Maite R. Ochotorena's Blog

March 13, 2019

Bocaditos de suspense: «Es sólo un sueño»

Está en una esquina. Parece una alimaña, y no lo es. No le veo la cabeza, ni los ojos, pero sé que es consciente de que estoy aquí. Le veo respirar. Le oigo jadear. Son las dos de la madrugada y no hay nadie en siete kilómetros a la redonda. Estoy sola. No me atrevo a moverme. Sólo quería beber, tenía sed, y he venido a la cocina... Ahí está, un bulto en el rincón, retorcido, velludo, oscuro. Tengo miedo. Si retrocedo, aunque sea despacio, o si avanzo para salir de la casa... ¿qué hará? Sé bien que es algo peligroso, algo que no debería estar aquí. No... más bien «yo» no debería estar aquí. Si hubiera seguido durmiendo, no habría pasado nada. Para mí, «eso», no existiría. Pero me he desvelado, he dejado mi habitación y he venido a la cocina, y lo he descubierto. Se retuerce. Parece un nudo de serpientes muy apretadas, formando un algo compacto de cuerpos largos que se mueven y palpitan. Oigo un profundo gruñido, como un lamento, y su piel, recubierta de un vello fosco y corto, muy duro, se desliza por todo su cuerpo, como cuando tiras de una sábana y la tela recorre la cama, lentamente. No puedo respirar. Oigo mi corazón, a punto del colapso. Abro los ojos, pero está oscuro. Olvidé pulsar el interruptor. La única luz que hay es la de la luna. Doy un paso atrás, muy, muy despacio. Estoy descalza, el suelo es de baldosa, frío y duro. Apoyo los dedos... Mi talón aún no ha tocado el suelo cuando la cosa reacciona. De pronto se retuerce, como si hubiera recibido una descarga, y entonces veo que no es sólo una cosa, son muchas, todas mezcladas, sombras y formas que forman una sola, y la oscuridad en el rincón se llena de ojos y dientes, y se oye un siseo y un chirrido estridente. —¿mamá...? Mi hija. No me da tiempo a decirle que se marche. Apenas puedo verla de pie en el pasillo, detrás de mí, con su pijamita y su osito en la mano, somnolienta, frágil, inocente. Quiero protegerla, pero esas mil sombras, con sus mil rostros y el hedor y la muerte me alcanzan y dejo de sentir antes de haber abierto la boca para gritar. Y no sé si ella está a salvo.
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Published on March 13, 2019 02:25

March 7, 2019

Bocaditos de Suspense: «Sólo es un sueño»

Está en una esquina. Parece una alimaña, y no lo es. No le veo la cabeza, ni los ojos, pero sé que es consciente de que estoy aquí. Le veo respirar. Le oigo jadear. Son las dos de la madrugada y no hay nadie en siete kilómetros a la redonda. Estoy sola. No me atrevo a moverme. Sólo quería beber, tenía sed, y he venido a la cocina... Ahí está, un bulto en el rincón, retorcido, velludo, oscuro. Tengo miedo. Si retrocedo, aunque sea despacio, o si avanzo para salir de la casa... ¿qué hará? Sé bien que es algo peligroso, algo que no debería estar aquí. No... más bien «yo» no debería estar aquí. Si hubiera seguido durmiendo, no habría pasado nada. Para mí, «eso», no existiría. Pero me he desvelado, he dejado mi habitación y he venido a la cocina, y lo he descubierto. Se retuerce. Parece un nudo de serpientes muy apretadas, formando un algo compacto de cuerpos largos que se mueven y palpitan. Oigo un profundo gruñido, como un lamento, y su piel, recubierta de un vello fosco y corto, muy duro, se desliza por todo su cuerpo, como cuando tiras de una sábana y la tela recorre la cama, lentamente. No puedo respirar. Oigo mi corazón, a punto del colapso. Abro los ojos, pero está oscuro. Olvidé pulsar el interruptor. La única luz que hay es la de la luna. Doy un paso atrás, muy, muy despacio. Estoy descalza, el suelo es de baldosa, frío y duro. Apoyo los dedos... Mi talón aún no ha tocado el suelo cuando la cosa reacciona. De pronto se retuerce, como si hubiera recibido una descarga, y entonces veo que no es sólo una cosa, son muchas, todas mezcladas, sombras y formas que forman una sola, y la oscuridad en el rincón se llena de ojos y dientes, y se oye un siseo y un chirrido estridente. —¿mamá...? Mi hija. No me da tiempo a decirle que se marche. Apenas puedo verla de pie en el pasillo, detrás de mí, con su pijamita y su osito en la mano, somnolienta, frágil, inocente. Quiero protegerla, pero esas mil sombras, con sus mil rostros y el hedor y la muerte me alcanzan y dejo de sentir antes de haber abierto la boca para gritar. Y no sé si ella está a salvo.
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Published on March 07, 2019 02:06

March 1, 2019

Relato: «Salvar el mundo»

Faith recorre el pasillo muy segura de sí misma, contonea sus caderas, sonríe... Empuja su carro vacío hacia la sección de los congelados, como cada jueves, donde sabe que Logan aparecerá dentro de siete minutos exactamente. Aún no ha decidido si le llama Logan por Lobezno, o por el protagonista de la serie, «La fuga de Logan». Siete, seis, cinco...Un estremecimiento recorre su cuerpo y se instala en sus caderas. Suspira al pensar en ese hombretón, grande, seductor, arrebatador... Logan es perfecto, elegante, con esos ojos azules a lo Paul Newman... Ya nadie se acuerda de Paul Newman, nadie tiene unos ojos como los suyos, sólo Logan. De pronto le ve llegar. Camina distraído, la mente puesta en las cámaras frigoríficas. Faith contiene la respiración. Da unos pasos en su dirección. Se ha arreglado mucho para poder encontrarse con él. Lleva meses pensando en hacerlo, en decirle algo... y hoy es el día. Valor... Se coloca a escasos centímetros y le roza con el brazo. Logan no reacciona. Está tan absorto... Mmmmm huele de maravilla, su piel es morena, perfecta, su pelo rizado, la forma en que cae sobre su frente, sus brazos musculados, su torso maravilloso... Faith se derrite. Se acerca más y sacude su melena rizada para que él perciba su presencia. El olor de su champú floral se extiende alrededor. Nada. Faith siente cierto resquemor, mientras Logan sigue a lo suyo. PPPPffffffff Praaaaaaaa, pppppppfff ¿Qué ha sido eso? Faith se queda helada. ¿Un pedo? ¡UN PEDO! Mira a Logan, horrorizada. Le oye canturrear algo mientras sigue rebuscando entre los congelados. Un olor nauseabundo inunda sus fosas nasales. No puede ser... Seguramente ha sido un descuido, el pobre se encuentra mal... Faith trata de olvidarlo. Pero entonces le ve llevarse el dedo a la nariz y hurgar en ella. Luego mira a los lados y deposita un moco seco en el borde de la máquina frigorífica. Faith contiene el aliento. NO PUEDE SER. Su Adonis, ese ser perfecto... ¿echándose pedos y sacándose mocos? Su líbido empieza a estar tan congelada como los filetes que tiene a su lado. Logan se aleja unos pasos. Sigue canturreando, esos ojos deslumbrantes recorren los congelados. La ignora... Entonces alarga una mano, rapta un sobrecito de frutos secos de un stand y se lo guarda bajo la chaqueta. Continúa su recorrido por el pasillo y PPPPPRAAAAAAAAA Largo, profundo, asqueroso... El hedor llega a Faith, que siente náuseas... Coge un pollo congelado, lo levanta en el aire, y se lo arroja a Logan. El proyectil le golpea en la cabeza y el Adonis se desploma en el suelo, sin sentido. Faith se acerca y lo mira desde arriba. Así tendido en el suelo, parece inofensivo... Lo coge, lo arrastra hasta la cámara frigorífica más cercana, abre la puerta deslizante, y lo mete dentro. Lo cubre con bandejas de pollo y filetes, hasta que desaparece de la vista, y sonríe. Mucho mejor. El mundo está a salvo!
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Published on March 01, 2019 04:27

Relato: «Ayúdame, Mel»

—Cuéntame.—No, si no hay nada que contar.—¿Ah, no?—No sé qué quieres que te diga...—Pues... ¿por qué tienes un cadáver en tu cocina? ¿Por ejemplo?Silencio.—¿Dot?—Joder, ¿qué más da?—Mujer, me daría igual si fuera el cadáver de una rata, una cucaracha, una araña, algo que has matado con el pie... Pero ése de ahí es una persona. ¿Quién es?—Un tío cualquiera.—Ya, ¿has sido tú?Dot asiente despacio.—¿Y?—Oye, no quiero hablar de eso... ¿vas a ayudarme, sí o no?—Para eso me has llamado, ¿no? Para que te ayude a deshacerte de un puto muerto.—Para eso están las amigas, digo yo...—Pues mira, si voy a pringarme, quiero saber por qué.—No quieres.—Sí que quiero.—No, no quieres, en serio.—Dot... O me lo dices, o me levanto y me largo.Dot se lo piensa. Están las dos sentadas en el suelo, con la espalda pegada a la pared. El cuerpo de un hombre yace a poco más de medio metro, con la cara hundida y ensangrentada.—Es ese tío... —confiesa Dot. Se enciende un pitillo y le da una calada larga y profunda.—Qué tío...—El del parque.—¿El que te seguía cuando ibas a correr?—El mismo.—Qué pasa, ¿te ha agredido?Dot sigue fumando. No parece nerviosa, ni asustada. Está muy tranquila.—No, no ha podido hacerme nada.—Pues no lo entiendo.—¿No es evidente?—Para mí no. Dot, o me lo aclaras o me largo, YA.Dot le pasa el cigarrillo a Mel y frunce el ceño. Luego se levanta, rodea el cuerpo inerte del tipo del parque y lo coge por los pies.—No te necesito. Vete si quieres.—Joder, Dot. Eres muy terca, ¿lo sabías?Dot empieza a arrastrar el cuerpo por el suelo de la cocina. Deja un rastro ancho y sanguinolento.—Dot... ¡DOT!Mel apaga el cigarrillo, se levanta y va tras ella. La sigue mientras traslada el cuerpo hasta el baño, donde ya ha extendido un plástico para envolver el cadáver. La observa hacer. Dot deposita al tipo anónimo con la cara machacada sobre el plástico y comienza a envolverlo.—Dot... Me voy.—Haz lo que quieras.Mel no puede creerlo. Pese a sus palabras no se mueve.—Dot...Ahora Dot levanta la cara y deja lo que está haciendo. Tiene las mejillas encendidas, los ojos hirientes, sostienen las lágrimas, una rabia profunda, la decepción y una inquisitiva desesperación.Mel se siente mal. De pronto se adelanta, coge a ese desconocido por los brazos y la ayuda a envolverlo. Ve en el bolsillo de su pantalón vaquero unos guantes y una cuerda. No dice nada. Entre las dos lo enrollan en el plástico y después limpian el pasillo y la cocina a fondo, hasta borrar todo rastro de sangre del suelo.—Gracias —murmura Dot cuando terminan.—¿Qué hacemos con él?—Llevarlo al garage. Lo metemos en el maletero y vamos a la montaña. Lo enterramos en un hoyo bien profundo y lo olvidamos.—¿Tienes palas?—Tengo de todo.Mel asiente despacio.Dot le lanza las llaves del coche, coge el bulto inanimado y ella hace lo propio desde su lado. Lo levantan y se dirigen a la puerta del garaje.Al cruzar la puerta, Mel ve en el suelo un pasamontañas. está arrugado y tirado en un rincón. Pasa por encima. Tampoco esta vez dice nada. Cuando encierran el cuerpo en el maletero mira a Dot, Dot le devuelve la mirada, toma aire, se seca las lágrimas y se monta en el coche.—¿Vienes?—Al mismísimo infierno, Dot. Joder, al mismísimo infierno.#relatosmadeinmaiterochotorena
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Published on March 01, 2019 04:21

February 25, 2019

Relatos: «Vecinas»

«Ahí viene la puta de la Molly...» Me instalo en el hueco de la ventana y aparto la cortina tres dedos, lo justo para espiar sus movimientos sin que me vea. «Qué fea es la jodía...» No puedo con ella. Tres años viéndola ir y venir, siempre con esa estúpida sonrisa en la boca. Se la estamparía de un porrazo, ¡JODER! Y mira cómo anda, y todavía alguno se da la vuelta, ¿¿¿pero qué le ven esos gilip...??? Se cuela en el portal y juro que aún la veo durante un rato. La imagino subiendo las escaleras, contoneándose, canturreando alguna cursilería... Seguro que se cruza con Derryll y le mira el culo... No lo soporto. Tengo que hacer algo, algo letal, algo para que se trague su inmenso ego. Voy a mandarla al puto infierno. Uno, dos, tres... ¿Qué hacer? Casi oigo el tic-tac del tiempo paladeando los segundos; mi mente trabaja mientras me paseo por el dormitorio, arriba, abajo, arriba, abajo... Mis pasos suenan amortiguados sobre la alfombra, y pienso, pienso... «Pienso... que voy a ir a matarte directamente. YA» Cojo mi abrigo, voy a la cocina, saco el cuchillo más grande que tengo del cajón... Joder, la sonrisa que asoma en mi cara arrasa con la rabia y no me aguanto. «Corre, antes de que se te pase...» Salgo de mi apartamento y bajo hasta el tercero como una hiena. Casi puedo escuchar mis carcajadas en las escaleras, JAJAJAJAJAJAJAJAJA Su puerta es la C. Me detengo a un palmo, cuchillo en mano, los ojos enfermos, sedienta de venganza. ¿Por qué la odio tanto? «Porque es una pretenciosa de mierda, porque se lleva todos los saludos, porque le mira el culo a Derryll, porque no sabe que existo...» Jódete Molly... Llamo al timbre. Oigo las patitas de un perrito y un jadeo alegre. Luego unos pasos y la puerta se abre. ¿Desde cuándo Molly tiene perro? Una bola blanca de pelo se me echa encima ladrando, se me sube, trepa, ladra... —¡¡Dax!! Molly se ríe, y se disculpa. Agarra al chucho del collar y lo levanta en el aire para cogerlo en brazos. Se me queda mirando... y no me reconoce. Pues claro que no, no sabe que existo... Luego mira mi cuchillo, me clava una mirada curiosa, arquea las cejas... —¿Quieres pasar? ¿Pasar? ¿Por qué no la he matado ya? Acepto y me deja entrar. Dax olisquea mi pelo. Lo oigo jadear mientras recorro el corto pasillo. —Pasa al salón, ¿quieres tomar algo? —No. —Voy a ponerme un refresco, estoy sedienta, ¿seguro que no quieres nada? ¿Por qué me sonríe? Es odiosa. Su pelo cae en cascadas sobre su pecho, una espléndida mata de rizos azabache. Odio cómo luce a la luz de la mañana. Aún sujeto el cuchillo. Ella lo mira, me mira... —¿Estás bien? Pone su mano sobre la mía, la que sostiene el cuchillo, y joder, su contacto me quema la piel... —Te vi el otro día Sammy, cuando venías de correr. ¿Sueles ir todos los días, ¿no? Me quedo helada. ¿Sabe mi nombre? Asiento con la cabeza. La bilis trepa por mi garganta y se me acumula como una bomba de veneno, a punto de salir disparada... Molly sonríe, aparta la mano y se sienta a mi lado. —Siéntate. Da palmaditas en el sofá, y yo, como una muñeca sin cerebro, obedezco. Dax jadea sobre sus rodillas. Sus ojos color chocolate me observan con interés. —Me das mucha envidia, yo soy incapaz de hacer deporte, ufff... Abro la boca para decir algo, pero no me sale nada... «¿No ibas a liquidarla? ¡HAZLO YA!» Mi mano se queda muerta, los dedos agarrotados en torno a la empuñadura. —¡Ay! El refresco, qué tonta... Se levanta, deja al chucho en el sitio que ocupaba hace unos segundos y se larga. La oigo trastear en la cocina, y canturrea... Odio que lo haga... De pronto la furia regresa, hierve en mis venas, noto cómo la sangre se me sube hasta la cara. Me pongo roja... Voy a levantarme, y Dax me ladra. De pronto se pone frenético, creo que intuye lo que voy a hacer. —¡Cállate joder...! Pero salta como un poseso y sus dientes me atraviesan el antebrazo. Ostia p.... ¡JODER QUÉ DAÑO! —¡Suéltame! Sacudo el brazo y me levanto, pero el maldito perro se queda colgando, gruñe como un demonio, hunde más sus afilados dientecitos, y yo bailo por el salón, zarandeándolo como una loca. Molly aparece con su refresco. Al ver la escena su rostro se transforma. No puedo creerlo. No parece ella... «¿Ésa es Molly?» Su sonrisa angelical se torna demoníaca, sus mejillas parecen ascuas incandescentes. Suelta el refresco, cruza la sala, agarra al perro, lo arranca de mi brazo y lo arroja contra la pared, ¡¡BLAM!! Casi me da pena. Dax cae el suelo y se queda inerte, como un peluche de pelo blanco... Mi brazo sangra... —Y tú... Molly se acerca a mí, me enseña los dientes, los ojos fieros, el pelo saltando en torno a su rostro desencajado. Me agarra por el cuello y aprieta, me obliga a retroceder hasta toparme con la ventana. ¡BUM! Mi espalda golpea el cristal y aplasta la cortina. —Tú... ¡Joder! Levanto el cuchillo, ahora, ¡es ahora! ¡esta tía está loca! Pero Molly sonríe, tira de mí hacia ella, y luego me empuja, otra vez, adelante, atrás, contra el cristal... BUM, BUM, ¡¡¡BUM!!! ¡¡¡¡CRASH!!! Cuando rompe la ventana con mi cuerpo, se ríe como una loca. Los cristales caen al suelo como una lluvia cortante. —Jódete Sammy... ¿Venías a matarme con ese puto cuchillo? Me quedo helada. Me sostiene un momento, me falta el aire, sus dedos se hunden en mi garganta, son como tenazas, y dejo caer la mano que sostiene el cuchillo... Y entonces me arroja por la ventana. «Me cago en la p... Molly de los c....»
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Published on February 25, 2019 02:51

February 11, 2019

Bocaditos de Suspense: «Eres un desagradecido»

—Ábreme, ya está bien... —Quédate donde estás, o no respondo. Astrid se queda muy quieta, con la cara pegada en el cajón. Dentro está su hermano Job. —Abre, joder. Prometo que no te haré daño esta vez. —Siempre dices lo mismo, y siempre me muerdes. —Esta vez no, lo prometo. Abre, Job. No hagas que me enfade... Oye cómo Job se revuelve dentro del cajón. Percibe su cuerpo pequeño y cálido apretado en las cuatro paredes de madera de pino, percibe su olor, su miedo, su calor. Pasan un rato en silencio, así, Astrid tendida sobre el cajón, Job dentro, obstinado en su encierro. —Job, ¿recuerdas el día que te caíste en el lago? —silencio—... Yo te salvé. Te saqué del agua y te reanimé cuando estabas muerto. —No estaba muerto... —Sí lo estabas, habías dejado de respirar, tenías los pulmones llenos de agua, ¿lo recuerdas? —silencio—. ¿Sí o no? —Sí. Al fin. —¿Recuerdas cuando te estaban pegando aquellos chicos del colegio? Yo te salvé de ellos. Te hubieran matado, ¿lo recuerdas? Silencio. —Eres injusto, Job. Yo siempre te he protegido. —No es verdad. Sólo lo haces porque me quieres para ti. Astrid lo piensa. —Es verdad. ¿Y qué tiene de malo? —Nada, si me quisieras de verdad. Pero no me quieres, no como lo haría una hermana. Su voz atiplada le llega amortiguada a través de la tapa del cajón. Astrid pega la oreja a la madera y cierra los ojos. Job debe de estar asustado en la oscuridad absoluta y el estrecho espacio en el que se esconde. —Te quiero como una hermana —murmura con paciencia. —Mentira. Me quieres como lo que eres. Suspira... —¿Y qué soy? —pregunta con cansancio. Job calla. Debe de estar pensando qué decir. O tal vez sólo tiene miedo de decirlo. Astrid sonríe. Le gusta que Job tenga miedo, es enternecedor. —...eres una depredadora, supongo. —¿Lo soy? De nuevo tarda en responder. —Lo eres —dice al fin. Ahora Astrid pierde un poco la paciencia. Esto ya dura demasiado. —Oye Job, ¿vas a salir o voy a tener que sacarte a la fuerza? —No puedes sacarme y lo sabes. —Sí que puedo. —No, no puedes. —¿Qué te apuestas? Astrid se incorpora y se pone de pie. Se queda mirando el cajón, lo analiza por todos lados. La tapa está firmemente anclada en su lugar, no tiene asas, ni forma de agarrarla para tirar de ella. Es un buen cajón. Job ha debido de invertir mucho tiempo para diseñarlo. Ese mocoso sabiondo... Suelta un bufido, y entonces escucha la risita de Job. Se está burlando de ella... —Job, te voy a matar. La risita se extingue al instante. El miedo de su hermano llega hasta Astrid. Es ella la que sonríe esta vez. Sus dientes agudos asoman a través de sus labios rotos. Se da la vuelta, atraviesa la habitación de juego, por encima de los cadáveres descompuestos de sus padres, y busca con qué sacarle de su madriguera. No encuentra nada. Pisotea los restos resecos de su madre. Aún están cubiertos con la ropa que llevaba el día que la mató... El húmero de su pierna derecha asoma a través del pantalón. Se agacha y lo coge. Parece fuerte... Pero no sirve. Lo arroja contra la pared. —¿Qué haces, Astrid? —Sal a verlo, pequeño cobarde... Job se encoge en su refugio de madera y se cubre el rostro con las manos. la oye caminar, trastear, revolver... Percibe su rabia, está furiosa... y hambrienta. —Job. ¡Sal! —¡No! —¡Sal, joder! —¡No! Astrid patea el cajón, lo golpea con los puños, le da patadas, lo araña con sus uñas duras y afiladas... y el cajón se desplaza. Anda... Mira tú por dónde... Astrid decide empujarlo. Apoya todo su peso en él y lo va llevando, poco a poco, hacia la ventana. —Astrid, ¿qué haces? ¡Astrid! Ella sonríe mientras lo va guiando hasta colocarlo justo donde quiere. Luego lo levanta de un extremo. Dentro Job se revuelve, pero no sale. Astrid lo impulsa, lo balancea... y lo tira por la ventana. El cajón se precipita desde los siete metros de altura que hay hasta el suelo, se estrella contra el pavimento y revienta. Cuando Astrid se asoma, lo ve desmontado y abierto. Lo ha conseguido, ¡la comadreja ha salido! Job yace allí abajo, desparramado en medio de un pequeño charco de sangre. No está muerto. Por supuesto que no. Astrid baja corriendo y llega hasta él. Pone los dedos en su garganta. Aún vive, siente su pulso. Lo pone boca arriba y empieza a reanimarlo... Cuando Job despierta, todo está borroso. Luego ve el rostro de Astrid inclinado sobre el suyo. Sonríe. —¿Lo ves? Otra vez te he salvado el cuello. Maldito desagradecido...
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Published on February 11, 2019 03:07

Bocaditos de Suspense: «El castigo de Adrianna»

Suenan las campanas, y Adrianna aún no está lista. Se asoma por la ventana y busca una excusa para poder quedarse y eludir su castigo. —Bájate de ahí —le dice Sunnie—. Por una vez, obedece. Pero Adrianna no se mueve. Aguanta sobre el taburete, encaramada al poco coraje que le queda; escudriña la calle, por si encuentra una manera de escapar. —Adrianna... No puedes marcharte. Lo has prometido.. Sunnie se acerca. Alarga la mano y enreda los dedos en su pelo. Frota un mechón, suave... Sonríe. —Cuando uno promete algo, lo cumple... —No si ese algo es injusto. —Injusto? —No me has dado ninguna oportunidad, no he podido escoger. Sunnie la rodea hasta quedar frente a ella. Es tan alto que incluso subida como está en el taburete, quedan a la misma altura. Sus ojos la observan con atención. La sondean... —Deja que me vaya. Sunnie ladea la cabeza con curiosidad. —Y qué harás? —Seré libre. —Libre... para qué? Adrianna se encoge de hombros. —Para vivir, supongo. —No puedo dejarte ir. Dónde me dejaría eso? —Deja que me vaya, te lo ruego... Sunnie se acerca más, coge su cara menuda con la mano y la acerca a la suya. La huele... mmmm huele a azafrán, a canela... —Estas castigada. Bájate. —Y si no? —Y si no, te haré bajar yo. Adrianna se baja del taburete, pero antes se vuelve un instante hacia la ventana. La calle sigue desierta. No hay nada que pueda hacer. —Arrodíllate. Adrianna obedece. —Inclínate. Lo hace. —Recuerdas por qué te he castigado? Adrianna asiente. —Dilo. —Por retrasarme. —No. Te castigo por odiarme. Por cómo me miras, porque me aborreces, porque contienes el aliento cuando me ves, porque no te rindes a mí. Adrianna traga saliva. Espera su castigo. —Qué crees que va a pasar ahora? —Que vas a querer matarme. —Querer? No. Voy a matarte. Adrianna sonríe. —Puede ser. Sunnie alza las cejas, curioso. Saca lentamente su cuchillo, se acerca a ella y le susurra al oído. —Por desgracia para ti... este es tu destino. No puedes escapar a él. El filo de acero está frío. Adriana siente cómo se hunde en su costado y la atraviesa. Mira a Sunnie, extrañada. No siente dolor, sólo una quemazón. —Es esto la muerte? —murmura—. No es como yo pensaba. —Y cómo creías que sería? —Dolorosa. —Duerme Adrianna. Sunnie retuerce el cuchillo en sus entrañas. La sangre se derrama y Adrianna nota un vacío en su interior y un frío intenso. Cuando sus párpados se cierran y su conciencia se pierde... no tiene tiempo de pensar nada más.
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Published on February 11, 2019 03:03

December 21, 2018

Relato: «He atrapado un monstruo»

Su olor traspasa la puerta, se cuela por el pasillo y llega hasta mí. No puedo respirar y no oler, es imposible. Me quedo tumbada boca arriba, esperando, pensando. No puedo dejarlo ahí. Si yo lo huelo, cualquiera podría olerlo, ¿no? O tal vez soy yo, que me estoy volviendo paranoica. Miro mi reloj. Son las cuatro de la madrugada. Miro hacia la ventana, fuera está lloviendo. Sigue lloviendo más bien. Lleva una semana lloviendo. Los cristales están empañados. Miro hacia el techo y escucho... No se oye nada. Sólo mi respiración. Las cuatro. No puedo dormir. Así no. Me levanto y me acerco a la cocina. Arrastro los pies sólo para escuchar algo más que a mí misma. Podría calentar algo. Me hago una tila. Querría un café, pero me hago una tila. La cocina está tranquila. Siempre es la parte más tranquila de mi casa. Es como una burbuja protectora donde puedo refugiarme. Los problemas se quedan fuera. ESO se queda fuera. Pero no su olor. Su hedor llega hasta aquí también. Bebo unos sorbos y recapacito. Tengo que calmarme, e ir pensando qué cojones voy a hacer ahora que lo tengo encerrado. ¡Cómo! En nombre de Dios, ¡cómo... se me ha ocurrido atraparlo! ¿En qué estaba pensando? Dos sorbos más. La tila desciende por mi esófago, demasiado caliente. Cierro los ojos. No puedo sacarlo de donde está. No puedo ni acercarme. De hecho, no quiero verlo, no quiero saber que está ahí, quiero dejarlo ahí y que se muera solo, de hambre, si es que «eso» puede morir. ¿Y si se escapa? Estará furioso, furioso conmigo. Me buscará, y me matará. Siempre ha querido matarme. Eso no puedo permitirlo. Yo sola me he metido en este lío, yo he de solucionarlo. Me río como una demente, qué valiente... ¿no? Y ha sido tan fácil cogerlo... Nunca lo hubiera imaginado. Que lo atraparía así, simplemente cerrando la puerta del sótano. Ahora le oigo. Se revuelve ahí abajo. Sus pasos fuertes hacen retumbar un poco el suelo. Percibo su tamaño descomunal a través de los muros de la casa. Lo imagino inmenso y negro ocupándolo casi todo. No puede casi moverse, no tiene espacio suficiente. ¿Verdad? ¿No reventará la puerta? No sé por qué, pero sé que no. ESO no abrirá la puerta, o ya se habría largado. Dejo la tila y me enciendo un pitillo. Tengo que hacer algo. Ya. Vamos, valor... Me levanto y salgo de mi refugio-cocina. El pasillo está silencioso y oscuro. Lo recorro despacio, esta vez pisando con suavidad. Soy sigilosa cuando me lo propongo. Cuando llego al final, bajo las escaleras. Mis pies descalzos no hacen el menor sonido. Yo casi no respiro. Pero lo huelo... Dios, es nauseabundo... Cuando llego a la planta baja, atravieso el vestíbulo y me acerco a la puerta del sótano. Me detengo y espero. Sé que está al otro lado, esperando... esperándome a mí. Entonces se revuelve, y sacude la puerta. La veo temblar sobre sus goznes, se sacude, tiembla con cada embestida. ¡BOOM! ¡BLAM! ¡BAMB! Toda la casa se estremece, y yo soy una sombra que suda en la oscuridad, incapaz de hacer nada. ¿Qué hago? ¿Cómo acabo con él? No puedo abrir esa puerta. No, ni pensarlo. ¡BOOOOOM! Le oigo revolverse. Está desesperado, se sacude, golpea, respira, bufa, de sus fauces emerge un rugido profundo que me hiela la sangre en las venas. Por debajo de la puerta se percibe su sombra. Es tan grande... Una mole. No puedo dejarlo ahí eternamente. Acabará por derribar la puerta. Además, no sé qué pasará cuando se haga de día. «Mierda...» No había pensado en eso. ¿Qué pasa con los monstruos durante el día? ¿Desaparecen? No lo creo. Éste no. «Haz algo... HAZ... ALGO» Lo que sea. ¡¡¡¡BLAM!!!! ¡¡¡BAM BAM BAM!!! La puerta está a punto de desencajarse. Esto es una pesadilla... Y él es un monstruo. ESO es «mi» monstruo. Yo lo he atrapado, le he encerrado en el sótano. ¿Qué se hace con los monstruos? Miro mi reloj, las cinco. El sol saldrá en algo más de una hora. Tengo que matarlo. Vuelvo a la cocina y saco un cuchillo de un cajón, el más grande que encuentro. Luego regreso. Ya no me molesto en ser sigilosa. Bajo las escaleras como una tromba. Una risa demencial se escapa de mi boca cuando llego abajo y me planto de nuevo ante el sótano. «¡¡HAZLO!!» Abro la puerta de golpe y ESO se abalanza sobre mí, es enorme, una mole. Le clavo el cuchillo una y otra vez, aúllo como una posesa. —¡Sangra! ¿No sabes sangrar? —chillo. La refriega dura apenas unos minutos. De pronto siento que ya no se mueve. Su peso me aplasta. No puedo... respirar... Me lo quito de encima como puedo, y me miro las manos ensangrentadas. Sangre... Esperaba algo negruzco, algo más denso, más... antinatural. Me pongo de pie y me quedo mirándole. ESO yace boca abajo, sin vida. Mi monstruo personal, que lleva atosigándome toda la vida. Alargo la mano y le levanto la cabeza. Su rostro horrible es demasiado familiar. Mi padre. ESO es él, mi padre. Me dejo caer a su lado y suelto el cuchillo. Mi padre... Se acabó. Al fin.#relatosmadeinmaiterochotorena
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Published on December 21, 2018 03:42

December 12, 2018

Bocaditos de Suspense: «Alumno aventajado»

—No tengas prisa, hazlo despacio, muy... despacio...—¿Así?El doctor Borg asiente. Sus ojos siguen el corte perfecto que Jonas está trazando. Tiene un pulso equilibrado, sin el menor temblor. Sus dedos largos son delicados pero fuertes, en la medida exacta. Termina la incisión, larga y profunda, y aparta el bisturí.—mmmmmEl doctor piensa un momento, aún no tiene claro si Jonas está listo para el siguiente paso. El chico, como si le hubiera leído la mente, se apresura a sonreír.—Puedo hacerlo —asegura.—No lo dudo —el doctor también sonríe por encima de su mascarilla—. Lo que me pregunto es si hemos llegado al momento adecuado para que lo hagas. Verás, Jonas, cada cosa a su tiempo. Si me equivoco, y te expongo a una experiencia así antes de tiempo, todo podría irse al traste. No te recuperarás. Lamentaría mucho que eso sucediese.Su aire es paternalista, y a Jonas le escuece en su orgullo. Asiente, ahora más serio. Mira el corte profundo y perfecto que acaba de hacer. Ha penetrado la carne y los músculos. La sangre mana en un reguero fresco y brillante. Quiere más, quiere dar el siguiente paso, y demostrarle al doctor que está preparado. Alza la mirada y le dedica a Borg una sonrisa segura.—Puedo hacerlo. Déjeme intentarlo por favor.El doctor lo medita un instante. Su alumno es el más aventajado, es brillante, ha avanzado mucho en poco tiempo, y demuestra una sangre fría sin parangón. Con un leve asentimiento, le hace entender a Jonas que le da permiso para hacer su intento.Jonas no puede creerlo. Una descarga de adrenalina recorre sus venas, el corazón se le dispara... Respira acelerado dentro de su mascarilla.Un momento... Se inclina hacia el corte que ha hecho. Inspira despacio. Sabe que debe tranquilizarse. Alarga la mano e introduce los dedos en la herida, luego la mano completa, desnuda, para sentir más... Palpa el estómago. Sonríe.—Adelante —le anima Borg—. Tu hermana ya no despertará más. Una vez extraigas el estómago estará muerta. ¿Supone eso un problema para ti?A Jonas le brillan los ojos de excitación. Mira de reojo el rostro de su hermana. Está despierta, pero no puede moverse. Le mira con el horror dibujado en su cara de torta. Ya no volverá a mirarle así. La odia. Ojalá sufra.Mete la mano hasta el fondo y rodea el estómago con los dedos.—Ninguno, doctor Borg.
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Published on December 12, 2018 01:41

Relato: «Los cazadores»

—Oye Ben, ¿cuántos cigarrillos te quedan? —Sólo dos. —A mí ninguno... Samuel se queda callado. Rumia sus miserias mientras a su lado Ben decide agotar sus dos últimos pitillos. Le tiende uno a Samuel y se enciende el suyo. —Si nos va a joder, quiero disfrutar un poco. Sus ojos escudriñan la oscuridad. Desde el puesto de caza en el que se agazapan apenas se ve nada. Es noche cerrada. —¿Crees que va a volver? —Sin duda. —Joder... ¡Joder! Ben le da una calada a su cigarrillo. Brilla en la oscuridad e ilumina por un instante su rostro. Sus piernas cuelgan hacia el vacío. El puesto es una torre, como un andamio de metal de unos veinte metros de altura. Hace frío ahí arriba. —No hemos debido volver. —Pues no haber insistido... —Ya... Joder, ni siquiera hemos encontrado el rastro. ¿Estás seguro de que le acertaste? —Vi sangre, y tú también. Tuve que darle. —Pero no hemos visto huellas, nada. Si estuviera herida, habríamos encontrado algo. —Cállate Samuel. Pero Samuel no tiene ganas de callarse. El silencio del bosque le pone nervioso. Escudriña la oscuridad. Sólo distingue las ramas de los árboles más cercanos. De pronto algo se mueve a los pies del puesto. Samuel y Ben recogen las piernas por instinto y se preparan. Sus rifles de mira telescópica tienen visión nocturna. Abajo todo está en calma, no ven nada. Ben apoya el ojo derecho en la mirilla y mueve el rifle, barriendo el perímetro. Nada. —...schhhhh Tiene que estar ahí... —susurra Ben. Apagan sus cigarrillos y esperan en silencio. De nuevo un chasquido. Una sacudida agita la torre de metal. Samuel se sobresalta, está a punto de dejar caer su rifle. —Ten cuidado maldito inútil... —sisea Ben. Otra sacudida. Abajo hay algo. Se oyen pequeños pasos. —Está ahí... ¿la ves? Samuel vuelve a mirar. Es cierto. está ahí mismo, mirando hacia arriba. Su hermana les observa. A Ben se le eriza el vello de todo el cuerpo. —Mátala Ben —suplica Samuel—... ¡Mátala! Ben apunta con su rifle y dispara. La detonación despierta ecos en el bosque. —¿Le has dado? —Creo que no... —¡Joder! De nuevo el puesto se sacude, esta vez con violencia, y Ben y Samuel se levantan. Abajo su hermana está zarandeando la estructura. Es pequeña, pero su fuerza es descomunal. Trata de hacerles caer, como la fruta madura de un árbol... Un chasquido metálico anuncia que algún hierro se ha roto y el puesto se inclina. Otro estallido, y la plataforma sobre la que se encuentran se balancea y cae. Ben y Samuel se precipitan al suelo. caen como dos fardos. Samuel se golpea la cabeza contra una roca y muere en el acto. Ben queda tendido boca arriba, sin aire. Boquea, trata de recuperar el aliento, quiere moverse... Su hermana se acerca. Está descalza, sus pies se hunden en la tierra negra del bosque. Ben alcanza a distinguir sus manos. Tiene los dedos ensangrentados. —Shirley... La niña abre la boca pero no dice nada. Sus ojos brillan llenos de odio. Se arrodilla a su lado. Ben descubre que tiene una herida de bala en el vientre. Sangra, pero no parece afectarle. ¿Cómo puede ser? —Shirley, por favor, soy Ben, tu hermano... La niña le observa impasible. Entonces alarga una mano y coge una piedra grande. La levanta sobre su cabeza y le golpea. Ben aúlla, patalea, removiendo el lecho de hojas muertas sobre el que ha caído, mientras su hermana vuelve a levantar la piedra y le golpea una y otra vez, hasta aplastarle el cráneo. Ben muere, y Shirley se limpia la sangre de la cara con la manga de la chaqueta. Sus hermanos no volverán a darle caza.
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Published on December 12, 2018 01:36