Jorge Zepeda Patterson's Blog
June 27, 2020
El infierno ya llegó, ¿cómo salimos?
«El espacio público dejó de ser nuestro espacio para convertirse en un territorio hostil y el espacio privado siguió siendo refugio a condición de amurallarlo…
Desde hace tiempo la inseguridad pública y el crimen organizado ganaron la batalla. Primero por precaución y luego por pánico, cercenamos libertades y movimientos en aras de una seguridad que, incluso así, se está haciendo trizas. Casi sin proponérnoslo dejamos de hacer cosas que formaban parte del mundo en el que crecimos. Antes de que el término se pusiera de moda, la violencia impuso una “nueva normalidad” que en realidad fue la capitulación de un modo de vida. Los niños no pueden jugar en la calle, nos está prohibido caminar por las noches, hemos dejado de viajar por carreteras secundarias, las playas solitarias quedaron en el recuerdo, pueblear el fin de semana se transformó en aventura prohibitiva, organizar un picnic más allá de la Marquesa o equivalente, en una osadía, y la posibilidad de acampar en el bosque o en un predio poco menos que un suicidio. Debimos de desarrollar protocolos y logísticas para sacar dinero del banco o del cajero, para hacer ejercicio en la calle, para abrir la puerta de la casa, contestar el teléfono o viajar en Metro o Uber.
El espacio público dejó de ser nuestro espacio para convertirse en un territorio hostil y el espacio privado siguió siendo refugio a condición de amurallarlo a la medida de nuestros temores. Bardas más altas, candados más firmes, alquiler de vigilantes compartidos donde fue posible, calles con retenes improvisados allá donde los influyentes pudieron conseguirlo, guardias auto armadas en comunidades alejadas (que luego se volvieron en contra de ellas).
Lo que hicimos, sin decirlo, fue un intento de privatizar las soluciones. Fraccionamientos cerrados y carros blindados los que se lo podían permitir, bolsillos vacíos y celulares desechables los que no tenían manera de defenderse. Pero todos, sin importar clase o condición, con el miedo devenido en segunda naturaleza; unos porque son susceptibles de secuestro, otros porque no son secuestrables pero sí carne de botín.
Desde luego, no llegamos aquí de manera inmediata. Descendimos un escalón tras otro, asumiendo en cada uno de ellos que ya habíamos tocado piso. Al principio preferíamos creer que la violencia era algo que se circunscribía a los que andaban en malas compañías; luego, cuando nos dimos cuenta que los caídos no solo eran delincuentes y policías, pensamos que bastaba con limitar zonas y horarios para no convertirnos en víctimas por el simple infortunio de habernos encontrado a la hora y en el lugar equivocado. Más tarde descubrimos que tampoco eso bastaba y que había que convertirnos en vigilantes de tiempo completo, en ciudadanos acotados, en padres en permanente angustia, en jóvenes adoctrinadas de miedo por su propia conveniencia, en niños en los que la precaución se impone al juego y al gozo por la vida.
Por desgracia no hemos tocado fondo.¿Cuánto tiempo pasará para que un sicario toque a nuestra puerta y nos informe de que a partir de ese momento debemos pagar una renta de protección? ¿A qué grado de confinamiento familiar tendremos que llegar para sentirnos a salvo de ese otro virus llamado inseguridad?
Este sábado, por razones vecinales, visité el C5 de Morelos, en Cuernavaca. Al llegar al lugar un convoy de 8 o 9 vehículos con una treintena de policías se disponía a salir a un operativo en contra de un grupo criminal detectado en un pueblo de las inmediaciones. Había nerviosismo entre los hombres y mujeres que revisaban sus armas y chalecos de los cuales dependerían sus vidas. A pregunta expresa me enteré que cada uno de ellos ganaba 8 mil 645 pesos al mes (ante la desesperación del comandante en jefe que busca llevarlo al promedio nacional que asciende a 13 mil 268). En el C5 explicaron la manera en que las cámaras del sistema vial podían recuperar el video del trayecto de un vehículo en el que horas antes se había cometido un atraco; o la respuesta rápida con la red virtual que han establecido con muchas empresas a través de chats de seguridad. El único problema, la insuficiencia de recursos: solo están en operación 400 de las mil cámaras factibles de instalar, 200 porque no sirven por falta de mantenimiento y el resto porque no se han adquirido; la secretaría de Seguridad solo cuenta con 4 mil de los 12 mil policías que requeriría la entidad para alcanzar el estándar internacional (ya no digamos el estándar que tendría que debería existir un país devastado por el crimen organizado).
La experiencia me dejó varias certezas. Primero, que son estos hombres y mujeres que se aprestaban a batirse a tiros con un ejército de sicarios los únicos que impedirán que sigamos empeorando en materia de inseguridad. Por desgracia son los 8 mil policías que faltan, las 600 cámaras ausentes las que sí podrían evitar que un día vengan a extorsionarme por el simple hecho de vivir en mi casa.
Creo que llegado el tiempo de replantear como sociedad pasar de una estrategia privada a una pública para sobrevivir a la violencia. En lugar de pensar en doblar la vigilancia y crecer la barda, contratar una compañía de seguridad más apta, adquirir el segundo auto para evitar el transporte público, tendríamos que construir un sistema de seguridad de todos.
Se me dirá que no tiene sentido invertir en cuerpos policiacos corruptos, pero ese es un dilema tan viejo como el huevo y la gallina. Lo que está claro es que sin recursos están en una batalla perdida y no habrá nada entre nosotros y el crimen organizado. Milagrosamente hay muchos servidores públicos que están dispuestos a partirse la cara por nuestra seguridad. Y la muestra está en los tres policías que murieron enfrentando al equipo que asaltó al jefe de Seguridad en la Ciudad de México.
¿Hay corrupción en los cuerpos de seguridad? Desde luego. Pero con sueldos precarios y equipos insuficientes esa corrupción se vuelve crónica. Profesionalizar las policías que nos defienden es una tema que requiere no solo recursos sino también voluntad política de autoridades, de empresarios, de ciudadanos, de medios de comunicación y opinión pública. La estrategia seguida hasta ahora ha sido insuficiente. Algo distinto tendríamos que hacer y está claro que apertrecharnos cada cual en su trinchera no está dando resultado. ¿Cómo hacer para volcarnos en apoyo de aquellos que están dispuestos a enfrentar a un enemigo que un día vendrá a tumbarnos la puerta?
@jorgezepedap
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June 16, 2020
López Obrador como catarsis o ¿por qué se pelea el presidente?
Los decálogos gandhianos, sorteos caprichosos e interpelaciones a la corona española del presidente de México pareciera que están destinados a su base social, pero en realidad van dirigidos a sus rivales
La covid-19 carece de una ventana de atención a clientes donde la gente pueda ir a quejarse por las muchas desventuras que ha provocado. Para eso sirven las autoridades. Justo o injusto, los mandatarios de cada país canalizan los miedos, frustración y dolor ante las pérdidas; en ese sentido, Andrés Manuel López Obrador lo está haciendo de maravilla. El presidente mexicano se ha convertido en pluma de vomitar de buena parte de las clases medias y altas. Lo que circula en Facebook, Twitter o WhatsApp llevaría a concluir que ese hombre es responsable de cada una de las muertes, los desempleos, la violencia intrafamiliar y las penurias económicas por las que ahora pasamos.
El linchamiento mediático del líder de Gobierno como resultado de la pandemia, insisto, también se da en otros países, aunque en la mayoría de ellos no alcanza esta intensidad. La peculiaridad de México es que su presidente, a diferencia de sus colegas, no intenta mitigar las críticas o ignorarlas; por el contrario, parece encontrar solaz en incitarlas.
La obsesiva dedicación de muchos mexicanos por demostrar que el origen de nuestros pesares reside en Palacio Nacional, empata con la obsesiva dedicación del presidente en mostrar que sus adversarios, los conservadores, son la fuente de todos los males. Las redes sociales se han convertido en el diván psicológico en el que muchos pueden desahogar cotidianamente la rabia y la frustración ante el estado de cosas. Para López Obrador su diván son las mañaneras, una sesión de dos horas diarias, buena parte de ellas dedicadas a devolver golpes y a inventar nuevos adversarios.
De siete a nueve de la mañana el presidente hace, con nombre y apellido, el recuento de infamias cometidas en contra de su Gobierno, responde a los ataques y abre nuevos frentes (Iberdrola, el Conapred, el rey emérito de España o el diario EL PAÍS en los dos últimos días). En las siguientes 22 horas las redes sociales, las columnas políticas y los espacios radiofónicos examinan, extraen consecuencias, ridiculizan y/o distorsionan lo dicho y hecho por el presidente. Al día siguiente el ciclo se repite.
Si el desahogo es una experiencia necesaria para la salud y el equilibrio emocional, México tendría que alcanzar muy pronto una envidiable armonía. Obviamente no va a ser así. Según Aristóteles, la catarsis es la facultad de la tragedia de redimir o purificar al espectador de sus propias bajas pasiones al verlas proyectadas en los personajes. En ese sentido, López Obrador es el perfecto villano para el 30% o el 40% de los ciudadanos que lo repudian; “gracias a él” viven en esa tragedia depuradora.
El problema es que como van las cosas nuestra polarización puede durar todo un sexenio y así no hay catarsis que valga. En lugar de una experiencia purificadora se convierte en un modo de vida intoxicado. Una cosa es llorar para desahogar una pena o estallar para liberar la rabia acumulada, otra vivir para el plañidero o ser prisioneros de la cólera enquistada.
Para los actores políticos y mediáticos de los que nos alimentamos, vivir en la catarsis no es un problema porque ese es su medio de vida. Destinar las horas a cuestionar las giras geográficas o los giros idiomáticos del presidente, sus decálogos franciscanos o sus zapatos desgastados, sus peculiares evocaciones históricas o sus guayaberas mal cortadas es redituable porque los convierte en celebridades gracias al apetito de un público ávido de alimentar su obsesión. Tampoco parece ser un problema para el presidente quien, por algún extraño motivo, ha llegado a la conclusión de que entre más intensa y malsana sea la crítica de sus adversarios más certeza tiene él de estar en el curso correcto.
Hace tiempo, al fundar un diario en Guadalajara, un periodista curtido me dijo que si después de un año la clase política nos veía con buenos ojos significaría que algo estábamos haciendo mal. Aunque no lo racionalice así, me parece que el presidente ha llegado a una conclusión parecida.
Durante mucho tiempo creí que en algún momento el presidente rectificaría e invocaría a una verdadera concordia, como lo hizo en su discurso de apertura. Pero cada vez resulta más evidente que él concibe el cambio social como una cruzada a contrapelo de los intereses creados. La intensidad de la resistencia por parte de sus adversarios y personeros le confirma que está consiguiendo sus propósitos. Y cuando sus políticas sociales y actos de Gobierno no consiguen generar ese ruido, él se asegura de obtenerlo con la siguiente provocación. Decálogos gandhianos, sorteos caprichosos e interpelaciones a la corona española pareciera que están destinados a su base social, pero en realidad van dirigidos a sus rivales. La indignación de estos es lo que está destinado a su base social. La polémica lo legitima, es su combustible, de la misma manera que lo es para los medios, influencers y comentocracia que viven de ella. Un círculo interminable.
Pero no debería ser así para el resto de la población. Comprarse ese pleito como si fuera la vida en ello, convertirlo en motivo de fractura en el seno familiar, excusa para el pesimismo paralizante o justificación para las desgracias de nuestro entorno, significa sacar las cosas de perspectiva y disminuye nuestra propia capacidad para resolver lo que está en nuestras manos.
Cometeríamos un error en tomar la estridencia del debate público como reflejo de la realidad misma. No, al país no se lo está llevando la desgracia, no más de lo que habría de esperarse de una tragedia mundial de esta magnitud. El sistema de salud ha resistido, las cadenas alimenticias siguieron abasteciendo durante la parálisis, impuestos y tarifas no subieron ni subirán, el peso y la inflación están contenidos, no se ha comprometido el futuro contrayendo deudas, no hay represión política. La economía de México caerá este año como las del resto del mundo, con el agravante de que somos un país petrolero y turístico, pero ya habrá tiempo de hacer saldos y balances de la recuperación. El mayor peligro que vivimos fue que, al ser una sociedad tan desigual y con el México de abajo prendido de alfileres, el desastre se convirtiera en estallido social. El Gobierno lo ha evitado con una narrativa poderosa a favor de los pobres y una transferencia económica enorme en apoyos a los necesitados.
Incluso para el 30% que lo abomina, López Obrador no lo está haciendo tan mal, aunque él intente convencernos de lo contrario.
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June 13, 2020
¿Dama de hierro o soldado del presidente?
Tiene razón el presidente al afirmar que hay una cacería de brujas instigada por razones políticas y criminales.
La Secretaria de la Función Pública, Irma Eréndira Sandoval, está cruzada por una doble contradicción. La primera tiene que ver con la tensión que genera su compromiso de mantener limpio el gobierno de la 4T y al mismo tiempo pertenecer a una de las corrientes más leales y partisanas del grupo político en el poder. Es conocida la honestidad personal de la hoy ministro de Estado, su trayectoria académica y un estilo de vida previo lo avala; pero tampoco quedan dudas de sus compromisos ideológicos y del activismo político de su entorno familiar, del cual ella misma se enorgullece. No hay nada reprochable en ello, salvo la suspicacia que despiertan los casos en los que la responsabilidad de limpiar el lodo entra en contradicción con los intereses políticos y electorales de la corriente a la que pertenece.
La suspicacia se alimenta de la ambigüedad del Presidente Andrés Manuel López Obrador respecto a la corrupción en su propia administración. Y esa es la segunda tensión a la que estaría sometida Sandoval. El mandatario ha dicho una y otra vez que él no será tapadera de nadie, que salvo su hijo Jesús Ernesto, menor de edad, no meterá las manos en defensa de ninguna persona así se trate de familiares o colaboradores íntimos. Y en efecto, nadie duda de su honradez (es un decir, sus adversarios dudan de eso y más), ha dado muestras sobradas de austeridad personal y de su obsesión para combatir la corrupción de la vida pública del país.
Pero igual de intensa es la convicción del Presidente de que su gobierno está siendo objeto de un ataque sistemático y mal intencionado por parte de sus adversarios lo cual, a sus ojos, convierte en calumnia toda acusación lanzada sobre alguno de los suyos.
En su discurso la corrupción es una plaga asociada a los conservadores y ellos ya no están en el gobierno. “Ahora es diferente, ya no hay corrupción”, insiste una y otra vez. Pero la mayoría de los mexicanos, incluso los que simpatizan con su causa, se muestran más escépticos. Los empleados públicos siguen siendo los mismos de antes, y ya sabemos que las cosas no cambian simplemente por la buena voluntad o por decreto, como lo ha mostrado el crimen organizado que ha hecho oídos sordos a los exhortos presidenciales a portarse bien y hacerle caso a sus mamacitas.
La propia reacción de López Obrador ha sido contradictoria ante la denuncia periodística en los casos que hasta ahora se han presentado (entre otros Ana Guevara, Manuel Bartlett, Cuauhtémoc Blanco, Carlos Lomelí, Roció Nahle, Sanjuana Martínez o Yeidckol Polevnsky). Interpelado en las Mañaneras por algún reportero, su reacción ha sido invariablemente la misma respecto a estos escándalos. De entrada, responde como jefe de Estado: “que se investigue, aquí no se protege a nadie”. Pero una vez dicho lo anterior, nunca se aguanta las ganas de actuar como jefe de una facción política: “me parece una persona digna, lo que pasa es que estamos siendo atacados por los adversarios que acuden a mentiras falsas (sic), distorsionan, inventan”, dirá con algunas variantes según el caso.
Tiene razón el presidente al afirmar que hay una cacería de brujas instigada por razones políticas y criminales. Por motivos circunstanciales he podido conocer las amenazas de extorsión que ha recibido Manuel Bartlett de parte de algunos de los millonarios intereses que ha afectado, haciéndole saber que seguirá siendo linchado mediante una campaña de desprestigio y escándalos hasta que les regrese determinadas canonjías. En eso no anda desencaminado AMLO.
Pero eso no significa que en todos los casos los funcionarios exhibidos sean necesariamente inocentes. Las dos cosas no son excluyentes; los enemigos inventarán calumnias en algunas ocasiones; en otras simplemente sacarán raja de las malas prácticas que puedan descubrir.
Esto politiza de una manera insoportable las tareas de la secretaria de la Función Pública. De hecho, los casos están politizados antes de llegar a su escritorio por partida doble: los adversarios esgrimen los escándalos como una muestra de inmoralidad e hipocresía del gobierno de Morena; el presidente exime implícitamente a los funcionarios implicados al convertirlos en víctimas de una persecución.
Y también quedan inevitablemente politizados después de salir de su escritorio, cualquiera sea el fallo. Un dictamen en contra de alguno de los políticos señalados daría la razón a los adversarios de la 4T; un dictamen favorable, por el contrario, la convierte en “cómplice” de Palacio Nacional, según la oposición. Cualquiera de las dos opciones no solo resulta ingrata a la imagen de la ministra, también perjudica la credibilidad de López Obrador en su lucha contra la corrupción.
Siempre creí que la mejor manera de minimizar este dilema consistía en entregar la dependencia a una figura que no corriera el riesgo a ser vista como un aliado incondicional del presidente (y no digo que Sandoval lo sea, pero al ser desconocida previamente salvo en algunos círculos académicos, la opinión pública así lo asume hasta que se demuestre lo contrario). Un Cuauhtémoc Cárdenas, un Porfirio Muñoz Ledo o incluso no correligionarios como Diego Valadez o José Woldenberg, cada uno a su manera más allá del bien y el mal, se habrían convertido en un dolor de cabeza para el presidente en más de una ocasión pero habrían legitimado su cruzada contra la corrupción.
No se trata de encontrar un chivo expiatorio entre los funcionarios señalados y convertirlo en víctima por partida doble (primero de la calumnia y el escándalo y luego de un fallo de culpabilidad solo por necesidad política). Pero igual daño provoca eximirlos en automático por el embate de mala leche de la que son objeto. Me temo que esto no se resolverá hasta que la secretaria encuentre un caso sólido que pueda llevar a juicio, incluso a contrapelo del interés presidencial. Lo que muchos dudan eso es que eso vaya a suceder. ¿Se impondrá la dama de hierro de honestidad implacable que ella ha deseado proyectar o la militante política y partisana incondicional que algunos critican? El tiempo lo dirá.
@jorgezepedap
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June 9, 2020
Amloista con derecho a disentir
Es intransitable pensar que el apoyo al cambio que propone la 4T debe significar una sumisión ciega a todos los actos del Gobierno que la encabeza
A contrapelo de la opinión de muchos lectores, sostengo que el Gobierno del presidente y agitador Andrés Manuel López Obrador está cambiando, para bien, aspectos fundamentales de la vida pública en México. No se si al final tales cambios califiquen como una Cuarta Transformación como él presume (al nivel de la Independencia, la Reforma o la Revolución de 1910), pero no tengo dudas de que este sexenio está enderezando distorsiones y excesos de un sistema que había llegado al límite por su corrupción, por su fracaso frente al crimen organizado y por el abandono de buena parte de la población y de las regiones que no eran funcionales a la economía de mercado. Al final, las mayorías desdeñadas cobraron la factura a los partidos gobernantes, PRI y PAN, y llevaron a Palacio Nacional a un líder político que les prometió cambiar las cosas.
Y a eso se ha dedicado López Obrador entre el llanto y el crujir de dientes de los muchos que no están de acuerdo con sus banderas o con su peculiar manera de llevarlas a cabo, que no es lo mismo, aunque se parece.
Lo cierto es que más allá de las controvertidas provocaciones, la cuestionable sobreexposición del presidente y sus métodos, está en proceso un cambio en lo que verdaderamente importa. Un rápido recuento: transferencia masiva de recursos a los sectores sociales más desprotegidos; proyectos de inversión pública al abandonado sureste del país; modificación del sistema de salud para intentar asegurar medicinas y atención médica universal; combate a fondo de la evasión fiscal por vez primera en México; investigación bancaria del lavado de dinero; embate contra el robo de combustibles en gasoductos; revisión de contratos leoninos en obras públicas, medicinas, industria eléctrica y petroquímica; fin del gasto suntuario de la clase política y austeridad en las finanzas públicas; restricciones al endeudamiento del sector oficial.
En suma, el Gobierno intenta cumplir la agenda social y política con la que se comprometió, lo hace sin represión política frente a los que manifiestan su oposición y sin someter al erario a deudas futuras. Algo que no podríamos decir de los gobiernos anteriores. Una revolución social sin violencia, con estabilidad y responsabilidad financiera.
Entiendo que las polémicas pinceladas con las que nos regala cada semana secuestran la atención del público, pero habría que observar que detrás de este tinglado la agenda descrita arriba avanza de manera inexorable. El presidente parece divertirse con los fuegos artificiales y las pasiones encontradas que producen sus rifas de avión sin avión o la exhibición de documentos apócrifos de presuntos complotistas.
En otro momento habría que abordar si tal tendencia a la provocación responde a un rasgo de carácter o a un cálculo político. Pero haríamos muy mal en creer que otras decisiones importantes son una ocurrencia. Cuando negó a los empresarios un paquete de apoyo ante la tragedia económica provocada por la pandemia, fue señalado como un gobernante irresponsable y artífice de la destrucción del aparato productivo. En realidad AMLO actuó con absoluto apego a la agenda que lo llevó a Palacio: primero, encarar la emergencia sin recurrir a ingresos extra o endeudamiento para no comprometer el futuro de las siguientes generaciones y, segundo, volcar lo poco o mucho que se tenga a paliar los efectos de la crisis entre los que menos tienen. El resultado es un programa de 307.000 millones de pesos a créditos populares en lo que resta del año y un aceleramiento de los cuantiosos subsidios a adultos mayores, personas discapacitadas, jóvenes y mujeres en insolvencia. El INEGI señaló hace unos días que 12 millones de personas habían perdido temporalmente el empleo como resultado de la pandemia. Pero solo dos millones eran del sector formal, es decir aquellos a los que el presidente se rehusó a ayudar, según los empresarios. Los otros 10 millones pertenecían al sector informal, grupo poblacional al que van dirigidos los apoyos del Gobierno. En total, presidencia estima que la derrama de recursos llega de manera directa al 70% de los hogares mexicanos, justamente los menos afluentes.
Nada asegura que habrán de conseguirse las metas que persigue AMLO. En algunas se ha avanzado, en otras, como la inseguridad pública, hasta ahora el efecto es nulo. Pero ciertamente el presidente no ha escatimado energía o voluntad política.
Esto no quiere decir que coincida siempre con su Gobierno y mucho menos que esté dispuesto a renunciar a mi derecho a disentir, como él lo pide. En los últimos días ha dicho que ya basta de simulaciones y que no hay más que de dos sopas, se está a favor de la transformación o se está en contra de ella.
En esta formulación hay un aspecto comprensible y otro aberrante, en mi opinión. Por un lado, es cierto que muchos se dicen partidarios de favorecer a los pobres y mejorar la justicia social, pero se la pasan descalificando al proyecto de cambio con cualquier pretexto. Es a ellos a los que AMLO parecería decirles: quítate la máscara y confiesa que en realidad no estás de acuerdo con un cambio social. Eso puedo entenderlo. De allí la cita que suele hacer de Melchor Ocampo: “Los liberales moderados no son más que conservadores más despiertos”’.
Pero hay otra interpretación, esa sí intransitable: pensar que el apoyo al cambio que propone la 4T debe significar una sumisión ciega a todos los actos del Gobierno que la encabeza. Hay que insistir que López Obrador y su movimiento son la expresión política de una causa más vasta; el abandono en que se tenía al México de abajo y el reclamo para que esa injusticia se modifique. Por mérito propio y circunstancias históricas, AMLO encabeza esta reivindicación, pero eso no lo hace infalible, ni convierte en traición la crítica puntual de los desaciertos o insuficiencias. Por el contrario, los señalamientos desde la congruencia o incongruencia con sus propios objetivos, es un insumo indispensable para todo gobernante. Estoy a favor de la transformación de México que se encuentra en curso, pero rechazo que en ella solo puedan caber conservadores (abiertos o simulados) por un lado y progresistas sumisos, por el otro. El país de justicia e inclusión al que aspira la 4T tendría que aceptar la disensión sin que sea tachada de traición.
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June 6, 2020
¿Quién está detrás de los anarquistas provocadores?
«Provocar la inestabilidad y generar un río revuelto puede tener detrás a más de un tipo de pescadores».
El perro es bravo y encima le patean la reja, dice el refrán. Cada vez se advierten más señales de que la crispación que vive el país va en camino a transformarse en algo más preocupante. Una crispación que en parte es natural, considerando que dos visiones opuestas se disputan la hegemonía (el Gobierno de AMLO, por un lado, y el estatus quo, por llamarlo de alguna manera, por el otro). Que los mexicanos estemos divididos es explicable e incluso válido: el México de los pobres tan largamente ignorado intenta cambiar las cosas, encabezado por un líder excéntrico y rijoso (también por llamarlo de alguna manera). Que el otro México, el beneficiado por el modelo anterior, cuestione los términos y los alcances de los cambios propuestos, también es natural. Que los ánimos estén caldeados como resultado de esta confrontación no debe sorprender a nadie. El perro está bravo, y eso se entiende (y ojo, con esta referencia canina no describo a ninguna de las dos partes, sino al ambiente resultante); lo que no se entiende es quién y por qué está pateando la reja para intensificar la rabia.
¿O de veras creemos que los enfurecidos comandos anarquistas que aparecen en las manifestaciones son un producto espontáneo? ¿Qué la discriminación a las mujeres o al asesinato de George Floyd en Minneapolis les provoca tal indignación que están dispuestos a romperse la cara contra granaderos? ¿Qué la enjundiosa y deliberada destrucción de negocios y mobiliario urbano es resultado de la represión policiaca?
Provocar la inestabilidad y generar un río revuelto puede tener detrás a más de un tipo de pescadores. De ambos lados hay radicales con agendas oscuras, así como de ambos lados hay actores genuina y honestamente interesados en defender lo que creen. No todo el que está en desacuerdo con López Obrador es un golpista, ni mucho menos; como también es cierto que no todo el que desea un Gobierno que le dé preferencia a los pobres desea el empobrecimiento de los ricos. El problema es que, a medida que se descompone la discusión, los moderados se hacen radicales, la pasión sustituye a las razones y la verdad desaparece de la conversación pública para dar paso a la descalificación, la manipulación y la desinformación políticamente interesada.
En esta polarización no hay inocentes. Basta ver las últimas noticias para anticipar lo que nos espera. La policía municipal de Ixtlahuacán detiene a Giovanni López por no usar el cubrebocas y, todo indica, lo asesina. Literalmente le cargan el muertito al Gobernador de Jalisco, Enrique Alfaro, quien si bien es cierto no se ha caracterizado por su mano blanda, también es cierto que no era el responsable directo del desaguisado. La protesta en contra del Gobierno estatal y los desmanes resultantes, a su vez, son utilizados por el Gobernador para decir que fueron orquestados por Morena y culpar a López Obrador de acoso político. No es un secreto que Alfaro busca convertirse en líder de facto de la resistencia en contra del Gobierno federal, con miras a una posible candidatura presidencial en 2024. Pero las reacciones en redes sociales lo obligaron a difundir una suerte de disculpa y deslindó al Presidente. AMLO no aceptó la rectificación y lo encaró a asumir sus dichos y demostrarlos. Al día siguiente siete gobernadores de oposición cerraron filas en torno a Alfaro. Tampoco es casual: harán lo imposible por evitar el triunfo de Morena en las elecciones intermedias del año que entra, cuando se cambian los congresos estatales y varias de las gubernaturas. De aquí en adelante apoyarán todo lo que suponga un desgaste del partido en el poder. En resumen, la brutalidad de dos psicópatas vestidos de policías municipales se convirtió en 72 horas en una telenovela política que bien podría llevar por nombre “llevando agua a tu molino”. Redes sociales, espacios supuestamente informativos, columnas de opinión terminaron convirtiéndose en una arena de batalla en el que las descalificaciones y la información distorsionada sustituyó a los hechos puntuales.
¿El impacto ambiental del Tren Maya justifica detener su construcción? Imposible saberlo a estas alturas; toda nota periodística y cada dictamen técnico parecen estar contaminados de un virus partisano. A los que antes no les importaban las objeciones ambientales en la construcción de un aeropuerto en el lago de Texcoco hoy son conversos de Greenpeace; y viceversa, a los que les provocaba insomnio el daño a las aves lacustres y el hundimiento del valle, no encuentran problema en el percance a selvas y manglares en nombre del desarrollo de la Península.
¿Es un acierto o un desacierto la estrategia de López-Gatell contra la pandemia? ¿Cómo saberlo cuando los diarios nos escandalizan con una cifra de muertos récord ocultando el hecho de que sumaba varios días? Y, del otro lado, ¿cómo tomar en serio el señalamiento del Presidente que pone de ejemplo la estrategia seguida por México, a partir de estadísticas que el propio López-Gatell acepta que son inexactas?
¿Cómo entender lo que está pasando cuando intelectuales como Héctor Aguilar Camín recurren a epítetos como “pendejo y petulante” para referirse al Presidente o, del otro lado, la Secretaria de la Función Pública se burla de los artistas preocupados por los recortes con un “serénense”? Hemos dejado atrás los argumentos para centrarnos en la descalificación, hemos sustituido cualquier intento de análisis de la realidad para remitirnos a extraer el dato que apuntala nuestra posición, seguida de un adjetivo descalificativo hacia el rival.
La verdad ha sido la principal víctima de esta polarización y, en esa medida, la comunidad y su incapacidad para saber lo que está pasando realmente y poder hacerse de una opinión sensata. Pero las cosas podrían ir a peor. Hay manos interesadas en quemar intencionalmente la pradera mientras todos nosotros (redes sociales, periodistas, medios de comunicación, actores políticos, Presidencia), les estamos ofreciendo la leña seca y la gasolina ideal para sus propósitos. ¿Quién está detrás de los anarquistas desestabilizadores? Habrá que hacer las investigaciones correspondiente sin sesgos partidistas. Lo que está claro es que, sin desearlo, les estamos ayudando.
@jorgezepedap
www.jorge.zepeda.net
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June 2, 2020
Sí presidente, pero no abuse
La pandemia no está domada, las crisis ayudan a desenmascarar realidades pero no nos vienen como anillo al dedo y el bienestar es clave pero el crecimiento también
Para que las cosas mejoren se necesita que uno crea que pueden mejorar. Por ello el líder de un país está obligado, incluso en medio de la tragedia, a sostener ante sus ciudadanos la posibilidad de un futuro prometedor o, si se quiere, un futuro, a secas. Percepción es realidad, como bien sabemos. En esa tarea de levantar los ánimos de los suyos, los mandatarios del mundo no han escatimado frases para convertir vasos medio llenos en verdaderas piscinas. Desde Donald Trump anunciando cada dos días el remedio que por fin sacará a sus electores de la pandemia (y en efecto a algunos los ha sacado por la vía rápida de una intoxicación fulminante), hasta Macron asegurando que la crisis unirá y fortalecerá a los franceses, pasando por Putin convenciendo a sus paisanos de que la covid-19, como antes Napoleón y Hitler, se estrellaría con el invierno ruso, o Bolsonaro confiado en la inmunidad brasileña gracias a una temperatura de 40 grados.
Y sin embargo tampoco habría que cargar las tintas contra la tendencia de los mandatarios en pintar las cosas mejor de lo que son. Tienen motivos para hacerlo. Por un lado, personales: “lo estoy haciendo bien”. Por otro lado, obedece a sus deberes como jefes de una facción política, sea para mejorar sus posibilidades electorales o simplemente para sostener los niveles de aprobación que requiere la gobernanza. Pero también por razones absolutamente válidas: construir una narrativa favorable a la reactivación es parte de su responsabilidad.
Algunos hacen esta tarea mintiendo de manera cínica y calculada, y aquí me atrevería a citar a Putin; otros, como López Obrado, porque sinceramente están convencidos de las bondades de sus acciones; alguno, como Trump, por razones que habría que encontrar en el psicoanálisis.
Ciertamente nuestro presidente no se ha quedado atrás en el medallero mundial del optimismo. “Vamos muy bien” dice a diestra y siniestra y siempre tiene otros datos cuando los que se ofrecen resultan descarnados. No importa como pinte el día, invariablemente se impone su indeclinable confianza en el pueblo mexicano y la inminencia de un futuro mejor. Puede uno coincidir o no con la ideología del presidente, pero nadie puede echarle en cara abulia, falta de energía o de entrega absoluta a lo que considera sus responsabilidades.
Desde luego, gobernar no solo es un tema de voluntad política y sacrificio personal. El mejor líder es el que puede pasar del color rosa de las presentaciones al público a la paleta completa de colores, incluyendo los grises, a la hora de tomar decisiones de Estado. El mejor entrenador no es aquel que puede inspirar emotivamente a sus jugadores a vencer a un equipo más poderoso, sino el que puede hacerlo dotándolos, además, de un inteligente plan de juego.
Podría decirse que respecto a las crisis y las tragedias convendría que en relación con el gabinete los mandatarios fueran pesimistas exigentes, de vaso medio vacío; y de cara a la opinión pública fueran optimistas animadores, de vaso medio lleno.
En la crítica al presidente hemos perdido mucho tiempo, tinta y tuits cuestionando sus actividades como promotor de su propio Gobierno y del estado de ánimo de los mexicanos. Lo que dijo y desdijo en sus varias horas de comparecencia diaria es interesante, pero mucho de ello va dedicado a la narrativa. El plan de juego puede advertirse allí, pero no siempre de manera nítida o fidedigna. Lo que verdaderamente importa es la estrategia de fondo: el combate a la corrupción, el fin del boato y el dispendio, la inseguridad pública, la transferencia social a los más pobres, la estabilidad social y económica. Un terreno en el que lleva aciertos y desaciertos, pero es contra esa agenda contra la que habría que hacer los balances y la crítica decisiva.
Con todo, en su tarea de animador del respetable habría que pedirle al presidente que no abuse: la pandemia no está domada, las crisis ayudan a desenmascarar realidades pero no nos vienen como anillo al dedo, el bienestar es clave pero el crecimiento también, mirar a los pobres es prioritario pero eso no exige desairar a las clases medias y altas, la vuelta a la normalidad es urgente pero hacer giras no lo es. La esperanza y el optimismo en el líder de un país es una virtud, siempre y cuando eso no le impida ver la arraigada costumbre que tiene la vida para fungir de aguafiestas y reivindicar el pesimismo.
Crítica de Krauze
Mi anterior artículo en este espacio fue objeto de una crítica de León Krauze en un texto titulado: “Los dos Zepeda Patterson”, publicado en El Universal. Afirma Krauze, remontándose a una columna de 2016, que antes yo sostenía la necesidad de la crítica al poder presidencial y ahora no solo no la ejerzo sino tacho de golpistas a quienes lo hacen. Una apreciación injusta considerando que no hacía falta acudir a un texto de hace cuatro años cuando hace siete días, por ejemplo, publiqué el texto “¿López Obrador en el punto de no retorno?”. En él hablo del pedestal en el que se ha subido el presidente y cuestiono la soberbia pleitista que le lleva a abrir frentes innecesarios. Y por lo demás, en el texto de la semana pasada nunca usé la palabra golpista o golpe de estado, mucho menos en referencia a quienes lo critican. Lo que sí escribí, pensando en las manifestaciones del pasado fin de semana, es lo siguiente: “Los actores políticos y empresariales afectados por las políticas de la 4T nos quieren convencer de que el problema reside en el presidente. Y ciertamente la belicosidad del mandatario, sus excentricidades y limitaciones ofrecen harto material para alimentar esta idea. Pero haríamos mal en tomar al pie de la letra nuestros propios chistes. La verdadera amenaza para México es que se frustre el proyecto de cambio, los agraviados pierdan toda esperanza y se abra un abismo de alcances insospechados. ¿Quieres la destrucción de AMLO? Ten cuidado con lo que deseas”.
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May 30, 2020
Adversarios: ¿quiénes son los enemigos de AMLO?
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Quizá no son mayoría, pero cómo se notan. Según las encuestas alrededor de 60 por ciento de los mexicanos apoyan la gestión de Andrés Manuel López Obrador, lo cual dejaría en minoría a los que no lo quieren. Pero parecen legión. Los adversarios del presidente se las arreglan para llenar los espacios mediáticos, las charlas de sobremesa, las redes sociales, la conversación pública. A donde vayamos encontramos memes desdeñosos, criticas despiadadas, quejas desesperadas. Ni siquiera el Presidente puede sustraerse al flujo adverso, a juzgar por el recuento de daños que hace cada mañanera sobre las fechorías de sus adversarios.
Pero haríamos muy mal en meter en una misma baza a todos los que le guardan encono a la 4T. El campo antilopezobradorista es un jardín en el que florecen toda suerte de especies y subespecies; algunas elegantes y atractivas, otras duras y espinosas, más de una venenosa. Con ánimo taxidermista me permito una modesta exploración de tan abundante variedad, entendiendo que muchas de ellas se mezclan, comparten ADN, proceden de raíces similares. A saber:
Los Vergonzantes. Todos aquellos que sienten pena ajena por tener un presidente tan poco presentable en sociedad (es decir, en su sociedad). No habla inglés, se come las eses, se viste en Milano no en Milán, es provinciano y, peor aún, lo parece. No son los más politizados, ni necesitan serlo. Diez minutos de escuchar al mandatario es todo lo que requieren para odiarlo.
Los Pragmáticos. Estos son quizá los más poderosos. Aquí no hay odio personal, solo una lucha despiadada por el poder económico; el gran capital no tiene inclinaciones personales, amigos o enemigos, tiene intereses, y asumen que con la 4T algunos de ellos están en riesgo. Combaten al presidente por temor a políticas públicas que puedan afectar a sus empresas, dineros y privilegios. Sin embargo, suelen operar por debajo de la mesa y no se confrontan directamente para no poner en riesgo sus negocios (más de uno forma parte de su Consejo de Empresarios).
Los Enemigos Profesionales. Los rivales políticos de AMLO tienen muchas razones para combatirlo; se trata del rival más poderoso que hayan enfrentado en su vida. En muchos sentidos el poder es un juego de suma cero: lo que gana uno lo pierde el otro. El partido del presidente ha desplazado al PRI, al PAN y al PRD no solo de la silla presidencial sino también de la mayor parte de los escaños y curules, de algunas gubernaturas y de muchas presidencias municipales. Y, como es bien sabido, el peor de los pecados de un político es vivir fuera del presupuesto. Es explicable que los Calderon, los Javier Lozano, los Fox y Manlio Fabios no duerman pensando maneras de descarrilar al tren morenista.
Los Golpeados. Se trata de rivales conversos; no nacieron en el jardín de los Capuleto pero emigraron allí como resultado de decisiones adversas del gobierno de la 4T: profesionales y contratistas vinculados a proyectos cancelados, ex beneficiarios del subsidio a las guarderías, proveedores del gobierno de Peña Nieto y sus empleados, becarios, consultores desplazados, funcionarios con sueldos degradados. Todos los que han perdido algo concreto y sustantivo por el advenimiento del nuevo régimen.
Los Anonadados. Intelectuales, comentaristas, conductores de medios, asesores financieros, gestores de relaciones públicas. Grupos profesionales que sin importar el régimen siempre habían sido consultados, escuchados, mimados y financiados por el poder aun sin pertenecer a él. Un grupo profesional variopinto que tenía convencidos a los políticos de que sus servicios eran indispensables para manejar la opinión pública, para gestionar los intereses de México en Washington y sus esotéricos pasillos, para llevar las relaciones públicas con la élite mundial y financiera. Mandarines de diversas cúpulas intelectuales y profesionales que aun no se reponen de la sorpresa de que ni el presidente ni los suyos parecen necesitarlos.
Los Desengañados. Estos también cambiaron de casaca. Quizá nunca admiraron al tabasqueño, pero eran empáticos con las propuestas de cambio y de crítica a un orden corrupto y agotado en el que ya no creían. Pero el presidente que llegó a Palacio les resultó muy distinto al que habían construido en sus buenos deseos de cambio. Poco a poco han comprado los argumentos de todos aquellos que lo encuentran rijoso, arrebatado, inexperto y crecientemente peligroso. Algunos de estos conversos terminan siendo rivales vehementes; como todo divorciado sabe, en no pocos casos el desencanto suele provocar un agudo resentimiento.
Los Reactivos. Aquellos que ni la debían ni la temían; no eran opuestos a la 4T y algunos incluso la veían con buenos ojos, pero han terminado por sentirse ofendidos por actitudes del presidente en contra de las causas que profesan y las tareas de las que se ocupan: feministas, periodistas, ecologistas, médicos, artistas, científicos que han reaccionado a lo que consideran disposiciones adversas, agresiones verbales innecesarias y hostilidad presidencial.
Los Despistados. Son antilopezobradoristas en su mayoría apolíticos y poco informados, pero carne de cañón de redes sociales y sedimento de cualquier teoría complotista que pase ante sus ojos. Convencidos de que todo meme es información, regurgitan likes y reenvíos indignados a todo lo que muestre la maldad o la estulticia del presidente (aunque no conozcan la palabra).
Los Fatigados. Tenían alguna opinión, pero hace tiempo decidieron que no valía la pena sostenerla. Son aquellos que flotan en ambientes familiares, sociales o profesionales adversos a López Obrador y, de plano, han terminado por mimetizarse con su entorno y llevar la corriente para evitarse problemas.
Los de Closet. Una versión de la anterior, pero en el bando contrario. Trabajan en el gobierno o se benefician de alguna manera de la 4T pero en su fueron interno AMLO les provoca urticaria… se la aguantan: la panza es primero.
Los Cruzados. Enemigos ideológicos de la izquierda. Todos aquellos que desconfían de banderas justicieras porque asumen que alienta una agenda socialista, estatista y contraria al mercado, la democracia y la libre empresa. Creen un deber patriótico oponerse al que, están convencidos, es un peligro para México.
Esta es mi clasificación, pero estoy dispuesto a revisarla. ¿Califica usted en alguna categoría? ¿En varias? ¿Percibe otra?
@jorgezepedap
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May 26, 2020
Contra AMLO: ten cuidado con lo que deseas
La verdadera amenaza para México es que se frustre el proyecto de cambio, los agraviados pierdan toda esperanza y se abra un abismo de alcances insospechados
Deshacerse políticamente de López Obrador no es la solución. Desgastar a su Gobierno o paralizarlo faltando aún cuatro años y medio de gestión, equivale a abrir hoyos en la balsa solo porque no nos gusta el viaje. Sería una pésima estrategia por razones prácticas (una balsa con rumbo precario es el paraíso comparado con la posibilidad de un naufragio en alta mar). Pero no solo por ello. También porque muchos están tan enfrascados organizando el motín, que no se han dado cuenta de la posibilidad de que, desaparecido el odiado capitán, la mayoría de los pasajeros y la tripulación resulten aún más peligrosos. O dicho de otra manera, sería un enorme error considerar que el impulso de cambio que representa la 4T obedece exclusivamente a la voluntad política de un hombre, así sea uno tan obstinado como Andrés Manuel López Obrador.
Habría que insistir en que el verdadero riesgo para las élites que se sienten amenazadas no es AMLO sino la fuerza que lo llevó a Palacio Nacional. El tabasqueño llegó a la Presidencia por la exasperación de muchos que se sienten abandonados por un modelo económico y social que los ha marginado. Lo anterior no es una frase sociológica: más de la mitad de la población económicamente activa trabaja en el sector informal no por gusto sino porque el sistema no les incluye. Y esa proporción ha subido año con año. El poder adquisitivo de los sectores populares no ha mejorado en los últimos lustros y la pobreza abarca a más del 40% de la población. La desigualdad, como ahora se sabe en todo el mundo, no es un rezago de la globalización sino un subproducto. Muchos prosperaron, es cierto, y el país celebró la emergencia de nuevas sectores medios y millonarios de clase mundial; creímos que dejábamos atrás el subdesarrollo gracias a la fundación de instituciones democráticas parecidas a las del primer mundo. Pero ni la prosperidad ni la democracia irradiaron en beneficio de los de abajo; solo aumentó el resentimiento por una desigualdad que el dispendio y la corrupción convirtieron en burla.
Pueden seguir dedicándose a coleccionar y exhibir incongruencias de López Obrador y alimentar la animadversión en su contra, pero sería más constructivo hacerse cargo de la responsabilidad que tuvimos todos para llegar a este México tan desigual y resentido. Y cuando hablo de resentimiento y rabia tampoco estoy incurriendo en la retórica: allí están los linchamientos, los descarrilamientos de trenes, las comunidades cerradas, el saqueo, las guardias de autodefensa. Es decir, el estallido social impedido por alfileres, el principal de los cuales es la esperanza del cambio que les significa una presidencia a favor de los pobres.
Creer que los altísimos niveles de aprobación de López Obrador son resultado de la manipulación y que solo basta desnudar las falencias del personaje para que su apoyo se desplome, es no entender lo que está pasando en los barrios que carecen de agua y los hogares que no llegan a fin de mes. Siempre han existido, me dirán, salvo que ahora hay muchas señales de que ya no están dispuestos a soportarlo pasivamente (las causas pueden ser varias, sea por las redes sociales, por los excesos cometidos, por la crispación de los nuevos tiempos). Abandonemos por un momento la falsa nostalgia de los tiempos mejores que se han ido, creyendo que pueden regresar por el simple expediente de neutralizar el triunfo de AMLO, y entendamos que ha llegado el momento de pagar una factura. Quedan dos tercios de sexenio, aprovechémoslo para intentar mejorar lo que caminaba mal.
Esto no significa rendirse ante López Obrador, si usted no cree en él, pero sí a responder a banderas legítimas de las que él se ha convertido en el único portador. Y no, la pobreza no va a resolverse profundizando lo que ya se ha intentado durante 30 años.
Para empezar, habría que dejar de apostar por la caída del sistema. Es más sensato adaptarse a la nueva realidad y entender que ha llegado el momento de vivir un sexenio de reajuste luego de la falsa abundancia; quizás no sean años para crecer pero sí para disminuir las grietas que amenazan la estabilidad del edificio social.
Parece nimio, pero esa perspectiva cambia muchas cosas. Por ejemplo la decisión de a quién apoyar tras la pandemia: ¿a los negocios de la economía formal o a los sectores populares? La respuesta del Gobierno es obvia, por más que a la iniciativa privada le parezca un crimen contra la producción.
Impulsar esquemas de redistribución del ingreso es una bandera que no tiene que ser monopolio del Gobierno; es algo sobre lo cual todos podríamos hacer algo. Los empresarios participando en la construcción de un orden legal, laboral y social que permita más empleos mejor pagados. Su involucramiento en las políticas públicas es fundamental.
Los intelectuales, indignados por el desdén con que AMLO trata a las instituciones democráticas, tendrían que ponerse a revisar qué ha fallado para que ese entramado de comisiones autónomas y espacios de rendición de cuenta, del que estamos tan orgullosos, haya coincidido con tal disparidad social, marginación y corrupción de las élites. No se trata de un mea culpa, sino de un ejercicio de imaginación para asegurar que en el futuro tales instituciones sean efectivamente democráticas para todos aquellos a los que la globalización no tomó en cuenta.
Los actores políticos y empresariales afectados por las políticas de la 4T nos quieren convencer de que el problema reside en el presidente. Y ciertamente la belicosidad del mandatario, sus excentricidades y limitaciones ofrecen harto material para alimentar esta idea. El presidente es un manantial del que brotan memes auto incriminadores. Pero haríamos mal en tomar al pie de la letra nuestros propios chistes. La verdadera amenaza para México es que se frustre el proyecto de cambio, los agraviados pierdan toda esperanza y se abra un abismo de alcances insospechados. ¿Quieres la destrucción de AMLO? Ten cuidado con lo que deseas.
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May 23, 2020
Nunca me digas “Te lo dije”
El verdadero peligro para México, creo yo, es que fracase dramáticamente el proyecto de cambio, que no se consiga un impulso pendular para aliviar la…
Esta semana publiqué en el diario El País una columna en la que señalé actitudes preocupantes en el comportamiento del Presidente: una arrogancia intelectual y moral que, entre otras cosas se traduce en una rencilla permanente con los que difieren con él (desde las feministas hasta los ecologistas, pasando por intelectuales, empresarios o periodistas) y una tendencia a colocarse a sí mismo en el pedestal de la historia patria (su obsesión en compararse a Benito Juárez, su consabida frase de “yo ya no me pertenezco”, su beneplácito a las zalamerías vergonzosas de los incondicionales de las mañaneras).
Aunque en el texto dejaba en claro mi apoyo a sus posiciones en contra de la corrupción y a su cruzada en favor de los pobres y la justicia social, mis palabras fueron interpretadas como una solicitud de inscripción en las filas de los enemigos de la 4T. “Por fin recapacitaste”, decía algún comentario; “bienvenido al bando de los que luchamos por desarraigar el socialismo”, decía otro. Pero el más frecuente era una reacción que con variantes expresaban un “te lo dije” (AMLO era un peligro para México o algo equivalente).
En efecto, yo voté por López Obrador y volvería a hacerlo si las opciones que me ofrecen son Ricardo Anaya del PAN o José Antonio Meade del PRI. No solo porque me parece que ambos encabezaban proyectos que bajo distintas modalidades representan “más de lo mismo”, sino también porque sigo creyendo que el México de los desamparados ya no estaba en condiciones de soportar un sexenio más de marginación y desprecio. Estoy convencido de que el país estaría en peores circunstancias si no existiera un personaje como López Obrador, capaz de encausar política y democráticamente la exasperación de tantos.
La derecha no parece darse cuenta de que el verdadero peligro para ellos no es AMLO sino la fuerza que lo llevó a Palacio Nacional. Los descarrilamientos de trenes, los linchamientos espontáneos contra supuestos violadores, los llamados al saqueo son salidas extremas que no solo revelan la impunidad y la ausencia de Estado de derecho, sino también la rabia y el resentimiento contra un sistema que durante décadas decidió concentrar los beneficios en el tercio superior de la población. Optar por un sexenio a favor del cambio, que dé prioridad a los pobres, no solo es un tema de conciencia social y de ética, sino también de conveniencia política para los que preferimos evitar un estallido social. El personaje puede ser anecdótico, ocurrente y provocador pero lo que representa es real, y existe con o sin AMLO. Excepto que sin él, el riesgo de una explosión social está a la vista.
Ahora bien, que hayamos votado por Andrés Manuel López Obrador no nos hace cómplices incondicionales del régimen, de la misma forma que criticarlo tampoco nos convierte en opositores. Comparto las banderas que sostiene el presidente, pero eso no significa que lo crea infalible o que siempre coincida con la manera en que intenta ponerlas en movimiento. En ocasiones, incluso, me parece que exhibe actitudes con las cuales obstaculiza sus propias metas, que son las mismas de muchos que lo hemos apoyado. Que la crítica profesional señale lo que podría ser desacertado o mejorable, desde una perspectiva distinta a la que se observa desde Palacio, es útil para enriquecer la conversación pública y extender puentes entre bandos al parecer irreconciliables empeñados en discutir a tumba abierta.
El artículo no gustó a muchos simpatizantes de López Obrador que me acusaron de darle “municiones al enemigo” o hacerle el caldo gordo a los fifís. Entenderlo así significa caer en el juego de reducir la sociedad mexicana a dos bandos condenados a vivir en eterno desencuentro. Entiendo que unos y otros puedan no estar de acuerdo con mis argumentos, pero rechazaría que simplemente se me juzgue por rehusar encasillarme en la lisonja incondicional o en la crítica destructiva.
López Obrador ha sido un líder consistente y esforzado que encauza el clamor de muchos a favor de un cambio, pero eso no lo hace ni perfecto ni infalible. El mayor riesgo para el que se encumbra es la pérdida de perspectiva, sobre todo cuando se encuentra rodeado de una corte de aduladores, como invariablemente sucede con todo soberano. Pero igual de dañino es asumir que todo cuestionamiento es un intento de derrocamiento. Se equivocan sus adversarios cuando creen que la fuerza social que exige cambios equivale a López Obrador; eso supondría que liquidarlo políticamente les resuelve el problema sin darse cuenta del fondo social que hay detrás. Pero, paradójicamente, lo mismo sucede con muchos simpatizantes de la 4T y en ocasiones con el propio AMLO: creer que su persona es el movimiento, con lo cual toda crítica a sus actos y palabras constituye una traición a la causa.
Desde luego que hay una crítica sistemática dedicada a descalificar y debilitar el proyecto de cambio que encabeza López Obrador. Sus razones tendrán, pero no son las mías. No hago mío sus “te lo dije”. Ellos siempre han creído que el país marchaba en la dirección correcta y simplemente necesitaba ajustes y correcciones. Nunca coincidiré con eso, incluso si por alguna razón se malogra la puesta en marcha de la 4T. En tal caso, y espero que no lo sea, habrá que cuestionar los errores en la instrumentación, la pérdida de brújula, las falencias humanas. Pero no la intención.
El verdadero peligro para México, creo yo, es que fracase dramáticamente el proyecto de cambio, que no se consiga un impulso pendular para aliviar la situación de los desesperados y que el propio abismo social nos cobre la factura a todos. Ofrecer un espejo lo más honesto posible para que el soberano pueda verse de manera realista tendría que ser el papel de la crítica reflexiva, aun cuando se corra el riesgo de que la imagen no coincida con los que quieren beatificarlo o, por el contrario, destruirlo.
@jorgezepedap
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May 19, 2020
¿López Obrador en el punto de no retorno?
Andrés Manuel López Obrador no ha traicionado sus banderas, pero en más de un sentido se ha traicionado a sí mismo. Sigue siendo fiel a su obsesión de beneficiar a los pobres y combatir la corrupción, pero al llegar al poder ha dejado de lado al hombre modesto y discreto que parecía ser. O quizá simplemente traicionó al ser humano que habíamos construido en nuestra cabeza.
Supongo que hubieron muchas señales, pero a mí me produjo una opresión angustiante en el pecho observar a un Andrés Manuel sonriente y feliz, dejándose rodear por niños de primaria que cantaban un himno plagado de loas a su persona. El luchador social que yo aprecio habría tenido un ataque de pudor ante la burda exaltación del culto a la personalidad y de coraje ante la obvia manipulación de los pupilos por parte de un maestro oportunista. Pero el Andrés Manuel que se observaba en el vídeo claramente disfrutaba del momento, consciente de estar siendo filmado, en una escena que en el mejor de los casos era una mala copia del Evangelio y, en el peor de ellos, una pieza propagandística digna del regordete Kim Jong-Un de Corea del Norte.
Luego vinieron las desagradables muestras de servilismo en las mañaneras de parte de personajes salidos del periodismo de aficionados, convertidos en súbitas estrellas gracias a su disposición a madrugar y a hacer preguntas elogiosas y convenientes al soberano. “Presidente de todos los mexicanos, siervo de la nación, ¿qué opina de la declaración de los conservadores explotadores del pueblo que ayer afirmaron …? ” . Pensé que tales muestras de oportunismo y pobreza profesional serían poco a poco desahuciadas por el sentido común de un hombre que, a mi juicio, tenía una trayectoria marcada por el decoro. Pero para mi sorpresa, al pasar los días el presidente terminó dándoles prioridad en las rondas de preguntas y no perdió oportunidad de cargarlos de elogios y presumirlos como ejemplos de buen periodismo. Que califique de mala prensa a quienes le critican ya es preocupante, pero puede entenderse (que no justificarse) por la pasión política. Que considere admirables las muestras de abyección de las mañaneras, en cambio, me parece que va más allá de lo político y tiene que ver con una fractura en un hombre cuya inteligencia y sentido de dignidad estaban por encima de eso.
Tuve la oportunidad de hacer un largo perfil biográfico de López Obrador para el libro Los Suspirantes 2006 y lo profundicé y actualicé para las versiones del 2012 y el 2018. Lo que encontré fue un ser humano con virtudes y defectos, tozudo e implacable con sus principios y determinaciones, sencillo en sus planteamientos, austero, digno y honesto.
A los que profetizaban un Hugo Chávez, yo contra argumentaba recordando su experiencia como alcalde de la Ciudad de México, la cual se caracterizó por un espíritu práctico, negociador y emprendedor. En realidad mi mayor preocupación residía en la posibilidad de que al llegar al poder se dejara llevar por una actitud revanchista y punitiva en contra de los que le habían boicoteado durante su trayectoria como opositor (las televisoras, los capitanes del dinero, los ex presidentes, etc.). Pero su discurso de toma de posesión sorprendió a todos por su generosidad, su espíritu conciliador y su ánimo incluyente.
Para desgracia de muchos que votamos por Andrés Manuel y seguimos creyendo en sus banderas, ese discurso inaugural se fue debilitando con los meses. La borrachera del poder quiso otra cosa. Me hizo añorar los cuentos de hadas que tras el beso de consumación suelen terminar con el “vivieron felices”. Los libretistas no tienen que batallar con la vanidad insufrible de la ex bella durmiente, las infidelidades del príncipe azul o la anti climática y aburrida cotidianidad que termina por arruinar la luna de miel. Los cuentos felices tienen la virtud de terminar a tiempo. Los sexenios, no.
Más allá de aciertos y errores que todo ser humano comete, presidentes incluidos, me parece que algo se descompuso en el momento en que López Obrador creyó posible decir sin rubor una frase como “yo ya no me pertenezco”. No hay ninguna gloria en haber ganado la presidencia, como lo demuestran Fox o Calderón, si no va acompañado de la capacidad de provocar un cambio real y no de palabra, como hasta ahora ha sucedido. No ayuda en nada que él esté convencido de que sus frases van para el bronce y que sus textos son un regalo iluminado para la humanidad; en suma, cuando se convence de estar investido de una supuesta infalibilidad, trátese de economía, historia, ecología, política, filosofía o humanismo. La humildad convertida en motivo de presunción.
Lo que no entiende el presidente es que nada asegura nada, y que sus pares en la historia podrían terminar siendo Luis Echeverría y José López Portillo, y no Benito Juárez o Francisco I. Madero, como él cree. ¿De qué depende? De que la inseguridad pública, la pobreza o la corrupción disminuyan drásticamente. Y esas, lejos de haber mejorado en año y medio, están estancadas o van empeorando. Cada vez está más claro que no basta la buena voluntad del mandatario para que México se transforme y que se necesita el concierto de muchos actores (algunos de los cuales han sido maltratados y enajenados por el mandatario de manera gratuita). El presidente repite una y otra vez que no nos hemos dado cuenta de que “esto ya cambió”, pero no es así. Y allí están los asesinatos diarios para contradecirle, próximamente el desempleo galopante y los escándalos de corrupción de los que nos vamos enterando. Lo que cambió, y hay que reconocérselo, es la voluntad política del jefe del Estado de hacer un México más justo para los desheredados. Pero deseo no es lo mismo que realidad por el simple hecho de que él viva en Palacio.
No quisiera perder la esperanza. Era tan improbable la posibilidad de que las élites permitieran la llegada al poder de un hombre comprometido con los que menos tienen, que se trata poco menos que de un milagro (quizá de allí las actitudes mesiánicas del personaje). Se necesitará otro milagro para que el presidente descienda del pedestal en el que él mismo y sus aduladores lo han puesto. Pelearse con las mujeres, con la prensa nacional y extranjera, con los ecologistas, con los inversionistas, con la parte de su Gabinete que no es servil e incondicional, con las clases medias, con intelectuales, científicos y artistas y un creciente etcétera, puede haber sido imprescindible para producir un cambio y eliminar privilegios y distorsiones. Pero temo que muchos de esos desencuentros se originan por otra razón: la soberbia. La simple y llana convicción de creerse que es más sabio que todos los demás, y ufanarse de ello con el aplauso de su caterva de zalameros. ¿Hay posibilidad de retorno?
¿Es recuperable el estadista que lleva dentro sin que nos endilgue una supuesta superioridad moral? Y si el mejor AMLO no regresa ¿vale la pena seguir apoyándolo a pesar de sus deslices en aras de la bondad de sus banderas?
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