“Alguien da la luz dentro de mí, cuando miro a mi madre. Cómo llena el vaso en la cocina. El agua parece más clara de lo normal cuando es ella quien me la ofrece. Mientras charlamos coloca los platos, atiende el teléfono, aparta de la vitrocerámica la cafetera. Estuve en esos brazos hace más de tres décadas, pero no lo recuerdo. Es el único momento más importante de mi vida que no recordaré nunca. Al menos no como una fotografía, igual que se recuerda un beso. Esta mañana disimulo mis ganas de arrojarme a ellos. Intento ser un hombre; aunque el miedo no haya disminuido, ni la necesidad de ser cuidado. Mamá, quisiera decirle, hace tantos años que vivo cayéndome de tus brazos”.
Jesús Montiel (Granada, 1984), es autor de varios poemarios que le han valido distintos reconocimientos, entre ellos el Premio Hiperión (2016). Suya es la traducción de Resucitar y Prisionero en la cuna, de Christian Bobin (Encuentro, 2017 y 2020). Ha publicado, asimismo, un libro de aforismos, Silencio casi (Trea, 2020) y seis libros de difícil clasificación, entre la narrativa, la poesía y el aforismo, todos ellos en la editorial Pre-Textos: Notas a pie de instante, Sucederá la flor, El amén de los árboles, Señor de las periferias, Casa de tinta, Lo que se ve y Canción de cuna. Un banquito de madera es su primer ensayo, fruto de su práctica meditativa.
Los libros de Montiel se han convertido en mi oasis. Cuando más necesito esperanza y respiro, salir de mi misma, renovar mi capacidad de asombro, encontrar en el amor el motivo de todo, llega un nuevo libro suyo y me rescata.
Canción de cuna habla de una madre triste, de las flores, los pájaros, los niños. Del dolor y la herida como apertura necesaria para que entre la luz, como un nido compuesto de elementos que murieron para acoger a un ser que nace y crece. De Dios que se manifiesta en pequeñeces que vivimos muy ocupados para ver. De no entender nunca pero aún así darse cuenta del misterio que es la vida.
"El dolor está al principio de todos los nacimientos". "Cuando mi madre llora, Dios comunica". "Llamo esperanza a ese empujonsito que sentimos y no nos deja claudicar cuando queremos decir me rindo. Una intuición. La mano invisible que cada jornada gira mi cabeza hacia el balcón y me dice mira esas flores, imbécil, te están diciendo algo que no comprendes todavía, que no tienes que comprender sino tener en cuenta. Es verdad todo el terror que hay en el mundo pero el amor lo acorrala, ¿no te das cuenta?"
Libro para leer a pequeños sorbos, saboreando cada frase en toda su profundidad, con una prosa poética muy honesta y con la mirada en lo cotidiano. Lo cotidiano se convierte en extraordinario. El tema de la madre es recurrente en todo el libro, a modo de hilo conductor, mientras intercala con otros.
Lo he leído muy a trompicones y quizás sea un error hacerlo con un libro como este, que está llamado a ser finiquitado en un suspiro de una hora (o menos).
No sabía muy bien qué esperar y la sorpresa ha sido grata. Agradecería una mayor conexión entre los párrafos, pero quizás sea yo la que no haya conseguido entrar completamente en el relato.
Tierno hasta decir basta, con líneas que condensan enseñanzas de una vida entera. Fresco, para mentes despiertas.