Samuel’s review of Amor a contrarreloj > Likes and Comments
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(3/3 por fin)
Me quedan personajes, pero creo que con esto es suficiente. Ahora que les he pasado revista a los principales, puedo explicitar una conclusión a la que he llegado mientras terminaba el libro. En líneas generales, la estética de la representación (muy importante, claro) a veces deriva, en los casos más extremos, en algunas cosas un poco cuestionables. Me refiero a que, a veces, los lectores extreman este deseo que termina por convertirse más bien en un egocentrismo, que vemos muy a menudo en lectores yanquis. Yo no soy una persona racializada; ¿por qué debería impedirme eso leer experiencias de personas racializadas? El mundo es más grande que uno mismo, así que es importante que el deseo de sentirse identificado, de verse representado (importantísimo), no obstaculice la empatía con otres. Creo que Raquel triunfa aquí. Sortea el individualismo propugnado por la infraestructura capitalista y propone una estética que combina la representación y la empatía. Los personajes son inconfundibles, cada uno es único y tiene varias peculiaridades. Si no resuenas con uno, resonarás con otro. Y con los que no te identifiques podrás empatizar igualmente. Podrás hacer catarsis propia y ver más allá de tus narices privilegiadas. Me encanta que Aitor sea adoptado y tenga estrabismo, que la familia de Rafa sea enorme, que Percival y Simón representen dos facetas distintas de las identidades gais, que Nuria sea tierna y amable a la par que gótica, que Zoe sea hija de padres divorciados y se tiña el pelo, que Eva fume, que el abuelo de Perci tenga demencia senil… Hay tantos detalles. Es como la vida misma: mil realidades que chocan y coexisten y se mezclan.
¿Cómo termino yo esta reseña? Hay tanto que no he podido decir. Algún día volveré a leerla, cuando tenga el valor para subrayar libros, y me esforzaré por hacerla una cápsula del tiempo de manera física. Espero que esta reseña enorme sirva como sustituto por el momento. Es tan extensa que no sé yo si ni siquiera la autora aguantará toda esta verborrea, pero yo no podía decir menos de un libro que me ha gustado tantísimo. Gracias, Raquel, por Amor a contrarreloj. Gracias por cada personaje, por cada descripción, cada arco, cada palabra de cada página. Volvería a leerlo mil veces y no me cansaría jamás. Se va de cabeza a mis favoritos. Hay libros que me hacen dar las gracias por estar vivo. Este es uno de ellos.
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(3/3 por fin)Me quedan personajes, pero creo que con esto es suficiente. Ahora que les he pasado revista a los principales, puedo explicitar una conclusión a la que he llegado mientras terminaba el libro. En líneas generales, la estética de la representación (muy importante, claro) a veces deriva, en los casos más extremos, en algunas cosas un poco cuestionables. Me refiero a que, a veces, los lectores extreman este deseo que termina por convertirse más bien en un egocentrismo, que vemos muy a menudo en lectores yanquis. Yo no soy una persona racializada; ¿por qué debería impedirme eso leer experiencias de personas racializadas? El mundo es más grande que uno mismo, así que es importante que el deseo de sentirse identificado, de verse representado (importantísimo), no obstaculice la empatía con otres. Creo que Raquel triunfa aquí. Sortea el individualismo propugnado por la infraestructura capitalista y propone una estética que combina la representación y la empatía. Los personajes son inconfundibles, cada uno es único y tiene varias peculiaridades. Si no resuenas con uno, resonarás con otro. Y con los que no te identifiques podrás empatizar igualmente. Podrás hacer catarsis propia y ver más allá de tus narices privilegiadas. Me encanta que Aitor sea adoptado y tenga estrabismo, que la familia de Rafa sea enorme, que Percival y Simón representen dos facetas distintas de las identidades gais, que Nuria sea tierna y amable a la par que gótica, que Zoe sea hija de padres divorciados y se tiña el pelo, que Eva fume, que el abuelo de Perci tenga demencia senil… Hay tantos detalles. Es como la vida misma: mil realidades que chocan y coexisten y se mezclan.
¿Cómo termino yo esta reseña? Hay tanto que no he podido decir. Algún día volveré a leerla, cuando tenga el valor para subrayar libros, y me esforzaré por hacerla una cápsula del tiempo de manera física. Espero que esta reseña enorme sirva como sustituto por el momento. Es tan extensa que no sé yo si ni siquiera la autora aguantará toda esta verborrea, pero yo no podía decir menos de un libro que me ha gustado tantísimo. Gracias, Raquel, por Amor a contrarreloj. Gracias por cada personaje, por cada descripción, cada arco, cada palabra de cada página. Volvería a leerlo mil veces y no me cansaría jamás. Se va de cabeza a mis favoritos. Hay libros que me hacen dar las gracias por estar vivo. Este es uno de ellos.


Toca hablar de Simón. No tengo mucho que decir. En otras circunstancias, quizá me habría disgustado que pueda parecer que todo su mundo comienza y acaba en Percival. Pero no es así. Él lo dice una vez, en el botellón: «Desde ahí podía ver a todo el mundo. A todo mi mundo» (cito, en este caso, de memoria, así que es posible que haya modificado un poco las palabras exactas). Una novela sobre amor; un personaje enamorado desde la infancia en un Friends to lovers. Es decir, tenemos a un personaje enamorado desde hace mucho de una persona que ve a todas horas en todos los días. Es tan difícil lograr que un amor así no se sienta como tóxico, obsesivo. Y, sin duda, algo hay de imperfecto en Simón, que saca su lado fifas contra las costillas de Percival. Pero, como con Perci, sus imperfecciones no las siento justificadas. Las siento reales. Parte de un ser humano, que falla y acierta, y tiene sus más y sus menos. Su ser no muere en Percival; tiene a su hermana, tiene a sus amigos, se tiene a sí mismo. Creo que tiene la dosis adecuada de personalidad; no se fagocita la trama con excursos innecesarios y al mismo tiempo no es un simple apéndice de Perci. Durante el inicio de la novela, la verdad es que mis capítulos preferidos eran los de Simón. No obstante, creo que no es mi personaje favorito. Creo que, de hecho, no tengo uno. Amo leer lo que piensa, dice y siente Simón. Amo su relación con Rafael. Y adoro su vínculo con Carolina. Me gusta, por otra parte, que Simón nos aporta un antitópico: frente al personaje gay que sabe que lo es desde antes de empezar la novela (como es el caso de Simón) que ya está fuera del endoarmario (es decir, ha salido del armario con su familia), Simón no lo ha hecho. Un pequeño atrevimiento, interesante, de nuevo, que esmalta con una nueva capa de veracidad: es un adolescente en 1999, por supuesto que no le ha dicho nada a su familia. Al menos, de momento, porque Percival nos deja caer que más tarde harán su relación pública. Pero eso es otra historia.
Antes de seguir con más personajes, tengo que comentar un juego interesantísimo que hay a lo largo de la novela. Se nos narra en pretérito; un pretérito épico, como diría Genette, el natural para la narración. El libro amanece con Simón y anochece con Percival. Ambos nos hablan desde un futuro. Recuerdo que alguna vez hacen referencia más explícita al hecho mismo de estar recordando y narrando; juraría que es en un capítulo de Simón, en el que menciona que no recuerda del todo bien qué impresión tuvo ante tal o cual cosa, pero sí que recuerda esta otra (y esa es la que nos dice). Me parece, en fin, una dicotomía presente-pasado muy interesante, porque se asemeja un montón a algo que sucede en el Lazarillo. Con todo, se le añade a esto una capa de emocionalidad en este contraste que lo acerca más a los poemas morales del siglo XVII. Sin que por ello pierda las cercanías con el Lazarillo. Supongo que no están hechas a propósito, pero me da igual; yo las veo y me gustan.
Vamos con Zoe. Me parece un personaje interesantísimo. Ofrece un contrapeso vital, que enhebra un triángulo amoroso sin caer en la misoginia (todo lo contrario, de hecho). Le profundidad de su êthos se conjuga con el aura de misticismo que le da el que a menudo la vemos desde los ojos de Percival. Tiene unas ciertas vibras de Ramona Flowers, la de Scott Pilgrim, pero a su manera peculiar. Es graciosa, es inteligente, es auténtica y rezuma esta autenticidad en cada una de sus apariciones (lo mejor de ser sincero contigo mismo es que una vez empiezas no puedes parar, como dice ella hacia el final). Claro que las cotas más altas de esto las vemos a partir del trabajo en casa de Perci, donde descubrimos que sus ojos son como el océano. No puedo ser el único que pensó que cuando le escribió la leyenda a Percival era porque había entendido que hay algo entre él Simón. Si bien no es exactamente el caso, está claro que Raquel sí dejó una silepsis (un doble sentido, digamos) para les lectores en el término «muchachos», en esa preciosa leyenda metadiegética. En mi opinión, el capítulo de su ruptura con Perci habría mejorado un poquito (y es buenísimo igualmente, que no se me entienda mal) si hubiese sido un pelín más largo. El ritmo de la novela es exquisito, intachable, nada va muy rápido o muy deprisa. Y yo veo a Zoe conmocionada, estallando en una desesperación con un comentario un poco homófobo hacia Perci. Lo veo, porque no es perfecta, aunque Perci defienda lo contrario durante un rato. Es solo que siento que aquí se apuró un poco, que nos hacían falta un par de silencios algo más estirados para llegar a ese punto de forma idónea. Aun así, insisto, el capítulo es despampanante. Algo semejante me pasa con el capítulo del entierro del abuelo, que también me parece un poquitín rápido de más a pesar de que me chifla. Pero bueno, volvamos a Zoe. ¿Podemos hablar de lo bien articulado que está su personaje desde las dos perspectivas que nos ofrece la obra? Quizá a algunas personas les habrá parecido que es demasiado cuando Perci piensa que a veces Zoe parecía estúpida. Pues a mí no me parece demasiado; me parece la reacción injusta y agresiva que sin duda se le pasaría a Perci por la cabeza en ese momento. Me encanta que ella sea Pandora, que ella desate el fin del mundo. Hay mucho que podría decirse de Zoe, pero creo que esto sirve para trazar bien mi impresión de su personaje. Es la pieza ideal para este puzle.
Toca Carolina. Me vi venir que iba a ser lesbiana desde bastante pronto; pero, como ya he dicho, he disfrutado todos los twists incluso si los había adivinado. Pensé, debo decir, que iba a estar enamorada de Zoe, para dar un paralelismo perfecto con la situación de Simón. Me encanta Carolina. Me encanta porque creo que hacen falta más personajes sáficos en medio de tramas aquileanas. Adoro el momento en el que Simón dice que no entiende cómo no se dio cuenta antes de que en realidad Carolina no pasa desapercibida, brilla. Es tan tierno. Es maravilloso. Me encanta ver cómo puede hacer de amiga y de confidente para Simón, y viceversa. Me gusta mucho que ella permita romper el tópos del gay-desde-antes-de-la-novela que está fuera del armario para la familia. Es Carolina la primera en recibir la noticia (Rafa lo adivina, que no es lo mismo). Asimismo, me parece interesante porque refleja una realidad que normalmente no se admitiría en los códigos de la novela realista, por extraña a su lógica inmanente totalizadora: me refiero al salir del armario por primera vez con quien menos te lo esperarías. Su admiración, y medio crush con la hermana de Simón, también me gustan. Es orgánico, le da chispa al personaje. Lo mismo va para su gusto por la obra de Jane Austen. Hablando de ella, me encantaría tener una conversación la Zurda. Es raro que una autora no española reciba atención en la materia de Lengua y Literatura Españolas; no obstante, esto es un detallito que puedo pasar. Supongo que, simplemente, Raquel está más cómoda hablando de Jane Austen que de autores clásicos españoles, así que ha optado por abundar en la opción que conocía mejor y que, por consiguiente, le permitía de mejor manera explorar a sus propios personajes. Pero vuelvo a Carolina. Me gustaría haber podido verla interactuar más con Simón. Pero no porque crea que interactúan demasiado poco, es que me encanta la idea que subyace a su dúo y me fascina esta dinámica. El ritmo de la novela es tan harmónico que no creo que pudiese hacerse nada para ampliar. En un mundo ideal, no capitalista, yo creo que Raquel podría sacar varios libros antológicos en los que nos dedicase algunos momentos más detenidos de diferentes personajes, principales o secundarios, de sus novelas. Claro que no sé yo si eso funcionaría en el mercado; el mundo editorial es el infierno.
Voy a tratar juntos a Nuria y Aitor, por abreviar un poco (que hace falta, porque esta reseña es eterna). Ambos cumplen bien con su función. Creo que Nuria logra brillar dentro del locus de personaje que encarna. Produce interés a la par que no opaca los asuntos centrales, algo parecido sucede con Aitor. Recibe incluso su propio miniconflicto: el asunto de la adopción, su pelea con Nuria, etc. Es complicado lograr que un personaje que está fuera del meollo en buena parte (nótese que de los cuatro chicos es el único que no se entera de nada cuando Rafa se alegra por Simón y Perci) no se sienta como de más, como un añadir por añadir. No, Aitor también forma parte íntegra e indispensable del grupo. Su secuencia borracho es bastante conmovedora; me gusta que reciba sus propias cosas pese a ser secundario, entre ellas características físicas que lo hacen descollar sobre el resto, como su estrabismo.
Y ahora a por Rafa (ya queda menos, lo prometo). Veo una cierta tendencia en Raquel a meter pepitos grillos en sus novelas. Eso no es malo; de hecho, la manera en que se engarzan en medio de la trama es siempre bastante vivaz. Rafa es un pepito grillo para Simón. Me sorprende que sea el único que se da cuenta del enamoramiento de Simón. Supongo que, por ponerlo en términos de Bourdieu, sencillamente la gente heterosexual (y más todavía en 1999) está ciega ante obviedades queer porque la realidad queer está muy difuminada en su espacio de posibles. No ignoran su existencia, pero no la consideran. Es la familia numerosa de Rafa lo que lo ha forzado a coexistir con una pluralidad de realidades que le facilita el ver más allá de su nariz. Me gusta mucho su relación con Eva. Al principio, pensé que si había más parejas heterosexuales que la de Aitor y Nuria acabaría siendo un poco forzado. Pero lo cierto es que no. Hay suficiente masa textual previa para dejar respirar a estos personajes, así como motivos de peso que los vinculan después. Me lo creo, sencillamente me creo que es algo que pasaría; y yo no me suelo creer las relaciones heterosexuales, que a menudo se meten en las historias por meter. Las hermanas de Rafa también me parecen interesantes; me refiero a las gemelas. A ratos pensé que eran un tanto impostadas; pero me equivocaba. Lo que ocurría es que las veía como pueriles. ¿Y cómo van a ser dos niñas de siete años, más que pueriles? Tratar con respeto y fidelidad los éthe infantiles es un trabajo arduo para los adultos, dado que vivimos en un contexto adultocéntrico que objetifica y subestima a las infancias. Con todo, Raquel sale airosa de estos lastres y nos ofrece un par de ideologemas infantiles que esmaltan de ternura los capítulos. Además, el que veamos su actuación al final también es bastante del Lazarillo, pero de una manera más moderna.
Me cautiva, por otra parte, la manera en que la subtrama de Eva, que trae a escena un asunto tan fuerte, logra prorrumpir en medio de la novela sin desbaratar su configuración estructural o anímica. El principal foco es queer, pero la autora siempre tiene cuidado de aprovechar para meternos más de un mensaje. El asunto del género y las violencias hacia mujeres y niñas es uno de los que más transita; y se maneja muy bien en ellos. Es un poco complejo explicar aquí por qué el manejo de la historia de Eva es magnífico, porque no puedo abordarlo desde la experiencia en primera persona (que no tengo, para este caso) y no quiero, como he dicho, pasarme de filológico. Pero, llegados a este punto, si alguien ha leído hasta aquí estoy seguro de que conoce bien la novela y entenderá por qué esta trama es buena a rabiar.