Con la publicación en 1992 de Velocidad de los jardines, que cumple su vigésimo quinto aniversario, nació un libro que ha trascendido a diferentes generaciones como lectura indispensable del cuento contemporáneo. Su autor subrayaba las existencias de unos personajes que se debaten entre la banalidad y el prodigio; constituyen el pretexto para levantar una escritura cargada de sabores y olores, allí donde la memoria de cada cual inventa sus jardines, trafica sensaciones, protagoniza sombras, puesto que en este libro rápido y lento, el lector no encontrará otra velocidad que la que el tiempo impulsa ni viaje más difícil que el regreso a los pupitres.
Veinticinco años después, un mismo pero renovado Eloy Tizón confiesa en el pró "Con este libro ha sucedido algo extraño. Lo tenía todo para ser olvidado y sin embargo, ya ves, no lo ha sido. Intentaste construirlo con materiales nobles, para que dure. Es una conspiración de los lectores; todo el mérito es suyo, de su constancia e interés. Has tenido mucha suerte, otros no han tenido tanta. Ahora lo ves lleno de tiempo. Pletórico de tiempo, otra vez nuevo".
Eloy Tizón (Madrid, 1964) es un escritor español, considerado uno de los mejores narradores de cuento y novela de los últimos años. Su obra hasta la fecha se compone de dos libros de cuentos: Velocidad de los jardines y Parpadeos; y de tres novelas: Seda salvaje, Labia y La voz cantante.
Como Dios manda, antes de comulgar debo confesar. Yo pecador, confieso que no había leído a Eloy Tizón, del que he tenido noticias recientemente gracias a la comunidad lectora de las redes sociales. Mea culpa. Durante gran parte de mi vida mi relación con los libros, igual que con las personas, se ha basado en la primera impresión. Si de entrada ese libro (esa persona) escondía su rostro, o si este no era lo suficientemente amable y permeable, directamente lo/la obviaba; nunca he tenido ardor guerrero, ni vocación quijotesca, ni espíritu (ni cuerpo) erudito, ni he buscado a propósito complicarme la vida, para qué, bastante tenía (quiero creer que pensaba). Tal vez porque las ataduras cotidianas han aflojado su yugo, tal vez porque, en consecuencia, he podido volcar ahora y por fin mi tiempo muerto en la literatura, me he dado cuenta de que solo sé que no sé nada. Y he comprendido también, más vale tarde que nunca, que, igual que no hay un único lector, parapetados tras mi coraza de lector profano se escondían otros, igual que dentro de cada persona siempre hay un mundo por explorar, que antes o después acaba aflorando. Debo confesar asimismo que (cosas del ebook) mientras empezaba a leer, iba quedando deslumbrado por lo que pensaba era el primer cuento, Zoótropo. Tanto por su recreación biográfica, esa fase de la juventud en la que “vivíamos para ver cómo Dios rompía sus amargos hechizos”, como por su lograda ambientación de esos años 80 en la “vida de frontera” de su barrio madrileño, y ese despertar al mundo y a la vocación literaria (“escribir no significa cumplir un destino, sino escapar de un destino. Escribir es siempre una traición”), que por su valentía tanto envidia el lector. ¡Dios mío!, pensé cuando llegué en realidad al primer cuento, ¡si solo era el prólogo! (a su segunda edición revisada de 2017). La cosa prometía. Y, para escarnio de los políticos, conforme iba pulsando con el índice la punta de flecha horizontal del paginado, la promesa no solo se iba cumpliendo sino que desbordaba mis previsiones más optimistas, yendo, como todo buen libro, de menos a más. Ni siquiera necesité despojarme de mis últimos prejuicios. Sin comerlo ni beberlo fui asumiendo boquiabierto las leyes irreverentes del narrador, sus fogonazos salvajes, como trampas en lo que suponías una senda, su sensibilidad extrema volcada en metáforas tan originales como evocadoras, sus pinceladas impresionistas, sus contrapuntos líricos o surrealistas, la música de su prosa. Ya es tarde cuando te das cuenta de que el objetivo no es narrar, sino transportarte. Crear una atmósfera a brochazos de imágenes, algunas reveladoras y troncales, otras aparentemente inconexas pero siempre subyugantes, que sin necesidad de un hilo clásico de relato imanten la brújula del lector para no perderlo entre la nube de humo de los cañonazos, para que pueda encontrar su propia salida, el final que le convenga. O que directamente renuncie a él por innecesario. No entraré al análisis canónico de cada cuento, ni a las referencias literarias, ni mencionaré que, en mi opinión, Villa Borghese y Velocidad de los Jardines (el más autoficcional, como un epílogo fabulado del prólogo) son las joyas de la corona, pues esas labores de entomólogo corresponden a los que saben, no a mis modestas noreseñas. Pero no puedo evitar, con permiso del autor, soltar algunas perlas de cebo (“Él es largo y oscuro como un túnel puesto en pie”, “El crepúsculo alargaba las sombras hasta la crucifixión”, “Eva tenía mal gusto y un hijo sumergido y un alfiler atravesaba un pliegue de su conciencia”, “Por los ventanales mal lavados del bar cruzaba un barrido de camionetas y 3 árboles mezquinos y parapléjicos coagulándose contra el frío”, “Qué mano sabia o estéril profundiza los ponientes”, “A esa hora en el otro extremo del mundo, una espiga cae tronchada por el peso de la calma”…). Eso sí, advirtiendo al futuro lector que lo grueso del tesoro espera dentro, y que no tiene ni perdón ni absolución el pecado de abstenerse. Que arderá arrepentido en el infierno. Ahora sí. Una vez confesado, y expiados mis pecados de palabra, obra y, sobre todo, omisión, estoy listo para recibir la comunión. Para comulgar con la gran literatura. Por la gracia de Eloy Tizón.
Afortunadamente, no empecé a leer a Eloy Tizón con este libro. Seguramente no me hubiese interesado más por su obra. El hecho es que me gustan los libros de Tizón, leí 'Labia' y eso me arrastró a leer el resto de sus novelas. Según la crítica especializada 'La velocidad de los jardines' es uno de los tres mejores libros de cuentos de los últimos 25 años. Pues a mí no me ha gustado nada.
El libro abusa de exceso de prosa poética y, sobre todo, de metáforas. Por ejemplo, "Las manos lácteas, fluviales, chorreando cinco dedos, su cutis narrativo", o "La cerveza pone su pequeño sol de espuma en las cabezas". Y así en casi cada frase, de cada párrafo, de cada página, de cada cuento. Está todo demasiado forzado, como cogido con pinzas, como un puzle mal montado, como esas cartas con recortes de revistas que mandaban los secuestradores. Vamos, que no me ha gustado nada.
Aquí dejo los títulos de los cuentos con mis valoraciones:
- Carta a Nabokov (*) - Los viajes de Anatalia (*) - Los puntos cardinales (*) - La vida intermitente (*) - Escenas de un pic-nic (*) - Villa Borghese (**) - Austin (*) - Familia, desierto, teatro, casa (*) - En cualquier lugar del atlas (**) - Cubrirse de flores tu palidez (*) - Velocidad de los jardines (**)
Cuando el prólogo resulta más interesante que los cuentos que integran el libro, algo no está bien. Básicamente la narración se compone de cuadros y más cuadros. Cuadros inertes, casi-inertes. Metáforas resultonas o que quieren ser resultonas pero no funcionan: "árboles mezquinos y parapléjicos coagulándose contra el frío", "el mundo se inflamaba como un pájaro con fiebre", "Víctor la imaginó, salvaje y dulce y desvalida, abriendo su sexo para él con ojos de santa ahorcada", mmm, mejor hubiera quedado en un poemario, quizá. El querer-ser-guay y que la juventud ansiosa se note una y otra vez en el texto con frases así. Se ve que el tiempo ha hecho lo suyo con este libro, porque conmigo al menos no ha conectado, y lo abandono en el cuento "Austin" (ya previamente saltándome páginas). Me parece una decepción, ya que tan buenos comentarios había leído de este libro de cuentos, que lo pintaban como "un antes y un después de la narrativa corta en España". A veces la publicidad así hace más daño que bien.
El prólogo "Zootropo" escrito para la nueva edición es algo que me había animado a entrar en ese libro que le había costado al autor escribir y se notaba esa honestidad sacada de la memoria. Pero entrar en esa velocidad de los jardines resultó ser una velocidad desangelada, donde no pasa gran cosa, solo técnicas y paisajes y pensamientos. Pues no, a lo que sigue.
Sus frases son como brochazos. Pinta más que escribe. Sensación de estar leyendo una naturaleza muerta. Ahí va una pincelada: "Chssst. Una castaña estalló, y cayó a los pies de un banco. Dos palomas grises caminaban paralelamente diciendo con la cabeza sí, sí, sí. Agujas de pino alfombraban la retícula de senderos, y a trechos aparecían esas ancianas que se encuentran repetidas en todos los jardines públicos del mundo, que limpian mucho el asiento antes de sentarse en él, si se sientan. La soberanía de la luz era responsable de las manchas móviles y del mobiliario de hojarasca y ramas caídas. Un lustroso mastín pasó corriendo, retrocediendo, transportando el sol en un costado, preguntándose: ¿he mordido un olor?"
Velocidad de los jardines es, sin duda, un gran libro de relatos. Prosa cuidada, cuidadisima, que no resulta engorrosa. Los cuentos de Eloy transforman. Una no sabe que contienen exactamente para cerrar lo ojos y repasar mentalmente lo leído. Concentración. Extracción de la idea. Vuelta a leer. No había leído nada acerca de estos cuentos antes de atacarle. ¿Habrá mejor cuentista en España que Tizón? Puede ser, pero yo aún no lo he encontrado. Tizón recuerda a los grandes cuentistas tanto, que ahora me arrepiento de haber leído la versión original del texto. Bendita biblioteca, sí. Pero quiero el libro. :)
"He mandado que le tatúen tus iniciales en el cielo de la boca."
"Nada une tanto a dos personas como hablar mal de una tercera."
Pues he superado la página 21 donde lo dejé en 2007. De hecho, lo he acabado. Pero no encaja con mis gustos. Este recopilatorio de relatos tiene cierto prestigio entre los especialistas pero como el gusto por la literatura es tan personal, a mí me ha resultado insoportable casi todo el rato. Los primeros relatos son prácticamente inteligibles, repletos de metáforas muy forzadas. Y los finales, de corte más clásico, son aburridísimos. Más parecen borradores de pretendida originalidad. Quizás el tiempo le ha pasado por encima.
No encajó conmigo en absoluto. La enumeración continua de metáforas se me hizo monótona, pegajosa y hasta molesta: llegó un punto que, de tanto bombardeo y de tanto pretendido estímulo poético, no sentía nada. Me da la sensación de estar leyendo un borrador de cosas de una voz narrativa (siempre la misma, sea el cuento que sea) que intenta por todos los medios buscar la originalidad y que se pierde por el camino.
Estoy muy lejos de entender lo que he leído, pero ha leído uno lo suficiente para entender que un libro como este no lo ha leído antes. Este libro expande el español: su sintaxis, su gramática, su semántica. Todo parece nuevo, como un regalo de reyes. Aunque no se sepa bien qué hacer con él después.
Uno, que no ha leído nunca a Bukowski, lee este libro y se imagina que así es como debe escribir alguien que haya leído a Bukowski, que así es como escriben los mayores, los que sabían de qué iba esto de la literatura a finales del siglo XX.
En una reseña de Alberto Olmos para festejar la reedición de "Velocidad de los jardines" a los 25 años de su aparición (efemérides y reedición que coincidieron, qué cosas, con las de "Corazón tan blanco" de Marías, que también celebraba Olmos), se decía que la escritura de Eloy Tizón era como dar MDMA a las palabras. Uno, que tampoco ha probado nunca el MDMA, lee este libro y comprende que Alberto Olmos debe tener razón.
Este fue el mejor libro que leí en 2009, lo presté en 2010 y por algún motivo había olvidado ponerlo aquí, pero ayer en la FIL me topé con otro libro de este autor y vine a dar con mi falla.
Es una colección de relatos, la mayoría desconcertantes, todos entrañables, donde Tizón toma casi todas las voces narrativas que hay, y las maneja como sastre para crear estos momentos que al menos para mi representan algunos de los más brillantes de nuestra literatura contemporánea. No le pide absolutamente nada al ¿Qué me quieres amor? de Manuel Rivas, ni a los Cuentos Peregrinos de García Márquez. De esas ligas estamos hablando.
Todo en matices de otoño, melancolía, nieve y calor. Aquí mi pasaje favorito:
"Que alguien me diga a dónde van a parar los altos días claros, mi infancia ligera, mi juventud despreocupada. Era tan fácil ser pequeño y traer notas. El pequeño Austin con su pequeño lápiz rojo. ¿Es que existe en algún sitio una especie de depósito de residuos donde alguien almacena alegremente nuestros momentos dichosos? Si es así, yo a ese lugar lo llamaría Dios..."
Siempre que puedo regalo este libro, o no pierdo la oportunidad de recomendarlo. Hay poquitas cosas capaces de moverte, sacudirte así con la ruptura de la gramática. Si tienen la suerte de encontrarlo, no pierdan esta oportunidad.
Como lo presté casi inmediatamente después de leerlo, se me había olvidado reseñarlo. Disfruté muchísimo todos los cuentos, aunque el Zoótropo es especialmente brillante, Ville Borghese es exquisito y Velocidad de los jardines es el broche final perfecto, muy entrañable. Riqueza léxica, frescura narrativa y unas cuantas imágenes inolvidables. Me encantó, entiendo por qué es un libro de culto dentro del género, y la edición de lujo que se han marcado en Páginas de Espuma le hace justicia (y de paso nos permite a los lectores sentirnos partícipes y ver dentro del proceso creativo). Este es un libro para disfrutar pero sobre todo para releer.
¡Qué buen libro! Su genialidad no pasa tanto por las historias, sino por el modo en que están escritas. Como dice Tizón: “No te interesan mucho los hechos (que son la épica), sino más bien las conjeturas e interpretaciones sobre los hechos (su lírica)”. Muchos relatos se sostienen más por la voz del narrador que por la trama. Y lo genial es que se sostienen.
Empieza con un prólogo literario o un relato prologal (escrito 25 años después) que es tan bueno como el libro entero. De los mejores prólogos que leí. Los relatos están todo el tiempo rozando los límites, buscando maneras de salirse del corsé del cuento clásico. Hay narradores que se ven fascinados por los detalles, enumeraciones caóticas, mucha poesía, relatos abiertos y elípticos que se fragmentan en pedazos.
Me pareció un libro muy refrescante, aunque también es cierto que su estilo puede alejar a muchos lectores, porque como sucede con los jardines, para contemplar su belleza hay que situarse en otra velocidad.
En "Velocidad de los jardines" he encontrado personajes inolvidables retratados con estilo poético y delirante. Símiles y adjetivos que golpean en espacios descritos con ritmo onírico. Sinestesias hipnóticas y un universo íntimo recreado con nostalgia. Una obra increíble a la que he tardado en llegar y de la que no quería marcharme.
Los últimos relatos los considero mejor que los primeros por ser menos crípticos y tener un ritmo mejor medido. Es la primera obra que leo del autor, creo que es un buen cuentista.
Este libro de relatos breves no ha sido para nada de mi gusto. Cada cuento es una sucesión de enumeraciones más o menos poéticas, más o menos elaboradas, pero que impiden que avance la trama; es más, podríamos decir que no hay argumento, ni conflicto, ni pensonajes interesantes... Sólo una homenaje a la forma, que en mi opinión no tiene razón de ser sin un fondo.
Quizá puede ser recomenble para amantes de la poesía en prosa, y quizá para gente de mediana edad con un ataque de melancolía.
Empecé a leerlo por recomendación de un buen lector y conocedor de su obra, pero no ha conseguido que los termine. Riqueza léxica, excesivo uso de metáforas, tono apelativo que , a veces, molesta,uso llamativo de adjetivos...
No es un estilo que me guste. De un lirismo sin equilibrio, me ha resultado insoportable. Ando a la búsqueda de grandes cuentistas en español no doy con la tecla.
¿Les gustan los cuentos con narraciones complejas?
📙 Velocidad de los jardines: Libro de cuentos que contiene una introducción en la que narra el proceso de publicación del libro en sus diferentes ediciones y los siguientes cuentos/relatos: Carta a Nabokov; Los viajes de Anatalia; Los puntos cardinales; La vida intermitente; Escenas den un picnic; Villa Borghese; Austin; Familia, desiero, teatro, casa; En cualquier lugar del atlas; Cubriré de flores tu palidez y Velocidad de los jardines. 🗣Opinión: Llegué hasta este libro luego de una charla que el autor brindó para el Club de la Delicia, al que estoy suscripto. Cuando lo escuché me sentí cautivado por su dialéctica. Recién ahora pude leer uno de sus libros y me he llevado una decepción. ¿Por qué?, me pregunto, quizás porque la manera en la que está escrito cada cuento parece más una narrativa prolija y cuidada de un fluir de la conciencia. ¿A qué me refiero? A que cuenta una situación, o evento, o algún fragmento de vida inventada, en el que va uniendo los pensamientos y sentimientos del protagonista, pero sin contar una historia completa, es decir, no siguen un esquema de cuento, con principio, desarrollo y desenlace, sino que en muchos de ellos no hay desenlace, o no hay problema que marque el desarrollo, y nos quedamos sin cierres en las historias, si es que vienen contadas de manera lineal, pero a veces ni eso. De todas maneras, los últimos tres cuentos si tienen una estructura más entendible. Y son muy buenos. Pero me sentí muy perdido en el resto de los cuentos. Tuve la sensación de que no decían nada, una literatura muy desmembrada. 🔊Recomendado para quienes sean lectores de cuentos en los que las palabras superan los hechos.
No hay peor cosa que por idolatración desmedida o por amiguismo, vete a saber por qué, te recomienden tantísimo un libro de relatos como el que hoy os traigo. No hay, o yo no la he encontrado, esa maravilla que muchos reseñistas señalan.
Salvo el prólogo (yo tengo otra edición), que por lo visto lo ha escrito unos 20 años más tarde y de ahí que el estilo sea otro diferente al que hay en los relatos (que, por cierto, a mí personalmente, dicho prólogo me recuerda al estilo de la escritora a quien se lo dedica), las narraciones en los relatos son confusas, cuentan poco, y si lo hacen no lo hacen ni bien ni claro.
Ejemplo de ello es "Los viajes de Anatolia" donde a base de frases sueltas obliga al lector a hilvanarlas para entenderlas. Una historia, que si se hubiese contado mejor, habría merecido la pena.
El resto de relatos es más de lo mismo, donde impera una visión deprimente de las cosas.
No es una forma de narrar que a mi, al menos, me convenza.
Hay libros que parecen hechos de aire y memoria. Velocidad de los jardines es uno de ellos: una colección de relatos que no narra tanto lo que sucede como lo que se siente al recordarlo. Eloy Tizón construye un universo poético donde la infancia, el deseo, la pérdida y la belleza se funden en una prosa delicada, precisa, casi musical.
El volumen reúne doce textos —de “Carta a Nabokov” a “Escenas de un picnic”, de “La vida intermitente” al relato final que da título al libro— que funcionan como fragmentos de una misma mirada: la de quien observa el mundo con asombro y melancolía. Cada historia es una variación sobre el paso del tiempo, una búsqueda de sentido en los pliegues de lo cotidiano.
Releerlo hoy, más de treinta años después de su publicación original, es descubrir que sigue intacta su capacidad de emocionar. Tizón renovó el cuento español con una escritura híbrida, a medio camino entre la narrativa y la poesía, y abrió un territorio nuevo para las generaciones posteriores de cuentistas.
Velocidad de los jardines no envejece; sigue brillando con la misma intensidad, como un álbum de recuerdos que todavía respira.
Hace tiempo cometí el error de empezar a leer a Eloy Tizón por su libro más reciente, Técnicas de iluminación, que se me hizo un poco bola a pesar de su calidad literaria. Ahora me alegro de haberme lanzado a por este, un compendio de relatos publicados hace ya 26 años con un estilo único que el propio autor desentraña un poco en el maravilloso relato que hace de prólogo, Zoótropo, donde explica el proceso de escritura de Velocidad de los jardines entre otras muchas cosas. En la antología encontramos un lenguaje que a veces peca de preciosista, pero que rebosa buen gusto y cuidado por buscar lo literario y huir de los lugares comunes. Como siempre pasa en los libros de relatos he encontrado algunos que he olvidado al instante, pero otros que se quedarán conmigo; a destacar dos delicias: La vida intermitente y Velocidad de los jardines.
Los once relatos de este libro son para leerlos y releerlo unas cuantas veces. Eloy Tizón los crea de una forma especial. Están llenos de imaginación y sorpresas. En cada párrafo puedes descubrir algo distinto. Una descripción que te lleva al fondo del personaje. Unos cuentos en los que el argumento queda reducido, que escondido detrás de la mirada del autor. Su forma de mirar es lo que sostiene el relato. Ve donde los demás ni se fijan y de esa mirada saca un cuento. ´Velocidad en los jardines¨el último relato es un ejercicio de recordar los tiempos de estudiante, los tiempos de segundo de B.U.P. Los tiempos de eligir y los tiempos de despedirse sabiendo que nunca os volvereis a ver porque la próxima vez ya no seréis los mismos.
Velocidad de los jardines sorprende por la forma de la prosa. Al principio a un lector acostumbrado a la estructura más convencional del cuento esta colección puede resultarle chocante, extraña (al menos esas fueron mis primeras impresiones). Y a partir de aquí hay dos caminos: "o lo amas o lo odias", tal y como dice el propio autor. Me fui dejando llevar por la prosa de Tizón y me terminó gustando. Los cuentos de este libro son textos cargados de una poesía suave y delicada, una prosa estilizada que esconde los hechos -como si fuesen un reflejo a trasluz- pero que no los suplanta. He de decir que algunos cuentos no llegaron a convencerme del todo (Carta a Nabokov, Escenas en un pícnic, En cualquier lugar del Atlas), pero por lo demás me parece un conjunto bastante recomendable.
Bueno... Me lo habían puesto a la altura de los cielos, y ni tanto ni tan calvo. Que tiene riqueza léxica jugosa y una gran desvergüenza poética, desde luego. Que sea la gran renovación de la narrativa, desde luego que no. Tiene momentos brillantes intercalados con patinazos soberbios. Supongo que quien no arriesga no gana... En fin, había que probar y se probó, y, pues mira, bien hecho. Merece la pena leerlo, no obstante, y no solo para apuntarse los errores, pero quizás sea mejor abordarlo sin grandes expectativas y con ganas de dejarse sorprender. Indiferentes no creo que os deje a nadie, por un motivo u otro.
Estos relatos han preservado, como en una cápsula, el aire —cierto aire— del Madrid en los años 80. Son historias que tratan de encontrarse a sí mismas y no se encuentran; oníricas y a la vez muy detallistas, prácticamente estáticas, estilísticamente deslumbrantes. Lo malo es que de estilista a estilita —es decir, a eremita, a anacoreta— solo va una letra: la letra con la que se señala por la calle a un tipo raro.
Casi siempre me apresuro en acabar la lectura de un libro. Leo compulsivamente. Con "Velocidad de los jardines" me pasó lo que hacía tanto que no me pasaba: leer a cámara lenta, dejarlo reposar y volver a retomarlo pero sin ansia, que no se acabara. Ay, pero, "Siempre era lo mismo: justo en lo mejor había que volverse a casa".
Cuentos, ¿cuentos?, no estoy segura de haber leído cuentos. La cotidianidad y el asombro mezclados poéticamente. A ratos aburrido, a otros maravilloso, así es este libro. Sin embargo, creo que esos fragmentos de maravilla poética lo hacen merecedor de 4 🌟
Un libro que se hace difícil de leer de manera fluida, por la abundancia de observaciones poéticas, que están desparramadas por todos los relatos, elevándolos en algunos casos y en otras oportunidades ahogando la propia historia. Paradojicamente su dificultad es también su mayor belleza.