Gervasio Sánchez's Blog

December 4, 2017

Siento que no me merezco este premio

Leí este discurso el lunes 20 de diciembre tras la entrega del Premio José María Portell a la Libertad de Expresión. El premio es concedido por  la Asociación Vasca de Periodistas- Euskal Kazetarien Elkartea y el Colegio Vasco de Periodistas-Kazetarien Euskal Elkargoa en memoria del periodista asesinado en 1978. El año pasado se lo concedieron al colectivo de periodistas turcos por la persecución, los ataques y por la represión sufridos tras el intento de golpe militar del pasado 15 de julio en Turquía y en el 2015 a los periodistas de investigación perseguidos y asesinados por los cárteles del narcotráfico. El texto está dirigido a la periodista Carmen Torres Ripa.


Querida Carmen: El día que asesinaron a tu marido José Maria Portell yo tenía 18 años. Estaba haciendo el servicio militar en Las Palmas cuando el teniente coronel que mandaba mi unidad y  que sabía que yo quería estudiar periodismo, me dijo: “Acaban de asesinar a un periodista en Bilbao. Vas a escoger una profesión peligrosa al menos en el País Vasco”. Quién me iba a decir a mí que casi cuarenta años después de su vil y cobarde asesinato me iban a conceder un premio que lleva su nombre.


He pensado mucho en ti estos días. Llevo más de tres décadas viendo la muerte de cerca. He sido testigo de ejecuciones a muy pocos metros. He visto cómo se mira cuando se mata y, también, cómo se mira cuando se muere. Los verdugos siempre se escudan en excusas banales para justificar sus asesinatos porque “ningún crimen tiene fundamentos razonables”, como dijo hace más de 2.000 años el historiador romano Tito Livio.


Los asesinos de José María tendrían que haber dado la cara, admitido su acto de cobardía y haberos pedido perdón a ti y a tus hijos por el brutal descalabro que provocaron en vuestras vidas. Fueron cobardes cuando dispararon a bocajarro. Como fueron cobardes los que silenciaron el crimen, lo justificaron o lo celebraron.


Los asesinos también fueron cobardes durante décadas por no aceptar la terrible injusticia que cometieron. Los asesinos son cobardes hoy al no admitir públicamente o, incluso, de forma privada, que aquel asesinato fue un acto inútil que produjo un dolor imperecedero en una familia.


Siento que no me merezco este premio, querida Carmen, porque no tengo las cualidades ni el coraje que tuvo tu marido. Lo he dicho muchas veces: nunca me implicaría en un conflicto que afectase a mi país. Me iría lo más lejos posible. Sería incapaz de intermediar o buscar compromisos para reducir el sufrimiento si supiera que me pueden matar por mi actitud. No solamente por cobardía. Sobre todo para evitar que mi familia sufriera como sufrió la tuya.


He conocido a lo largo de mi vida profesional a demasiados periodistas locales, a menudo olvidados, que han muerto por ejercer su trabajo en la línea más peligrosa de nuestra profesión, que sabían que iban a morir y, a pesar de ello, continuaron haciendo su trabajo. Como vocal de la organización Reporteros sin Fronteras recibo cada día informes actualizados de periodistas locales asesinados o perseguidos con nombres muchas veces difíciles de pronunciar y fáciles de olvidar.


Siento que no me merezco este premio, querida Carmen, cuando miro la lista de premiados en convocatorias pasadas. En 2008 el premio se le entregó a Elena Tregubova, una valiente periodista rusa que tuvo que exiliarse a Reino Unido para evitar que la mataran como ya había hecho con más de 150 trabajadores de los medios de comunicación, entre ellos la muy conocida Anna Politkóvskaya. “No me quedaré en silencio porque, si lo hago, me matarán silenciosamente. El periodismo es mi única arma”, gritó Elena Tregubova con toda la fuerza de la razón cuando tuvo que abandonar su país.


En 2010 el ganador fue Terry Gould, símbolo de la “lucha por la libertad de expresión al hacer visible en el mundo entero el bello oficio del periodismo” y por “combatir la injusticia y dotar de voz e imagen a tantos periodistas dispuestos a dar sus vidas por contar la verdad” en países como Colombia, Rusia, Filipinas, Bangladesh e Irak.


Hacer visible el bello oficio de periodismo, tan importante para la sociedad como la educación y sanidad, contra la voluntad de un minoritario pero poderoso grupúsculo de empresarios y directivos sin escrúpulos cuyos intereses mezquinos han dinamitado redacciones enteras en nuestro país. Empresarios y directivos sólo interesados en salvaguardar sus prebendas, sus exquisitos bonos, sus demenciales ganancias aunque signifique expulsar del mercado laboral a miles de trabajadores.


Se ha instrumentalizado la crisis económica para justificar la debacle generalizada en el periodismo español. Pero nunca olviden que en las chequeras de estos desfalcadores sin escrúpulos está también la clave para entender lo ocurrido en los últimos años y, sobre todo, para entender nuestra profunda crisis de identidad.


Siento que no me merezco este premio cuando pienso en los ganadores del tercer galardón en 2015,  el colectivo de periodistas mexicanos que por sus trabajos de investigación y denuncia ha  sido víctimas de las organizaciones de narcotráfico, o del cuarto, el año pasado, que recayó en el colectivo de periodistas turcos por la persecución, la represión y los ataques sufridos tras el intento de golpe militar.


Colectivos de periodistas de dos países con índices de persecución y asesinatos execrables. En México han sido asesinados tantos periodistas como meses han transcurrido del año en curso. Ser periodista se ha convertido en uno de los oficios más sangrientos en México. En la Turquía actual no pasa una semana sin que se detenga o se juzgue a periodistas. Hace menos de un mes, al menos 48 periodistas, la mayoría de ellos encarcelados, comparecieron ante los tribunales en tres juicios diferentes. Reporteros Sin Fronteras (RSF) condenó sin paliativos los cargos infundados por los que están siendo procesados ​​y pidió la liberación inmediata de los detenidos.


El barómetro de la organización Reporteros sin Fronteras, cuya sección española está presidida desde hace apenas un mes por el gran periodista y gran amigo Alfonso Armada, es muy explícito. En lo que va de año han sido asesinados 49 periodistas, 7 internautas y 8 colaboradores de prensa y están encarcelados 177 Periodistas, 123 Internautas y 16 colaboradores encarcelados. Y no es el peor año


Como ya te he dicho en varias ocasiones siento que no me merezco este galardón, querida Carmen, pero te aseguro que es un honor recibirlo y va a quedar encuadrado en la categoría de mis premios más queridos. Cuando tenga dudas sobre la viabilidad del periodismo, algo que me ocurre a menudo, y no por culpa de los periodistas que hacen su trabajo con decencia y valentía, pensaré en José María Portell, en su arrojo y su dignidad y concluiré que sigue valiendo la pena defender el oficio más bello del mundo.


Para concluir quiero felicitar a mis compañeros premiados, a Mariano Ferrer e Iñaki Iriarte por sus trayectorias profesionales a  Mikel Iturralde por su blog ‘Treneando’, premiado en la  categoría de “Periodismo Digital”, a Euskal Herriko Bertsolari Txapelketa en la de Institución Social”, a Ane Irazabal, en la categoría Periodistas Vascos. Querida Ane, me recuerdas mucho a mí cuando tenía tu edad, un torbellino al que nadie era capaz de poner freno. Estoy seguro de que si sigues trabajando alejada del poder mediático y de los poderes fácticos, tan acostumbrados a dirigir las informaciones, tendrás muchas alegrías en los próximos años. Es un honor formar parte de la lista de premiados junto a todos vosotros.


Muchas gracias al jurado, compuesto por representantes de diversos medios de comunicación de la Comunidad Autónoma Vasca, por haberme elegido. Muchas gracias a todas las personas presentes, muchas gracias, Carmen por recordarnos cada día quién fue José Maria Portell.


 

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on December 04, 2017 23:58

SIENTO QUE NO ME MEREZCO ESTE PREMIO

Leí este discurso el lunes 20 de diciembre tras la entrega del Premio José María Portell a la Libertad de Expresión. El premio es concedido por  la Asociación Vasca de Periodistas- Euskal Kazetarien Elkartea y el Colegio Vasco de Periodistas-Kazetarien Euskal Elkargoa en memoria del periodista asesinado en 1978. El año pasado se lo concedieron al colectivo de periodistas turcos por la persecución, los ataques y por la represión sufridos tras el intento de golpe militar del pasado 15 de julio en Turquía y en el 2015 a los periodistas de investigación perseguidos y asesinados por los cárteles del narcotráfico. El texto está dirigido a la periodista Carmen Torres Ripa.


Querida Carmen: El día que asesinaron a tu marido José Maria Portell yo tenía 18 años. Estaba haciendo el servicio militar en Las Palmas cuando el teniente coronel que mandaba mi unidad y  que sabía que yo quería estudiar periodismo, me dijo: “Acaban de asesinar a un periodista en Bilbao. Vas a escoger una profesión peligrosa al menos en el País Vasco”. Quién me iba a decir a mí que casi cuarenta años después de su vil y cobarde asesinato me iban a conceder un premio que lleva su nombre.


He pensado mucho en ti estos días. Llevo más de tres décadas viendo la muerte de cerca. He sido testigo de ejecuciones a muy pocos metros. He visto cómo se mira cuando se mata y, también, cómo se mira cuando se muere. Los verdugos siempre se escudan en excusas banales para justificar sus asesinatos porque “ningún crimen tiene fundamentos razonables”, como dijo hace más de 2.000 años el historiador romano Tito Livio.


Los asesinos de José María tendrían que haber dado la cara, admitido su acto de cobardía y haberos pedido perdón a ti y a tus hijos por el brutal descalabro que provocaron en vuestras vidas. Fueron cobardes cuando dispararon a bocajarro. Como fueron cobardes los que silenciaron el crimen, lo justificaron o lo celebraron.


Los asesinos también fueron cobardes durante décadas por no aceptar la terrible injusticia que cometieron. Los asesinos son cobardes hoy al no admitir públicamente o, incluso, de forma privada, que aquel asesinato fue un acto inútil que produjo un dolor imperecedero en una familia.


Siento que no me merezco este premio, querida Carmen, porque no tengo las cualidades ni el coraje que tuvo tu marido. Lo he dicho muchas veces: nunca me implicaría en un conflicto que afectase a mi país. Me iría lo más lejos posible. Sería incapaz de intermediar o buscar compromisos para reducir el sufrimiento si supiera que me pueden matar por mi actitud. No solamente por cobardía. Sobre todo para evitar que mi familia sufriera como sufrió la tuya.


He conocido a lo largo de mi vida profesional a demasiados periodistas locales, a menudo olvidados, que han muerto por ejercer su trabajo en la línea más peligrosa de nuestra profesión, que sabían que iban a morir y, a pesar de ello, continuaron haciendo su trabajo. Como vocal de la organización Reporteros sin Fronteras recibo cada día informes actualizados de periodistas locales asesinados o perseguidos con nombres muchas veces difíciles de pronunciar y fáciles de olvidar.


Siento que no me merezco este premio, querida Carmen, cuando miro la lista de premiados en convocatorias pasadas. En 2008 el premio se le entregó a Elena Tregubova, una valiente periodista rusa que tuvo que exiliarse a Reino Unido para evitar que la mataran como ya había hecho con más de 150 trabajadores de los medios de comunicación, entre ellos la muy conocida Anna Politkóvskaya. “No me quedaré en silencio porque, si lo hago, me matarán silenciosamente. El periodismo es mi única arma”, gritó Elena Tregubova con toda la fuerza de la razón cuando tuvo que abandonar su país.


En 2010 el ganador fue Terry Gould, símbolo de la “lucha por la libertad de expresión al hacer visible en el mundo entero el bello oficio del periodismo” y por “combatir la injusticia y dotar de voz e imagen a tantos periodistas dispuestos a dar sus vidas por contar la verdad” en países como Colombia, Rusia, Filipinas, Bangladesh e Irak.


Hacer visible el bello oficio de periodismo, tan importante para la sociedad como la educación y sanidad, contra la voluntad de un minoritario pero poderoso grupúsculo de empresarios y directivos sin escrúpulos cuyos intereses mezquinos han dinamitado redacciones enteras en nuestro país. Empresarios y directivos sólo interesados en salvaguardar sus prebendas, sus exquisitos bonos, sus demenciales ganancias aunque signifique expulsar del mercado laboral a miles de trabajadores.


Se ha instrumentalizado la crisis económica para justificar la debacle generalizada en el periodismo español. Pero nunca olviden que en las chequeras de estos desfalcadores sin escrúpulos está también la clave para entender lo ocurrido en los últimos años y, sobre todo, para entender nuestra profunda crisis de identidad.


Siento que no me merezco este premio cuando pienso en los ganadores del tercer galardón en 2015,  el colectivo de periodistas mexicanos que por sus trabajos de investigación y denuncia ha  sido víctimas de las organizaciones de narcotráfico, o del cuarto, el año pasado, que recayó en el colectivo de periodistas turcos por la persecución, la represión y los ataques sufridos tras el intento de golpe militar.


Colectivos de periodistas de dos países con índices de persecución y asesinatos execrables. En México han sido asesinados tantos periodistas como meses han transcurrido del año en curso. Ser periodista se ha convertido en uno de los oficios más sangrientos en México. En la Turquía actual no pasa una semana sin que se detenga o se juzgue a periodistas. Hace menos de un mes, al menos 48 periodistas, la mayoría de ellos encarcelados, comparecieron ante los tribunales en tres juicios diferentes. Reporteros Sin Fronteras (RSF) condenó sin paliativos los cargos infundados por los que están siendo procesados ​​y pidió la liberación inmediata de los detenidos.


El barómetro de la organización Reporteros sin Fronteras, cuya sección española está presidida desde hace apenas un mes por el gran periodista y gran amigo Alfonso Armada, es muy explícito. En lo que va de año han sido asesinados 49 periodistas, 7 internautas y 8 colaboradores de prensa y están encarcelados 177 Periodistas, 123 Internautas y 16 colaboradores encarcelados. Y no es el peor año


Como ya te he dicho en varias ocasiones siento que no me merezco este galardón, querida Carmen, pero te aseguro que es un honor recibirlo y va a quedar encuadrado en la categoría de mis premios más queridos. Cuando tenga dudas sobre la viabilidad del periodismo, algo que me ocurre a menudo, y no por culpa de los periodistas que hacen su trabajo con decencia y valentía, pensaré en José María Portell, en su arrojo y su dignidad y concluiré que sigue valiendo la pena defender el oficio más bello del mundo.


Para concluir quiero felicitar a mis compañeros premiados, a Mariano Ferrer e Iñaki Iriarte por sus trayectorias profesionales a  Mikel Iturralde por su blog ‘Treneando’, premiado en la  categoría de “Periodismo Digital”, a Euskal Herriko Bertsolari Txapelketa en la de Institución Social”, a Ane Irazabal, en la categoría Periodistas Vascos. Querida Ane, me recuerdas mucho a mí cuando tenía tu edad, un torbellino al que nadie era capaz de poner freno. Estoy seguro de que si sigues trabajando alejada del poder mediático y de los poderes fácticos, tan acostumbrados a dirigir las informaciones, tendrás muchas alegrías en los próximos años. Es un honor formar parte de la lista de premiados junto a todos vosotros.


Muchas gracias al jurado, compuesto por representantes de diversos medios de comunicación de la Comunidad Autónoma Vasca, por haberme elegido. Muchas gracias a todas las personas presentes, muchas gracias, Carmen por recordarnos cada día quién fue José Maria Portell.


 

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on December 04, 2017 23:58

April 27, 2017

Discurso después de recibir el Premio Gernika por la Paz y la Reconciliación

DISCURSO REALIZADO EL 26 DE ABRIL DE 2017, COINCIDIENDO CON EL 80 ANIVERSARIO DEL BOMBARDEO DE GUERNICA, DESPUÉS DE RECIBIR EL PREMIO GERNIKA POR LA PAZ Y LA RECONCILIACION 2017


Estimado alcalde de Guernica, estimados compañeros premiados, estimadas autoridades, queridas amigas y queridos amigos, queridos compañeros de la prensa.


Es para mí un gran honor recibir un premio que reivindica la paz y la reconciliación. Agradezco al grupo municipal Eusko Abertzaleak haber presentado y defendido mi candidatura. Agradezco a los miembros del jurado haber votado por ella.


Es un honor recibir un premio de estas características en un lugar llamado Gernika-Guernica, que visito por primera vez en mi vida, pero cuyo nombre pulula por mi memoria y  mi conciencia desde que empecé a entender qué significa la guerra hace ya más de tres décadas.


No se puede olvidar que Guernica fue bombardeada durante tres horas y media con centenares de toneladas de explosivos y casi el 86% de su casco urbano fue completamente arrasado. Es emocionante asistir a este acto coincidiendo con el ochenta aniversario de aquel bombardeo que simbolizó y sigue simbolizando la barbarie absoluta.


Es un honor formar parte de una lista de premiados entre los que destacan personalidades a las que admiro profundamente como el gran periodista y gran amigo Manuel Leguineche, un faro permanente durante toda mi vida profesional, fallecido hace tres años; Paco Etxeberría, doctor en ciencias forenses al que he acompañado en diferentes exhumaciones a lo largo del estado español; Carlos Martín Beristain, doctor en psicología social, cuyos libros sobre el drama de los saharauis me ha permitido profundizar en un conflicto que lleva décadas sin resolverse. Ellos tres son mis predecesores en una impresionante lista de premiados.


Me gustaría decirles que las guerras son protagonizadas por monstruos. Si fuera así estaríamos todos salvados y las guerras se extinguirían en pocos meses o años por falta de mano de obra. Porque si yo preguntara aquí: ¿cuántos de ustedes serían capaces de hacer monstruosidades en una guerra tales como asesinar al vecino, violar a la vecina, descuartizar a su siguiente víctima?, estoy seguro de que nadie levantaría la mano.


El problema es que las guerras las protagonizan personas como nosotros. Los que ejecutan, los que señalan o los que miran a otro lado, los que actúan cobardemente, los que esconden los crímenes, los que silencian a los familiares de las víctimas, los que eternizan el conflicto sangriento, se parecen a  nosotros. Son como nosotros y nosotros seríamos como ellos si nuestra sociedad se desmoronase. He conocido a muy pocas personas que prefieran morir antes que matar.


Hace 24 años asistí a un juicio en Sarajevo. Era marzo de 1993. Hacía once meses que había empezado la guerra. El criminal, de 22 años, iba a ser juzgado por matar a una treintena de prisioneros, entre ellos una docena de mujeres y menores previamente violadas. Recuerdo que intenté fotografiar lo que me parecía la representación mayúscula del mal mientras el fiscal desgranaba uno tras otro los crímenes de aquel asesino.


Por mucho que lo intenté, y a pesar de que lo tenía enfrente sentado e inmovilizado, no conseguí mi objetivo. Miento, le arranqué una mirada inquietante. Les aseguro que si me pongo enfrente de cualquiera de ustedes durante tres horas consigo fotografiar esa mirada perturbadora que ustedes mismos rechazarían.


La defensa aportó testimonios de familiares, compañeros de trabajo, amigos de la infancia y juventud. Todos los alegatos iban en la misma dirección. Antes de la guerra, aquel joven nunca había protagonizado un incidente, jamás se había peleado con nadie, no había destacado por nada. Era incapaz de matar a una mosca.


Desde entonces me pregunto, ¿qué hace que un joven sin atributos se convierta en un asesino en serie cuando todo se desmorona? ¿Qué provoca su ansia de sangre y dolor? ¿Por qué la violencia agranda su poder? ¿Dónde yace oculta esa fascinación del ser humano por la violencia?


La guerra no acaba cuando Wikipedia dice. Si la guerra española acabó el 1 de abril de 1939, ¿por qué buscamos todavía a las víctimas enterradas clandestinamente en fosas ilegales? ¿Por qué nos seguimos oponiendo a que nuestros hijos tengan una información veraz sobre lo que ocurrió en nuestra corta y sanguinaria contienda, que duró menos de la mitad de la actual guerra Siria?


Si la guerra de Bosnia-Herzegovina acabó el 14 de diciembre de 1995, ¿por qué sigo asistiendo cada año a enterramientos masivos de las víctimas de aquella guerra? ¿Cuántos años pasarán hasta que finalicen todas las exhumaciones, todas las identificaciones, todas las entregas de los restos de las víctimas a sus familiares?


La guerra no finaliza aunque se entreguen todas las armas. La paz más sobresaliente siempre es imperfecta si la comparamos con la guerra, la cumbre de la perfección, siempre mortífera, siempre sangrienta. Por eso es más difícil hacer la paz que continuar una guerra.


La paz más imperfecta debe reforzar sus cimientos con acciones y decisiones que persigan acabar con las consecuencias del conflicto.


La paz es desmovilizar a los combatientes menores con un serio plan de rehabilitación sin importar su coste económico. La paz es limpiar de minas las veredas, los sembrados, los caminos para asegurar el tránsito de los desplazados y refugiados durante su retorno por muy compleja que sea la orografía del país.


La paz es encontrar a todos los desaparecidos y entregarlos identificados a sus familiares en simbólicas ceremonias de dignificación de las víctimas por mucho que se opongan los asesinos.


La paz es pedir responsabilidades políticas y jurídicas a las personas que han participado en la ejecución de crímenes de guerras y no olvidar que se puede ser culpable por acción o por omisión. La paz es oponerse al sobreseimiento de los crímenes de lesa humanidad.


La paz es impedir que se escondan las responsabilidades en el baúl del olvido aunque afecten a las más altas autoridades de un país. La paz es, en definitiva, memoria, verdad y justicia. Repito con mayúsculas: MEMORIA, VERDAD Y JUSTICIA.


Quiero acabar dedicando este premio a Mónica Paola Ardila Jerez. El 21 de febrero de 2003, a la una de la tarde, la pequeña de siete años recién cumplidos, regresaba del colegio junto a su padre en La Vereda Taracue, municipio San Pablo (departamento del Sur de Bolívar) en la bellísima Colombia.


“Papá voy a orinar”, gritó la pequeña antes de salirse del camino. Uno de sus pies quedó enredado en unas raíces, perdió el equilibrio e intentó apoyarse en una rama para evitar la caída. Una mina colocada y abandonada por un guerrillero, un paramilitar o un soldado regular explotó al leve contacto e hizo volar por los aires a Mónica. “Trataba de abrir los ojos, pero me ardían. Es como si se me hubiesen llenado de tierra”, recordaba la niña unos meses después


Su padre la recogió en brazos y la llevó a un hospital de primeros auxilios. La situación crítica en que llegó obligó a trasladarla a un hospital departamental. Mónica perdió la visión en ambos ojos y sufrió la amputación de su mano derecha y de dos falanges de la izquierda. Su cuerpecito quedó inundado de esquirlas. Muchos años después de la explosión diminutos trozos de metal se le desprendían de su cara cuando se rascaba. Al principio Mónica no levantaba la cara de la cama porque no quería que la viesen sin ojos. Después comenzó a asistir a clases de braille con un profesor particular.


Su vida hasta hoy ha sido una concatenación de situaciones y hechos injustos que han convertido su existencia en un gran drama. La desatención del estado, incapaz de proteger a sus víctimas, la deshumanización de un sistema judicial que tarda décadas en dar cobertura legal a las personas más humildes, la desintegración de su propia familia, la falta de oportunidades y la irremediable trascendencia del paso del tiempo han provocado que Monica Paola haya llegado a la edad adulta, ya a sus 21 años, al borde de la inanición desprovista de voluntad para seguir viviendo y acudiendo a menudo al suicidio como el camino más rápido para poner fin al sufrimiento.


La paz es también proteger a los seres más indefensos. La paz es custodiar los derechos inalienables de las personas heridas. La paz es dignificar a las víctimas.


Muchas gracias, buenos días


Eskerrikasko, egunon

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on April 27, 2017 12:46

DISCURSO DESPUÉS DE RECIBIR EL PREMIO GERNIKA POR LA PAZ Y LA RECONCILIACIÓN

DISCURSO REALIZADO EL 26 DE ABRIL DE 2017, COINCIDIENDO CON EL 80 ANIVERSARIO DEL BOMBARDEO DE GUERNICA, DESPUÉS DE RECIBIR EL PREMIO GERNIKA POR LA PAZ Y LA RECONCILIACION 2017


Estimado alcalde de Guernica, estimados compañeros premiados, estimadas autoridades, queridas amigas y queridos amigos, queridos compañeros de la prensa.


Es para mí un gran honor recibir un premio que reivindica la paz y la reconciliación. Agradezco al grupo municipal Eusko Abertzaleak haber presentado y defendido mi candidatura. Agradezco a los miembros del jurado haber votado por ella.


Es un honor recibir un premio de estas características en un lugar llamado Gernika-Guernica, que visito por primera vez en mi vida, pero cuyo nombre pulula por mi memoria y  mi conciencia desde que empecé a entender qué significa la guerra hace ya más de tres décadas.


No se puede olvidar que Guernica fue bombardeada durante tres horas y media con centenares de toneladas de explosivos y casi el 86% de su casco urbano fue completamente arrasado. Es emocionante asistir a este acto coincidiendo con el ochenta aniversario de aquel bombardeo que simbolizó y sigue simbolizando la barbarie absoluta.


Es un honor formar parte de una lista de premiados entre los que destacan personalidades a las que admiro profundamente como el gran periodista y gran amigo Manuel Leguineche, un faro permanente durante toda mi vida profesional, fallecido hace tres años; Paco Etxeberría, doctor en ciencias forenses al que he acompañado en diferentes exhumaciones a lo largo del estado español; Carlos Martín Beristain, doctor en psicología social, cuyos libros sobre el drama de los saharauis me ha permitido profundizar en un conflicto que lleva décadas sin resolverse. Ellos tres son mis predecesores en una impresionante lista de premiados.


Me gustaría decirles que las guerras son protagonizadas por monstruos. Si fuera así estaríamos todos salvados y las guerras se extinguirían en pocos meses o años por falta de mano de obra. Porque si yo preguntara aquí: ¿cuántos de ustedes serían capaces de hacer monstruosidades en una guerra tales como asesinar al vecino, violar a la vecina, descuartizar a su siguiente víctima?, estoy seguro de que nadie levantaría la mano.


El problema es que las guerras las protagonizan personas como nosotros. Los que ejecutan, los que señalan o los que miran a otro lado, los que actúan cobardemente, los que esconden los crímenes, los que silencian a los familiares de las víctimas, los que eternizan el conflicto sangriento, se parecen a  nosotros. Son como nosotros y nosotros seríamos como ellos si nuestra sociedad se desmoronase. He conocido a muy pocas personas que prefieran morir antes que matar.


Hace 24 años asistí a un juicio en Sarajevo. Era marzo de 1993. Hacía once meses que había empezado la guerra. El criminal, de 22 años, iba a ser juzgado por matar a una treintena de prisioneros, entre ellos una docena de mujeres y menores previamente violadas. Recuerdo que intenté fotografiar lo que me parecía la representación mayúscula del mal mientras el fiscal desgranaba uno tras otro los crímenes de aquel asesino.


Por mucho que lo intenté, y a pesar de que lo tenía enfrente sentado e inmovilizado, no conseguí mi objetivo. Miento, le arranqué una mirada inquietante. Les aseguro que si me pongo enfrente de cualquiera de ustedes durante tres horas consigo fotografiar esa mirada perturbadora que ustedes mismos rechazarían.


La defensa aportó testimonios de familiares, compañeros de trabajo, amigos de la infancia y juventud. Todos los alegatos iban en la misma dirección. Antes de la guerra, aquel joven nunca había protagonizado un incidente, jamás se había peleado con nadie, no había destacado por nada. Era incapaz de matar a una mosca.


Desde entonces me pregunto, ¿qué hace que un joven sin atributos se convierta en un asesino en serie cuando todo se desmorona? ¿Qué provoca su ansia de sangre y dolor? ¿Por qué la violencia agranda su poder? ¿Dónde yace oculta esa fascinación del ser humano por la violencia?


La guerra no acaba cuando Wikipedia dice. Si la guerra española acabó el 1 de abril de 1939, ¿por qué buscamos todavía a las víctimas enterradas clandestinamente en fosas ilegales? ¿Por qué nos seguimos oponiendo a que nuestros hijos tengan una información veraz sobre lo que ocurrió en nuestra corta y sanguinaria contienda, que duró menos de la mitad de la actual guerra Siria?


Si la guerra de Bosnia-Herzegovina acabó el 14 de diciembre de 1995, ¿por qué sigo asistiendo cada año a enterramientos masivos de las víctimas de aquella guerra? ¿Cuántos años pasarán hasta que finalicen todas las exhumaciones, todas las identificaciones, todas las entregas de los restos de las víctimas a sus familiares?


La guerra no finaliza aunque se entreguen todas las armas. La paz más sobresaliente siempre es imperfecta si la comparamos con la guerra, la cumbre de la perfección, siempre mortífera, siempre sangrienta. Por eso es más difícil hacer la paz que continuar una guerra.


La paz más imperfecta debe reforzar sus cimientos con acciones y decisiones que persigan acabar con las consecuencias del conflicto.


 


 


La paz es desmovilizar a los combatientes menores con un serio plan de rehabilitación sin importar su coste económico. La paz es limpiar de minas las veredas, los sembrados, los caminos para asegurar el tránsito de los desplazados y refugiados durante su retorno por muy compleja que sea la orografía del país.


La paz es encontrar a todos los desaparecidos y entregarlos identificados a sus familiares en simbólicas ceremonias de dignificación de las víctimas por mucho que se opongan los asesinos.


La paz es pedir responsabilidades políticas y jurídicas a las personas que han participado en la ejecución de crímenes de guerras y no olvidar que se puede ser culpable por acción o por omisión. La paz es oponerse al sobreseimiento de los crímenes de lesa humanidad.


La paz es impedir que se escondan las responsabilidades en el baúl del olvido aunque afecten a las más altas autoridades de un país. La paz es, en definitiva, memoria, verdad y justicia. Repito con mayúsculas: MEMORIA, VERDAD Y JUSTICIA.


Quiero acabar dedicando este premio a Mónica Paola Ardila Jerez. El 21 de febrero de 2003, a la una de la tarde, la pequeña de siete años recién cumplidos, regresaba del colegio junto a su padre en La Vereda Taracue, municipio San Pablo (departamento del Sur de Bolívar) en la bellísima Colombia.


“Papá voy a orinar”, gritó la pequeña antes de salirse del camino. Uno de sus pies quedó enredado en unas raíces, perdió el equilibrio e intentó apoyarse en una rama para evitar la caída. Una mina colocada y abandonada por un guerrillero, un paramilitar o un soldado regular explotó al leve contacto e hizo volar por los aires a Mónica. “Trataba de abrir los ojos, pero me ardían. Es como si se me hubiesen llenado de tierra”, recordaba la niña unos meses después


Su padre la recogió en brazos y la llevó a un hospital de primeros auxilios. La situación crítica en que llegó obligó a trasladarla a un hospital departamental. Mónica perdió la visión en ambos ojos y sufrió la amputación de su mano derecha y de dos falanges de la izquierda. Su cuerpecito quedó inundado de esquirlas. Muchos años después de la explosión diminutos trozos de metal se le desprendían de su cara cuando se rascaba. Al principio Mónica no levantaba la cara de la cama porque no quería que la viesen sin ojos. Después comenzó a asistir a clases de braille con un profesor particular.


Su vida hasta hoy ha sido una concatenación de situaciones y hechos injustos que han convertido su existencia en un gran drama. La desatención del estado, incapaz de proteger a sus víctimas, la deshumanización de un sistema judicial que tarda décadas en dar cobertura legal a las personas más humildes, la desintegración de su propia familia, la falta de oportunidades y la irremediable trascendencia del paso del tiempo han provocado que Monica Paola haya llegado a la edad adulta, ya a sus 21 años, al borde de la inanición desprovista de voluntad para seguir viviendo y acudiendo a menudo al suicidio como el camino más rápido para poner fin al sufrimiento.


La paz es también proteger a los seres más indefensos. La paz es custodiar los derechos inalienables de las personas heridas. La paz es dignificar a las víctimas.


Muchas gracias, buenos días


Eskerrikasko, egunon

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on April 27, 2017 12:46

May 19, 2016

James Nachtwey: La guerra y la compasión

OS INVITO A LEER EL TEXTO QUE ESCRIBI EN MARZO DE 2015 SOBRE JAMES NACHTWEY, GANADOR DEL PREMIO PRINCESA DE ASTURIAS DE COMUNICACIÓN Y HUMANIDADES 2016


Querido Jim:


Cuando hace una semana me llamaron para hacer esta presentación me alegré por varias razones: la primera porque te admiro profundamente desde hace décadas; la segunda porque todo tu trabajo y, sobre todo, tu forma de trabajar, han ejercido de faro permanente iluminando mis propias fotografías, y la tercera porque el premio Luka Brajnovic de la Comunicación de la Universidad de Navarra, que acabas de recibir, también lo ganó nuestro querido y recordado Miguel Gil, un año después de morir en Sierra Leona en una brutal emboscada, convirtiendo aquel día de mayo de 2000 en el más triste de mi vida profesional.


Anoche repasé una vez más tus fotografías. Primero pasee mis dedos por múltiples imágenes tomadas en Rumanía, Somalia, India, Sudán, Bosnia, Ruanda, Zaire, Chechenia, Kosovo de tu libro Infierno publicado hace ya 15 años. Fue como rebobinar la historia y regresar de nuevo a los infiernos habituales de los años noventa.


Es posible que lo hayamos olvidado, pero los años noventa estaban llamados a ser los años más pacíficos de la historia.


James Nachtwey en marzo de 2015 en la sede de la Universidad de Navarra en Madrid. Fotografía de Jorge Gutiérrez

James Nachtwey en marzo de 2015 en la sede de la Universidad de Navarra en Madrid. Fotografía de Jorge Gutiérrez


 


Todavía recuerdo la caída del muro de Berlín en noviembre de 1989. Estaba en El Salvador y muchos de lo que allí cubríamos aquel conflicto fratricida pensamos que nos íbamos a quedar sin trabajo tras el fin de la Guerra Fría.


En cambio, crecimos fotográficamente en una década muy violenta. Sólo hay que transitar por tus colecciones de fotografías realizadas entre 1990 y 1999 para ser conscientes de todo lo que se perdió.


Cómo duelen aquellos orfanatos rumanos y las hambrunas de Somalia y Sudán; cómo duele el genocidio de los tutsi de Ruanda y la debacle humanitaria de los hutus en el antiguo Zaire, hoy República Democrática del Congo; cómo duelen las masacres de Bosnia-Herzegovina y la deportación de centenares de miles de kosovares; cómo duele Chechenia en llamas.


Cómo duele el mundo en ruinas ante la incompetencia política y diplomática y con nuestras naciones, las más poderosas, haciendo negocios mercantilistas en el horror de la guerra.


Cómo duele no encontrar la compasión, de la que tú siempre hablas, en hombres sin atributos que dirigen los destinos de la humanidad.


James Nachtwey en Madrid. Fotografía de Jorge Gutiérrez

James Nachtwey en Madrid. Fotografía de Jorge Gutiérrez


¿Por qué fotografiamos la guerra que existe desde los tiempos inmemoriales? ¿Las fotografías pueden poner punto final a un drama humano?


¿Pueden influir en los gobernantes más poderosos o en los empresarios menos escrupulosos?


¿Pueden conseguir activar a la opinión pública narcotizada por el espectáculo del entretenimiento para que exija justicia y compasión para los protagonistas anónimos de situaciones calamitosas?


“Yo he sido testigo y estas fotografías son testimonio. Los acontecimientos que he registrado no deberían olvidarse ni repetirse”, es tu declaración de principios en la presentación de tu página web.


Pero también te sientes imbuido por un sentimiento ambivalente que te duele en tu interior: “Lo peor es que como fotógrafo me aprovecho de las desgracias ajenas. Esa idea me persigue todos los días. Porque sé que si algún día dejo que mi carrera sea más importante que mi compasión, habré vendido mi alma”.


Anoche seguí paseándome por tus trabajos más recientes en tu página web. Afganistán, Sudáfrica, Pakistán, Israel, Indonesia. De nuevo, esa inquietud de que todo está perdido en un mundo oscurecido por el fanatismo y la violencia.


¿Sabes cuál es la respuesta que me más duele en un escenario de guerra y que, además, es la más repetida?: “No sé por qué mi país está en guerra o por qué tenemos que huir. No conozco las causas para que hayan matado a mis seres queridos. Todo cambió cuando llegaron hombres armados”.


Respuestas tantas veces expresadas por mujeres, niños, ancianos, civiles, pero también por combatientes adultos o infantiles.


Encuentro con James Nachtwey en la sede de la Universidad de Navarra. Fotografía de Jorge Gutiérrez

Encuentro con James Nachtwey en la sede de la Universidad de Navarra. Fotografía de Jorge Gutiérrez


También revisé tus trabajos sobre el sida, la polución industrial, la vida carcelaria y los atentados contra las Torres Gemelas en la ciudad en la que vivías. ¿Qué paso por tu cabeza cuando tuviste que salir a la calle para cubrir la debacle al lado mismo de tu casa?


Te cuento algo que ocurrió hace muchos años en Zaragoza, el 6 de mayo de 2001 cuando ETA asesinó a Manuel Giménez Abad en la calle de atrás de mi casa, al lado de la carnicería donde comprábamos las croquetas para nuestro hijo. Era un domingo por la tarde y al día siguiente viajaba a Colombia. Estaba preparando mi equipaje cuando me enteré de la noticia por una llamada de nuestro común amigo Santi Lyon desde Madrid.


De repente me sentí inquieto. Mi mujer y mi hijo, que tenía entonces tres años, habían salido a jugar a un parque cercano. Es muy posible que se cruzasen con los asesinos. He pensado muchas veces que nos vamos a una guerra lejana hasta que un día la guerra aporrea nuestras ventanas.


Querido Jim: Llevas cuatro décadas cubriendo los lugares más oscuros del planeta. Te imagino cargando una mochila invisible de dolor, de todo el dolor acumulado mientras presenciabas al Hombre como protagonista de la violencia más descarnada.


Buscando esa imagen respetuosa lo suficiente contundente que obligue a reaccionar. Volviendo a los mismos lugares para ver si algo ha mejorado o si siguen vivos aquellas personas que abrieron sus puertas para compartir las penas. Te imagino buscando explicaciones que permitan comprender porque aparece lo peor del ser humano cuando todo se desmorona.


Hemos visto matar con fusiles en Centroamérica, con aviones y cañones en los Balcanes y con machetes en Ruanda. Hemos visto a menores reclutados forzosamente cumpliendo las órdenes más brutales, a mujeres y menores violadas, hemos visto las fosas repletas de cadáveres, la angustia petrificada en los rostros de los familiares de los desaparecidos durante años y décadas de búsqueda.


¿Qué nos queda por ver, querido Jim? No creo que vayamos a ver la paz nunca, ni en este siglo ni en el próximo, ni en este milenio ni en el siguiente. Tampoco creo que el hombre esté dispuesto a morir antes que matar y seguirá prefiriendo matar antes que morir.


Pero ojalá tengamos posibilidad de ver cómo la razón se articula en medio del desastre y consigue frenar los abusos contra los civiles, los crímenes de lesa humanidad, el horrible comportamiento del que se divierte matando o del que se enriquece vendiendo.


Ver la compasión. Ver visos de esperanza. Ver algo distinto a lo que vemos habitualmente.


Querido Jim: Es un gran honor estar a tu lado. Muchas gracias por venir.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on May 19, 2016 14:56

May 9, 2016

La dureza de un secuestro

LA DUREZA DE UN SECUESTRO


Dedicado a Cristina Sánchez, periodista de RNE, que ha ejercido como portavoz de las familias de los secuestrados.


La liberación de Antonio Pampliega, José Manuel López y Ángel Sastre pone fin a casi 10 meses de “angustia y miedo”, palabras utilizadas a menudo por los familiares de secuestrados para definir su permanente estado de ánimo.


Desde septiembre de 2013, cuando se produjeron los secuestros de Marc Marginedas, Javier Espinosa y Ricardo Garcia Vilanova, seis familias españolas han vivido meses de horror e incertidumbre aunque también han dado permanentes “lecciones de coraje y entereza”.


Las familias de los secuestrados españoles han tenido mucha suerte. Han sido acompañados por un gobierno muy sensible que no ha puesto límites a la búsqueda de una solución urgente y se han enfrentado a la desolación rodeados de personas que se han dejado la piel por mantenerles informados y protegidos.


También han sido beneficiados por unos medios de comunicación muy responsables que han evitado el sensacionalismo y la especulación. No suele ser habitual que los medios cierren filas cuando se les pide silencio y sean generosos cuando se les necesita para una gran cobertura mediática en algo tan imprevisible como es un secuestro.


Un secuestro estalla en una familia con el efecto de una bomba de fragmentación. El dolor se expande por todos los miembros y cada uno lo vive de forma singular. Es imposible encontrar un remedio que sane tanto daño comprimido. Por eso es importante ponerse en manos de especialistas que ayuden a superar las situaciones más nocivas antes de que el daño sea irreparable.


Los familiares siempre son generosos. Agradecen “las palabras de ánimo” y son conscientes de que “están siendo arropados por los compañeros” de sus seres queridos. “Vuestro apoyo nos hace la espera más fácil”, suelen repetir.


Pasan de “hace una semana que fue secuestrado” o “hace un mes” a entender que se trata de “una carrera de fondo”. Pasan del rechazo al apoyo psicológico a aceptar la ayuda de profesionales que han trabajado en casos similares. Pasan de sentir vergüenza ante los límites económicos que sufren a buscar “cómo afrontar los gastos y los recibos” que siguen llegando.


Aunque las familias estén perfectamente informadas y aguarden con “paciencia y confianza” la única noticia que desean, aunque sean “grandiosas, valientes y maravillosas” y sean “conocedoras del cariño y apoyo” de todo el mundo, hay días que se resumen en esta frase inconclusa: “tengo tanto miedo que no se…”


 


 

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on May 09, 2016 00:46

December 13, 2015

Bosnia, 20 años después

Wikipedia dice que la guerra de Bosnia-Herzegovina finalizó un día como mañana de hace 20 años con la firma de los Acuerdos de Dayton en París. Aquel 14 de diciembre de 1995 el bosnio-musulmán Alija Izetbegovic, el serbio Slobodan Milosevic y el croata Franjo Tudjman aceptaron un protocolo que ponía fin a tres años y media de guerra que provocó 100.000 muertos, casi dos millones de desplazados y refugiados, un 40% de la población bosnia, decenas de miles de mujeres violadas, el cerco salvaje de ciudades, incluida la capital Sarajevo.


BIENVENIDO AL INFIERNO Sarajevo está cubierto de sangre y desesperación. Un ejército profesional acosa la ciudad sin respiro y aplica una receta impecable: el bombardeo sistemático. No se puede romper un cerco infernal formado por varios anillos de aprovisionamiento. La gran avenida de siete kilómetros que une el aeropuerto con el centro neurálgico de la ciudad es hoy la más desértica del mundo. Se le conoce como la avenida de los francotiradores. Fotografía de Gervasio Sánchez

BIENVENIDO AL INFIERNO
Sarajevo está cubierto de sangre y desesperación. Un ejército profesional acosa la ciudad sin respiro y aplica una receta impecable: el bombardeo sistemático. No se puede romper un cerco infernal formado por varios anillos de aprovisionamiento. La gran avenida de siete kilómetros que une el aeropuerto con el centro neurálgico de la ciudad es hoy la más desértica del mundo. Se le conoce como la avenida de los francotiradores.
Fotografía de Gervasio Sánchez


 


¿Pero acabó la guerra hace 20 años? A primera vista sí. Las armas se silenciaron, los sitiados pudieron salir de sus escondrijos, los niños acudieron a los colegios sin el temor de ser alcanzados por los francotiradores o las esquirlas de los proyectiles. A las pocas semanas los mercados ya ofrecían todo tipo de productos a precios lógicos. Aunque la inmensa mayoría no tenía dinero para comprar.


Los depósitos de cadáveres empezaron a recibir otro tipo de víctimas: ajustes de cuentas entre mafiosos que se habían enriquecido durante la guerra, muertos de accidentes de tráfico o de explosiones de minas antipersonas.


LA BIBLIOTECA NACIONAL La Biblioteca Nacional fue destruida en agosto de 1992. Construida a finales del siglo XIX en estilo hispano-morisco para albergar el gobierno municipal, se convirtió en 1946 en una de las bibliotecas más importantes de Yugoslavia. La sala principal es un caos de hierros retorcidos y montañas de escombros. En las estanterías las cenizas de los libros resisten las embestidas de las corrientes de aire que circulan por la sala. Es sólo apariencia pues al tocarlos se desmoronan para siempre. Fotografía de Gervasio Sánchez

LA BIBLIOTECA NACIONAL
La Biblioteca Nacional fue destruida en agosto de 1992. Construida a finales del siglo XIX en estilo hispano-morisco para albergar el gobierno municipal, se convirtió en 1946 en una de las bibliotecas más importantes de Yugoslavia. La sala principal es un caos de hierros retorcidos y montañas de escombros. En las estanterías las cenizas de los libros resisten las embestidas de las corrientes de aire que circulan por la sala. Es sólo apariencia pues al tocarlos se desmoronan para siempre.
Fotografía de Gervasio Sánchez


La biblioteca de Sarajevo, destruida por bombas incendiarias durante agosto de 1992, sufrió varias restauraciones. La última concluyó en junio de 2014, a tiempo para conmemorar el primer centenario del inicio de la Primera Guerra Mundial. Desde el edificio, que entonces realizaba la función de ayuntamiento, salió el 28 de junio de 1914 Francisco Fernando, el príncipe heredero del imperio austro-húngaro, unos minutos antes de morir en un atentado que propició el inicio de las hostilidades.


En realidad, la guerra de Bosnia todavía no ha acabado. Las fronteras establecidas entre los antiguos enemigos siguen ejerciendo de fría demarcación entre los que quieren una república independiente, los bosnios musulmanes, y los que desean pertenecer a Serbia o a Croacia, las potencias limítrofes.


EL DISPARO CERTERO EL cadáver yace abandonado en la avenida de los francotiradores desde hace horas. Los coches pasan a toda velocidad. Ninguna ambulancia se ha atrevido a recogerlo. Temen los disparos de los francotiradores. El registro servirá para conocer su identidad. El día es más peligroso que la noche. La población confía en la repentina calma y sale a comprar lo poco que queda en los mercados. Los sitiadores no entienden de intervalos, de tiempos muertos. Fotografía de Gervasio Sánchez

EL DISPARO CERTERO
EL cadáver yace abandonado en la avenida de los francotiradores desde hace horas. Los coches pasan a toda velocidad. Ninguna ambulancia se ha atrevido a recogerlo. Temen los disparos de los francotiradores. El registro servirá para conocer su identidad. El día es más peligroso que la noche. La población confía en la repentina calma y sale a comprar lo poco que queda en los mercados. Los sitiadores no entienden de intervalos, de tiempos muertos.
Fotografía de Gervasio Sánchez


Una guerra no acaba por imposición diplomática. Si fuera así, el mundo en que vivimos estaría más cerca de la paz eterna que de la guerra diaria. Desde hace 20 años se buscan a los desaparecidos, se exhuman los restos, se guardan durante años en bodegas  y se entregan a los familiares después de la identificación.


En Bosnia se empezó a enterrar a las víctimas en 2003, hace ya 12 años. En el cementerio de Potoçari, muy cerca de Srebrenica, ya hay 6.377 restos enterrados. El conteo de las víctimas sigue año tras año. Quizá la guerra acabe el día que no haya más restos que enterrar, dentro de diez o quince años. Quizá.


Hace un cuarto de siglo, Yugoslavia era un país subdesarrollado con un pie muy cerca de la Europa comunitaria. Su capital humano y sus estructuras económicas estaban preparadas para hacer un cómodo tránsito de una economía autogestionaria a una de mercado. Tenía una ventaja añadida: estaba más cerca de Alemania, la locomotora económica, que la había reconvertido en su patio trasero.  Centenares de miles de yugoslavos vivían en Alemania y mandaban remesas económicas a sus familias. La mano de obra barata yugoslava también era utilizada en su propio territorio.


LA ÚNICA COMIDA Niños, mujeres y ancianos se sitúan cada mañana en la cola del Edificio de la Cruz Roja Internacional. Reciben la única comida caliente del día. Los bombardeos, las temperaturas de hasta 15 grados bajo cero y las largas esperas no son obstáculos para que miles de ciudadanos hambrientos se arriesguen a salir a la calle en busca de una comida. El cerco ha equilibrado la economía doméstica de toda la población. La alternativa es morir de inanición. Fotografía de Gervasio Sánchez

LA ÚNICA COMIDA
Niños, mujeres y ancianos se sitúan cada mañana en la cola del Edificio de la Cruz Roja Internacional. Reciben la única comida caliente del día. Los bombardeos, las temperaturas de hasta 15 grados bajo cero y las largas esperas no son obstáculos para que miles de ciudadanos hambrientos se arriesguen a salir a la calle en busca de una comida. El cerco ha equilibrado la economía doméstica de toda la población. La alternativa es morir de inanición.
Fotografía de Gervasio Sánchez


Hoy Yugoslavia no existe y, en su lugar, han fructificado siete países después de cinco guerras afectados por problemas estructurales muy profundos. Las guerras acabaron pero las inversiones nunca llegaron. Cuando se transita por la amplia extensión de Bosnia pero también de Serbia, Macedonia, Montenegro o Kosovo es como si el tiempo se hubiera paralizado hace tres décadas. Eslovenia y Croacia se han beneficiado de grandes inversiones europeas y han conseguido recomponer una imagen apoyándose en el turismo.


La guerra de Bosnia espoleó la imagen del Sarajevo épico durante los horrendos años del cerco salvaje gracias a la valentía de sus resistentes, los civiles que no aceptaron abandonarla durante los 44 meses que duró. Más de 10.000 resistentes murieron , otros 50.000 fueron heridos. Uno de cada seis muertos fue un niño. Pero los centenares de miles de bombas que fueron lanzadas sobre sus habitantes  no consiguieron su objetivo: la claudicación.


TUMBA DE UNA FAMILIA Los cinco miembros de esta familia han muerto en la explosión de una misma granada que ha destrozado su casa. Mirela y Mirza tenían cinco y tres años cuando murieron. La dotación del cañón o del mortero consiguió una buena cosecha de muerte. Verdugos y víctimas están separados por una larga distancia que les impide verse las caras. Miles de personas murieron en Sarajevo en los nueve meses de 1992, el primer año del cerco que duró tres años y medio hasta diciembre de 1995. Fotografía de Gervasio Sánchez

TUMBA DE UNA FAMILIA
Los cinco miembros de esta familia han muerto en la explosión de una misma granada que ha destrozado su casa. Mirela y Mirza tenían cinco y tres años cuando murieron. La dotación del cañón o del mortero consiguió una buena cosecha de muerte. Verdugos y víctimas están separados por una larga distancia que les impide verse las caras. Miles de personas murieron en Sarajevo en los nueve meses de 1992, el primer año del cerco que duró tres años y medio hasta diciembre de 1995.
Fotografía de Gervasio Sánchez


Muchos habitantes se enfrentaron a las bombas con sus mejores vestidos. “Si me matan que me pille con las ropas del domingo”, se decía a menudo. Las dificultades para conseguir agua para lavarse eran mastodónticas. Pero, al mismo tiempo, algunas personas, incluidos los más pequeñines, pasaban horas haciendo cola para llenar una botella o una cazuela en fuentes bombardeadas con regularidad. En los meses que pasé viviendo en casas particulares nunca me faltó el agua para lavarme. Aunque protestaba nunca me hacían caso y, al llegar a casa, siempre tenía un balde de agua caliente.


Hubo personas que no salieron de su casa durante el cerco. Pasaron tres años y medio entre las cuatro paredes de la habitación más segura, quemando los muebles para calentarse, releyendo los periódicos amarillos y fumando como carreteros. Otros muchos salieron lo justo a la calle. A recoger la ayuda humanitaria o conseguir  leña para calentar la casa.


JUEGOS DE NIÑOS Un 51% de los niños encuestados por UNICEF afirma haber presenciado la muerte de una persona. Un 81% ha pensado en algún momento que lo iban a matar. Un 72% ha sido testigo del bombardeo de su casa. Mueren niños porque son niños los que hacen la cola del pan, llenan los depósitos de agua o trajinan durante horas por las calles de la ciudad más peligrosa del mundo. Mueren porque deben atravesar puentes batidos por los francotiradores para acudir a los pocos colegios que permanecen abiertos. Fotografía de Gervasio Sánchez

JUEGOS DE NIÑOS
Un 51% de los niños encuestados por UNICEF afirma haber presenciado la muerte de una persona. Un 81% ha pensado en algún momento que lo iban a matar. Un 72% ha sido testigo del bombardeo de su casa. Mueren niños porque son niños los que hacen la cola del pan, llenan los depósitos de agua o trajinan durante horas por las calles de la ciudad más peligrosa del mundo. Mueren porque deben atravesar puentes batidos por los francotiradores para acudir a los pocos colegios que permanecen abiertos.
Fotografía de Gervasio Sánchez


La muerte de la madre de la traductora Alma ocurrió en diciembre de 1992. Aquella mañana no llegó a su cita con los periodistas en el hotel Holiday Inn.  Los reporteros acudieron a su casa y ella gritó mientras corría hacia la calle: “mi madre ha muerto. Tengo que conseguir un ataúd”. Su madre pasó gran parte de la mañana tirada en el suelo de la habitación. Por suerte tapada por un sábana. Pero ella consiguió la madera necesaria para enterrarla. Fue su grito de dignidad, el antídoto contra la desesperación.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on December 13, 2015 10:02

November 2, 2015

Sofía usa dos piernas artificiales desde hace 22 años

Sofia Elface Fumo vive con sus dos hijos Leonaldo y Alia en Massaca (Mozambique), a nueve kilómetros de Boane y a cuarenta y dos de Maputo, la capital mozambiqueña, en la casa de su madre Lydia Alberto, y sobrevive de una pequeña parcela  agrícola y una ayuda mensual que le envía un ciudadano sueco.


Sofía con sus hijos Leonaldo y Alia en marzo de 2007. Fotografía de Gervasio Sánchez

Sofía con sus hijos Leonaldo y Alia en marzo de 2007. Fotografía de Gervasio Sánchez


Sofía tenía once años cuando pisó una mina un sábado de noviembre de 1993 sobre las cinco de la tarde. Sus piernas quedaron cercenadas en el lugar de la explosión. Su hermana María fue alcanzada por varias esquirlas en el estómago y quedó malherida.


Sofía y su hermana desconocían la existencia de un campo de minas en el lugar donde solían recoger leña. Aunque la guerra ya había concluido el corredor minado se mantenía con la intención de proteger un campamento de ingenieros italianos. Miembros de organizaciones humanitarias habían insistido en la necesidad de desactivarlo.


En el hospital general de Maputo, un equipo de cirujanos españoles operó a las dos niñas de las graves heridas. Pero María murió de una infección múltiple un mes y medio después del accidente.


Sofía cambia de prótesis por segunda vez en febrero de 1997. Fotografía de Gervasio Sánchez

Sofía cambia de prótesis por segunda vez en febrero de 1997. Fotografía de Gervasio Sánchez


En julio de 1999 nació Leonaldo, su primer hijo. El padre la abandonó después de dejarla embarazada. Otro golpe terrible fue la muerte por enfermedad de su hermana Anita, con la que mantenía una relación muy especial. Ocurrió el 4 de marzo de 1998, fecha del cumpleaños de Sofía.


En mayo de 2005  Sofía viajó a Barcelona con su segunda hija Alia, de seis meses, para cambiar sus prótesis por quinta vez desde que sufrió el accidente. El Institut Desvern de Protética S.L., que comenzó sus actividades en 1997, se ofreció a cambiarle las prótesis de forma gratuita. Es un pequeño centro fundado por un grupo de amputados en Sant Just Desvern (Barcelona).


Sofía en el Institut Desvern de Protética S.L en mayo de 2005. Fotografía de Gervasio Sánchez

Sofía en el Institut Desvern de Protética S.L en mayo de 2005. Fotografía de Gervasio Sánchez


DKV Seguros, compañía muy implicada en las labores sociales y asistenciales, financió los viajes y la estancia de madre e hija en la ciudad catalana.


La joven había resistido dos embarazos y una larga etapa de siete años con el mismo par de prótesis. Los ortopedistas que le atendieron se quedaron impresionados ante su capacidad de resistencia. “Ha tenido que sufrir lo inimaginable”, dijo Gustau Correa, el encargado de realizar las mediciones y los moldes de las nuevas prótesis.


Sofía con su dos hijos en febrero de 2007. Fotografía de Gervasio Sánchez

Sofía con su dos hijos en febrero de 2007. Fotografía de Gervasio Sánchez


Ya en Mozambique la principal tarea de Sofía es cuidar de su hija pequeña, que ya ha cumplido los dos años. Dedica una buena parte de la mañana a asearla y vestirla. La niña asiste durante cuatro horas al día a clase de preescolar.


 


 


 

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on November 02, 2015 09:54

October 26, 2015

Una mina al lado de su casa

Adis fue herido el 18 de marzo de 1996 por la explosión de una mina antipersona que le produjo profundas cicatrices en la cara y otras partes del cuerpo. Perdió su ojo izquierdo y sufrió la amputación de su brazo derecho.


Adis Smajic el día después de su accidente en el hospital de Sarajevo. Fotografía de Gervasio Sánchez

Adis Smajic el día después de su accidente en el hospital de Sarajevo. Fotografía de Gervasio Sánchez


Durante varios días los médicos temieron por su vida. Pasó 36 horas seguidas en el quirófano. Desde su accidente ha sufrido más de una treintena de intervenciones quirúrgicas.


Había sobrevivido al cerco salvaje durante tres años y medio en uno de los barrios más bombardeados de Sarajevo. La mina estaba a dos centenares de su casa. La vio, pensó que alguien la iba a pisar y saltó por los aires al intentar sacarla del camino.


Adis Smajic seis meses después de su accidente en la biblioteca de Sarajevo. Fotografía de Gervasio Sánchez

Adis Smajic seis meses después de su accidente en la biblioteca de Sarajevo. Fotografía de Gervasio Sánchez


Desde noviembre de 1997 Adis viajó en siete ocasiones a Barcelona para someterse a diferentes operaciones de cirugía estética dirigidas por el prestigioso cirujano plástico Antonio Tapia en la Clínica Quirón.


La compañía DKV Seguros encargó de la financiación. La última operación de reconstrucción de su rostro tuvo lugar en octubre de 2004.


Adis en una de las operaciones en la clínica Quirón de Barcelona en 2004. Fotografía de Gervasio Sánchez

Adis en una de las operaciones en la clínica Quirón de Barcelona en 2004. Fotografía de Gervasio Sánchez


Adis Smajic ya tienen más de 30 años, mide casi dos metros, vive de una pensión como mutilado de guerra, toca en un grupo de hip hop, conduce con gran destreza y se desvive por el fútbol, su pasión desde la infancia.


Adis junto a Naida Vreto. Fotografía de Gervasio Sánchez

Adis junto a Naida Vreto. Fotografía de Gervasio Sánchez


Hace una década conoció  a Naida Vreto, una joven de gran sensibilidad y delicadeza. Hace dos años y medio tuvo su primer hijo con ella.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on October 26, 2015 03:19

October 15, 2015

Una mina en el cafetal

Manuel Orellana vive con su mujer Edith Hércules y sus cuatro hijos: Christian,  Daniel, Tania y Manuel. Su principal ilusión es conseguir que sus hijos estudien en la universidad y puedan superar el círculo de pobreza en el que han vivido desde que nacieron.


Manuel Orellana con tres de sus hijos en su casa de Apopa (El Salvador) en 2006. Fotografía de Gervasio Sánchez

Manuel Orellana con tres de sus hijos en su casa de Apopa (El Salvador) en 2006. Fotografía de Gervasio Sánchez


Manuel perdió ambas piernas pocos días antes de que la guerrilla y el ejército de su país firmasen la paz a finales de diciembre de 1991. Acaba de cumplir los 20 años, llevaba media vida huyendo de los combates y del reclutamiento forzoso y sobrevivía recogiendo café en varias haciendas del volcán San Salvador, un área repleta de minas.


Manuel Orellana con su hija Tania cuando era un bebé en agosto de 1997. Fotografía de Gervasio Sánchez

Manuel Orellana con su hija Tania cuando era un bebé en agosto de 1997. Fotografía de Gervasio Sánchez


Después del accidente empezó a trabajar en una cooperativa textil que daba trabajo a mutilados de la guerra. Manuel prefirió llevarse dos máquinas de coser antes que cobrar una pequeña indemnización cuando la cooperativa se disolvió a finales de los años noventa.


Con ellas comenzó una nueva fase de su vida en su domicilio de Apopa (El Salvador). Ayudado por su mujer cosía camisas, camisetas y trajes de niños y los vendía en los mercados de Apopa, un pueblo situado a 30 kilómetros de la capital.


Manuel Orellana con su hija Tania cuando ya había cumplido los 10 años en 2006. Fotografía de Gervasio Sánchez

Manuel Orellana con su hija Tania cuando ya había cumplido los 10 años en 2006. Fotografía de Gervasio Sánchez


Los márgenes de beneficio eran escasos, pero la fuerza de voluntad y su capacidad de trabajo permitieron a Manuel sacar adelante a su familia. Hace unos años un avispado hombre de negocios le ofreció comprarle todas las camisetas que fuera capaz de producir.


Manuel Orellana con su mujer Edith. Fotografía de Gervasio Sánchez

Manuel Orellana con su mujer Edith. Fotografía de Gervasio Sánchez


Manuel y su mujer compran la tela al por mayor, la cortan y cosen camisetas de diferentes tallas.


Aprovecha los fines de semana para visitar a sus padres en Chalatenango.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on October 15, 2015 09:21

Gervasio Sánchez's Blog

Gervasio Sánchez
Gervasio Sánchez isn't a Goodreads Author (yet), but they do have a blog, so here are some recent posts imported from their feed.
Follow Gervasio Sánchez's blog with rss.