El señor Lanari no podía dormir. Eran las tres y media de la mañana y fumaba enfurecido, muerto de frío acodado en ese balcón del tercer piso, sobre la calle vacía, temblando encogido dentro del sobretodo de solapas levantadas. Después de dar vueltas y vueltas en la cama, de tomar pastillas y de ir y venir por la casa frenético y rabioso como un león enjaulado, se había vestido como para salir y hasta se había lustrado los zapatos. Y ahí estaba ahora, con los ojos resecos, los nervios tensos, agazapado escuchando el invisible golpeteo de algún caballo de carro de verdulero cruzando la noche, mientras algún taxi daba vueltas a la manzana con sus faros rompiendo la neblina, esperando turno para entrar al amueblado de la calle Cangallo, y un tranvía 63 con las ventanillas pegajosas, opacadas de frío, pasaba vacío de tanto en tanto, arrastrándose entre las casas de uno o dos a siete pisos y se perdía, entre los pocos letreros luminosos de los hoteles, que brillaban mojados, apenas visibles, calle abajo. (...)
Tres cuentos buenos y tres aburridos. Todo lo que me aburre lo salteo, no hay tiempo. Escuché que un escritor medianamente reconocido dijo que si Borges no hubiera existido ese lugar en la literatura argentina lo habría ocupado Rozenmacher. Ok, pero que aprenda a escribir primero y no use expresiones tipo "se encogió de hombros", "echó a caminar", salidas del vocabulario anagramesco.
Lo lei para el colegio y la verdad que bastante bien. Me gusta como juega en que cada “lado” es víctima de la misma sociedad en donde se encuentran y cómo pone en juego términos como la civilización y la barbarie.
"El señor Lanari recordó vagamente a los negros que se habían lavado alguna vez las patas en las fuentes de plaza Congreso. Ahora sentía lo mismo. La misma vejación, la misma rabia." "La casa estaba tomada" "(...) el señor Lanari supo que desde entonces jamás estaría seguro de nada. De nada."
Germán Rozenmacher pertenece a esa generación de escritores del post-peronismo que, durante la década del 60', empezaban a producir textos de ficción (en su gran mayoría relatos breves y nouvelles) con marcadas referencias a la situación política y social de la Argentina de esos años. Textos que, todavía anclados a la tradición narrativa realista, empiezan a cuestionarla y a buscar otras formas de realismo. Superan las viejas trensiones binarias (Boedo/Florida, realismo/vanguardia, forma/argumento, estética/compromiso social) y las resuelven incorporando recursos que permiten ya no "reflejar la realidad", si no reconstruirla desde la subjetividad de cada personaje. En esta generación del 60' podemos ubicar a autores tan disímiles como Daniel Moyano, Miguel Briante, Haroldo Conti, Rodolfo Walsh, J.J. Hernández, Abelardo Castillo, Amalia Jamilis y muchos otro cuyas obras, por capricho del destino más que por calidad y profundidad, corrieron distintas suertes en la historia de la literatura nacional del siglo XX. Y entre todos ellos, entre ese puñado de próceres literarios y escritores olvidados, se encuentra Germán Rozenmacher. Periodista, dramaturgo y escritor prolífico, que en apenas diez años produjo una cantidad importante de relatos cortos, varias obras de teatro y un centenar de crónicas periodísticas. ¿Quién sabe qué hubiese sido de Rozenmacher de no haber muerto accidental y prematuramente en 1971 (a los 36 años) en Mar del Plata? ¿Qué hubiese pasado con el autor de "Cabecita Negra", escritor judío, peronista y comprometido con la realidad social del país durante la dictadura del 76'? Podemos conjeturar y especular con las altas probabilidades de sufrir el exilio o la muerte violenta, pero no lo sabemos. Lo que sí sabemos al leer su primer libro de relatos es que poseía las armas para pelear un lugar un poco más "canónico" en la historia literaria nacional. El cuento que da nombre a este pequeño libro de relatos es el texto que salvó a Rozenmacher de la injusta indiferencia que sufrieron muchas de las mejores obras de sus contemporáneos. Tal vez sea una sola frase de ese cuento: "la casa estaba tomada", en clara referencia al cuento de Cortázar, la que ubicó a ese relato en el eje dicotómico entre civilización y barbarie que va de "El Matadero" de Echeverría a "El niño proletario" de Osvaldo Lamborghini y lo canonizó. En efecto, fue un texto discutido, copiosamente glosado e incluso readaptado a ficciones televisivas y formato historieta. Pero esta canonización de "Cabecita negra" es a la vez injusta al reducir a Rozenmacher a "autor de un texto único", opacando el resto de su obra. La lectura de este primer volumen de relatos confirma esta injusticia. Se trata de 5 relatos cortos (entre ellos el que da título a la colección) y uno más largo que se llama "Raíces" y que, para mí, tiene más espesor narrativo e ilustra mejor los conflictos y tensiones de una sociedad con cuentas pendientes. Los textos suceden en el interior profundo o en la salvaje urbanidad de Buenos Aires y casi siempre tienen como protagonistas, principales o secundarios, a los perdedores del sistema de distribución, gente sola y resignada que ya casi no desea. Con lenguaje directo y llano y apelando, como se dijo, a un realismo que difumina y rebasa sus propios límites, se los ubica en algún plano de conflicto con las numerosas convenciones de una sociedad que se pretende europea. Así los relatos decantan, sin nomrbrarlas, las patologías y miserias de una sociedad hipócrita, injusta y frívola. Miserias que han logrado perdurar más de 50 años después de la publicación de estos textos, lo que confirma la vigencia de la obra de Rozenmacher. Hace relativamente poco, la Biblioteca Nacional, publicó la obra completa de Rozenmacher a un precio razonable, es una buena oportunidad para rescatarlo y leerlo más allá de "Cabecita Negra". Es uno de los tantos autores olvidados que de uno u otro modo nos sigue interpelando y cuestionando a una sociedad que, en el fondo, no ha cambiado demasiado. En ese sentido, y más allá de los procedimientos formales y estéticos, sigue siendo un contemporáneo.
xcepto por el cuento del gato (parece una pintura de marc chagall hecha cuento, cosa que me desagrada) los demás son excelentes, lástima el temprano deceso del autor.