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Paperback
First published January 1, 2004
Distance was proportional to astonishment. When events took place just a few inches or feet away: no big deal, just monotony. Monotony exists in close proximity to mankind, while astonishing things are always out of reach.
Soldiers go into the houses that are near the site of the explosion, ask questions, respond brusquely to insignificant answers, but there’s no other kind of answer to be had; they make great haste, there’s a certain nervous excitement in the people, the enemy is sought with an inexplicable enthusiasm, love has never been sought after like this, never at any time, never in any place has anyone ever been so passionate in love as they now are in hatred…
Each individual event could thus be, not reduced, but likened to – the question was one of equivalence, identity, not of reduction or a loss – the sum total of one’s gestures, the way that a machine – as complex as it might be, as marvelous as its actions might be – is nevertheless nothing more than the sum total of its parts, which, under certain circumstances, perform actions. Walser didn’t think it right for Man – purely by virtue of being able to reflect upon the mechanisms of his existence – to pride himself on being so very different from machines. Merely being able to distance oneself from one’s constituent mechanisms doesn’t mean that those mechanisms cease to exist. Thus, a human existence was, for Walser, a simple sum.
“¿Qué es más inmoral en estos tiempos, matar o aprender geometría?”“Era un hombre extraño…”. Así empieza la novela de Tavares, la segunda de su tetralogía “El Reino”, compartiendo paisajes, momentos, atmósfera, dificultades y algún que otro personaje con su predecesora, “Un hombre: Klaus Klump”. Y no encuentro una forma mejor para empezar estos comentarios que esas mismas palabras.
“…más repartida que la maldad está esa indiferencia universal que nace del hecho de que los cuerpos se hallen violentamente separados incluso en tiempos de tranquilidad.”La ciudad está en guerra, hay quién la defiende, hay quien se resiste, hay quien mete su coraje en una bolsa de plástico y espera, “muchos ciudadanos quieren aumentar sus conocimientos laterales mientras otros mueren fusilados en plazas evidentes y nada ocultas”. Los indiferentes tienen una mayor probabilidad de sobrevivir, se quedarán con las mujeres de los caídos, ilustrarán los libros de historia que están por llegar, los escribirán.
“La existencia humana, su esencia, no se había desplazado un solo centímetro treinta siglos después de tres mil conflictos. Si quieres desplazar la existencia es evidente que no lo lograrás con la guerra… Pero ni siquiera la paz cambiará al hombre, claro. La suerte está echada desde hace mucho tiempo.”Walser ama a su máquina, se hace uno con ella. La máquina hace una y otra vez lo mismo, las repeticiones tranquilizan. Las máquinas hacen exactamente lo que queremos que hagan, qué puede haber más indiferente que una máquina. Pero a veces hay accidentes, el azar interviene, “ninguna máquina es pacífica”. Walser sufrió un accidente, una pieza suya, un dedo, tuvo que ser amputado, sin arreglo posible, dejó de servir para su cometido, fue apartado de la máquina. Su vida cambió.
“…somos creativos porque queremos encontrar una explicación solitaria, una explicación individual, una explicación que no tenga par, que no tenga un doble, que no sea posible acompañar, una explicación egoísta, dirán algunos, sí, egoísta, claro. Más que eso: rencorosa: una explicación que odia a las demás, que las combate; pero las combate no solo para vencer a las demás explicaciones, sino para vencer, derrotar, eliminar a los propios hombres portadores de otras explicaciones solitarias. La explicación solitaria, la ciencia individual por excelencia, en el límite, quiere eliminar todas las demás existencias, porque las odia; y las odia simplemente porque otra inteligencia y otra posibilidad de soledad son la prueba de que solos no ocupamos el mundo.”Pero Walser está orgulloso de su individualidad. Walser se encierra cada día en su habitación a disfrutar de su colección de piezas metálicas, nunca mayores de 10 centímetros, sin utilidad alguna más que la de formar parte de su colección. Se recrea en ella indiferente a la guerra, a los amigos fusilados, a su mujer adúltera, a los muertos encontrados en la calle, una oportunidad para aumentar su colección con una hebilla. Una colección que lo diferenciaba de los demás hombres, que disfrutaba apartado de los demás hombres, una colección irracional para alguien educado en la racionalidad absoluta, su huella en el mundo.
“Joseph Walser jamás se había acercado a nadie. Todavía no era el verdadero hombre, como decía Klober, el hombre que cuando se acerca lo hace para matar, pero ya había en él algo harto significativo: cualquier acercamiento a otra existencia, no siendo aún para eliminarla, era ya, desde hacía mucho, para no amar.”“El Mal, a veces, tan extrañamente como aparece, desaparece” y así la guerra se fue diluyendo ante la desidia de unos y de otros. Pero el fin de la guerra no trajo la paz a Walser ni mucho menos a Klober. La indiferencia de Walser difícilmente podía coexistir con el afán de dominio de Klober, con su afán totalitario. Y no es lo menos extraño, lo menos inquietante, que el azar intervenga en la lucha y decida el vencedor.

nonetheless, there are still some remnants of happiness to be found, growing. a woman is selling flowers, a dog is sniffing around with his snout in the air, as if the birds or the clouds were giving off a strong scent. but the sky doesn't really have a scent, except after a heavy rainfall; the sky smells like water for three hours afterward, and there's no smell gentler than this on days with no rain. the city breathes. it speaks of distant harvests, and crops stream into the city from every direction: they grow on trees, then invade the domain of mankind. nature pays no attention to the conspiracy of machines, the frenzied ecstasy of helicopter rotors so eager to show off their deadly capabilities.