Relato

Hace tiempo que no paso por aquí, el verano es lo que tiene. Pero la rutina va poco a poco ocupando su lugar y he decidido que, aunque podría contaros muchas cosas, quiero regalaros un pequeño relato. Espero que os guste...

"El oleaje le acuna, tumbado boca arriba en la toalla siente el sol calentando su cara y el arrullo del mar le lleva por otros momentos, donde los sueños dejaron de ser pesadillas.
Ella se ha ido a caminar por la orilla hace un rato, él no la ha acompañado porque su rodilla aún se resiente, es probable que sea así siempre, que la humedad haya quedado acogida en ella como un huésped perenne. La calle es lo que tiene, machaca el cuerpo con fuerza y ahoga la mente. Por suerte para él, todo cambió el día que ella lo encontró recostado en su portal a la espera de un día nuevo, pero no diferente. Aquellos días en los que creer que algo lo cambiaría todo hacía tiempo que se habían quedado atrás, los sueños de una vida mejor son para los que tienen una almohada en la que cobijarlos.
Sabe que la gente los mira, sabe que a muchos les cuesta comprender, pero le da igual. Cuando caminan cogidos de la mano por la calle o por esa misma orilla que ahora le acompaña; cuando se besan con pasión o con una dulzura todavía más íntima; cuando se miran como si la vida solo fuera cosa de ellos dos, nota que hay ojos en ellos, intuye las miradas suspicaces y cotillas que quieren saber por qué. Lo triste es que, si no lo saben, pues se lo inventan, que es mucho más divertido.
No se engaña, tiene claro que no podría explicarles nada y que, aunque lo hiciera, ellos no querrían entender. Cómo explicarles que ha aprendido a ver en cada arruga suya una historia distinta, un lugar donde descubrir una maravilla diferente. Cómo decirles que su corazón no tiene edad porque los sentimientos solo entienden de intensidades y no de números. Cómo contarles que ella, gracias a esa vida de ventaja, es quien es, es de quien se enamoró y que, el color de su pelo o las manchas de sus manos, solo le importan cuando la brisa juega con él por las mañanas o cuando en el sofá se paran los minutos contando esas marcas con las que la acarició la vida.
Es un mentiroso, un aprovechado. Tal vez tengan razón, es posible que haya algo de verdad en esas palabras escondidas que piensan, pero no dicen. Sí, es un aprovechado porque cómo no agarrarse fuerte a la oportunidad que la vida puso ante él aquella noche fría. Imposible no enamorarse de esa inteligencia humilde tan suya, imposible no fascinar ante la generosidad que mostró con él cuando todos los demás solo le mostraban espaldas, cuando ni siquiera él creía en sí mismo. Qué difícil no soñar con sonreír cuando, a veces, ella se sonroja como una niña ante una mirada suya o una caricia desvergonzada.
Podría contarles que una manta y un bocadillo, dieron paso a una ducha y un plato caliente para días más tarde, convertirse en ropa limpia y unos zapatos nuevos. Que el corte de pelo, el sitio en la mesa y la cama en un pequeño cuarto fueron llegando poco a poco, como gotas de agua ante un suelo yermo, provocando más sed, más miedo y lo que es peor, esperanza. Si tuviera ganas, o quizá, si le importaran más, les diría que tras un año en la calle él tenía pocos sueños que ofrecer y mucha historia triste que contar. Y ella, le escuchó sin preguntar, sin juzgar, y le dejó hacer suyo algunos de sus sueños. ¿Por qué les cuesta tanto comprender que es muy fácil enamorarse de alguien que te regala esperanza? La fe en uno mismo es algo que no tiene precio, es la fuerza que hace que te muevas, que avances, que sueñes, que vivas; es el engranaje perfecto para funcionar. Y ella se la dio a manos llenas, en miradas confiadas y una generosidad olvidada hacía tiempo.
Bajo ese nuevo sol que hoy acaricia su piel, pasa sus dedos por la pequeña lágrima que se tatuó no hace mucho bajo su ojo izquierdo. Es consciente de que le hace parecer más desamparado, o más payaso, no lo tiene claro. Pero le gusta, muy al contrario de lo que pueda parecer, no lo hizo para recordar toda esa tristeza en la que vivió mucho antes de terminar dando tumbos por las calles. Lo hizo para recordar que también se puede llorar de alegría, algo que ella le ha mostrado a lo largo del tiempo compartido. Saber sonreír cuando hay que llorar y estirar la mano cuando solo tienes ganas de salir corriendo en la dirección contraria, es algo que ha aprendido a su lado.
Sabe que llega sin necesidad de abrir los ojos, su cuerpo vibra de anticipación, su aroma le llega entremezclado con la suave brisa de la tarde y es capaz de distinguir el ritmo único de su respiración por encima del suave murmullo de las olas y de otras risas. Y sí, aquel chico rendido que había perdido toda esperanza entre los callejones de la vida, no puede evitar sonreír."
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Published on September 05, 2017 10:00
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