Un cuaderno de bitácora para afrontar la vida de un modo nuevo. Una respuesta a la pandemia a través de la escritura. Tras un cataclismo de colosales dimensiones provocado por algo minúsculo que lo contagia todo, una voz reflexiona, urde, recuerda o recita, tal reza. Percibe que, bajo la crisis mundial desatada por la pandemia, se esconde en el fondo otra enfermedad epidémica más local pero de análogas dimensiones, o quizá hasta de mayor la de nuestros modos de vida, la de nuestra relación con la realidad y con las palabras. La voz, un puro ejercicio de razón, va desgranando temas y variaciones en una melodía moral que a veces se modula narrativamente y otras como un monólogo teatral o una indagación poética o filosófica, y donde todos los registros, desde el más grave hasta el humorístico, se van trenzando en una suerte de arte de la fuga conceptual y musical a la par. Bajo el título genérico de La vida pequeña, J. Á. González Sainz emprende una suerte de dietario, de cuaderno de bitácora, compuesto por breves textos íntimos en busca de un nuevo modo de mirar y vivir. Es como una caja de píldoras meditativas, o un collar de cuentas que se pueden leer hiladas desde el principio o incluso sueltas, al azar. El proyecto está planteado como una trilogí El arte de la fuga es la primera entrega, a la que seguirán El arte del lugar y El arte del instante. Este es un libro contra la aceleración, contra la pérdida de realidad y la banalidad, contra la desatención y la mentira y contra las muchedumbres. Frente a las colosales dimensiones de todo ello en nuestras vidas, «la vida pequeña que no sé si propongo o me propongo o más bien busco o imagino o qué sé yo qué», dice el texto, «guarda relación con una nueva heroicidad que tal vez podría llamarse alegría, la heroicidad de gustar alegrías más altas». Aún faltan esos héroes, escribió Hölderlin, de cuya mano (igual que de la de Machado, Montaigne y Handke, Séneca o Camus o Rilke, con quien a Stefan Zweig le encantaba pasear porque reparaba en cualquier pequeñez), el autor, o más bien «el atento, el aproximado», emprende su denodada búsqueda literaria y filosófica. Otros muchos autores le acompañan, por ejemplo Thoreau o Stevenson, de quien una cita sirve de pórtico y declaración de «Tenemos tanta prisa por hacer, por escribir, por adquirir velocidad, por hacer nuestra voz audible un momento en el desdeñoso silencio de la eternidad, que nos olvidamos de una cosa, de la que esas otras solo forman parte, es decir, de vivir.» Una obra de orfebre, destilada con afinado oído para la lengua, hecha de pensamientos sosegados o de imaginaciones disparatadas y recuerdos, en busca de un modo nuevo de afrontar la vida y la «huir a lo real», leemos, «desbrozar las fantasmagorías y la inacabable filfa del barullo de nuestros días para escabullirse a la ligereza del asiento de lo real».
J. Á. González Sainz es natural de Soria (1956) y vecino actual de Trieste (Italia). Ha vivido también en Barcelona (donde se licenció en Filología), Madrid y, casi veinte años, en Venecia. Anagrama ha publicado el libro de relatos Los encuentros y la novela Un mundo exasperado (Premio Herralde): «El absoluto convencimiento de que el tiempo jugará a favor suyo y que dentro de unos años hablaremos de esta obra de González Sainz como lo hacemos hoy de El Jarama, Tiempo de silencio o la obra de Juan Benet» (Salvador Clotas, Letra Internacional). Después publicó Volver al mundo: «Una novela de extraordinario espesor que en su vastedad parece querer abrazar la totalidad de lo real» (Claudio Magris, Corriere della Sera); «Una novela de las de quitarse el sombrero» (S. Sanz Villanueva, Revista de Libros). Y Ojos que no ven: «Termino el libro en un cierto estado de sonambulismo y regreso a la primera página para fijarme con más cuidado en su meticulosa construcción. Me acuerdo siempre de Cyril Connolly: literatura es algo que ha de ser leído al menos dos veces» (Antonio Muñoz Molina, El País); «Ojos que no ven es una historia de conflictos personales y universales enlazados, coherente con las propuestas literarias dominadas por la exigencia, el rigor y la intensidad de las tensiones... Pasado y presente están estrechamente vinculados, para tender uno de los muchos puentes presentes en la novela, aquí el que une la Guerra Civil con el terrorismo de ETA» (J. A. Masoliver Ródenas, La Vanguardia).
Qué rabia me da puntuar tan bajo este libro. Era un regalo que me hacía mucha ilusión devorar. Y es una pena, porque sé que hay reflexiones e impresiones maravillosas, pero su estilo me impide apreciarlas. Ya sé que un escritor tiene la capacidad de encadenar una subordinada tras otra, de usar expresiones tan arcaicas que, si soplas, sale polvo y de escribir una oración de dieciséis líneas que te impide respirar con normalidad. No obstante, que la lengua lo permita no debería ser motivo suficiente para pensar que es una buena idea.
Este libro no solo ha sido una lectura, ha sido una experiencia íntima y reconfortante. Desde la primera página sentí que me invitaba a entrar en un espacio distinto: como si estuviera en una cabaña de madera, con la chimenea encendida, una manta sobre las piernas y un chocolate caliente entre las manos, escuchando las historias de alguien que ha vivido mucho y sabe mirar la vida con calma.
El autor escribe con una serenidad que se contagia. Cada reflexión parece una conversación pausada, sin prisa, como esas charlas que se alargan porque nadie quiere que terminen. Me hizo pensar en lo que realmente importa: la belleza de lo pequeño, lo cotidiano, lo auténtico. En un mundo que corre demasiado, este libro es un recordatorio de que la verdadera riqueza está en detenerse, observar y agradecer.
Quizá lo que más me ha tocado es esa sensación de sabiduría sin arrogancia, de alguien que comparte no para impresionar, sino para acompañar. Es un libro que no se lee, se escucha. Y cuando lo cierras, te queda la sensación de haber estado en buena compañía.
Para mí, este regalo no ha sido solo un libro: ha sido un abrazo en forma de palabras. Y eso lo hace aún más especial.
Es un libro refugio. Se agradece leer de vez en cuando algo que, simplemente al abrirlo, ya te indica otro ritmo y otra forma de leer. Estos pequeños textos o postales se saborean más, hacen de espejo con la vida propia y lanzan muchas preguntas. Tal y como va el mundo ahora, este libro calma, centra y descubre las cosas importantes que se nos suelen olvidar. Lo he regalado tres veces ya.
Hay libros que te sacuden dentro, que acarician las certezas a contrapelo, que despiertan ideas dormidas. Escrito con un lenguaje sencillo e impecable, un libro que impele a la reflexión, a volver a lo sencillo, a la "vida pequeña".
El escritor y periodista Guillermo Busutil, Premio Nacional de Periodismo Cultural, recomienda este libro en El Ojo de Gutenberg, un espacio personal en nuestro canal de Youtube.
Magnífico libro, que despierta la mente, anima a reflexionar en cada fragmento y contribuye al crecimiento personal desde un punto de vista filosófico pero de una forma cercana, amable e incluso a ratos próxima al humor. Muy recomendable en estos tiempos de prisas, pantallas y palabras vacías para recuperar el lenguaje y la vida auténticos.
No he podido acabarlo. Aunque está bien escrito, me ha resultado lento, quizá porque como el libro indica, estoy ya acostumbrada a un ritmo de vida más rápido. Quizá no ha sido el momento, quizá tenga q madurar un poco más para poder disfrutarlo, quizá …
He terminado de leer el libro que tenía empezado desde el año pasado.
Me ha parecido que es una suerte de meditaciones pero tremendamente denso, con un estilo que roza lo pedante en algunas ocasiones y al que he visto carente de estructura para poder seguirlo con interés.
Tal vez lo hubiera disfrutado más si lo hubiese leído más pausadamente y disfrutando mejor de sus capítulos; pero la verdad que me ha decepcionado bastante para las espectativas que le tenía
Agrupación de postales, o pequeños relatos, en los que el autor reflexiona acerca de la sociedad presente, el ritmo de vida, la libertad consecuencia de la desconexión o el impacto de la tecnología.
Preferible leerlo en días alternos, tratando cada capitulo como asunto aislado. Si, cada uno de ellos son parte de un todo, pero a la vez, poseen el peso suficiente como para saciar al lector en si mismos. Y más en aquellos puntos en los que el autor, reconociendo él mismo su tendencia a la escritura enrevesada, llega a ser algo denso y costoso de digerir.
No deben estos capítulos hacer perder la confianza al lector, ya que al siguiente punto (si no son dos) el autor vuelve a encontrar el tino en tema, reflexiones y tempo, y nos regala reflexiones que por su sentido común, divertido vocabulario y necesidad histórica, es un placer encontrarse.