Una novela que retrata sin ambages la generación de la segunda mitad del siglo XX que tuvo que enfrentar una de las etapas más cruentas del conflicto colombiano. Múltiples voces interpretan a su manera la vida en el territorio de la guerra. La guerra como escenario del fracaso humano y factor que determina la vida de las personas y banaliza la muerte; el conflicto armado como sepultura de sueños y azaroso motor de un cambio que nunca se produce. Ese es el fondo de Siempre fue ahora o nunca, el tema recurrente en las anteriores novelas de Rafael Baena, quien en esta oportunidad abandona el siglo XIX de Tanta sangre vista, ¡Vuelvan caras, carajo! y La bala vendida para viajar en el tiempo hasta la segunda mitad del XX, período en el que incluso los indiferentes o quienes se aferraron a la neutralidad fueron afectados por los hechos.
Lo conocimos cuando era un fotógrafo con una mirada inteligente e intuitiva, que después puso al servicio de las palabras: la narración fluida a la que nos acostumbró como novelista, las historias que fascinan e hipnotizan, se explican en parte por esa mirada excepcional. Pero a la hora de escribir Siempre fue ahora o nunca Rafael Baena renunció a la comodidad, a sabiendas de que la historia de su generación es un caleidoscopio, una multitud de voces divergentes, quebradas por los desencuentros, por las rupturas. El resultado es una novela que cuenta todo lo que conocemos de una manera que no conocíamos. Siempre fue ahora o nunca deja constancia de nuestra vida sin enjuiciamientos y sin mentiras. Margarita Valencia
Reseñas: «Siempre fue ahora o nunca es una excelente novela. Es impresionante cómo Rafael Baena logra contar la historia de este país contando historias individuales con el telón de fondo de la historia pública. Me corrijo: no, no es una excelente novela, es una gran novela que atrae la atención, absorbe en la lectura y de ningún modo deja indiferente al lector acerca del país que le sirve de escenario». Darío Jaramillo Agudelo
Para tener en cuenta: Rafael Baena explora el registro de muchas voces para contar desde diferentes puntos de vista cómo se enfrenta y se sobrevive a la guerra.
Durante más de tres décadas fue redactor , reportero gráfico y editor en periódicos, revistas y noticieros de televisión. Autor de «¡Vuelvan caras, carajo!», «Samaria Films XXX», «La bala vendida», «Siempre cuatro patas». «Tanta sangre vista» fue su primera novela.
El periodista y fotógrafo Rafael Baena se dedicó de lleno a la literatura a los 50 años de edad, después de una vida de trabajo en salas de redacción y como reportero en infinidad de recodos de la geografía colombiana. En 2007 publicó su primera novela, Tanta sangre vista, y a partir de ahí, en un lapso de apenas ocho años alcanzó a publicar siete obras, en una carrera contrarreloj contra la muerte que lo acechaba ya hace tiempos en forma de cáncer de pulmón, hasta que el 14 de diciembre de 2015 el aire literalmente se le acabó.
En Siempre fue ahora o nunca Baena vuelve al tema que lo apasiona: las violencias colombianas, que como él se encargó de documentar, son una sola larga guerra desde el Siglo XIX hasta nuestros días. La novedad de esta obra, en relación con otros títulos como Tanta sangre vista, o La bala vendida, o el extraordinario ¡Vuelvan caras, Carajo!, que transcurren en el Siglo XIX, Siempre fue ahora o nunca se centra en el final del Siglo XX, desde los años 70 con la bonanza marimbera, hasta comienzos de 2000, con la llegada de Uribe al poder y el auge del paramilitarismo. Es, como lo señala el autor, el relato de la tragedia que nos tocó vivir a los de esta generación.
El libro es un rompecabezas construido a partir de capítulos cortos que intercalan historias de personajes que al principio se muestran inconexos pero que a medida que va avanzando el relato van encajando en las vidas de los otros hasta que el panorama queda completo.
Sostener el ritmo a lo largo de 630 páginas no es fácil y por ratos el autor no lo logra. Es posible que muchos lectores no superen las primeras 100 páginas, que son lentas y en donde la relación entre personajes no es clara. Pero alcanzado el primer centenar de hojas, la historia toma vuelo, la tensión empieza a aparecer, y aunque algunos personajes no llegan a cuajar (las niñas son siempre niñas aunque pasan los años... como si no crecieran; se insinúa una relación lésbica que tampoco se desarrolla) otros personajes se vuelven entrañables, en especial el reportero gráfico Toño Almanzor, que en muchos aspectos parece alter ego del autor. El final puede parecer apresurado, aunque luego de 630 páginas dudo que pueda afirmarse algo así.
Además de Toño, la narradora Raquel Arbeláez es una abogada que ha ejercido todo tipo de reportería hasta culminar como jefe de redacción de un periódico que siempre está sobreaguando crisis económicas. Ambas voces salpimientan el relato con reflexiones sobre el oficio del periodismo. A estos comentarios se suma además el relato histórico del conflicto político colombiano de los últimos tiempos. Sin tratarse de un ensayo histórico, aparecen los cuerpos de paz, las Farc, el ELN, el narcotráfico, los paras, las masacres, Turbay, Belisario, el M-19, el Palacio de Justicia, Lara Bonilla, Galán, Pablo Escobar, el Avión de Avianca dinamitado en vuelo, Guillermo Cano, la UP, Bernardo Jaramillo, Jaime Pardo Leal, Carlos Pizarro, la bomba a El Espectador, Elsa Alvarado y Mario Calderón y otras víctimas claves. Pero no sólo está Colombia, también aparecen la Revolución Sandinista, la guerra en Salvador, el golpe a Allende, la guerra en Ruanda, en Bosnia... No se trata de una enumeración exahustiva ni de una clase de historia: los hechos van mezclándose con los protagonistas y aunque éstos no quieran el contexto les va marcando su destino.
Rafael Baena era un genio, un personaje como sacado del Renacimiento, de esos humanistas que saben mucho de muchas cosas. Además, un narrador extraordinario, honesto y culto. Su temprana muerte es una pérdida enorme para la literatura colombiana, pero al mismo tiempo es una fortuna que la pasión con la que se dedicó a escribir en los últimos años haya dejado testimonio de tantas guerras, sobre todo ahora que se habla del supuesto fin de todas ellas. Toño Almanzor seguro pensaría que sí, que ojalá terminen, con una mueca escéptica.