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209 pages, Paperback
First published January 1, 1999
“Vivimos, morimos, no es necesario entender nada. No hay fantasmas que enterrar, sólo cenizas y recuerdos.”Para ello, y de una forma soberbia y perturbadora, nos relatará el proceso de descomposición de dos cuerpos asesinados y abandonados entre las dunas de una playa (no teman el spoiler, así se inicia la novela y el asesinato es otro de los momentos estelares) en paralelo a la narración del momento en el que Joseph y Celice se conocieron 30 años antes en esas mismas dunas y el discurrir de su último día de vida. Dos personajes que, como la mayoría de nosotros, han tenido existencias anodinas, con problemas y alegrías triviales, y que, lamentablemente, son más atractivos muertos que vivos.
“La tierra es experta en dar sepultura. Reúne, abraza y acoge a los muertos. Pasado el tiempo, Joseph y Celice se habrían transformado en paisaje. Sus cadáveres habrían sido un objeto muerto más en un paisaje tallado en la muerte. No se transformarían en nada especial. Las gaviotas mueren. También las moscas y los cangrejos. Igual que las focas. Incluso las estrellas deben descomponerse, deteriorarse y abrasarse en el cielo. Todo ha nacido para irse. El universo ha aprendido a sobrellevar la muerte.”No nos resignamos a desaparecer sin más, nuestra vanidad como especie nos aleja del destino que asignamos sin más a cualquier otro ser viviente, nos asusta y nos repugna el vacío, la intrascendencia, el fin. No somos capaces de concebir una naturaleza, un universo, insensible a unos sentimientos, a unos deseos, a unos miedos y a unos anhelos. No concebimos que la muerte desenmascare nuestra completa y patética insignificancia. Lo terrible es que no hay una estrategia universal satisfactoria contra ese futuro cierto, aunque entre todas ellas quizás no sea la peor olvidarnos en todo lo posible del tema y simplemente vivir… el problema es que no elegimos la estrategia, son ellas la que nos eligen a nosotros.
“Su hija era la siguiente en la línea sucesoria. No podía escabullirse de la cola. De modo que no debería malgastar el tiempo en aquel oscuro universo… los que vivían pendientes de las estrellas eran estúpidos al sacrificar el breve fulgor de la vida en aras de las esperanzas en un cielo o los temores de un infierno. Nadie trasciende. No hay futuro ni pasado. No hay otro remedio para la muerte –ni el nacimiento– que aferrarse al espacio comprendido entre ambos momentos. Vive a lo ancho, a lo alto, con estruendo.”Mientras tanto, sea cual sea la estrategia que nos caiga en suerte, nos queda, entre otras muchas cosas no menos placenteras, la lectura de obras tan notables como esta de Jim Crace.
“Sólo los que vislumbran el terrible e interminable corredor de la muerte, algo demasiado tremendo para contemplarlo, necesitan perderse en el amor al arte.”
Their memories, exposed to the backward-running time of quiverings in which regrets became prospects, resentments became love, experience became hope, would up-end the hourglass of Celice and Joseph's life together and let their sands reverse.I am reminded of Martin Amis turning time backwards in Time's Arrow, although Crace has far greater subtlety. His object is not illuminate some particular event but to make a statement about life in the universe—an atheist's philosophy perhaps, but as consoling as anything offered by religion. So let me end with the passage when Joseph and Celice's bodies are finally separated:
Joseph's body rolled towards the west. His wife went east. They came off the grass and on to cotton, then into wood-effect, then on to the flat bed of the sand jeep, along the beach and through the suburbs to the icy, sliding drawers of the city morgue, the coroner's far room, amongst the suicides. Their bodies had been swept away, at last, by wind, by time, by chance. The continents could start to drift again and there was space in heaven for the shooting stars.
