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Así empezó...

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Madrid. 11 cm. 327 p., 2 h. Encuadernación en tapa dura de editorial con sobrecubierta. Colección 'Memorias de la Guerra Civil Española 1936-39'. Valdeiglesias, Jose Ignacio Escobar y Kirkpatrick, 1898-1977. España. Historia. 1936-1939 (Guerra civil). Relatos personales .. Este libro es de segunda mano y tiene o puede tener marcas y señales de su anterior propietario. 8431201770

343 pages, Hardcover

Published January 1, 1974

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Profile Image for Malakh.
52 reviews21 followers
March 14, 2022
El sábado 11 de julio de 1936 fue el último día en que se publicó el diario La Época, cuyo primer número había visto la luz el 1 de abril de 1849. Como relata José Ignacio Escobar en estas memorias, con la noticia del secuestro y asesinato de José Calvo Sotelo llegó a la redacción del periódico una orden terminante del Gabinete de censura por la que se prohibía terminantemente el empleo de la palabra «asesinato», así como cualquier comentario sobre el suceso. Sólo podría darse la noticia escueta del «fallecimiento» del líder de la oposición. El director del diario ordenó la no publicación del periódico esa noche «para que no se manchara su historia dando cuenta en tal forma del suceso». Entonces, por estimar Casares Quiroga que esta voluntaria suspensión equivalía a una tácita protesta contra el crimen, impuso por ella al día siguiente el castigo de otra suspensión sin término. La supresión sería definitiva, ya que después de la guerra el gobierno franquista no autorizaría el retorno de la publicación.

José Ignacio Escobar y Kirkpatrick, marqués de las Marismas del Guadalquivir y, desde 1949, marqués de Valdeiglesias, fue un político, periodista y doctrinario monárquico, director de La Época y uno de los fundadores de la revista y sociedad cultural Acción Española. Durante la Segunda República española estuvo entre los principales difusores de la doctrina neotradicionalista, por la cual debía instaurarse una Monarquía tradicional, católica y corporativa mediante el recurso a un golpe de Estado militar. Posteriormente fue un notable partidario de la restauración monárquica dentro del régimen franquista, al que sirvió como consejero nacional del Movimiento y procurador en Cortes. En 1976, fue uno de los pocos procuradores que votó en contra de la Ley para la Reforma Política de Adolfo Suárez, que desmantelaba definitivamente el Régimen del 18 de julio.

En estas memorias publicadas en 1974 el autor realiza un retrato de la realidad española desde las vísperas del golpe de Estado hasta el final de la Guerra Civil, entrelazando los acontecimientos relatados desde sus propias experiencias con sus agudas reflexiones sobre la situación de la zona sublevada durante el conflicto. Conocedor del día D y la hora H en el que, sin posibilidad de marcha atrás, se levantaría el ejército contra el gobierno del Frente Popular – «con Franco o sin Franco», en palabras de Jorge Vigón –, Escobar se dirigió a Burgos, lugar en el que Mola había expresado su deseo de que se reunieran el máximo número posible de civiles con el fin de evitar cualquier apariencia de pronunciamiento puramente militar. Curiosamente, la crónica sobre su salida de Madrid se contradice con aquella que Pedro Sáinz Rodríguez refleja en su Testimonio y Recuerdos y al que aludí en la reseña correspondiente. Según Escobar, en su coche viajaron Jorge Vigón y Sáinz Rodríguez, mientras que Eugenio Vegas hizo el trayecto en el automóvil de Paco Eliseda junto a Antonio Ochoa. Por lo tanto, no resulta creíble la afirmación de Sáinz Rodríguez de que no avisaron a Maeztu del levantamiento por falta de espacio en el vehículo.

Desde ese momento, José Ignacio Escobar se situó bajo las órdenes de Mola y siguiendo sus instrucciones tuvieron lugar sus numerosos viajes entre Burgos, Biarritz, París y Berlín, que tenían por objetivo lograr el suministro de armamento alemán, especialmente de cartuchos, para las tropas que se encontraban en el norte de España. Cortadas las comunicaciones entre Mola y Franco, «el Director» desconocía que este último ya había establecido contacto con Berlín, quienes habían atendido el llamamiento de los sublevados enviando aviones de transporte y de combate, con un cuerpo de técnicos y otros materiales solicitados desde Marruecos. Escobar logró un acuerdo con los germanos por el cual estos aportarían a crédito diez mil fusiles de calibre alemán con sus respectivos cartuchos, varios aviones, bombas de aviación y de mano, etc. Finalmente, el 11 de agosto tendría lugar la primera comunicación telefónica directa entre Franco y Mola, quienes acordaron que el primero llevaría desde ese momento y de manera exclusiva las negociaciones con el extranjero, concentrando las gestiones en el futuro Caudillo y disponiéndole ante el extranjero como el comandante en jefe, esencial anticipo de su proclamación como jefe de Estado menos de dos meses después. Afirma Escobar que fue desde ese mismo momento que «el Ejército del Norte renunció a todo avance hacia Madrid y se limitó a consolidar posiciones en este frente, tomando la iniciativa sólo en Guipúzcoa, Vizcaya y Santander, en espera que el Ejército del Sur estuviera en condiciones de intentar el ataque sobre la capital».

Apartado de las responsabilidades de negociación con el extranjero, el autor narra sus experiencias en el frente y, posteriormente, en los servicios de prensa y propaganda, convocado por Eugenio Vegas, quien esperaba reanudar su vieja colaboración de Acción Española. Fracasaron en el intento, ya que, muerto Sanjurjo el 20 de julio en un accidente aéreo, el levantamiento dejó de tener como meta lógica la Monarquía, y las distintas tendencias ideológicas de la zona nacional trataron de llevar el agua a su molino. El gobierno de Franco se esforzó en vaciar de todo contenido ideológico o, al menos, partidista al discurso que emanaba del departamento encargado de la propaganda, algo que provoca las constantes críticas de Escobar a lo largo de sus memorias. Con la llegada de Serrano Suñer a Salamanca se suspenderían las negociaciones autónomas iniciadas en Lisboa entre la Falange y el Requeté y comenzó la construcción de «un Estado sin antecedentes, sin compromisos, sin cargas; un Estado verdaderamente nuevo», en sus propias palabras. La unificación debía provenir de arriba, como así ocurrió finalmente. Con el Decreto del 20 de abril de 1937 comenzó a funcionar el «tinglado de FET y de las JONS, sin que lograra nunca lavarse de su vicio de origen ni, por tanto, representar auténticamente a los elementos promotores del movimiento». El autor lamenta, al relatar este episodio, el apartamiento de los mandos naturales de los monárquicos, requetés y falangistas y su sustitución por arribistas que buscaban su pequeña parcela de poder en el nuevo Estado.

Pese a no contar con una voluminosa extensión, este libro de memorias contiene una gran cantidad de anécdotas enormemente sugestivas, como la captura y condena a muerte de Agapito García Atadell o la reunión de representantes monárquicos con el conde Galeazzo Ciano, ministro de Asuntos Exteriores italiano y yerno de Mussolini. Resultan de interés las numerosas reflexiones que un acendrado monárquico como Escobar lega sobre el conflicto civil y el régimen posterior, del que mantiene una visión positiva pero que se encuentra muy alejado de aquello que «tradicionalistas, falangistas o monárquicos de Acción Española» deseaban. Después de todo, «la participación ocasional de representantes de estos grupos en los sucesivos gobiernos no debe inducir a error», ya que el Estado franquista fue fundamentalmente «pragmático, mucho más preocupado de las realizaciones concretas que de las especulaciones doctrinales». En el momento de escribir estas líneas, Escobar se cuestionaba sobre el futuro de España y el cambio de régimen tras la próxima muerte de Franco, que temía que finalizara en una situación similar a la de la República que tanto se esforzó por destruir.
Profile Image for Jose Antonio.
364 reviews3 followers
July 7, 2024
ASÍ EMPEZÓ de JOSÉ IGNACIO ESCOBAR (MARQUÉS DE VALDEIGLESIAS) es una crónica interesante de nuestra guerra fratricida vista desde los ojos de un aristócrata huido la víspera del Alzamiento (tenía información privilegiada) a Burgos. Comento de pasada que es el hermano del entrañable Luis Escobar (el marqués de Leguineche de la trilogía berlanguiana «La Escopeta Nacional»). Nos cuenta anécdotas del bando rebelde de cierto interés. Destacaría las negociaciones con gerifaltes alemanes para conseguir municiones y armas por encargo del general Mola. Dedica demasiado tiempo a los entresijos de las relaciones entre falangistas, tradicionalistas y monárquicos y a la forzada unificación por Decreto. Nos presenta muchos personajes de importancia en ese momento que ahora requerirían notas explicativas al pie (o visita a Wikipedia). No carece de interés lo que nos cuenta sobre su etapa en el departamento de propaganda de los alzados. Al final del libro entra en curiosas disquisiciones sobre la política de Franco y el futuro. Lo que me ha resultado más interesante son las páginas en las que habla de Agapito García Atadell, chequista del PSOE que acabó convertido a la fe cristiana tras cientos de crímenes a sus espaldas. Extracto algunos párrafos: «…la figura de Agapito García Atadell tipógrafo de profesión y afiliado al partido socialista, ascendió rápidamente sus escalas burocráticas y trabó una gran amistad con Indalecio Prieto. Al estallar la revolución en Madrid le fue encomendado el mando de una de las brigadas que se dedicaron al asesinato y a la expoliación de bienes. En sus declaraciones ante el juez instructor de su causa insistió especialmente Agapito en que su brigada era «legal»— a diferencia de las de la F.A.I. y de la C.N. T– y ,por tanto, su actuación irreprochable desde el punto de vista del derecho positivo. Agapito atribuía la máxima importancia al hecho de que su brigada, la que llevaba su nombre, fuera «oficial». Recuerda vanidosamente que al instalarse en el palacio de los condes del Rincón, en la Castellana—que él llama con familiaridad el palacete de Martínez de la Rosa—asistieron las autoridades a la inauguración. Sus detenciones se publicaban en la Prensa, lo cual, dice, «era una garantía», y sus fusilamientos se revestían de una formalidad. No dice, como también era cierto, que alguno de estos fusilamientos se publicaban asimismo en la Prensa, quizá como una garantía supletoria para el fusilado. Así, en el «Heraldo de Madrid» correspondiente al 8 de septiembre de 1936, después de una relación de los últimos registros, detenciones e incautaciones llevados a cabo por la Brigada Atadell, se insertaba esta significativa noticia: «Han fallecido el ex ministro de la Gobernación en el Gobierno Berenguer, general Marzo, y el ex conde de los Moriles, señor Vitórica». Se advierte bien la íntima satisfacción que le producía a Atadell al verse convertido en un funcionario de elevada categoría cuidadoso de ponerle el balduque a cada uno de sus actos. ¡Qué diferencia entre su acción «legal», jurídica y bien organizada y la de esas brigadas «de actuación ilegal», no reconocidas oficialmente, que operaban a su antojo «cometiendo tropelías de botín» y convirtiendo a Madrid «en un caos sin orden, control ni concierto»…Cuando entraba una persona de condición religiosa, y casi siempre cuando se trataba de señoras de aspecto distinguido, pasaban por la jurisdicción de una miliciana gruesa, sucia y desgreñada, que se dedicaba durante un largo rato a dirigirles los más soeces insultos. Algunas veces, a mitad de la escena llegaba Agapito y reconvenía en tono bondadoso a la miliciana: —Mujer, no seas así. No la molestes. Ya la juzgaremos cuando llegue su hora.» Cuenta diversos sucedidos en la cheka y cómo trataba a los desgraciados detenidos. Pero acaba con una información que yo ignoraba: «Este hombre frío, insensible durante su vida a todo estímulo moral, atento sólo a su propio interés por encima de no importa qué torrentes de sangre y de lágrimas, parecía haber oído repentinamente la voz divina en su camino de Damasco. Escribió cartas para despedirse de su mujer y de otros familiares, revelando, en un tono sencillo y natural, una gran emoción religiosa, sin artificio alguno. A Indalecio Prieto le escribió la siguiente: «Mi amigo Prieto: Ya no soy socialista. Muero siendo católico. ¿Qué quiere que yo le diga? Si fuera socialista y así lo afirmase a la hora de morir, estoy seguro que usted y mis antiguos camaradas lamentarían mi muerte y hasta tomarían represalias de ella. Hoy, que nada me une a ustedes, considero inútil decirle que muero creyendo en Dios. Usted, Prieto, antiguo amigo mío antes camarada, piense que aún es tiempo de rectificar su conducta. Tiene corazón y ese es el primer privilegio que Dios les da a los hombres para que se consagren a EI. Rezaré por usted y pediré al Altísimo su conversión. A. Garcia Atadell.» Sus últimos días fueron altamente edificantes y dejaron conmovidos a cuantos le trataron. La víspera de su ejecución después de haberse despedido de todos los que le rodeaban con palabras en las que se reflejaba un sincero arrepentimiento, dos lágrimas surcaron silenciosa- mente sus mejillas. Uno de los presentes, conmovido, insinuó la posibilidad todavía de un indulto y se ofreció
a hacer inmediatamente una última gestión. Atadell le detuvo:
--No lo deseo, dijo. Los hombres no podrían perdonarme jamás mis crímenes y para alcanzar el perdón de Dios no estaría nunca mejor dispuesto que ahora…Al salir de la capilla, Atadell execró por última vez la hora en que emprendió la senda socialista y se dejó seducir por sus doctrinas. Subió al patíbulo con paso firme y lanzó desde él un viva Cristo Rey. Fueron sus palabras finales.» Toda la información sobre García Atadell, que es lo que más me ha interesado del libro, está extraída del sumario que el autor estudió in situ en Sevilla donde fue ajusticiado.
El libro en conjunto es interesante para los cafeteros en el tema de la Guerra Civil española pero puede resultar a veces farragoso y un poco pesado cuando entra en disquisiciones políticas que ahora nos resultan trasnochadas.
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