, mais qui épouse très bien la mélancolie d’après-fêtes.
"Il tram di Natale" di Giosuè Calaciura Un "Canto di Natale" di denuncia e di impegno. "Quando il tram passò, quelle scintille inaspettate e festose apparvero come la coda luminosa di una stella cometa - così bassa e radente, così poco cosmica, così umana - e decisero che quella era la notte attesa nel silenzio delle loro case ..."
Ho dovuto comprare questo libro per la scuola, inizialmente era molto lento poi perfortuna si riprende e alla fine è anche molto scorrevole e significativo. L'ho finito in un giorno. Ho capito solo alla fine del libro che le varie storie rappresentano il presepe!!