A través de una voz intervenida constantemente por muchas voces, esta portentosa novela cuenta la historia de un hombre asediado por la necesidad de reconstruir un recuerdo impreciso de su infancia, mientras los elementos esenciales de su matrimonio se desmoronan con el paso de los días. En esa búsqueda de la mujer que lo cuidó cuando niño participan por igual su ex psiquiatra, un singular detective (fundamental al fin) y esta confluencia de espacios tan reales como simbólicos que llamamos ciudad, selva y mar. Lejos de los modelos preestablecidos que abordan las realidades de América Latina desde el tremendismo apocalíptico o la banal celebración de lo exótico, Los estratos es una apuesta radical por una literatura apegada a la escritura, entendida aquí como transformación de la experiencia cotidiana y como reflexión sobre la manera en que se construyen los relatos personales, sociales e históricos. Y es también una máquina narrativa creada para revelar vínculos entre la experiencia personal más íntima y la violencia política, con sus numerosos discursos, lo que a la postre convierte esta novela en una exploración filosófica de las particulares formas del deseo propias del capitalismo tardío, en una sociedad tan desigual y contradictoria como la colombiana de comienzos de siglo XXI.cruda y simbólica, haciendo que el lector piense tanto como sienta y desee.
Juan Sebastián Cárdenas Cerón (Popayán, Cauca, 1978) es un escritor colombiano, autor de las novelas Zumbido (451 editores, 2010. Reeditada por Periférica, 2017), Los estratos (Periférica, 2013, Premio Otras Voces, Otros Ámbitos), Ornamento (Periférica, 2015) y El diablo de las provincias (Periférica, 2017, Premio de Narrativa José María Arguedas, 2019).
Publicó también el libro de relatos Carreras delictivas (Editorial Universidad de Antioquia, 2006/ reeditado por 451 editores, 2008). Asimismo es autor de numerosas traducciones.
Entre sus traducciones más notables se encuentran autores como William Faulkner, Thomas Wolfe, Gordon Lish, David Ohle, J. M. Machado de Assis y Eça de Queirós.
Es una búsqueda. ¿O una huida? Un hombre se deja consumir por un vago recuerdo de su infancia; el recuerdo brota de una tierra húmeda de mar: es una raíz que se hunde en un litoral de matices aceitosos y que ha eclosionado bajo lluvias tórridas. Hubo un puerto, una nana, barcos que lamían una bahía oscura y caliente. Ahora solo hay una casa llena de ecos, una esposa indiferente, una empresa al borde de la quiebra. Y un hombre sigue huyendo, adentrándose en los recovecos de su propia memoria, en una historia surcada por muchas voces, una historia que se construye como muchas historias.
El narrador de Los estratos es un hombre con un desdén profundo hacia los nombres, así que nunca aprendemos el suyo, ni el de su esposa, ni el de su psiquiatra, ni el del detective. Todos los personajes son sustantivos cuya sustancia deriva del color de su piel, de su procedencia. ¿Para qué un nombre si hay plata? ¿Para qué un nombre si se es negro? Los vocativos toman forma, adquieren color; la oriundez se deduce a partir de sílabas: negro, campesina, indio; la oriundez y el destino. Los estratos, como afirma la contraportada (un gran espacio bermellón salpicado de redondeces pequeñas y blancas), es una novela en la que se navega en una afilada alegoría de la violencia de un país, de un hemisferio, y la barcaza está hecha de palabras, porque es en el lenguaje donde convergen los estratos; las palabras forman mezcolanzas, amasijos de tierra y agua de los que salen voces que dan forma a la realidad, que la describen, que la amasan, que la nombran. El lenguaje es el río que encauza y el mar en el que desemboca. Los nombres son las bolsas plásticas con las que se atragantan los pájaros marinos.
Los estratos es una historia compacta, esbelta como acacia y colorida como guayacán. Pese a estar sembrada sobre la premisa de un recuerdo desdibujado, nunca se vuelve nostálgica. Está narrada con pericia, con certeza; Cárdenas sabe a dónde se dirige, y aunque no tiene prisa, no se detiene en detalles innecesarios. Los diálogos surgen en medio del párrafo como una ballena en medio de las olas; no hay guiones ni comillas que los apuntalen; Cárdenas toma de Cormac McCarthy la maña de hacer que los personajes hablen sin signos ortográficos que restrinjan sus palabras. Hay paralelos por doquier: blanco-negro, ciudad-selva, riqueza-pobreza, tierra-mar, cordura-locura. El narrador no tiene necesidad de señalarlos; se manifiestan sin ayuda, toman su materia de las palabras que los constituyen. Y todos van en pos de una búsqueda. ¿O es una huida?
Es una novela que en un principio atrapa, pero que lentamente va perdiendo consistencia. En el camino se quedan elementos sugerentes sin conclusión, episodios abiertos que no aportan a la trama, aparecen personajes inverosímiles y el gancho de misterio va cediendo ante recursos más efectistas.
Quizás lo que más le resta a esta novela es el uso de “lo inexplicable” como recurso narrativo conclusivo. Parece desesperado el recurrente uso de los sueños, las visiones de loco y, finalmente, la escena de la toma del yagé, todas sacadas del menos exigente cajón de los lugares comunes.
Nada de esto sería grave (finalmente se trata de un autor “joven”) si no fuera por la crítica desmedida y la sobrevaloración de muchos de los críticos que creen ver en esta novela un rescate de las culturas del pacífico, un loable intento por darle voz a quienes que no tienen voz, incluso un tratado filosófico para el siglo XXI (esto lo leí efectivamente). Es una novela bastante bastante regular, que apunta en demasiadas direcciones sin acertar con contundencia en ninguna de ellas.
Es una novela algo enredosa que gira al rededor de un misterio, a mi parecer, débil o mal aprovechado. En algún momento, la narración se pierde en descripciones de personajes y situaciones absurdas, demasiado azarosas en el contexto de la obra. Todo lo que aporta el detective (desde su voz sabia/enigmática hasta sus acciones de gurú loco) me pareció efectista y exagerado. Tampoco comprendí (ni disfruté) los apéndices ultra-codificados que aparecían al finalizar cada parte. Quizá merece una segunda lectura, pero me costó encontrarle sentido a la obra y eso siempre es una lástima. Disfruté el comienzo, por la excelente prosa del autor, sin embargo, no mantuve el interés hacia el final.
Nuestro hombre, el protagonista de esta historia, no tiene nombre. Esta acá, esta allá. Camina, anda todo el tiempo con la idea de encontrar algo. Hay en su alma, un hueco, un vacío insondable. Hay sueños y recuerdos, olores y presencias que lo arrastran a su infancia y que siente debe encontrar. Su esposa existe, pero no está, también hace parte de ese vacío. Todo para él es lejano, menos algo.
Perseguir la memoria y correr tras el olvido. Así de absurdo y bello.
Los estratos (2013) es una novela del escritor colombiano Juan Cárdenas, publicada por el sello editorial español Periférica. En esta novela, el autor repasa la vida de un hombre en medio de una crisis personal que abarca varios frentes de su existencia. El protagonista de la novela, cuyo nombre no conocemos, va relatando sus andanzas en medio de un desequilibrio en el que afloran viejos temores y una serie de búsquedas personales tan necesarias como azarosas. El telón de fondo de su relato es la debacle del negocio familiar que se hunde irreparablemente, algo que, sin embargo, no parece desvelar demasiado al protagonista. Su mayor preocupación se concentra en la confrontación de su pasado. La crisis existencial y la voluntad errante que da forma a su relato se pronuncia ante la sospecha de una carencia que el personaje intuye en uno de sus sueños. Imágenes acuden a su mente como una invitación a indagar en su infancia y a dejar de lado la inmediatez de la ruina familiar, siempre en segundo plano. La novela está dividida en tres partes: Falla, Sedimento y Temblor. Esto nos puede hacer pensar en una estructura de la novela o del personaje principal, una estructura que en este caso es sobre todo emocional. En el comienzo de la novela se parte de la Falla que trae consigo el personaje para ilustrar el resquebrajamiento en el que se ve inmerso. A continuación, se reconoce el Sedimento que soporta sus emociones, esos fragmentos que están en el fondo y que en la tercera parte serán fuertemente removidos por el Temblor que sacude su frágil equilibrio. ¿Es esta la estratificación propuesta desde el título de la novela o debemos pensar simplemente en términos de una tipificación social o marca de clase que serviría para entender las búsquedas del personaje? La novela parece admitir las dos aproximaciones. Si bien es cierto que la novela no llega a la concreción de algunos de los temas que plantea, su ritmo narrativo nunca decae y esa errancia o deambular del narrador, que pasa muchas veces por la confrontación y el desacomodo emocional, es en sí misma una búsqueda que resulta audaz a la hora de retratar el extravío del personaje y, por contraste, la frágil estructura de la sociedad de la que hace parte.
Pues a mí no me convenció. Habla de todo y empieza a enredarse, que me perdí. Me costó terminarlo, quería saber qué pasaba pero me cansó, siento que se alarga más de lo necesario y se pierde en sus propias explicaciones. El final tenía pinta de interesante, pero no se lo encontré al final. Desde el comienzo me costó seguirlo, no me atrapó como otros, su narrativa no es tan contundente ni interesante... Lo siento, para mí no fue.
Empieza bien, luego no entiendo que pasa pero todo se va al carajo y se vuelve absurdo. Es evidente la influencia de la Vorágine y se siente como un intento torpe de emularla. Fue un gran 'meh' para mí.
Hay algo en los libros, en la escritura de Juan Cárdenas que me gusta, aún no descifro qué, pero tal vez tiene un poco que ver con que su forma, su estilo es como me gustaría escribir a mí, algún día. Concreto, sombrío, con algo de humor negro, mucho de investigación de fondo y una que otra necesaria alusión a la realidad social y política que oprime y abruma, y que siempre está allí, como un olor molesto difícil de ignorar.
Los Estratos me dejó con unas sensaciones un poco extrañas: disfruté mucho la lectura, pero siento que me quedó debiendo algo. En términos prácticos creo que es una buena novela, pero que esperaba más. O tal vez conocer el entorno en el que se desarrolla la historia hizo que no me impactara tanto. Vamos a ver.
El joven heredero de una empresa trata de controlar su vida luego de un presunto paso por el sanatorio mental, sus días son serenamente caóticos, no duerme, actúa erráticamente y se abstrae con frecuencia de la cotidianidad, de la vida que aparece frente a nuestros ojos. No hay nombres, solo referencias y siempre se está moviendo entre dualidades: la ciudad y el pueblo, la selva y el cemento, la quietud y el barullo.
Los recuerdos de la niñez lo asaltan y está convencido de que quiere recuperar un recuerdo, saber si esa memoria que lo sorprende siempre en sus sueños y pesadillas fue algo que vivió realmente o no. Y qué difícil es articular ese “realmente”. Su búsqueda lo lleva paulatinamente, como subido en una gruesa nube de humo y recuerdos, a extraños lugares de su memoria y de la geografía que se sienten asfixiantes, calurosos y húmedos.
El narrador en primera persona me resulta abrumador y extenuante, siento que se desgasta fácilmente. Pero bueno, así está escrita la novela. Bien narrada, compacta, sin florituras, lo que recuerda a veces a esos autores gringos que no necesitan hablar del cielo arrebolado para transmitir un romántico atardecer (aunque la versión que leí de Tusquets tiene varios errores tipográficos).
Los Estratos conjuga múltiples realidades, pero al ritmo de un carrusel que se mueve a gran velocidad y no permite identificar fielmente las sombras que nos ven a lo lejos; deja una sensación como de haber escuchado la narración de un sueño y con la curiosidad de saber qué tanto de lo que recordamos se encuentra el en plano onírico o hizo parte de la vida en vigilia. O qué tan separados están el mundo de los muertos y el de los vivos. O si hay necesariamente dos mundos.
me parece exagerado la inclusión forzosa de la cultura del pacífico à un relato que tenia todo para ser una obra maestra (exagero, pero suena màs lindo) ya que empieza muy bien, atrapa pero de repente pierde consistencia con lo inexplicable de las alucinaciones.
frases que me gustaron o resuenan en mi cabeza
Es dificil ser anticuario en un país como éste. Aqui nada se desperdicia, todo se usa sin descanso. Las cosas que botan los ricos de mano en mano y van perdiendo forma, brillo, valor y así, cuando han llegado a lo más bajo ya no sirven para nada. Son menos que baratijas. Pierden el aura, dice. No hay objeto que resista esta cadena de corrosión de gasto. Por eso hay que encontrar puntos blandos en la cadena, dice, espacios donde esos objetos se alojan temporalmente como depósitos, chatarrerias, talleres y hasta basureros. Tengo la teoria de que la nobleza de los lugares dependen en gran medida de que algunos objetos puedan salir de Circulación y envejecer tranquilamente, sin que la gente los esté manoseando
Los clientes nostalgicos son la clave. Casi siempre quieren un objeto que les ayude a reconstruur un paraiso infantil, a invocar algún fantasma
Aunque en los ultimos años sus clientes son por lo general nuevos ricos, jovenes lagartos deseosos de ostentar un gusto que no han cultivado
La gente está enferma. Es como si le hubieran robado el tiempo, dice, como si no tuvieran historia y tuvieran que hacerse una de mentiras. Por eso no sienten nostalgia, pobres. El buen gusto es nostalgia sin apego. El buen gusto es una cierta eleganfia a la hora de negociar cotidianamente fin la muerte
Hay una cosa sorprendente y es esa posibilidad que abren las letras, las palabras, para excitar sensores sonoros en el cuerpo. De Los estratos me fascina esa posibilidad que abre, a través de las conversaciones, de escuchar acentos, variaciones tonales, uso de distintas palabras y ritmos en las voces de los personajes. Con sus conversaciones, los personajes se describen y describen un mundo, su mundo, sus entornos. Las conversaciones adquieren una carga social-política-racial-de género muy marcada, y me recuerda un poco a Piglia y sus descripción de cierto tipo de narración en la que una línea narrativa oculta a la otra, aquí lo que se cuenta oculta a lo que no. Y es eso que no, las cargas sociopolíticoraciales de género, lo narrado también. Estas tensiones presentes en los personajes se desatan en sus voces. Es decir, las implicaciones abstractas de la sociopolítica, la raza o el género, se manifiestan corpóreamente. El cuerpo es el lazo que permite la existencia de ambas. Otro ejemplo de esto son los momentos en donde culean y hablan, de nuevo, cargan todo de un contexto en el cual los personajes se desarrollan. Y de esa manera el sexo no es solo sexo, es otra manera de ocultar las relaciones entre los cuerpos, los espacios en los que se desatan esas relaciones, y las contradicciones y antagonismos que tejen y destejen las dinámicas sociales de los días en un territorio como lo es la región azucarera.
Un buen libro que mantiene muchos lugares comunes con Peregrino Transparente, o para ser más exacto, del último con respecto al primero. Se trata de una novela que es un tránsito, un devenir y como en tantas novelas un caminar hacia delante para poder interpretar su niñez. Ambas novelas participan de espacios extraños y difuminados. Los protagonistas son solitarios y convierten su realidad en un cuadro de lo más onírico. Se entremezcla la realidad con la neblina del sueño. No existen certezas. Aquí el protagonista deambula por su ciudad, por pueblos, navega todo con el fin de salir de un hastío existencial, lejos y a la vez cerca de un Holden Caufield colombiano que no entiende el mundo que le rodea ni lo quiere entender, y por eso se enfanga en la búsqueda de su nana, que es una simple excusa para entenderse, porque vivir del recuerdo le hace vivir. Buena novela, no genial, pero sí interesante.
O 3,5. O 4, yo qué sé. Creo que no me ha venido bien haber leído Peregrino Transparente hace tan poco tiempo. Aquí se entrevé el Juan Cárdenas que será, que ya escribe muy bien aunque todavía no sea algo tan excepcional como será más adelante. Quizá el problema de la novela es cierta sensación de falta de dirección en la escritura, como si la búsqueda/huida del protagonista fuera la de quien escribe. Y entiendo que ahí hay una correspondencia entre forma y fondo, pero creo que generar abulia no es la mejor forma de contar la abulia. En fin, no sé, tampoco es que el libro me haya generado abulia. He echado en falta momentos brillantes o lo suficientemente bellos (en cualquiera de sus sentidos) para perdonarle lo que no me convencía del todo, y he echado también en falta el momento en que todo hiciera clic. Pero me ha gustado leerlo, para leerse otras cosas que hay por ahí mejor leerse siempre a Juan Cárdenas.
Todo en la novela es polifónico. Música convertida en frases o al revés. Un recorrido al recuerdo de una nana. El protagonista quiere encontrar una parte de su infancia, un lugar del que tienes recuerdos con jirones. Durante varías días recorre una ciudad anónima, llena de basuras y desperdicios. Una cuidad en la que su vida se va cayendo: la familiar y la profesional. Personajes quizá locos, quizá al margen de todo le acompañan en distintos pasajes. Lenguaje y literatura. Narraciones dentro de la narración principal. www.preferirianotenerquehacerlo.wordp... www.enbuscadeaquellanoche.wordpress.com
De Juan Cárdenas atesoro las intervenciones de lo popular, esa potencia de la cultura en su forma más llana, elemental y mínima, que es la única forma de construir muestras de lo que se interpreta como real. Sus personajes y paisajes casi se pueden tocar. Es un narrador del espacio donde construye detalles palpables y mínimos. Parece que hilara sensaciones gastronómicas, manías, formas de vestir, expresiones, costumbres, conflictos, rituales, realidades y ficciones con una mezcla de respeto, humor y testimonio sin máscaras.
La realidad colombiana es tan sórdida que cada nueva forma de plasmarla es bienvenida. Este intento de mostrar un fragmento de ella resulta interesante pero de desvanece a medida que pasan las páginas, termina naufragando en medio de intento de ensayo filosófico que no cuaja por ningún lado, termina siendo delirante, vesánico y aburrido. Siento que el final queda en nada, el cierre es malo, el cuento se queda en el aire...
Pues a mí no me convenció. Habla de todo y empieza a enredarse, que me perdí. Me costó terminarlo, quería saber qué pasaba pero me cansó, siento que se alarga más de lo necesario y se pierde en sus propias explicaciones. El final tenía pinta de interesante, pero no se lo encontré al final. Desde el comienzo me costó seguirlo, no me atrapó como otros, su narrativa no es tan contundente ni interesante... Lo siento, para mí no fue.
“…hay gente que no sabe escuchar la llamada, entonces hay que ayudarla. Hay gente que escucha la llamada pero le tiene miedo al perro guía…”
Cárdenas me recuerda algunos cuentos de caicedo y historias contadas por viejos sobre el Pacífico colombiano. Grato descubrimiento de nuevas plumas colombianas. Tiene ese tema esotérico y de leyendas que me gusta tanto 👹 👻
3,5 en realidad. Me ha gustado la desorientación vital del protagonista, los toques de irrealidad de su comportamiento y el de su mujer, la búsqueda como eje para dar sentido a su existencia y esa figura de un detective con métodos que rozan la magia.
me gusta que relata todo detalladamente y te puedes imaginar todo lo que pasa, olores y sensaciones de los personajes que forman este libro peeero siento que la trama se alarga demasiado y no llega a un desenlace. La idea de trama es buena pero como se desarrolla es muy mala.
Un recuerdo, nos coloca entre la vida y la muerte. Así transita esta historia. Un narrativa muy local y creativa. Por momentos muy lúcida y delirante. En otros confusa.
Las caras vacías. Cada uno trabajando en lo suyo. Un recuerdo que obsesiona. Un llamado que se sigue. Unos puntos que marcan un camino que no lleva a ningún lado. El perderse.
Leerlo fue como ver una película de esas que pasaban en la cadena 3 o canal 11 en la década de los ochenta. Densa, enriquecida, voluptuosa, sensacional y vivencial. Puro calor y olor, sentir la lluvia y los lugares aunque no se nombren, Cali, Buenaventura, lo social, lo económico. Puras sensaciones del que lo ha vivido. El argumento no me gustó tanto pero era la excusa, el vehículo; por eso lo entiendo y lo valoro. No es la obvia descripción del conflicto pero estaba a la vuelta de cada página, en cada esquina o en cada hoja de selva. También lo empobrecido del pueblo y los “afueras” de los estratos altos, de las apariencias de clase y de los recursos de los oprimidos.
Una valiente experiencia con realidades distintas y en diferentes escenarios. Concluyo que darle género a esta novela es muy pretencioso y la califico de extraordinaria. Gracias Juan.
La memoria como ejercicio de aquellos que no estamos del todo bien, como motor, como idea permanente, como razón de ser y permanecer
Porque la fábrica quebrando, la psiquiatra/restauradora/amiga, la esposa que está pero no, etc. no tiene mayor peso más allá de ser momentos que se presentan entre la memoria y el recuerdo de la nana, recuerdo que obliga a la acción de la búsqueda, porque, pareciera, que al final, agarrarse de esos recuerdos es lo que vale, lo que hace que uno siga