Erasmo Cachay's Blog: sobre la vida de un escritor - Posts Tagged "destino"
Despues de la Noche (Relato Corto)
Un cielo despejado dio paso a unos rayos de sol que cayeron sobre la piel, aun llena de pelos, suciedad y fango seco de aquel ser que se arrastraba, a veces de pie y a veces en cuatro patas a través de la selva. Quedaba tan poco de plantas verdes y las buscaba con desesperación. Se cogió con fuerza el hombro, que aún le dolía viendo incrustado en su piel llena de pelos aquel dardo puntiagudo que unos hombres con máscaras y vestidos de blanco le habían disparado el día de ayer. Y grito con tristeza, dolor y angustia. Ahora balbuceaba unas sonidos raros que aquel ser no entendía. ¿Dónde estaban sus padres?
Aquel ser, se volvió sobre sí mismo al percatarse de había escuchado algo. El crujir de unas ramas al ser pisoteadas. El sonido de los arboles cuando son invadidos y además había oído algo muy parecido al sonido de aquellos simios blancos que le habían disparado el día de ayer y que ahora lo seguían sin cesar. Los sonidos venían del bosque y de su mente. Escuchaba aquella voz en su interior y por primera vez en su vida sintió miedo. El pequeño bosque tembló al escuchar el sonido de su grito. ¿Por qué le dolía tanto el brazo?
Y corrió, pensó que llegando al arroyo que había más allá de los arboles eternos que cuidaban el bosque y sumergiéndose en las aguas podía escapar. Sabía que desde que aquel dardo se había quedado clavado en su carne lo estaban persiguiendo. Sus brazos fuertes, que antes le daban sustento al apoyarse sobre ellos, ahora se estaban volviendo débiles. Vio con tristeza como los pelos de sus brazos se caían al suelo cada paso que daba. Ya no podía sostenerse sobre ellos. Le estaba resultando tedioso caminar en cuatro patas. Ahora era más cómodo correr y caminar sobre sus dos patas traseras.
De las piernas también se le estaban cayendo los pelos. Aquel ser se asustó ¿Dónde están sus padres? Solo recordó que desde hacía mucho tiempo no había visto a nadie más como él. No había nadie más en aquel bosque que pensaba era suyo. No había nadie más. A lo lejos ya no veía las montañas donde nació sino unos enormes objetos de piedra donde había luces, ruidos y muchos espejos. Y había cosas que volaban de edificio en edificio. Escuchaba aún el sonido de sus padres cuando gritaron al recibir la misma cosa que ahora tenía incrustada en el brazo y que inyectaba algo líquido dentro de él. Pudo percibir el dolor de sus padres cuando, con los ojos tristes, le ordenaron que corriera sin mirar atrás. Desde aquel momento no los había vuelto a ver. Y ahora él tenía esa misma cosa incrustada en su piel. Y dolía como el calor del sol o el hincón de mil abejas picándole a la misma vez.
Él quiso quitárselo. Lo intento pero no pudo. Cada vez que lo intentaba le dolía aún más. Quiso trepar a un árbol pero tampoco no pudo. ¿Qué le estaba pasando? Ahora estaba en dos pies. Los brazos no eran tan grandes, no tenía pelo. Sintió frio. Y escucho el ruido de pasos. Escucho gritos. Esta vez no era su mente. Y siguió corriendo. Corrió como nunca lo había hecho. Solo escuchaba el sonido de su propio respirar. A su derecha e izquierda solo árboles, ya no había nadie. No había ya más seres como él. Ahí solo estaba el.
Llego finalmente al límite del bosque. El río que el conocía había desaparecido, solo una pequeña línea de agua le mostro él limite y después se alzaban por todos lados aquellas piedras que llegaban al cielo. Se sintió enjaulado sin poder ver la jaula. Respiro. Sintió sed. Se acercó lentamente al agua. Cogió un poco de agua con su mano y vio su rostro frente al agua. Nunca se había percatado del mismo pero ahora lo hacía. Vio sus labios, su nariz. Paso la mano por su cara. No sintió más pelos. Estaba solo. Solo. Se sentó. ¿Qué era?
Por primera vez en su vida, pensó sobre él. Sobre su futuro. Supo que al ver su cara ya no era el mismo. Y por primera vez en su vida sintió temor y soledad. Una de las naves descendió y varios hombres vestidos de blanco bajaron. Se acercaron a él con precaución. Lo miraron. Estaba desnudo. Solo con aquel liquido aun introduciéndose en su cuerpo. Se levantó, grito el más profundo de los gritos y el más desconsolador de los aullidos pero su voz ya no era la de antes. Lloro. Su corazón fue un hoyo vació. Uno de los hombres se le acerco de a pocos pero se detuvo. Lo miro de lejos. Cogió una pistola y le disparo en el pecho. Otro líquido rojo se introdujo en su cuerpo. Aquel ser cayó al suelo. Solo escucho decir al hombre que se le acerco unas palabras que ahora entendió bien
- Lo siento, era necesario. Eras el último. Teníamos que integrarte a nuestra sociedad. Tu mundo se acabó, pero te ofrecemos un futuro mejor.
Aquel ser lo miro, miro a los otros que poco a poco lo rodeaban. Miro los aviones que empezaron a dejar caer ciertas maquinas sobre el bosque. Vio que aquellos edificios se movían. Vio que todos se acercaban. Aquel hombre se le acerco. Lo miro. Le extendió la mano y lo ayudo a ponerse de pie y con la otra mano le enseño todo lo que tenía frente a él y le dijo.
- Te hemos salvado. Ahora dinos, ¿Qué más podemos hacer por ti?
Aquel ser supo que podía responder así que con una mirada fría y sin vida en su voz respondió.
- ¿Puedes hacer que sea como antes? Solo quiero ir a casa.
Erasmo Cachay
Aquel ser, se volvió sobre sí mismo al percatarse de había escuchado algo. El crujir de unas ramas al ser pisoteadas. El sonido de los arboles cuando son invadidos y además había oído algo muy parecido al sonido de aquellos simios blancos que le habían disparado el día de ayer y que ahora lo seguían sin cesar. Los sonidos venían del bosque y de su mente. Escuchaba aquella voz en su interior y por primera vez en su vida sintió miedo. El pequeño bosque tembló al escuchar el sonido de su grito. ¿Por qué le dolía tanto el brazo?
Y corrió, pensó que llegando al arroyo que había más allá de los arboles eternos que cuidaban el bosque y sumergiéndose en las aguas podía escapar. Sabía que desde que aquel dardo se había quedado clavado en su carne lo estaban persiguiendo. Sus brazos fuertes, que antes le daban sustento al apoyarse sobre ellos, ahora se estaban volviendo débiles. Vio con tristeza como los pelos de sus brazos se caían al suelo cada paso que daba. Ya no podía sostenerse sobre ellos. Le estaba resultando tedioso caminar en cuatro patas. Ahora era más cómodo correr y caminar sobre sus dos patas traseras.
De las piernas también se le estaban cayendo los pelos. Aquel ser se asustó ¿Dónde están sus padres? Solo recordó que desde hacía mucho tiempo no había visto a nadie más como él. No había nadie más en aquel bosque que pensaba era suyo. No había nadie más. A lo lejos ya no veía las montañas donde nació sino unos enormes objetos de piedra donde había luces, ruidos y muchos espejos. Y había cosas que volaban de edificio en edificio. Escuchaba aún el sonido de sus padres cuando gritaron al recibir la misma cosa que ahora tenía incrustada en el brazo y que inyectaba algo líquido dentro de él. Pudo percibir el dolor de sus padres cuando, con los ojos tristes, le ordenaron que corriera sin mirar atrás. Desde aquel momento no los había vuelto a ver. Y ahora él tenía esa misma cosa incrustada en su piel. Y dolía como el calor del sol o el hincón de mil abejas picándole a la misma vez.
Él quiso quitárselo. Lo intento pero no pudo. Cada vez que lo intentaba le dolía aún más. Quiso trepar a un árbol pero tampoco no pudo. ¿Qué le estaba pasando? Ahora estaba en dos pies. Los brazos no eran tan grandes, no tenía pelo. Sintió frio. Y escucho el ruido de pasos. Escucho gritos. Esta vez no era su mente. Y siguió corriendo. Corrió como nunca lo había hecho. Solo escuchaba el sonido de su propio respirar. A su derecha e izquierda solo árboles, ya no había nadie. No había ya más seres como él. Ahí solo estaba el.
Llego finalmente al límite del bosque. El río que el conocía había desaparecido, solo una pequeña línea de agua le mostro él limite y después se alzaban por todos lados aquellas piedras que llegaban al cielo. Se sintió enjaulado sin poder ver la jaula. Respiro. Sintió sed. Se acercó lentamente al agua. Cogió un poco de agua con su mano y vio su rostro frente al agua. Nunca se había percatado del mismo pero ahora lo hacía. Vio sus labios, su nariz. Paso la mano por su cara. No sintió más pelos. Estaba solo. Solo. Se sentó. ¿Qué era?
Por primera vez en su vida, pensó sobre él. Sobre su futuro. Supo que al ver su cara ya no era el mismo. Y por primera vez en su vida sintió temor y soledad. Una de las naves descendió y varios hombres vestidos de blanco bajaron. Se acercaron a él con precaución. Lo miraron. Estaba desnudo. Solo con aquel liquido aun introduciéndose en su cuerpo. Se levantó, grito el más profundo de los gritos y el más desconsolador de los aullidos pero su voz ya no era la de antes. Lloro. Su corazón fue un hoyo vació. Uno de los hombres se le acerco de a pocos pero se detuvo. Lo miro de lejos. Cogió una pistola y le disparo en el pecho. Otro líquido rojo se introdujo en su cuerpo. Aquel ser cayó al suelo. Solo escucho decir al hombre que se le acerco unas palabras que ahora entendió bien
- Lo siento, era necesario. Eras el último. Teníamos que integrarte a nuestra sociedad. Tu mundo se acabó, pero te ofrecemos un futuro mejor.
Aquel ser lo miro, miro a los otros que poco a poco lo rodeaban. Miro los aviones que empezaron a dejar caer ciertas maquinas sobre el bosque. Vio que aquellos edificios se movían. Vio que todos se acercaban. Aquel hombre se le acerco. Lo miro. Le extendió la mano y lo ayudo a ponerse de pie y con la otra mano le enseño todo lo que tenía frente a él y le dijo.
- Te hemos salvado. Ahora dinos, ¿Qué más podemos hacer por ti?
Aquel ser supo que podía responder así que con una mirada fría y sin vida en su voz respondió.
- ¿Puedes hacer que sea como antes? Solo quiero ir a casa.
Erasmo Cachay
La reunion - Parte 3 y final
Mi padre y mi madre eran luchadores natos, habiendo luchado solos o juntos durante toda su vida. Una vida que no había sido fácil. Habían levantado de la nada un próspero negocio y hasta hace unos años se vislumbraban tiempos mejores. Yo habíaa crecido en la ilusión del poder económico y la alegría de trabajador feliz. Sin embargo, no vieron el cambio y no descubrieron que su época había pasado. Y el nuevo orden de cosas no tenía más lugar para gente honrada. Me acerqué y le di lo único que pude darle en ese momento, un abrazo. “Saldremos adelante” dije aún sin creer mi propia promesa. Mi padre me explico la situación tal y como era. Hablo conmigo por primera vez de manera cruda y clara, como a un hombre y no más como a un niño. El futuro, aquel futuro tan anhelado por él, era solo una ya una rota ilusión. Se podría luchar sin duda, se aguantaría hasta mas no poder, pero el fin estaba ya sentenciado y mi padre lo sabía. Ahora se lo mucho que le costó darme aquel consejo “Debes pensar de manera práctica y realista” fue lo que dijo “En este mundo no hay sitio para los sueños” pero cuando yo creí que esa sería su última palabra recuerdo muy lo que dijo después “por lo menos no para mí, el nuevo mundo ya no lo entiendo, eso depende de ti”. Mi padre estaba dispuesto a dejar el futuro de la familia en mis manos, aunque aún no estuviera preparado. Entonces fue una responsabilidad muy grande para mí, así que hice lo único que pude hacer. Irme.
Aquella noche quedo grabada por varios meses en mi mente acompañándome como una sombra inquieta durante mis despedidas, durante mis bienvenidas, durante las reuniones de cada año o los encuentros familiares. Me acompaño durante mis noches de soledad en un lugar extraño, repitiendo el eco por las paredes y en mi cabeza de no detenerme, a pesar de mis dudas y los golpes que estaba recibiendo. ¿Me estaba traicionando a mí mismo? Había perdido la alegría de vivir y mi rostro dejo de sonreír, dejando que mi cabeza solo se ocupara sobre lo que debía de hacer y no lo que quería hacer. Hasta las noches de placer me fueron resultado tediosas y monótonas, teniendo mi mente más puesta en el futuro que en el presente. Y la realidad era que no me estaba gustando.
Poco tiempo después de aquella conversación con mi padre, nos visitó a casa un antiguo amigo de la familia, Fernando. Fernando acababa de llegar a la ciudad después de largos años de lo que el mismo había llamado su exilio voluntario. Siempre era agradable tenerlo en casa y disfrutar de sus últimas historias así como reírse de su defensa a todo pulmón cuando se le tocaba el tema de su proverbial soltería. Fernando había desarrollado una maestría digna de una cátedra universitaria para esquivar el tema o por lo menos dejarlo cerrado con respuestas vagas, vacías y exageradamente graciosas. Fernando había alcanzado lo que muchos deseaban: Después de unos estudios ejemplares y una maestría, había desarrollado una carrera impecable en varias multinacionales siendo ahora gerente de una empresa automotriz. Era sin duda el ejemplo a seguir. Aquella tarde, como era su costumbre, hizo una prefiguración por cada uno de los parientes y a mi casa no podía faltar. Mi madre me lo quiso poner como ejemplo pero no escuchó lo que él me dijo a mí a solas en el jardín.
— Odio todo esto —dijo —lo odio.
Fernando debió de comprender mi sorpresa, dado que sin esperar que yo siquiera le preguntase algo más, continuó “Ya estoy harto de que me pongan como ejemplo, nunca lo quise, yo ni siquiera quise estudiar lo que estudie, ni quise esa puta maestría y mucho menos hacer lo que estoy haciendo. No me quejo, mis padres tuvieron razón en todo y ahora vivo bien”. Cerciorándome de que nadie estuviera cerca, le pregunté la razón entonces que lo motivo a no hacerlo “Por temor muchacho, por temor al fracaso” Fernando se puso de pie y mirándome a los ojos dijo “Ni se te ocurra hacer lo mismo, ¿me oíste?”. Jamás olvides sus palabras.
Cuando crucé la puerta de mi la que había sido mi habitación, la encontré tal y como la había dejado. Casi me sentí como si estuviera en una película falsa y no en la realidad. Aquella habitación me estaba mostrando algo que ya no existía Aún encontré mis posters de mi equipo de fútbol colgados en la pared y dos afiches de películas que, pensándolo bien ahora, jamás volvería a ver. Mis diplomas de colegio estaban cuidadosamente adornados con marcos dorados sobre el estante de ropa, habiendo dejado mi madre espacio para los próximos que vendrían. Tire las llaves sobre la cama, abrí la ventana para dejar entra un poco de aire y me tiré sobre mi cama. Cerré los ojos. Al abrirlos, vi sobre mi mesa de noche aquella foto que pensé estaba perdida. ¿Cuándo nos damos cuenta que aquello que perseguimos no siempre es lo mejor para nosotros? ¿Cuánto más debemos de sufrir para que se abran nuestros ojos? Si existe algún momento donde aquello pueda ser palpado, lo estaba viviendo yo en mi habitación, mirando aquella foto. Pero no me iba a dejar vencer por un recuerdo, me puse de pie, cerré la puerta de mi habitación y baje a la planta baja. Entonces escuché el timbre.
De los amigos del colegio seguía manteniendo contacto solo con dos: Carlos y Roberto. Dudaba que otros me recordaran y siempre fui medio ingrato a la hora de mantener amistades. Sabía de qué debía mejorar mis habilidades sociales, ya que en el mundo de hoy, cada vez importaba menos lo que uno sabe y más a quien uno conoce, pero siempre me fue una valla muy alta de saltar el ser un hipócrita. Carlos y Roberto debían de llegar dentro de poco, si es que no estaban ya presentes. Quizás habían sido ellos. En verdad eso poco me importaba. Había venido con la firme intención de decirles a mis padres que deseaba olvidar esta farsa y seguir el camino que siempre había querido seguir. El timbre sonó tres veces más “¡Que alguien abra!” gritó mi hermana. “Yo voy” dije.
Había oscurecido y al bajar recién me percaté de que la sala estaba repleta de murmullos a media luz. El último timbre me había hecho pensar que era el primero, pero había sido el último. Al verme bajar, los ojos de los visitantes se dirigieron a mí y un ensordecedor “Sorpresa” me despertó del estado somnoliento en el que me encontraba. Con una sonrisa en los labios, mitad sincera mitad exagerada, me fui acercando a cada uno de ellos. Fui saludándolos y agradeciéndoles que estuvieran aquí. Roberto ya había llegado, se había dejado el pelo largo y ahora usaba lentes. Roberto aún conservaba el aspecto juvenil del colegio, pero la cara algo demacrada, me dijo que ya había vivido unas juergas de más. Carlos también estaba. Me sorprendió verlo tan gordo. Yo sabía que por fin había conseguido la tan ansiada enamorada y ahora provisto de una confianza extrema, se había descuidado dando por sentado que ella sería su futura esposa y lo amaría por toda la eternidad. Corriendo de un lado a otro estaba mi hermana, que inquita y juguetona con la cámara en la mano, buscaba el ángulo perfecto para la foto. Mis padres estaban en una esquina un tanto oscura, observando el espectáculo como buenos directores y sonriendo felices de verme ahí. Estaban también dos tíos. Fue una sorpresa verlos después de tanto tiempo. Yo nunca fui apegado a los parientes, pero tenía un buen recuerdo de ellos. También estaban Salvador y Daniel dos antiguos amigos del barrio con los que sin embargo desde hacía mucho tiempo no tenía contacto. ¿No les ha pasado que a veces seguimos considerando amigos a quienes los fueron aunque ya nada nos une a ellos? ¿No les ha pasado que mucha gente confunde de que lo ocurrido en el pasado debe tener sentido en el presente? Había música de fondo y ya algunos tenían vasos de Whisky o copas de vino en la mano. Carlos fue el primer en acercarse y presentarme a su enamorada. Roberto, al ver lo que Carlos hacía, sin querer sentirse plato de segundo uso se acercó y me presento también a sui enamorada aunque a ella ya la conocía y en el rincón izquierdo, cerca de donde estaban mis padres, escondida por las sombras estaba ella.
Las preguntas, saludos e interrogatorios no se hicieron esperar así que después de hablar y responder interrogatorios y cuestionarios, sobre los pormenores de mi nueva vida, sobre las últimas modas o sobre cómo se vive en el exterior decidimos comer (algo que mi madre había preparado) y tomar, antes de empezar con el baile. Una reunión sin algo de baile no era reunión. Pero las tradiciones se tienen que seguir y esta vez no podía ser la excepción. Antes de empezar con cualquier actividad, no podía faltar el familiar que se pusiera de pie, que alzara su vaso al aire y que brindara por el bienestar de la familia y el mío personalmente. Un sonoro “¡Salud!” recorrió la habitación y solo escuche el sonido de las copas golpeándose entre sí y líquidos atravesando las gargantas. Tuve que reírme ante tanto alarde de hipocresía. Sabía muy bien lo que aquel hombre que se desvivía en elogios hablaba de nosotros cuando no estaba en nuestra casa ¿Por qué mi madre tuvo que invitarlo? Aquel hombre que ahora le faltaban elogios para mí y mi familia, jamás estuvo con nosotros cuando más lo necesitamos y jamás nos ayudó en lo más mínimo a pesar del esfuerzo de mis padres por ayudarlo en el pasado. Me puse de pie, incapaz de aguantar tanta falsedad. ¿Qué estaba haciendo yo ahí? Cogí mi vaso con fuerza y puse como excusa que quería beber algo de agua. Lo que en realidad quería era desaparecer unos minutos en la cocina. Y en la cocina estaba ella, Cristina.
— Hola, recién al final te puedo saludar como se debe —dijo Cristina con la misma voz risueña y a la misma vez melancólica que tenía dándome un abrazo y un beso.
— Hola —respondí yo un tanto frío— si, demasiada gente. Disculpa creo que mi saludo fue un poco seco antes. ¿Quién te aviso?
— Carlos, quien más.
Por un segundo no supe que más decir. Pero supe en mi interior de que ella lo entendía. Y fue así como casi sin pensarlo, casi sin soñarlo volvía a ver a Cristina después de tanto tiempo. ¿No les ha pasado, que la vida nos pone en situaciones en las que no sabemos si son señales o simple coincidencias? No se si me queda callado segundos o minutos. Pero no me sentí incómodo. Ella siempre entendió mis cambios de ánimos y mis silencios. Momentos en los que ella se quedaba mirándome y sonreía. Ahora lo estaba haciendo.
Cristina había cambiado bastante desde la última vez que la vi, pero a primera vista seguía siendo la dulce chica que alguna vez conquisto mi ilusión, aunque en ese momento jamás pudo hacerlo con mi corazón. ¿Por qué? Cuando terminamos el colegio (en aquella época ella vivía a dos cuadras de mi casa) solíamos encontrarnos en la bodega del barrio o a veces caminado por la calle. A veces solo era un saludo y otras tantas nos quedábamos hablando por horas, hasta que el sol se ocultaba, sobre el futuro, sobre la vida, sobre las dudas y los sueños que nos estaban llevando a irnos lejos de la vida que queríamos y no podíamos tener. Yo me reía al ver con que ingenuidad hablaba de sus estudios y de sus planes. Pero la vida siempre suele ser más cruel, de lo que pensamos. Cristina había tenido que dejar sus estudios hacía dos años y desde entonces trabajaba como secretaria en una compañía que pronto tendría que quebrar. Sabía por mis amigos que tenía muchos problemas y que ahora estaba en una relación. Pero hoy ella estaba aquí. ¿Por qué? La realidad que al verlo, algo de temor me invadió. Creó que la tercera personas que conocía mi verdadera vocación y lo que en verdad quería hacer era ella y, recién ahora lo entendía, la única personas que estuvo dispuesta a arriesgar hasta su mismo futuro por mí. Vinieron a mi mente los emails, los mensajes, las palabras que circulaban por las líneas de teléfono de aquellas sesiones de terapia conjunta. ¿No les ha pasado que a veces el poder hablar con alguien que en realidad nos entienda puede ser una los placeres más bellos que hay? Ella me animo a seguir contra el viento y navegar contra la marea. Una vez le dije medio en broma medio en serio “¿Solo?” “Depende de ti” me respondió. Pero la vida suele ser cruel con nuestros sueños.
En aquella época, no lejos de nuestras casas, había un centro comercial donde se podía comer un rico helado que siempre era bien recibido en las calurosas tardes de enero. Fue en esa misma heladería donde yo, casi sin pensarlo, casi sin soñarlo le dije que me gustaba y que sentía algo por ella. Fue un arrebato de ingenuidad ya que sabía que no era cierto. No era que no sintiera nada por ella (por lo menos no lo supe entonces), solo que sabía que no era amor ¿Cómo podía saberlo si jamás lo había vivido? Pero cuando se es joven, las hormonas y no la cabeza tienden a gobernar el cuerpo y aquel beso que ella me dio, jamás lo pude olvidar. Durante cuatro meses fuimos inseparables y felices. Ella me dio su alegría y yo le di mi razón. Hablamos mucho, reíamos y aunque en la cama no pudimos entendernos del todo, fuimos unos aprendices dedicados. Cuatro meses después, en esa misma heladería le diría que me iba. No dijo nada, me miró, se dio media vuelta y dijo “Es lo lógico, te deseo de todo corazón que te vaya bien, quizás…quizás” y se fue. Desde entonces nada volvió a ser igual entre nosotros. Ella estaba ahora con un nuevo enamorado y yo seguía en mi fiel carrera de solterón. Hablábamos solo de cuando en cuando y durante los últimos diez meses no supe nada de ella. Su rostro ya no era de la niña dulce y su sonrisa había dejado de ser inocente. Pero estaba ahí y ni ella ni yo pudimos impedir pensar en el pasado.
Carlos y Roberto entraron en la cocina de improviso, me agarraron fuerte del brazo, se disculparon ante Cristina y me llevaron al escritorio. Cerraron la puerta tras de ellos, prendieron la luz y se pararon frente a mí. El escritorio donde antes hacíamos nuestras tareas de colegio y planeábamos las salidas de fin de semana estaba tal y como lo recordaba con los estantes aun repletos de los libros que leía en el colegio. Roberto y Carlos querían informes sobre mi vida, sobre mis experiencias pero sobretodo saber a cuantas chicas había conquistado. Tuve que contarles muchas cosas y más que todo para satisfacer su curiosidad, tuve que exagerar o inventar muchas otras. No quería mostrarme como un tipo normal que era lo que al final de todo era ¿Era tan malo el serlo? Mientras me desvariaba en mis propias mentiras me di cuenta de lo tonto de mi pensamiento, por un momento volví a caer en el mismo patrón de todos, queriendo ser alguien que no soy y fingiendo algo que no es. Yo no quería ser así. “Muchachos” dijo “la vida es más aburrida de lo que parece” y creo que durante los siguientes minutos les conté la verdad, las noches de estudios, los días de soledad, las chicas que me habían dicho que no y los momentos en los que yo tampoco sabía que hacer. No les intereso en lo más mínimo “Nos estas mintiendo” fue lo que dijeron. “¿Prefieren creer una mentira?”. Les pedí entonces que me contaran como era su vida. Ellos me contaron de sus innumerables fiestas, de lo bien que les iba en la Universidad, de lo bien que les iba con sus chicas y de las muchas tantas que cada fin de semana dejaban satisfechas en alguna cama de algún hotel. “¿Y que saben de Enrique?”. Me contaron que Enrique había caído en las drogas y no cambiaron el tema, como si el que había sido un amigo nuestro ahora ya no merecía ser mencionado. “¿Cómo te sientes?” aquella pregunta parecía tan lejana y parecía que a nadie, salvo a mis padres y mi hermana pareciera importarles. Luego Carlos, después de responder unos mensajes en su celular me advirtió de que ni se me ocurra volver con Cristina. “¿Por qué la invitaron entonces?” pregunté.
— ¿Qué yo la invite? —respondió Carlos—Ella me llamo para preguntarme detalles de hoy. Ella ya sabía, tu hermana fue la que hablo.
Salí inmediatamente del escritorio dejando a Carlos con las palabras sin terminar para buscar a mi hermana. Mi hermana estaba en la cocina ayudando a mi madre con unos bocaditos, le pedí que saliera un momento y que viniera conmigo. Al estar los dos en el patio, le pedí una explicación. Mi hermana, con la más fría de las actitudes, me contó que le semana pasada había encontrado a Cristina en la calle, le había contado que se había organizado una reunión para mí y la había invitado. Me sentí como aquel capitán que ve que todo el mundo esta dirigiendo su barco, menos el mismo.
— ¿Qué te pasa? ¿Te sientes bien?—preguntó mi madre saliendo de la cocina al verme un tanto ofuscado.
— Estoy cansado —le dije.
— Y tú no olvides que yo te he parido. Tú no estás cansado. Dilo de una vez. ¿Qué tienes?
Quise evadir el tema pero ella no me lo permitió.
— El problema es que no sé cuál es el problema —respondí.
— No estas contento con lo que estás haciendo —respondió ella sin perder por ningún momento su postura de señora y madre —tu estas infeliz y eso se te ve en la cara. ¿No te gusta la carrera? ¿Tu vida? O es el hecho de que nada está saliendo como lo habías soñado —dijo ella.
Era todo y nada a la vez. Ella estaba preguntándome y respondiendo las palabras que no me estaba atreviendo a decir. Mi madre me miraba con ternura, sabiendo muy bien que ni ella ni nadie podían dar ninguna respuesta. Solo yo. Cuando era niño solía recostarme sobre su pecho y contarle las más grandes tonterías que alguien pudiera decir, sabiendo que ella me entendería y hasta que tendría la respuesta adecuada para mí. En aquellas maratónicas conversaciones no bostezaba ni se aburría, solo me oía. Aquellas terapias de antaño ya no eran suficientes. Me acarició la cara “Así es en la vida” dijo “Sea lo que sea que decidas, estaré orgullosa de ti”
Con la esperanza más no la promesa de hablar de esto más tarde, me dio un beso en la mejilla y se fue a atender a los invitados pidiéndole a mi hermana que la acompañara. ¿No les ha pasado que todo esta tan claro antes nosotros, que no vemos la salida? ¿O será que la vemos pero no tenemos el valor de seguir la flecha? Quienquiera que no haya pasada por una situación similar que por favor levante la mano el momento de leer estas líneas. Después de todo, todos tenemos que crecer. Cuando me di la vuelta, me di cuenta que a solo unos pasos de distancia, muy a su costumbre casi oculto entre las sombras estaba mi padre y con un gesto de su mano me indico que me acercara “¿Y los invitados?” le dije “Déjalos que se vayan a buena parte si quieren, tu ven ahora conmigo” respondió.
Durante mi vida había tenido muchas conversaciones con mi padre. Algunas vanas, otras alegres y unas cuantas serias. Sus consejos siempre habían sido del corazón. Y a pesar de tener un pasado del cual no se enorgullecía, pasado que me contó en muchas ocasiones con la esperanza de que yo no cometiera los mismos errores, tenía una fe casi religiosa en el futuro y sobretodo en mí. Pero mi padre no era un soñador y de manera clara me dijo lo mucho que me necesitaban, en todos los sentidos. No tuve el valor para decirle que había decidido no seguir estudiando ni decirle lo que en realidad quería de mi vida. Pero no fue necesario.
— Quien tiene que trabajar porque no tiene más remedio, ósea, trabajar en lo que sea, bueno que se le va a hacer la vida es cruel, pero cuando se puede decidir, cuando se tiene el talento y los medios para usarlos y no hacerlo, eso es la mayor estupidez y da cólera ver a tanto talento desperdiciado, justo ahora cuando más oportunidades hay.
Aquellas palabras vinieron de él, quizás recordándose a sí mismo. Quizás recordándose los sufrimientos que tuvo que pasar, quizás pensando que el futuro no está escrito pero sobretodo quizás pensando que había puesto sobre mí una carga que no podía aun cargar. El tiempo pasaba sin que yo pudiera detenerlo. Y aunque no dijo nada más, supe que el confiaba en mí. La reunión poco importaba ya, pero después de todo el volver había sido la mejor decisión que había tomado. Deje la botella de cerveza que tenía aún en la mano sobre la mesa mientras escuchaba la voz de mi padre. Al darme un abrazo, pude ver sin embargo que detrás de las cortinas una sombra nos espiaba. Los bellos ojos pardos que se reflejaban en la oscuridad no podían ser de nadie más. Y ella sabía que yo ya había notado su presencia.
— ¿Qué es lo que quieres? —pregunto mi padre.
Su pregunta me tomo por sorpresa. Si había esperado el momento para decir lo que sentía, había llegado. Me recosté sobre la pared, con las manos cruzadas frente a mi pecho, sacando fuerza de aquel punto místico que debía de estar en algún lugar de la sala y le dije a mi padre lo que planeaba hacer. Mi padre quizás no lo entiendo y aunque no pudo evitar dar unos giros desorbitados con los ojos y una mueca rara con la boca, se guardó de no decir nada hasta que yo no hubiera dicho la última de mis palabras, respiro una gran bocanada de aire y me dio un gran abrazo. “Tú eres mi hijo, pase lo que pase pero también eres ya un ser adulto” Supe en ese momento que él no me iba a decir que es lo que tenía que hacer. Quizás era lo que yo estaba buscando, teniendo mi mente más puesta en el pasado que en el presente. Pero aquella época había pasado. Pero supe entonces, que pasara lo que pasara, aquella seguiría siendo mi casa y aquella mi familia. ¿Cómo me sentía? Perdido y la misma vez, reconfortando. Poco me importaba la reunión y sin embargo, si la vida tiene ironías, aquella noche se había convertido en una de ellas haciendo que la reunión que más odiabas se había convertido en el medio para encontrar lo que buscaba ¿Cómo se hubieran sentido ustedes? Pero aún faltaba algo.
Cuando caminamos de regreso a la cocina, vi que mi madre sentada junto a la mesa, simulando escuchar las historias que mi tío contaba en cada fiesta una y otra vez, dejo hacer lo que estaba haciendo cuando vio que mi padre y yo cruzamos la puerta. Miro a mi padre por unos segundos y asintió con la cabeza. En ese momento pensé que sería lindo conocer a una chica con la que bastara una sola mirada para entender lo que había pasado. Y sentí que un peso grande había caído de mis hombros al suelo, para no levantarse jamás.
La reunión seguía su curso, con o sin mí. Las copas seguían sonando, los dientes llenos de comida seguían masticando y las risas seguían aumentando. Nadie se había percatado de mi ausencia. ¿Qué hacía esta gente aquí? A estas horas de la noche, ya habían llegado más personas: estaba mi tía Sonia, la hermana de mi padre, que si bien me había acompañado bastante tiempo desde pequeño las continuas riñas con mi madre la habían obligado (nadie se lo pidió) a alejarse de la familia. Ahora vivía sola y amargada, consumida por una envidia que jamás entenderé. Era un ejemplo perfecto de alguien que lo había recibido todo y poco o nada había hecho con aquel regalo, inflándose de una especie de rencor inexistente. Había llegado también un antiguo primo de mi padre, un hombre que solo se aparecía cuando quería algo. También dos primos, que siempre me saludaban con un cariño exagerado cada vez que me veían, aunque yo sabía muy bien lo que hablaban de mí a mis espaldas. Yo tenía que salir de ahí y así lo hice.
Saliendo de la sala por la puerta principal había un pequeño jardín. Una suave luz amarilla le daba una aspecto de paraíso nocturno y el cielo, no negro sino casi amarillo por el reflejo de los focos, irradiaba algo de magia a estas horas de la noche. El calor se había esfumado y la suave brisa marina se dejaba sentir sobre la piel. Carlos y Roberto se acercaron a mí para preguntarme sobre a donde iríamos una vez la reunión se hubiera acabado “¿No me digas que no va a haber fiesta hoy?” Carlos me aseguro que había un buen lugar donde las chicas se derretían si alguien les decía dos palabras en un idioma extranjero. Roberto me aseguro que lo mejor era ir a un nuevo Pub donde se podía pasársela bien. Eso solo significaba viniendo de sus labios, mucho licor a poco precio. No sé qué cara puse (a veces no podía ocultar la expresión de mi rostro), porque se alejaron de mí, con decepción y algo de temor. No tenía ningún interés en pasar con ellos el resto de la noche “¿Qué te pasa compadre? Tu no eras así” Fue lo último que escuche antes que se alejaran.
Me fui a la cocina donde se estaba sirviendo los tragos y uno que otro bocadito. Mi hermana impaciente se movía de un lado a otro al ritmo del sonido de la música. Me acerque a ella “Me gustaría contarte algo” le dije “Lo se pero no ahora, mañana tendremos mucho que hablar y planear” y me dio un gran abrazo. En eso, abriendo la puerta de par en par volvieron a entrar algunos primos y tíos dispuestos a ver si había algo de comer. Yo no podía seguir soportando eso y tuve la necesidad de salir. Saliendo de la cocina, crucé el garaje y salí.
A esta hora (creo que eran las nueve de la noche) la calle frente a nuestra casa estaba siempre transitada. A pesar de ser angosta, era de doble dirección lo que dificultaba el paso peatonal y aumenta el ruido. Jamás sin embargo me había molestado el ruido. Adoraba sentarme en la acera de afrente, junto a un árbol y mirar el cielo mientras que contaba los carros rojos que pasaban frente a mí. Era un juego tonto de niño, que hasta ahora seguía haciendo. Saludaba al guardián que cuidaba la casa, sentado en su silla, leyendo las últimas noticias deportivas debajo del poste de luz. El respondía casi siempre con un “Hola” obligado. Jamás sonreía, salvo cuando recibía su paga. Crucé la calle, me senté sobre el césped debajo de aquel árbol. Desde aquel sitio pude ver la puerta de mi casa, las luces y escuchar la bulla de la reunión donde todos estaban discutiendo mi futuro. Podía ver las rejas de mi cuarto. También pude ver las rejas del cuarto de mis padres, tapadas por una enredadera verde que servía de cortina de protección. Y recordando mi antiguo juego, sonriendo de mi propia estupidez me puse a contar los autos rojos que pasaban delante de mí.
— Van diez — dijo Cristina.
Voltee la mirada sorprendido al escuchar su voz y la vi escondida entre las sombras del árbol. Se acercó y se sentó a mi lado, como lo hacía cuando éramos solo unos niños. Fue ese mismo sitio que nos vio crecer y fue ese mismo sitio donde nos miramos, no como amigos la primera vez. Debajo de ese árbol que servía de fiel confidente me contó sus temores, anhelos y yo en reciprocidad le abrí las puertas de algunos de mis secretos. Fue debajo de ese árbol cuando me confeso que me quería. Fue debajo de ese árbol cuando le hice la promesa que lo nuestro no funcionaría y que lo mejor era para todos seguir cada quien con nuestro camino. Fue debajo de ese árbol, que ahora me servía de escudo de la reunión donde me despedí de ella.
— Sabes — dijo Cristina. — la reunión es una porquería, aquí creo que se está mejor
— Nunca la pedí —respondí. Cristina tenía los cabellos tapándoles los ojos, como a mí me gustaba.
— Lo sé —dijo ella —por eso es que estoy aquí,contigo. Sé que te gusta este lugar
— Todos dirán que estoy loco, cuando diga lo que tengo que decir.
— Yo sé que no lo estas, tus padres lo saben, tu hermana. ¿Importa más?
— ¿Lo sabes? —pregunté.
— Siempre lo supe — dijo —mejor dicho siempre lo supimos. Míralo por el lado positivo, de todo ese conjunto de gente ahí dentro solo hay unos pocos que en verdad te quieren. Olvida el resto. Si para eso ha servido esta reunión, ha servido para algo bueno — y continuo — ¿Sabes? uno tiene que hacer en la vida muchas cosas que no le gustan pero tarde o temprano se da cuenta de ello y elige el camino que más le conviene —y supe que no solo se estaba refiriendo a mí— y lo importante es ¿Cómo te sientes? —luego de una pausa dijo —Van once autos rojos.
— Siempre extrañe este lugar —dije.
Una aureola de sabiduría me invadió y por fin después de tanto tiempo supe lo que tenía y quería hacer. Pude ver a mis padres, a mi hermana, a esta casa, veinte años en el futuro, pude ver el gras, los llantos y lágrimas que vendrían y pude sentir aquel tiempo que aún no ha llegado. La reunión seguía su curso y la noche comenzaba a despertarse. Me sentí tranquilo y hasta podría decir que feliz.
— Tengo ganas de un helado —me dijo Cristina. Y yo supe que me estaba ofreciendo otra oportunidad
Erasmo Cachay
Aquella noche quedo grabada por varios meses en mi mente acompañándome como una sombra inquieta durante mis despedidas, durante mis bienvenidas, durante las reuniones de cada año o los encuentros familiares. Me acompaño durante mis noches de soledad en un lugar extraño, repitiendo el eco por las paredes y en mi cabeza de no detenerme, a pesar de mis dudas y los golpes que estaba recibiendo. ¿Me estaba traicionando a mí mismo? Había perdido la alegría de vivir y mi rostro dejo de sonreír, dejando que mi cabeza solo se ocupara sobre lo que debía de hacer y no lo que quería hacer. Hasta las noches de placer me fueron resultado tediosas y monótonas, teniendo mi mente más puesta en el futuro que en el presente. Y la realidad era que no me estaba gustando.
Poco tiempo después de aquella conversación con mi padre, nos visitó a casa un antiguo amigo de la familia, Fernando. Fernando acababa de llegar a la ciudad después de largos años de lo que el mismo había llamado su exilio voluntario. Siempre era agradable tenerlo en casa y disfrutar de sus últimas historias así como reírse de su defensa a todo pulmón cuando se le tocaba el tema de su proverbial soltería. Fernando había desarrollado una maestría digna de una cátedra universitaria para esquivar el tema o por lo menos dejarlo cerrado con respuestas vagas, vacías y exageradamente graciosas. Fernando había alcanzado lo que muchos deseaban: Después de unos estudios ejemplares y una maestría, había desarrollado una carrera impecable en varias multinacionales siendo ahora gerente de una empresa automotriz. Era sin duda el ejemplo a seguir. Aquella tarde, como era su costumbre, hizo una prefiguración por cada uno de los parientes y a mi casa no podía faltar. Mi madre me lo quiso poner como ejemplo pero no escuchó lo que él me dijo a mí a solas en el jardín.
— Odio todo esto —dijo —lo odio.
Fernando debió de comprender mi sorpresa, dado que sin esperar que yo siquiera le preguntase algo más, continuó “Ya estoy harto de que me pongan como ejemplo, nunca lo quise, yo ni siquiera quise estudiar lo que estudie, ni quise esa puta maestría y mucho menos hacer lo que estoy haciendo. No me quejo, mis padres tuvieron razón en todo y ahora vivo bien”. Cerciorándome de que nadie estuviera cerca, le pregunté la razón entonces que lo motivo a no hacerlo “Por temor muchacho, por temor al fracaso” Fernando se puso de pie y mirándome a los ojos dijo “Ni se te ocurra hacer lo mismo, ¿me oíste?”. Jamás olvides sus palabras.
Cuando crucé la puerta de mi la que había sido mi habitación, la encontré tal y como la había dejado. Casi me sentí como si estuviera en una película falsa y no en la realidad. Aquella habitación me estaba mostrando algo que ya no existía Aún encontré mis posters de mi equipo de fútbol colgados en la pared y dos afiches de películas que, pensándolo bien ahora, jamás volvería a ver. Mis diplomas de colegio estaban cuidadosamente adornados con marcos dorados sobre el estante de ropa, habiendo dejado mi madre espacio para los próximos que vendrían. Tire las llaves sobre la cama, abrí la ventana para dejar entra un poco de aire y me tiré sobre mi cama. Cerré los ojos. Al abrirlos, vi sobre mi mesa de noche aquella foto que pensé estaba perdida. ¿Cuándo nos damos cuenta que aquello que perseguimos no siempre es lo mejor para nosotros? ¿Cuánto más debemos de sufrir para que se abran nuestros ojos? Si existe algún momento donde aquello pueda ser palpado, lo estaba viviendo yo en mi habitación, mirando aquella foto. Pero no me iba a dejar vencer por un recuerdo, me puse de pie, cerré la puerta de mi habitación y baje a la planta baja. Entonces escuché el timbre.
De los amigos del colegio seguía manteniendo contacto solo con dos: Carlos y Roberto. Dudaba que otros me recordaran y siempre fui medio ingrato a la hora de mantener amistades. Sabía de qué debía mejorar mis habilidades sociales, ya que en el mundo de hoy, cada vez importaba menos lo que uno sabe y más a quien uno conoce, pero siempre me fue una valla muy alta de saltar el ser un hipócrita. Carlos y Roberto debían de llegar dentro de poco, si es que no estaban ya presentes. Quizás habían sido ellos. En verdad eso poco me importaba. Había venido con la firme intención de decirles a mis padres que deseaba olvidar esta farsa y seguir el camino que siempre había querido seguir. El timbre sonó tres veces más “¡Que alguien abra!” gritó mi hermana. “Yo voy” dije.
Había oscurecido y al bajar recién me percaté de que la sala estaba repleta de murmullos a media luz. El último timbre me había hecho pensar que era el primero, pero había sido el último. Al verme bajar, los ojos de los visitantes se dirigieron a mí y un ensordecedor “Sorpresa” me despertó del estado somnoliento en el que me encontraba. Con una sonrisa en los labios, mitad sincera mitad exagerada, me fui acercando a cada uno de ellos. Fui saludándolos y agradeciéndoles que estuvieran aquí. Roberto ya había llegado, se había dejado el pelo largo y ahora usaba lentes. Roberto aún conservaba el aspecto juvenil del colegio, pero la cara algo demacrada, me dijo que ya había vivido unas juergas de más. Carlos también estaba. Me sorprendió verlo tan gordo. Yo sabía que por fin había conseguido la tan ansiada enamorada y ahora provisto de una confianza extrema, se había descuidado dando por sentado que ella sería su futura esposa y lo amaría por toda la eternidad. Corriendo de un lado a otro estaba mi hermana, que inquita y juguetona con la cámara en la mano, buscaba el ángulo perfecto para la foto. Mis padres estaban en una esquina un tanto oscura, observando el espectáculo como buenos directores y sonriendo felices de verme ahí. Estaban también dos tíos. Fue una sorpresa verlos después de tanto tiempo. Yo nunca fui apegado a los parientes, pero tenía un buen recuerdo de ellos. También estaban Salvador y Daniel dos antiguos amigos del barrio con los que sin embargo desde hacía mucho tiempo no tenía contacto. ¿No les ha pasado que a veces seguimos considerando amigos a quienes los fueron aunque ya nada nos une a ellos? ¿No les ha pasado que mucha gente confunde de que lo ocurrido en el pasado debe tener sentido en el presente? Había música de fondo y ya algunos tenían vasos de Whisky o copas de vino en la mano. Carlos fue el primer en acercarse y presentarme a su enamorada. Roberto, al ver lo que Carlos hacía, sin querer sentirse plato de segundo uso se acercó y me presento también a sui enamorada aunque a ella ya la conocía y en el rincón izquierdo, cerca de donde estaban mis padres, escondida por las sombras estaba ella.
Las preguntas, saludos e interrogatorios no se hicieron esperar así que después de hablar y responder interrogatorios y cuestionarios, sobre los pormenores de mi nueva vida, sobre las últimas modas o sobre cómo se vive en el exterior decidimos comer (algo que mi madre había preparado) y tomar, antes de empezar con el baile. Una reunión sin algo de baile no era reunión. Pero las tradiciones se tienen que seguir y esta vez no podía ser la excepción. Antes de empezar con cualquier actividad, no podía faltar el familiar que se pusiera de pie, que alzara su vaso al aire y que brindara por el bienestar de la familia y el mío personalmente. Un sonoro “¡Salud!” recorrió la habitación y solo escuche el sonido de las copas golpeándose entre sí y líquidos atravesando las gargantas. Tuve que reírme ante tanto alarde de hipocresía. Sabía muy bien lo que aquel hombre que se desvivía en elogios hablaba de nosotros cuando no estaba en nuestra casa ¿Por qué mi madre tuvo que invitarlo? Aquel hombre que ahora le faltaban elogios para mí y mi familia, jamás estuvo con nosotros cuando más lo necesitamos y jamás nos ayudó en lo más mínimo a pesar del esfuerzo de mis padres por ayudarlo en el pasado. Me puse de pie, incapaz de aguantar tanta falsedad. ¿Qué estaba haciendo yo ahí? Cogí mi vaso con fuerza y puse como excusa que quería beber algo de agua. Lo que en realidad quería era desaparecer unos minutos en la cocina. Y en la cocina estaba ella, Cristina.
— Hola, recién al final te puedo saludar como se debe —dijo Cristina con la misma voz risueña y a la misma vez melancólica que tenía dándome un abrazo y un beso.
— Hola —respondí yo un tanto frío— si, demasiada gente. Disculpa creo que mi saludo fue un poco seco antes. ¿Quién te aviso?
— Carlos, quien más.
Por un segundo no supe que más decir. Pero supe en mi interior de que ella lo entendía. Y fue así como casi sin pensarlo, casi sin soñarlo volvía a ver a Cristina después de tanto tiempo. ¿No les ha pasado, que la vida nos pone en situaciones en las que no sabemos si son señales o simple coincidencias? No se si me queda callado segundos o minutos. Pero no me sentí incómodo. Ella siempre entendió mis cambios de ánimos y mis silencios. Momentos en los que ella se quedaba mirándome y sonreía. Ahora lo estaba haciendo.
Cristina había cambiado bastante desde la última vez que la vi, pero a primera vista seguía siendo la dulce chica que alguna vez conquisto mi ilusión, aunque en ese momento jamás pudo hacerlo con mi corazón. ¿Por qué? Cuando terminamos el colegio (en aquella época ella vivía a dos cuadras de mi casa) solíamos encontrarnos en la bodega del barrio o a veces caminado por la calle. A veces solo era un saludo y otras tantas nos quedábamos hablando por horas, hasta que el sol se ocultaba, sobre el futuro, sobre la vida, sobre las dudas y los sueños que nos estaban llevando a irnos lejos de la vida que queríamos y no podíamos tener. Yo me reía al ver con que ingenuidad hablaba de sus estudios y de sus planes. Pero la vida siempre suele ser más cruel, de lo que pensamos. Cristina había tenido que dejar sus estudios hacía dos años y desde entonces trabajaba como secretaria en una compañía que pronto tendría que quebrar. Sabía por mis amigos que tenía muchos problemas y que ahora estaba en una relación. Pero hoy ella estaba aquí. ¿Por qué? La realidad que al verlo, algo de temor me invadió. Creó que la tercera personas que conocía mi verdadera vocación y lo que en verdad quería hacer era ella y, recién ahora lo entendía, la única personas que estuvo dispuesta a arriesgar hasta su mismo futuro por mí. Vinieron a mi mente los emails, los mensajes, las palabras que circulaban por las líneas de teléfono de aquellas sesiones de terapia conjunta. ¿No les ha pasado que a veces el poder hablar con alguien que en realidad nos entienda puede ser una los placeres más bellos que hay? Ella me animo a seguir contra el viento y navegar contra la marea. Una vez le dije medio en broma medio en serio “¿Solo?” “Depende de ti” me respondió. Pero la vida suele ser cruel con nuestros sueños.
En aquella época, no lejos de nuestras casas, había un centro comercial donde se podía comer un rico helado que siempre era bien recibido en las calurosas tardes de enero. Fue en esa misma heladería donde yo, casi sin pensarlo, casi sin soñarlo le dije que me gustaba y que sentía algo por ella. Fue un arrebato de ingenuidad ya que sabía que no era cierto. No era que no sintiera nada por ella (por lo menos no lo supe entonces), solo que sabía que no era amor ¿Cómo podía saberlo si jamás lo había vivido? Pero cuando se es joven, las hormonas y no la cabeza tienden a gobernar el cuerpo y aquel beso que ella me dio, jamás lo pude olvidar. Durante cuatro meses fuimos inseparables y felices. Ella me dio su alegría y yo le di mi razón. Hablamos mucho, reíamos y aunque en la cama no pudimos entendernos del todo, fuimos unos aprendices dedicados. Cuatro meses después, en esa misma heladería le diría que me iba. No dijo nada, me miró, se dio media vuelta y dijo “Es lo lógico, te deseo de todo corazón que te vaya bien, quizás…quizás” y se fue. Desde entonces nada volvió a ser igual entre nosotros. Ella estaba ahora con un nuevo enamorado y yo seguía en mi fiel carrera de solterón. Hablábamos solo de cuando en cuando y durante los últimos diez meses no supe nada de ella. Su rostro ya no era de la niña dulce y su sonrisa había dejado de ser inocente. Pero estaba ahí y ni ella ni yo pudimos impedir pensar en el pasado.
Carlos y Roberto entraron en la cocina de improviso, me agarraron fuerte del brazo, se disculparon ante Cristina y me llevaron al escritorio. Cerraron la puerta tras de ellos, prendieron la luz y se pararon frente a mí. El escritorio donde antes hacíamos nuestras tareas de colegio y planeábamos las salidas de fin de semana estaba tal y como lo recordaba con los estantes aun repletos de los libros que leía en el colegio. Roberto y Carlos querían informes sobre mi vida, sobre mis experiencias pero sobretodo saber a cuantas chicas había conquistado. Tuve que contarles muchas cosas y más que todo para satisfacer su curiosidad, tuve que exagerar o inventar muchas otras. No quería mostrarme como un tipo normal que era lo que al final de todo era ¿Era tan malo el serlo? Mientras me desvariaba en mis propias mentiras me di cuenta de lo tonto de mi pensamiento, por un momento volví a caer en el mismo patrón de todos, queriendo ser alguien que no soy y fingiendo algo que no es. Yo no quería ser así. “Muchachos” dijo “la vida es más aburrida de lo que parece” y creo que durante los siguientes minutos les conté la verdad, las noches de estudios, los días de soledad, las chicas que me habían dicho que no y los momentos en los que yo tampoco sabía que hacer. No les intereso en lo más mínimo “Nos estas mintiendo” fue lo que dijeron. “¿Prefieren creer una mentira?”. Les pedí entonces que me contaran como era su vida. Ellos me contaron de sus innumerables fiestas, de lo bien que les iba en la Universidad, de lo bien que les iba con sus chicas y de las muchas tantas que cada fin de semana dejaban satisfechas en alguna cama de algún hotel. “¿Y que saben de Enrique?”. Me contaron que Enrique había caído en las drogas y no cambiaron el tema, como si el que había sido un amigo nuestro ahora ya no merecía ser mencionado. “¿Cómo te sientes?” aquella pregunta parecía tan lejana y parecía que a nadie, salvo a mis padres y mi hermana pareciera importarles. Luego Carlos, después de responder unos mensajes en su celular me advirtió de que ni se me ocurra volver con Cristina. “¿Por qué la invitaron entonces?” pregunté.
— ¿Qué yo la invite? —respondió Carlos—Ella me llamo para preguntarme detalles de hoy. Ella ya sabía, tu hermana fue la que hablo.
Salí inmediatamente del escritorio dejando a Carlos con las palabras sin terminar para buscar a mi hermana. Mi hermana estaba en la cocina ayudando a mi madre con unos bocaditos, le pedí que saliera un momento y que viniera conmigo. Al estar los dos en el patio, le pedí una explicación. Mi hermana, con la más fría de las actitudes, me contó que le semana pasada había encontrado a Cristina en la calle, le había contado que se había organizado una reunión para mí y la había invitado. Me sentí como aquel capitán que ve que todo el mundo esta dirigiendo su barco, menos el mismo.
— ¿Qué te pasa? ¿Te sientes bien?—preguntó mi madre saliendo de la cocina al verme un tanto ofuscado.
— Estoy cansado —le dije.
— Y tú no olvides que yo te he parido. Tú no estás cansado. Dilo de una vez. ¿Qué tienes?
Quise evadir el tema pero ella no me lo permitió.
— El problema es que no sé cuál es el problema —respondí.
— No estas contento con lo que estás haciendo —respondió ella sin perder por ningún momento su postura de señora y madre —tu estas infeliz y eso se te ve en la cara. ¿No te gusta la carrera? ¿Tu vida? O es el hecho de que nada está saliendo como lo habías soñado —dijo ella.
Era todo y nada a la vez. Ella estaba preguntándome y respondiendo las palabras que no me estaba atreviendo a decir. Mi madre me miraba con ternura, sabiendo muy bien que ni ella ni nadie podían dar ninguna respuesta. Solo yo. Cuando era niño solía recostarme sobre su pecho y contarle las más grandes tonterías que alguien pudiera decir, sabiendo que ella me entendería y hasta que tendría la respuesta adecuada para mí. En aquellas maratónicas conversaciones no bostezaba ni se aburría, solo me oía. Aquellas terapias de antaño ya no eran suficientes. Me acarició la cara “Así es en la vida” dijo “Sea lo que sea que decidas, estaré orgullosa de ti”
Con la esperanza más no la promesa de hablar de esto más tarde, me dio un beso en la mejilla y se fue a atender a los invitados pidiéndole a mi hermana que la acompañara. ¿No les ha pasado que todo esta tan claro antes nosotros, que no vemos la salida? ¿O será que la vemos pero no tenemos el valor de seguir la flecha? Quienquiera que no haya pasada por una situación similar que por favor levante la mano el momento de leer estas líneas. Después de todo, todos tenemos que crecer. Cuando me di la vuelta, me di cuenta que a solo unos pasos de distancia, muy a su costumbre casi oculto entre las sombras estaba mi padre y con un gesto de su mano me indico que me acercara “¿Y los invitados?” le dije “Déjalos que se vayan a buena parte si quieren, tu ven ahora conmigo” respondió.
Durante mi vida había tenido muchas conversaciones con mi padre. Algunas vanas, otras alegres y unas cuantas serias. Sus consejos siempre habían sido del corazón. Y a pesar de tener un pasado del cual no se enorgullecía, pasado que me contó en muchas ocasiones con la esperanza de que yo no cometiera los mismos errores, tenía una fe casi religiosa en el futuro y sobretodo en mí. Pero mi padre no era un soñador y de manera clara me dijo lo mucho que me necesitaban, en todos los sentidos. No tuve el valor para decirle que había decidido no seguir estudiando ni decirle lo que en realidad quería de mi vida. Pero no fue necesario.
— Quien tiene que trabajar porque no tiene más remedio, ósea, trabajar en lo que sea, bueno que se le va a hacer la vida es cruel, pero cuando se puede decidir, cuando se tiene el talento y los medios para usarlos y no hacerlo, eso es la mayor estupidez y da cólera ver a tanto talento desperdiciado, justo ahora cuando más oportunidades hay.
Aquellas palabras vinieron de él, quizás recordándose a sí mismo. Quizás recordándose los sufrimientos que tuvo que pasar, quizás pensando que el futuro no está escrito pero sobretodo quizás pensando que había puesto sobre mí una carga que no podía aun cargar. El tiempo pasaba sin que yo pudiera detenerlo. Y aunque no dijo nada más, supe que el confiaba en mí. La reunión poco importaba ya, pero después de todo el volver había sido la mejor decisión que había tomado. Deje la botella de cerveza que tenía aún en la mano sobre la mesa mientras escuchaba la voz de mi padre. Al darme un abrazo, pude ver sin embargo que detrás de las cortinas una sombra nos espiaba. Los bellos ojos pardos que se reflejaban en la oscuridad no podían ser de nadie más. Y ella sabía que yo ya había notado su presencia.
— ¿Qué es lo que quieres? —pregunto mi padre.
Su pregunta me tomo por sorpresa. Si había esperado el momento para decir lo que sentía, había llegado. Me recosté sobre la pared, con las manos cruzadas frente a mi pecho, sacando fuerza de aquel punto místico que debía de estar en algún lugar de la sala y le dije a mi padre lo que planeaba hacer. Mi padre quizás no lo entiendo y aunque no pudo evitar dar unos giros desorbitados con los ojos y una mueca rara con la boca, se guardó de no decir nada hasta que yo no hubiera dicho la última de mis palabras, respiro una gran bocanada de aire y me dio un gran abrazo. “Tú eres mi hijo, pase lo que pase pero también eres ya un ser adulto” Supe en ese momento que él no me iba a decir que es lo que tenía que hacer. Quizás era lo que yo estaba buscando, teniendo mi mente más puesta en el pasado que en el presente. Pero aquella época había pasado. Pero supe entonces, que pasara lo que pasara, aquella seguiría siendo mi casa y aquella mi familia. ¿Cómo me sentía? Perdido y la misma vez, reconfortando. Poco me importaba la reunión y sin embargo, si la vida tiene ironías, aquella noche se había convertido en una de ellas haciendo que la reunión que más odiabas se había convertido en el medio para encontrar lo que buscaba ¿Cómo se hubieran sentido ustedes? Pero aún faltaba algo.
Cuando caminamos de regreso a la cocina, vi que mi madre sentada junto a la mesa, simulando escuchar las historias que mi tío contaba en cada fiesta una y otra vez, dejo hacer lo que estaba haciendo cuando vio que mi padre y yo cruzamos la puerta. Miro a mi padre por unos segundos y asintió con la cabeza. En ese momento pensé que sería lindo conocer a una chica con la que bastara una sola mirada para entender lo que había pasado. Y sentí que un peso grande había caído de mis hombros al suelo, para no levantarse jamás.
La reunión seguía su curso, con o sin mí. Las copas seguían sonando, los dientes llenos de comida seguían masticando y las risas seguían aumentando. Nadie se había percatado de mi ausencia. ¿Qué hacía esta gente aquí? A estas horas de la noche, ya habían llegado más personas: estaba mi tía Sonia, la hermana de mi padre, que si bien me había acompañado bastante tiempo desde pequeño las continuas riñas con mi madre la habían obligado (nadie se lo pidió) a alejarse de la familia. Ahora vivía sola y amargada, consumida por una envidia que jamás entenderé. Era un ejemplo perfecto de alguien que lo había recibido todo y poco o nada había hecho con aquel regalo, inflándose de una especie de rencor inexistente. Había llegado también un antiguo primo de mi padre, un hombre que solo se aparecía cuando quería algo. También dos primos, que siempre me saludaban con un cariño exagerado cada vez que me veían, aunque yo sabía muy bien lo que hablaban de mí a mis espaldas. Yo tenía que salir de ahí y así lo hice.
Saliendo de la sala por la puerta principal había un pequeño jardín. Una suave luz amarilla le daba una aspecto de paraíso nocturno y el cielo, no negro sino casi amarillo por el reflejo de los focos, irradiaba algo de magia a estas horas de la noche. El calor se había esfumado y la suave brisa marina se dejaba sentir sobre la piel. Carlos y Roberto se acercaron a mí para preguntarme sobre a donde iríamos una vez la reunión se hubiera acabado “¿No me digas que no va a haber fiesta hoy?” Carlos me aseguro que había un buen lugar donde las chicas se derretían si alguien les decía dos palabras en un idioma extranjero. Roberto me aseguro que lo mejor era ir a un nuevo Pub donde se podía pasársela bien. Eso solo significaba viniendo de sus labios, mucho licor a poco precio. No sé qué cara puse (a veces no podía ocultar la expresión de mi rostro), porque se alejaron de mí, con decepción y algo de temor. No tenía ningún interés en pasar con ellos el resto de la noche “¿Qué te pasa compadre? Tu no eras así” Fue lo último que escuche antes que se alejaran.
Me fui a la cocina donde se estaba sirviendo los tragos y uno que otro bocadito. Mi hermana impaciente se movía de un lado a otro al ritmo del sonido de la música. Me acerque a ella “Me gustaría contarte algo” le dije “Lo se pero no ahora, mañana tendremos mucho que hablar y planear” y me dio un gran abrazo. En eso, abriendo la puerta de par en par volvieron a entrar algunos primos y tíos dispuestos a ver si había algo de comer. Yo no podía seguir soportando eso y tuve la necesidad de salir. Saliendo de la cocina, crucé el garaje y salí.
A esta hora (creo que eran las nueve de la noche) la calle frente a nuestra casa estaba siempre transitada. A pesar de ser angosta, era de doble dirección lo que dificultaba el paso peatonal y aumenta el ruido. Jamás sin embargo me había molestado el ruido. Adoraba sentarme en la acera de afrente, junto a un árbol y mirar el cielo mientras que contaba los carros rojos que pasaban frente a mí. Era un juego tonto de niño, que hasta ahora seguía haciendo. Saludaba al guardián que cuidaba la casa, sentado en su silla, leyendo las últimas noticias deportivas debajo del poste de luz. El respondía casi siempre con un “Hola” obligado. Jamás sonreía, salvo cuando recibía su paga. Crucé la calle, me senté sobre el césped debajo de aquel árbol. Desde aquel sitio pude ver la puerta de mi casa, las luces y escuchar la bulla de la reunión donde todos estaban discutiendo mi futuro. Podía ver las rejas de mi cuarto. También pude ver las rejas del cuarto de mis padres, tapadas por una enredadera verde que servía de cortina de protección. Y recordando mi antiguo juego, sonriendo de mi propia estupidez me puse a contar los autos rojos que pasaban delante de mí.
— Van diez — dijo Cristina.
Voltee la mirada sorprendido al escuchar su voz y la vi escondida entre las sombras del árbol. Se acercó y se sentó a mi lado, como lo hacía cuando éramos solo unos niños. Fue ese mismo sitio que nos vio crecer y fue ese mismo sitio donde nos miramos, no como amigos la primera vez. Debajo de ese árbol que servía de fiel confidente me contó sus temores, anhelos y yo en reciprocidad le abrí las puertas de algunos de mis secretos. Fue debajo de ese árbol cuando me confeso que me quería. Fue debajo de ese árbol cuando le hice la promesa que lo nuestro no funcionaría y que lo mejor era para todos seguir cada quien con nuestro camino. Fue debajo de ese árbol, que ahora me servía de escudo de la reunión donde me despedí de ella.
— Sabes — dijo Cristina. — la reunión es una porquería, aquí creo que se está mejor
— Nunca la pedí —respondí. Cristina tenía los cabellos tapándoles los ojos, como a mí me gustaba.
— Lo sé —dijo ella —por eso es que estoy aquí,contigo. Sé que te gusta este lugar
— Todos dirán que estoy loco, cuando diga lo que tengo que decir.
— Yo sé que no lo estas, tus padres lo saben, tu hermana. ¿Importa más?
— ¿Lo sabes? —pregunté.
— Siempre lo supe — dijo —mejor dicho siempre lo supimos. Míralo por el lado positivo, de todo ese conjunto de gente ahí dentro solo hay unos pocos que en verdad te quieren. Olvida el resto. Si para eso ha servido esta reunión, ha servido para algo bueno — y continuo — ¿Sabes? uno tiene que hacer en la vida muchas cosas que no le gustan pero tarde o temprano se da cuenta de ello y elige el camino que más le conviene —y supe que no solo se estaba refiriendo a mí— y lo importante es ¿Cómo te sientes? —luego de una pausa dijo —Van once autos rojos.
— Siempre extrañe este lugar —dije.
Una aureola de sabiduría me invadió y por fin después de tanto tiempo supe lo que tenía y quería hacer. Pude ver a mis padres, a mi hermana, a esta casa, veinte años en el futuro, pude ver el gras, los llantos y lágrimas que vendrían y pude sentir aquel tiempo que aún no ha llegado. La reunión seguía su curso y la noche comenzaba a despertarse. Me sentí tranquilo y hasta podría decir que feliz.
— Tengo ganas de un helado —me dijo Cristina. Y yo supe que me estaba ofreciendo otra oportunidad
Erasmo Cachay
sobre la vida de un escritor
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