La delimitación de los ámbitos respectivos del Estado y el mercado se ha convertido en la principal cuestión económica de nuestro tiempo y en un problema político insoslayable. Las privatizaciones y desregulaciones, el medio ambiente y la desigualdad, las tensiones en diversos capítulos de la sociedad del bienestar, como la sanidad y las pensiones, están hoy más que nunca sobre el tapete.
El objetivo de Estado contra mercado es colaborar en el debate abierto sobre estos asuntos cruciales. Carlos Rodríguez Braun, economista y catedrático de la Universidad Complutense, y destacado representante del pensamiento liberal, aborda el problema desde una perspectiva que defiende la economía de mercado. No se trata, sin embargo, de una postura extrema o maniquea, y no propicia un desmantelamiento del Estado sino unos criterios renovados de convivencia de ambas instituciones.
Con un estilo accesible y no técnico, este libro analiza los aspectos teóricos pero también prácticos de la cuestión, y discute las reformas concretas planteadas sobre sus facetas más importantes.
Ensayo corto que evalúa el poder que el Estado ha ido adquiriendo tras el paso del Estado de Derecho al Welfare State actual en el que los derechos y obligaciones del ciudadano están desdibujados en favor de un bien común muchas veces malogrado.
Desde el punto de vista liberal, toda coacción más allá de la justicia es cuestionable, y su necesidad debe ser demostrada.
La condición de la libertad es la restricción. Necesitamos reglas para ser libres (para que se respete la libertad mutua).
Falacia: sin Estado, tendríamos la ley de la selva: del más fuerte con una inseguridad total. En la selva no hay derechos (por ende libertad), por eso rige la ley del más fuerte. Los mercados florecen donde hay libertad, justicia, seguridad, protección de los derechos y garantía del cumplimiento de los contratos. No hay mercado sin un orden, el del Estado de Derecho, que no todos los Estados lo garantizan, y que no requiere un Estado, sino que haya leyes claras y que se cumplan.
La ley debe limitarse a garantizar los derechos negativos.
El Estado ya no discute su ineficiencia, se inclina hacia la equidad.
Falacia: el mercado asigna eficientemente los recursos, pero deja fuera a quienes carecen de ellos. El mercado requiere especialización (es lo que permite los incrementos de productividad). Los recursos y necesidades se van descubriendo. El mercado es un proceso de descubrimiento y transmisión de información sobre oportunidades, que se transforman en grandes compañías, que surgen casi de la nada, con más inteligencia e iniciativa que dinero. El mercado nos indica aquello para lo que servimos y cuánto valemos en cada actividad que realizamos. Estas reglas ignoran a los pobres y a los ricos. No ayudan al pobre por serlo ni respetan al rico por serlo. Conforman un orden de cooperación de personas en una competencia ciega, igual que la justicia. El mercado no discrimina. No se dirige hacia las personas sino hacia las circunstancias en donde los individuos podemos encontrarnos.
Los países pobres no lo son como consecuencia del mercado, lo son porque el mercado no puede funcionar adecuadamente; por la regulación y las trabas del Estado que impiden las condiciones para que funcione el mercado (Estado de Derecho). Las ONG no sirven para nada. La caridad no hace ricos a los países, sino el comercio.
Falacia: El mercado es injusto porque favorece a las empresas grandes sobre las pequeñas. El mercado no es más que la elección de los demás, premia y castiga. Lo que castiga no es la debilidad sino la ineficiencia. Eso hace que muchas pequeñas derrotan a las grandes. Lo mismo pasa con personas sin apenas recursos que prosperan astronómicamente (Elon Musk, Amancio Ortega...).
El mercado no es una amenaza para los pobres sino una oportunidad. Los pobres pueden dejar de serlo si disponen de un gran mercado que les permita sondear sus recursos y descubrir qué pueden hacer para servir a la comunidad. Solo una minoría —los minusválidos y enfermos— pueden ser protegidos a un pño. coste.
Falacia: el miedo a la dependencia comercial de empresas o países. La autonomía del individuo nos lleva al estadio salvaje sin evolución. La división del trabajo es buena para los individuos y las agrupaciones. La interdependencia aumenta la productividad, el renta, el empleo, el bienestar, más servicios y más baratos.
Falacia: la riqueza es la causa de la pobreza. Eso solo es así si no hay intercambios, porque en ese caso la economía es un juego de suma cero donde el enriquecimiento de uno solo es a costa de los demás. Si hay libertad, es un juego de suma positiva, donde todos pueden ganar a la vez y la ganancia de uno no implica la pérdida necesaria de otro. El Bº del empresario no es robado al trabajador, los intermediarios crean riqueza, la tecnología no genera paro (los países más robotizados son los más ricos y en los que hay menos paro). Limitar el capitalismo "injusto" es matar a la gallina de los huevos de oro.
Externalidades: efectos de las transacciones del mercado sobre el bienestar de las personas que no forman parte de dichas transacciones. Pueden ser + o -. El mercado ha derivado en una continua externalidad + aumentando el bienestar de millones de personas. Externalidad negativa es el humo de una fábrica que mancha camisas de los vecinos; el mercado opera ineficientemente (la producción de la fábrica es superior a la óptima). Esto deriva de la indefinición de los derechos de propiedad: el aire no es de nadie. Se sobreexplotan recursos cuya propiedad no es privada ¿cuál es el nivel óptimo de contaminación del aire? La solución pasa por regulación legal, comparando el coste de dejar de contaminar el contaminador con el de las víctimas de soportar la contaminación o suprimirla (mudando la fábrica o cerrándola). La propiedad pública es atendida por políticos y usuarios con más negligencia que la privada (ríos contaminados). El medio ambiente es un bien superior, que significa que su demanda aumenta proporcionalmente a la renta, por eso preocupa menos en los países pobres.
El hambre tiene que ver con la libertad. Aquellos países que han abrazado la libertad son los que han prosperado. Aquellos que la coaccionan son los que retienen la pobreza, que fue el estado natural del hombre hasta hace poco.
Falacia: El mercado fomenta el egoísmo. El mercado es lo contrario. Nuestro éxito o fracaso lo dictamina la medida en que satisfagamos las necesidades de los demás, no las nuestras. El egoísta no atiende los intereses de los demás, mientras que el mercado obliga a atenderlos a través de la tupida trama de la división del trabajo. El trato que reciben las personas en las tiendas es mejor que el que reciben en las oficinas públicas. El mercado no retribuye el engaño (si lo haces te será difícil volver a recuperar al cliente). El mercado no otorga privilegios, facilita la entrada a cualquier competidor, garantizando que el éxito solo proviene del servicio al público (mejores productos/servicios a los mejores precios). La competencia es el disolvente de los privilegios. La política siempre excluye a las minorías al gobernar una mayoría; el mercado no. Los países más prósperos son los más libres.
Falacia: los monopolios se perpetuan. Cuánto mayor es un monopolio, mayor es su margen y mayor es el acicate para que la competencia lo destruya. Solo está protegido el monopolio cuando lo origina el Estado, imponiendo además graves costes a contribuyentes y consumidores. Abogan por monopolios empresarios y trabajadores ineficaces que quieren obligar a ciudadanos cautivos a consumir productos peores y caros. Un monopolio natural es cuando una sola empresa es la más eficiente y produce a un coste menor que cualquier competidor; ¿qué sentido tiene estatalizarla?
Bienes públicos o con externalidad + (faro, defensa nacional, radio, tv): se caracterizan por no rivalidad (el consumo de una persona no disminuye la cantidad disponible para otra) y no exclusión (no se puede impedir que alguien disfrute de ellos, ni tiene coste añadir a otro consumidor). Tienen el problema del gorrón o free-rider. Un bien público no implica que deba producirlo el Estado, incluso puede proveerlo pero ser producido privadamente (infraestructuras, incluso la justicia con tribunales de arbitraje privados). El imperio de la ley podría ser la excepción.
Falacia: El mercado es injusto. No lo es porque no discrimina, tiene los ojos vendados como la justicia. Las retribuciones dependen de la productividad, que en países pobres es menor. No hay manera de eliminar la desigualdad humana, por lo que no tiene sentido buscar la igualdad de resultados. Se trata de sacar partido a las diferencias, no de eliminarlas; dar la oportunidad para que cada uno desarrolle sus capacidades. El mercado multiplica la riqueza, tb para los más pobres, esto es lo importante. Cuánto más primitivos son los hombres, más iguales son. Hoy la relación entre las rentas por persona de los países ricos y pobres es de 400 a 1; hace 2 siglos era de 5 a 1. La desigualdad se reduce hacia atrás en el tiempo, cuando se generaliza la pobreza. Suprimir la desigualdad castigando a los ricos crea más pobreza. En las sociedades civilizadas, la característica es la diversidad, no la igualdad. Que nos iguale en talento, belleza o virtud es inconcebible.
El mercado impide la perpetuación de los privilegios.
UE y USA consumen más energía que África porque producen más.
El Estado interviene los bienes "preferentes" (salud, pensiones, educación) porque tienen Bº sociales, y los indeseables (tabaco, alcohol, drogas) porque tienen perjuicios sociales.
Hay fallos de mercado con soluciones de mercado mediante reglas que resulten en una cooperación más eficaz. El Estado los provoca y agrava. Los mercados no son perfectos porque los humanos no lo son. El mercado retribuye las soluciones acertadas y anima la iniciativa para abordar los problemas sociales.
¿Hacienda somos todos? No es una organización como la familia, comunidad de vecinos o club, porque implica coacción y pagar impuestos es obligatorio. Somos todos, pero no podemos ser de otra manera.
Aducen que el Estado surgió para concentrar el monopolio de la violencia en lugar de que nos tomásemos la justicia por nuestra mano, proporcionando seguridad. Sin embargo, el Estado hoy va más allá y aboga no por la seguridad sino por el bienestar, por la redistribución y el igualitarismo, robando la mitad de la riqueza nacional.
Los derechos naturales o negativos (libertades) implican la responsabilidad de no quebrantar otros derechos. Los derechos positivos no implican ninguna responsabilidad para quien los disfruta y violan derechos de terceros (okupas con derecho a la vivienda sin respetar el derecho de propiedad).
Separación de poderes. El legislativo hoy está al servicio del ejecutivo.
La igualdad y la justicia ya no se refieren a reglas, sino a resultados. Democratizar no es que pase a la libre competencia sino que manden los políticos.
La democracia representativa no permite la transmutación de la sociedad a la política. El pueblo no discrimina las medidas, sino un paquete entero que pueden aplicarse o no, así como este puede modificarse al arbitrio de los políticos durante 4 años. El el mercado, cada ciudadano sí discrimina y en cada momento, sin verse forzado a adquirir lo que no desea. La democracia es una lucha cruda por el poder, protagonizada por los políticos, usando la demagogia, el engaño, promesas irrealizables. Los votantes no tienen peso en el resultado final por lo que lo racional es despreocuparse. Los políticos están de acuerdo en crear tv pública para controlar el adoctrinamiento; ¿lo están los ciudadanos?
El ciudadano debe obediencia al poder, al que entrega su dinero para que lo distribuya. Al contrario que el mercado, rompe la convivencia pacífica (su objetivo original) e impone la lucha por obtener recursos coactivamente extraídos por el Estado a otros. Fomenta la envidia y desconfianza en la justicia ya que puedes fracasar no porque la justa competencia te derrote, sino porque lo haga la intervención, de cuya derrota no eres responsable.
Paternalismo. Se niega que el ser humano decida libremente; se le supone explotado, manipulado, desinformado.
Las ayudas de reducción de impuestos son la mitigación de un castigo.
El Estado obstaculiza las importaciones desde los países pobres para "fomentar" los derechos sociales.
Se llama ultra a quien defiende ideas y principios claros, en lugar de ser "dialogante" y buscar el "consenso". La palabra consenso implica comprometer las libertades y bienes de otros ciudadanos, cuando debería limitar el poder para resguardar la libertad.
Falacia: El Estado asegura que no habría cosas sin él, como empleo, educación, sanidad, pensiones, cultura... El Estado no tiene medios, se los quita al ciudadano; y nada asegura que este no lo hiciera en esos capítulos y otros, de modo más eficiente. Los políticos no saben mejor que el pueblo lo que es mejor para él, ni son más eficaces ni más honrados. Son como los demás humanos, buscan su propio interés e intentan ganar las elecciones antes que salvar el país. Una empresa en crisis recorta gastos superfluos y deja los esenciales para su actividad. Los políticos maximizan sus votos, cediendo antes grupos de presión y aumentando el gasto público para ganar las elecciones. Si el Estado fuera reflejo de la sociedad, no ocultaría sus costes; hace todo lo contrario mediante las retenciones, la seg. soc. que paga la empresa y no ve el trabajador en la nómina (anestesia fiscal), la deuda pública.
Los impuestos progresivos los pagan las clases medias que no pueden escapar, porque los ricos eluden o se van. La cifra oficial de ricos en España es ridícula.
Universidad pública. Al reducir su precio, su consumo es mayor que la demanda de licenciados, creando paro en universitarios.
Falacia: sanidad publica universal. La trampa es la escasez bajo restricciones de tiempo y calidad. El riesgo de morir en una lista de espera, en muchos países, es mayor al de la propia operación.
Como es evidente que la pobreza se vence con libertad política y económica, los Estados proclaman el medio ambiente, la desigualdad y la regulación de actividades privadas.
Falacia: ¿Conquista social? El Estado arrebata la responsabilidad de planificar la vida y el futuro (mediante el ahorro) y asegura que él se ocupa de la vejez, creando una estafa Ponzi que ha resultado en la crisis de las pensiones. Es una conquista, pero de nuestras libertades por el Estado.
Falacia: Falso paternalismo estatal. Un padre prepara a sus hijos para la vida adulta, el Estado busca mantenerlos en una perpetua infancia. El modelo de reparto oculta transferencias de rentas a grupos privilegiados (burócratas, políticos, funcionarios).
Falacia: El pacto social. No hubo un pacto social sino un pacto político aumentando los impuestos y reduciendo la libertad.
Drogas. Al prohibirlas, aumenta su precio; lo que unido a su demanda inelástica, lo convierte en un negocio inerradicable, estimulando el delito y atiborrando las cárceles de delincuentes sin víctimas. Es lo mismo que ocurrió con la Ley Seca, que creó a la mafia. El contrabando de tabaco solo se debe a los altos impuestos a los fumadores, que lo hace muy rentable, por la amplia brecha entre el coste y el precio final.
La distribución no es de ricos a pobres sino de grupos desorganizados (consumidores y contribuyentes) a organizados (lobbies) y de todos al Estado.
Las ONG's la mayoría están subvencionadas. Unidas a los políticos y burócratas, son hipócritas: reclaman el 0,7 % a la vez cierran la puerta a sus productos o cuando quieren vivir en nuestros países.
Está probado que la libertad favorece el crecimiento económico, pero no lo está que restringirla reparta más equitativamente los frutos del crecimiento. Los países más liberales, al no tener paro, tienen su renta más equitativamente distribuida. El modelo solidario de Europa es hipócrita; el mercado es la mejor política social.
Degeneración moral del intervencionismo: condena la caridad voluntaria y muestra virtuosa la que es extraída coactivamente.
Los mercaderes satisfacen nuestras necesidades, que expresamos libremente en los mercados. Quien los desdeña, nos desdeña.
Se privatiza la telefonía o la banca porque el mercado lo hace mejor (más eficiente, barato y con mejor servicio), pero no la sanidad, educación o pensiones, por verse una amenaza. Es una incongruencia ya que todo puede privatizarse; el riesgo se resuelve con reglas de la justicia.
Falacia: Si se privatiza un servicio público como el tren, la empresa descuidará la seguridad en pro del Bº. Eso es pegarse un tiro en el pie castigando a sus clientes, y solo cabe observar a las empresas privadas para comprobarlo. Si un avión se estrella, la compañía pierde mucho, más le vale invertir en seguridad y tener a los clientes confiados y contentos. Por el contrario, la rentabilidad de votos lleva a los políticos a tener más interés en inaugurar que en mantener. Además, todo lo que hoy es público, antes fue privado.
Falacia: los ciudadanos son clientes del Estado como de una empresa. Si a los clientes no les gusta la empresa, no están obligados a comprar sus productos y quiebra. Eso no ocurre en el sector público.
La trampa de la pobreza es el estímulo a quedarse en el sistema para no perder su protección. Dependencia del Estado.
Subvenciones. Entre las partes que las negocian nunca están quienes las pagan: los contribuyentes. Los ministros de agricultura presumen de proteger al sector, pero nunca explican cuánto se han encarecido los alimentos por ellos.
Del capitalismo al feudalismo: tenemos derechos diferentes según los colectivos. La ley ha pasado de ser el refugio del ciudadano a una espada de Damocles.
En España, los políticos, tras la dictadura, multiplicaron por 2 el gasto público en 20 años, llevándolo del 25 al 50 % del PIB.
Un mayor gasto público implica que los ciudadanos se vean privados aún más del derecho a disfrutar del producto de su trabajo. Eso no es solidaridad ni sensibilidad, sino coacción, y que sea democrático es para reflexionar si el Estado es reflejo del pueblo y qué puede el pueblo votar.
Falacia: “función social de la propiedad”. El Estado debe recortar la libertad para orientar al mercado en beneficio social. El mercado y la propiedad ya están orientados al beneficio social, a satisfacer las necesidades de los demás y no el interés propio.
Falacia: como el mercado no es perfecto, entonces debe intervenir el Estado para corregirlo. El mercado funciona mejor en la práctica que en la teoría, y el Estado funciona mejor en la teoría que en la práctica.
Solución: limitar al Estado a defender los derechos humanos, el mercado, la libertad de comercio, la igualdad ante la ley y limitar el gasto público. Extender el ámbito de las decisiones constitucionales que requieren una amplia mayoría, limitando lo que pueden hacer las mayorías simples.
El mejor sistema político no es el mejor sistema posible sino el mejor que el pueblo es capaz de asumir. Para conseguirlo es indispensable desmontar las falacias intervencionistas y probar que el mercado es enriquecedora cooperación humana, no egoísta economicismo materialista; y que no es progresista ni solidario ni humanitario recortar la autonomía de las personas, quitarles su dinero y colocarlas en un mundo donde más que libertades hay permisos.
Una elocuente demostración de los riesgos al crecimiento inconmensurable del Estado, en falaz solución a las presuntas carencias del mercado. Explica el autor la lógica de los políticos, funcionarios, ONG’s y grupos de presión organizados para a través de impuestos/subsidios hacerse de una parte creciente del pastel social. Al final, no se trata de desmantelas al Estafo sino volverlo a sus funciones clásicas y compatibles con la libertad individual.
Brevísimo ensayo — 120 páginas — de uno de los economistas hispanos que menos presentación necesita; ni siquiera entre los que no comparten sus ideas: Carlos Rodríguez Braun ha sido un habitual de los medios durante décadas, y no es algo casual. Es una persona con una capacidad comunicativa envidiable, que sabe simplificar la expresión de ideas complejas y presentarlas con claridad y sencillez. Este libro no es una excepción, y es esta una de sus grandes virtudes.
Si algo refuerza la tesis de este ensayo es que, habiéndose escrito hace veinte años, resulte tan actual: el intervencionismo, esa tendencia de nuestras sociedades, siempre está ahí en alguna de sus numerosísimas facetas. Sus ideas en ningún caso pasarán de moda: Jefferson ya nos advertía de que el precio de la libertad es la eterna vigilancia.
Porque este libro trata sobre la libertad, no solo la económica, sino en su conjunto. Demasiadas veces olvidamos que el mercado es indispensable para una sociedad libre, pero no es su único pilar. Rodríguez Braun escribe también sobre moral, ética, sobre la esencia humana; y cómo todo ello puede verse alterado al intervenir en factores económicos, en apariencia tan lejanos.
Dividido en dos partes, en la primera se nos introduce en la naturaleza del mercado, en las distorsiones con las que los intervencionistas de todos los partidos tratan de hacernos creer que les necesitamos. Un mundo donde siempre es necesario que estén por nuestro bien aunque, en la práctica, nunca quede claro quién se beneficia de qué. No niega sus imperfecciones: que el mercado sea una solución que ofrece mejores resultados no significa que sea perfecto.
Expone las críticas más habituales — no han cambiado demasiado en estas décadas — y su juicio de cómo estas resultan tremendamente equivocadas. Después llegará el turno del Estado, ese ente siempre en apariencia incontestable, y donde quizás acabemos por reparar en que «el mercado funciona mejor en la práctica que en la teoría, y el Estado mejor en la teoría que en la práctica»
Un libro que expone con sencillez muchas ideas interesantes para introducirse en una visión liberal de la vida y de nuestra sociedad.
Elocuente defensa del mercado frente a la hipertrofia del Estado, no contra su necesidad. En mi opinión, el diablo está en los detalles y aunque coincido en las críticas a los peligros de un estado inflado y débil en lugar de concreto y fuerte, entiendo que hay escenarios de necesidad en que la eficiencia puede ser sacrificada. El problema es hacer de cada caso una abstracción y también confundir capitalismo con consumismo desatado y materialismo desquiciado. Muy recomendable.