Este libro es para aquel grande que una vez fue niño. Una noche de verano se subió a un techito y quedó mirando el cielo muy oscuro. Ese niño escuchaba lo que decían los grandes y veía lo que ellos hacían. Esa noche se quedó largo rato, apoyando la pera en sus rodillas. Lo llamaban por su nombre desde la casa, preguntando dónde estaba. El no respondía, más lo llamaban. Quedó sintiendo la brisa, mirando y oyendo todos los ruiditos. Se decí “qué profundo es el cielo, qué hermoso, ¿llegará muy lejos? Hay más y más estrellas, muchas”. Y el cielo le cubría la cabeza llena de curiosidad, y las lucecitas se perdían en sus ojos. Cada una de ellas era un Planeta. Ese niño miraba las luciérnagas refucilar cerquita. “Lo esencial es invisible a los ojos”, dijo el Principito. Y “Hay que proteger esas una ráfaga de viento puede apagarlas…”, (Antoine de Saint-Exupéry). Se han encontrado sorprendidos el Principito y un psicólogo. El joven venía del asteroide B612. El profesional de la mente estaba en el Planeta Tierra. Ambos unidos por un sentido de humanidad y curiosos por la diferencia entre el mundo del más joven y del adulto... Han dialogado sobre la rosa y sus pétalos bienolientes. Bermellones y púrpuras encerraban el secreto de la vida. Han hablado antes del amanecer, en medio de la naturaleza y del asombro de ambos.
Como psicóloga, al estar en los últimos capítulos pensaba, ¿a dónde llevará al psicólogo ese encuentro/diálogo? Esa respuesta llegó de forma más concreta en el Epílogo, proporcionando un significado diferente (para mí) en la historia de El Principito y el encuentro con el psicólogo. Es una historia que fascinaría a cualquier persona con gusto y cariño al Principito, incluso la considero una lectura indispensable para madres y, particularmente, padres de familia. Por otro lado, también recomiendo su lectura a psicólogas y psicólogos con interés en infancias.
Personalmente, me embarqué en una previa concienzuda lectura del Principito para poder exprimir este libro al máximo y, si bien considero que la esencia del personaje podía vislumbrarse en algunas páginas, esperaba más. Es cierto que, psicológicamente, considero que los temas que se tratan en el libro son acertados (la unión con la infancia, la relación de un padre con su hija y la búsqueda de su papel), y El Principito siempre ha sido esa voz que te recuerda la sabiduría de los pequeños y que te invita a ser humilde en tu falsa superioridad de madurez. No obstante, quizá porque no soy madre y tampoco hombre el diálogo se me ha hecho lejano, en ocasiones poco trascendente. Repito, es posible que mi "no paternidad" sea la que impida esta lectura empática. Tengo la costumbre de, en muchas ocasiones, aventurarme en el libro sin leer ninguna sinopsis, por lo que quizá el fallo radique en crearse falsas expectativas.
El principito es y será mi libro favorito. Creo que parte de su encanto esque dependiendo de la edad en que lo leas la enseñanza será diferente pero siempre aprenderás algo nuevo. Por esta razón cuando vi este libro me ilusiono mucho ya que se me hace una propuesta interesante, sin embargo, no pude dejar de sentir “forzados” los diálogos para replicar las enseñanzas del original. Quizás es porque apunta a un público específico que vive una situación puntual como es el caso del protagonista.
El epílogo me parece increíble, ese análisis de nuestra sociedad me encanto.
No digo que el libro sea malo pero yo no conecte quizás porque no pertenezco al público que apunta.