Rodolfo Martínez's Blog: Escrito en el agua

August 24, 2021

ME HAS CONOCIDO EN UN MOMENTO EXTRAÑO DE MI VIDA

En marzo de 2021 la empresa de informática para la que llevaba trabajando unos veinticinco años decidió prescindir de mis servicios. No diré que fue agradable, pero resultó menos traumático de lo que esperaba.

La primera reacción fue, lógicamente, de incertidumbre. ¿Qué iba a hacer con mi vida a mis cincuenta y seis años? Tenía por detrás una carrera literaria que, pese a darme numerosas gratificaciones en lo personal, no habían sido suficientes en lo profesional para permitirme vivir de ella. Tenía también una pequeña editorial que, aunque se mantenía y se las apañaba para sobrevivir sin dar pérdidas y obteniendo un pequeño margen que me permitía seguir adelante, no daba suficiente para ser mi fuente principal de ingresos ni de lejos.

Estaba, por supuesto, la informática, que había sido mi profesión desde 1995 y en la que tenía un currículo que, en principio, debería haberme permitido, pese al hándicap de la edad, encontrar un nuevo trabajo antes o después.

Siempre, claro, que de verdad quisiera eso.

Fue lo primero que me planteé. ¿Quería, a mi edad, empezar de cero en otra empresa? Es más, ¿quería seguir trabajando para otros, sujeto a las decisiones de otros, al horario de otros y a la conveniencia de otros?

Enseguida me di cuenda de que a respuesta a esas preguntas era «no». Hasta aquel momento no había estado en situación de formularlas de forma explícita, pero el vago sentimiento de inquietud que experimentaba desde 2014 y que había ido creciendo poco a poco con el tiempo solo podía apuntar a un sitio. Me di cuenta en ese momento de lo poco que me gustaba lo que estaba haciendo, dónde lo estaba haciendo y para quién lo estaba haciendo. No era eso lo que quería.

Entendedme bien. No era un mal trabajo. El ambiente laboral no era malo, el comportamiento de la empresa, salvo algún detalle que otro, era en general razonable y las tareas que realizaba como programador no eran desagradables. No estaba en un mal sitio.

Pero no estaba en el sitio en el que quería estar.

Claro que, ¿dónde quería estar?

Llevaba un tiempo trabajando de traductor. Con textos cortos al principio (algunos artículos en los años noventa para el fanzine BEM, un cuento para la revista Gigamesh a principios de siglo, varios relatos de la recopilación Simetrías rotas de Steve Redwood para mi propia editorial allá por 2012…) hasta que en 2015 tomé el toro por los cuernos y decidí traducir algo más largo.

Empecé, curiosamente, por un clásico, El signo de los cuatro, de Arthur Conan Doyle. Por un lado porque era un libro que me gustaba (quizá mi novela canónica favorita de Sherlock Holmes) y por el otro porque me apetecía ver si era capaz de darle a Watson su voz característica al traducirlo al castellano.

El resultado me pareció satisfactorio. Durante un tiempo me centré en autores libres de derechos: más Doyle (ahora diversos relatos de Sherlock Holmes), Mark Twain (una novela corta de Tom Sawyer), Robert E. Howard (su Conan) o H. G. Wells (La máquina del tiempo).

Pero surgió también la posibilidad de traducir algo de autores modernos, como La enseña del elefante y el guacamayo de Christopher Kastensmidt o la recopilación de relatos Torres de Babel de Ian Whates.

Todo eso apareció en Sportula, mi editorial. Siendo mal pensado se podría llegar a la conclusión de que traducía yo mismo porque no podía permitirme pagar a un traductor profesional.

No diré que no haya algo de eso. Pero lo cierto es que descubrí que traducir me gustaba, disfrutaba con ello casi tanto como escribiendo y, al parecer, no se me daba del todo mal. El feedback que tenía sobre la calidad de mis traducciones es que esta no era mala.

Así pues, ¿por qué no intentaba ganarme la vida traduciendo, ya no para Sportula sino para otros editores?

Tomé esa decisión más o menos un par de horas después de que me despidieran. Y en ese momento sentí que me quitaban de los hombros un peso enorme que había estado soportando los últimos años y del que no había sido enteramente consciente hasta ese momento.

A lo mejor lo de traducir no funcionaba y tenía que buscarme la vida de otro modo. Pero no me importaba, sentía que estaba tomando la decisión correcta, la que me pedía el cuerpo y la que le sentaba bien a mi espíritu. Lo demás, no importaba.

Lo hablé con Felicidad Martínez, claro, como lo hablo todo. Me apoyó desde el primer momento y tuvo la sensación de que estaba tomando la decisión correcta. O al menos la que necesitaba tomar en ese momento.

Hay una película de John Boorman titulada Excalibur que es, sin duda, una de las más interesantes adaptaciones de los mitos artúricos que se han hecho. En un cierto momento Perceval consigue el Grial y se lo lleva a Arturo. El rey bebe de la copa y en ese momento mira a su alrededor como si no reconociera el lugar en el que está. Luego dice:

—Desconocía el vacío de mi existencia hasta que lo he llenado.

Esas palabras describen a la perfección mi estado de ánimo en aquel momento. No tengo forma de saber si, en el sentido clínico del término, estaba en medio de una depresión cuando me despidieron, pero creo que es así y que el motivo tras la depresión era la profunda insatisfacción hacia la vida que estaba llevando. Descubrir de pronto que había otras alternativas, que había un camino distinto y que podía emprenderlo fue… bueno, ya lo dijo Arturo mejor que yo, así que para qué repetirlo.

No tenía garantías, claro. Nunca se tienen, incluso cuando se está seguro de que sí. Pero veía un camino posible que me llevaba a un lugar en el que sí quería estar.

En los siguientes días mi estado de ánimo fue cambiando para mejor cada vez más. No las tenía todas conmigo, por supuesto; el temor seguía ahí: ¿Y si no funcionaba? ¿Y si salía mal? ¿No sería mejor atenerme a lo que ya conocía e intentar buscar trabajo en una empresa de informática?

Lo que descubrí fue que aquellas preguntas ya no tenían poder sobre mí. Podían paralizarme momentáneamente, confundirme unos segundos, provocarme instantes puntuales de ansiedad… pero todo pasaba y la sensación de estar haciendo lo correcto no solo no se desvanecía, sino que se fortalecía.

Como es natural, eché mano de todos mis contactos y conocidos y les expliqué lo que pretendía con la intención de que, si veían alguna posibilidad que pudiese venir bien, me mantuvieran al tanto.

Hice una prueba de traducción para una editorial. Me rechazaron. Fui el primer sorprendido cuando el rechazo no me hizo vacilar ni un instante en mi resolución. No las tenía todas conmigo cuando envié la prueba y me decía una y otra vez que si no me consideraban a la altura iba a tener que replantearme mi decisión. No fue así. Me dolió, por supuesto, pero no tuvo más consecuencias.

Los acontecimientos se concatenan a veces de formas sorprendentes. No había pasado una semana desde mi despido y mi amiga Inmaculada Molina contactaba conmigo y me preguntaba qué me parecía la idea de colaborar con el Instituto Cervantes (concretamente con el Centro Virtual Cervantes) con una pequeña columna dedicada a la ciencia ficción española.

Lo que necesitaban eran textos muy básicos, que sirvieran de introducción al género para aquellos que no lo conociesen y que rondasen las seiscientas palabras. Era perfecto y vino en el momento perfecto. Una colaboración remunerada sobre un tema que conozco bien y acerca del que me encanta hablar. Qué más se podía pedir.

Los meses fueron pasando. Recibí noticias de varias editoriales en el sentido de que, en función de cómo anduviesen las cosas, me tendrían en cuenta de cara a encargarme algún trabajo. No eran las noticias que quería, pero eran las que esperaba; era muy consciente de que me costaría trabajo abrirme camino y que no sería cosa de un día o de dos, sino que llevaría tiempo. En todo caso la puerta no estaba cerrada, lo cual era importante.

Luego, a mediados de mayo, murió mi madre.

No exagero si digo que mi madre ha sido la influencia más importante en mi vida en numerosos sentidos. Hay muchos aspectos de mi personalidad que se los debo a ella y era una persona con la que siempre podía hablar de cualquier cosa de forma tranquila y racional sin importar lo diferentes que fuesen nuestras opiniones sobre un asunto concreto.

Hay mucho que podría decir sobre ella, pero no lo haré. Cualquiera que haya perdido un ser querido puede imaginarse por lo que pasé o por lo que pasaron mi hermana y mi padre. No hace falta añadir más.

Siempre me he preguntado qué habría pasado de haber muerto mi madre unos meses antes, cuando yo aún estaba trabajando de informático, en un estado anímico mucho más vulnerable y frágil. No sé cómo estaría ahora. Sospecho que nada bien.

Al mes siguiente la editorial SAGA Egmont se puso en contacto conmigo. Ya los conocía de antes; gracias a las gestiones de Álex Páez habían adquirido los derechos para audiolibro de mi obra, y eran una de las editoriales con las que había contactado por si necesitaban traductores.

Me dijeron que querían publicar un par de series de relatos de ciencia ficción y que estaban tanteando a distintas personas a ver si les interesaba. Les respondí que por supuesto que me interesaba y quedé a la espera. Supuse que habrían contactado con diversas personas y que lo más probable es que alguno de sus colaboradores habituales acabase haciéndose con del encargo. Pero al menos habían contado conmigo, lo cual era un primer paso importante.

Unos quince días más tarde me escribieron de nuevo. Las series de relatos eran, en realidad, dos sagas de novelas de distintos autores. Me enviaban el primer libro de cada una para que les echase un vistazo, les dijese cuál me interesaba más y les diese un plazo de entrega del libro, en caso de que aceptase el trabajo.

Por un momento me quedé paralizado. Ni en mis más optimistas previsiones había esperado que se me abriese tan pronto una puerta. Soy consciente de que fue pura cuestión de suerte. Desconozco las circunstancias exactas que llevaron a que, en el preciso momento que yo estaba disponible, SAGA necesitase un nuevo traductor y supongo que nunca las conoceré. De todos modos, bienvenidas sean.

Ambas series tenían planteamientos con ciertas similitudes. Las dos eran space operas militares en las que la Tierra luchaba contra alienígenas. Y las dos parecían interesantes.

Al final opté por la saga Expeditionary Force de Craig Alanson, cuya primera novela llevaba por título Columbus Day.

Cuando traducía para mí mismo no me «cronometraba», por así decir, ni calculaba fechas de entrega. Al fin y al cabo, yo mismo era el editor y convencerme de retrasar las cosas si no las tenía a tiempo no era un problema. Algo que en estos momentos no estaba a mi alcance.

Hablé con un par de amigos traductores que me contaron lo que ellos veían como un plazo razonable y una cantidad de trabajo razonable al día. Partí de esa estimación y la inflé un poco para no pillarme los dedos y respondí a la persona de SAGA que había contactado conmigo.

Aceptaron el plazo propuesto y, antes de que me diese cuenta estaba iniciando mi primera traducción para otro editor.

Confieso que lo primero que pasó por mi cabeza no fue «¡Qué bien, y mucho antes de lo esperaba!» sino «Joder, mamá no está aquí para verlo». Una chorrada, ya lo sé, pero supongo que es un pensamiento inevitable. Cuando en su momento le conté lo que pensaba hacer, reaccionó con dudas. Me apoyó, por supuesto, pero era fácil percibir que no veía las cosas claras y que no estaba nada segura de que las cosas salieran bien. Sé que, de haber estado viva, habría recibido la noticia de esta primera traducción con auténtica alegría y habría contribuido mucho a tranquilizarla.

Pero como es notorio y palmario al universo le importa una mierda lo que nos venga mejor.

En todo caso, este ha sido el resumen de lo que llevamos de 2021 para mí, sin duda un año raro en numerosos aspectos, muy malo en algunos, sorprendentemente bueno en otros. Y lo más gracioso es que mi despido está en el lado de los acontecimientos buenos.

¿Qué me depara el futuro? Ni idea, pero encaro esa incertidumbre con buen ánimo y ganas de currar en algo que de verdad me satisface. Hace dos días entregué a mi editora mi primera traducción y en unas semanas empezaré con la segunda.

A partir de ahí, ya veremos…

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Published on August 24, 2021 09:17

July 25, 2021

ALEGORÍA Y ADAPTABILIDAD

Hace unas semanas veía en las redes a una persona echando en cara a otra que interpretase El señor de los anillos de Tolkien como, me parece recordar, una advertencia contra el totalitarismo. Su argumento era que el autor siempre había huido de las interpretaciones de su obra y que afirmaba que esta no tenía significado alguno fuera de sí misma, de lo que ocurría en ella y de lo que contaba.

Podríamos empezar afirmando que, en realidad, lo que el autor opine sobre su obra y cómo debe interpretarse esta es totalmente irrelevante. No voy a ir aún por ese camino, aunque es esa mi opinión. Básicamente porque prefiero recorrer el sendero de apoyar la visión de Tolkien sobre su propia obra… entre otras cosas porque en el fondo está defendiendo lo mismo que yo acabo de decir; me temo que a la persona que afirmaba que El señor de los anillos no era interpretable no ha entendido muy bien lo que afirmaba el creador de la Tierra Media.

Tolkien odiaba con toda su alma la alegoría. Es uno de los motivos por los que acaba abominando de la trilogía de Narnia de su amigo C. S. Lewis; la obra de este es una alegoría cristiana tan evidente y poco sutil que casi no deja espacio abierto a la interpretación por parte del lector.

Quedaos con esa frase: «la interpretación por parte del lector».

Tolkien decía sobre la alegoría:

I cordially dislike allegory in all its manifestations, and always have done so since I grew old and wary enough to detect its presence. I much prefer history – true or feigned– with its varied applicability to the thought and experience of readers. I think that many confuse applicability with allegory, but the one resides in the freedom of the reader, and the other in the purposed domination of the author.

Detesto con toda el alma la alegoría, se manifieste como se manifieste; la he detestado toda mi vida, desde que el momento en que fui lo bastante mayor para detectarla. Prefiero con diferencia un relato —sea real o ficticio— que se adapte al pensamiento y la experiencia de los lectores. Son muchos los que confunden esa adaptabilidad con la alegoría, pero mientras que la primera hunde su raíces en la libertad del lector, la otra las clava en la voluntad deliberada del autor.

Hay otros textos de Tolkien sobre el tema en los que ahonda más en el asunto. En concreto, en el prólogo que escribió para la primera edición americana en bolsillo de El señor de los anillos (y que suele reproducirse hoy en día en todas las ediciones) habla de que no hay la menor intención por su parte de que su novela refleje o hable de asuntos del mundo real, pasados o actuales. Al mismo tiempo, reconoce que el escritor no puede huir de su experiencia vital y que, de un modo u otro, la reflejará en su obra.

Pero al decir eso, Tolkien no está negando la posibilidad de que el lector interprete su obra. Está negando la idea de que haya una interpretación válida por encima de las demás, cosa totalmente distinta.

Volvamos al párrafo mencionado. La diferencia entre alegoría y adaptabilidad (o aplicabilidad, como se ha traducido en ocasiones).

Una alegoría es, básicamente, una metáfora hipertrofiada. Lo que el autor describe en el libro es una metáfora de lo que él desea y no puede ser otra cosa. La novela es un significante que tiene un único significado válido, aquel que el autor le ha asignado. No puede tener otro. Y si alguien intenta darle otro, no ha entendido el texto

No voy a entrar en todos los problemas que hay en esa falsa asunción de que en todo momento el autor controla las riendas de las connotaciones textuales de lo que escribe o que conoce a la perfección lo que su mente está poniendo en la página en blanco. Basta pensar medio segundo para darnos cuenta de que eso es una tontería.

De lo que pretendo hablar aquí es de que, aunque no fuese una tontería, no importaría un pimiento.

Tolkien nos habla de un relato que es capaz de adaptarse al pensamiento y la experiencia de los lectores. Es decir, la novela establece un diálogo con quien la lee y, dado que cada persona que la lee es distinta, la conversión final será diferente. El autor podía tener en mente A, B y C cuando la escribió (o eso pensaba él), pero el lector, a partir del texto extrae nada de A, un poco de C y un montón de D y M. Porque su forma de ver el mundo y su experiencia vital lo llevarán a mantener una relación con el texto que no tiene nada que ver con la que mantiene quien lo creó y, por tanto, no leerá lo mismo ni extraerá las mismas interpretaciones.

Tolkien no afirmaba que su novela no pudiera ser interpretada como un aviso contra el peligro nuclear, contra la rapacidad tecnológica o contra la doblez de los políticos que, proclamando tener un noble propósito, destruyen el mundo en el proceso. Por supuesto que El señor de los anillos puede leerse así, y de cientos de maneras distintas. Lo que dice Tolkien en el fondo es que no hay una interpretación única y válida de El señor de los anillos, como sí la habría en el caso de haber tenido un propósito alegórica.

Ahí es donde creo que Tolkien se equivoca un poquito. Incluso una alegoría puede ser interpretada de forma diferente a como pretendía su autor. Porque, como decía al principio de estas líneas, lo que pretenda el autor es irrelevante. Lo único importante es el texto final y el diálogo que este establece con el lector. Y, por mucho que el autor tenga perfectamente claro lo que quiere decir (cosa que no es cierta ni de lejos, en general), lo que quiere decir y lo que ha dicho son cosas distintas. Y lo que ha dicho y lo que significa eso que ha dicho, también, y varía con cada lector.

«Una novela es una máquina de generar interpretaciones.» Así la definía Umberto Eco hace unos cuantos años. Y tenía razón. Y sospecho que Tolkien habría estado de acuerdo con él.

Así que, sí, es perfectamente posible sostener que el El señor de los anillos significa esto, lo otro o lo de más allá… siempre que cada uno sea consciente de que significa eso para él, y que lo que significa para los demás es igual de válido.

Einstein dijo en su día que no existían puntos de referencia privilegiados en el universo. Pese a las malinterpretaciones posmodernas de esa frase, no quería decir que todo era relativo sino todo lo contrario: que el universo, se lo mire desde donde se lo mire, es siempre igual.

En arte, en literatura, pasa todo lo contrario. Tampoco hay puntos de referencia privilegiados, pero cada par de ojos que examinan la obra la ven distinta. Y todas las miradas son igual de acertadas y de válidas.

Y sí, la del autor es una mirada más. Ni mejor ni peor que las otras. Ni más certera ni más equivocada, conceptos que carecen de sentido en ese contexto. El autor verá lo que su propia experiencia le dice que hay en el texto (y, sin duda, parte de esa experiencia habrá sido escribirlo), pero su diálogo con su propia obra no es más correcto que el de cualquier otro lector.

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Published on July 25, 2021 01:30

July 4, 2021

Ad Astra 4: El nacimiento de la ciencia ficción

En este Ad Astra hablo del nacimiento de la cifi e intento explicar por qué sucedió en ese momento y no en otro:

https://cvc.cervantes.es/el_rinconete/anteriores/junio_21/23062021_01.htm

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Published on July 04, 2021 23:43

REPASANDO CLICHÉS (PROPIOS)

En un comentario a uno de sus primeros relatos publicados, «La amenaza de Calisto», Isaac Asimov se lamentaba de haberle puesto atmósfera respirable a la luna de Júpiter. Decía que, a pesar de tener los suficientes conocimientos científicos para saber que eso no era cierto, se dejó llevar por los clichés de la literatura pulp, porque eso resultaba más cómodo.

Si repaso lo que he publicado desde 1989 hasta, digamos, 2018, momento en que empiezo a escribir El hueco al final del mundo, me doy cuenta de que eso me ha pasado a menudo a lo largo de mi obra literaria. No en temas científicos, como en el caso de Asimov, sino más bien a la hora de construir ciertos personajes o usar determinados tropos para hacer la trama más interesante.

Si hubiera sido un poco menos cómodo y algo más reflexivo, si no me hubiese dejado llevar por ciertos lugares comunes (buena parte de ellos, inconscientes) creo que mis novelas habrían sido más complejas y con una textura más rica, quizá más plausibles.

Y me da rabia. Sí, llorar por la leche derramada, como dicen los ingleses, es una tontería, pero también resulta inevitable. Sobre todo porque mi caída en esos clichés no fue debida al desconocimiento, que podría ser hasta disculpable, sino a la pura comodidad, a la pereza que me llevó a no tomarme unos minutos para reflexionar un poco.

A no prestar atención.

Tan sencillo como eso.

No voy a hacer un repaso exhaustivo por los clichés (no todos ellos sexistas, pero sí unos cuantos, como varias mujeres en neveras y alguna que otra mujer-trofeo) que se pueden encontrar en mis novelas pero en buena parte de mi obra anterior a 2010 hay unos cuantos ejemplos. Me digo a mí mismo que no son muchos (aunque, ¿qué es «muchos» en ese contexto? A lo mejor uno ya es demasiado) y que, para compensar, he creado personajes femeninos complejos y creíbles, que no necesitan validación externa y que no funcionan como un elemento para ayudar a avanzar la trama del protagonista masculino o una recompensa para el héroe si este triunfa. Pero eso no cambia el hecho de que lo otro también está allí.

O, por tocar otro tema, si repasamos mi ciencia ficción de los años noventa, mi Ciclo de Drímar, veréis que allí desarrollo una civilización humana a nivel galáctico donde casi no hay personajes LGBTQ. ¿Era tan tonto que de verdad me creía que solo los cishetero iban a colonizar la galaxia? Claro que no. Ni siquiera puedo usar la excusa de que en mi burbuja vital no había personas LGBTQ, dado que una parte importante de mis amigos lo eran.

Simplemente me dejé llevar por lo más fácil, lo más cercano y lo más cómodo; y no arriesgué.

Lo cual, cuando te dedicas a la ciencia ficción, literatura especulativa por excelencia, tiene incluso más delito. ¿Eres capaz de pararte a pensar en cómo sería un alienígena multiforme o una inteligencia artificial consciente y ni siquiera puedes crear un personaje humano que no tenga tu misma identidad y orientación sexual? Venga, compañero, háztelo mirar.

Determinadas circunstancias personales en los quince o veinte últimos años han ido contribuyendo a que sea más consciente de esas cosas y que tenga más cuidado para no caer en ellas. Ha sido un proceso gradual en el que tanto mi anterior pareja, Marisa Cuesta, como la actual, Felicidad Martínez, han tenido mucho que ver, no tanto porque hayan podido modificar mi pensamiento sobre el mundo (que sin duda también, como supongo que yo he contribuido a modificar el suyo) sino por enseñarme a mirar más allá de lo obvio y no dar ciertas cosas por sentado… Actitud que estaba convencido de que guiaba mi comportamiento en casi todos los terrenos, pero que en algunos de ellos tenía varios puntos ciegos bastante grandes.

Mi forma de pensar sobre temas como el feminismo, la diversidad sexual y de género o la pluralidad étnica no ha variado de forma sustancial en las últimas tres o cuatro décadas. Se ha ido matizando a medida que tenía más información y seguramente he aprendido a profundizar más en ciertas cuestiones, pero en lo básico he tenido claras las cosas desde muy joven.

El mayor cambio que ha sufrido mi actitud, si pienso en ello, ha sido sobre todo una cuestión de «fijarme», por llamarlo de algún modo, de prestar atención y escuchar, de pararme unos segundos a pensar y considerar ciertas cuestiones y observar con ojo crítico lo que me rodea. Y hacerlo especialmente con todo aquello que en circunstancias ordinarias me resulta invisible porque, a causa de mi posición privilegiada como tío blanco cishetero, nunca me ha afectado lo suficiente para percibirlo. De no limitarme a ver lo que espero encontrar, y tratar de contemplar lo que hay realmente.

La primera novela donde los resultados de eso empiezan a percibirse es, en 2009, El adepto de la Reina. Lo cual es en extremo paradójico, porque también es aquella en la que muchos de esos clichés están llevados al extremo. Al mismo tiempo, hay ciertos momentos en la novela que intentan huir de esos estereotipos y presentar normalizadas determinadas situaciones y relaciones.

En cierto modo la novela es un pivote. Y funciona al mismo tiempo como culminación (incluso llevada a la exageración) de una cierta forma de hacer las cosas y primer paso en el camino hacia otra a mi entender mejor y que produce mejores resultados literarios y texturas narrativas más ricas e interesantes. Ese proceso de huida de estereotipos tóxicos continúa en los distintos libros de la serie, tanto con determinados personajes humanos, incluido el propio protagonista, como con la especulación sobre la fluidez de géneros que asoma en los carneútiles, especialmente en La sombra del adepto, la última novela.

Las astillas de Yavé, un thriller sobrenatural que se ambienta, como todo mi ciclo de la Ciudad, en una especie de «versión mágica» de Gijón, es un paso más en ese camino, y confieso que es una de las novelas de las que estoy más orgulloso, por diversos motivos.

Algunos de esos motivos tienen que ver con que, siendo mi novela con una trama más cercana al mainstream realista (es fundamentalmente un thriller en el que los elementos sobrenaturales van asomando muy poco a poco), también es, al mismo tiempo, la más petada de referencias friquis de todo pelaje, hasta el extremo de que podría llegar a considerarse un catálogo de mis principales fetiches de la cultura popular.

Aunque lo que más me gusta es Uve, la protagonista y narradora de la novela. En buena medida, supongo, porque tiene un sentido del humor tan deplorable como el mío. Haber usado su propia voz para contar la historia y ver el mundo como ella lo veía fue un proceso fascinante. No era la primera vez que intentaba algo así (pienso en la Cara de «Este relámpago, esta locura», por ejemplo), pero sí que fue la primera que lo hice con ese grado de implicación y durante toda la historia.

Cuando, allá por setiembre de 2018 empecé a jugar con la idea de escribir lo que luego sería El hueco al final del mundo tenía claras muy pocas cosas. La primera y fundamental fue que quería que fuese mi novela más ambiciosa; si me estrellaba, que fuese por apuntar demasiado alto, nunca por lo contrario.

Eso tenía varias implicaciones; una de ellas, que tuve clara desde el primer momento, fue que iba a intentar crear una historia lo más diversa posible en todos los aspectos. No tengo la menor idea de si he tenido éxito. La respuesta del público que ha leído los dos primeros volúmenes, los únicos publicados en el momento que escribo estas líneas, es positiva en ese sentido, así que supongo que no lo estoy haciendo mal del todo, pero confieso que no las tengo todas conmigo. Al fin y al cabo, cuando en el pasado caía en lugares comunes, no era consciente de ello y tenía la sensación de estar haciéndolo de maravilla. ¿Cómo sé que no me está pasando de nuevo y que dentro de unos años miraré lo que he escrito ahora y lo encontraré facilón y estereotipado?

Ni idea, la verdad. En serio, ni la menor idea.

El tiempo lo dirá, imagino.

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Published on July 04, 2021 22:29

June 23, 2021

VERSOS Y MÁS VERSOS

Tendría unos quince o dieciséis años cuando escribí un poema por primera vez. La culpa fue de la asignatura de literatura de 2º de BUP, que me hizo entrar en contacto con la literatura española en general y con la poesía del Siglo de Oro y de la Generación del 27 en particular.

Pensado ahora es un poco absurdo que por aquel entonces me considerase un escritor y sin embargo la mayor parte de mis lecturas (y, por tanto, de mis influencias tanto en tema como en estilo) fuesen autores que habían escrito en otros idiomas y que habían sido traducidos (a veces no demasiado bien, seamos sinceros) al castellano.

El idioma, al fin y al cabo, es la herramienta del escritor, como lo son el pincel y los pigmentos para el pintor, o el cincel y la piedra para el escultor. Por tanto, debería conocerla bien y manejarla mejor. Y debería conocer, lógicamente, la lengua en la que escribe.

La conclusión lógica es que cualquier escritor debería tener un cierto conocimiento de la literatura escrita en su propio idioma. No necesariamente exhaustivo, pero sí bastante amplio. Somos lo que somos como creadores porque cabalgamos a lomos de todos los que nos precedieron, así que conocerlos es fundamental.

Por suerte, en la adolescencia tuve un profesor de literatura que era un comunicador excelente y sabía impartir la clase de forma muy amena. Se llama Emilio Nieto Costa y tendría unos 29 años. Desconozco si él lo sabe, pero fue una de las influencias más definitorias para mí durante esos años. El otro fue Senén Álvarez, mi profesor de inglés, pero esa es otra historia que quién sabe si será contada en otra ocasión. Es poco probable que Emilio lea esto algún día, pero de ser así, que sepa que le estoy profundamente agradecido por lo que hizo.

El cliché suele ser que, si en la adolescencia te obligan a leer a los clásicos de la literatura española, lo más probable es que no solo no vuelvas a acercarte a ellos, sino que directamente abandones la lectura. No me voy a molestar en discutir el estereotipo: asumo que, como cualquier otro lugar común, es una abstracción y exageración de algo real.

Como sea, no fue ese mi caso. En aquel año que empezamos por la literatura medieval y terminamos con la Generación del 27, caí rendido ante la literatura española, ya fuese en verso o en prosa. La excepción es, quizá, el siglo XVIII, que en términos narrativos, dramáticos y líricos me parece directamente un erial. A cambio tiene una ensayística potente, eso sí.

La poesía despertó enseguida ecos en mi mente. Al fin y al cabo, si hay un momento para eso es precisamente la adolescencia. Cierto que el poeta elegido en esos casos suele ser Bécquer, pero confieso que tras un pequeño deslumbramiento inicial me harté enseguida de él: me parecía un llorica de mierda, dicho sea sin paliativos, y un inmaduro de tres pares de narices. Analizada buena parte de su poesía con un pensamiento contemporáneo (algo que, me apresuro a decir, quizá no sea siempre aconsejable) su pensamiento y su forma de ver el amor y las relaciones tiene sospechosas y peligrosas concomitancias con el pensamiento de los incel.

Del siglo XIX prefería a poetas como José Espronceda o Rosalía de Castro, si bien es cierto que mi poesía favorita se centraba en la Generación del 27 (especialmente en las etapas surrealistas de Alberti, Lorca, Aleixandre y Cernuda), en Francisco de Quevedo y en Miguel Hernández. El último fue durante muchos años mi poeta favorito y aún hoy me maravilla la perfección de muchos de sus sonetos y las imágenes maravillosas que es capaz de conjurar en ellos.

Dicho todo esto no será una sorpresa para nadie si digo que entre los dieciséis y los diecinueve años una parte muy importante de mi tiempo como escritor se consagró a la creación de poesía. De todo tipo: en arte mayor, en arte menor, en verso libre, en versículos, con rima asonante, con rima consonante, en estrofas libres, en estrofas clásicas, en poemas breves, en poemas interminables…

La dejé a los diecinueve años tras una conversación con un amigo en la que me di cuenta de que, como poeta, nunca pasaría de ser simplemente correcto y que mi verdadera fortaleza como escritor estaba en la narrativa… En la que, por otro lado, quizá no he pasado tampoco de ser simplemente correcto, quién sabe.

Al dejar de escribir poesía dejé también de leerla, así que apenas conozco nada de lo que se ha escrito después de la Guerra Civil Española. He leído alguna cosa de autores contemporáneos (algunos me han gustado y otros me ha parecido que tenían de poetas lo que yo tengo de fontanero), pero en general mis gustos y mi conocimiento de la poesía son bastante anticuados.

Como poeta tengo dos registros básicos.

Está el clásico, donde ser respetan reglas como la longitud del verso y la rima (generalmente consonante) y que, en la mayor parte de los casos acaba tomando la forma de un soneto, estrofa que me gusta especialmente por todo lo que tiene de rígida y precisa. Siempre me ha gustado el desafío de plasmar lo que quieres decir en exactamente catorce versos de la misma medida con una rima concreta y precisa.

Justo en las antípodas de eso, he escrito muchísimo en verso libre o en versículos, sin preocuparme gran cosa ni la rima ni la longitud del verso.

En ambos casos, eso sí, intento cuidar el ritmo interno de cada verso, de forma que tenga una cierta musicalidad que lo aleje de la prosa. Y casi siempre mi poesía tiene algún toque de surrealismo: las imágenes que creo en ella no tienen necesariamente una explicación racional ni a menudo la necesitan. Aspiran a crear cierto estado de ánimo o evocar determinadas emociones, sin más.

Los viejos amores no desaparecen del todo. Parece que se van, pero a veces los recuerdas con nostalgia y los echas de menos y te preguntas cómo habría sido tu vida si siguierais juntos. Algo parecido me ha ocurrido con la poesía. A lo largo de los años, en momentos muy concretos, he vuelto a sentir el prurito de escribirla y en ocasiones me he dejado llevar por ese impulso.

El resultado, para quien le interese, puede encontrarse en Frontera de la piel, que recoge mis poemas completos.

Aquí os dejo aquí un par de muestras. A la izquierda, un soneto. A la derecha, un poema en verso libre. Espero que sean de vuestro agrado.

RETIRADA

Tus ojos se deslizan insondables
entre tibias claridades engañosas,
buscando soledades bulliciosas
entre piélagos de dedos implacables.

Tus labios con cuidado los retiras
de misterios advertidos de antemano,
y alguien, en el dorso de tu mano,
esculpe con su sangre tus mentiras

Luego rebobina tu destino,
enredado en tu mirada, lentamente,
resolviendo su fracaso en el camino.

Por tu cuerpo se desliza suavemente
un futuro incomprensible y peregrino,
un murmullo acuchillado tiernamente.

DRAMATIS PERSONAE

Una piedra. Un recodo. Un remanso. Una arista.
Una habitación cerrada en la que nadie entra nunca.
Un campo abierto
sin fronteras ni alambradas.
Silencio.
Murmullos lejanos que prometen esperanza.
Vacío.

Expulsado. Aceptado.
Un traje que visto y se convierte en mi persona.
Mi reflejo que sonríe,
advertido de verdades que yo ignoro.
Espanto y cuchillos.
Tacto y pieles.

A lo lejos
se remansa indiferente parte de mi vida
mientras otra
golpea su silencio contra el aire.
Bandadas de reproches y algoritmos
anidan en el hueco de mis ojos.
Y los días se confunden con promesas.

El tiempo es un estado de la mente.
La mente, un mentiroso sin excusas.


Contradigo. Invento.
Disparo frases al vacío.
Tejo historias con dedos temblorosos.
Trazo cuentos que no tienen final.
Miro. Engaño. Quito y pongo máscaras.

En mi armario hay disfraces parecidos a mi piel.

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Published on June 23, 2021 02:46

June 21, 2021

Picard y el Nexus: Una fantasía solipsista

Durante siete años, los telespectadores pudieron ver cómo se iba formando el carácter de Jean Luc Picard, capitán del USS Enterprise, un hombre que posiblemente es, en sí mismo, un manual del perfecto oficial de la Flota: prudente, pero nunca cobarde; riguroso en el cumplimiento de las normas, pero no ordenancista; reservado, pero no frío ni inaccesible; un hombre que en todo momento sabe cuál es su lugar y su deber como oficial al mando de la nave insignia de la Federación Unida de Planetas, que nunca da un paso sin antes haber sopesado los pros y los contras de sus decisiones; que no ignora su presencia como símbolo de lo que la Federación puede aportar a los demás; y que es consciente de que, por mucho que le pese, a veces su deber consiste en permanecer en el puente de su nave y permitir que su primer oficial asuma los riesgos que él querría correr. Difícil, por tanto, estar siempre a la altura de uno mismo, y sin embargo Picard lo había conseguido durante sus siete años de singladura al frente del Enterprise en Star Trek: la nueva generación; y encima apañándoselas para tener el toque justo de humanidad —de fallos y debilidades, de pequeñas miserias— para no resultar repelente.

Y de pronto todo ha cambiado. ¿El mismo Picard que acabo de describir perdería los estribos, luciría musculatura al más puro estilo Stallone y se dedicaría a ir jugando a héroe de acción por la galaxia? ¿Ese Picard se pondría en el centro mismo del peligro y dejaría el Enterprise a cargo de Riker mientras decide, acompañado por sus mejores oficiales, ir a darles una tunda a los malos?

Parece que sí: porque ese es el Picard que hemos visto en la octava y novena entregas cinematográficas de la serie de Star Trek. Tanto en Primer Contacto como en Insurrección Jean Luc Picard parece haber despertado de un letargo y haber encontrado dentro de sí mismo a un héroe de cómic dispuesto a dar tanto como recibe.

Pero ¿realmente ha despertado, o sigue durmiendo?

Retrocedamos unos años: James T. Kirk es dado por muerto mientras salva al Enterprise B de una cinta de energía que recorre la galaxia cada cierto tiempo y que destroza a las naves bajo su influencia gravitatoria, aunque en realidad ha sido asimilado por la banda de energía y se encuentra en su interior, viviendo en un universo virtual que hace reales todas sus fantasías. Setenta y pico años después Picard se enfrenta a esa misma cinta, conocida como el Nexus[1]. En ese momento, Guinan le revela al capitán la verdadera naturaleza de ese nexo: cuando uno está dentro de él se encuentra en un lugar capaz de satisfacer todas sus ansias y fantasías; una vez que se está allí no se quiere salir. De hecho, cuando el Enterprise B extrajo del Nexus la nave en la que ella iba fue el momento más traumático de su vida; el retorno a la realidad fue equivalente a verse partida en dos, y un fragmento de Guinan permaneció para siempre en el interior del Nexus. Justo antes de que Picard parta para enfrentarse con el enloquecido doctor Soran (obsesionado por volver al Nexus y recuperar así su vida junto a su esposa e hija muertas) la administradora de Ten Forward le advierte bien claro de lo que puede ocurrir:

Si va usted allí ya nunca más le importará nada. Ni Soran, ni yo. Nada. Lo único que querrá es quedarse en el Nexus. Y ya nunca querrá volver. [2]

Afortunadamente, Picard se revela como demasiado listo para el Nexus (que al fin y al cabo tampoco es para tanto: hay simulaciones del holodeck más conseguidas). La fantasía que este le ha preparado para satisfacer sus deseos más ocultos no consigue engañarlo y, si bien resulta tentadora, enseguida comprende que es falsa, que no deja de ser más que un sucedáneo y que su vida verdadera está fuera de ahí. Encuentra a Kirk y lo ayuda a darse cuenta de eso mismo para, acto seguido, salir juntos del Nexus y enfrentarse a al villano de turno.

Como no podía ser menos tienen éxito en el intento (aunque Kirk fallece durante la aventura) y Picard está listo para reincorporarse a la Flota Estelar al mando de un nuevo Enterprise. La voluntad humana, la honradez intrínseca de Picard (incapaz de vivir una mentira por agradable que resulte) ha triunfado sobre el mayor y más sutil de los engaños y todo está de nuevo como debería estar.

Sólo que no es cierto.

Sólo que Picard ha caído en la trampa que el Nexus le tendía y sigue dentro de él. Jamás ha salido de la cinta de energía. Nunca ha evitado el colapso del sol de Veridian ni la muerte de toda su tripulación, varada en su superficie.

Porque, ¿quién que conozca al personaje puede creer que lo que realmente anhela es una vida insulsa rodeada de una sosa familia? ¿Cuánto tardaría el Picard que todos conocemos en sentir el prurito en sus dedos y en desear estar de vuelta en el puente de su nave? En cierto modo, el Kirk que vive en el Nexus le dice a Picard lo que éste desea en realidad:

Quizá la cuestión no sea una casa vacía. Quizá sea esa silla vacía en el puente del Enterprise. Desde que dejé la Flota no he marcado diferencias.[3]

Sabemos que el Nexus es capaz de conceder lo que uno realmente desea. ¿Y después de haber fracasado en un primer intento, algo burdo, va a rendirse sin más? No, en realidad ese primer intento no es más que una prueba, un tanteo: el Nexus está aprendiendo a conocer a su nuevo huésped, está forzando sus límites y descubriendo cuáles son sus verdaderos deseos. Una vez Picard abre su mente y se rinde (justo en el momento en que cree tener éxito) el Nexus prepara la verdadera mentira y se la ofrece. Y el capitán se zambulle en ella con un entusiasmo casi conmovedor.

La ilusión que el Nexus ha preparado es convincente por completo. Picard cree de veras haber regresado al mundo real a tiempo de salvar a su tripulación y el planeta en el que están. Pero a partir de ese momento un sutil cambio se ha operado en su carácter.

No se ha convertido, de la noche a la mañana, de un oficial responsable y metódico en un irresponsable hambriento de adrenalina. En el fondo sigue siendo el mismo personaje, continúa siendo el hombre honorable, justo y reservado que todos conocemos. Pero algo ha aflorado a la superficie, algo que antes no estaba allí, un cierto gusto por el riesgo y la adrenalina que, posiblemente, llevase dentro de sí mismo todos estos años y que nunca había permitido que saliera a la luz, salvo en contadas ocasiones, como en sus aventuras con la «arqueóloga» y ladrona de tumbas Vash.

No es extraño: Picard, a pesar de su ascendencia francesa, tiene un comportamiento netamente anglosajón, es el clásico individuo que oculta buena parte de su persona, no solo a los demás, sino sobre todo a sí mismo[4].

Ahora esa vena de heroísmo, de amor a la aventura por la aventura misma ha encontrado un campo abonado donde florecer. Porque el Nexus le va a poner, una detrás de otra, todas las oportunidades para que ese nuevo Picard se luzca.

En primer lugar le permite acabar con el fantasma que se sienta en su silla, que se ha sentado en todos los sillones de mando del Enterprise en los últimos setenta años: el más mítico de sus capitanes, ese James Tiberius Kirk que salvó a la Galaxia incontables veces[5], que ha propiciado el acercamiento entre la Federación y el Imperio Klingon, que ha recorrido una y otra vez el universo conocido como un cowboy espacial, saltándose las normas a su conveniencia y obteniendo siempre el éxito. ¿Puede haber dos personajes más distintos? ¿No cabe pensar quizá que gran parte del carácter y el comportamiento de Picard viene motivado por una reacción contra el de Kirk, tal vez incluso contra esa parte de sí mismo que se parece a Kirk y que rechaza?

Ahora tiene la oportunidad de desquitarse. Regresa a lo que él cree el universo real acompañado de Kirk y juntos se enfrentan y vencen al villano de turno. El capitán original del Enterprise muere en el proceso y, con sus últimas palabras, le pasa el testigo a Picard: «ha sido divertido». Picard se ha librado de un molesto rival y encima este ha aprobado con sus últimas palabras el comportamiento del capitán actual. El vaquero de la galaxia ha colaborado con el impoluto oficial y lo ha encontrado divertido.

Tras esto llegará la venganza.

La mayor humillación que Picard ha sufrido en su vida ha sido a manos de los Borg, el colectivo de ciborgs que lo asimilaron en su conciencia global y usaron los conocimientos de su mente humana para derrotar a la Federación. Picard lleva más de cuatro años rumiando esa humillación en silencio, sin permitir que se exteriorice jamás. De pronto, los Borg le ponen en bandeja la oportunidad para la venganza. No sólo va a salvar a su planeta (al ir al pasado y preservar la línea temporal en la que la Tierra se convierte en la cabeza de la Federación) sino que además tendrá su revancha contra los que una vez lo humillaron.

Su primera oportunidad de redención es evidente, casi inevitable; hace lo que no pudo hacer años atrás en Lo mejor de dos mundos: comandar la Flota de la Federación, encontrar el punto débil de la nave Borg y destruirla.

Pero eso no basta. Es demasiado impersonal: parte de los Borg deben sobrevivir, desplazarse al pasado y asimilar la Tierra entonces para evitar la amenaza presente. Y, por supuesto, el Enterprise los seguirá.

Es ahí cuando vemos asomar por primera vez a este nuevo Picard. Perseguido por los Borg, los engaña mediante un truco holográfico y armado por una anticuada metralleta thompson de tambor esparce las tripas cibernéticas de sus enemigos por toda la holosala. Su rostro mientras lo hace es espeluznante: la rabia, la frustración acumulada y el placer se descargan en una sola oleada mientras Picard crispa su dedo en el gatillo.

Él mismo dice poco después cuál será su actitud a partir de ese momento:

Ya hemos tenido demasiados compromisos, demasiadas retiradas. Invaden nuestro espacio y retrocedemos. Asimilan mundos enteros y retrocedemos. Esta vez no, la línea debe trazarse aquí. ¡Hasta aquí, no más allá! Y yo les voy a hacer pagar por lo que han hecho. [6]

Desde el momento mismo en que Picard mata su primer Borg, su actitud agresiva y empecinada se vuelve dominante hasta el extremo de permitirse llamar cobarde a Worf sin que le tiemble la voz o negarse a aceptar, cabezonamente, la posibilidad de abandonar el nuevo Enterprise a su suerte desoyendo las llamas a la razón de todos sus oficiales. Aparentemente se calma poco después[7] y llevado por la responsabilidad casi culpable que lo ha guiado durante toda su vida emprende una misión suicida para rescatar a Data, en manos de los Borg y de su reina.

Porque de repente los Borg tienen una reina. La supuesta especie guiada por una conciencia colectiva tiene ahora una mente individual que los gobierna y, en cierto modo, los engloba. ¿De dónde ha salido esa criatura, de la que nunca había habido rastro?[8]

De la mente de Picard, por supuesto, de qué otro lugar. No puedes vengarte contra un hormiguero, no hay la menor satisfacción en pisotear ciborgs carentes de pensamiento individual: Picard necesita un sujeto concreto sobre el que ejercitar su ira, un ente preciso sobre el que vengarse. Así que fabrica una Reina a la que puede anular, una criatura inequívocamente femenina sobre la que el «nuevo macho» que es Picard puede ejercer su dominio, llegando incluso a ofrecérsele sexualmente a cambio de la vida de Data. Picard quiere hacer algo más que destruir a los Borg: quiere poseerlos, dominarlos.

Que además esa personalidad sobre creada por su subconsciente sea un ente femenino que, pese a todo, Picard encuentra atractivo y seductor, tiene una serie de lecturas y derivaciones de lo más interesantes, pero que escaparían del ámbito de este artículo.

El Nexus es listo; el capitán no puede tener éxito en esa tarea, eso sería forzar demasiado la verosimilitud, dar a su huésped la posibilidad de que descubriera la impostura. No es Picard quien puede engañar a los Borg ni poseer sexualmente a su reina: como criatura de carne que es está limitado. Así que deja que sea su hijo quien se alce con el triunfo y será Data el que engañe a los Borg, fingiendo fundirse con ellos, culminando la relación erótica con la reina y destruyéndolos al final (y de paso destruyendo todo rastro de ellos en su propio cuerpo: la carne humana que le había sido implantada muere cuando mueren los Borg).

Data es, en muchos aspectos, una criatura de Picard; de él ha tomado gran parte de sus características humanas a lo largo de los años, como la responsabilidad o el compromiso. De este modo el Nexus le da a Picard lo que éste desea, y lo hace sin forzar la verosimilitud; sabe que si le da a Picard todo lo que ansía se arriesga a que el humano descubra la superchería.

La victoria es total: arrancada la carne que cubría la parte cibernética de la Reina Borg, ésta aún sobrevive, hasta que Picard toma entre sus manos lo que queda del esqueleto de la criatura (el cráneo y parte de la espina dorsal) y le parte el electrónico espinazo. Incluso superada la amenaza se permite el lujo de alabar a su enemiga:

DATA: Es extraño. Parte de mí siente que haya muerto.
PICARD: Era única.[9]

Sus enemigos, que una vez consiguieron humillarlo y casi anularlo como persona, han sido derrotados por completo. No sólo eso, Picard es responsable de que la historia haya ocurrido como debe y el primer contacto entre humanos y extraterrestres haya tenido lugar en el momento y del modo adecuados. Ha actuado como lo haría un dios: castigando a los malvados y volviendo a poner el universo en su sitio. Más importante aún; sin saberlo se está convirtiendo en el tipo de persona que ha tratado de evitar todos estos años, un nuevo James T. Kirk. Con métodos distintos, porque ambos son personas distintas, y desde luego sin la molesta e infantil arrogancia del primer capitán del Enterprise, sino con la confianza del hombre maduro y seguro de sí mismo.

Tras la venganza, el siguiente paso es obvio. Ha anulado a sus enemigos y, en cierto modo, ha asimilado lo que había de Kirk dentro de él: está listo para regresar al siglo XXIV y construirse su paraíso particular, su Shangri-La personal donde podrá dedicarse al «descanso del guerrero» entre misión y misión: y encima con una mujer esperándolo con una paciencia infinita y una juventud eterna. ¿Qué más se puede pedir?

Porque en la siguiente película de la serie, Star Trek: Insurrección asistimos a un Picard completamente a gusto con la nueva persona que ha dejado salir a la luz. Si en Primer Contacto lo veíamos a veces crispado, incómodo tal vez ante esa rabia que dejaba asomar sin control, aquí está siempre tranquilo, dispuesto a la acción cuando debe estarlo, pero también sereno. Sólo que esta serenidad no es la tranquila serenidad del mando que habíamos visto durante siete años, no es la serenidad del hombre responsable y consciente de sus obligaciones: es la serenidad de quien se sabe seguro y a salvo, de quien ha aceptado sus partes más oscuras y es capaz de mirar a los demás sin avergonzarse de ello.

El Picard de Insurrección no tiene ningún empacho en lucir bíceps armado con un fusil phaser, como no lo tiene en marcarse un mambo o en flirtear descaradamente con una mujer varios cientos de años mayor que él y con una apariencia veinte años más joven. Flirtea con tranquilidad, como si no hubiera ninguna prisa.

La excusa para ello es pobre: las radiaciones que pueblan el planeta en el que se encuentra[10] están, hasta cierto punto, rejuveneciéndolo. Pero si un Picard maduro bailón y seductor resulta difícil de creer, un Picard joven con la misma actitud no resulta menos difícil. Las radiaciones del planeta no son más que la justificación para, por un lado, desatar su parte más lúdica y romántica y, por el otro, justificar a su nueva novia «eternamente joven».

Incluso se permite ser un dios magnánimo. En el universo que él mismo (con ayuda del Nexus) está recreando a su imagen y semejanza puede permitirse desembarazar a Geordi del molesto visor (e incluso concederle el regalo de la vista «natural») o hacer que el romance entre Deanna y Riker (congelado durante casi dos décadas) empiece a funcionar de nuevo como si nada hubiera pasado.

Es feliz. Quizá no lo sepa (en el fondo posiblemente no quiere saberlo, porque entonces la impostura de cuanto le rodea se le haría evidente) pero ha conseguido lo que desea: el nivel exacto de placidez y riesgo que quiere para su vida.

Está allí, en «la grupa de las galaxias» como una vez le dijo a Kirk el doctor McCoy. Y posiblemente lo estará eternamente.

Al fin y al cabo, tiene todo el tiempo del mundo.

© 2000, Rodolfo Martínez
Publicado originalmente en Stalker 16

NOTAS

[1] La predilección de ciertos traductores por dejar en el original palabras que les suenan a latín no deja de ser curiosa. Así, es de lo más normal encontrar el universo cinematográfico repleto de términos como «matrix», «nexus» o «vortex» como si las matrices, los nexos o los vórtices (o incluso los remolinos) hubieran desaparecido de nuestro idioma.

[2] Star Trek: la próxima generación. Paramount Pictures, 1995.

[3] Id. ant.

[4] Algo que ya podemos ver en Encuentro en Far Point, el episodio piloto de La Nueva Generación, durante la conversación que Picard y Riker mantienen poco después de que el segundo se incorpore al servicio. Picard espera que su primer oficial lo mantenga alejado de situaciones embarazosas en las que no sabe cómo manejarse: especialmente su trato con los niños de la nave. El «pudor anglosajón» no está en la petición, que en sí no es extraordinaria, sino en la forma en que se la plantea a Riker, casi avergonzado de tener que tratar en voz alta un tema personal. Sólo le falta ruborizarse.

[5] Y que es consciente de ello. Su frase, justo al final de Star Trek VI: Aquel país desconocido, no puede ser más sintomática: «Caballeros, una vez más hemos salvado la civilización que conocemos».

[6] Star Trek: Primer Contacto. Paramount Pictures, 1998.

[7] Es curiosa la secuencia en que recobra la razón, justo después de que lo comparen con el capitán Achab de Moby Dick. Tiene que ser un chiste deliberado, por supuesto, porque años atrás Patrick Stewart había interpretado a Achab en una versión de la novela de Melville para televisión.

[8] Aunque ese rastro se introduce retrospectivamente. Cuando en Primer Contacto Picard recuerda su época como Borg, es una voz femenina la que lo llama por su nombre ciborg, «Locutus».

[9] Star Trek: Primer Contacto.

[10] Las películas de Star Trek nunca han tenido muy buena fortuna con el doblaje. Baste recordar las veinte mil formas distintas en que ha sido traducido el warp (torsión, hiperespacio, curvatura…) o los tricorders (trigrabadores, tricordios…). Por no mencionar las siglas USS que se convierten de pronto en «Nave de los Estados Unidos», el acento ruso de quita y pon de Chekhov, o incluso la curiosa permutación que convirtió a los Klingons en «kinglons» en La ira de Khan. Pero sin duda Insurrección se lleva la palma en cuanto a despropósitos: Data tan pronto tiene «diafragmas» como «diagramas» y las radiaciones del planeta pasan de ser «metafísicas» a «metafásicas» dentro de la misma frase.

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Published on June 21, 2021 01:11

June 8, 2021

Ad Astra 3: Ciencia ficción española. ¿Por dónde empezar?

En mi tercera columna para el espacio Rinconete del Centro Virtual Cervantes recomiendo un par de antologías de ciencia ficción española que me parecen perfectas para empezar a dar los primeros pasos como lector del género:

https://cvc.cervantes.es/el_rinconete/anteriores/junio_21/08062021_01.htm

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Published on June 08, 2021 00:06

May 28, 2021

Premios Guillermo de Baskerville 2021

Libros prohibidos anunció hace un par de días en su web la lista de nominados a los Premios Guillermos de Baskerville 2021, que pretenden galardonar los mejores libros independientes de fantasía, ciencia ficción y terror publicados en España durante el año anterior a la concesión del premio.

En este caso, en la lista de los nominados a Mejor Novela, me encontré con una agradable sorpresa:

Agujeros de sol de Nieves Mories (Dilatando Mentes)La simiente de la esquirla de Rodolfo Martínez (Sportula)Quién cuidará de ti de Verónica Cervilla (Triskel)

Lo cierto es que estoy en compañía de dos excelentes autoras y estoy seguro de que será una de ellas quien ganará el premio, pero ya el hecho en sí de haber sido nominado me ha alegrado la semana.

Podéis leer la lista completa de categorías y nominados pinchando aquí.

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Published on May 28, 2021 01:04

May 23, 2021

Ad Astra 2: Qué es la ciencia ficción

En mi segunda columna para el espacio Rinconete del Centro Virtual Cervantes, me adentro en la no siempre fácil tarea de definir la ciencia ficción y lo que esta implica como género:

https://cvc.cervantes.es/el_rinconete/anteriores/mayo_21/21052021_01.htm

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Published on May 23, 2021 02:38

Ad Astra 1: Pioneros españoles

En mi primera columna para el espacio Rinconete, del Centro Virtual Cervantes, repaso rápidamente los principales autores y autoras que escribieron ciencia ficción entre la segunda mitad del siglo XIX y la Guerra Civil Española.

https://cvc.cervantes.es/el_rinconete/anteriores/abril_21/26042021_01.htm

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Published on May 23, 2021 02:21

Escrito en el agua

Rodolfo Martínez
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