Una noche de noviembre, un hombre mayor, «casi en la edad de los desguaces», se apea en una estación a tomar un café y llenar una botella de agua y, sin saber cómo, pierde el tren. Como además no ha tenido la preocupación de bajar con chaqueta, se queda sin dinero ni identificación: el tren se ha llevado su equipaje y su destino. Éste es el relato, entre kafkiano y becketiano, de las veinticuatro horas de su estancia obligatoria en una ciudad desconocida, donde conocerá una galería de vidas minúsculas y personajes extravagantes. Con los aires de una pesadilla, arruinado y decadente, el protagonista pasa a ser conocido como «el interventor», mientras intenta abrirse camino en una realidad que en absoluto comprende y que, en su infortunio, fatalmente le devolverá una imagen de sí mismo cada vez más degradada. Paradoja del interventor , novela culminante de Hidalgo Bayal, demuestra el dominio de un lenguaje preciso y sugerente, la habilidad de un escritor maduro, que explora los territorios menos transitados de la narrativa realista y que descuella por la belleza de su prosa.
-Uso de la lengua castellana sobresaliente+surrealismo+originalidad+evocaciones kafkianas=Obra maestra.
Pocas veces me he encontrado con un uso del lenguaje y de la lengua castellana tan bueno, sólo por esto merece la pena leer este libro. La pléyade de personajes que aparecen en el libro es espectacular y a cual más original, todos acosados por la desgracia, la miseria y los golpes de la vida, pero todos viviendo en la aceptación de su existencia mejor o peor y aportando su propia personalidad al conjunto de la obra.
Nuestro protagonista, el interventor, es un señor que queda varado en una estación de provincias, cuando baja de su tren para tomar un café y este se va, dejándolo sin pertenencias y sin documentación. A partir de este punto, nuestro protagonista, que a fuerza de preguntar por el interventor de la estación (para intentar recuperar su vida cogiendo el siguiente tren, que nunca pasa), acaba adoptando este apodo y va evolucionando de viajero perdido y desamparado, a indigente y a mendigo, sobreviviendo como buenamente puede, descubriendo personajes de todo tipo, en su mayor parte personajes marginales que se mueven en la periferia de la ciudad en la que se ha quedado varado: mendigos, borrachos predicadores, borrachos que declaman en latín, prostitutas, desheredados, barquilleros, afiladores, traperos, guardas de pasos a nivel y otros detentadores de oficios extintos o a extinguir que malamente permiten subsistir a quienes los ejercen, pero que, en su conjunto, acaban componiendo un panorama literario notable.
Otra cuestión es lo que nos pretende contar el autor con todo este despliegue literario, ya que, nuestro interventor, va hundiéndose cada vez más profundamente a medida que avanza el libro, se hunde en la desesperación, en la miseria, en la locura, es atacado, vejado, expulsado de los sitios donde va malviviendo. Él es un hombre bueno, lo acepta todo con resignación, acepta la ayuda de quien le echa una mano, si le atacan, calla, si le roban, calla, si no le escuchan, se va.......se ha resignado a morir en cualquier momento, ya no le importa ¿Cuál es la paradoja, la metáfora, la moraleja? ¿La soledad, el abandono rural, la despoblación, el comportamiento amoral de nuestra sociedad hacia las personas que viven en la indigencia y que se han vuelto invisibles para nosotros, o estamos ante un simple ejercicio literario? Me ha faltado concreción en las motivaciones del autor, o yo no las he sabido ver, de ahí que pierda una estrella. Totalmente recomendable.
Lo que voy a decir puede sonar muy rotundo, normalmente no suelo ni me gusta serlo, pero lo diré porque ya lo he leído este libro tres veces y porque sé que lo volveré a leer sin duda, además lo diré porque solo soy un simple lector, no un crítico literario, ni una voz autorizada, ni nada que se parezca........que es un libro tan hermosa y delicadamente escrito que casi roza con la perfeccion. Y desde que lo leí no he podido dejar de vivir por el resto de mi vida La paradoja del interventor.
Para aquellos agoreros que pronosticaban ya a mediados del s. XIX el fin de la novela. Para aquellos otros que se encargan de repetir la misma cantinela cada década, ufanos de recitar su requiescat in pace. Para los que incluso anuncian apocalípticamente la muerte de todo tipo de literatura. Bien, para todos ellos, ésta “Paradoja del interventor” se encarga de desmentirlos. Con un lenguaje sencillo y retador, un vocabulario desdoblado en sus acepciones que se polisemiza por el contexto.Con un estilo lleno de matices, con un ambiente kafkiano en el que deambulan personajes que parecen extraídos de algún drama valleinclanesco y unas reflexiones filosóficas que recuerdan a las digresiones de Saramago; Gonzalo Hidalgo Bayal nos muestra, y demuestra, que aún se puede escribir honestamente bien en el siglo XXI sin recurrir a artificios excesivamente complejos en la estructura o en la trama. El protagonista es como Job: tanta paciencia, tanta resignación, tanta sumisión a los designios de la providencia. Su devenir es una bajada a los infiernos: de viajero a forastero, luego refugiado, más tarde asume su papel de indigente y, por último, pordiosero, “magullado, oscuro, herido, sucio y hambriento”, proscrito; con la paulatina asunción de la vergüenza y la humillación. Sus reflexiones, entreveradas con las del autor, destilan una filosofía pesimista y entrañable de la existencia: de ésta como concepto universal y de la vida cotidiana de los personajes, con afirmaciones categóricas pero de controvertido entendimiento. La falta de desarrollo de algunos personajes se ve compensada por la firmeza de sus caracteres, su rotunda personalidad, aunque estén perfilados con apenas unos pocos rasgos y en los que la humorada, la comicidad, no es ajena a las situaciones dramáticas, a veces absurdas, en las que se ven inmersos. Una novela meritoria, muy recomendable.
El balance entre el fondo y la forma encierra uno de los grandes enigmas de la literatura. No es tan solo la trama, novedosa o gastada: una historia de amor, un asesinato, un encuentro. Cualquier cosa puede ser, bien llevada, original y fresca. Y es que en la manera en como se cuenta una historia, reside en gran parte su grandeza. Así, cuando leemos una novela nos formulamos una serie de preguntas que van desde el mensaje que el escritor pretende transmitir hasta los detalles de su estilo, la puntuación, la selección de palabras, el ritmo y demás. Muchas veces encontramos en lo innombrable aquel mensaje secreto; en los silencios, enunciados portentosos; en las cadencias de una frase que muere poco a poco, el verdadero espíritu de una prosa luminosa. Leer entre líneas, le llamamos, cuando nuestros ojos se detienen y la mirada se pierde un momento en que nuestra mente viaja y una sonrisa confirma que hemos encontrado oro, donde no lo había a primera vista.
En mi opinión, la Paradoja del Interventor encierra mucho de esta idea inicial, de la forma y el fondo, del tema novedoso, de la manera de contarlo y, finalmente, de la lectura entre líneas, de ese mensaje secreto que Gonzalo Hidalgo Bayal consigue transmitir usando la antigua figura literaria de la antilogía, cuyas contradicciones logran finalmente postular verdades. Sobre la manera de abordar la idea, el escritor ha escogido capítulos cortos, sesenta y ocho para ser exactos, que son, cada uno como pasos hacia un objetivo, elocuentes viñetas, revelaciones en mayor o menor medida, postulados todos ellos con singular estilo, cuidando el ir y venir de frases que terminan justo cuando alcanzan su zenit y en muchos casos, nos dejan pensativos, absortos y cautivados.
El viajero que baja del tren ha entrado, sin saberlo, en otra dimensión. Las reglas desde ese momento son otras. Así, en ese nuevo orden paralelo, el hombre se convierte en aquel a quien busca (mundo espejo). El escritor lo afirma categóricamente en la primera frase de la novela: “El interventor llegó a la ciudad en tren una noche de noviembre.” Partiendo de ese postulado, corto y preciso (y así podría describirse acertadamente toda la historia), la trama se desarrolla entre frases en latín que un viejo profeta recita desde su esquina a manera de despedida y que son, todas ellas, enseñanzas de un oráculo nocturno, clarividente y certero. También hay parábolas de un mesías urbano, harapiento y sonriente, cuyo viacrucis se desarrolla devorando y bebiendo en las cantinas del pueblo; verdades enunciadas por un vendedor de barquillos, sentado en una banca de parque desde donde observa y trata de comprender al mundo; largos silencios de un par de hermanos sordos, uno en bicicleta y otro a pie; y por supuesto, las cuitas de nuestro protagonista, que come churros recién preparados, duerme en un viejo coche que una noche arde en llamas, bebe agua de una botella que es monolito y hurga nerviosamente en la bolsa de su chaqueta, hasta encontrar la vieja carta descolorida que lee una y otra vez, y como esta magnífica novela, le revela verdades escondidas...
Qué manera más original de escribir. La historia te atrapa desde el primer momento, pero lo que es la forma de contarlo es lo que me ha llevado a darle 5 🌟. otro autor a seguir
Una pesadilla kafkiana. En efecto, todo en la novela recuerda mucho a Kafka. Hay abundantes simbolismos y metáforas sobre el sentido de la vida, se muestra el desamparo del individuo ante una sociedad que está paralizada por normas que no tienen sentido, y donde es absurdo tener esperanzas porque nada se soluciona al final. La novela me ha gustado bastante y el interventor es un personaje memorable pero me ha pasado lo mismo que con lo poco que he leído de Kafka (castillo, metamorfosis y algunos cuentos), me gusta, le reconozco la calidad y el mérito pero no me llena del todo, le falta algo que no puedo precisar para alcanzar la valoración máxima.
No digo yo que Hidalgo Bayal no tenga un pulso firme a la hora de escribir. De hecho, creo que ese es su principal problema: que es tan firme que, a ratos, se le agarrota. El libro no arranca ni a tiros y acaba con la paciencia de los que, como yo, somos impacientes de cojones. Por lo demás, adivino cierto sentido del humor y cierta maestría que, si Hidalgo se tomara un poquito menos en serio a sí mismo como escribiente, daría unos resultados cojonudos. Eso sí, el tema de partida es una ocurriencia genial. Pero el desarrollo no me interesa demasiado.
"Paseó también por la ciudad. Le gustaba a veces perderse por las callejuelas de la ruta a horas desacostumbradas, pues, si de noche eran el paraíso de la ebriedad, a media tarde eran el laberinto de la melancolía." GHB
Si entras en esta historia no saldrás indemne. Las palabras te atraparán desde la primera página y según vayas avanzando en la historia este lugar donde el destino abandona al interventor, con seres buenos y malos, lleno de secretos compartidos, se habrá hecho un hueco en tu corazón.
La simbología es clave en el relato. Tanto como las connotaciones religiosas y bíblicas: El Cristo, el Vía crucis, la prostituta que preconiza la muerte, el fuego, los números, la frágil botella a modo de cáliz que nunca se romperá, el abrigo sin dueño que acabará crucificado sobre un hierro y ese último camino de Emaús que toma el protagonista, una vez resucitado del incendio, para perderse quizás en el inicio. Los influjos de Kafka (la incomprensión/aceptación de lo que le rodea), de Borges (el tiempo y el abstracto laberinto por el que uno itinera), de Martín Santos (la bajada a los infiernos del lumpen), incluso de Beckett (que inútilmente espera a un Godot que ya no existe), están presentes de modo difuso a lo largo de la novela. Hidalgo dibuja un paisaje deshumanizado, en una gama de actualísimos grises, un entorno cuajado de personajes sin nombre (excepto el Cristo) en el que la sociedad, representada por la ciudad, se torna implacable para aquellos que sólo esperan. Es una novela sobre la inocencia y contra el paroxismo. Una novela que nos muestra los terribles resultados del conformismo y de la pasividad social. Es esa misma incapacidad de dar una respuesta colectiva la que ya ha comenzado a herir la piel de nuestros hijos.
Excelente en la forma y quizá en el fondo, pero falto de acción. Gonzalo Hidalgo Bayal escribe como los ángeles, tiene un dominio del idioma “depradiano” pero en este caso, la trama es demasiado insípida. Entiendo q esta puesta al servicio de un mensaje, de una crítica social o de una crisis existencial... pero para eso ya me leí “La metamorfosis” de Kafka. En las últimas 40 páginas ya estaba pensando cuál iba a ser el siguiente libro q me iba a leer