Siempre seremos demasiado jóvenes para perder a un padre.
Todo empieza por la célula. Una célula de Álvaro se transforma, muta, se reprograma, se niega a morir. Pronto vienen más, se rebelan ante el organismo, se reproducen, forman masas, bultos. Con ellas llegan los síntomas y con los síntomas, el diagnóstico. Pero Álvaro no lo escucha solo, porque quien está allí, junto a él, es Gabriela, su hija. Será ella quien narre esos días y por tanto esta historia, la de una familia que se enfrenta a un destino feroz y a la rabia y desolación de un futuro que se convierte en amenaza.
Gabriela escribe aquí un testimonio poético, un reconocimiento de lo poco preparados que estamos para cuidar a quien nos ha cuidado. Un relato hecho de retazos rescatados al recuerdo para narrar el difícil camino de una hija que empieza a asumir que existirá un mundo incapaz de imaginar. Un mundo sin su padre.
He muerto un poquito con Alvarito. Antes de hablar de qué he sentido con esta novela, cabe decir que viví la misma situación con mi padre. La enfermedad se posicionó en distinto lugar y la muerte decidió venir mucho antes, probablemente demasiado pronto. Así que este libro me ha afectado sobremanera. Sabía que esto ocurriría, no vayáis a pensar que iba a ciegas. Sabía que me rompería en mil pedazos y me hundiría por unas horas, días, semanas quizás pero el masoquismo literario, tengo comprobado que es lo mío. Hablemos un poco del libro, después ya hablaremos de mí. Es una historia corta que no llega a las 200 páginas, con capítulos cortos. Sobre todo al inicio, me costó saber quién narraba en cada capítulo e incluso a algunos, no les encontré sentido hasta el final pero sin duda, el conjunto ha sido todo un acierto. Ha sido una de las mejores/peores lecturas del año. Es difícil de definir exactamente cómo me ha llegado al alma este libro, solo aquel que haya tenido la misma desgracia que Gabriela y yo misma, comprenderá. Hay muchas similitudes en la historia vivida por la autora y su padre con la de mi padre y mía. Gabriela contaba con 22 años al final de la vida de su padre; yo contaba con 26 años. Hay algo trascendental que ocurre un día uno de agosto. Mi padre ingresó en el hospital, cuando aún no sabíamos qué le ocurría, un día uno de agosto. No profundizaré más en este asunto pero quería que viérais la notable relación entre un caso y otro para que podáis comprender que desde casi el inicio, las lágrimas me corrían solas por las mejillas. Sin esfuerzo, ellas solas resbalaban. Si que es cierto que, al final del libro, el llanto se intensificó y terminó por ser de ese que no te deja ver qué estás leyendo del mar de lágrimas que tienes en los ojos. Y así, hasta el final. De nuevo le dije adiós. Cuando le dije adiós a Alvarito, le dije adiós a mi padre de nuevo y me desmoroné. Me hundí en mi sillón con necesidad de desaparecer entre llanto. Necesité el consuelo que me otorgan los míos para dejar de llorar y aún así, algo de ellos se ha quedado en mí y, parece, que por mucho tiempo. El título más acertado, imposible. Ha pasado un minuto y queda una vida.
Ha pasado un minuto y queda una vida es un homenaje, un retrato, un relato y una carta de amor. Gabriela escribe a través de los retazos rescatados en el tiempo para narrar el camino de una hija que sabe que va a perder a su padre.
Así, a través de relato puro, entrevistas y documentos, Gabriela va construyendo un retrato sobre Álvaro, su padre, a la vez que descarga todo el dolor que siente por la muerte de un padre al que estaba muy unido.
Esto es un testimonio poético, y por supuesto, nada cómodo, de como una hija se recompuso a si misma sin olvidar el dolor. Como una hija aprendió a vivir con el dolor de la perdida y hacer su propio camino lo más llevadero posible.
La autora refleja muy bien el duelo y lo que le acompaña: duda, ira, sorpresa. Vuelca de una manera clara y directa lo que supone el abandono, la ausencia, el vacío.
Un homenaje a su padre que me ha emocionado muchísimo y me ha hecho navegar por este mar con el corazón en un puño.
Esta es una novela para aprender a despedirse, algo que nunca llegamos a saber hacer. Es, además, un libro para aprender a salir de la despedida y reconciliarse con el futuro. Un testimonio poético, una carta de amor al padre perdido, que es también un intento de levantarse en un mundo que, de un día para otro, se ha fracturado.
Está escrito por Gabriela Consuegra y en él cuenta su propia experiencia ante el fallecimiento de su padre. Todo empieza por la célula. Una célula de Álvaro (su padre) se transforma, muta, se reprograma, se niega a morir. Y pronto vienen más. Se rebelan ante el organismo, se reproducen, forman masas, bultos... Con ellas llegan los síntomas y con los síntomas, el diagnóstico.
Pero Álvaro no lo escucha solo, porque quien está allí, junto a él, es Gabriela, su hija. Será ella quien narre esos días y, por tanto, esta historia, la de una familia que se enfrenta a un destino feroz y a la rabia y desolación de un futuro que se convierte en amenaza.
La autora describe aquí un testimonio poético, un reconocimiento de lo poco preparados que estamos para cuidar a quien nos ha cuidado. Un relato hecho de retazos rescatados al recuerdo, desordenados e íntimos de la cabeza de la autora, para narrar el difícil camino de una hija que empieza a asumir que existirá un mundo incapaz de imaginar. Un mundo sin padre. Es un libro para leer despacio y para emocionarse.
Por cierto, el carácter venezolano de la autora se nota mucho, y hay varias referencias al país en la obra. Concretamente, Gabriela nació en la capital, donde empezó a escribir esta historia. La terminó, tras muchas y venidas, en La Coruña, donde ahora vive mientras ejerce como periodista.
Gabriela recuerda aquí a su padre, Alvarito, su enfermedad, su muerte y la vida que sigue después (inevitablemente).
Vi lo mismo que ella vio: que el peor día es el día siguiente, que cuidar de un niño es muy parecido a cuidar de un enfermo (“nunca había creído que crecer y morir se pareciesen tanto”), la ausencia en lo cotidiano (la “avalancha de practicidad”).
Pero me quedo con algo que nunca he sabido explicarme —y ella lo describe tan bien—: la paradoja, en los que son los peores días de tu vida, de encontrarte con momentos de máxima belleza (“ahora padezco una terrible sensibilidad a la belleza”; “mis sentidos se habían agudizado tanto, desesperados por rescatar algo sublime del mundo, que la belleza que percibí ese día solo era equiparable a mi dolor”; “la felicidad, como la imaginaba, parece ahora una apuesta inverosímil, pero la belleza está ahí”)
“Todas las preguntas que hoy me parecen vitales llegan tarde. Mi memoria compone el recuerdo de Alvarito a través de un mosaico de pequeñas certezas mientras encripta detrás todo lo que no sé. Mi memoria ilumina su figura, pero esconde sus sombras, sus grietas, sus contrastes. Busco respuestas en mis propios pensamientos. Escarbo en mis recuerdos, en mis miedos y mis tristezas, porque se que soy, de alguna forma y de muchas, una extensión de su alma. Soy lo que queda de mi padre”.
La muerte y la pérdida van siempre ligadas y, a la vez, descoordinadas en el tiempo.
Puede parecer que perdemos en el mismo instante en que el corazón deja de latir y, sin embargo, cualquiera que haya estado en el asiento del copiloto de una enfermedad sabe que la persona empieza a escaparse mucho antes y tarda mucho más en marcharse.
Este relato autobiográfico habla más de pérdida que de muerte, ambas tan ligadas entre sí como lo están con la vida. "La muerte cuando es tan cercana se siente en carne propia. Genera esta cosa extraña en quien la sufre, este afán por respirar y por vivir que se mezcla con una desorientación tremenda".
Primera novela de Gabriela Consuegra cargada de profundidad y que nos mantiene siempre en la cresta de la ola de la emoción. Mantiene un buen equilibro entre acción y reflexión e introduce diferentes puntos de vista que engrandecen la perspectiva de la autora. ¿Y lo mejor? La lírica en su prosa, un ritmo y cadencia que te permiten paladear cada frase. Como los grandes. Como los inolvidables. Como Gabriela.
'Hoy quisiera saber cuál era la raíz de esa desesperanza que solo tras su muerte he descubierto. Pero Javier Marías escribió que la infelicidad se inventa, y supongo que eso significa que la felicidad también. Puede que por eso, a pesar de su decepción, de su frustración, de su tristeza o lo que haya sido, mi padre se esforzó por cultivar el otro lado de la vida y por sembrarlo en mí, en mi hermana, en nuestra familia. Quizás lo que nunca me dijo es que era bueno, romántico, cursi, alegre y optimista porque valía la pena que, por encima de todo, lo recordáramos así'.
Ha pasado un minuto y queda una vida es un precioso homenaje a un padre bueno, un relato sobre la pérdida de quien nos define y de cómo reconstruirnos tras ella.
“Vivimos temiendo a la muerte cuando en realidad le tememos a la despedida.”
Aunque el ciclo de la vida ordena que son los hijos quienes enterramos a los padres, no lo hace menos doloroso.
Me es imposible no hablar de mi propia experiencia al reseñar este libro. Quizás porque me he sentido muy identificada en todo lo que @gabbiconsuegra narraba. Porque su amor por su papá, por su Alvarito, ese sacrificio, es el mismo que yo atravesé. Porque ese sentimiento que te queda dentro, no se te va nunca.
Este libro es una carta de amor de la autora a su padre. Un encuentro en algún lugar donde los dos puedan coincidir. Es reconstruir la vida de Álvaro a través de los ojos de su hija. Es cerciorarse de que, a pesar de que fue el final, hiciste el camino lo más ameno y llevadero posible.
Porque “ha pasado un minuto y queda una vida”, y es cierto. Porque cuando pasa de repente hay una nueva realidad: una vida en la que tu padre ya no existe. Una vida en la que no puedes levantar el teléfono y llamarle.
¿Cómo se hace? No hay respuesta ni solución a esta pregunta. Lo haces, y punto. Porque en el corazón de Álvaro era más fuerte el deseo de ver a sus hijas tranquilas que el deseo de seguir viviendo. Porque hay que aprender a no ser egoísta, y a dejar ir a la gente.
Para Gabriela, su Alvarito, su padre, su mejor amigo, que se fue quizás muy pronto, pero que le dejó una vida y una relación preciosa.
“Hay ausencias para las que no alcanza una vida” ~ Ha pasado un minuto y queda toda una vida de Gabriela Consuegra.
Una palabra: Kleenex. No digo más. Libro autobiográfico en el que la autora descarga todo el dolor que siente por la muerte de su padre a quien estaba muy unida; y por la pérdida de identidad que ello representa, esa sensación de quedarse huérfana y de trazar una línea en el tiempo, como la marcan todos los nacimientos y todas las muertes, una línea en rojo y fosforescente.
Gabriela vive en Caracas con su padre cuando a este le detectan un cáncer. A partir de ese momento, ella se debate con su miedo interior y con un sistema en el que escasean los medicamentos. Vivimos con ella los momentos de desesperación pero también de solidaridad. La forma de narrar destila dolor pero también mucho amor por la vida.
Realmente me ha emocionado. Lo he leído con el corazón encogido y en más de una ocasión me ha hecho llorar. No es una historia cómoda. Sabes desde el comienzo lo que va a pasar y el desgarro emocional que va a provocar. Además esta sensación va en aumento a medida que avanza la lectura. Más que escribirlo, Gabriela ha sangrado este libro y eso se deja sentir. De hecho es un libro de menos de 200 páginas que no he podido leer seguido sino en tres partes. Recordad: Kleenex.
Cuando decidí leer el libro de Gabriela Consuegra, no sabía a que me enfrentaría pero si sabía que me iba a gustar mucho, en efecto fue así. Comenzar por decir que Ha Pasado Un Minuto y Queda Una Vida es un libro totalmente sentimental, es una obra sentida que te sumerge en un mar de emociones distintas que te hace vivir la obra desde el comienzo hasta el final. Tristeza, rabia, impotencia, angustia, todo eso forma parte de conglomerado de emociones que utiliza la autora para describir lo desgarrador que puede llegar a ser afrontar la perdida de un ser querido, la lucha incesante por mantener con vida a esa persona pero que al final las adversidades se transforman en un guante de box que te golpea más y más fuerte.
La autora sin duda ha logrado su objetivo con este libro, conectar sin vacilación al lector con la obra, yo me he bebido este libro, solo necesité un día para leerlo y para disfrutarlo tanto. Destacable, la manera fluida con que la autora cuenta los acontecimientos, de principio a fin la narrativa se mantiene muy exacta y no hay tiempo de mareos gracias a todos los detalles, lugares y situaciones que se van narrando y te hacen vivir la historia. Este libro no puede ser perdido de vista si eres un lector comprometido con las lecturas emotivas pero sobretodo si te gusta conectar con los libros de principio a fin este es el libro indicado.
He odiado todas y cada una de las páginas del libro de Gabriela Consuegra porque me han sumido en un inmenso miedo. Aunque ella hable a toro pasado, desde la distancia, refleja nuestras dudas, nos pone frente a un espejo, habla de lo que hablaba aquella canción, de ‘gente valiente que tiene miedo a morir y a que se mueran los demás’
He amado cada página de lo que escribe Gabriela Consuegra por el amor con el que habla de su padre, por cómo lo celebra cuando viene ‘el amor después del amor’, cuando todo es recuerdo, cuando aun no existe el olvido. Para todos los que aman, para los que son eternos, para los que nos acompañan siempre.
Este libro es una oda al amor incondicional entre padres e hijos. La historia de la preparación, el adiós y todo lo nuevo que viene tras la pérdida, los recuerdos y frases demoledoras: ha pasado un minuto y queda una vida.
La muerte vista desde el que se va y el que se queda, el impacto, las reacciones familiares y de refilón, la locura del sistema sanitario o la vida en Caracas.
Supongo que aunque se haga hincapié en todo el amor y en que mientras a uno le recuerden no se muere, es un libro triste ... porque para llegar a ese punto ha habido que transitar todo un proceso.
A juzgar por el escrito, sin duda fue un gran hombre: honrar al que honra, que dice la autora.
¿Se puede devorar un libro en una sola tarde? Se puede si el relato es de una belleza desgarradora, si Gabriela Consuegra tiene la valentía de abrirse en canal y compartir su vida, la de su padre y su familia, sus reflexiones en momentos vitales, si lo logra desde una honestidad, una verdad, una cercanía y una humanidad que te atraviesan. Cuando escribo estas palabras son horas ya de estar descansando tranquilamente, pero qué menos que escribirlas ahora, con el corazón en un puño y las lágrimas aún secándose en mi cara como agradecimiento a la generosidad tan inmensa de la autora.
Que manera tan dolorosa, preciosa, honesta y bella de tratar la pérdida. Se nota la emoción en cada palabra. Gabriela, Alvarito tenía que ser un hombre excepcional y siempre vivirá en ti. Gracias por compartirlo.
“No sé escribir sin escribirte. No sé escuchar sin escucharte. No sé mirar sin encontrarte”. Gracias Gabriela por ponerle palabras al nudo de mi garganta y gracias a mi padre por seguir siendo, sin estar ya conmigo, la persona más importante de mi vida.
Maravilloso. Mucha intimidad en muchas anotaciones y subrayados que no compartiré. Sólo dejo aquí un concepto precioso leído en los agradecimientos: un anillo de alegría impenetrable alrededor de ti. Lloré. No tanto como temía, pues son duelos distintos. Pero lo universal está ahí.
«Hemos disfrutado de un tiempo extra maravilloso, ahí donde convertimos la enfermedad en vida y la vida en cotidianidad y la cotidianidad, como siempre, en amor»
Conocí a Gabriela en una presentación, hablamos de libros, de autoras, de la literatura como refugio y de la escritura como terapia, me habló de su libro, de lo que volcó sobre él tras la muerte de su padre, por cáncer me dijo, mi padre también murió de cáncer, respondí. Supe cuando la escuché hablar de su relación con su padre, de su duelo…, supe que tenía que leerlo, supe antes de abrirlo que me iba a remover por dentro, que interiorizaría su lectura hasta hacerla mía, lo que no supe es cuánto, porque cada palabra escrita sentí que se la dicté, cada emoción y sentimiento, cada situación, lo viví en directo, quitando la distancia, Caracas Madrid, añadiendo a su drama la dificultad para encontrar una silla de ruedas, una ambulancia, alcohol y algodón, o el medicamento para el cáncer, que yo no viví y no puedo imaginar esa angustia sumada a toda la demás.
«No estoy preparada para déjate ir»
He leído a escondidas, porque he llorado lo que no está escrito, y la primera pregunta que seguro asalta es por qué lees algo que te abre la caja de Pandoras, porque está lecturas son un cable a tierra, y repetiré las palabras de @aliciamz «Tengo el mejor compañero posible, me gusta mi trabajo, tengo muy buenas amistades, mi casa es un refugio… Sin embargo, a veces asoma la insatisfacción. Si fuera como menganita, si tuviera una casa en el centro de Madrid, si mi pareja fuera más detallista, si tuviera más oportunidades…», de un plumazo vuelvo a la realidad y recobro la cordura, lo verdaderamente importante lo tengo ya.
"Solo con el tiempo, después de perder un país, de vivir sola y tener mis propias deudas, mis propios duelos, un nido de nostalgia en el pecho y muchos palos encima, entendí que mi papá estaba deprimido y lo estuvo durante años. Era difícil advertirlo, imposible para una niña que había visto a su padre volver de entre las llamas. Alvarito siempre sonreía, era amable, divertido, contaba chistes y se empeñaba en ver la vida bonita. Rezaba y cada día encontraba algo por lo que agradecer. Ayudaba, se involucraba, daba consejos, contaba historias. Se preocupaba por hacer reír a las personas que quería, por entenderlas, por escucharlas. Mi papá era el mejor del mundo".
"¿Cómo podía ser el mundo después del mejor papá del mundo? No podía ser. No hay un mundo en el que no llegue a abrazarte o a escuchar tus historias. No hay un mundo en el que no te llame para decirte cualquier cosa. No hay un mundo en el que no me llames para contarme algún chiste malo. No hay mundo".
En mi caso mientras leía la historia de Alvaro y Gabriela no pude mas que rememorar todos los momentos con mi propio papá. Lo que me llenó de tristeza pero también de amor.