Alba Ballesta's Blog
March 2, 2016
Él, el otro, los demás y yo
Me gustaría saber si él ha escrito algo en su diario sobre esa fotografía pegada en la pared de mi salón. En realidad, no es mía, sino del otro. Aún así, a él le gustó mucho. Por supuesto, no sabía que pertenecía al otro. Se habría enfadado, o habría fingido que le parecía muy vulgar, o muy cursi, o muy negra. También me gustaría saber si el otro se acuerda de haber tomado esa foto que tanto me impactó. Más todavía, querría saber si el otro sabe que es el otro. Él se cree él, y por eso le perturba cualquier acercamiento del otro. Teme que el otro deje de ser otro y se convierta en él. Me pasó lo mismo cuando conocí a la otra. Al principio, yo no dudaba de que yo era yo, pero luego, en alguna ocasión escuché a personas ajenas, lejanas, referirse a mí como la otra. Cuando lo analicé con frialdad, dejó de molestarme. Esas personas no eran importantes para mí, así que no me importaba no ser yo para ellas. Solo me preocupaba por ser yo para los que yo veía como ellos mismos. Ahora bien, imagina que él, a quien considero él por encima de todos los demás, se da cuenta del aprecio que siento por el otro. En un ataque de celos o de narcisismo me forzaría a dejar de ser yo, al menos durante un rato. Y yo no podría evitar dejar de verlo como él mismo, se me antojaría un poco igual a los demás, al menos también durante un rato.
Published on March 02, 2016 23:42
July 27, 2015
La habitación de los espejos rotos

Published on July 27, 2015 05:17
July 12, 2015
Puntos suspensivos
—:o —contestó ella mientras dejaba caer el cuerpo muerto en el diván.
—^^ —mintió él, ocultando una patente incomodidad.
—^^ —remedó ella sin saber muy bien cómo reaccionar.
—:/ —soltó él, cansado de disimular.
—:/ —respondió ella mecánicamente.
—¬¬ —objetó él mostrando el hastío que le provocaban sus réplicas, que no eran más que un calco de las suyas.
—xd
—X_x —amagó él sin dar crédito, su reacción le resultaba irritante porque nada le crispaba más los nervios que la gente que hacía «xD» con «d» minúscula.
—… —hicieron ambos al unísono.
Así pasaron el resto de su vida, suspendidos en una indiferencia irrespirable. Nadie habría imaginado que un inofensivo juego que consistía en imitar las muecas de los emoticonos acabaría de una manera tan funesta. Tal era la conmoción de los amigos y conocidos al ver el estado de aquella pareja que tan feliz había sido antaño que ni siquiera pudieron esbozar un simple O.o.
—^^ —mintió él, ocultando una patente incomodidad.
—^^ —remedó ella sin saber muy bien cómo reaccionar.
—:/ —soltó él, cansado de disimular.
—:/ —respondió ella mecánicamente.
—¬¬ —objetó él mostrando el hastío que le provocaban sus réplicas, que no eran más que un calco de las suyas.
—xd
—X_x —amagó él sin dar crédito, su reacción le resultaba irritante porque nada le crispaba más los nervios que la gente que hacía «xD» con «d» minúscula.
—… —hicieron ambos al unísono.
Así pasaron el resto de su vida, suspendidos en una indiferencia irrespirable. Nadie habría imaginado que un inofensivo juego que consistía en imitar las muecas de los emoticonos acabaría de una manera tan funesta. Tal era la conmoción de los amigos y conocidos al ver el estado de aquella pareja que tan feliz había sido antaño que ni siquiera pudieron esbozar un simple O.o.
Published on July 12, 2015 11:39
June 2, 2015
Asfixia en la sala de espera de un hospital
Hoy me atraganté con un trozo de boca, y cuando fui a sacarlo se había encajado en el tubo del esófago. Le pedí a mi madre que me diera palmadas en la espalda porque sentía que me iba a ahogar de un momento a otro, y nunca había imaginado que mi muerte podía ser tan triste, tan triste que todos llorarían de la risa. De verdad que me sentía peor que un trozo de suela despegada de una zapatilla. Mi madre acudió apresurada y me pegó tan fuerte que casi quise morirme, aun sabiendo que en mi funeral todos se desternillarían a escondidas. De golpe recobré la respiración. Algo salió expelido de mi rostro, aunque no estoy muy seguro de qué orificio provenía, ya que estamos condenados a no poder vernos la cara si no es a través de un reflejo o una fotografía. Me acerqué a esa masa extraña que yo mismo había escupido con tanto vigor que había saltado hasta el otro lado del sofá. La agarré con ambas manos y deduje que se trataba, como intuía, de mi propia boca. Le dije: vaya, tú por aquí, qué extraño encontrarte en este lugar. Y me di cuenta de que el sonido no provenía de mi rostro, sino que mi boca, ya desgajada de cualquiera de mis rasgos faciales, se movía y pronunciaba todo aquello que desde mi cabeza podía maquinar. Ese momento de sorpresa se esfumó enseguida, pues lo extraño hubiese sido que mi propia boca no emitiese las palabras que yo pensaba. Aun así, continué hablándole como si fuera un desconocido con el que debes compartir sala de espera en el médico. De lejos se nota que yo gozo de una salud portentosa, así que no sabía muy bien qué podría estar haciendo en una hipotética sala de espera de un hospital. La situación empeoraba a ritmo vertiginoso, pues no solo no estaba muy convencido de querer estar allí, sino que además, el turno no me llegaba nunca. Me levanté de un brinco y le dije a mi boca: Mira, ya estoy harto, me voy, ahí te quedas. Entonces sí que ocurrió algo inaudito, antes de que consiguiera empuñar el pomo de la puerta para salir pitando escuché: Si te separas de mí, y no dejas que sea yo la que habla por ti, ¿quién va a querer escuchar semejantes tonterías como todo este paripé que acabas de montar?
Published on June 02, 2015 15:15
April 4, 2015
Una novela portuguesa
Le llegó un encargo de traducción al castellano de una novela portuguesa. Al recibir el libro, el traductor quedó perplejo, pues ya en la primera página se topó con un texto en una lengua que él no dominaba: el neerlandés. Volvió a leer las condiciones del encargo. Se trataba, en efecto, de una novela en portugués. Consultó entonces el libro de estilo de la editorial y según las normas, las citas que en el original apareciesen en un idioma distinto, no se traducirían en la versión castellana. Consideró, pues, que aquellos primeros párrafos eran una cita en neerlandés, pero pasaba las páginas y no había rastro alguno de gramática románica. El traductor se limitó a teclear letra por letra el relato en neerlandés. Acabó el trabajo más rápido que nunca. La edición castellana solo difería de la portuguesa en la portada. El libro se editó después en más de dieciséis países. Nadie lo entendía y por eso todos lo comentaban. Nadie lo entendía y por eso todos los críticos, estudiantes de literatura, e incluso muchas amas de casa buscaban cualquier altibajo en una conversación para opinar sobre él. Nadie lo entendía y por eso todos lo compraban. Mientras tanto, en los Países Bajos, el libro cayó en el olvido, entre todos los periódicos y revistas literarias nacionales las escasas reseñas no alcanzaban para llenar más de dos folios.
Published on April 04, 2015 13:55
February 28, 2015
Verosímil
Para sembrar la duda solo se necesita un ingrediente: verosimilitud. La verosimilitud se opone a la verdad y, en última instancia, se asocia con la narrativa; mientras que la verdad se relaciona con la realidad. ¿Pero cómo separar lo verosímil de lo veraz? ¿Cómo reconocer uno y otro? Recuerdo que una de las lecturas que me marcó en la infancia fue Peter Pan. Tras leerlo me convencí de que podía volar, estaba seguro de que era capaz de mantenerme en suspensión a una altura de más de un metro por encima del suelo y de que con la práctica mejoraría. En el colegio me enamoré de una chica que iba a la clase de al lado y la imaginé como había imaginado a Wendy. La quería con el frenesí de un niño de ocho años y ese amor alimentaba mis fantasías, daba fuerzas a mi vuelo y a la creencia de que algún día surcaríamos el cielo ella y yo hasta Nunca Jamás. Un día durante el recreo vi cómo un chico un año mayor que yo se sentaba al lado de mi enamorada y la besaba en la mejilla. Fue mi primer desengaño amoroso. Esa misma tarde, al llegar a casa, me subí encima de la mesa del salón y estiré los brazos hacia arriba. Era el ritual que yo suponía había de seguir para levantar el vuelo. No ocurrió nada, ni siquiera despegué un solo dedo meñique de la mesa. Mi amor se había agotado y con ello dejé de creer que podía volar. Les confieso esta anécdota a ustedes porque sé que alguna vez han experimentado algo parecido; sé que alguno de ustedes le ha dibujado en su mente un cuerno a un caballo y ha dado vida a un unicornio, o quizá ha cogido a ese mismo caballo al que otro le había colocado un cuerno y, en lugar de eso, ha cambiado la cabeza de animal por la de un hombre y ha visto centauros. El amor es un gran catalizador de la verosimilitud y entre la verosimilitud y la verdad las fronteras no están bien definidas.
Fragmento de Rari nantes, Gadir, 2015
Fragmento de Rari nantes, Gadir, 2015
Published on February 28, 2015 12:21
January 8, 2015
Variaciones sobre un tema de Schrödinger
La señora Schmidtker se encargaría de cuidar al gato de Schrödinger durante las dos semanas en las que este estuviese en el extranjero, en un importante congreso científico. No fue tarea fácil y la señora Schmidtker sabía que le costaría ganarse el cariño de aquel gato al que el comportamiento extravagante de su dueño había vuelto medroso y desconfiado. Ni siquiera se había molestado en ponerle un nombre, así que en el vecindario todos lo conocían como el gato de Schrödinger. La pobre señora Schmidtker acababa exhausta al tener que pronunciar tantas veces aquel pseudónimo tan largo e impronunciable incluso para ella. Gato de Schrödinger, Gato de Schrödinger, gritaba mañana y noche, ya que el minino se escondía en los recovecos más remotos de la casa, acostumbrado a huir de su dueño, por el que sentía auténtico pavor y del que sospechaba fantaseaba con envenenarlo. El día en que se esperaba la llegada del señor Schrödinger, la señora preparó un pastel de arándanos para darle la bienvenida. Dejó todo su afecto y ternura en la cocina y estaba tan atareada aplastando los arándanos con sus frágiles y arrugadas manos que no se dio cuenta de que había dejado entreabierta la puerta del salón, que daba hacia el jardín, como tampoco se percató de que el gato aprovechó esa rendija de libertad para escapar. Aquella noche, ni siquiera el delicioso postre pudo calmar la congoja de la señora Schmidtker o perturbar la frialdad del señor Schrödinger. Todavía hoy se ignora el paradero del gato, y sobre todo si sigue vivo o muerto.
Published on January 08, 2015 10:48
November 19, 2014
Los planos mortíferos

Desde entonces se acuñó el término plano mortífero, aunque eso no signifique que hasta ese momento nadie más hubiese realizado un plano semejante. La expresión llegó por un cúmulo de circunstancias que inconexas no hubiesen causado efecto alguno en la historia del cine. La primera de ellas, por supuesto, resultó de la existencia de una pequeña sala donde aquel día proyectaban Tabú de Miguel Gomes. A dicha sesión tan solo acudieron dos personas, de las cuales una de ellas era el proyeccionista. Los actores bien podrían no haberse presentado, pero siempre acudían, incluso a los lugares más intempestivos, porque albergaban la certeza de que en un momento o en otro el prodigio debía ocurrir. Los personajes de ficción están destinados a no perder nunca la esperanza, y repiten sin descanso la escena de marras, aunque sea siempre distinta, pues uno no mira dos veces la misma imagen. El espectador quedó cautivado desde el primer fotograma y tal era su estado de hipnotismo que no sintió dolor, ni melancolía cuando murió, ya casi al final de la película. Aunque intentase usar las manos a modo de escudo, la bala las traspasó. El contraplano ya no estaba enmarcado en la pantalla, sino que se había instalado en la sala. El espectador revindicó el concepto desde su tumba, pues solo los planos mortíferos encierran un diálogo posible entre un muerto y su asesino.
Published on November 19, 2014 18:21
October 25, 2014
Uno de los sobres sin carta
A veces recubría una parte visible de su cuerpo, como una muñeca o un antebrazo, con una gasa. Acostumbraba a hacerlo cuando alguno de esos moratones o quemaduras inexplicables aparecía. La cicatriz ocupaba menos de un cuarto de la venda, de manera que la cura escandalizaba más que la enfermedad. En una ocasión cocinó un pastel para las dos. No celebrábamos nada, o quizá el mero hecho de que se hubiese atrevido a cocinar constituía ya de por sí un motivo de celebración. Al sacar la masa del horno, el antebrazo izquierdo rozó la bandeja ardiendo, y al cabo de un par de minutos apareció una quemadura de forma ovalada y color rosáceo. Echó mano al botiquín de primeros auxilios y se recubrió toda la muñeca con gasa y esparadrapo. Al verla pensé que si el vendaje actuaba como metonimia de una desgracia, de una alegría o incluso de un color —sobre todo opalino—, la parte sería más grande que el todo, y el todo solo representaría un cachito de la pieza a la que pretende contener. Así era Sveta, un continente que desafiaba los límites de la cartografía. Podrían librarse batallas en las que, mediante estrategias geopolíticas, se definiesen los límites de las diferentes naciones que las cicatrices de quemaduras como las de aquel día dibujan en su piel.
—¿Te duele? —le pregunté, señalando con los ojos la gasa.
—No, en absoluto.
—¿Y por qué te envuelves casi la mitad del brazo en vendas?
—Me interesa ver la reacción de los otros ante una herida que imaginarán el doble de grave de lo que es en realidad. Me divierte.
Y así Sveta se desorbitaba, se derramaba del mundo, y cuanto más parecía ocultar, más exhibía. Hasta entonces no se me había ocurrido que se pudiese hacer ostentación del misterio, cubrir la herida no es tanto una cura, sino un síntoma.
—¿Te duele? —le pregunté, señalando con los ojos la gasa.
—No, en absoluto.
—¿Y por qué te envuelves casi la mitad del brazo en vendas?
—Me interesa ver la reacción de los otros ante una herida que imaginarán el doble de grave de lo que es en realidad. Me divierte.
Y así Sveta se desorbitaba, se derramaba del mundo, y cuanto más parecía ocultar, más exhibía. Hasta entonces no se me había ocurrido que se pudiese hacer ostentación del misterio, cubrir la herida no es tanto una cura, sino un síntoma.
Published on October 25, 2014 04:07
July 25, 2014
El país de las cosas invisibles
En el país de las cosas invisibles los dientes de leche crecen color madreperla al lado de otras especies similares, como las lamparitas de noche y los días sin luz. En el país de las cosas invisibles un diez por cierto de la masa de un iceberg permanece bajo la superficie. Debajo de la superficie apenas cabe un calcetín de la talla treinta y siete en posición vertical. Lo más profundo, donde más cubre, se sitúa al nivel de los tobillos y puede engordar hasta exceder las fronteras nacionales. Los habitantes se saludan en silencio y siguen charlando sin necesidad de mover los labios. Algunos jóvenes, por diversión, se dedican a arrancar dientes de leche de las plantaciones. Entonces la tierra grita como un niño inerme y durante unos segundos hace tanto ruido en el país de las cosas invisibles que todo, hasta los objetos anodinos, cobra visibilidad. Algunos territorios vecinos se han percatado de la existencia de ese extraño pueblo que se enciende y se apaga como una farola rota. A pesar de la posición estratégica en la que se encuentra y de la riqueza de sus tierras, receptáculo de bombillas de bajo consumo, a ninguna de las naciones aledañas le interesa conquistarlo, pues considera contraproducente poseer un país que no se verá en el mapa.
Published on July 25, 2014 08:01