Este volumen recoge dos conferencias y un artículo redactados por Oscar Wilde entre 1883 y 1885. En ellas, el autor de El retrato de Dorian Gray desarrolla una visión de la estética, el arte y la indumentaria desde el humor, la inteligencia y una extraordinaria capacidad de observación que abarca desde el miriñaque hasta la escultura de la Grecia clásica, pasando por la Alta Costura o los usos, costumbres y gustos de la sociedad estadounidense.
Esta nueva traducción incluye un prólogo escrito por Carlos Primo, periodista especializado en moda y diseño que contextualiza los textos en su época, en la biografía de Wilde y en las transformaciones del gusto y la moda sucedidas a finales del siglo XIX.
Tres conferencias en las que el autor de ‘El retrato de Dorian Gray’ arroja una mirada insólita, llena de humor y agudeza, sobre el arte, el diseño y la moda de su época.
Oscar Fingal O'Fflahertie Wills Wilde was an Irish poet and playwright. After writing in different forms throughout the 1880s, he became one of the most popular playwrights in London in the early 1890s. He is best remembered for his epigrams and plays, his novel The Picture of Dorian Gray, and his criminal conviction for gross indecency for homosexual acts. Wilde's parents were Anglo-Irish intellectuals in Dublin. In his youth, Wilde learned to speak fluent French and German. At university, he read Greats; he demonstrated himself to be an exceptional classicist, first at Trinity College Dublin, then at Magdalen College, Oxford. He became associated with the emerging philosophy of aestheticism, led by two of his tutors, Walter Pater and John Ruskin. After university, Wilde moved to London into fashionable cultural and social circles. Wilde tried his hand at various literary activities: he wrote a play, published a book of poems, lectured in the United States and Canada on "The English Renaissance" in art and interior decoration, and then returned to London where he lectured on his American travels and wrote reviews for various periodicals. Known for his biting wit, flamboyant dress and glittering conversational skill, Wilde became one of the best-known personalities of his day. At the turn of the 1890s, he refined his ideas about the supremacy of art in a series of dialogues and essays, and incorporated themes of decadence, duplicity, and beauty into what would be his only novel, The Picture of Dorian Gray (1890). Wilde returned to drama, writing Salome (1891) in French while in Paris, but it was refused a licence for England due to an absolute prohibition on the portrayal of Biblical subjects on the English stage. Undiscouraged, Wilde produced four society comedies in the early 1890s, which made him one of the most successful playwrights of late-Victorian London. At the height of his fame and success, while An Ideal Husband (1895) and The Importance of Being Earnest (1895) were still being performed in London, Wilde issued a civil writ against John Sholto Douglas, the 9th Marquess of Queensberry for criminal libel. The Marquess was the father of Wilde's lover, Lord Alfred Douglas. The libel hearings unearthed evidence that caused Wilde to drop his charges and led to his own arrest and criminal prosecution for gross indecency with other males. The jury was unable to reach a verdict and so a retrial was ordered. In the second trial Wilde was convicted and sentenced to two years' hard labour, the maximum penalty, and was jailed from 1895 to 1897. During his last year in prison he wrote De Profundis (published posthumously in abridged form in 1905), a long letter that discusses his spiritual journey through his trials and is a dark counterpoint to his earlier philosophy of pleasure. On the day of his release, he caught the overnight steamer to France, never to return to Britain or Ireland. In France and Italy, he wrote his last work, The Ballad of Reading Gaol (1898), a long poem commemorating the harsh rhythms of prison life.
Ningún objeto es tan feo que, bajo ciertas condiciones de luz y sombra, o de proximidad a otras cosas, no resulte bello. Ningún objeto es tan bello que, bajo ciertas condiciones, no resulte feo. Creo que al menos una vez cada veinticuatro horas lo bello resulta feo y lo feo resulta hermoso.
me ha resultado bastante interesante y todo lo que comenta respecto a la moda se puede extrapolar a la actualidad, aún así suelta varios comentarios que te dejan con las patas colgando
Una esperaría una puesta en valor de lo exuberante y la frivolidad por la frivolidad por parte del padre primigenio de las ideas de lo camp (al menos según susan sonntag), sin embargo son los argumentos que los sectores más reaccionarios en la crítica estética y artística actual usarían, hilados, sin embargo, con un estilo exquisito. Es gracioso ver cómo los victorianos tenían la misma noción de denostar su contemporaneidad y tildarla de fea, igual que se hace ahora con lo propio, mientras que idolatramos lo que ellos tildaban de "vulgar". Una lectura entretenidísima y preciosamente escrita de opiniones con las que estoy en profundo desacuerdo.
oscar wilde me admiraría tanto por buscar la belleza allá donde voy cuando tengo que ir todos los días a la upv-ehu......
la primera conferencia de las tres que forman este libro ha sido mi favorita, siempre es un placer leer cualquier texto de oscar sobre arte 💙
la segunda, sobre los vestidos y prendas, me ha recordado a su ensayo "the truth of masks". da vértigo pensar en cómo el mundo ha cambiado tanto en tan poco tiempo y se ve cómo, ya entonces, se vislumbraba el destino del consumismo y sus efectos en algo tan cotidiano como la ropa.
la última es sobre su viaje a estados unidos y lo termina hablando positivamente del país, lo que demuestra que hasta oscar wilde puede decir una estupidez enorme.
mi frase fav: "un enano de un metro de alto con un sombrero de seis codos en la cabeza seguirá pareciendo, pese a todo, un enano de un metro."
Tal y como recuerda Carlos Primo en el prólogo de este pequeño tomo titulado “Las Leyes de la Belleza“, una de las primeras declaraciones que alimentaría el fuego del mito de Oscar Wilde fue la siguiente: “Cada día me resulta más y más difícil estar a la altura de mi porcelana china“. En estas escasas palabras queda sintetizada la visión del autor al respecto de la belleza, la estética y la moda, tres preocupaciones que transportó no solo a su obra escrita, sino que supo convertir en un arte en su propio vida. Que es como hay que vivir el arte. Y la vida.
Al fin y al cabo, la figura de Wilde no solo ha sido recurrentemente utilizada para hablar de la estética de la segunda mitad del siglo XIX, sino que sus palabras han sido, son y serán constantemente citadas para elevar artículos, discursos y declaraciones de todo tipo. Es por eso mismo por lo que resulta tan pertinente que la editorial Carpe Noctem haya publicado “Las Leyes de la Belleza“, un tomo de pequeñas dimensiones (no llega a las 80 páginas) que, además del mencionado prólogo de Carlos Primo, incluye dos conferencias y un artículo redactados por Oscar Wilde entre 1883 y 1885.
Aquellos fueron los años en los que el escritor regresaba a Gran Bretaña tras una gira por Estados Unidos en la que ofreció todo un conjunto de conferencias en torno a la temática de la estética. No es de extrañar, entonces, que uno de los textos precisamente verse sobre las “Impresiones de América” por parte del mismo Wilde, con una capacidad sublime para capturar un rasgo yanki que ha acabado por convertirse en el pan nuestro de cada día: “Todo el mundo parece tener prisa por coger un tren. Este es un estado de ánimo que no es favorable a la poesía o el romance. Si Romeo y Julieta estuvieran en un constante estado de ansiedad por los trenes, o si sus mentes hubieran estado agitadas por el tema de los billetes de vuelta, Shakespeare no podría habernos dado esas encantadoras escenas del balcón tan llenas de poesía y patetismo“. ¿Te suena de algo?
La chicha de “Las Leyes de la Belleza“, sin embargo, está más bien en los otros dos textos aquí incluidos: “Conferencia a unos estudiantes de arte“, alrededor del propio concepto de belleza dentro del arte; y “La filosofía del vestido“, centrado directamente en el mundo de la moda. Porque, mientras que las apreciaciones de “Impresiones de América” se sienten más ancladas a la concreción del momento pasado, las reflexiones que Oscar Wilde pone sobre la mesa en las otras dos conferencias resuenan hasta el presente en dos vibraciones diferentes.
Por un lado está la sensación de que la visión de Wilde sigue siendo pertinente y perdurable. Que no ha envejecido para nada y que, de hecho, todavía sigue siendo aplicable a muchos de los preceptos de belleza, estética y moda que siguen envarados en discusiones que no parecen superarse nunca. Porque, al fin y al cabo, el escritor siempre habla desde una relatividad consensuada y absoluta: “Ningún objeto es tan feo que, bajo ciertas condiciones de luz y sombra, o de proximidad a otras cosas, no resulte bello. Ningún objeto es tan bello que, bajo ciertas condiciones, no resulte feo. Creo que al menos una vez cada veinticuatro horas lo bello resulta feo y lo feo resulta hermoso“.
También habla desde la sinceridad de aquel que sabe que definir la belleza es imposible: “Los que trabajamos en el arte no podemos aceptar ninguna teoría sobre la belleza en lugar de la belleza misma, y, lejos de querer aislarla en una fórmula que apele al intelecto, buscamos, por el contrario, materializarla en una forma que alegre el alma a través de los sentidos. Queremos crearla, no definirla“. De esa sinceridad nace una visión de la belleza como absoluto totalmente atemporal: “Todo arte se basa en un principio y las meras consideraciones temporales no son en absoluto principios; y que aquellos que les aconsejen hacer un arte representativo del siglo XIX les están aconsejando que produzcan un arte que sus hijos, cuando los tengan, considerarán anticuado“.
Y también de esa visión suya capaz de dejar caer la máscara de la ironía siempre que es necesario nacen declaraciones tan pertinentes como esta: “Los modistas franceses consideran que las mujeres han sido creadas por la Providencia especialmente para ellos, con el fin de exhibir sus elaboradas y costosas mercancías. Yo sostengo que el vestido está hecho para servir a la humanidad. Ellos piensan que la belleza es cuestión de adornos y volantes. A mí los adornos no me importan lo más mínimo y no sé que son los volantes, pero me interesa mucho la maravilla y la gracia de la Forma humana, y sostengo que el primer canon del arte es que la Belleza es siempre orgánica, y procede del interior, y no del exterior, que la Belleza procede de la perfección de su propio ser y no de ninguna belleza añadida. Y que, en consecuencia, la belleza de un vestido depende total y absolutamente de la hermosura que protege y de la libertad y el movimiento que no obstaculiza“.
Pero hay otra vibración en la que resuena “Las Leyes de la Belleza“, y es en la vibración de algo que, por muy citable que suene, también suena un poco desfasado. Todos hemos escuchado alguna vez declaraciones tan magistrales como esta: “Una moda no es más que una forma de fealdad tan absolutamente insoportable que debemos modificarla cada seis meses“. Afirmación que se ve ampliada en otros momentos de las conferencias de Wilde: “Lo bello parece siempre nuevo y siempre delicioso, y nunca puede pasar de moda, igual que nunca pasa de moda una flor. La moda, sin embargo, es ajena a la singularidad de sus adoradores, no le importa si son altos o bajos, rubios o morenos, generosos o delgados, y les pide que se vistan todos exactamente de la misma manera, mientras maquina una nueva maldad“.
Y todo ello, por muy elocuente que suene, también resulta cuestionable desde un aquí y un ahora en el que hace tiempo que diferenciamos la moda (“fashion“) como arte imperecedero y la tendencia (“trend“) como locura transitoria que puede o no calar en la historia, pero que es más bien un divertimento transitiorio. Igual de cuestionable suena el mítico “La popularidad es la corona de laurel que el mundo pone al mal arte. Todo lo que es popular está mal”, aquí y ahora, después de varias décadas en las que muchas son las firmas que han conseguido poner en relieve la profundidad de un arte, el popular, injustamente vilipendiado históricamente.
Pero ahí está lo interesante de leer a día de hoy “Las Leyes de la Belleza“: en que abre un espacio para el diálogo precisamente porque, allá donde ha quedado desfasado, sigue apuntando hacia temas que siguen siendo debatidos. Pero, por encima de todo, sigue siendo una gozada leer la prosa infecciosa de Oscar Wilde, su entramado de reflexiones que supuran elocuencia y espíritu desafiante. Y, si ninguno de todos estos motivos te parece suficiente para leer este tomito, hazlo aunque sea para apuntarte un buen puñado de citas que podrás usar en el futuro para deslumbrar a tus interlocutores futuros. Vale la pena.
Ho recomanaria només a algú q sapigui q no hi estarà d'acord. He anotat moltes " : | ". Tot i així diu moltíssimes coses en molt poc espai, n'hi ha moltíssim a extreure dels seus pensaments i es graciós veure contradiccions, tb dona molt context de la època i el seu ambient, m'ha semblat lleuger i indignant
El libro recoge tres conferencias de Wilde sobre belleza y moda, precedidas de un prólogo (en mi opinión, muy bueno) de Carlos Primo. Las observaciones y reflexiones de Wilde son tan irónicas y cómicas como aplicables al mundo actual. Muy recomendable como una lectura fácil para quien disfrute de su humor cínico característico.
Empecé a perder el interés casi desde el principio, debido principalmente a cuestiones sobre el arte que son incorrectas. Quizá lo único más acertado, sea el concepto de moda que cambia sucesivamente cada cierto tiempo y demás, pero en general, no me ha interesado ni gustado en lo absoluto.
me parece increíble lo actual que suena: ”¿No es difícil que surja el arte, me dirán, en un entorno como éste? Claro que es difícil, pero el arte nunca fue fácil (…) además, no vale la pena hacer nada, salvo aquello que el mundo considera imposible.”
Delicadamente frívolo, con Wilde siempre me da la sensación de que la narración es una excusa para llegar al aforismo. Esto, en el formato conferencia, se hace más real que nunca. Eso sí, cuando llegas a la perla, parece que ha merecido la pena el camino.