Raquel Mingo's Blog
January 25, 2025
PUBLICACIÓN DE DE LAS CENIZAS AL VIENTO

Hoy, 26 de enero, sale a la venta mi último libro, DE LAS CENIZAS AL VIENTO.
Se trata de una historia bonita, romántica y divertida entre un hombre que lo ha perdido todo y una mujer que ha conseguido lo que más deseaba en el mundo.
Valeria y Gael no pueden ser más diferentes, pero a cada uno le atrae algo del otro. ¿Será suficiente para que se den una oportunidad? ¿Y qué aventuras les deparará la vida?
¿Me acompañas y lo descubres?
DE LAS CENIZAS AL VIENTO
En una misma noche, perdí lo que más quería en el mundo y obré un milagro. Desde entonces, sobrevivo a duras penas, desvanecida cualquier esperanza de ser feliz.
Hasta que infrinjo todas las normas; las mías y las de la ética humana, y permito que una nueva luz ilumine mi oscuridad.
Ella es calidez, ingenuidad y pasión. Viene cargada de risas y sentimientos. Y me ha devuelto las ganas de vivir.
Me recuerda a alguien que se fue para siempre, pero cuya esencia resulta inevitable que perdure entre nosotros.
No sé si seré capaz de quedarme, o si marchándome terminaré de romperme. Lo único indiscutible es que le he regalado mi corazón, y puede que Valeria no me lo perdone jamás.
June 23, 2024
Aperitivo 5 de LAS HIJAS DEL MONSTRUO

—Vosotras dos. —Ambas se giran hacia Felipe con cara de susto—. Plantad vuestros culos en el sofá —ordena, señalando el espacio vacío a mi lado—. Hasta que llegue Sofía, vamos a decidir cómo salvar a mi mujer de sí misma.
Ellas no dudan ni un segundo. Corren hasta mí y se sientan, con sus manos fuertemente agarradas a las mías.
—¿Vas a aceptar nuestra ayuda? —pregunta él, en un murmullo cargado de amor, comprensión y voluntad.
Trago saliva y, muerta de miedo, asiento. Si los tengo a ellos, puedo lograr cualquier cosa.

May 26, 2024
Aperitivo 4 de LAS HIJAS DEL MONSTRUO

—Tengo una crisis existencial —suelta, a bocajarro, haciendo que Clau se atragante con mi exquisito Marqués de Murrieta, reserva del dos mil dieciséis.
—No te rayes —aconsejo—. A nosotras nos da igual que te guste la carne o el pescado. De hecho, este vino marida estupendamente con ambos.
Vale. Estoy un poquito, muy poquito, borracha. Desde que se desencadenaron los acontecimientos hasta que llamé a la caballería, transcurrió más de una hora. Sumémosle otros dos vinitos y ¿qué obtenemos? Una melopea del quince. Matemáticas puras.
—Al final, voy a hacerme lesbiana por presión colectiva.
—Ni caso —tercia Claudia, que ya ha dejado de limpiar sus babas de la mesita. La ha dejado más impoluta que la asistenta—. Aunque, ahora que hablamos de ello, te he pillado varias veces mirándome las tetas.
—Menuda grima. —Ka finge una arcada. No puedo estar más de acuerdo—. Lo que ocurre es que siempre las has tenido muy tiesas y redonditas. Y, después de dos hijos, parecen dos melones maduros. Como gran admiradora del arte que soy, de vez en cuando me recreo con tus lolas —reconoce, sin pudor—. Pero no de un modo sexual. Eres mi hermana. Y no me gustan las mujeres.
—Ni los hombres —murmuro, entre dientes.
—¿Podemos centrarnos en mi crisis?
—Sí, claro. ¿Qué te pasa, cariño? —pregunta Clau, preocupada.
—Para decirlo con suavidad: llevo un tiempo valorando la posibilidad de dejar de diseñar.
—¿Qué? —Nuestra hermana parece escandalizada. Más que si Blanca hubiese confesado que le va el sado o que Móstoles es el centro neurálgico de España.
—Pues, si llegas a decirlo sin suavidad… —me burlo, antes de darle un trago a mi rioja. Tengo que comprobar cuántas botellas me quedan; acaba de convertirse en mi elixir de vida.
Ka me señala y le pregunta a Claudia:
—¿No estaba hecha polvo?
—Hace hora y media, esto parecía la escena más triste de Titanic.
Blanca asiente, como si con ese dato lo entendiera todo.
—¿Cuál de las dos se quedó la tabla?
—Sois gilipollas —respondo.

May 19, 2024
Aperitivo 3 de LAS HIJAS DEL MONSTRUO

Alzo mi copa para que la anfitriona la rellene.
—¿Qué tal va el curso?
—Estupendamente. Cumplimos los objetivos y todo marcha tranquilo. En general, los críos se portan bien. Al fin y al cabo, estamos en primaria. Otro gallo nos cantaría si se tratara de secundaria o bachillerato.
—¡¿Otro gallo nos cantaría?! —se burla Blanca, entre risotadas—. ¿Pero tú cuántos años tienes, tía?
—Cuarenta y tres. ¿Qué esperas que diga? ¿«La movida sería la hostia de diferente si habláramos de adolescentes cachondos y vacilones»?
Las carcajadas de mis hermanas deben de escucharse en toda la urbanización. Nos hemos sentado como siempre: Ka, en una de las cabeceras, y Nere y yo, a ambos lados de ella. El resto de los comensales charlan entre sí y, de vez en cuando, meten baza en nuestra escandalosa conversación.
Berto se levanta para que Pipe le eche Nestea en el vaso y yo lo contemplo con…
—Dios, Clau. ¿Tu hijo no se ha puesto gayumbos limpios hoy?
—¿Qué? ¿Por qué dices eso?
—Lo estás mirando con una cara de asco… —explica Nerea, en voz baja.
Vuelvo a fijarme en sus pantalones por encima del tobillo y suspiro. Dani los lleva casi idénticos, aunque los suyos, en lugar de vaqueros, son de lona y con estampado militar.
—Detesto la ropa pesquera. Y lo mismo me pasa con las partes de arriba.
—Mujer, al menos no se han apuntado a la moda de los pantalones cagados.
Reprimo un escalofrío.
—Shhh… Baja la voz. Puede que no se les haya ocurrido aún.
—Si lo hacen, respeto máximo, ¿eh? —interviene Blanca, muy seria—. Nada de traumas para mis niños. —Levanta el puño y las dos nos apresuramos a chocárselo. Joder, qué suerte tengo de que estén en mi vida—. Eso sí, el día que se los pongan, no quedamos. Me veo incapaz de no descojonarme mientras los tenga a la vista.
—No es mi caso, claro —asegura Nere—. Pero mi hija es muy impresionable, así que yo también me escaqueo de ese show; lo lamento en el alma.
—Menudas cabronas.
—Claro, claro. Que tú eres mu santa.

May 14, 2024
Aperitivo 2 de LAS HIJAS DEL MONSTRUO

—Tengo la sensación de que la relación con mis hermanas se desmorona —termino por confesar.
Zora se incorpora en su silla, con el entrecejo fruncido.
—¿Por qué piensas eso?
Aprieto los labios, en una mueca que muestra mi propia incomprensión.
—No sé cómo explicarlo.
—Inténtalo —me anima—. No te preocupes si te parece que no tiene sentido, limítate a vomitar tus sentimientos. Yo me encargo de encontrarles significado.
Inhalo profundo y, a pesar de sus instrucciones, trato de ordenar mi caos interior. De lo contrario, ninguna de las dos nos vamos a enterar de nada.
—Siempre nos hemos esforzado por vernos a menudo. No dejábamos que transcurrieran más de dos o tres semanas sin reunirnos y manteníamos un vínculo sólido y estrecho. Ahora, pueden pasar cinco o seis meses sin que ninguna haga el esfuerzo de quedar, y nuestro trato se ha vuelto… forzado. —Doy un trago al té, aunque lo que me apetece es pimplarme un gin-tonic—. La mayor parte del tiempo parece que estemos compitiendo: quién es más guapa, más lista, más ligona, más rubia… Como no tengo hijos, me han descalificado de ese campeonato, gracias a Dios —continúo desahogándome con amargura—. Hasta mi cuñado ha comentado últimamente que las unas sacamos lo peor de las otras. ¿No se te antoja una idea triste de narices?
—Voy a contestarte con otra pregunta: ¿puede que hayas magnificado el problema? Te cuesta horrores tratar con la gente, incluso si esta pertenece a tu familia, y con frecuencia te encierras en ti misma, sin importar que estés rodeada de personas. Además, eso de que la confianza da asco es una verdad como la copa de un pino; a veces, los roces entre hermanas son inevitables, pero eso no significa que vuestra conexión se haya debilitado.
Niego con la cabeza y me hago un ovillo en el sofá. Parezco una niña insegura y perdida, y me pregunto si una parte de mí no lo ha sido toda la vida, a pesar de que haya otra que se come el mundo al levantarse cada mañana.
—Creo que no conectamos. En realidad, se reduce a eso, ¿sabes? Nuestra unión aparentemente inquebrantable se desvanece porque cada una es un recordatorio constante del infierno que vivimos. Mirarnos a los ojos acarrea la molesta consecuencia de reconocer que estamos rotas. Y ninguna quiere acordarse de eso.
—Te he repetido mil veces que no me gusta que uses la palabra «rota».
—Y, sin embargo, jamás has negado que lo esté.
Zoraida se inclina hacia mí y me toma la mano, apretándola con suavidad.
—Tienes tantas cicatrices que, si estuvieran a la vista, la gente se horrorizaría al contemplarte. Los seres humanos carecen de la bondad necesaria para reconocer a la gran mujer que se oculta detrás de todas esas marcas —asegura, en tono despectivo—. A lo largo de los años, entre las dos hemos conseguido que algunas se hayan desdibujado hasta convertirse en finas líneas blancas, apenas perceptibles, pero hay otras que aún se abren a la menor oportunidad porque la carne sigue infectada.
—¿Y cómo las curamos? —susurro, desesperada por sanar.
—Con paciencia y confianza. Con mucho amor; dándolo a manos llenas, pero, en especial, permitiéndote recibirlo, que es una de las cosas que más miedo te dan en este mundo. Y lo más importante: teniendo esperanza, Blanca.

May 8, 2024
Aperitivo 1 de LAS HIJAS DEL MONSTRUO

—¿Te queda mucho? Se nos ha ocurrido dar una vuelta con las niñas para disfrutar del solecito. Así seguimos enseñándole a Nerea a montar en patines.
—Ahora tengo que volver a empezar. —Hace un gesto con la mano y señala el suelo mojado, que la abuela está pisando sin ninguna consideración—. Lo de los patines, podemos dejarlo para otro momento. A Nere no le gustan mucho y se siente insegura.
—Porque no practica lo suficiente. Es un poco patosa, pero le cogerá el tranquillo, igual que con la bicicleta. Emiliano y yo somos buenos maestros —afirma, con una risita un tanto molesta—. Prueba de ello es que, gracias a nosotros, las tres han aprendido todo lo que saben. Uy, si me disculpas, tengo que deshacerme del ajoblanco. Luego ya vuelves a darle una agüita.
La abuela cierra la puerta en las narices de mi madre, que se queda muy quieta en el pasillo, a oscuras. Me acerco despacio y entrelazo mis dedos con los suyos. Tras unos segundos en los que parece que ni siquiera respira, tira de mí con suavidad hasta el office.
—¿Te encuentras bien?
La calidez de su sonrisa podría competir con la del mismo sol. Aunque sea fingida, como la de ahora.
—Sí, cielo. ¿Y tú?
—El ajoblanco estaba vomitivo.
—Como siempre, vamos.
—Ajá.
—¿Quieres ponerte los dichosos patines?
—Prefiero que me saques una muela con tus pinzas de depilar. Sin anestesia.
Las carcajadas de mamá son lo mejor de este mundo. Lástima que cada vez cueste más conseguirlas. Y que duren tan poquito.
—Que si os han enseñado a comer, a hablar, a andar, a no mearos, a montar en bicicleta, en patines… Y yo, ¿qué? ¿He pasado los últimos dieciocho años en un balneario?
Le rodeo las caderas, aprieto los párpados con fuerza y atesoro este momento que, aunque triste, es solo nuestro.
—Mami, tu huella está por todas partes. Cuando crezcamos, nadie podrá dudar de quién nos hizo como somos.
Esta vez, cuando sonríe, con lágrimas en los ojos, es de verdad.

Trocito de LAS HIJAS DEL MONSTRUO

—¿Te queda mucho? Se nos ha ocurrido dar una vuelta con las niñas para disfrutar del solecito. Así seguimos enseñándole a Nerea a montar en patines.
—Ahora tengo que volver a empezar. —Hace un gesto con la mano y señala el suelo mojado, que la abuela está pisando sin ninguna consideración—. Lo de los patines, podemos dejarlo para otro momento. A Nere no le gustan mucho y se siente insegura.
—Porque no practica lo suficiente. Es un poco patosa, pero le cogerá el tranquillo, igual que con la bicicleta. Emiliano y yo somos buenos maestros —afirma, con una risita un tanto molesta—. Prueba de ello es que, gracias a nosotros, las tres han aprendido todo lo que saben. Uy, si me disculpas, tengo que deshacerme del ajoblanco. Luego ya vuelves a darle una agüita.
La abuela cierra la puerta en las narices de mi madre, que se queda muy quieta en el pasillo, a oscuras. Me acerco despacio y entrelazo mis dedos con los suyos. Tras unos segundos en los que parece que ni siquiera respira, tira de mí con suavidad hasta el office.
—¿Te encuentras bien?
La calidez de su sonrisa podría competir con la del mismo sol. Aunque sea fingida, como la de ahora.
—Sí, cielo. ¿Y tú?
—El ajoblanco estaba vomitivo.
—Como siempre, vamos.
—Ajá.
—¿Quieres ponerte los dichosos patines?
—Prefiero que me saques una muela con tus pinzas de depilar. Sin anestesia.
Las carcajadas de mamá son lo mejor de este mundo. Lástima que cada vez cueste más conseguirlas. Y que duren tan poquito.
—Que si os han enseñado a comer, a hablar, a andar, a no mearos, a montar en bicicleta, en patines… Y yo, ¿qué? ¿He pasado los últimos dieciocho años en un balneario?
Le rodeo las caderas, aprieto los párpados con fuerza y atesoro este momento que, aunque triste, es solo nuestro.
—Mami, tu huella está por todas partes. Cuando crezcamos, nadie podrá dudar de quién nos hizo como somos.
Esta vez, cuando sonríe, con lágrimas en los ojos, es de verdad.

April 30, 2024
PUBLICACIÓN DE LAS HIJAS DEL MONSTRUO

Hoy, 01 de mayo sale a la venta mi último libro, LAS HIJAS DEL MONSTRUO, con el que participo en el Premio Literario Kindle Storyteller 2024 de Amazon.
Se trata de una historia dura, desgarradora y con un registro muy distinto a lo que suelo hacer normalmente.
¿Por qué me he embarcado en algo así? te preguntarás (no es que yo no me lo haya cuestionado un porrón de veces a lo largo de la novela). Lo único que puedo decirte es que necesitaba escribirla. A veces, simplemente, las palabras empujan, y la única opción es dejarlas salir.
Te ofrezco la más significativa de mis creaciones. ¿Te apetece descubrirla?
LAS HIJAS DEL MONSTRUO
«Me he pasado media vida sintiéndome menospreciada, así que mis aires de grandeza están totalmente justificados».
«La soledad me engulle y, por mucho que me esfuerce, jamás dejaré de sentirme hambrienta del reconocimiento de los demás».
«Me aterran los hombres. El que más, él».
Somos hermanas, pero nuestra relación no aguantaría una leve sacudida.
No tuvimos infancia.
Descubrimos el miedo antes de saber pronunciarlo.
Nuestras cicatrices son feas y profundas, aunque invisibles al ojo humano.
Lloramos entre risas, para que el mundo no se nos caiga encima.
Y es que no todos los monstruos viven debajo de la cama. Algunos te dan besos de buenas noches y te llaman hija mía .
March 24, 2024
Aperitivo de YO TAN HIGHLANDER Y TÚ DE CHANEL

—Cuando me enamoro… A veces desespero… Cuando me enamoro… Cuando menos me lo espero, me enamoro… Se detiene el tiempo… Me viene el alma al cuerpo…
Me quito la toalla y cojo el bote de crema hidratante. Me embadurno entera con parsimonia mientras tarareo la canción de Enrique Iglesias. Mira que me gusta a mí este hombre. Me marcaba un solo con su micrófono…
—Hostia. ¿Esto es… —abro más las piernas y por poco no me incrusto el clítoris en un ojo—… ¡una cana!? —El susto que me llevo ante el descubrimiento es tan grande que aprieto el envase de plástico con una fuerza insólita y el carísimo cosmético sale esparcido por todas partes—. ¡¡Agggh!! ¡Dios mío! ¡Joder! —grito, a pleno pulmón. Está a punto de darme un ictus.
Resbalo con un pegote de loción y, a pesar de mis artes acrobáticas (básicamente, agitar los brazos como una gilipollas), me estampo contra la mampara de la ducha.
—¡Mierda!
Me froto la frente con cuidado. No parece que me la haya abierto, aunque duele una barbaridad. Por si acaso, bajo la mano con lentitud, temiéndome lo peor. Suspiro aliviada al no encontrar sangre. Cualquier otra secuela, incluso un cardenal del tamaño del Bernabéu, puede ocultarse durante el proceso de chapa y pintura.
La puerta se abre de golpe y la hoja rebota contra la pared. Kieran, con la cara desencajada, hace un barrido visual por el baño, como si esperara encontrar a mi amante escondido en la bañera. O a unos capos de la mafia liándose a tiros, qué sé yo.
—¿Qué cojones pasa?
—¡¡Me ha salido una puta cana en el toto!! —explico, sin poder asimilar aún la tragedia.
Me contempla de arriba abajo, como si se percatara en este preciso momento de que estoy en bolas. Traga saliva con fuerza y levanta la vista (con mucho esfuerzo, he de añadir) hacia mi cara.
—¿Qué mierdas dices?
Me subo en el inodoro, saco pelvis y le señalo la zona donde he encontrado el pelo traidor.
—Aquí. ¿La ves?
Él se acerca como si estuviera en trance, incluso diría que tiene los ojos del revés. Me planteo buscar el móvil para llamar a un exorcista, pero entonces carraspea y me mira.
—Natalia, solo es un pelo muy rubio. Con el millón de luces que has encendido, parece blanco, pero te prometo que no es una cana.
—¿Seguro?
Revuelvo el corto vello, buscando la prueba irrefutable de que miente solo para tranquilizarme. El gruñido de un oso, o de un lobo furibundo, reverbera en las paredes del baño. Observo al abogado, que permanece frente a mí, rígido y con los puños apretados.
—No eres de mucha ayuda.
—Me cago en mi puta vida —maldice, mientras se pasa la mano por la cara—. Chillabas como una cerda. ¡Creí que te estaban violando! Casi me abro la cabeza por subir los escalones de tres en tres.
—¿Tú eres tonto o qué? ¿Cómo me van a violar en casa de Lucía?
—Y yo qué sé… —alega, con un ligero rubor en las mejillas que resulta de lo más absurdo y encantador—. En cuanto he escuchado los gritos, he dejado de razonar.
Se le van los ojos a una parte muy concreta de mi anatomía. Una que, debido a que sigo de pie sobre el váter, queda justo a la altura de su rostro.
—¿No te vas a vestir? —susurra.
—Hace calor.
—Sí que hace, sí —afirma, con voz rasposa y la respiración acelerada.
—¿Entonces no crees que debería teñírmelo?
—¿Teñirte? —pregunta, con gesto de no entender nada.
—Sí. O hacerme la depilación Hollywood. Ya sabes: muerto el perro, se acabó la rabia.
Kieran parpadea un par de veces. Parece a punto de estrangularme.
July 6, 2023
DEL SOFÁ A LAS OLIMPIADAS (+ O -)

¡Maldigo el día en que dejé de fumar!
No porque me apetezca un cigarro (que también). Es que no encuentro un maldito mechero en toda la casa. ¿Y cómo voy a hacer una barbacoa en medio del salón con las playeras del infierno? Y los pantalones del chándal de algodón y poliéster. Hummm... Y la camiseta anchorra tan poco favorecedora...
¿Glovo me traerá medio litro de gasolina y hará lo honores frente a mis ansiosos ojillos? Es que las piernas no me responden. Creo que se me han roto los gemelos. Además, el sofá y yo hemos creado un vínculo inquebrantable. No puedo decepcionarlo, de veras.
¿El segundo día ha ido mejor que el primero?
Pues depende de a quién se lo preguntes. La familia Mingo tiene opiniones dispares. Te pongo en contexto, a ver si me ayudas.
Pablo y yo allí, en la puerta, con una actitud superpositiva, maqueados como para las Olimpiadas... Las del 2028 en Los Ángeles, que para las de París del año que viene llegamos muy justos y se trata de hacer un buen papel.
Nuestras cintas de andar/correr (seamos sinceros, arrastrarnos cual caracoles artríticos) al lado de la puerta de emergencia, porque esos dos chismes ya no sabían dónde colocarlos, hoy también están libres. Grito de triunfo en plan hemos ganado la Copa del Rey.
Demasiada atención sobre nuestras personas, toca disimular: un sorbito de agua (Pablo media botella de golpe), un silbidito por aquí (venga, P, que la niña de rosa no ha huido despavorida porque piensa que la estés acosando. Será rancia), finjo que me ato los cordones (¿quién me levanta del suelo ahora? Mi hijo ya se ha puesto esa música machacona en los cascos y pasa de mí).
A lo diez minutos me quiero bajar de la vida, digo, de la máquina de los cojones. A los treinta, tirarme a la piscina de abajo. ¿Cuánto habrá? ¿Diez metros? ¿Cien? Qué mala he sido siempre con las distancias.
Aguanto las ganas de vomitar y la temblera de piernas y duro cincuenta y cinco minutos. Me hago dos kilómetros, ochocientos metros. Y pis. Mucho pis. Mejor nos vamos a casa, que soy muy escrupulosa.
Como seguro que te lo estás preguntando, te lo cuento. Del amigo Constan ni la sombra. Te lo juro, es mi ídolo.
Nada más montar el coche, Pablo me mira fijo y trago saliva (fíjate, no sabía ni que me quedaba). Ahora es cuando me dice que es biflexible, poliamoroso, o de género fluido. Hablando de fluidos, creo que me he meado encima.
—¿Sabes, mamá? He estado pensando...
—Ya...
—No sé si vas a estar de acuerdo con esto pero creo que es importante que lo hagamos juntos.
Bueno, tanto como hacerlo juntos...
—Yo te apoyo en todo, hijo. En todo.
—Genial. Porque no es bueno practicar tanto ejercicio. Lo mejor es ir un día sí, un día no.
No comments. En serio. Dudo entre recordarle que ayer me llamó abuelita o aprovechar la oportunidad de echarle la culpa y salvarme de esta agonía durante un par de días a la semana.
¿Qué me recomiendas? Te leo. Claro, cuando me recupere de la visión borrosa y los tembleques.


