Angélica L. Cota's Blog
October 10, 2024
Una carta
Si pudiesen enviarse las cartas a través del tiempo le diría a la persona que fui a los 22 años que me falta perder todavía un montón de concursos; que a los 24 tendré un proyecto para una beca artística pero que se me pasará la hora del cierre y que pasaré un año entero con ese proyecto para enviarlo a tiempo y aún así no va a quedar; que a los 26 lo releeré y entenderé porque no es elegible.
Me diría que conseguí la ayudantía en la universidad por dos años, que no extendí el contrato y que luego me arrepentí. Me contaría que no entré a un doctorado antes de los treinta como había querido, que tampoco estamos en la rama de investigación, que ya ni siquiera damos el taller de creación literaria en la universidad. Que esa novela que estoy escribiendo a los 22 es realmente mala, pero que necesito escribirla, completita.
Del mismo modo en que necesitaré todos los concursos que perdí, todas las veces que no quedé en la lista de seleccionados. Que no escribí en dos años porque ya había cancelado esa opción como cancelé la investigación. Y entre tantas noticias malas, me contaría las buenas.
Que se aprende mucho más de los fracasos que de los éxitos, que la vida es más de improvisar que de planear, que al final todo termina pasando.
Que volví a escribir cuando entendí que no todos escriben para vivir de eso, que algunos se mantienen vivos gracias a eso, así que debo seguir escribiendo, que me invente un seudónimo y publique donde sea para tomar ánimos de algún sitio y terminar las novelas. Y cuando al fin consiga tener el manuscrito no debo permitir que la fecha de cierre de recepción se me pase como ya ocurrió alguna vez. Que lo enviaré y al segundo pensaré que pude enviar un mejor resumen, me daré por descalificada hasta que meses después reciba el correo, le diría que en diez días publicaré una novela.
Luego le enviaría una carta a mi versión del futuro porque la ansiedad quiere saberlo: “¿y bien, cómo nos fue?”
Me diría que conseguí la ayudantía en la universidad por dos años, que no extendí el contrato y que luego me arrepentí. Me contaría que no entré a un doctorado antes de los treinta como había querido, que tampoco estamos en la rama de investigación, que ya ni siquiera damos el taller de creación literaria en la universidad. Que esa novela que estoy escribiendo a los 22 es realmente mala, pero que necesito escribirla, completita.
Del mismo modo en que necesitaré todos los concursos que perdí, todas las veces que no quedé en la lista de seleccionados. Que no escribí en dos años porque ya había cancelado esa opción como cancelé la investigación. Y entre tantas noticias malas, me contaría las buenas.
Que se aprende mucho más de los fracasos que de los éxitos, que la vida es más de improvisar que de planear, que al final todo termina pasando.
Que volví a escribir cuando entendí que no todos escriben para vivir de eso, que algunos se mantienen vivos gracias a eso, así que debo seguir escribiendo, que me invente un seudónimo y publique donde sea para tomar ánimos de algún sitio y terminar las novelas. Y cuando al fin consiga tener el manuscrito no debo permitir que la fecha de cierre de recepción se me pase como ya ocurrió alguna vez. Que lo enviaré y al segundo pensaré que pude enviar un mejor resumen, me daré por descalificada hasta que meses después reciba el correo, le diría que en diez días publicaré una novela.
Luego le enviaría una carta a mi versión del futuro porque la ansiedad quiere saberlo: “¿y bien, cómo nos fue?”
