Quando apparvero queste Storie, nel 1914, un giovane recensore, Robert Musil, mise subito in guardia i lettori. "Uomini di spirito positivo e donne dotate di forte caritas troveranno queste trenta piccole storie un po' troppo giocose. Ad esse sarà rimproverato di non dimostrare alcun carattere, di essere capricciose, di gingillarsi con la vita, anzi magari di non avere cuore e di lasciarsi impressionare da quella sbalorditiva determinazione con cui l'insignificante, per esempio una panchina in un giardino, talvolta occupa il suo posto nel mondo". Con quella ironica precisione che era per lui la socia inseparabile dell'anima, Musil ha accennato qui alla peculiarità di Robert Walser in un genere letterario, la "prosa breve", in cui oggi lo riconosciamo maestro. Ma le Storie non contengono soltanto campioni dìsparati di "prose brevi": almeno due testi, Kleist a Thun, e La battaglia di Sempach hanno una perfetta misura dei racconti. Il primo, nella sua tensione, quasi insostenibile, è forse l'unico testo del nostro secolo che sembra proseguire il Lenz di Bùchner; il secondo è una visione grandiosa, dove il sangue sgorga da araldici fantocci e il cozzare delle armi si blocca in un sospeso miraggio. Ma dietro la giocosità di Walser, dietro l'ingiustificata euforia che a tratti erompe nel le sue pagine, c'è qualcosa di immediatamente oscuro e delicato.
Robert Walser, a German-Swiss prose writer and novelist, enjoyed high repute among a select group of authors and critics in Berlin early in his career, only to become nearly forgotten by the time he committed himself to the Waldau mental clinic in Bern in January 1929. Since his death in 1956, however, Walser has been recognized as German Switzerland’s leading author of the first half of the twentieth century, perhaps Switzerland’s single significant modernist. In his homeland he has served as an emboldening exemplar and a national classic during the unparalleled expansion of German-Swiss literature of the last two generations.
Walser’s writing is characterized by its linguistic sophistication and animation. His work exhibits several sets of tensions or contrasts: between a classic modernist devotion to art and a ceaseless questioning of the moral legitimacy and practical utility of art; between a spirited exuberance in style and texture and recurrent reflective melancholy; between the disparate claims of nature and culture; and between democratic respect for divergence in individuals and elitist reaction to the values of the mass culture and standardization of the industrial age.
En primer lugar me parece muy mal que en las recopilaciones de relatos no se consigne la fecha en que cada uno de ellos fue escrito y se les asigne un orden arbitrario, sin más explicaciones, que sólo el editor entiende (o se supone que entiende). Lo que viene a ser un batiburrillo de textos. Puedo encontrar relación entre algunos de los relatos y algunas de las novelas de Walser, pero me fastidia enormemente esta falta de rigor, sobre todo en libros que se nos venden desde la excelencia editorial... bueno, al menos no lo he comprado, pero sufro al pensar en el dispendio que le ha supuesto a la biblioteca esta supuestamente esmerada y exquisita edición. En fin, sigo perdiendo en mi combate con los relatos. Nunca acabo de entrar en la dinámica de los textos dispares. Aunque hay algunos interesantes, la sensación final es de hastío. El conjunto me ha parecido demasiado suizo. Cuando me enfrento a textos centroeuropeos escritos a principios del siglo XX siempre acabo con una sensación amarga. A pesar de que puedo admirar la composición narrativa y las descripciones prosa-poéticas siempre acabo irritado. Recuerdo especialmente la indignación que me produjo la escena de la huelga en Los Buddenbrock de Mann. Ese paternalismo bañado de superioridad burguesa es un síntoma de a quién iba dirigida la literatura a finales del XIX y principios del XX. Narrativa de burgueses para burgueses. Eso sería más o menos lo que significa para mí ser "demasiado suizo". Y no digo que Walser lo fuese. Al contrario, creo que fue de los primeros en introducir la mezquindad y el tedio del trabajo en sus textos. Aun así no puede evitar en ocasiones que sus orígenes sociales se filtren en sus textos. Relojes de cuco
En este librito, muestra del inconfundible estilo de Robert Walser, la mayor parte de las historias tienen como eje rector al teatro, ya sea como el escenario de tragedias extravagantes, como los sueños de gloria por parte de actores incipientes, o como el sitio en el que emerge una vida quizás más colorida que la real. Sin embargo, destacan también otros relatos en los que Walser retoma los retozos del poeta vagabundo, la ruptura de la cotidianidad de un pueblo común y corriente para entrar en los terrenos del heroísmo, la intensa descripción de un concierto de Paganini, o el lento transcurrir de los burocráticos minutos para gente más amante del pasado que del futuro. Un volumen de historias sin desperdicio.
2. Laúd "En el laúd toco recuerdos. Es un instrumento insignificante, con un sonido que es siempre uno y el mismo. Es un sonido unas veces largo, otras breve, otras remolón, otras ligero. Respira pausadamente, o bien se supera a sí mismo dando un presuroso brinco. Es triste y alegre. Lo único extraño es que cuando suena melancólico, me hace reír, y cuando es alegre y salta, no puedo evitar el llanto. ¿Ha habido alguna vez un sonido semejante? ¿Alguna vez se ha tocado instrumento tan extraño? Apenas se lo puede coger en la mano; las manos, aun las más suaves y delicadamente formadas, son demasiado toscas para hacerlo. Tiene cuerdas de una figura y tenuidad inefables. En comparación, los cabellos son cabestros. Hay un chiquillo que sabe tocarlo; y yo, que tengo tiempo para tumbarme con el oído atento, me pongo a escucharlo. Toca día y noche, sin pensar en comer ni beber, hasta muy entrada la noche y en pleno día. De la mañana a la noche y de la noche a la mañana. El tiempo, para él, no tiene otra misión que la de pasar rozándolo como un sonido. Y así como yo lo escucho tocar, él, cuando toca, escucha todo el tiempo a su amada, el sonido de su instrumento. Jamás enamorado alguno ha escuchado con tanta fidelidad, con tanta constancia. Qué dulce es prestar oído al que es todo oídos, observar al enamorado, sentir al olvidado junto a uno mismo. El chiquillo es el artista; el recuerdo, su instrumento; la noche, su espacio; el sueño, su tiempo; y los sonidos a los que da vida son sus solícitos criados, que hablan de él a los ávidos oídos del mundo. Yo soy sólo oído, un oído indeciblemente emocionado." [...] 4. "Ahora recuerdo que una vez vivía un poeta pobre, muy agobiado por sus estados de ánimo, que, habiendo contemplado a sus anchas la naturaleza libre y divina, tomó la decisión de dejar poetizar sólo a su fantasía. Estaba sentado una tarde, un mediodía o una mañana, a las ocho, a las doce o a las dos, en el oscuro espacio de su habitación, y decía a la pared de la misma: «Pared, te tengo en mi cabeza. No te empeñes en engañarme con tu fisonomía extraña y tranquila. A partir de ahora serás prisionera de mi fantasía». Luego dijo lo mismo a las ventanas y a la lóbrega vista que éstas le ofrecían día a día. Tras lo cual, espoleado por su sed de aventuras, emprendió una excursión que lo llevó por campos, bosques, prados, aldeas y ciudades, sobre ríos y lagos, siempre bajo el cielo hermoso. Pero a los campos, prados, caminos, bosques, aldeas, ciudades y ríos no dejaba de decirles: «Muchachos, os tengo firmemente anclados en mi cráneo. No sigáis creyendo que me impresionáis». Luego volvió a casa y empezó a decir para sí solo, riéndose: «Los tengo a todos en la cabeza, a todos». Cabe, pues, suponer que aún los tiene allí dentro, de donde (¡cómo me gustaría ayudarlos!) no saldrán nunca más. ¿No es ésta una historia rebosante de fantasía?"
La infancia de Robert Walser estuvo oscurecida por la enfermedad psíquica de su madre y la situación financiera de su padre, que empeoraba, de año en año. Walser, vidente de lo pequeño y lo nostálgico, quiso formarse como actor y no aguantó mucho tiempo en ningún puesto como empleado. Permaneció unos años en Berlín desde 1905 a 1913 y en 1914 publicó estas Historias, dejando una vez más impresa la huella de su estilo sensitivo y vehemente. El más solitario de los escritores solitarios que deambulaba a cualquier hora del día, convirtiéndose en el deambular mismo de su recluso devenir, dejó escrito entre todos estos relatos uno que debo ensalzar por su colorido y ritmo apasionado: Kleis en Thun. “La naturaleza es como una sola gran caricia. ¡Qué alegre y doloroso puede ser aquello.” El personaje de Kleis proyecta la identidad singular de Robert Walser en cada uno de sus movimientos literarios durante su estancia en Thun. En este relato podemos observar cuales eran las preocupaciones y deseos del autor, sus hábitos para escribir, precedidos de paseos en los que lanza su alma hacia el panorama espléndido, sagrado y silencioso que se abría a sus pies. Cualquier pregunta que podamos hacernos sobre Walser será respondida por Kleist, inundado de contagiosa vitalidad. Ahora que el bosque se teñirá de blanco y perderá sus hojas, es una buena lectura para disfrutar. Se la cedo, pero no olviden las otras veinte restantes. No dejan de asombrar.
Zwei der Geschichten sind sensationell gut, Von einem Dichter und Klavier. Der Rest, leider, nur geht so. Jedenfalls für Walser-Verhältnisse.
Walser, der Schelm von Verfasser, (so nennt er sich selbst) bewertet die zwanzig Gedichte des Dichters in borgesischer Weise: „...davon ist eines einfach, eines pompös, eines zauberhaft, eines langweilig, eines rührend, eines gottvoll, eines kindlich, eines sehr schlecht, eines tierisch, eines befangen, eines unerlaubt, eines unbegreiflich, eines abstoßend, eines reizend, eines gemessen, eines großartig, eines gediegen, eines nichtswürdig, eines arm, eines unaussprechlich...“
Und hier handelt es sich offensichtlich um eine „wenn nicht gerechte, so doch schnelle Beurteilung.“
(Das soll künftig mein Motto sein, für Goodread-Reviews.)
Un Charms sottotono. Raccontini insipidi che la storia ha dimenticato per un motivo (e di cui ricorderò più che altro l'abbondanza di incendi di cui ho letto proprio mentre Notre-Dame bruciava e cercavo di distrarmi). Unica eccezione: Strana città.