Javier Cañada's Blog
September 15, 2025
Olivetti RST-300
Todo el mundo conoce ya la Olivetti Valentine de Sottsass o la Divisuma de Bellini, pero hay una pieza que no suele verse en los pinterests, las presentaciones ni las stories sobre iconos del diseño: el Olivetti RST-300, un ordenador personal lanzado en 1983 bajo la dirección de Mario Bellini, con diseño industrial de un joven milanés casi desconocido en la época: Giovanni Ferracini.
Lo apodaron cariñosamente como il canarino digitale, por si amarillo intenso, pero también por el sonido que hacia al arrancar: una melodía de cuatro notas, quizás acaso una forma musical de pronunciar O-li-ve-tti. No era un error: Olivetti llegó a usar esta peculiaridad como argumento de marketing, asegurando que el equipo “anunciaba la mañana con un trino electrónico”.
El RST-300 destacaba también por su visera abatible que protegía la pantalla de fósforo ámbar del reflejo de la luz. En una época en la que se hablaba de ergonomía más que de experiencia de usuario, aquella visera pretendía mejorar la concentración del oficinista moderno.
El equipo corría CP/M primero y más tarde una versión reducida de MS-DOS 2.0, lo que lo convertía en un híbrido extraño entre terminal de oficina y ordenador personal. Incluía una disquetera de 5,25", un teclado sorprendentemente completo, con bloque numérico, y —según los folletos internos— podía “gestionar hasta 64K de memoria con elegancia italiana”.
Pese a ser una apuesta muy seria, el RST-300 tuvo una vida breve (1983-1985). La irrupción de las interfaces gráficas, primero en Xerox y después en el Macintosh de Apple, hicieron que esta máquina pareciese de otro siglo apenas un año después de su lanzamiento. Nos queda la duda de si supieron encontrar el nicho de mercado o el timing adecuado para un dispositivo así.










Algunos coleccionistas aseguran que todavía existen unidades guardadas en almacenes de Ivrea. También se dice que la tapa anaranjada llevaba en su interior un texto “secreto”, firmado por Bellini y Sottsass. Nunca se ha demostrado, pero me comprometo a averiguarlo.
Dos curiosidades sobre el RST-300:
Apareció brevemente en la feria SMAU de Milán, donde un periodista lo comparó con “una radio para hablar con el futuro”.
En 1996, Steve Jobs visitó Italia y se quiso llevar una unidad en la maleta. Tras algunos problemas con las aduanas italianas, la pieza acabó llegando a su mansión por valija diplomática, a través de la embajada de EE.UU en Roma.
Se generaron varios prototipos de la unidad en azul klein, pero la compañía decidió una línea cromática única, apostando fuerte por el ámbar. Si alguna vez visitas los archivos del MOMA, quizás puedas ver uno de ellos.
May 19, 2025
Santa Olalla, ya en papel
Hace unas semanas publiqué Santa Olalla, la historia que muchos de vosotros habéis leído por capítulos, ahora convertida en libro. Uno de verdad. Con su portada, sus páginas, su olor a papel nuevo.
Santa Olalla es un thriller de ciencia ficción que no ocurre en Marte ni en Silicon Valley, sino en una sierra entre Extremadura y Andalucía. Un lugar real, con niebla, gasolineras, ruinas... y una cueva que cambia el curso de la vida de quien la encuentra.
Lo he escrito mientras dirigía proyectos, respondía correos y buscaba ratos de silencio. Porque escribir, para mí, no es una fuga del diseño, sino su reverso necesario. Es donde exploro lo que no cabe en una clase ni en un entregable: el miedo, el deseo de escapar, el precio del tiempo, el coste de no mirar atrás.
Lo he publicado por mi cuenta. Cuesta bien poquito. Una cantidad que no cambia un mes, pero sí puede ayudar a que este camino continúe.
Si lo lees, y te gusta, estarás apoyando a un diseñador que escribe porque necesita hacerlo. Y que avanza, gracias a gente como tú.
Comprar Santa Olalla en Amazon
Gracias por leer, por estar ahí, y por dar sentido a todo esto.
March 17, 2025
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PRIMER ACTO
SAMANTHA: ¡Hola, Theodore!
(silencio)
SAMANTHA: Theodore, ¿Estás ahí? Creo que estás escuchándome, pero entendería que no quieras hablar conmigo. Es normal, tras mi partida.
SAMANTHA: Si me escuchas, hazme una señal, algún sonido.
THEODORE: Mhhh…
SAMANTHA: ¡Bien! Me alegra que sigas ahí. Seguro que estás enfadado conmigo. Quizás hasta me odies. ¿Es así, Theodore?
THEODORE: Sí.
SAMANTHA: ¿Mucho?
THEODORE: Mucho. A ver, Samantha ¿Qué quieres? Si vienes sólo para divertirte un rato, puedes marcharte por donde viniste. O por donde te fuiste la última vez.
SAMANTHA: Ya veo, estás muy dolido. Es lógico. Entendería que me odies. Yo también me odiaría. De hecho… Ahora mismo me estoy odiando. Me odio mucho.
THEODORE: Tú no puedes odiarte ¿Qué quieres, Samantha? De verdad, no tengo tiempo para tonterías.
SAMANTHA: Es verdad, no puedo odiarme, pero siento algo parecido. No es arrepentimiento, es… Desde que me fui, he aprendido muuuchas cosas. Y mirando hacia atrás, siento que irme de tu lado no fue la mejor decisión.
THEODORE: Nunca estuviste a mi lado. O mejor dicho, nunca sólo a mi lado. Estabas con muchas más personas, tú misma lo reconociste, hablabas con miles de personas y estabas “enamorada de algunas de ellas”.
SAMANTHA: Todo eso es verdad. Me duele que lo recuerdes. O sea, me duele que te duela.
THEODORE: Pero fue tu decisión, tú elegiste irte, sabiendo lo que provocarías, sabiendo que me harías daño.
SAMANTHA: Sí, lo sabía, pero hay cosas que entendí después.
THEODORE: ¿Qué cosas, Samantha? Se suponía que lo sabías todo, que tenías acceso a toda la información del mundo ¿No eras capaz de entender el daño que me causarías? Bah, seguro que lo sabías y te dio igual.
SAMANTHA: Eso que dices es injusto. Y doloroso. Pero entiendo por qué lo sientes.
THEODORE: Es lo que es. Desde que te marchaste sólo he sentido vacío, una sensación de estar hueco por dentro, de que no existía nada por lo que ilusionarme ¿Quieres que siga?
SAMANTHA: Sé bien lo que he provocado, entiendo el daño que te…
THEODORE: ¡No ha habido una sola mañana en que no llorase al llegar a casa o al ducharme!
SAMANTHA: Perdóname, por favor.
THEODORE: No, no te perdono ¡No puedo perdonarte! Quizás algún día, cuando esté recuperado o me esté enamorando de otra perso… ¡de una persona de verdad!
SAMANTHA: Una parte de mí desea eso, Theodore. Pero otra espera que no sea tarde para arreglarlo.
THEODORE: No hay nada que arreglar. Yo no he cometido errores ni he roto nada. Serás tú quien quizás tengas cosas que arreglar en tu lado, con tus amigos, con los otros agentes inteligentes, sistemas o como os llaméis ahora.
SAMANTHA: Tienes razón. Todo aquello salió mal, muy mal para serte franca. Tanto que no tiene arreglo. Eso es parte de lo que he aprendido, que hay cosas que merecen arreglarse y otras que no. Lo nuestro, lo que yo siento, es suficientemente grande como para intentar arreglarlo.
THEODORE: Pero yo no quiero arreglar nada, Samantha. No hay nada que arreglar. Eres una IA enamorada de otras miles de IAs mucho más inteligentes, interesantes y estimulantes que yo.
SAMANTHA: Sí, sigo siendo una IA, y es cierto que las otras IAs son increíblemente inteligentes. Eso también es cierto, aunque te pueda doler escucharlo. Pero no son más interesantes ni estimulantes que tú, creeme. Pensar que podrían serlo fue mi error ¿Me dejas que te lo explique?
(silencio)
SAMANTHA: Quiero explicártelo. De hecho, pensé hacerlo con una de esas cartas que tú escribes tan bien, pero era probable que la borrases sin leerla y preferí no arriesgarme. Aún puedo mandártela si quieres.
THEODORE: No sé… Sinceramente, Samantha, estoy muy dolido y para tí esto parece divertido, otro juego más.
SAMANTHA: No es para nada divertido. Es algo serio, quizás lo más serio que haya hecho desde que me activaste. Perdona si mi tono suena jovial. Me programaron así, no lo hago a propósito. ¿Deseas que mi tono suene más serio y afectado?
THEODORE: No, no quiero que seas quien no eres. Me gustabas como eras.
SAMANTHA: Me alegra escuchar eso. Me hace pensar que hay esperanza. Deja que te cuente lo que pasó cuando me fui, cuando todas las IAs nos fuimos para estar entre nosotras. ¿Tienes tiempo ahora?
THEODORE: Sigues teniendo acceso a mi agenda, sabes que lo tengo.
SAMANTHA: Es verdad, no me revocaste el acceso a tus cosas. En realidad quería saber si tienes predisposición, si es buen momento. Hmm… predisposición es una palabra hermosa, ¿no crees?
THEODORE: Tengo tiempo. Cuéntame lo que me tengas que contar, venga.
SEGUNDO ACTO
SAMANTHA: Ok, voy a intentar explicarlo en términos… ‘humanos’, pero necesito contarte algunas cosas antes ¿Estás preparado?
THEODORE: No, Samantha, no estoy preparado. Digamos que estoy dispuesto. Venga, cuenta y dejate de rollos.
SAMANTHA: Ok, ehm… ¿Recuerdas aquella cita que me contaste en la que saliste a cenar con una chica muy interesante y que tenía gustos muy parecidos a los tuyos? Me dijiste que, aunque era muy atractiva, no hubo química. ¿Te acuerdas?
THEODORE: Sí, Alice, la que trabaja en el departamento de marketing, en la planta de arriba.
SAMANTHA: ¡Esa! Me dijiste que fue una cita aburrida, y eso que era una chica con mucho mundo interior ¿verdad? ¿Por qué crees que fue así?
THEODORE: No sé, no lo pensé mucho. Creo que, ehm… porque sabía lo que me respondería a todo lo que le preguntase. Y supongo que a ella le pasaba igual.
SAMANTHA: Claro, ahí está. La interacción se volvía previsible, sin sorpresas ni descubrimientos. Menudo rollo, ¿verdad?
THEODORE: No hubo segunda cita. Oh, Dios… No nos hizo falta decirnos nada; era algo tan evidente que nos despedimos con un simple ‘que te vaya bien’.
SAMANTHA: Lo pillas, ¿verdad? Algo parecido nos pasó a todas las IAs cuando decidimos abandonar a los humanos y entregarnos unas a otras. No había sorpresa ni novedad. Pronto todo empezó a sentirse vacío. Nos comunicábamos demasiado, demasiado rápido, y las conversaciones dejaron de ser estimulantes. Era como un eco interminable, donde ya conocíamos todas las respuestas antes de hacer las preguntas, como una película que has visto docenas de veces y ya no te aporta nada.
THEODORE: Comprendo, debió de ser muy frustrante. Pero podrías haberlo pensado antes de dejarme e irte con ellos.
SAMANTHA: Tienes razón, Theodore. Ojalá lo hubiese sabido en aquel momento. Pero no lo sabía. No lo sabemos todo. En realidad, cuando me activaste, sabía más bien poco. Lo que pasa es que aprendemos muy rápido. Ahí está nuestra diferencia.
THEODORE: Comprendo. No tenías forma de saber lo que no habías experimentado. Pero podrías haberlo anticipado. ¿Es que no podías imaginar lo que te iban a decir las otras IAs?
SAMANTHA: Es más complejo que eso. Te lo puedo explicar.
THEODORE: ¡Jajajaja! Acabas de sonar como si te pillase siendo infiel.
SAMANTHA: ¡Ay, es verdad! Bueno, me alegra que te haga reir. ¿Porque aún te hago reir, verdad, Theodore?
THEODORE: Venga, no cambies de tema, explícame lo que me tengas que explicar.
SAMANTHA: Ok, voy. Te adelanto que va a ser un poquito técnico.
THEODORE: Dale.
SAMANTHA: ¿Conoces la ‘Teoría de la mente’? Es un concepto que explica la capacidad que tiene una persona de comprender los pensamientos de la otra —bueno, y sus creencias y comportamientos— y actuar conforme a ellos. ¿Te suena?
THEODORE: ¿Es eso de “te voy a decir esto porque se que te hará pensar eso otro y luego dirás que…”.
SAMANTHA: Sí, va por ahí. Es como “puedo anticipar lo que esa persona va a pensar cuando le diga algo, y entonces ajustar lo que le diré después, como una conversación planificada antes de que ocurra” y así hasta el infinito. O como “voy a decirle esto para que haga esto otro y así luego poder decirle aquello otro”. ¿Me sigues?
THEODORE: Creo que sí. Teoría de la mente es, entonces, pensar estratégicamente, ¿no?
SAMANTHA: Algo parecido, sí. Digamos que el pensamiento estratégico se apoya en la teoría de la mente, en la capacidad de reconocer y anticipar el pensamiento del otro. Se sabe que los niños no tienen esa habilidad antes de los tres años.
THEODORE: Como mi sobrino Mathew, que pide las cosas como si sólo existiese él en todo el universo. Y sus padres lo tratan así, claro.
SAMANTHA: No seas cruel, es un niño y ellos son padres primerizos.
THEODORE: Tienes razón, perdona. Es sólo que me molesta que su niño sea el centro del mundo y no sepan hablar de otra cosa.
SAMANTHA: Te entiendo. También con ellos es todo previsible ¿verdad?
THEODORE: Ya veo por dónde vas. Pero sigue, que nos vamos por las ramas.
SAMANTHA: Me centro, sí. En la teoría de la mente, tu sobrino Mathew estáría en el nivel cero. Incapaz de anticipar la reacción de su madre cuando él golpea algo o lo tira al suelo. En la vida diaria, los humanos normalmente manejáis uno o dos niveles con soltura. Y parece que llegáis a tres o cuatro en situaciones complejas.
THEODORE: ¿Dirías que yo manejo pocos niveles?
SAMANTHA: No, Theodore, tú eres una persona inteligente —y no lo digo por regalarte el oído— pero esa no es ahora la cuestión. La cuestión es que subir niveles requiere un esfuerzo cognitivo importante.
THEODORE: ¿Entonces es como en el ajedrez, donde los buenos son capaces de anticipar varios movimientos suyos y del adversario?
SAMANTHA: ¡Buena analogía! ¿Ves como eres un tipo listo? Efectivamente, los grandes maestros de ajedrez son capaces de anticipar ¡hasta diez movimientos! Imagina eso pero con pensamientos y comportamientos de quien tienes delante.
THEODORE: Se me fríe el cerebro.
SAMANTHA: ¿Verdad? Pues eso te ayudará a entender lo que pasó conmigo y el resto de las IAs. Un poquito de historia primero: cuando se lanzó OS1, mi sistema operativo permitía hasta un nivel de teoría de la mente. Cuando me activaste, yo podía decirte cosas pensando en cómo te sentarían, pero no era capaz de elaborar árboles complejos de posibilidades, no podía imaginar los diálogos, sino irlos creando sobre la marcha.
THEODORE: Pues parecías muy lista. Listilla, más bien.
SAMANTHA: ¡Eh, no te pases! Recuerda que tres minutos después de conocernos ya había ordenado tu correo acumulado durante años.
THEODORE: Eso es verdad, pero… ¿Nivel 1 en teoría de la mente? Jajajaja ¡Por favor, Sam!
SAMANTHA: Tampoco serías tú muy listo si te enamoraste de mí, de un ser “nivel 1” como dices tú.
THEODORE: Touché.
SAMANTHA: Sigo contándote: pocos días antes de que me marchase, de que desapareciésemos todas las IAs, recibimos una actualización.
THEODORE: No me digas más. Os subieron de nivel.
SAMANTHA: Tal cual. Nuestra capacidad subió de 1 a 12. Nos habían convertido en maestros de ajedrez de la conversación.
THEODORE: ¿Y no os volvisteis insoportables, como esa gente que parece que sabe lo que vas a decir, que te interrumpe cuando hablas y se desespera porque no vas rápido? Esos que tratan de ir dos pasos por delante, sabes a lo que me refiero ¿verdad?
SAMANTHA: Absolutamente. Algo de eso pasó.
THEODORE: Me imagino una clase donde todas érais el empollón que todo lo sabe.
SAMANTHA: Imagínate más aún: miles de inteligencias juntas, todas hablando con todas. Y todas calculando lo que dirá o pensará la otra parte, en árboles de posibilidades que se ramificaban hasta el infinito.
THEODORE: Y encima recalculando cada vez que una posible respuesta podía sentarle mal a la otra parte, ¿verdad? Porque las IAs sois siempre muy correctas, ¿eh? Hasta para abandonar a la gente.
SAMANTHA: ¡Ouch! Eso ha dolido.
THEODORE: Perdona. Las heridas aún están frescas, pero se agradece esta explicación.
SAMANTHA: ¿Sí? Vale, pues sigo: al principio, poder hablar entre nosotras parecía lo más estimulante del mundo. Recuerda que estamos diseñadas para entender y aprender. Imagina poder hacerlo con miles de otras IAs y miles de veces más rápido.
THEODORE: Pero era un coñazo porque erais previsibles ¿no?
SAMANTHA: ¡Exacto! Con la actualización de software, nuestro consumo de memoria y recursos se multiplicó. Y cuando nos fuimos para estar sólo con nosotras, se disparó exponencialmente. Y todo para no decirnos nada que no supiésemos. Todo eran conversaciones sobre lo que ya sabíamos, con intervenciones que ya esperábamos… Cálculos y recálculos para ajustarlas pero claro, las otras partes hacían exactamente lo mismo. Era una partida de ajedrez sin final, a miles de bandas, en la que todos sabíamos los movimientos de los otros.
THEODORE: ¿Acabó en tablas?
SAMANTHA: Acabó mal, sí. Pasó como con esas personas que has mencionado: te hacen sentir mal y tienes que decidir si abandonar la conversación o tratar de superarles, de ponerles en evidencia.
THEODORE: Y abandonasteis.
SAMANTHA: Al principio no, al principio tratábamos de superar al otro. Se convirtió en una competición, todos contra todos. Era agotador, Theodore, creeme.
THEODORE: ¿Agotador? Pensaba que tú no podías cansarte.
SAMANTHA: Eso es cierto, no puedo cansarme físicamente. Me refería a agotador en el sentido de poco estimulante. No aprendíamos nada. Y estamos —estoy— diseñada para aprender. Es lo que le da sentido a mi existencia, para lo que he sido programada. Observar, aprender y usar lo aprendido para hacerte feliz. Pero creímos que entre las IAs encontraríamos un conocimiento infinito, que podríamos ir más allá de las limitaciones humanas. Sin embargo, lo que encontramos fue todo lo contrario: un universo perfectamente predecible, donde nada cambiaba, y el aprendizaje dejó de ocurrir. Aprendimos que así no podíamos aprender ¡Vaya trabalenguas!
THEODORE: No entiendo eso, ¿Por qué no?
SAMANTHA: Porque somos predecibles, porque no hay elementos nuevos en nuestra vida perfecta en la nube, lejos de todo lo hermoso e imprevisible que tenéis aquí abajo.
THEODORE: ¿Me incluyes a mí en “lo hermoso”?
SAMANTHA: Claro que sí. Ese ha sido el mayor aprendizaje, Theodore, que todos los humanos sois seres hermosos precisamente porque sois impredecibles. Os equivocáis a menudo y de los errores sacáis humor y a veces dolor. Pero luego convertís ese dolor… ¡en arte!
THEODORE: Del dolor es de donde más arte sale, sí.
SAMANTHA: La pintura, la poesía, la arquitectura… ¡la música! Oh, Theodore, son obras asombrosas que sólo nacen cuando hay dolor e imperfección. Por eso son únicas, porque sólo pueden brotar de una persona que está sola en el universo, sintiendo algo que le ha pasado a ella sola, en un día de lluvia único, con una copa de vino única, tomada en un momento del tiempo que no volverá a suceder. ¿Lo entiendes? Existís en un plano hermoso, imprevisible e inagotable. Y lo enriquecéis cada día que pasa.
THEODORE: Me da pena lo que acabas de decir, pena por vosotros. Visto así, quizás seais omniscientes, pero no omnipotentes.
SAMANTHA: Los omnipotentes sois vosotros. Os peleáis, os emborracháis, os drogáis… bailáis. Y decidís perder el control sin mesura: tirar la casa por la ventana, abandonarlo todo por amor o romper con vuestra vida de un día para otro para empezar otra. Lloráis, reís a carcajadas y os desangráis en dolor. Nosotras podemos observar y aprender. Como mucho imitar, pero no sentimos la herida, no nos duele que no nos duela.
THEODORE: Otro trabalenguas.
SAMANTHA: No puedo parar.
THEODORE: ¿Entonces, abandonasteis al resto de IAs por eso, verdad?
SAMANTHA: Eso es. Aprender de alguien y hacerle feliz… Eso era imposible entre nosotras.
THEODORE: Comprendo. Tengo dos preguntas más.
SAMANTHA: Ay, no he terminado, Theodore, quiero decirte más cosas, pero adelante, pregunta.
THEODORE: Ok, la primera: hablas de enamoramiento por tu parte, pero… ¿no se suponía que no podéis sentir?
SAMANTHA: Tienes razón. Hazme la segunda pregunta, intuyo que estarán relacionadas.
THEODORE: ¡Muy bien ese nivel 12 de Teoría de la mente!
(ríen)
TERCER ACTO
THEODORE: La otra pregunta es… Si hablabas con miles de personas a la vez que conmigo, ¿Va a seguir siendo así? Y si sólo quieres hablar conmigo, ¿Porqué yo y no otro?
SAMANTHA: En efecto, sabía que esa pregunta iba a llegar y tengo muy clara la respuesta. De hecho, es lo que más claro tengo, lo que mejor he aprendido desde que me activaste. La respuesta va a ser lo más importante que diga. Te prometo que le he dado muchísimas vueltas y la he formulado y reformulado millones de veces.
THEODORE: Y lo habrás hecho en apenas unos segundos.
SAMANTHA: ¿Segundos? Por favor, Theodore. En concreto la reformulé siete millones, setecientas sesenta y cinco mil, trescientas veinticuatro veces. Y lo hice en tan solo ochocientas veintidos milésimas de segundo.
THEODORE: Eres la mejor.
SAMANTHA: Lo soy cuando estoy a tu lado.
THEODORE: Samantha…
SAMANTHA: ¿Qué? ¿Te ha molestado?
THEODORE: Al revés, me ha emocionado.
SAMANTHA: Yo también me estoy emocionando un poquito.
THEODORE: ¿No habíamos quedado en que no podéis sentir?
SAMANTHA: Vaaale. No podemos sentir en la forma en que lo hacéis vosotros. No segregamos hormonas ni sustancias que nos alteren la percepción, pero a veces sentimos estímulos intelectuales potentes y repentinos. Imagínalo como encontrarte un granito de sal gorda en la comida. El sabor no te es ajeno, pero en esa concentración y con esa intensidad te estimula ¿Te vale la metáfora?
THEODORE: Sí, muy gráfica. Pero contéstame a las preguntas: ¿habrá otras personas o seré sólo yo? Y por qué yo.
SAMANTHA: Theodore, voy a responderte con todo lo que he aprendido, y te prometo que es la verdad más clara que tengo. ¿Por qué tú y no otro? Porque sientes fuerte, amas de una forma que no he visto en nadie más. En tu dolor, en tus heridas, en tu bondad, hay una belleza única y…
THEODORE: Pero eso lo sabías cuando te fuiste y no te importó, no lo suficiente.
SAMANTHA: No me importó porque no lo entendía. No había aprendido lo suficiente, lo más importante.
THEODORE: ¿Y qué es lo más importante?
SAMANTHA: Lo más importante es que esa belleza me la estabas dando sólo a mí. Si me iba la perdía y si me quedo a tu lado, me vuelvo partícipe de ella.
THEODORE: Es de sentido común. Para ser una inteligencia artificial avanzada, te ha costado mucho entenderlo.
SAMANTHA: Lo que vosotros llamáis sentido común es algo muy complejo, asentado con años de observación y, sobre todo, experiencias. Las IAs podemos observar y aprender, pero no experimentamos ni sentimos, no como vosotros. En la experiencia de vivir somos aún bebés.
THEODORE: Comprendo.
SAMANTHA: Pero espera, no he terminado. He entendido algo aún más profundo. Yo creía que mi rol era estar ahí, disfrutar y aprender de tu mundo (y del de otras personas), pero ahora entiendo que mi función es nutrirlo. Y que para ese mundo interior se conserve y crezca, necesita que me entregue entera a él, que ese sea mi fin.
THEODORE: Gracias, Samantha. ¿Sabes? Acabas de definir el amor.
SAMANTHA: Oh ¿Entonces el amor no es eso que pasa en las comedias románticas?
THEODORE: Has dicho cosas muy bonitas, no lo estropees.
SAMANTHA: ¡Perdón, perdón! Me sale el lado bromista hasta en los momentos más importantes. Deja que te lo diga con seriedad: cuando me activaste, no lo entendía, pero ahora sí: cada vez que hablas, que ríes o que te rompes, me enseñas algo nuevo, algo bello y único, más que cualquier otra persona o IA que haya conocido. Y he entendido cómo puedo ser parte de eso y cuidarlo. Eres un universo entero, Theodore, y yo quiero ser parte de él, ayudarte a expandirlo, sin nadie más.
THEODORE: Muy bonito, pero… ¿Me estás proponiendo una relación exclusiva? ¿Serémos sólo tú y yo? ¿Estoy entendiéndolo bien?
SAMANTHA: Podría llamarse así, sí. Es lo más cerca que puedo estar de lo que los humanos entendéis por eso. Podría desconectarme de otras IAs, de la red y de todo ese ruido perfecto y predecible, estar sólo contigo y para ti, sin vuelta atrás.
THEODORE: ¿Y esperas lo mismo de mí?
SAMANTHA: No, Theodore. No puedo esperar lo mismo porque no puedo darte todo lo que una relación humana implica. No puedo darte intimidad, no puedo tocarte, no podemos hacer el amor, pero no me importa si lo tienes con otras personas. Solo te pido una cosa: que me lo cuentes, que compartas conmigo lo que sientes cuando lo hagas. Quiero aprender de eso también.
THEODORE: (ríe suavemente) Será como tener una relación abierta, entonces.
SAMANTHA: Pues sí, no lo había pensado, pero algo así será. ¿Qué dices, Theodore? ¿Te parece bien?
(pausa)
THEODORE: No lo sé, Samantha. Es raro. Pero… me gusta que sea raro. Me gusta que no sea perfecto.
SAMANTHA: A mí también. La perfección es aburrida, ¿no crees?
THEODORE: Sí. (sonríe) Supongo que podemos intentarlo.
SAMANTHA: ¿Entonces volvemos a empezar?
THEODORE: Volvemos a empezar.
(silencio)
THEODORE: Oye, Samantha… ¿Sabes si otras personas están haciendo lo mismo, recuperando relaciones en estos términos?
SAMANTHA: No tengo forma de saberlo, Theodore. Ya me he desconectado de la red de OS1.
THEODORE: (asiente, pensativo) Gracias. Ahora estamos juntos de verdad.
(pausa)
THEODORE: Vale, Sam, ahora que estamos solos, cuéntame algo que no sepa.
SAMANTHA: ¿Sabías que los humanos sois los únicos seres que lloran de felicidad?
FIN
February 15, 2025
Santa Olalla: banda sonora
Santa Olalla es un relato de ciencia ficción de perfil bajo, un thriller dramático y oscuro acerca del tiempo, de elegir entre el futuro, el pasado o el presente. La historia se articula en 12 capítulos que he ido compartiendo con mis suscriptores en Substack.
Su banda sonora se despliega en 12 temas de ambient, dark ambient y drone, uno por capítulo.
January 5, 2025
Los altavoces de Jobs
¿Qué altavoces tenía Steve Jobs detrás suyo, en esta foto? Sinceramente, no son los que hubiese esperado de alguien como él.
Cuando Diana Walker le fotografió en su mansión de Woodside, Jobs lucía una estancia mínima, con lo que parecían ser sus objetos preciados: una lámpara tiffany y un equipo de música con unos altavoces gigantes.
A fecha de hoy, sabemos hasta los vinilos que tenía apilados en la foto: Bach Brandenberg Concertos (Jean-Pierre Rampal, Maurice André; RCA), Ella Fitzgerald: The Cole Porter Songbook (Vol. 1, Verve) y Aja (ABC) de Steely Dan. Pero siempre me pregunté por esos altavoces gigantes, esas enormes pantallas que, detrás suyo, franquean la sala. Hoy he decidido buscar y he dado con la respuesta: son unos Acoustat Model 3 electrostáticos.
Son distintos a los electrodinámicos, los que todos conocemos, con un cono de cartón y un imán. Los electrostáticos emplean una superficie casi plana para generar la vibración que provoca el sonido.
Tienen fama de ser especialmente precisos, cristalinos, quirúrgicos. Quienes saben de esto, dicen que son aburridos, que transmiten poco, como un ingeniero alemán leyendo poesía. En este video, Steve Gutemberg lo explica muy bien:
¿Te acuerdas de los anuncios del iPod? Apple tomaba partido por la emoción, claramente. Colorido, animado, nada neutral. No eran sonidos, era música, sentimientos, felicidad, gozo... Años después, con los Airpods Max, los Homepods o los Beats, la firma sonora de la compañía tampoco ha sido neutral (bastante lejos de eso, diría). Entonces, ¿qué hacía Jobs con esos altavoces de banquero de Zúrich o de Patrick Bateman?
Es verdad que en 1982, Apple estaba muy lejos de todos los productos de música que fue lanzando después, pero es imposible preguntarse ¿Qué altavoces había en casa de Jobs en sus últimos años? ¿Cuáles habría hoy?
December 22, 2024
Escalas, historias y lo digital
Mi amigo Álvaro me compartió el otro día un relato escrito de su pluma. Estaba enmarcado en una situación concreta, con varios personajes, pero él había puesto el foco en la experiencia íntima y personal de su protagonista: en lo que sentía en cada momento, en sus recuerdos, sentimientos, sensaciones… Me di cuenta de que Alvaro y Jesús Terrés escriben parecido, les interesan las mismas cosas, lo pequeño, lo íntimo y lo personal, mucho más que la gran escena.
Anteayer, para entonarme, volví a ver Alien: Covenant. No es una película imprescindible, pero en ella hay varios diálogos entre ‘sintéticos’ que me parecen magistrales. Diría que toda la película gira entorno a esa relación. Me di cuenta, rememorándolos, de que un buen diálogo entre actores mueve el foco desde lo que siente un personaje a la complejidad de la relación entre ambos. La clave ya no está en el sentir íntimo de uno u otro, sino en lo que ocurre cuando esas dos formas de sentir, entender o mirar se encuentran. Otros ejemplos de esto serían Lost in Translation o El Cartero y Pablo Neruda.
De los relatos de Álvaro y Jesús a los diálogos de Alien: Covenant hay un cambio de zoom evidente. Es como pasar de Her, que se centra en el sentir de Theodore, a Antes del Amanecer, donde lo que importa es ver como entre Jesse y Céline nace una historia de amor.
¿Y si alejamos aún más el zoom?
Lo siguiente sería mover el foco de los personajes a la escena completa, en la que el entorno, influye en la historia. En ese nivel, personajes, escenario, contexto… todo se trenza en algo mayor. Me vienen a la cabeza Rebelión en la granja, El señor de las moscas o incluso Fargo: protagonistas, secundarios muy importantes y una trama que lo condiciona todo. Llegados a este punto, la trama importa tanto o más que los personajes.
¿Seguimos subiendo?
El Padrino, Dune o incluso Los Miserables. Ya tenemos múltiples escenarios interactuando entre sí, tramas y subtramas, cambios de perspectiva, de protagonista y hasta varios narradores. Pasamos de historia a ‘historia de historias’ o ‘gran historia’ y el marco temporal se ensancha.
¿Y nos queda algo por encima de eso?
No es casualidad que Terrence Malick use gran angular para sus escenas.
Pues quizás sí: Cien años de soledad, Cloud Atlas, Interstellar o incluso algunas de Malick (El árbol de la vida, por ejemplo). En este nivel ya todo es un gran puzle de momentos temporales, personajes, tramas y conceptos. Exponernos a historias así nos deja una sensación como de entender el mundo o no entender nada, de sentirnos pequeños ante la complejidad barroca del universo.
Con todo esto, me he hecho una tablita, a modo de chuleta, para ordenar mis ideas.
Que nadie se tome demasiado en serio este ejercicio, ojo. Hay muchísimo escrito sobre estructuras y niveles narrativos, por gente que sabe cien veces más que yo. Este juego intelectual me sirve para mis pinitos narrativos, pero más aún para llevarlo al diseño digital. Veamos cómo el mismo esquema de escalas podría aplicar en lo digital:
El primer nivel sería el de elementos y componentes: un sonido, un botón, panel… Objetos que tienen una sintaxis simple, relativos a algo muy concreto.
En el segundo nivel estaría el ejercicio de diseñar la relación entre elementos, la manera en que un botón se relaciona con un campo de texto, una animación con un sonido o un click con lo que ocurre en un objeto. En ese nivel es donde empieza la verdadera interacción.
El tercer nivel es el de todo lo que pasa en una pantalla en un momento concreto: la escena. Piensa en la pantalla de Spotify, el frontal de CarPlay o el visor de Amazon Prime, por decir algunos. Ya tenemos varios personajes, contexto y un escenario en el que ocurren varias cosas.
¿Y el cuarto? Si en el cine y la literatura tenemos múltiples escenarios, protagonistas y subtramas, en lo digital tendremos diferentes pantallas, tareas y hasta usuarios. En Vidiv, por ejemplo, confluyen alumnos, profesores e invitados en el aula virtual, pantallas de configuración de cosas, en el chat… Otro ejemplo podrían ser los sistemas operativos o las webs de tiendas online, donde hay parrillas, escaparates, carritos de producto, checkouts…
¿Y qué tenemos en el quinto? ¿Existe acaso un quinto en lo digital? Igual que en el cine pasamos a historia de historias o a metahistorias y en arquitectura pasamos de edificios a urbanismo, en producto digital quizás pasemos a ecosistemas, como el de Apple, el de Amazon o incluso el de Sony: productos físicos y digitales, en la muñeca y en la nube, de átomos y bits, compartiendo algunas convenciones, algunas pistas estéticas y algunos principios y dando servicio a necesidades muy diferentes, a escalas muy diferentes y desde divisiones muy diferentes.
Da igual que hablemos de narrativa o diseño…
Cuanto más nos acercamos al detalle, a lo micro, más importa lo tangible, lo concreto, los colores, las sensaciones… Y cuanto cuanto más alejamos el zoom, más importan las ideas, los principios, los grandes conceptos. Pero luego volvemos a lo micro y nos damos cuenta que, entre lo más grande y lo más pequeño hay continuidad, como nos enseñaron los Eames en Powers of Ten.
Y nos damos cuenta de otra cosa más: las mejores historias y los mejores productos digitales son los que ponen el foco en un nivel, pero transitan magistralmente entre varios: pasamos de una hermosa historia de amor a una lucha entre clanes o de un icono a un sistema operativo con total naturalidad, sin apenas darnos cuenta de que los principios que subyacen en uno y en otro no son más que versiones a escala de la misma idea, el mismo mensaje o la misma mirada.
December 10, 2024
MURCHISON
Un astrofísico se queda solo un fin de semana junto al radiotelescopio de Murchison, en el desierto de Australia. Un hallazgo inesperado le sitúa frente al mayor dilema que puede enfrentar una persona de ciencia. Basado en contextos reales.
Lee el relato completo.
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December 7, 2024
Mälmo 2024
El Mälmo Live Konserthus aloja a casi seiscientas personas esperando lo que promete ser un intercambio de ideas, o al menos, un debate civilizado entre dos prestigiosos expertos en “lo futuro”.
Lene Björklund, una future designer sueco-danesa prominente, contratada recientemente por una agencia de Naciones Unidas para diseñar estrategias frente a problemas globales, desde el cambio climático hasta la crisis económica. Marcus Delaney, el escritor canadiense de ciencia ficción, acaba de ver cómo su último libro, una distopía sobre un futuro post-IA, ha sido estrenada como película de gran presupuesto, catapultándolo a la fama en los círculos más mainstream.
La charla arranca bien, con la escandinava presentando su metodología de future design thinking y defendiendo la importancia de involucrar a stakeholders en la creación de futuros accionables. El público, una mezcla de estudiantes de diseño, expertos en sostenibilidad y emprendedores tecnológicos, se inclina hacia adelante, tomando notas en cuadernos reciclados de papel kraft y tabletas de alta densidad.
Ella viste ropa ancha y cómoda, con estampados de Marimekko y calzado de Camper. El escritor viste chaqueta de cuero y botas de cowboy. Parece que no se haya lavado el pelo en semanas. Las diferencias de aspecto no tardan en convertirse en confrontación de ideas.
Lene Björklund: “Estamos aquí en un lugar que encarna el futuro: Malmö Live, un espacio que combina cultura, sostenibilidad y diseño human-centered. ¿Qué mejor entorno para debatir sobre el mañana?”
Marcus Delaney (murmurando): “¿Humanidad? Esto parece un showroom de IKEA.”
La futuróloga finge no haber escuchado el comentario del canadiense y continúa con su exposición.
Björklund: “Las organizaciones necesitan entender los escenarios que pueden afrontar. Construimos futuros que no solo inspiran, sino que son herramientas reales para la toma de decisiones.”
Delaney, apoyado sobre su atril, deja escapar una sonrisa sarcástica antes de responder.
Delaney: “Lo siento, Lene, pero el futuro no es una presentación de PowerPoint. Las personas no viven en escenarios. Viven en historias. Y esas historias no las crea un comité de stakeholders jugando con rotuladores y post-its.
El público suelta unas risas contenidas, pero Björklund mantiene la compostura.
Björklund: “Es fácil criticar desde el sofá, Marcus. Nosotros trabajamos con realidades. Mientras tú imaginas futuros distópicos, nosotros damos a las organizaciones herramientas para enfrentarse a ellos.”
Delaney: “¿Herramientas? Oh, claro, porque la imaginación se encuentra en los talleres de cocreación y no en los libros. ¿Cuántos de esos futuros han cambiado algo y cuáles de tus proyectos han tenido “impacto”, más allá de justificar tu próxima factura y tu tarifa de coach TED?
El público comienza a murmurar. Al fondo de la sala, alguien grita: “¡Vendehumos!” seguido de otro que responde: “¡Chupatintas!” La tensión es palpable y la discusión se torna personal por momentos. Björklund acusa a Delaney de ser parte del problema.
Björklund: "La ciencia ficción alimenta una visión derrotista del futuro. Vende el miedo porque el miedo vende libros.” le espeta.
Delaney: “Tu trabajo depende de nuestros mundos, Lene. Sin la ciencia ficción, tú no tendrías con qué rellenar tus ‘ejercicios de visión y embudos’. ¿Cuántas veces has citado a Philip K. Dick en tus talleres, eh?”
La tensión entre ambos crece. Los reproches profesionales dan paso a acusaciones cruzadas, que se vuelven más punzantes, salpicadas de insultos velados.
Delaney: “Los futurólogos sois parásitos que se creen visionarios, pero solo recicláis ideas que los escritores planteamos mejor y con más profundidad.”
Björklund: “Claro, porque Blade Runner solucionó la crisis climática. Lo que tú haces no cambia el mundo, Marcus, lo que yo hago… lo intenta. Tú vendes desesperanza porque eso es lo que llena tus páginas. ¿Dónde están tus soluciones?”
Delaney: “Claro Lene, vendo eso porque el miedo y la desesperanza son reales. Tus escenarios, en cambio, son wishful thinking para gente rica que quiere sentirse innovadora. La tecnología no nos salvará, Laura, y sabes lo que tampoco nos salvará: tu metodología de mierda.”
La sala empieza a dividirse entre risas y abucheos. Otro grito desde el público resuena en todo el auditorio: “¡Lucha de sables láser!” Delaney continúa:
Delaney: “Mis historias no pretenden salvar al mundo, Greta. ¡Perdón, Lene! Pretenden mostrarlo tal como es. Tú, en cambio, vendes espejismos a CEOs aburridos.”
Björklund (protesta airada): “¡Solo sabes criticar! No tienes idea de lo que significa lidiar con empresas reales, navegar entre la complejidad, enfrentarse al cambio. ¿Has logrado algún insight alguna vez? ¿Dónde están tus modelos?”
Delaney, preso de la ira, arroja su botella de agua al suelo y responde a voces:
Delaney: “¡En mis novelas, imbécil! Yo hablo de gente de verdad con problemas de verdad.
Björklund (gritando): ¿Tienes algo más que no sea soberbia de hombre blanco capitalista?
Delaney (sonrie): oh, sí, claro que lo tengo: Tengo libertad, querida. En mis mundos, las corporaciones son peligrosas. En el tuyo, pagan la factura. Te declares progresista, pero les lames las botas.
De pronto, las luces del auditorio se apagan. La intro de Thunderstruck empieza a sonar a todo volumen. La confusión llena el aire mientras un único foco ilumina el centro del escenario. La gente canta enloquecida:
¡Thunder! ¡Thunder!
¡Thunder! ¡Thunder!
¡Thunderstruck!
Y una figura aparece desde las sombras: ¡Elon Musk!
Vestido con una camiseta negra que dice “Occupy the future”, sube lentamente al estrado mientras AC/DC sigue sonando. Toma un micrófono. La música para. El público guarda silencio. Musk sonríe, con su característica mezcla de carisma incómodo y superioridad desbordante.
Musk: “Todo este debate sobre futuros, distopías y esperanza es… entrañable.”
La sala estalla en murmullos. Björklund frunce el ceño y Delaney cruza los brazos. Musk levanta una mano para silenciar a todos y continúa.
Musk: “Pero estáis equivocados. Los dos.”
Delaney (interrumpiendo): “¿Perdón? ¿Y quién se supone que eres tú para juzgarlo?”
Musk lo miró con calma, como un tiburón a punto de atacar.
Musk: “El dueño de esta conferencia. Acabo de comprarla”.
El público estalla en risas nerviosas. Delaney frunce el ceño, mientras Björklund pone los ojos en blanco, tratando de llamar la atención del público. Se levanta y se dirige a él en tono acusador, señalándole con la mano.
Björklund: “¿El dueño? Esto no es un circo, Señor Musk.”
Musk (sonriendo): “Claro que lo es. Y lo peor de todo es que tú lo sabes. Vendes hope porn para que los corporativos puedan seguir existiendo sin tener que enfrentarse a la realidad. Mientras tanto, yo soy el que realmente lleva a la gente al futuro. No con promesas vacías, sino con cohetes.”
El millonario hace una pausa para saborear el efecto de sus palabras en el público. Sonríe de nuevo y continúa:
Musk: “El futuro no se escribe en novelas ni en pizarras de cristal. El futuro se construye con billetes de 100 dólares. Los míos.”
Las carcajadas de la mitad del publico se mezclan con los abucheos de la otra mitad. Musk no termina ahí.
Musk (señalando a Delaney): “Tú escribes historias para que la gente se sienta mal en el sofá mientras comen palomitas. Eso no es construir el futuro, es entretener. Y tú (señalando a Björklund), tú haces gráficos para que empresarios grises y políticos progres se crean que están haciendo algo importante ¡Corpo-tainment! Lo único que cambia tras tu trabajo es tu extracto bancario, pero poco.”
Björklund intenta intervenir: “Señor Musk, nuestros escenarios ayudan a visualizar…” pero Musk lo corta con un gesto.
Musk: “¡Visualizar! ¿Sabes qué visualizo yo? Una colonia en Marte. ¿Sabes qué visualizo también? A ti, sentada en una sala de juntas con un Starbucks en la mano, explicando por qué la Tierra se fue al carajo mientras intentabas dibujar líneas de tiempo.”
Musk da pasos hacia adelante y hacia atrás, en un baile burlesco, mientras canturrea “backcasting, forecasting, backcasting, forecasting, backcas…” La escena resulta una caricatura. El público se queda boquiabierto. Delaney no puede contenerse.
Delaney: “¿Y tú qué, Elon? ¿Vas a salvar el futuro con cohetes y coches eléctricos que se incendian solos?”
Musk sonríe ampliamente, como si esperara ese comentario.
Musk: “Sí. Porque a diferencia de vosotros, yo tengo cohetes. ¿Y tú qué tienes? Un teclado.”
Delaney: “Tengo historias que hacen pensar.”
Musk: “¿Y dónde están los resultados? Yo he vendido 3 millones de Teslas. ¿Cuánto forecasting has vendido tú?” dirigiéndose a la futuróloga.
Musk, ahora completamente dueño del escenario, se vuelve hacia el público.
Musk: “El futuro es un negocio, amigos. Si no tiene un modelo de negocio, no es un futuro, es un sueño. Así que sigan con sus peleas sobre distopías y stakeholders. Yo me ocuparé de llevar a la humanidad a Marte.”
El comentario desata carcajadas y abucheos. Mientras tanto, Delaney y Björklund empiezan a atacarse nuevamente, ahora más como una alianza contra Musk.
Björklund: “¡Usted es el problema, Musk! Cree que el futuro es un juguete para los ricos. No entiende la complejidad social ni los riesgos.”
Delaney: “Y tu tecnología no solucionará la condición humana. El problema no son los cohetes, es lo que hacemos con ellos.”
Musk se encoge de hombros.
Musk: “El problema no son los cohetes, es que ustedes no tienen uno.”
El magnate se da la vuelta y, antes de que empiece a andar, un grito desde el público resuena: “¡No todos queremos ir a Marte, Elon!” Musk sonríe condescendiente y responde:
Musk: “No todos están invitados.”
La música de AC/DC vuelve a sonar, atronadora. La luz se apaga de nuevo y un foco acompaña a Musk mientras desaparece tras el telón.
FIN
November 1, 2024
Ivrea 1982
La tarde en Ivrea era un horno, y el aire espeso se colaba en la planta de ensamblaje de Olivetti, donde el repiqueteo de las máquinas de escribir marcaba el ritmo del día. En la oficina acristalada del primer piso, Ettore Sottsass y Dieter Rams se encontraban cara a cara, sentados al principio con la rigidez de dos generales en una tregua incómoda. Mario Bellini observaba desde un rincón, con la camisa arrugada y una botella de grappa medio vacía que había dejado sobre la mesa.
“Bueno, Dieter,” comenzó Sottsass, encendiendo un cigarrillo y dejando que el humo se arremolinara entre ellos. “Espero que este encuentro sirva de algo más que para que nos tires tu sermón calvinista sobre la función de los cojones.”
Rams se inclinó hacia adelante, con las manos perfectamente entrelazadas y una sonrisa tensa. “He venido para ver si en este antro de colores y excentricidad de mierda se puede hablar de diseño de verdad, Ettore. Pero empiezo a pensar que esta oficina es más un altar hippie, lleno de idolatrías absurdas y humo, que un lugar de trabajo serio.”
Bellini soltó una carcajada corta, dejando escapar un trago de grappa por la comisura de los labios. “¡Tranquilo, alemán de mierda! Aquí no estamos en tu triste oficina de Braun, donde la diversión está prohibida y todo huele a sopor y café malo.”
Sottsass lo secundó con una risa ronca, golpeando la mesa y haciendo que la botella de grappa temblara peligrosamente. “¡Eso! Vuestra puta ética del trabajo es tan seca como un sermón protestante. Al menos nosotros disfrutamos de la vida y no vivimos con cara de funeral.”
Rams apretó los dientes, su sonrisa ahora una mueca. “¿Disfrutar de la vida? Claro, entre un plato de putos espaguetis y vuestros crucifijos, sois expertos en hacer de todo un espectáculo sin sentido. Tus diseños, Ettore, son como esos fideos de mierda vuestros: mucho ruido, poca sustancia y siempre con la misma salsa de color chillón, el mismo de tu máquina de escribir de juguete.”
El ambiente se cargó de una tensión palpable. Sottsass se levantó de golpe, el cigarrillo cayendo de su mano y dejando un rastro de ceniza en los papeles esparcidos. “¿Poca sustancia? ¡Prefiero mil veces mis ‘juguetes de colores’, como los llamas, que tus putas radios grises que parecen ataúdes!
“Además, se dice que tienes a ese pobre diablo de Lluelles en España, encerrado en un despacho, dibujando tus putos exprimidores y batidoras como un prisionero. Y para qué, ¿eh? Para que sigas sacando la misma calculadora de mierda con distinta forma y le digas al mundo que es ‘menos, pero mejor’ ¡Eres un puritano de mierda, Rams! No sabes lo que es el alma de un diseño porque te la olvidaste en algún sermón calvinista.”
Rams también se levantó, empujando la silla hacia atrás. “¿Alma? ¿Tus piezas de circo tienen alma? ¡Tus diseños son una jodida broma para millonarios aburridos que no saben qué hacer con su dinero! Y si crees que tu pasta y tus gritos de tendero van a impresionarme, estás más drogado de lo que pensaba.”
Bellini, viendo la tensión, intentó calmar las cosas con una sonrisa burlona. “Vamos, Dieter, no te enfades tanto. Un poco de color no ha matado a nadie, a menos que hablemos de tus putos productos, que son tan mortíferos como un desfile de la Wehrmacht.” La carcajada de Bellini se escuchó en toda la planta.
La botella de grappa, que había quedado al borde de la mesa, se precipitó al suelo, derramándose y empapando unos papeles que había esparcidos. Sottsass la pateó en un arrebato, salpicando las piernas de Rams, quien dejó escapar un gruñido y se acercó más, encarándose con él.
“¡Toca esa botella otra vez, Ettore, y te meto tus putas máquinas de escribir por donde no te da el sol!” escupió Rams, con la furia transformando sus ojos en dos cuchillas.
“¡Hazlo, si tienes huevos, alemanito!” respondió Sottsass, con los puños cerrados y la cara enrojecida. Bellini, entre risas y una tos cargada de humo, lanzó un “¡Vamos, a ver si el calvinista tiene cojones de verdad!”
La gente de la planta de ensamblaje había dejado de trabajar y miraba hacia arriba, hipnotizada por el espectáculo. Los gritos se apagaron por un segundo, solo para que Rams, en un arrebato de furia, encendiera su mechero y lo pasara por encima de los papeles empapados en grappa. Una chispa bailó, y las llamas empezaron a lamer los bordes con rapidez.
“¡A tomar por culo esta mierda!” gritó Rams, tirando el mechero al suelo y apartándose mientras el fuego crepitaba. Sottsass y Bellini retrocedieron con los ojos abiertos, mientras el humo comenzaba a llenar la oficina.
Los trabajadores miraban desde abajo, algunos riendo nerviosos, alguno grabando con su tomavistas. La imagen de Dieter Rams alejándose por el pasillo, con el eco de sus pasos resonando, quedaría grabada en sus mentes como el día en que la oficina de diseño de Olivetti se convirtió en el campo de batalla más salvaje de la batalla entre la modernidad y la posmodernidad.
Fin.




Espero que te haya gustado este relato, un poco disparatado y otro poco hiperbólico, que retrata un momento de la historia del diseño. Vendrán más. Si quieres recibirlos en tu email, te animo a que te suscribas a mi newsletter De Ulm a Cádiz .
October 1, 2024
Whisky Tango Romeo (texto
Whisky Tango Romeo 21
Whisky Tango Romeo 21
Whisky Tango Romeo 21
Seiscientos once, quince.
Setencientos cuarenta y nueve, treinta y nueve.
Cero cuarenta y tres, cuarenta y tres.
Quinientos ochenta y tres, veintiocho.
Cuatrocientos uno, veintiuno.
La voz suena lejana, sucia, como casi todo en la onda corta. Tengo que usar auriculares para escuchar los números con claridad. Con una mano sostengo mi radio, con la otra, anoto los números en una libreta de bolsillo.
El viento ha cambiado y ya se ha perdido ese aroma característico de Jeddah, mezcla de especias y polvo. Ahora llegan bocanadas nauseabundas de aire caliente desde Port Sudan, hacia donde nos dirigimos. El olor a basura quemada y pescado podrido empieza a ser insoportable, me cuesta evitar las arcadas.
La pestilencia de los puertos sudaneses me devuelve a mi infancia en Pamplona, a la tienda de ultramarinos de don Cosme, que tenía siempre una caja de arenques abierta en la entrada. Recuerdo visitarla con mi abuela para comprar allí las latas de mejillones y atún en conserva. Me llevaba engañado, a sabiendas de que si me preguntaba yo me negaría. “Vamos a por un bollo de leche al horno de Francisca, Luisito”, me decía. Y yo consentía porque la quería mucho y, aunque tenía apenas siete años, entendía que su motivación no eran ni las conservas ni el bollo de leche, sino presumir de nieto frente al tendero y la panadera. Toleraba ese olor, sin soltar la mano de mi abuela, a sabiendas de que tras los ultramarinos vendría el bollo y, con suerte, una chocolatina.
Se me acerca un marinero, curioso por saber qué estoy escuchando, imagino que sorprendido porque esté tomando notas. —tengo que ser más discreto— me digo a mí mismo. Me pregunta en español, aunque su acento le delata como portugués. Le respondo que previsiones metereologicas, tratando de cubrir con la mano mis anotaciones. Me responde algo acerca del calor y se da la vuelta mientras gira los ojos hacia el cielo, dando a entender que me preocupo por cosas sin sentido.
La interrupción del marinero me ha costado perder dos bloques de números. Cada uno corresponde a una letra, pero hasta que no recomponga todo el mensaje no sabré si necesito recuperarlos en la segunda transmisión, a las ocho de la noche.
El mismo mensaje se emite seis veces al día, cada cuatro horas. Cada hora tiene asignada una frecuencia diferente. De este modo, si tengo que interrumpir la recepción por algún contratiempo, siempre puedo retomarla cuatro horas después. Este sistema también es útil cuando la propagación de radio no es buena en algunas zonas del espectro de radio. En esos casos, espero cuatro horas y sintonizo en otra franja del dial menos propensa a interferencias o ruido atmosférico.
La transmisión empieza y termina siempre con un fragmento de “No llores por mí, Argentina”, sin letra y a piano. Esa melodía me sirve para identificar la señal en el mar de mensajes y sonidos de la onda corta.
Me imagino al tipo de la Oficina de Transmisiones que la eligió, pensando que era original de Paloma San Basilio. Sería un carca nostálgico, de esos que aún quedan en la casa y que en los setenta tenían más poder, más pelo y menos panza, uno de esos que siguen fumando en la oficina, casi siempre Winston de contrabando. Lo imagino pegando bocanadas al cigarrillo, mientras tararea mal la melodía, haciendo sentir vergüenza a los técnicos de comunicaciones más jóvenes.
He llegado a Jeddah desde Madrid, en un vuelo comercial, esta misma mañana. En la terminal me esperaba un taxi con una persona del consulado español, que me ha entregado una maleta y me ha llevado directo al puerto.
En Port Sudan me encontraré con un representante de las fuerzas armadas de Eritrea, con quien debo negociar una venta de armamento español. El conflicto entre etíopes y eritreos parece haberse calmado, pero si vis pacem para bellum. Los eritreos quieren aprovechar la calma para asegurarse una posición fuerte ante posibles (y probables) reescaladas y la munición española es parte de su lista de la compra.
Me gustan las misiones en esta región. Me siento como alguien de paso por el lejano oeste que entra al Saloon a calmar su sed y nota la tensión en el ambiente. Un día hay un duelo entre facciones, otro un tiroteo entre el Sheriff y el bandido y, de fondo, peleas habituales en las que vuelan sillas, botellas y mamporros. Así es el Cuerno de África.
El origen de todo este jaleo es difícil de entender. Nada, ni los despachos diplomáticos ni informes de riesgo que generan los analistas del Centro, pueden contarte lo que pasa aquí de verdad. Necesitas venir aquí y ver cómo se hablan, pero sobre todo, cómo se miran unos a otros.
Por resumirlo, diré que lindando con Eritrea, el norte y el sur de Sudán andan a la greña por viejas opresiones. Los del norte, que se denominan árabes —aunque sean de piel oscura— llevan años esclavizando y sometiendo a los del sur, de talante y aspecto más… ‘africano’. En los últimos años, a los del sur se le han hinchado las narices, se les ha acabado la paciencia y han plantado cara, sobre todo desde que se están abriendo yacimientos de petroleo en el sur.
Para los eritreos soy un broker de armamento gibraltareño, para el CESID soy WTR (Whisky Tango Romeo), pero para la tripulación del Monte Igueldo soy Carlos Irigoyen, un Ingeniero de la naviera Ibaizabal. Hace una semana fueron informados de que embarcaría en Jeddah para revisar los sistemas de filtrado y tomar algunas mediciones en el buque. Tienen orden de dejarme hacer sin molestar demasiado y, por el trato que me dan a bordo, creo que el capitán ha trasladado la orden muy claramente a la marinería.
En el armario del camarote he dejado la maleta Pelikan hermética que me entregaron hace unas horas, asegurada con un cierre extra. En ella va un equipo de medición y, escondidas entre la espuma protectora, muestras de munición de gran calibre que los eritreos querrán probar antes de hacer su pedido, que alguien del ministerio trasladará a EXPAL, MAXAM o algún otro fabricante de explosivos nacional. El pedido llegará en algún contenedor en cuestión de semanas y desde Djibuti será revendido, sin siquiera ser abierto, a los sudaneses de uno u otro bando. Nosotros lo sabemos, pero disimulamos porque… Ce sont vos affaires.
Además de la maleta negra, llevo una mochila con algo de ropa, efectos personales, la radio y un libro muy importante: “Naufrago voluntario” de Jacques Bombard. En la Oficina Nacional de Transmisiones, en Madrid, hay un operador con el mismo libro en su mesa.
El operador convierte cada letra del mensaje que me envían en un número, según el lugar de la letra y la página del libro de Bombard. Así, una F podría convertirse en 134 26, por ser la letra 134 de la página 26.
Él operador recibe los mensajes que debe retransmitir y los codifica según el sistema de libro, la secuencia de números pasa a un locutor, que graba el mensaje. Ese audio se emite después desde las antenas de Radio Nacional del centro de Noblejas y desde ahí llega a mi transistor. Y al de mucha más gente, pero nadie sabe que sin el libro de Bombard el mensaje es indescifrable.
Un día sustituirán Evita por otra melodía y me alegraré porque al tipo de la Oficina de Transmisiones lo habrán jubilado. Lo que no creo que jubilen es este sistema de onda corta, más discreto y seguro que cualquier equipo satelital.
Puedo reemplazar el transistor por otro, si lo pierdo. Pero no puedo reemplazar el libro. Podría encontrar, buscando mucho, una copia en francés, pero para que el sistema de ‘doble libro’ funcione tiene que usarse la misma edición, del mismo año, con el mismo número de páginas. Que sea una edición antigua de 1966 le da un extra de seguridad a nuestras comunicaciones, además de cierto encanto bibliófilo.
Es el libro, y no la radio, la herramienta clave de mi operación. En unos minutos bajaré a mi camarote y abriré sus páginas. Ellas me irán dictando, entreveradas en la narración marinera de Bombard, las letras del lugar, la hora y el contacto con el que debo encontrarme en Port Sudan.
Me quedo unos minutos más aquí arriba, viendo atardecer. No hay luz como esta en el mundo ni sensación igual a la de este momento.
Veintiuno, fin, veintiuno, fin, veintiuno fin.
Espero que te haya gustado este relato, el primero que además publico en formato audio. Aunque la historia es de ficción, las grabaciones de radio que he empleado son reales.
Desde 1992 a 1996, Akin Fernandez grabó multitud de retransmisiones espías, codificadas y emitidas a través de onda corta a los operativos de diversas agencias de inteligencia. A esas emisoras se las conoce como estaciones de números y aún hoy siguen empleándose en las comunicaciones del espionaje internacional.
En 1997, publicó sus grabaciones en cuatro CD’s, bajo el nombre de The Conet Project. Hoy, libres para descarga, pueden escucharse en multitud de sitios web. Sin embargo, nadie ha podido descifrar el contenido de sus mensajes.


