SHOT

Nos volvimos a encontrar en una cafetería con vista al mar. Había llegado con su esposo gringo por quien en el fondo, yo sentía lástima.  Pude sentir cómo se estremeció ante un recuerdo del futuro y pude atrapar unas contracciones lumínicas de serpientes en el aire. Jamás pensó que el tiempo nos iba a poner cara a cara de nuevo. La distancia de una herida que aún no cerraba del todo.
Nos separaba una sola mesa; sé que trató de decirle a su marido que se fueran pero luego se arrepintió. Nunca pudo entender el misterio de por qué no se fue cuando pudo. Después, digirió eso que el destino excretó con cartas marcadas. 
Pidió una torta de espinaca y un jugo de mandarina. Tom, su marido, la misma torta pero con un jugo de fresa. Pude escucharlos hablar con el mesero. 
Sus ojos saltaban de un lado a otro, menos hacia la dirección de los míos. La comisura de sus labios intentaba reírse de los malos chistes de su marido.  Sabía que aunque no me había visto durante eternidades, ella pensaba en mí todo el tiempo, mientras el pobre Tom trataba de hacerla reír con los últimos chascarrillos que seguro aprendió de sus compañeros de trabajo tercermundistas de la oficina donde hacía unos años lo habían trasladado. 
Yo permanecía quieto escribiendo. Intentaba concentrarme en lo mío: debía revisar una tesis de grado y armar la reseña del último álbum de Janet Jackson. Pero a pesar de que mataba con ansias las teclas de mi laptop, la tentación de cruzar miradas con ella, me llenaba de fiebre lunar.
No pude más. Tomé un sorbo de mi café. Levanté la cara y la miré directamente a los ojos para armar un duelo con sus pupilas y desempolvar el tiempo. Pude ver que llevaba puesto un vestido azul parecido a uno que dos años atrás le había quitado con fervor en el penthouse de un hotel del centro, donde usualmente nos masacrábamos sin piedad.

La provocaba, esperando su respuesta. Como la muerte, que siempre llega. Mi mirada envió toda la fuerza final de los ritos nunca nombrados, hasta que por fin sus ojos verdes se estrellaron contra los míos.  Y me di cuenta de que algo lejano le atrapó su pecho. Y la humareda del recuerdo nos mitigó el alma. Nos conectamos en un sorbo de café sincronizado y nos martirizamos juiciosamente en el silencio. Dos segundos después, cuando ella temblaba firmando la sentencia de las dudas internas, yo recogí mis cosas y pasé por su lado como si fuera un mortal más y no el verdugo de sus amores desperdiciados. Estando cerca, exhalé un suspiro de tiempos idos y juré por mis muertos que jamás volveríamos a encontrarnos en lo que nos quedara de vida.
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Published on November 14, 2016 18:44
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