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272 pages, Paperback
Published May 19, 2021
El coche es un recurso de selección y segregación. Tener uno o más vehículos es casi obligatorio porque no hay transporte público que abarque ese conglomerado de espacios con la frecuencia necesaria, lo que afecta a la capacidad de movimiento de quienes no pueden acceder a ´el. Las empleadas de hogar deben exprimir la escasa capacidad del transporte público y pertenecen a los colectivos que pierden la vida en una espera. En el caso de los menores de edad, su ocio debe ser intramuros o o, si es exterior, depende de la movilidad de los padres. Normalmente, de la madre. La mujer puede no ser ya el segundo sexo, pero sigue siendo el segundo coche. El vehículo compartido o alquilado pertenece a la ciudad, donde viven las personas que no tienen nada fijo, donde todo desde la comida a las relaciones, debe poder dividirse en lotes pequeños que se puedan modificar, distribuir y desechar fácilmente. Productos con un ciclo corto para adaptarse al estilo de vida, que es el propio movimiento: la congestión.
“Somos el 99%”. Era falso. En ese grupo no sólo deberían estar las personas que empalman cien contratos en un año, sino toda la ente que vive de su esfuerzo laboral, independientemente de su salario. Es decir, las personas que viven en pisos sociales y los habitantes de los adosados dúplex con piscina y jardín. Riders y PAUERS. No todos se reconocen como miembros del mismo grupo. Si no hay una base ideológica que lo sustente, la división socioeconómica no es un factor decisivo en las decisiones políticas ni tampoco es mayoritariamente reconocida en la elaboración de la propia identidad. Los identitarios son los únicos discursos que interpretan e interpelan a todas estas personas como un posible grupo y ofrecen recursos de identificación y articulación colectiva. Miles de nadadores no forman una isla ni miles de islas forman un continente. Ser parte del 99% nos recordaría que estamos en la parte amplia de la campana de Gauss, que somos iguales a todas las personas con las que compartimos el vagón del tren, el andén del metro o el atasco de vehículos. El modelo ideológico no lo admite. Nada a largo plazo, sin vínculos. No hay nadie igual a nadie. La única ideología es la competición. la clave es ser diferente. La división socioeconómica muestra una realidad desagradable que tratamos de ocultar con el capital social o cultural, con esa distinción que nos separa de los demás.
Dispersión o comunidad. No somos el 99%, sino millones de porcentajes insignificantes luchando entre sí. No somos distintos de los campesinos, artesanos o mendigos del XVIII superados por el nuevo modelo. Podemos crearnos la ilusión de estar dentro gracias a pedir un coche alquilado con chófer con traje o a la visión tranquilizadora de la piscina, pero nos devorará cuando quiera, cuando sea necesario. Lo hará en nombre de la competitividad o la productividad, pero también podría hacerlo en nombre de la sostenibilidad. No lo vamos a saber controlar. No podemos ser el 99% porque no somos nada.