Ajena a cualquier automatismo docto, La ola que lee está animada por una erudición amistosa y una alegría vehemente que arrasa con los lugares comunes de la crítica. Disfrazada de ensayo, Aira trafica una literatura feliz que milita por las vanguardias, defiende el trabajo diario del escritor, comparte sus obsesiones y destaca con admiración el genio de ciertos autores: de Saer a Lamborghini, de Arlt a Puig, de Unica Zürn a Witold Gombrowicz.
Es el resultado después de exhaustivo y vasto rastreo en hemerotecas y colecciones privadas a cargo de la investigadora María Belén Riveiro, compilando reseñas, notas y columnas —dispersas, variadas y hasta ahora inhallables— que César Aira publicó en revistas y diarios de la Argentina, España y Latinoamérica durante tres décadas a partir de 1981, año de su debut con Ema, la cautiva.
César Aira was born in Coronel Pringles, Argentina in 1949, and has lived in Buenos Aires since 1967. He taught at the University of Buenos Aires (about Copi and Rimbaud) and at the University of Rosario (Constructivism and Mallarmé), and has translated and edited books from France, England, Italy, Brazil, Spain, Mexico, and Venezuela. Perhaps one of the most prolific writers in Argentina, and certainly one of the most talked about in Latin America, Aira has published more than eighty books to date in Argentina, Mexico, Colombia, Venezuela, Chile, and Spain, which have been translated for France, Great Britain, Italy, Brazil, Portugal, Greece, Austria, Romania, Russia, and now the United States. One novel, La prueba, has been made into a feature film, and How I Became a Nun was chosen as one of Argentina’s ten best books. Besides essays and novels Aira writes regularly for the Spanish newspaper El País. In 1996 he received a Guggenheim scholarship, in 2002 he was short listed for the Rómulo Gallegos prize, and has been shortlisted for the Man Booker International Prize.
"Todo organismo vivo consume tiempo; el escritor transforma el tiempo, lo irreversible del tiempo, en signos concretos, los deja documentados. Y se produce en su biografía una delicada deformación personalísima por la que lo reconocemos como escritor. El artista en general es alquimista de tiempo y experiencia, documentador de su civilización y de lo que la civilización les hace a los hombres. La historia se acumula sobre sí misma, la cultura se hace más compleja, el progreso infiltra hasta en lo que se pretende eterno." Del ensayo "El método de la lapicera"
Incluso los artículos y reseñas que Aira escribió a última hora, sólo para recibir un cheque, valen la pena. Tremendo lo de este escritor.
«La brevedad en general está en función de lo que hay que decir: en los géneros breves no se escribe para ocupar el tiempo del lector, como en la novela, sino para ocupar su inteligencia».
En la primera sección de esta compilación de notas y ensayos, el joven Aira se mide con sus contemporáneos, al tiempo que compone su propio álbum de familia. A poco de publicar su primera novela, Ema la cautiva, Aira asegure que la novela argentina es una “especie raquítica y malograda”, que Respiración artificial, la novela de Ricardo Piglia, es “una de las peores novelas de su generación”, y que los novelistas que se comprometen en serio con la literatura, “sin ironías ni cálculos”, están lejos, exiliados, o son secretos bien guardados por una veintena de lectores. Retrato a retrato, entretanto, las lecturas van poblando el álbum de familia —Puig, Lamborghini, Copi—, recuperan autores injustamente olvidados —José Bianco— y celebran fraternalmente una literatura menor de excéntricos y marginales —Peyceré, Perlongher, Elvira Orphée, Di Paola, Laiseca—, en la que caben incluso los “incomprensibles” como Emeterio Cerro, un gran obús que descoloca y escandaliza a los biempensantes. No faltan los dardos contra los “escritores importantes” del boom latinoamericano —Vargas Llosa, Carlos Fuentes, García Márquez, Jorge Edwards—, las ironías con la literatura de “escolar aplicado” de Juan José Saer y una vindicación de la literatura brasileña que ha leído como pocos, contra la desdeñosa ignorancia de los lectores argentinos, empezando por Borges y Victoria Ocampo. En la segunda parte, que abarca la década siguiente, alterna lecturas personalísimas de su panteón familiar con meditados anticipos de su ars poetica. Como Duchamp y Roussel, sus precursores vanguardistas adoptivos, Aira va cosechando detractores indignados y admiradores fanáticos, al tiempo que el vaivén entre la lectura y la escritura se despliega en ensayos de más largo aliento en un ámbito más propicio. Son los años de sus cursos sobre Copi y Alejandra Pizarnik en el Rojas, exégesis inspiradas de la obra de sus escritores faro, que se alternan con conferencias en la Universidad de Rosario, donde se ha convertido en objeto de culto y autor dilecto de la nueva editorial rosarina Beatriz Viterbo. Con más o menos fortuna crítica, Aira hace de Puig un sultán, y de la literatura arltiana, una galería de monstruos del expresionismo. Los argumentos rozan el hermetismo, incluso demasiado para mi gusto, y hay dos ensayos que se convertirán en clásicos: “Exotismo” y “Ars narrativa” que lo definen por entero como escritor vanguardista, exóticamente argentino, con un bonus track audaz, performativo, una lectura duchampiana de Kafka. En la última sección (2000-2010), el Aira del nuevo siglo, traducido ya a más de veinte idiomas, reconocido como uno de los escritores más renovadores e influyentes de su tiempo, ha decantado sus lecturas críticas para darle más aliento al Aira ensayista. Lee menos a sus contemporáneos, confiesa, porque “la vida es breve, hay demasiados libros” y prefiere releer a los clásicos para comprender “lo que hace literatura a la literatura”. Y si se mira ahora en el espejo de los escritores que admira es para ahondar en las “particularidades absolutas” del escritor radical que inventa de nuevo la literatura, desarma por entero el lenguaje para volverlo a armar según otras premisas, y extraña el mundo al punto incluso de volverlo incomprensible. Dos excepciones gloriosas: una lectura rendida de La Virgen de los sicarios del colombiano Fernando Vallejo publicada en El Mercurio de Chile (“una obra maestra de la pasión y el pensamiento políticos”), y una disección brillante de El Aleph engordado de Pablo Katchadjian, hijo dilecto en el álbum de familia. El escritor y el lector, se diría, acaban por fundirse en el ensayista, con la inteligencia chispeante y la elegancia espontánea que solapan el esfuerzo en las mejores piezas del género, y laten de tanto en tanto en las digresiones antojadizas de sus ficciones.
Sin la cualidad de lo nuevo, la obra de arte se quedaría en artesanía. Lo que distingue al arte de la artesanía es que a esta hay que hacerla bien; se la aprecia más cuanto mayor es su calidad de buena. Y esta cualidad es importante porque determina el precio, y una artesanía se hace para vender. En cambio el arte, que es una artesanía con historia, no necesita ser bueno, porque se postula como un origen y crea su propio paradigma, es decir que lo bueno se juzgará después con los paradigmas que él ha creado. El arte también es una particularidad absoluta: no sólo está en el tiempo, sino que en términos lógicos está antes que el tiempo: lo genera, lo organiza, lo renueva.
César Aira es un lector voraz, un lector salvaje. En estas reseñas demuestra la capacidad que siempre ha tenido, desde joven, de ver más allá de las páginas, de entender los mecanismos ocultos de la creación literaria y reconocer a los autores que han ganado su porción de inmortalidad en la reinvención del lenguaje.