Raquel Castro's Blog
September 26, 2025
De premios y becas
Les cuento que pedí la beca del Sistema Nacional de Creadores (que es una institución importante acá en México)… y no me la dieron. No lo vengo a contar como queja, ni para buscar consuelo. Mucho menos para criticar a quienes la recibieron o a quienes las otorgaron (es muy feo eso de etiquetar como ilegítimo a un recurso cuando no nos toca y considerarlo prístino y correcto cuando sí somos los beneficiarios). Se los vengo a contar porque creo que es útil visibilizar también los rechazos, los tropiezos, los momentos en que las cosas no salen bonito. Porque en las redes solemos poner sólo los logros, y quien tiene una mala racha o va empezando se siente peor al pensar que es un fracaso en medio de bandita exitosa (pero ojo, es sólo una percepción torcida, generada por el funcionamiento de las redes y de nuestras emociones).
Supongo que habrá gente que sí mete jonrón cada que batea, y qué chido por esa gente. Pero en mi caso, sí son más los intentos que los logros (premios que no gano, becas que no me dan, libros a dictamen que no son aceptados, etcétera), pero creo que el chiste está en seguir intentando, corrigiendo borradores, mejorando solicitudes, puliendo proyectos… Y reconociendo los méritos de quienes obtienen cada vez el logro en cuestión. Por ejemplo, de las becas del sistema de este año, obviamente no conozco a todos los beneficiarios, pero de los que conozco (por solo haberlos leído o por tener contacto más cercano), no hay uno que pudiera yo pensar «se la hubieran negado para dármela a mí». De ninguna manera.
Y qué bueno que existan estos estímulos a la creación y que sean tan reñidos.
PD. Y claro, se siente gachito y una se decepciona y hay días en que no dan ganas de volver a intentarlo, pero eso también es parte del proceso. A mí me funciona darme un rato para tristear, luego hacer cosas que me suban el ánimo y ya más adelante… volver a intentar.
September 13, 2025
La gira del reencuentro
Ayer le celebramos el cumpleaños a Alberto y fuimos a desayunar rico y a pasear por el centro de la ciudad. Estuvimos en el Museo Franz Mayer y vimos una exposición muy interesante de Pierre et Gilles, una pareja y equipo de artistas franceses que tienen como ¡cincuenta años! de hacer retratos juntos. Retratos muy locos, además, todos recargados (intervenidos: Pierre los toma y Gilles pinta sobre ellos) y con marcos loquísimos, a veces dorados y a veces como de caramelo. Nos acompañaron nuestra querida amiga Atenea Cruz (¿ya leyeron sus cuentos?) y Alex, un amigo de toda la vida de Alberto.
Y luego, saliendo, él nos tomó la foto que se ve arriba. La verdad es que en ese momento estábamos cansados y teníamos mucha hambre, pero ¿a poco no parecemos una banda de dark? A lo mejor para la gira del reencuentro.
Aquí les dejo unas fotitos de los retratos de Pierre et Gilles. ¡Una escándala!

«Autorretrato»


September 5, 2025
Día de limpieza
Ay, ay, hacía más de un año que no escribía nada en este sitio. Lo siento mucho, pero la verdad es que hemos tenido un año bastante malo en cuanto a salud y acontecimientos a nuestro alrededor. Ya más o menos nos estamos recuperando, y por eso estoy aquí, pero nos fue tantito mal, o más que tantito.
La de arriba soy yo, claro, en compañía de mi papá y de su esposa. La foto la tomó Alberto, mi propio esposo. Con esto quiero decir que mi familia sigue aquí y eso me tiene aliviada y contenta.
Con ayuda de Alberto, estoy revisando este sitio y tratando de darle una limpiadita. Ahí voy, y espero ir publicando más, aunque sea de tanto en tanto. También me pueden encontrar de vez en vez en las redes y, sobre todo, en el boletín de correo electrónico que Alberto y yo hacemos. Se pueden suscribir gratis y recibirlo en su correo electrónico en esta página, o aquí directo:
El boletín se ha vuelto un complemento de nuestro canal de videos (que sigue como siempre) y la mejor parte es que no depende del algoritmo de una red social.

Para acabar, esta es la gatita Romy, que ya está más grandecita que en la foto de la portada, pero sigue siendo toda una princesita…, excepto cuando le da por mordisquear el brazo de Alberto, como se puede ver, o la cabezota de su hermano Chacho. Pero sabemos que lo hace jugando.
Y, bueno, aquí sigo, y me dará mucho gusto saber de ustedes, si se animan a venir hasta acá. ¡Muchas gracias por leer estas palabras!
August 6, 2024
Muchas cosas, ¡huuuuh!
En todo caso, lo que acabo de escribir es apenas una introducción a lo que me ha dado vueltas en la cabeza en los últimos tiempos: cómo cambia la cotidianidad cuando uno recibe un boleto para un viaje sin escalas a Enfermalandia. Ayer estuvimos Alberto y yo todo el día en el Instituto Nacional de Neurología y, mientras esperábamos a que mi trámite avanzara, pasé de la autocompasión a la autodeprecación y de regreso (y por muchas otras fases emocionales a las que se enfrenta una cuando no está permitido usar el celular en una sala de espera y, tontamente, no se lleva ni una libreta ni un libro y sólo queda observar alrededor). «Pobrecita de mí que estoy acá y no en otro lado» se convirtió en «Pobrecito de Alberto que está acá en vez de estar atendiendo sus asuntos» y luego en «Qué ingratitud la mía que me estoy sintiendo mal cuando esta persona a la derecha está obviamente en una situación mucho más complicada que la mía» para llegar al «Ay, ojalá nunca me toque estar en una situación como la de esta persona a la izquierda o como la de la persona a la izquierda de ella, que es quien tiene que cuidarla». Al fin medio terminamos el trámite y me dieron una cita para dentro de mil millones de años -justo un día que ya tenía ocupado en la agenda, pero ps ni modo de decir «ay, no puedo ese día, ¿no me lo cambia?». Y entonces me di cuenta de que cuando uno está en Enfermalandia todo lo que era uno antes de entrar realmente no importa, porque el diagnóstico no se hace a partir de tus lecturas favoritas, lo cargada que esté tu agenda o tu grado de estudios; y no importa cuánto te apapache y consienta la gente que te quiere, hay momentos en que no hay más que plegarse a la maquinaria bien aceitada de un sistema eficiente pero sobrecargado -y ni me quejo porque en verdad que sé lo afortunada que soy al poder mirar a mi alrededor y pensar y reflexionar sin que un dolor permanente me nuble la razón, como a la persona que estaba adelantito de mí, que me hacía pedazos el corazón con cada gemido. Y es que ser ciudadano de Enfermalandia a veces es como tener doble nacionalidad y nada más vas cada cierto tiempo, pero hay quienes lo tienen como trabajo de tiempo completo -un trabajo ingrato porque no paga-; y cuando estás ahí no importa lo compleja que sea tu identidad ni las muchas facetas que tenga, porque tu rol de persona enferma o de «pariente responsable» absorbe todo lo demás y mientras estés ahí, eso eres (y asumen que con sólo serlo te vas a aprender todos los protocolos y se te va a actualizar el chip con el mapa exacto del instituto, sus horarios y los reglamentos de cada área).
Ay, pero entonces, como decía, terminamos con nuestro trámite y sí, somos afortunados porque el presupuesto nos permite tomar un taxi en la puerta del Instituto y mi estatus como ciudadana de Enfermalandia no me impide platicar con el taxista y hasta sentirme halagada cuando pregunta quién de los dos es el Paciente y que cuando le digo que yo él agrega que no lo parezco paciente, que me veo muy bien. (Ya después pienso que eso es parte del problema para muchos ciudadanos de Enfermalandia: que si no tienes cara de serlo, la gente no te trata con condescendencia -lo que es bueno- pero tampoco con comprensión o paciencia -lo que es bastante malo- y a veces hasta te toca un trato violento porque piensan que estás tratando de hacer trampa si te sientas en el lugar para personas con discapacidad porque «no tienes cara de enferma».Por otro lado, aunque mi relación con la escritura no ha sido tan fructífera como en otras épocas, estoy muy contenta porque ayer salió en Spotify el tercer episodio de un podcast de ciencia ficción que escribí para la editorial Loqueleo. Muy libremente basado en Los hijos del Capitán Grant y con sinceros homenajes a varios autores del siglo XIX y del XX (en especial a Artrhur C. Clarke), fue una experiencia padrísima, desde la planeación (donde Alberto me guió en el worldbuilding de una manera maravillosa), hasta la producción (con actores de voz increíbles y un trabajo formidable del estudio Chicas Ruidosas), pasando por una edición súper cuidadosa de Elena Bazán (quien, además de editar, llevó control de los tiempos de entrega y producción, el casting y mil detalles más que uno ni se imagina cuando escucha un podcast).
Y bueno: cada semana sale un nuevo episodio de los diez que conforman El corazón de la Vía Láctea, y los anteriores se quedan ahí disponibles, así que pueden escuchar completa esta historia de aventuras en el espacio, amores complicados por la hormona adolescente y satélites terraformados en este enlace: https://open.spotify.com/episode/7oZAmzqA3anXvjKwKPEGhg?si=5ebbcdec860d4e29Hice una pausa para ir a comer y cuando volví a esta nota, descubrí con espanto que ya no me acuerdo qué otras cosas les quería compartir. ¿Algo sobre los talleres que estoy dando? ¿Sobre mi cumpleaños, que será la semana que viene? ¿Algún chisme acerca de Pulgas y Morris o con respecto a unos gatitos que se han estado filtrando de forma extraña en algunas fotos mías y de Alberto? Misterio. Si me acuerdo, vengo y les cuento.

December 16, 2023
Regalitos navideños
Alberto (mi esposo) me ha estado insistiendo en que publique más en este sitio. Como es la época navideña, le hago y caso y les dejo unos regalitos virtuales, para que se entretengan un ratito.
Este es mi cuento navideño de monstruos: se titula «La cosa carmesí» y apareció hace un par de años en Milenio.Y esta es la música de mi nuevo libro, Playlist, en una lista que pueden escuchar en YouTube o en Spotify.Playlist en SpotifyPlaylist en Youtube¿Ya les conté de mi nuevo libro? ¿No? ¡No le digan a Alberto que no lo he hecho todavía!
Y que pasen muy lindas fiestas.
October 6, 2023
Desencuentros

Estoy muy contenta: ya está disponible mi nueva novela, Desencuentros, que es la primera en varios aspectos: la primera que escribo expresamente para que aparezca como audiolibro; la primera que no es de literatura infantil o juvenil; la primera de romance (es decir, romance adulto); la primera que aparece directamente en la plataforma Storytel… Hay otras primereces, pero esas se las voy a contar en el programa de YouTube de la próxima semana, es decir, del martes 10 de octubre de 2023. Acá mismo lo podrán ver:
(Y si están llegando después de la fecha, ahí pueden ver la grabación.)
Desencuentros se puede escuchar directamente desde aquí si están en México (y, me parece, en Colombia o España). ¡Ah!, y si visitan la página, trae oferta: $99 por tres meses para escuchar mi novela y todos los demás audiolibros de la plataforma.
Escuchar en StorytelPor último, si están en Estados Unidos, Desencuentros se puede escuchar desde acá:
Escuchar en Audiobooks.com¡Muchas gracias a Atu Núñez y a René López Villamar! Y a ustedes, desde ahora, por si se animan a escuchar esta historia. La verdad es que me gustó mucho cómo quedó.
July 28, 2023
¿Jugamos a las barbies?
La semana pasada fui a ver la peli Barbie, de Greta Gerwig, con la maravillosísima Margot Robbie como protagonista y Ryan Gosling haciendo de Ken. Mientras escribo estas líneas, en redes sociales aún no cesa el pleito a causa de esta película, pero empieza a amainar (en unos días, la cruenta batalla en redes se deberá a cualquier otro tema). Obviamente, el problema no es si les gustó o no la trama / el casting / el «mensaje» / el diseño de producción / lo que sea; sino que parece que si alguien no piensa igualito que uno de inmediato se convierte en el enemigo en turno. Ya si el siguiente pleito nos pone del mismo lado de la línea, peque lo veamos como aliado y olvidemos de momento las «ofensas» y «traiciones». Qué lejos parecen quedar aquellos tiempos en los que uno podía decir si algo le gustaba o no y seguir tan amigo con alguien que opinara distinto o que ni siquiera tuviera interés en el tema. En todo caso, no era ese el punto del que yo quería platicarles acá.

Es decir, sí quería hablar de Barbie, pero no necesariamente a partir de la película. O bueno, sí quería hablar de Barbie debido a pensamientos que me revolotean en la cabeza a partir de que vi la película, pero no exclusivamente relacionados con ella.
Y es que yo siempre he sido una fan total de Barbie, a excepción de los tres días durante mi pubertad en los que decidí que ya era grande y me deshice de mi colección completa (ay) y un ratito en la uni en que me dio por «odiar todo lo femenino» (?). Y ahora me doy cuenta de que, incluso en esos momentos, era la importancia de las barbies en mi vida lo que hizo que me pusiera tan perruchis en su contra: hay momentos en la vida en los que necesitamos definirnos no a partir de lo que somos, sino de lo que ya no queremos ser (por eso en la adolescencia podemos ser tan crueles con las personas que antes fueron nuestros modelos a seguir, creo yo).
Con todo, después de cada uno de mis periodos anti-barbie siguió una reconciliación y una nueva luna de miel. La de mi pubertad fue amarga porque ya no pude recuperar las muñecas de las que me había deshecho, cosa que hasta hoy lamento; y no porque fueran muñecas gold o platinum label, sino porque cada una de ellas tenía algo especial para mí. Por ejemplo, con la Barbie Aeróbica tuve una historia de odio – amor que incluye la última vez que Los Reyes Magos me trajeron un juguete; mientras que la gargantilla de terciopelo negro con camafeo que traía el vestido de la Barbie Angelface me causaba una fascinación que hoy me hace sospechar que la darquitud estaba agazapada en mí mucho antes de lo que sospechaba. La carita de la Barbie Dulces Sueños era de lo más tierna, y una muñeca de la línea Bárbara y Lilí siempre la hacía de villana por la fuerte mirada de ladito que se cargaba. Creo que mi primera barbie fue una vaquera que me trajo mi papá de San Antonio (si no la primera, seguro una de las muy primeras, junto con la Golden Dream, que tenía una capita/falda de gasa dorada que conservé hasta el final de esa etapa de mi vida) y la última debe haber sido una Midge (la amiga de Barbie que en otro momento fue embarazada), pelirroja y pecosa y con unos horribles patines de hule pero una lindísima minifalda y chaleco de mezclilla. Una búsqueda veloz en google me arroja datitos simpáticos: es una muñeca de 1987, así que probablemente me la compraron cuando yo estaba ya en sexto de primaria.

La segunda etapa de mi vida con Barbie comenzó con el nuevo milenio (si es que empezó en el año 2000; siempre me hago bolas con esas cosas). Fue un set de Los Locos Addams que a la fecha me parece una preciosidad. Tengo barbies de interés rock/punk/dark, barbies tatuadas y barbies «empoderadas» (por decirlo de algún modo). Cada cierto tiempo se me ocurren motivos como para deshacerme de ellas o sentirme incongruente por tenerlas, pero a los pocos días encuentro motivos para conservarlas y sentir que no hay incongruencia en ellas (o en mí): que es parte de lo que significa para mí ser mujer en la época que me tocó vivir, y justo porque ser mujer implica tantas contradicciones es que las veo en mis muñecas cada tanto. Eso sí: aprendí luego de la Gran Purga de 1988 que, por muchas ganas que sienta de deshacerme de ellas en un momento dado, siempre es mejor esperar algunos días, para que cuando llegue el arrepentimiento (siempre llega) ellas sigan aquí.

Por cierto: mi fijación con Barbie está presente en varias de las cosas que he escrito; más notoriamente en mi primera novela, Ojos llenos de sombra. Les comparto el pasaje en cuestión:
Me quedo con la boca abierta: mi cuñada viene perfectamente disfrazada para una fiesta oscura en Cuernavaca: faldita de tul, corsé, unas botas de temueres. Sé que no debería sorprenderme: una de las poquititas veces que ha ido a una de nuestras tocadas iba tan producida que la gente creía que la vocalista era ella y no Ofe. Cuando le dije, se rió muchísimo.
—Mira, neni, es como las barbies. Cuando Barbie tiene que ir al espacio, se pone su outfit de Barbie Astronauta; cuando le toca trabajar se pone de Barbie Oficinista; y así. No se trata de si eres oficinista o astronauta o dark: lo importante es que estés lista para cada ocasión y que seas la más guapa siempre.
Esa es su filosofía de la vida y lo que sea de cada quién es congruente con ella, la verdad. Además, de veras se porta como una barbie: sonrisas para todo mundo, abrazos como si nos adorara.
Para terminar: si tienen chance, vean la peli. Si les gusta tanto como a mí, ¡buenísimo! Si no les gusta, ¡buenísimo también! Sus razones tendrá cada quién y lo enriquecedor sería poder compartirlas sin terminar en gran pleito, digo yo…
April 21, 2023
Adioses difíciles en forma de MeGusta
¡Qué difícil es esto de escribir sobre personas que fueron importantes en tu vida y que aún lo son en el recuerdo! Personas que elegiste como familia y que pensaste que estarían siempre ahí, que nunca se apartarían de ti o tú de ellas. Y es difícil porque aquella certeza fue en realidad un espejismo; pero el dolor de la ausencia, de la pérdida, de la desilusión, es real. Vaya que lo es. Aunque sepas que no hay culpas (o bueno, que no hay tantas) sino responsabilidades compartidas.
Y es que desde el principio cada quien tenía un camino único, y aunque pareciera que lo compartías con ellos, esa compañía ya estaba destinada a ser temporal. Claro que uno no lo nota, en parte porque para eso de la vida no hay una ruta de Waze preprogramada (¡y menos cuando todavía no sabes ni qué quieres hacer con tu vida!), y los amigos con los que sigues hasta el fin de los tiempos no tienen una señal que los distinga de los que sólo van a estar parte de la ruta…
Además, cuando comienza el distanciamiento uno casi ni lo nota: de pronto es más difícil hacer coincidir las agendas (¿desde cuándo empezaste a poner a esa persona en la agenda? ¿no era antes como el sol, que está ahí diario sin necesidad de programarlo?) y luego, «de repente», te das cuenta de que hace mil años que no sabes nada de su vida (lo que pone en Instagram y Facebook no cuenta como «saber de su vida»; ¿o qué ya no te acuerdas cómo era lo de compartir de verdad el corazón?).
Entonces surge la gran pregunta: ¿Quién traicionó a quién? O al menos espero que lleguemos a esa pregunta y no nos quedemos en ¿Por qué me abandonó?, que es una etapa previa pero todavía más egoísta. Y es que, con un poco de suerte, lo cierto es que nadie traicionó a nadie (aunque ya sé que hay cada caso…). O, si prefieres, fue la vida la que traicionó a todos los involucrados. O mejor todavía: fue nuestra ignorancia sobre cómo funciona la vida la que nos hace sentir que hay una traición donde lo único que hay es el paso normal del tiempo en una sociedad que nos enseña a ser el centro de nuestro mundo y esperar que sean los demás los que se adapten a nuestras circunstancias (me quedé sin aliento al decirlo de corridito).
Pero mientras menos nos estacionemos en esa pregunta, mejor. Y en vez de esperar una disculpa, ya podríamos simplemente rescatar lo mejor de los recuerdos y pasar a lo que sigue. Espera, lo refraseo: ya podríamos admitir sin remordimientos que hace mucho que pasamos a lo que sigue y que está bien que ellos también lo hayan hecho. Que han llegado y seguirán llegando nuevas amistades y que muchas de ellas también se irán (y que nosotros también nos iremos) y que está bien que lo hayan hecho. Que aunque de pronto te encuentres a alguno de ellos o se escriban por inbox después de algún like a alguna foto antigua, es muy poco probable que ese «hay que vernos» se concrete en un encuentro, y que si éste se da (wonder of wonders, miracle of miracles!), el «ahora hay que hacerlo más seguido» es una forma muy cabrona de retar al universo o de querer agitar al diablito de los resentimientos. Buena suerte con eso.
Claro que, como ya dije de pasadita, hay otras amistades, esas que llegaron para quedarse (aunque las veas sólo muy de vez en cuando). Pero esas son la excepción y no la regla. Así que en vez de resentir que la mayor parte de los amigos no son como este puñado de relaciones excepcionales (y que conste que lo excepcional es la relación, no la persona: no se trata de una virtud individual sino de una combinación afortunada, lo que Bob Ross llamaría un accidente feliz)… en vez de andar de resentidos, digo, disfrutemos el rato que podemos gozar de la gente que está ahora con nosotros. Y démosle un like de tanto en tanto a esos antiguos amigos, agradeciéndoles lo que, en su momento, nos hicieron sentir, y dejándolos seguir su camino en paz y sin reproches. En silencio, sugiero; porque mandar un mensaje de «hola, quiero avisarte que ya entendí que ya no somos amigos así que vengo nada más a despedirme», suena más bien a ganas de seguir en el enganche y pelear un poquito, digo yo. Y eso, ¿como para qué?
December 22, 2022
El origen de las luces de Navidad
Para hacer un regalo en esta temporada, decidí hacer algo nuevo en este sitio. Traduje un artículo del Washington Post acerca del origen de las luces navideñas, que yo no conocía y es una historia apasionante. Aquí se los dejo, con algunas notas escritas por mí e ilustraciones para complementar la historia. ¡Ojalá les guste, y felices fiestas!
Luces de Navidad — traídas a usted por un judío del mundo musulmánLos judíos del Imperio Otomano fueron pioneros en el mercado de luces navideñas hace un siglo, pero el nativismo, el antisemitismo y la islamofobia oscurecieron esta historia.
Perspectiva por Devin E. Naar*, publicado en The Washington Post el 21 de diciembre de 2022
Traducción y selección de ilustraciones de Raquel Castro, como regalo para desearte felices fiestas en este invierno 2022.
Los estadounidenses gastan más de quinientos millones de dólares anuales en 150 millones de unidades de luces navideñas importadas. U.S. News & World Report clasifica las mejores pantallas de luces navideñas. Y el reality show de ABC «The Great Christmas Light Fight» estrenó recientemente su 10ª temporada. Las luces navideñas, en resumen, no solo son omnipresentes sino también fundamentales para la cultura estadounidense.
Pero no siempre ha sido así. El hombre al que se le atribuye la popularización de las luces navideñas a principios del siglo 20, Albert Sadacca, nunca había celebrado la Navidad. De hecho, era un judío del mundo musulmán.
Cómo Sadacca (1901-1980), sus hermanos y otros judíos del Imperio Otomano fueron pioneros en el mercado de luces navideñas hace un siglo revela un lado oscuro de su historia, uno moldeado por el nativismo, el antisemitismo, la islamofobia y la explotación laboral. Esas fuerzas han borrado el trasfondo judío otomano de Sadacca de nuestra comprensión de esta festividad y las luces centelleantes que la iluminan.
Sadacca, sus padres y cinco hermanos vinieron de Canakkale, un pueblo al otro lado de Estambul, cruzando el Mar de Mármara, en el lado asiático de los Dardanelos. La familia llegó a los Estados Unidos entre 1907 y 1911, cuando el Imperio Otomano se embarcó en una década cataclísmica de guerra. Se contaban entre los 60.000 judíos del Imperio Otomano (hoy Turquía, Grecia, Siria y otros lugares) que llegaron durante el primer cuarto del siglo XX. Un pequeño grupo comparado con los 2 millones de judíos de Europa del Este que llegaron en la misma época, los judíos otomanos desconcertaron por igual a los funcionarios de inmigración y a los nuevos vecinos. Eran en gran parte los descendientes de judíos expulsados de España en 1492 que encontraron refugio en el Imperio Otomano.

Estos judíos sefardíes desarrollaron un idioma conocido como ladino, que fusionó el español castellano con el hebreo, el turco, el griego y el italiano, que escribieron en letras hebreas. Los judíos de Europa del Este que se asentaron en el Lower East Side de Nueva York no podían imaginar judíos que no hablaran idish. En cambio, los judíos sefardíes gravitaron hacia las comunidades puertorriqueñas en Harlem, debido a la similitud de sus idiomas.
De acuerdo con las clasificaciones raciales inspiradas en la eugenesia de la época, ¿eran estos recién llegados «hebreos»? ¿O «turcos»? En cualquier caso, las autoridades de inmigración los consideraron parte de una «invasión» de «países asiáticos occidentales» que amenazaba con socavar el carácter blanco y protestante del país. Algunos se vieron atrapados por las leyes de inmigración que excluían a los musulmanes al prohibir a aquellos que practicaban la poligamia o provenían de sociedades polígamas. Hubo encendidos debates en la prensa y los tribunales sobre si los del Imperio Otomano deberían ser elegibles para la naturalización, un privilegio [image error]disponible para aquellos considerados «blancos» por ley, siempre una categoría controvertida.

Fuente: Biblioteca del Congreso, EE.UU.
Los judíos otomanos, que se llamaban a sí mismos turquinos (en ladino), buscaron consuelo entre los suyos. Establecieron cafés, sociedades de ayuda mutua, sinagogas, escuelas religiosas, periódicos en ladino, compañías de teatro y organizaciones sociales y políticas en Nueva York y en ciudades de todo el país, desde Atlanta hasta Indianápolis, Los Ángeles y Seattle. En Nueva York, algunos encontraron trabajo como asistentes de guardarropa, zapateros, vendedores ambulantes de postales o concesionarios de teatro. Muchos trabajaban en la industria de la confección o en fábricas de baterías, linternas y bombillas.
Algunos turquinos de ciudades cercanas a Estambul habían trabajado como soldadores colocando tapas en latas para un manjar local: yogur. Esa experiencia les consiguió puestos en las fábricas de bombillas de Thomas Edison en Orange, Nueva Jersey, y Long Island City. En las fábricas de baterías, las condiciones eran tan terribles (con semanas laborales de 54 horas y bajos salarios) que 900 turcos organizaron una gran huelga en 1916. Se inscribieron en el sindicato de trabajadores metalúrgicos; y algunos se unieron al Partido Socialista. La primera novela estadounidense en ladino, Amerika! ¡Amerika! de Simon Nessim (publicada en 1917), dramatizó la huelga y las ansiedades y aspiraciones de los turcos durante la Primera Guerra Mundial.
Los Sadacca confiaron en su comunidad turquina, estableciéndose primero en el Lower East Side en 1911 y luego en Harlem. El patriarca, Haim, y sus hijos mayores Henri, Nissim y Leon, empezaron trabajando en una heladería mientras el joven Albert asistía a la escuela. Cuando varios miembros de la familia murieron prematuramente, la Sociedad de Ayuda Mutua Source of Life of the Dardanelles (Fuente de Vida de los Dardanelos), organizó los entierros en un cementerio sefardí en Queens.
Henri fue el primero en hacer olas comerciales aprovechando el conocimiento comunitario. El semanario ladino de Nueva York, La Amerika, lo elogió en 1916 por abrir una floristería en el paseo marítimo de Atlantic City, que rápidamente se expandió a la venta de flores artificiales, incluidas rosas sintéticas que se iluminaban con baterías. Henri patentó su invento y trasladó el negocio a la ciudad de Nueva York, donde él y sus hermanos abrieron la French Novelty Shop (tienda de novedades francesas) en el 130 W. de la calle 23. En el negocio emplearon a otros turquinos, que también invirtieron en la compañía.
Nota de Raquel: La razón principal por la cual no se popularizaron las luces del socio de Edison es que eran carísimas. Por ejemplo, hacía falta que las instalara un profesional y, según algunos historiadores, el costo de un arbolito así iluminado equivaldría a 2,000 dólares actuales. Ouch.
Fuente: biblioteca del congreso, EE.UU.
Cuenta la leyenda que en 1917, después de enterarse de un incendio devastador causado por velas colocadas en un árbol de Navidad (todavía la forma común de iluminación en ese momento) Albert exploró las mercancías en la tienda familiar y conectó una serie de luces a batería; y supuso que colocarlas en un árbol de Navidad podría crear el mismo efecto iluminado, pero de manera segura. La verdad es que el socio de Edison, Edward Johnson, ya había desarrollado un diseño similar para las luces navideñas, pero solo ahora ganó fuerza el concepto, a medida que las unidades se produjeron en masa y resultaron asequibles.
Pronto Henri, Albert y Leon comenzaron a producir cadenas de luces, primero de baterías y luego eléctricas. Además de ellos, las familias Penso, Barocas, Fintz y Levy, todas turquinas, así como varios judíos de Europa del Este, entraron en la industria en expansión.
En 1923, el presidente Calvin Coolidge inició la celebración de la víspera de Navidad del país con 3.000 luces eléctricas sobre el árbol de Navidad de la Casa Blanca. Coolidge acababa de dar su primer discurso presidencial, pidiendo una estricta restricción de inmigración y declarando que «Estados Unidos debe mantenerse estadounidense». Pronto firmó la ley de inmigración de 1924, limitando severamente la inmigración de judíos y todos los demás del este y sur de Europa y más allá. A pesar del elevado nativismo, los turquinos prosperaron a medida que aumentaba la demanda de luces navideñas, y en 1925 los Sadacca formaron una asociación comercial, la National Outfit Manufacturer’s Association (Asociación Nacional de Fabricantes de Equipos), conocida como NOMA. Un año más tarde, los miembros de la asociación se fusionaron en una sola empresa, la NOMA Electric Co.

Pero un escándalo que envolvió a la familia en 1928 obligó a los Sadacca a ocultar su verdadera identidad. Cuando una secretaria de NOMA, de 17 años, quedó embarazada, su padre amenazó con matar a Albert si no se casaba con ella. A esto siguieron las demandas legales. Desafortunadamente, no había nada inusual en que un hombre mayor se aprovechara de su posición de autoridad sobre una empleada, excepto por cómo se retrataba en los medios de comunicación. La prensa saltó sobre la identidad de Sadacca como «turco» y afirmó que estaba dirigiendo un «harén» desde una habitación de hotel equipada con «lujosos muebles turcos».
El escándalo estalló en un momento de sentimiento anti-turco. Los lazos entre Turquía (el sucesor del Imperio Otomano) y los Estados Unidos se cortaron durante la Primera Guerra Mundial, y la imagen del «Turco Terrible» se cernía sobre ella. El asesinato masivo de armenios por parte del estado otomano en 1915-1916 reforzó la imagen. En 1927, los opositores a la reanudación de las relaciones de Estados Unidos con Turquía circularon un panfleto en el que alegaban que el líder de la república turca, Mustafa Kemal Ataturk, mantenía cautivas a cientos de miles de mujeres cristianas blancas como «esclavas» en «harenes turcos». Finalmente, las falsas acusaciones cedieron y las relaciones diplomáticas se reanudaron más tarde ese año. Sin embargo, eso no impidió que la imagen del turco lascivo fuera dirigida contra Sadacca.
Con todo, Sadacca y NOMA sobrevivieron al escándalo. Albert Sadacca disimuló, declarando que no era turco, sino de Madrid: como español, no podía ser culpable de dirigir un harén. Su nueva historia de origen se quedó. La repitió por el resto de su vida, lo mismo a la junta de reclutamiento (1942) que a Newsweek (1970). Hay que considerar que, durante la Primera Guerra Mundial, los periódicos ladinos habían hecho campaña para que sus suscriptores dejaran de usar designaciones estigmatizadas como «turco» u «oriental». Deberían afirmar ser los herederos de los judíos españoles exiliados medio milenio antes -argumentaban los periódicos- y así reclamar el estatus europeo y, en última instancia, blanco.
Cuando golpeó la Gran Depresión, NOMA se mantuvo en el negocio argumentando que en tiempos tan difíciles, los estadounidenses necesitaban la comodidad y el calor de la familia reunida en casa alrededor de las luces del árbol de Navidad. NOMA se expandió para fabricar congeladores, estufas, muñecas, calentadores, tornillos y galletas. NOMA detuvo la producción de luces navideñas durante la Segunda Guerra Mundial para fabricar municiones de guerra, pero la compañía fue parte de la recuperación económica de la posguerra. Para 1947, las ventas de NOMA superaron los $ 42 millones. Fue el mayor productor de luces navideñas del mundo desde la década de 1930 hasta la década de 1960.


La marca NOMA continúa hoy en Canadá. Pero Albert Sadacca ha quedado reducido a leyenda, mientras que los orígenes de la familia se han difuminado. Sin embargo, su legado persiste en los hogares de todo Estados Unidos. Irving Berlin, el compositor judío ruso de «White Christmas», y Mel Tormé, hijo de judíos polacos que compuso «Chestnuts Roasting on an Open Fire», produjeron una nueva banda sonora navideña desprovista de cristianismo. Los Sadacca, judíos sefardíes del Imperio Otomano, también proporcionaron una imagen más secular para la festividad: el árbol de Navidad iluminado por luces eléctricas, deslumbrándonos y deleitándonos durante más de un siglo.
*Devin E. Naar es profesor asociado de Estudios Judíos e Historia y fundador y presidente del Programa de Estudios Sefardíes de la Universidad de Washington en Seattle. Su primer libro, Salónica judía: entre el Imperio Otomano y la Grecia moderna, ganó un Premio Nacional del Libro Judío en Estados Unidos.
September 17, 2022
Maru
Hace varias semanas que murió María Eugenia Tamés, Maru, que fue mi jefa cuando trabajé en el Canal Once en el programa Diálogos en Confianza. También fue mi maestra y mi amiga. Todo el tiempo que nos conocimos seguí aprendiendo de ella.
He estado demorando el escribir largo y tendido sobre Maru. No he podido hacerlo. No podré hacerlo hoy. Creí que ya hoy tendría palabras para despedirme de ella, pero no, siguen agolpadas acá adentro.
Ya fue su velorio, ya fue su funeral; ya hace una semana que algunas de sus amistades más cercanas fuimos a la que fue su casa, invitadas por Sandra, su hija. Gracias a su generosidad pude despedirme del estudio de Maru, donde tantos proyectos trabajamos juntas, de donde siempre sacaba alguna película imposible de conseguir.
«Te la presto», me decía. «Me la devuelves, ¿eh? Vela, es una chingonería.» Y sí: era siempre una chingonería y siempre se las devolví.
De hecho, el sábado que fui llevé de vuelta las últimas tres películas que Maru me prestó, para que compartan lo que el destino le depare a esa colección exquisita, formada a lo largo de décadas de pasión por el cine.
Ay, Maru, ¿qué vamos a hacer sin ti?
