El juramento


La primera vez que Ezequiel y Roberto vieron la casa, en las afueras de la ciudad, quedaron impresionados. No es que conocieran de construcciones ni diseños arquitectónicos. Sus gustos no correspondían al de las famosas personalidades de la metrópoli pero, de tanto arrastrarse por las calles todas las noches viendo casas y casas, pudieron concluir que ésta era la justa para ellos.Ya habían vuelto a conseguir trabajo. Ahora se habían convertido en ayudantes de albañilería. El tiempo de la muerte de su madre, del desempleo y de las noches durmiendo en las calles, quedaba en el pasado.Le pidieron al capataz de la construcción en donde trabajaban que les adelantara algo del sueldo. Apenas recibieron el dinero, se dirigieron rápidamente a la casa.-  La casa está bonita pero, ¿cómo sabemos que la quieren arrendar?  preguntó Ezequiel. 
-  Eso tranquilo que nada más es hablar con los dueños y listo- respondió Roberto. Para eso hay billete. 
-  No va a ser fácil, vea lo que le digo. 
-  Usted tranquilo. Déjeme a mí- aseveró el hermano mayor. 
Volvieron a detallar lacasa: tenía las paredes roídas y húmedas. En el techo de cartón había huecos pequeños y constantes. Desde afuera se sentía un frío crudo y seco. Como si alguien se hubiera muerto adentro. 
Unos segundos. Tocaron a la puerta. Nadie les abrió. Entonces Ezequiel y Roberto comenzaron a gritar. Después de unos instantes, cansados de hacerlo, decidieron entrar por sus propios medios: 
- ¿Entrar nosotros sin que nos hayan abierto? Yo no me atrevo porque de pronto viene la policía. Nos pueden llevar presos- advirtió Ezequiel.Roberto, el mayor, se dirigió a la puerta y la pateó. Adentro, las ratas empezaron a alborotarse. Nadie había abierto porque adentro no había nadie.Entraron. La casa era más pequeña de lo que se la habían imaginado. No tenía muebles. Tan solo dos pedazos de cartón tirados en el suelo. Todo era sucio, húmedo, lleno de polvo:- Huele a mierda. Está lleno de ratas- dijo Ezequiel con los nervios de punta. Roberto se preñó de furia y lo agarró fuertemente del cuello de la camisa:
- ¿Es que no se da cuenta, huevón? La casa está vacía. Esta vaina es de nosotros.Ezequiel se zafó rápidamente:-  Tranquilo, tranquilo. Yo solo le estoy diciendo que no sabemos de quién es. No vamos a pelear ahora. 
-  Escuche: nos vamos a quedar a vivir aquí. No hay nadie, ¿comprende? Aquí será nuestro hogar. Aquí regresaremos después del trabajo, nos protegeremos del frío y de la mala gente. Nos volveremos viejos, la pondremos bien bonita y hasta seremos felices- soltó una carcajada- Y ni muertos vamos a salir de aquí. Se lo juro- sentenció Roberto. 
Ezequiel asintió mientras se pasaba la mano por la frente. Lo que había dicho su hermano era una orden, un pacto irreversible. 
Desde ese día, los hermanos empezaron a habitar la casa. 
Llegaban después del trabajo cuando caía la tarde. Traían el alimento en una bolsa y se sentaban en el suelo a comerlo. Conversaban tirados encima de los cartones hasta bien entrada la madrugada. Hablaban siempre acerca de lo bien que iba la construcción y de lo atractiva que estaba la nueva empleada del capataz. Cuando tocaban el tema de la casa nunca hablaban de lo sucia que permanecía, ni de los muebles y la decoración que nunca procuraron. Siempre se referían a las ratas. Comentaban sobre las nuevas crías, acerca de las que estaban enfermas, de las más gordas y de las que les hacían cosquillas cuando dormían. 
Así pasaba el tiempo. Roberto y Ezequiel empezaron a acostumbrarse a vivir de ese modo. 
Los fines de semana salían al parque y al atardecer regresaban a la casa. Aún conservaban el miedo de que al llegar la encontraran ocupada y hasta Roberto le había sugerido a Ezequiel la necesidad de comprar un arma. 
Una noche, después del trabajo, conversaban tirados encima de los cartones. Roberto jugaba con las ratas: 
-  Hoy vomité, ¿sabe? Vomité espeso- anunció Ezequiel. 
-  Y... ¿a qué horas? – preguntó Roberto. 
-  En la mañana. En todo el día no me he sentido bien. Estoy como enfermo- 
respondió el hermano. 
-  ¿Enfermo usted? No me joda, si desde que yo me recuerdo, nunca lo he visto malo- 
respondió Roberto sonriendo. 
-  Mire para ver si tengo fiebre- pidió Ezequiel. 
Roberto se acercó y le tocó la frente. 
- Puta mierda, si usted está hirviendo- exclamó.Ezequiel se acostó y esa noche se durmió más temprano. Al día siguiente no fue a trabajar. Roberto le dijo que fueran al médico. Ezequiel no pudo levantarse:-  Tranquilo que yo se lo traigo- le dijo Roberto preocupado. 
-  Vaya sin cuidado, hermano, que yo acá tengo resto de amigas que me cuidan- 
respondió Ezequiel mientras intentaba quitarse un bicho peludo de la boca. 
Al final del día, llegó Roberto con el médico de la construcción. 
- El huevón del capataz no me dejó venirme por la mañana. Le mandó saludos. Por allá toditos preguntaron por usted, Ezequiel. Mire, aquí le traigo al doctorcito.El hermano menor permanecía tirado encima de los cartones. Estaba cubierto de ratas. A su lado, yacían cuatro de ellas muertas Un aroma fétido y juicioso aprisionaba la casa por completo.- He tenido que matar algunas amiguitas... estoy mal, hermano... huelo mal... volví a vomitar espeso...las ratas se lo comieron casi todo- murmuró Ezequiel.El médico se acercó asqueado al enfermo, luego de que Roberto hubo ahuyentado a los animales que permanecían nerviosos por la llegada del visitante.Después de examinarlo el médico aseveró:-  A este hombre hay que sacarlo de aquí urgentemente si usted quiere que siga viviendo. Además, esta casa es un asco. Está llena de ratas ¿Cómo lo permiten? ¿Cómo pueden vivir así? ¿Por qué no fumigan? ¿Por qué no se van de aquí? 
-  Hagámosle caso, Roberto- suplicó Ezequiel lavado en sudor. 
Roberto se transformó iracundo: 
-  ¡Le dije que ni muerto abandonábamos esta casa! ¡Y usted! – señaló al médico- ¡usted es una puta gallina! Y avísele a todos que mi hermano y yo renunciamos a esa malparida obra. Y ahora, lárguese si no quiere que lo saque a patadas ¡Fuera de aquí, gonorrea! 
-  Escúcheme- respondió el médico, rasgando lo poco de valor que le quedaba- su hermano se puede morir y tenemos que sacarlo. Se lo suplico. 
Los ojos de Roberto eran de un rojo atrevido. El médico intentó calmarlo: 
-  Mire, hagamos algo: aquí le dejo esta receta para que le compre unas medicinas y unos antibióticos... mañana cuando usted esté más tranquilo, vengo a ver a Ezequiel. 
-  Ya le dije que se fuera- le escupió Roberto en la cara.
El médico salió de la casa. Algunas ratas enfermas lo acompañaron a la puerta. 
Anocheció por completo. Y luego, amaneció.Roberto estuvo con su hermano toda la mañana. Permanecía a su lado espantándole las ratas. El olor era robusto, intratable. Ezequiel no decía nada. Solo se puso frío y pálido. Así transcurrió el día.Al anochecer, Roberto escuchó ruidos. Era el médico de la construcción otra vez. Sin decir nada, le abrió la puerta y se volvió a sentar al lado de su hermano:- No me cierre la puerta- dijo el médico. Nada más quiero verlo.Esa noche, la casa estaba sombría. El olor se había transformado en el infierno de los cinco sentidos. En toda una penuria. El médico se acercó a Ezequiel y le tocó el pecho:- ¿No le compró las medicinas que le receté, verdad?Roberto no contestó. El médico lo miró a los ojos:- Este hombre está muerto. Yo se lo dije. Ahora, saquémoslo de aquí.Roberto guardó silencio. Luego intimidó al médico con rabia y se levantó del suelo lentamente:- ¿Para eso viene? ¿A decirme que mi hermano está muerto? Váyase. No venga más - advirtió.El médico lo miró preocupado:
- ¿Qué le pasa, Roberto? ¿Usted no entiende lo que está pasando?
Roberto vomitó. El doctor trató de ayudarlo pero él lo rechazó inmediatamente:- Váyase, gran hijueputa ¿Cuántas veces le tengo que pedir que se largue?- preguntó el hermano mayor mientras se limpiaba con el trapo que Ezequiel tenía en su frente- Respete la casa ajena.El médico lo miraba suplicante pero los ojos de Roberto no le daban otra salida. Entonces se quitó una bata blanca que había traído y salió de la casa en silencio y con algo de terror en los dientes.Llegó la noche. Quieta. Poderosa. La oscuridad invadió la casa como siempre. Hacía frío. Las ratas estaban más alborotadas que de costumbre. Su hermano estaba cubierto de ellas totalmente. El olor del asco y la podredumbre de las ratas muertas era enloquecedor.El hermano mayor apartó algunos animales y se desplomó en el suelo. Unos metros separados de su hermano. Y vomitó nuevamente.Empezó a quedarse dormido cuando escuchó a su hermano Ezequiel murmurar algo. Enseguida se despertó:-  No te preocupes por mí, Roberto. Yo estoy tranquilo. No siento dolor. 
-  ¿Lo ve? No está muerto- dijo Roberto. 
Ezequiel no contestó. 
-  Dígame, ¿le molestan las ratas? – preguntó Roberto. 
-  Mi cuero está comido por ellas. Estoy invadido. No me importa. Hasta me gusta 
verme así- contestó Ezequiel. 
Permanecieron acostados toda la noche. Roberto quiso levantarse para colocarle otro trapo húmedo en la frente pero no pudo moverse. No se sentía bien. Vomitó otras cuatro veces. 
A pesar de eso, hablaron de todo. Recordaron sus viejos tiempos. Mencionaron a su madre. Charlaron sobre su mala época: cuando quedaron en la calle. Hablaron de la construcción, de las ratas y de la casa. 
Ezequiel se quedó callado al amanecer. Transcurrieron unas horas. Luego, al caer la tarde, se escuchó la puerta. 
- Es ese pendejo del médico, hermano. Pero ahora que entre, le voy a contar que se ha alentado. Le voy a decir que no está muerto como él creía. Tanto que estudian y ni saben lo que dicen- murmuró Roberto.Cubierto de una bata blanca y de guantes, un tapabocas bípedo se abría paso en medio de las ratas. La luz del sol iluminaba la podredumbre del cadáver de Ezequiel.El médico se acercó al hermano mayor, lentamente:-  Usted está enfermo y su hermano se está descomponiendo, Roberto. Déjeme sacarlo de aquí antes de que se muera, por favor. 
-  Me siento bien...no estoy enfermo, hijueputa...mi hermano tampoco está muerto...anoche...anoche yo hablé con él...- susurró. 
-  Ezequiel está muerto. Tiene dos días de estar muerto ¿por qué le cuesta entender eso? Vámonos ya. 
-  Fue...un juramento... de aquí... ni la muerte me saca- soltó un suspiró Roberto. Un suspiro decidido. Como una estaca. 
-  No me lo llevo conmigo porque no puedo cargarlo pero voy a ir por una ambulancia así usted no quiera. 
El médico salió rápidamente de la casa. Los dos hermanos se volvieron a quedar solos con las ratas. Llegó la noche. Roberto no había vuelto a vomitar. Se sentía extraño. Como si el dolor fuera desapareciendo del cuerpo. Como si flotara. Entonces Ezequiel abrió los ojos:-  ¿Cómo se siente, hermano? – preguntó. 
-  Raro. Pero nada mal- respondió Roberto. 
-  ¿Y le siguen molestando las ratas? 
-  No las siento pero las veo. 
-  ¿Dolor? 
-  No. 
Se escuchó otra vez la puerta y una sirena a lo lejos. 
-  Mire, ahí viene el médico ese. Pero sigamos hablando que él no nos va a oír- dijo Ezequiel. 
-  Me está tocando y no entiendo - replicó Roberto. 
-  ¿Qué es lo que no entiende, hermano querido? 
-  Dice que es demasiado tarde. Le dice al enfermero que estoy muerto. Mucho bruto. 
-  Mire, ahora viene entrando el capataz de la construcción y dos compañeros. 
-  Lo están cargando, huevón. Haga algo que mire que le están agarrando el culo. 
-  Fue bello haber vivido aquí con usted, ¿sabe? 
-  Juramento es juramento, ¿no? Usted sabe cómo es conmigo. 
-  ¿Adónde nos llevarán? ¿A la clínica? 
-  ¿Fue que no escuchó lo que acaban de decir? 
-  No ¿Qué dijeron? 
-  Vamos a la morgue. 
Entonces se llevaron los cuerpos. Las ratas, que estaban escondidas, los vieron alejarse en silencio y se quedaron solas. 


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Published on November 26, 2015 15:20
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