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Y en aquel relámpago de lucidez tuvo conciencia de que era incapaz de resistir sobre su alma el peso abrumador de tanto pasado. Herido por las lanzas mortales de la nostalgias propias y ajenas, admiró la impavidez de la telaraña en los rosales muertos, la perseverancia de la cizaña, la paciencia del aire en el radiante amanecer de febrero.

A mí le bastaría con estar seguro de que tú y yo existimos en este momento.

Con el transcurso de los días, sin embargo, la realidad de a bordo le importaba casa vez menos, y hasta los acontecimientos más recientes y triviales le parecían dignos de añoranza, porque a medida que el barco se alejaba, la memoria se le iba volviendo triste.

Amaranta Úrsula regresó con los primeros ángeles de diciembre, empujada por brisas de velero, llevando al esposo amarrado por el cuello con un cordel de seda.

Esa tarde, habiéndolo echado de menos en la cocina, buscó a José Arcadio por toda la casa, y lo encontró flotando en los espejos perfumados de la alberca, enrome y tumefacto, y todavía pensando en Amaranta. Sólo entonces comprendió cuánto había empezado a quererlo.

Su corazón de ceniza apelmazada, que había resistido sin quebrantos a los golpes más certeros de la realidad cotidiana, se desmoronó a los primeros embates de la nostalgia. La necesidad de sentirse triste se le iba convirtiendo en un vicio a medida que la devastaban los años. Se humanizó en la soledad.

Llegó a revolver de tal modo el pasado con la actualidad, que en las dos o tres ráfagas de lucidez que tuvo antes de morir, nadie supo a ciencia cierta si hablaba de lo que sentía o de lo que recordaba.

Viéndolo montar picaportes y desconectar relojes, Fernanda se preguntó si no estaría incurriendo también en el vicio de hacer para deshacer, como el coronel Aureliano Buendía con los pescaditos de oro, Amaranta con los botones y la mortaja, José Arcadio Segundo con los pergaminos y Úrsula con los recuerdos.

Por eso le indignó tanto que después del sueño, en vez de detestarlo, hubiera experimentado una urgencia irresistible de verlo.

Luego derivó hacia episodios dispersos, pero los evocó sin calificarlos, porque a fuerza de no poder pensar en otra cosa había aprendido a pensar en frío, para que los recuerdos ineludibles no le lastimaran ningún sentimiento.

Era lineal, solemne, y tenía un estar pensativo, y una tristeza de sarraceno, y un resplandor lúgubre en el rostro color de otoño.

Puedo negarlo todo de esa parte de mí que vive de inciertas nostalgias, salvo el deseo de unidad, el apetito de resolver, la exigencia de claridad y cohesión.

El coronel Aureliano Buendía le mandó a decir, palabra por palabra, que esperaba con verdadera ansiedad aquella tardía pero merecida ocasión de darle un tiro, no para cobrarle las arbitrariedades y anacronismos de su régimen, sino por faltarle al respeto a un viejo que no le hacía mal a nadie.

"Fíjate qué simple es", le dijo a Amaranta. "Dice que se está muriendo por mí, como si yo fuera un cólico miserere."

El día de Año Nuevo, enloquecido por los desaires de Remedios, la bella, el joven comandante de la guardia amaneció muerto de amor junto a su ventana.

Pero durante cuatro años él le reiteró su amor, y ella encontró siempre la manera de rechazarlo sin herirlo, porque aunque no conseguía quererlo ya no podía vivir sin él.

No sintió miedo, ni nostalgia, sino una rabia intestinal ante la idea de que aquella muerte artificiosa no le permitiría conocer el final de tantas cosas que dejaba sin terminar.

La aparición de un dios representa el final de un largo periodo de oscuridad y padecimientos. Y es el suceso más tranquilizador de todos los que pueden ocurrir en una cultura; señal de que el pacto, la alianza, esta concluido.

En cierta ocasión llevó un tablero y una caja de fichas para invitarlo a jugar a las damas, José Arcadio Buendía no aceptó, según dijo, porque nunca pudo entender el sentido de una contienda entre dos adversarios que estaban de acuerdo en los principios.

Al cabo de 26 meses desistieron de la empresa y fundaron Macondo para no tener que emprender el camino de regreso. Era, pues, una ruta que no le interesaba, porque sólo podía conducirlo al pasado.

El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo.

Si no deduzco de ello una negación, por lo menos no quiero basar nada sobre lo incomprensible. Quiero saber si puedo vivir con lo que sé y solamente con eso.

¡Juro por Dios y por su juicio final que soy inocente de la sangre de mi padre! ¡Te perdono, Katia! ¡Hermanos, amigos, tened compasión de la otra!

lo más probable es q en el primer caso fuera sinceramente noble, y en el segundo caso fuera no menos sinceramente ruin. xq somos unas naturalezas amplias, karamazovianas, capaces d compaginar todo género d contradicciones y, al mismo tiempo, contemplar los 2 abismos, el abismo q se abre sobre nosotros, el abismo d los ideales supremos, y el abismo q se abre bajo nosotros, el abismo d la caída más baja y hedionda.

Era un carácter orgulloso que no soportaba el desprecio, uno de esos caracteres que en cuanto sospechan que alguien les mira con desprecio se inflaman en cólera y se disponen a la respuesta.

Al vencer a cada hora, ya sin límites, a la naturaleza, merced a su voluntad y a la ciencia, el hombre sentirá, también a cada hora, un placer tan sublime, que reemplazará en él todas las esperanzas en los placeres del cielo. Cada uno sabrá que ha de morir del todo, sin resurrección, y aceptará muerte con serenidad y orgullo, como un dios.

Espera y calla. No te revelaré todo. Sólo te expondré la idea, sin entrar en detalles, y tú calla. Ni una pregunta, ni un gesto, ¿conforme?Por lo demás, Dios mío, ¿dónde voy a meter tus ojos? Tengo miedo, tus ojos decidirán aunque tú calles. ¡Cómo los temo!

Quería darle a conocer un deseo mío. Quiero que alguien me martirice, se case conmigo y luego me martirice, me engañe y me deje. ¡No quiero ser feliz!

Por lo demás, mi cara es de persona inteligente; no soy guapo, lo sé, soy muy feo, pero mi cara es de persona inteligente. Tampoco debo expansionarme mucho, si de buenas a primeras me echo a sus brazos, pensará... ¡Puaf, qué vileza si lo pensara!...