Septiembre de 1987. Sancho, un maestro madrileño, se muda para dar clases en Villanúñez, un pequeño pueblo de Valladolid. No va solo. Le acompaña un vencejo que guarda dentro de una vieja jaula. Su llegada revoluciona el municipio, por su curioso aspecto, su ropa ochentera, sus patillas y su pelo demasiado largo. Para la mayoría es un desafío a las costumbres del pueblo, al maestro de bien que merecen sus hijos. Pero no es casual que Sancho haya elegido el colegio de Villanúñez. El pasado de su esposa, Aurora, le ha unido sin remedio al vencejo, a ese pueblo y a quienes viven en él. Allí se encontrará con Isabel, Mercedes y Herminia, mujeres que sufren en sus carnes los prejuicios y las costuras de las convenciones sociales, y que tratan de coger en silencio las riendas de sus vidas para poder sobrevivir. A veces son ellas incluso las que asumen, codo con codo, las batallas que los hombres abandonan. El día que mueren los cerdos es un viaje a esos pueblos profundos donde se vacía todo menos la memoria, que se tapa con tierra como a los muertos.
Viva imagen del ambiente envilecido de aquellos pueblos de antaño, habitados por gente chismosa, malintencionada y envidiosa. Describe los últimos coletazos de machismo y soberbia de aquellos territorios que acabaron en la España vaciada de hoy en día. Tradición, religión, intransigencia e inmovilismo, palabras clave que desencadenaron un éxodo irreversible y que dejaron una bonita postal de pueblos fantasmales y cierta nostalgia algo rancia entre mucha gente.
De manera casual, he leído esta novela tras "Carcoma", de Layla Martínez. Desde miradas diferentes, abordan el mismo mundo y sus consecuencias: el conflicto entre privilegiados y servidores, el miedo al forastero, la venganza heredada, la resistencia al cambio. Mientras Layla Martínez se aproxima con una visión desfigurada desde el género de terror, Patricia Martínez escribe una novela costumbrista escrita con sencillez y precisión.
Buena historia (quizá un final demasiado efectista), personajes sólidos y bien estructurada. Acusa, sin embargo, algún vicio de "taller" —como repetir demasiado los rasgos específicos de personajes— y se podía haber pulido un poco más —hay transiciones demasiado lentas—.
Dice el refrán que: "pueblo pequeño, infierno grande" y eso es lo que refleja de maravilla Patricia García en su primera novela. Odios, rencillas, envidias y cotilleos a todo meter. Pueblos reconocidos y reconocibles como es este caso. Es una novela sencilla, que se lee muy fácil aunque a veces se haga pesada y parezca que no avance por los continuos detalles que se ofrecen, muchos de ellos repetidos y otros irrelevantes. Pero aún así hace que sigas enganchado. Suerte en su carrera!!