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Y como dice mi madre: “De todos los trabajos se saca algo bueno”.

Dicen que de los muertos se acaba añorando más las manías que te irritaban que la coherencia de sus actos: si hay algo que yo no quisiera borrar de su recuerdo es aquello que en su día me avergonzó o me irritó. En la habitual idealización de los muertos, tan practicada en el ámbito familiar, hay una falta a la verdad que me saca de quicio.

Soy tan arrogante como tú y creo calibrar qué es lo que les conviene y lo que no a las personas que quiero. Quisiera ser Dios y manejar los hilos. Me pasa con los desconocidos, con los amigos, con cualquier conocido que me plantea una disyuntiva. Pregunto y deseo actuar, influir en sus vidas y mejorarlas según mi criterio, porque creo que avanzan desorientados, sin encontrar el camino hacia un lugar sereno.

A ella le gustaría que fuéramos una piña, mi hermana, ella y yo. Pero yo no sé cómo no querer a mi padre. Ella me enseñó a quererlo por encima de todo. Y yo lo quiero aunque llegue tarde, aunque no la atienda, aunque nos deje a nosotras todo el trabajo que él tendría que hacer. Y le escucho. Represento el personaje raro de la niña sustituyendo a la madre. No me gusta, y a veces los odio a los dos por eso.

Las cosas que nos ocurren nunca son finalidades en sí mismas gratuitas; cada encuentro, cada pequeño suceso encierra un significado, la comprensión de nosotros mismos nace de la disponibilidad para recibirlos, la capacidad de cambiar la dirección en cualquier momento, de dejar la vieja piel como lagartijas al cambiar la estación.

Cometer errores es natural, irse sin haberlos comprendido hace que se vuelva vano el sentido de una existencia.

Comprensión y superficialidad no son asuntos de años, sino del camino que cada uno recorre.

Tan moderna es la mente, como antiguo el corazón. Se piensa entonces que quien hace caso al corazón se aproxima al mundo animal, a la falta de control, mientras que quien hace caso la razón se acerca a las reflexiones más elevadas.
¿Y si no fuesen así las cosas, si fuese verdad
exactamente lo contrario? ¿Y si ese exceso de razón fuese lo que deja desnutrida a la vida?

La vida no es una carrera, sino un tiro al blanco, lo que importa no es el ahorro del tiempo, sino la capacidad de encontrar una diana.

Los hombres te advierten de que vayas con cuidado, a menudo te están previniendo de la película oscura que les pasa a ellos por la cabeza. Alguna ensoñación violenta que los impulsa a exhortarte con culpabilidad a volver «sana y salva a casa».

Las visitas al médico solían ser estresantes. Me hacía preguntas: ¿cómo me encontraba? ¿Cómo describiría el dolor? ¿Era agudo o difuso? Y yo le miraba con desesperación. Lo que necesitaba era que me lo dijeran, ésa era la gracia de ir al médico: que me hicieran un análisis, que me metiesen en una máquina que me peinara por dentro con precisión radiológica y me dijera cuál era la verdad.

Yo sabía que el simple hecho de ser una chica perjudicaba la capacidad de creer en ti misma. Los sentimientos parecían algo en absoluto fiable, como los galimatías llenos de errores que le arrancábamos a la ouija.

Buscó hasta que lo único que quedó fue la búsqueda.