Tras una larga ausencia, el protagonista de El río regresa a los escenarios de su infancia. El pueblo ya no existe, ha sido cubierto por las aguas del pantano y sólo emerge, como inquietante aparición, cuando en agosto baja el nivel. A partir de esa presencia irreal y envolvente, la autora entreteje una serie de relatos agridulces que esbozan momentos de una infancia tan mágica como irrecuperable: los lobos, los mendigos, los disfraces y la lluvia son algunos de los elementos de una evocación que amalgama realidad y misterio y descubre, con ternura y lucidez, la fugacidad de la vida.
(Barcelona, 1925-2014) Escritora española. Novelista destacada de la llamada generación de los "niños asombrados", su obra describe el ambiente de la posguerra civil. Ana María Matute se dio a conocer en la escena literaria española con Los Abel (1948), una novela inspirada en la historia bíblica de los hijos de Adán y Eva, en la cual reflejó la atmósfera española inmediatamente posterior a la contienda civil desde el punto de vista de la percepción infantil. Este enfoque se mantuvo constante a lo largo de su primera producción novelística y fue común a otros representantes de su generación. Las novelas de Ana María Matute no están exentas de compromiso social, si bien es cierto que no se adscriben explícitamente a ninguna ideología política. Partiendo de la visión realista imperante en la literatura de su tiempo, logró desarrollar un estilo personal que se adentró en lo imaginativo y configuró un mundo lírico y sensorial, emocional y delicado. Su obra resulta así ser una rara combinación de denuncia social y de mensaje poético, ambientada con frecuencia en el universo de la infancia y la adolescencia de la España de la posguerra.
Ana María Matute fue galardonada con el premio Café Gijón por Fiesta al noroeste (1953) y con el premio Planeta por Pequeño teatro (1954), novela a la que siguió En esta tierra (1955). También recibió el premio de la Crítica y el Nacional de Literatura por Los hijos muertos (1958).
Más tarde escribió la trilogía Los mercaderes, integrada por Primera memoria (1959), Los soldados lloran de noche (1964) y La trampa (1969), que tuvieron un gran éxito. La torre vigía (1971) es la historia de un adolescente que debe iniciarse en las artes de la caballería; aunque sigue la línea de las anteriores, se da en ella un cambio histórico de ambientación hacia el período medieval, rasgo que se prolongó en las obras de su madurez, publicadas tras un dilatado período de silencio literario. Así, su novela Olvidado rey Gudú (1997) plantea una extensa y compleja trama de acontecimientos centrados en las disputas mantenidas en el transcurso de la décima centuria por el rey de Olar, Volodioso, y sus enemigos, el barón Ansélico y la hija de éste, Ardid. Asimismo, su novela Avanmarot (1999) tiene como escenario la época medieval.
Matute cultivó además la narración corta, reuniendo sus relatos en volúmenes como El tiempo (1956), Historias de la Artáila (1961), Algunos muchachos (1968) y La virgen de Antioquía y otros relatos (1990). Son notables sus dos libros autobiográficos A la mitad del camino (1961) y El río (1963), en los que evoca sus experiencias de la niñez en el ambiente rural y bucólico de Mansilla de la Sierra. Fiel a su fascinación por el mundo de la infancia, escribió también cuentos para niños, recogidos en su mayor parte en Los niños tontos (1956), Caballito loco (1982), Tres y un sueño (1961), Sólo un pie descalzo (1983) y Paulina (1984). Formó parte de la Real Academia Española desde 1996. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de las Letras Españolas; era la tercera mujer que recibía el galardón (Rosa Chacel lo obtuvo en 1987 y Carmen Martín Gaite en 1995). En 2010 vio reconocida su trayectoria con la concesión del Premio Cervantes.
Creo que los lectores tenemos, en general, una deuda con Ana María Matute. Conocemos su nombre, sí, aparece en los libros de texto y sabríamos decir un par de títulos suyos, pero sigue siendo esa gran desconocida a pesar de su inmensa calidad literaria y de su abultada producción.
Para solucionar un poquito eso, y coincidiendo con el centenario de su nacimiento, la hemos elegido para el reto de este mes en el grupo Amamos la novela negra.
La obra que yo he escogido, en la preciosa edición ilustrada de Nórdica, es de las que están catalogadas como juveniles, aunque no veo a un chaval comprendiendo esta historia, la verdad, ya que necesitas los ojos de la nostalgia, los de un adulto que mira al pasado, a caminos de hojas que ahora están asfaltados y a ríos secos donde antes podías ahogarte.
Sin embargo, no es un relato cándido. La ternura surge de la sangre, del dolor y la cicatriz. Este libro se compone de microhistorias ubicadas en el mismo escenario rural, con personajes variopintos, duros, débiles, rotos o dispuestos a romper.
Cada historia es un cristal. Algunas reflejan la luz convertidas en espejos de ese pasado con olor a leña, y otras (las iniciales, sobre todo) se te clavan y desgarran como... Como eso, como cristales bajo la piel.
He leído con desasosiego muchas veces, con horror y pena (el relato del perro me mató), y también con delicia por esa prosa poética que esconde tanto preciosismo como reflexión.
Novela construida a modo de pequeñas historias, cuentos, dónde Ana Maria Matute vuelca los recuerdos de su infancia y ya sabemos que lo que vivimos en la infancia es lo que perdura en la memoria. Qué importante es la memoria a la hora de convertir en lugares mágicos todos esos espacios poblados por unos niños curiosos, inventando y descubriendo el mundo. Y me ha hecho pensar que los niños de ahora es dificil cuenten con este tipo de experiencias, sin mucha libertad para explorar e inventar. El mundo ha cambiado mucho en ese aspecto.
"No es fácil sentir piedad a los diez años. se siente admiración, miedo, estupor, desprecio. Pero la piedad es un sentimiento adulto, un tanto gastado, como el propio corazón. A los diez años se ama locamente cualquier cosa: la hierba, el aire, el amigo, las propias manos. No se apiada uno de nada, ni de si mismo".
Mansilla de Sierra en La Rioja el pueblo de la infancia de Ana Maria Matute ya no existe, está cubierto por las aguas del embalse, y cuando no lo cubren las aguas, imagino que se habrá convertido en un lugar ruinoso y fantasmagórico, pero la memoria es mucho más poderosa que la realidad y de alguna forma, a través de los pequeños cuentos de Ana Maria Matute, los personajes cobran vida, existen. La autora pasa por casi todos los temas esenciales: muertes, nacimientos, la inocencia y crueldad de la infancia, la naturaleza en toda su crudeza y maravilla, y personajes, algunos de ellos niños, que tuvieron una vida dura, que al mismo tiempo seguro que fueron toda una escuela de vida para una niña tan curiosa e inquieta como tuvo que ser Ana Maria Matute.
En resumen, un libro hermosísimo, esencial y muy de verdad, sin florituras y que para mí me demuestra una vez lo bien que escribía Ana Maria Matute sobre la memoria y sobre la infancia: una infancia imposible de recuperar pero que perdura en tu recuerdo.
"A veces le veía volver por el camino de la Umbría, despacio, la mano agarrada a la correa del zurrón. El pastor niño es pensativo, más bien callado. Va a la escuela cuando no tiene cosas más urgentes que hacer. En el otoño, cuando las lluvias son frecuentes, el pastor niño llega mojado, los largos mechones de su pelo negro pegados a la frente. No parece tener frio, ni calor, ni sed, ni hambre. Es una criatura distinta, lejana".
Ana María Matute me ha hecho sentir nostalgia por recuerdos que no son míos, por un tiempo pasado que no me pertenece.
Lo que más destaco es el solemne respeto a la infancia y a la vejez, a la locura y la inocencia, al olvido y a los olvidados. Y es que más que una novela, estamos ante una oda a la memoria de lo insignificante.
Mi madre inundó mi infancia de apasionantes relatos de su infancia en el pueblo. Siempre me fascinó la pureza de lo rural, de la vida en el campo, libre y sacrificada al mismo tiempo, tan llena y apasionante, aunque cruel, salvaje y desalmada a veces. La infancia rural es otra infancia, que huele a tomillo y pone a prueba los corazones y el coraje a diario. Durante mi lectura he visto en palabras escritas las hazañas de mi madre, mis tías y tíos y su pandilla durante estos años embrujados.
Ana María Matute ha escrito en mi piel todos los escalofríos imaginables. Hacia la mitad del libro perdí la cuenta de las veces que había roto a llorar.
Nunca viví las peleas de barro, ni la prematura obligación del trabajo en el campo, ni el miedo al lobo o los rituales mágicos en el río, pero para mí este libro grita patria.
Parecida a la colección de Juan Ramon Jiménez en el sentido del carácter de las viñetas de la vida en un pueblo chico español. Sin embargo, en Platero, vemos todo lo bueno y lo malo, las alegrías y tragedias de la vida, sin una crítica de la gente que habita el pueblo. La vida es cruel, pero la gente del pueblo no. En ésta, siendo Matute Matute, vemos una representación parecida de la vida del pueblo, con todas sus desgracias y sus triunfos, pero también vemos que sí, la humanidad es, a veces, cruel. A pesar de esto, es un libro ameno, que valdría recogerse de vez en cuando, para volver a descubrir las realidades universales que vivimos todos en la juventud.
Un llibre preciós. Només començar-lo ja sabia que el voldria tornar a llegir. Vinyetes de la infància. M'ha fet sentir molta nostàlgia pel que era ser petita. Capítols curts i molt especials cadascun per si sol, junts fan un quadre honest, però també molt romàntic -ben bé com és la mirada d'un nen-. Ja ho sabem, Ana María Matute escriu preciós, preciós. La Mercè Rodoreda de la llengua castellana. El recomano moltíssim.
P.S. -L'edició il·lustrada de Nordica és molt maca, i li afegeix molta màgia, sensació de conte infantil, etc.
Qué maravilla! Es mi primer Matute y me ha dejado extasiada. Es un libro precioso, poético, evocador, melancólico, que se siente y llega al alma. Se me han saltado las lágrimas varias veces. La autora nos cuenta pequeños retazos de su infancia en el pueblo, y son eso, retazos, reflexiones, historias pequeñas de distintos momentos, historias y personajes. Para ello emplea una prosa poética, llena de dulzura, haciéndote sentir olores, sabores, sensaciones, retrotrayéndonos a momentos de nuestra infancia. Es un canto a la inocencia, a la naturaleza, a las gentes sencillas, a esos momentos cruciales que hemos vivido. Lo he ido escuchando en audiolibro y lo recomiendo también. Aunque la edición ilustrada de Nórdica es preciosa. Si os gustan las historias sobre la naturaleza, la infancia, costumbristas, al estilo de ‘Sidra con Rosie’, os lo recomiendo muchísimo. Creo que se va a convertir en uno de mis favoritos.
“La muerte de un niño es algo natural y sorprendente a un tiempo: como el súbito aguacero en pleno sol, que irrumpe sobre el campo del verano, y deja atónitos a los pájaros. Es como el repentino huir de los vencejos en la mañana. Algo que hace levantar la cabeza; que obliga a interrumpir el trabajo, el ocio, el pensamiento.(...)” “ (...) cuando éramos niños, la hora de la siesta significaba simple, radiantemente, la libertad. Era la hora bendita en que los mayores dormitaban. Acallado el guirigay de la cocina, también las criadas permanecían en un silencio misterioso, como paralizadas en alguna sombra: la de sus habitaciones, en lo alto de la casa, o la del huerto. Era nuestra hora. La hora en que silbaban los muchachos del otro lado del río, rítmica y dulcísimamente, imitando el mirlo, la codorniz, o las alas de la mariposa cantora. Era la hora del sol cruel y desapacible, que irrita a las personas adultas. Pero los niños no suelen temer al sol. Desnudos, libres, inconscientes, se persiguen bajo el sol como animales del bosque. “
Es un retrato de su infancia, de su pueblo sumergido bajo las aguas y de como la vida continúa, algunos relatos aprietan el nudo que la autora con esa bellísima prosa coloca en la garganta. La memoria y la cruda realidad de la gente de los pueblos pequeños. Mientras muchos imaginan un idilio de tiempo sin prisas y holgazanería, Matute, a través de tu cita, revela la otra cara de la moneda: «porque en el pueblo pequeño la envidia y el odio, la falta ajena, se hacen claros y patentes, como escritos en la frente o en el cielo que a todos cobija. Pero esta cruel realidad asienta los pies en la tierra…». Un retrato cargado de nostalgia que no maquilla su crudeza y complejidad.
"El río" é um livro de contos escrito por Ana María Matute que nos leva de volta às sensações infantis, vividas às margens de um rio, aquele rio que todos nós guardamos no canto das lembranças brilhantes. Nessa história, o rio se transforma em um pantanal que cobre a cidade ensolarada da infância. A trama se desenrola em La Rioja, na cidade de Mansilla de la Sierra, onde a autora passava seus verões. Publicado pela Nórdica Libros e ilustrado por Raquel Marín, este livro é uma delícia, com histórias curtas e emocionantes que refletem a dedicação de Matute, que coloca todo o seu coração em cada conto, representando pedacinhos de sua própria alma. O livro me faz lembrar muito de "Platero" de Jimenez.
"El río" é um presente para todos aqueles que apreciam a arte de ler um conto magistralmente escrito. A poética de Ana María Matute brilha em cada uma das histórias que compõem essa ode à infância. Ela é capaz de transportar o leitor para as ruas de sua cidade, agora desaparecida, e fazê-lo se apaixonar por cada personagem que habita esse mundo literário: pastores, cercadores, chocolateiros, todos já desaparecidos. No entanto, mesmo que possam parecer memórias distantes de uma Espanha distante, Ana María Matute consegue fazer com que o leitor as sinta como suas próprias experiências.
El valor de lo inadvertido. Este libro es pararte a mirar y a recordar. Es entender el orgullo del campo y la inmortalidad de un árbol, el peso del silencio y la libertad de renombrar la infancia y la memoria.
No había leído hasta ahora nada de Ana María Matute y lo que tengo claro es que seguiré leyéndola. Este librito es nostalgia pura, nostalgia de esas temporadas de la infancia pasadas en un pueblo de La Rioja, esos recuerdos infantiles de cosas que ya no volverán pero que sobre todo no volverán porque el pueblo ya no existe puesto que fue inundado por el pantano. Con una prosa bella y delicada la autora nos traslada a ese lugar en el que fue feliz y que ya no está.
Ellos, los fáciles, se van. Nos quedamos los difíciles, los encallados, los retorcidos. Los que tenemos que arrancar todos los días la vida de las piedras.
Este librito de Matute, que se lee de una sentada, aporta a través de pequeños capítulos algunos de los temas que serán claves en su producción novelística: todo lo que tiene que ver con los niños (la infancia perdida, la crueldad y los sueños infantiles), el trabajo en el campo y la situación de la España profunda en la primera mitad del siglo XX. Ha sido muy bonito poder revivir aquí los pensamientos de Daniel Corvo, de Matia, de la protagonista de los Abel... El amor por aquello que no se puede recuperar -porque no fue nunca realmente poseído- aporta a la narración, más sencilla que la de otras obras de la autora, un matiz muy nostálgico y desgarrador. Me queda poco que descubrir de Matute y todavía no me canso de su particular manera de ver la tierra: tan limpia, honesta y diáfana, tan intrincada en ese oscuro sentido de las cosas que se revela, con sorprendente facilidad, a través de un lenguaje cuidado y minucioso; logrando así aferrar esos recuerdos que parecen de otra manera impronunciables.
Qué bonito ha sido leer las experiencias y sensibilidades tan fácilmente reconocibles en su proyección narrativa y personajes, sin duda es un libro que se disfruta al máximo cuando ya has leído casi la totalidad de su obra, si no toda ella. Muy contenta de haber inaugurado el verano con esta lectura.
Termino este libro con un sentimiento difícil de explicar. Sintiendo nostalgia de lo que fueron esos días de infancia que no volverán, de lo que era un pueblo que no volverá a ser. Este libro me ha abierto el abdomen y se ha metido dentro
Pequeños cuentos escritos desde la memoria, la nostalgia, un tiempo, un espacio y una vida que ya no es. Este libro huele a tierra, jaras, encinas, morales, alamos, nogales, ortigas y romero. A pureza y barro a un tiempo. También a la dura, temprana y, a veces, salvaje vida rural. Cuanto me ha dolido recordarme de pequeño conteniendo la respiración para que la ortiga no pique. Más me ha dolido saber que lo había olvidado. Duele ver cómo los olvidos de los que habla algún día también serán míos: el nombre de aquellas calles, montañas y caminos, de aquellas flores y árboles, el sonido de aquel río, el de las nueces cayendo al suelo, el picor de las ortigas, el sabor de las moras. Tras disfrutar este libro solo me queda pensar en que nuestra batalla en esta vida es tratar de no olvidar.
Este es un libro difícil de calificar. Si bien no puedo decir que lo disfruté, lo cierto es que su lectura es muy fácil y la narración es impecable.
Creo que mi dificultad con el libro viene por el lenguaje vacío (a mi parecer), el cual creaba anticipación en mí que un libro sin hilo conductor jamás podría satisfacer. El uso excesivo de comas también me frustró en más de una ocasión.
En cuanto a contenido, es extraño juzgar una serie de viñetas visiblemente entrañables para la autora, pero debo decir que algunas veces resultaban condescendientes y vacías. Puede que esto se deba a mi edad y a mi contexto. No podría decirlo con seguridad.
Preciosas ilustraciones, edición extremadamente bien cuidada, prosa deliciosa pero contenido totalmente crudo que refleja una y otra vez la crueldad de los pueblos de la España profunda y arcaica: niños que acosan a niños, adultos que maltratan a mendigos, chavales que apedrean gatos, ahorcan perros, destrozan truchas vivas y aplastan sapos. No lo pude terminar.
El río de Ana María Matute es una novela preciosa, poética y melancólica construida a través de pequeños cuentos o historias que la autora recupera de sus memorias en el pueblo de su infancia: Mansilla de Sierra en La Rioja, que se convirtió después en uno de esos pueblos cubiertos por las aguas debido a la construcción de un embalse. Mientras la autora describe a los personajes del pueblo y las situaciones de su infancia va tratando también todos los temas esenciales de la vida: muertes, nacimientos, la inocencia y la crueldad en la infancia, la diferencia del mundo rural frente al urbano al mismo tiempo que guarda un papel destacado para la presencia y admiración de la naturaleza junto a un inmenso sentimiento de empatía con los animales. Un libro escrito con una enorme sencillez y naturalidad en el lenguaje y una perfecta elección para los tiempos de confinamiento en los que tanto echamos de menos la naturaleza. Además, hay que destacar que la nueva edición ilustrada de Nórdica Libros, no podía ser más bonita.
En el libro, la narradora vuelve varios años después al pueblo donde pasaba los veranos junto a su familia, Mansilla. Pero ese pueblo yace ahora bajo las aguas de un pantano y han edificado uno nuevo en el terreno no inundado. Un nuevo pueblo que ya no es el que ella conoció en su niñez.
Bajo esta premisa, Ana María Matute nos relata cómo fueron los veranos de su infancia, rodeada de paisajes bucólicos, de naturaleza y animales del campo, jugando sin preocupaciones...
Pese a ser un libro escrito en prosa, resulta bastante poético y lírico. Desprende nostalgia y melancolía. Además, nos permite reflexionar sobre lo que significa crecer, hacerse adulto, sobre los cambios e incluso sobre la muerte.
"Aquel árbol era para mí algo natural y solemne, inmune y sabiamente instituido. Inmutable como el sol, no sospechaba cuándo había nacido ni jamás pensé que un día podía morir. Sin embargo, una mañana, mi abuelo dijo, señalándolo con el bastón: «Ese árbol está muerto». Fue para mí como una revelación. De golpe me di cuenta de que había crecido, de que ya no era una niña. De que faltaban seres, objetos, sensaciones e incluso sueños, a mi alrededor. De que ya nadie se tendía junto a aquel tronco para mirar correr a las nubes, entre las hojas anchas, como huyendo hacia un desconocido país. Sentí un dolor hasta entonces desconocido. Un dolor vivo, y, sin embargo, me atrevería a decir que bienhechor." (Los árboles)
Una colección de trazos de Mansilla esparcidos como recortes de un libro mojado, esa aldea que de un día para otro se convirtió sin querer en una pequeña Atlántida al sumergirse sus calles, sus tapias, bajo el agua de un embalse. Aquí se escucha el crujido de las hojas, el aullido de los perros y el batir de alas de los murciélagos que torturan los niños por pura diversión. Un collage mágico y sórdido que pone de manifiesto una vez más el talento de la Matute para describir cementerios de fantasía.
Una hermosa colección de diapositivas sobre la vida en el pueblo de Mansilla. A veces peca de la exotización del habitante de lo rural, vista con los anteojos de quien allí habita pero es ajeno a la realidad; pero compensa en todo momento la sublime belleza con la que todo está descrito. Porque cada relato es eso, una diapositiva fragante que traslada directamente a los veranos de la niñez y a los aromas del campo. El añadido de las ilustraciones de Raquel Martín para esta edición lo hace aún más bello, una cápsula solemne que flota sobre el pantano que devoró a la villa.
Un libro muy bien escrito, con un estilo depurado. La autora nos trae sus recuerdos de la infancia, principalmente, sobre sus experiencias en el pueblo familiar. El pueblo original quedó sepultado bajo un pantano, lo que proporciona un marco especial a la narración. Matute muestra estampas bonitas, duras, crueles, etc. Nos acerca a antiguas costumbres y usos rurales. En todo caso, a pesar de que el libro se desarrolla como sucesión de pequeños episodios, creo que es para degustarlo con calma. Así que es recomendable para cuando tenemos tiempo para una lectura pausada.
《Ellos, los fáciles, se van. Nos quedamos los difíciles: los encallados, los retorcidos. Los que tenemos que arrancar todos los días la vida de las piedras》 《Así pasa siempre: los que son como él, mueren. Pero nosotros, viviremos largamente》
La nostalgia, el recuerdo, el volver y el paso incansable del tiempo. Te amo Ana María Matute.
Ha sido precioso conocer el Mansilla de Ana María a través de pequeños relatos tan mágicos, que casi te hacen olvidar que las historias allí descritas fueron verdad. Leerlo en la nueva edición ilustrada de Nórdica Libros, hace que la experiencia sea todavía más gratificante.
Este libro está formado por relatos sobre la infancia, sobre la vida rural y los pueblos, sobre la morriña y la nostalgia. Un libro que nos vuelve a convertir en niños que persiguen y miran todo con ojos nuevos y llenos de curiosidad. Recomendadísimo.
Me ha gustado mucho este recorrido por la memoria de un pueblo que fue. Cargado de nostalgía, poesía y evocación en los recuerdos de la niñez que la autora nos desgrana en pequeños relatos o fragmentos que conforman sus recuerdos. Un libro precioso para leer más de una vez.