Carmen Cervera's Blog
July 17, 2018
Temporalización
No hay proyecto serio que valga si no hay plazos de entrega, aunque a veces dichos plazos parecen servir solo para incumplirse. Lo cierto es que, al menos en mi caso, las fechas de entrega me sirven para organizar el trabajo diario, pues en función de ellas y del progreso que voy haciendo puedo ir calculando con más facilidad qué debo hacer cada día y dónde centrar mis esfuerzos. Tal vez es por ese papel vertebrador que para mí suele ser casi igual de importante crear un calendario realista de trabajo que el trabajo en sí mismo.
En esta ocasión, el primer plazo viene impuesto por la misma idea del proyecto, esto es, terminar Ladrones de Almas antes del final del verano. La cuestión es más bien cómo me organizo para revisar, corregir y poner al día todo el material que tengo y, al mismo tiempo o después, eso está por ver, otorgarle un final digno a la historia. Debo admitir que ayer esto me parecía una tarea titánica y a ratos hasta imposible.
[image error]
El mayor problema al que me enfrento es que no sé hasta qué punto para poder crear un final digno para la historia es necesario que haya modificaciones en el borrador original, ese que está inacabado, pues, quién sabe, puede que su estado se deba, precisamente, a que hay fallos argumentales, de trama o de estructura importantes que pueden haberme pasado desapercibidos a causa de la naturaleza de la historia, que nació como folletín por entregas. Al fin y al cabo, no sería raro pensar que por estar más centrada en que las entregas tuvieran continuidad entre sí y engancharan al lector pasara por alto otros aspectos que en otro tipo de escritura, más pausada y meditada, no suelen suponer ningún problema.
Así pues, he optado por ir trabajando el texto en fragmentos de 50 páginas, no solo para revisarlos, sino, a partir de ellos, ir creando la escaleta de la historia para ver si realmente todas las piezas encajan, o si ha algo que falta, sobra o no está en el lugar correspondiente. Es decir, voy a hacer la escaleta escena a escena casi como último paso, en vez de hacerlo en primer lugar, como en teoría debe hacerse. Además, esto me permite avanzar bastante rápido y no necesariamente de manera lineal, por lo que puedo ir avanzando al mismo tiempo y de manera coordinada en la revisión y la finalización de la historia.
[image error]
Debo confesar que jamás he trabajado de esta manera, suelo ser bastante más ordenada o mucho más caótica, pero esta evolución del caos al orden es totalmente nueva para mí. Veremos qué sale.
Por otro lado, si el trabajo dividido en fragmentos de cincuenta páginas avanza a buen ritmo es posible que a finales de este mismo mes tenga terminada la revisión del borrador original. Si, por el contrario, el ritmo se ralentiza porque la revisión y creación de escaleta me lleva no solo a modificar contenido del fragmento actual sino también a retocar los demás o, mejor, crear de nuevos, es posible que esta fase de trabajo se alargue hasta día 15 de agosto. En cualquier caso, y no sé si soy demasiado optimista o si sencillamente me estoy dejando llevar por el entusiasmo inicial, espero tener el manuscrito listo, como máximo, el último día de agosto y, así, poder dedicar los veinte días de septiembre sobrantes a tareas de edición, como la revisión final, maquetación y creación de portada.
Sí, ahora que lo releo, todo me vuelve a sonar a misión imposible. Pero, qué queréis que os diga, si las cosas fueran demasiado fáciles también serían absurdamente aburridas. En cualquier caso, deseadme suerte porque, visto lo visto, la voy a necesitar.
[image error]
July 16, 2018
Una decisión
[image error]Tengo unas mil y pico páginas guardadas en un cajón. No solo no son gran cosa, sino que cuentan una historia inacabada, de la que, para colmo, me avergüenzo. Es triste avergonzarse de lo que se escribe, pero más triste es ser incapaz de finalizar lo que se comienza, de otorgar sentido a lo que se creó al llevarlo a su conclusión. Todavía peor es ser incapaz de hacer nada nuevo a causa del tormento que provoca la historia inacabada, los personajes abandonados, los mundos perdidos.
No quiero ser la persona que no terminó. Mucho menos quiero ser la persona que no terminó por vergüenza, por miedo al qué dirán, al cómo afectará esto al resto de mi vida. Sobre todo, no quiero ser esa persona porque de cada cien libros que se escriben noventa y nueve y medio tienen una repercusión nula en la vida del iluso que perdió el tiempo en escribirlo y, por supuesto, tampoco repercute en ningún lector, si es que hay alguno que lee el librito en cuestión. O al menos, de haber tal repercusión, nunca es tan importante que sirviera de excusa para encerrarlo en la mazmorra que es cualquier cajón o, peor, desear que nunca hubiera sido escritos o terminado.
Así pues, hoy, unos cinco años y sesenta días después de haber empezado aquella aventura que quería ser mi segunda novela pero que se quedó en mero ataque de vergüenza -quizás debería llamarlo pánico escénico-, he tomado la decisión de terminarla y publicarla. Y para ello me he impuesto dos condiciones, la primera, que esta tarea no sea más larga que lo que queda de verano, así pues, el 20 de septiembre de este año este trance debe haber quedado resuelto y, por ende, yo liberada del tormento que me aqueja. La segunda condición es darle vida en el proceso a aquello que murió, en primera instancia, a causa del mencionado ataque de absurda vergüenza, pánico escénico o, lo que es más probable que fuera, desilusión vital y pérdida de la inocencia. Esto es, este blog.
De esta manera, y a modo de conclusión, puedo decir que a partir de hoy voy a dedicar todo mi empeño en finiquitar y publicar aquel proyecto que en 2013 llamé Ladrones de Almas, pero que ya ha perdido, me temo, hasta el nombre, y que, entretanto, voy a ir contando aquí qué tal va la faena.
No sé si es una buena idea o la peor que he tenido en mi vida. En cualquier caso, está decidido y, al menos, me gusta que así sea.
[image error]
March 19, 2018
Cambios
Es curioso ver el modo en que a veces las cosas suceden. Hay temporadas en las que todo es calma -demasiada calma-, las horas se alargan, los días se eternizan, los meses se convierten en estaciones enteras y las estaciones en años. Si hay una palabras que defina estas épocas es monotonía. Todo parece átono y monocromo, la vida es predecible -a veces, asquerosamente predecible- y nada parece haber que uno puedo hacer para variar esa situación de tiempo sostenido, de vida en suspenso.
En cambio, también hay épocas a la inversa, en las que todo parece acelerarse, nada es demasiado fijo ni mucho menos estable y el tiempo se diluye, veloz, en un correr de acciones, un precipitarse de sucesos. Por supuesto, tú no tienes el control, ni provocas los acontecimientos -al menos no ahora ni conscientemente- ni manejas el volante para indicar el rumbo o la dirección.
Pero más curioso todavía que estos dos extremos, son las transiciones entre ellos. Eso, creo, es lo que estoy viviendo yo ahora. Un momento de transición de la más dura y cruda monotonía a otra cosa, desconocida, acelerada, emocionante y desconcertante.
Parece que es época de cambios. Cambio de blog -ya era hora-, de estación, de horario dentro de nada, este pasado fin de semana de ordenador y, mañana, de lugar de trabajo.
Cambios, muchos cambios, que pueden significar muchas cosas, aunque, por el momento, solo implican cierta desubicación y algo de desconcierto.
Me toca, supongo, acostumbrarme a mi nueva realidad y hacerme a ella, adaptarnos mutuamente la una a la otra y, con suerte, hacer de nosotras algo mejor hasta que, con el tiempo, todas estas novedades -el nuevo blog, el nuevo ordenador, el nuevo trabajo, la nueva estación…- parezcan tan monótonas como la realidad que vienen a alterar para indicar que, de nuevo, llega el momento de otra renovación.
Mientras, sigamos disfrutando, escribiendo, aprendiendo.
[image error]
March 12, 2018
El reino maravilloso de la imaginación
He pasado el fin de semana embarcada en la creación de los personajes del proyecto Zarcillo, aunque, quizás, más que de creación, debería hablar de estudio de personajes, pues cada vez que me enfrento a esta tarea acabo preguntándome cuánto hay de inventado y cuánto de inspirado en esos retratos aleatorio de personas que, supuestamente, jamás existieron.
Sé que esto puede sonar extraño, pero más o menos siempre sucede igual. Partes de una idea, muchas veces vaga, poco más que un esbozo de rasgos generales y, quizás, con algún detalle particular más destacado. Poco a poco, tal y como empiezas a completar el cuadro con más detalles sobre el personaje y su papel en tu histria, te ves obligado a investigar, a veces sobre tonterías (¿en qué ciudad nacieron sus padres? ¿Por qué suele vestir de ese modo y no de otro? ¿En qué escuela estudió?), a veces sobre datos más importantes, al menos para tu historia (¿cuál ha sido el verano más caluroso de los últimos años? ¿Qué canción llenaba las pistas ese verano de la ola de calor?), o quizás para nuestro mundo o sociedad (¿cuándo y dónde ocurrió el primer atentado de ETA? ¿Y el último del GRAPO?).
Por supuesto, todas estas preguntas que debes ir respondiendo para rellenar los huecos y vacíos en la vida de este personaje que estás creando dependen no solo de él o ella, sino de la historia que estás escribiendo, su género, tema, trama y ambientación. Pero nada de eso importa, pues, siempre, de alguna manera fascinante y maravillosa, todos esos datos, los que has buscado concienzudamente o los que has encontrado sin siquiera pretenderlo, parecen encajar de pronto y crear una forma clara e inconfundible que, para colmo, suele coincidir con algún suceso histórico, personaje, lugar o episodio relevante. Cuando llego a ese punto, y siempre llego, en mi cabeza empieza a sonar la sintonía de la dimensión desconocida, ¿la recordáis?
De todos modos, no importa tampoco lo mucho o poco que te sorprendas por las coincidencias imposibles, las serendipias encadenadas o las inspiraciones inexplicables, cuando eso ocurre, por lo general, se debe a que tu personaje es más de lo que creías y, mejor, tu historia también. Conviene seguir el hilo de casualidades y ver a dónde lleva, pues suele ser un muy buen lugar, al menos para aquellos a los que nos gustan las buenas historias.
Y así me he pasado los últimos tres días, tirando de un hilo que, con un poco de suerte, no solo me solucionará la historia que tengo en marcha, que es basntante cortita, sino que, además, apunta hacia otra historia, más larga y más compleja, que probablemente me tenga ocupada, como poco, varios meses y, con suerte, varios años.
Dice Stephen King que las historias son como fósiles, cuando las encuentras empiezas a desenterrarlos lentamente, cepillando y limipiando con delicadeza para descubrir qué hay realmente bajo la tierra, y que, hasta que el trabajo no está bastante avanzado, es imposible saber de qué se trata, su tamaño o relevancia. Yo el pasado fin de semana he encontrado un nuevo fósil, tal y como suele ocurrir habitualmente, mientras hacía un simple reconocimiento del terreno y, despistada, buscaba otra cosa. Ahora no tengo más remedio que ponerme manos a la obra e ir desenterrando, con cuidado y delicaceza, el nuevo descubrimiento. A ver qué me ha regalado esta vez el reino maravilloso de la imaginación, la dimensión desconocida 
March 7, 2018
Ser mujer
He tenido la suerte de crecer sin notar, ver o sentir diferencia alguna entre los varones y yo, creyendo, pensando y sintiendo que realmente somos iguales, en cuanto a capacidades, potencialidades, obligaciones, derechos… Quizás por eso mi adolescencia fue tan difícil. Lo confieso, mis ídolos, los espejos en los que me miraba, nunca o casi nunca tenían nombre de mujer. Eran Arturo Pérez Reverte o Stephen King; Dick Tracy y Batman; Enrique Bunbury y, ahí, sí, por fin una chica, Alaska. El problema, en realidad, era muy simple, a mi me encantaba ser una chica, pero quería encarnar arquetipos tradicionalmente considerados masculinos: Yo era una guerrera, una heroína, hasta una maga. Pero jamás fui una doncella en apuros, una madre, ni una mujer fatal. Lo mío es la acción, no los papeles de secundaria, gracias.
Seguramente por todo eso, entrar en la edad adulta fue un verdadero shock. De pronto, empecé a encontrar limitaciones donde no pensaba que las hubiera y exigencias que a mis iguales de distinto género jamás se les hacían. Lo peor de todo es que la mayor parte de esas limitaciones y exigencias estaban relacionadas con cuestiones personales que, de pronto, cobraban relevancia profesional, como, por ejemplo si tienes pareja o no, si piensas o no tener hijos, si estás casada. Jamás he conseguido comprender qué tipo de importancia puede tener nada de todo eso ya no solo en el terreno profesional, sino también en el personal. ¿De verdad a alguien salvo a mí le importa lo que haya hecho o pretenda hacer con mi útero? ¿En serio es relevante mi estado civil para algo? ¿Y, realmente alguien piensa que, porque soy mujer, sí o sí, tendré hijos algún día, me gustará más que ahora ocuparme de mi casa, o preferiré salir de compras antes que leer una novela? ¿De verdad?
Soy periodista. La información y la comunicación fue mi primer empleo, es mi pasión, y la causa de muchos de mis males, en especial después de la terrible crisis que asoló este país y que, como a tantos otros, me costó el empleo que, dicho sea de paso, a día de hoy todavía no he podido recuperar, o al menos no en cuanto a estabilidad y condiciones. Durante muchos años, los peores de la crisis, pero también los que la siguieron, me he culpado por haber elegido esa profesión, igual que por pretender ser escritora. Tanto me he torturado por ello, que acabé formándome como profesora, pues, imagino, en el fondo de mi ser, pensaba que era más adecuado, que me daría menos problemas, que sería menos complicado, pues, al fin y al cabo, cómo osaba yo pensar que podía aspirar a un trabajo en ese sector.
Pero la realidad es muy cabrona. Ahora, que ya soy oficialmente profesora, pues así consta en todos los títulos oficiales que me he sacado para ello, estoy igual de fastidiada que antes. Con una diferencia. Mi marido, no el vecino del amigo de sultanito, no, no, el hombre con el que comparto mi vida, trabaja de profesor sin tener ni la mitad de títulos de los que tengo yo. Gana el doble por hora que yo. Si en algún momento quiero vivir dignamente de este trabajo, no me queda otra que pasar por la función pública, sea opositando o vía bolsín de interinos.
No me considero feminista. Nunca me he sumado a las reivindicaciones más habituales del movimiento feminista, salvo cuando se trata de casos sangrantes y brutalmente aberrantes. Pero ya va siendo hora de que el mundo que me prometieron de niña, ese en el que no había diferencia alguna entre mujeres y hombres, se vuelva realidad.
Yo mañana paro. Y a partir de aquí, a luchar cada día por una igualdad REAL en TODOS los aspectos de nuestra existencia.
[image error]
PS: ¡Ah! Y lo siento por los que puedan pensar que esto es una posición política. No lo es. Se trata, sencillamente, de una posición vital. Quizás, abrir los ojos y volver a mirarse con detalle a uno mismo y alrededor pueda ayudar a notar la diferencia.
March 6, 2018
Sin tiempo
A veces parece que el reloj se acelera. Las manecillas vuelan, el segundero aprieta el paso y el rítmico tic tac se transforma en un largo y amorfo titat, que parece el grito agónico de un momento moribundo y sin aliento.
Cuando eso ocurre, ni siquiera llego a sentirme como el conejo con prisa que Alicia persigue hasta el País de las Maravillas. ¿O era una liebre? Todo va tan rápido que no hay tiempo para la memoria, y, sin ella, no hay imaginación que valga para hacer más llevadera esta existencia toda máquina.
Hay días, como hoy, en el que el reloj es mi enemigo. Días a los que les han robado las horas. Horas, que han perdido sus minutos. Minutos, que se deshacen en la nada y se descubren vacíos de segundos.
Cuando llego a casa me pregunto dónde esta el freno. ¿Y el stop? ¿Y el standby? Parece que alguien olvidó inventarlos. O, peor, los escondió para que no los encontrara.
Quizás, quién sabe, la solución sea tirar el reloj por la ventana…
De momento, me conformo con parar, cenar tranquila y descansar hasta mañana. Esperemos que el nuevo día traiga consigo también un nuevo ritmo, a poder ser más pausado, más sereno, mucho menos trastornado.
March 5, 2018
Practicando con el ritmo
Siempre he pensado que el ritmo de las escenas lo impone la historia y que, de alguna manera, es el propio relato, a medida que despliega su argumento, el que obliga al escribiente a alargar o acortar frases, seleccionar unos tiempos verbales u otros, usar ciertos adjetivos, adverbios, sustantivos…
Pero se supone que la práctica más o menos consciente y más o menos meditada es la que permite la interiorización, primero, automatización, después, y, finalmente, la escritura inspirada. Así pues, mientras espero la visita del Muso, quizás con un poco de inspiración bajo el brazo, voy practicando con las técnicas para, con suerte, conseguir dominar el ritmo interno de mis relatos.
La que sigue es, sin más, una práctica de las técnicas de ritmo, creo que bien aplicada, pero no sé si bien conseguida. ¿Notáis diferencia en el ritmo de las escenas? ¿Qué sensación, en cuanto a ritmo, se entiende, os provoca cada una? (Las acotaciones son solo orientativas, claro). Personalmente, esto sí lo puedo avanzar, a mi no me convence ni la una, por confusa, ni la otra, por impersonal. ¿Qué opináis?
Celvermell
Escena 1: Descripción. Ritmo supuestamente lento
Solo eran las seis de la tarde, pero ya hacía un buen rato que el sol había empezado a esconderse detrás de las montañas mientras dejaba tras de sí un rastro rojizo que parecía anunciar el fin del mundo.
Todavía no me había acostumbrado a los breves días de la isla, pero mucho menos al dramatismo de sus atardeceres, que me provocaban una extraña sensación, incómoda como la peor de las resacas y que, igualmente, solo se hacía tolerable con un buen trago de whisky. Lástima que en mis ascenso por la empinada y sinuosa avenida Picasso no hubiera encontrado abierto bar ni comercio alguno en el que hacerme con la cura para esa odiosa sensación. Aunque más extraño era que no me había cruzado con nadie durante la subida y hasta el tráfico se había reducido hasta casi desaparecer en la zona más alta de la ciudad.
Quizás yo no era la única que se veía afectada por aquel incendio celeste que cubría la ciudad y cambiaba su atmósfera hasta convertirla en un lugar distinto del que había sido durante el día y, sobre todo, del que sería durante la noche. Tal vez, al igual que yo lo habría querido, el resto de habitantes de aquella urbe tomada por el vicio también preferían pasar el rato lo más lejos posible del fulgor apocalíptico que todo parecía cubrirlo, como un velo de maldad que se posa sobre aquello que posee y contamina lo que aún no es suyo.
Cuando al fin llegué a lo más alto de la larga avenida y, en un recodo, antes de que la calle iniciara un descenso casi en picado, me encontré frente a la casa que había ido a buscar, pensé que tal vez realmente estaba en lo cierto y que aquel fulgor rojizo, que parecía iniciarse justo en ese lugar, fuera verdaderamente causa o consecuencia del mal que asolaba la ciudad.
El número 1696 elegantemente dibujado con fina caligrafía en uno de los pilares de la puerta de entrada me indicaba que estaba en el lugar adecuado y el otro pilar lo confirmaba mostrando el nombre de la impresionante casa de indiano que se escondía tras las destartaladas cancelas: Celvermell. Cielo rojo, traduje inconscientemente del mallorquín, y, sin darme tiempo a dudar, miré alrededor, para asegurarme que estaba tan sola como creía, y salté la verja.
Escena 2: Acción y lucha. Ritmo supuestamente rápido
Caigo sobre un montón de hojas secas. Crepitan. Busco refugio tras la buganvila a la que pertenecen las hojas caídas. Aguardo un instante para asegurar mi posición, pero de pronto la luz ha cambiado. La oscuridad ha substituido al fulgor rojizo y se ha adueñado de todo. A duras penas puedo ver el descuidado jardín que solo un momento atrás se mostraba claro ante mí. Me asomo y el cielo sigue siendo rojo, aunque la claridad ya no parece capaz de llegar hasta aquí. Pero todo sigue en calma y corro hasta un nuevo refugio tras la palmera que preside el recinto. Allí estoy más cerca de la entrada. Y más expuesta. No me convence el nuevo escondite, pero no tengo opción de buscar uno mejor. Un chirrido advierte que una puerta se abre y un fulgor verde, enfermizo, delata su situación. Es la puerta principal, no hay duda. Hasta tres sombras oscurecen momentáneamente la luz verdosa del portal justo antes de que un golpe seco indique que se ha cerrado. Me pongo en guardia.
Todavía agazapada en la maleza junto a la palmera, contengo la respiración y agarro el mango de mi arma. El ataque será rápido. Pero yo también lo soy.
Una mano gélida agarra mi cuello. Me levanto y uso el impulso para clavar la rodilla en el vientre de mi atacante. Un agudo grito de dolor de mi adversario, apenas humano, rompe el silencio, evidencia la lucha y delata mi posición. Ya no cabe ser cuidadosa. Otra patada derriba a mi contrincante. Lo inmovilizo, rodilla sobre el pecho y antebrazo en el cuello. Forcejea y se retuerce. Incremento el agarre. Alguien viene por detrás pero no tengo tiempo de defenderme. Un agudo dolor en el hombro me paraliza al mismo tiempo que una repentina luz ilumina a la criatura que todavía retengo en el suelo. No es humano. No sé qué es, pero tampoco importa. Clavo el cuchillo en su vientre. En lugar de sangre un humor verdoso y corrosivo brota sin parar del ser y me llena de ampollas allá donde me roza. Pero no puedo preocuparme ahora de eso. Me doy la vuelta y ensarto al ser que me sostiene por detrás. También sangra esa sustancia verdusca y me aparto rápido de él. Pero no llego lejos. Choco contra una pared. O eso pienso hasta que unos brazos grandes y fuertes me inmovilizan y todo se oscurece a mi alrededor.
—Se acabó la fiesta, preciosa —susurra una familiar voz en mi oído mientras me siento desfallecer.
[image error]
March 2, 2018
Acción mejor que palabras
Hoy hace una semana que empecé el Proyecto Zarcillo y ha sido el mejor día de escritura, tanto en cantidad como en calidad. Al fin parece que la historia va saliendo, porque confieso que los primeros días se atascó y hasta me hizo dudar de las posibilidades que tenía. Simplemente había errado el tipo de narrador y el punto de vista, ahora ya está arreglado y parece que al fin la narración fluye con facilidad -¡y el alivio que supone!-.
Precisamente porque hoy ha sido el mejor día de escritura desde que inicié esta nueva historia, he podido comprender que yo no escribo por número de palabras, aunque en ocasiones necesite saber la extensión requerida para adaptar la narración al espacio disponible. No, yo escribo por escenas, o, incluso mejor, por fragmentos, trozos o unidades de acción -o de contenido, si escribo no ficción-, que pueden contener más de una escena -o epígrafe, si es no ficción.
De hecho, no solo es que no escriba por número de palabras, sino que fijarme un objetivo cuantitativo de ese tipo puede llegar a bloquearme. Ojo, no digo que no me vaya bien tener una idea de la extensión que debe tener una escena o unidad de acción en concreto, o incluso un capítulo o la historia entera. No, lo que digo es que a la hora de sentarme a escribir me es mucho más útil y, lo que es más importante, productivo, escribir fijándome en la acción que en la extensión.
Por ejemplo, esta noche cuando me ponga a escribir lo haré para llevar a mi personaje del punto A de la historia, donde lo he dejado ahora, al punto B. Que realice ese recorrido puede llevarme desde diez minutos a varias horas, incluso días, según la complicación de la historia. Del mismo modo, eso puede ocupar un párrafo o varias páginas, pueden ser diez o mil palabras o, quién sabe, muchas más. Y para realizar ese recorrido mi personaje puede necesitar una única escena, varias de ellas o hasta algunos capítulos. Todo depende de la historia.
Incluso me ha ocurrido que la unidad de acción más tonta, como, por ejemplo, que mi protagonista vaya a ver un monumento determinado en la ciudad que visita, acaba desdoblándose cuando me pongo a escribirla y, para mi sorpresa, me descubre que, en realidad, contiene varias escenas, que acabo escribiendo del tirón porque, así de terca soy, me he propuesto llevar al prota del punto A, su hotel, al B, el monumento. Claro que eso implica que…
A1: Se asea en su habitación de hotel y se cambia de ropa.
A2: Baja al hall y se hace con algunos folletos en recepción.
A3: Decide desayunar en la cafetería del hotel antes de salir para ojear los folletos y planear su excursión.
A4: Un misterioso desconocido le ofrece interesantes indicaciones sobre qué es mejor visitar y acaba quedando con él para almorzar.
B1: Mi prota va a visitar el monumento de la discordia, antes de ir a almorzar con el desconocido misterioso.
B2: Se caen bien y mantienen una conversación interesante sobre las catedrales, dios, los ángeles y la investigación de ella.
B3…
…
Y así es como el propósito «hoy voy a escribir que Luz va a visitar la catedral» acaba convirtiéndose en unas veinte páginas, que es casi todo un capítulo de la novela a la que pertenece ese fragmento.
En cambio, si simplemente me hubiera propuesto escribir mil palabras -o dos mil, o lo que fuera-, seguramente jamás habría acabado de escribir esa novela. Y es muy probable que tampoco lo hubiera hecho si por todo objetivo me hubiera fijado una escena al día.
Así que no, definitivamente yo no escribo por escenas ni por número de palabras, escribo por unidades de acción. Y sí, es posible que eso provoque que me cueste más llevar el blog al día porque me quede enganchada escribiendo mi trozo de historia de turno. Pero, qué queréis que os diga, el blog es un medio, no un fin.
De momento, me conformo con sentir que mi historia avanza y que, -¡al fin!- mi bloqueo de escritora parece estar quedando atrás. ¡Esperemos que la buena racha dure!
[image error]
March 1, 2018
February 28, 2018
Plomizo
Ya he perdido la cuenta de cuántos días seguidos de nubes, frío y lluvia llevamos. Tengo la sensación de llevar meses encerrada sin ver la luz del sol ni sentir su calor sobre la piel. Sé que no es cierto, pero es difícil luchar contra este invierno que parece haberse metido dentro de mi cuerpo -hasta en los huesos-.
Pero, de todo, lo peor, es este dolor de cabeza que siempre acompaña a los días nublados encadenados, como si mi cerebro se rebelara en contra de la oscuridad y empujara en los bordes del cubículo que lo contiene a ver si así, con suerte, recibe un rayo de sol. A veces creo que lo logrará, que la cabeza me estallará y ya me dará igual si fuera es invierno o verano porque esa plomiza falsa luz, que no es más que oscuridad disfrazada, habrá acabado conmigo.
Dicen que siempre acaba por salir el sol después de la tormenta, pero aquí ni siquiera hemos tenido tormenta -a lo mejor, si la hubiera, ayudaría a atenuar la presión en el interior de mi cabeza-.
Necesito luz. Necesito sol. Necesito calor.
Soy como una planta mediterránea transplantada a un país nórdico.
Quiero volver a casa. Quiero que salga el sol.
[image error]


