TRANS
Sigo sangrando por la nariz, tengo una herida abierta en la frente y mi ojo izquierdo comienza a inflamarse, producto del puñetazo cruel que me dio Mercedes en el cuarto de atrás. Sinceramente no esperé que tuviera tanta fuerza, teniendo en cuenta que se trata de una mujer. Pero bueno… si lo miramos en perspectiva, el sudoroso mastodonte bípedo pesa algo así como 130 kilos y no mide más de ciento sesenta centímetros. Esto es serio. Créanme.Pero, ¿por qué estoy recibiendo coñazos de una gorda?Bien, pues resulta que soy miembro de una red de trata de gente deforme y/o bichos raros. Consigo freaks para freaks, en parte es por eso.
El caso de Mercedes es uno de los más inofensivos; he visto cosas peores: algunos han pagado por sexo con personas de miembros amputados, ciegas o en estado de coma. Recuerdo que una vez un cliente nos solicitó una mujer mayor, como de unos 80 años que ojalá usara pañales defecados. Su mayor fantasía era penetrarla, siempre y cuando la anciana tuviera el pañal lleno de heces y estuviera dormida.
También se me viene a la mente un peruano de clase alta, de esos que no se mezclan con los indígenas; le encantaba que alguien le propiciara choques eléctricos mientras una puta le metía por la nuca agujas calientes.
Puedo jurar que esto de la gorda es una tontería. Nos la solicitó un pastor de una iglesia cristiana, esos y los curas, son los bichos más degenerados de la raza humana. Me encontré con él en la cafetería de la playa donde siempre me cito con los clientes, le pregunté por qué en su caso, quería tener sexo con una gorda. Me contó que quería hacerlo porque extrañaba a su hija.
Sinceramente no entendí nada. ¿Qué tenía que ver su retoño y semejante aberración? Pues bien, el tipo me hizo saber que su única hija, aunque había nacido con una masa corporal promedio, empezó a desarrollar un sobrepeso grotesco, lo cual a su vez, le hizo recordar con el tiempo a la primera puta con la que perdió la virginidad. Eso lo encariñó. Como el pastor no tenía sexo con su esposa, fue seduciendo a su propia princesa hasta fornicar con ella cinco veces por semana. Y todo hubiera ido de maravilla a no ser porque después de unos años, la muchacha murió de un coma diabético. El rinoceronte con vulva descubrió el chocolate para untar y se volvió adicta. Un día, su corazón hizo “piaf” ─como Edith─ y chao. Cuando le pregunté cómo es que su hija no lo denunció nunca, me contestó que Liliana, como se llamaba la joven, padecía un retraso mental moderado, pero además me hizo saber que él estaba convencido de que en el fondo a ella le gustaba su manera de darle sexo: “mientras le hacía sexo oral, puedo asegurar que ella siempre lubricaba por la boca”, me aseguró con fe. Yo me quedé callado mientras vi que al pastor se le escurrían unas cuantas lágrimas como de nostalgia, de la nostalgia esa que da cuando se pierde algo que jamás va a volver. “Tal vez podamos regresarle a su hija en forma de fantasía”, le dije. Él me contestó que esto no se trataba de ninguna fantasía. Me pasó una foto de su Liliana y me exigió que la candidata fuese parecida en todo, no solo en lo físico sino que también tuviera un retraso mental, además de la gordura necesaria. Si conseguíamos el pack completo, él podía pagarnos el doble. Enseguida nos pusimos a la tarea; fui a hablar con mi socio al que le decimos “El trapo”.En esta red, yo siempre soy la carnada. Tengo 29 años y soy encantador. Algo nervioso pero fascinante. Sé tratar a la gente y cuando quiero, ¡puedo ser tan dulce!
Buscando a la víctima, me fui a esos colegios para gente “especial” (¡checked!) y metido en el carro oyendo “Aire” de Los Cafres, empecé a perfilar a mi voluminosa chica. Para ser franco, no me costó mucho trabajo. Apareció enseguida. Salía rodando con un vestido de flores, su pelo rizado y largo y una despampanante sonrisa idiota mientras conversaba con un par de amigas casi igual de bobas a ella. Estaba seguro de que hablaban de Justin Bieber o de Edwin Garrido: siempre he dicho que los imbéciles adoran a los imbéciles. Hacer que la gorda cayera en mis redes era pan comido. Mis ojos azules tienen un affair con el mar de mi ciudad. Me bajé del carro y caminé un rato detrás de ella en medio de la algarada de los estudiantes. Pude escuchar las cosas que necesitaba saber: se llamaba Mercedes Ramos y le encantaba chatear en kitty.com, una de esas páginas para conocer nuevos amigos y “¿por qué no, al amor de tu vida?”.De ahí en adelante se puso en marcha la táctica sin fin: un perfil falso (me puse “Búho” en el chat), las frasecitas matadoras, la dulzura high y cuando ya la tuve conectada de corazón y vagina, solo había que armar una cita en el Malecón para conocernos mejor. Enamorar a una gorda retrasada es un hielo en la caldera de un sauna. Mercedes se enamoró completita de mí sin haberme visto en persona. Un hit: me mandaba besos al whatsapp, corazoncitos de Pitufos a mi falso correo electrónico y hasta poemas sosos. En dos semanas yo tenía a su amor sitiado a mi merced. Las ilusiones venosas casi nunca tienen sangre, ─pensé─. Hay veces que el sol se esconde en la tarde y nos deslumbra de nuevo, como si nos rasgara la piel por primera vez. Yo por mi parte le contestaba al bofe con amor, con el amor más puro que la falsedad puede concebir. Le decía que jamás había sentido lo que sentía cuando chateaba con ella y que para alguien como yo, acostumbrado a tener a tantas mujeres que se acercaban a mí por mi físico, era reconfortante darle un respiro a mi alma con una mujer que miraba más allá de mi cara bonita. Yo también estaba sintiendo maripositas en el estómago. En el estómago de una Moa. En esta vida, lo verdaderamente difícil es no mentir.Con el paso de los días pude saber lo que necesitaba sobre mi nueva enamorada, para que cuando llegara el momento justo y la secuestrara, no hubiera problemas con la ley ni con nadie que fuese a rescatarla. Supe que Mercedes vivía con una tía solterona que era maestra en el colegio donde ella estudiaba y que por las tardes se iba a dictar yoga a ancianos terminales (por cierto, también consideré a la tía, por si en un futuro, aparecía algún depravado al que le encantase penetrar a una milf yogui, en medio de la postura del cuervo y del grito de “OMMMMMMM”).El caso es que Mercedes, mi víctima, permanecía toda la tarde sola. Y a pesar de que, como les dije, su edad biológica era de 25, no tenía un desarrollo mental más allá de 15 años. Por momentos, cuando chateábamos, pensaba que ponía a una hermanita menor a responderme. Era una excitación fofa. Además, me enteré de algo sublime: la manazas era virgen. Antes del encuentro en la cafetería del Malecón, se lo hice saber a mi socio y él se lo comunicó al pastor caliente y desorbitado. “Se la conseguimos inmejorable”, le dijo “El trapo” al dildo de Jesús. “Escúcheme bien: además de ser gorda y retrasada, es virgen. Ella vale no un 100% más de lo que nos prometió sino un 150% al menos… y si no nos lo paga, entonces no habrá felicidad para usted”.“El trapo” me contó que nuestro pastorcito no pudo evitar apretarse su bulto mientras nos firmaba el cheque requerido, suplicando que se la lleváramos esa misma noche. Estaba crazy ynecesitaba penetrar a su fantasma.Yo seguí adelante. La cité en la cafetería del Malecón. Antes de vernos cara a cara alcanzó a chatearme: “cuando nos juntemos, sabrás algo que nunca le he dicho a nadie en mi vida”.
Nos encontramos como quien pare un hijo en el agua. Me aseguré de que llegara sola. Cuando nos reconocimos, pude notar que se había maquillado mal, que le temblaban las piernas y la mandíbula, y que su labio inferior se estiraba y se contraía en un acto reflejo de nervios. Estuvo sonrojada todo el tiempo porque el amor es tan obvio como el desconcierto. Repetí mis comentarios habituales: “eres más bonita de lo que creía”, “me gustan tus ojos”, “se te hace un hermoso huequito en los cachetes como a mí”, “estamos vestidos con los mismos colores” y otras frases para mentecatas. Noté que cuando hablaba, se entrecortaba y sus tetas subían y bajaban como si estuvieran metidas en un ascensor cocainómano.Y mientras conversábamos, preñados por una tarde azul, le eché en el momento más romántico y como siempre lo hago con mis víctimas, la mágica escopolamina en su gaseosa roja para luego llevármela al carro como un borrego. “Tengo algo que decirte, Búho. Quiero contártelo antes de irnos de aquí”, me dijo. Y le contesté lo que contestan los funcionarios públicos que deben darle la medicina a los desvalidos: “después”. Nos deslizamos un poco por la ciudad de arreboles y brisas, bordeando la carretera que da al mar, mientras oíamos eternamente “Don´t go and put a bullet in your head” de Lenny Kravitz, como ya es costumbre cada vez que cae un pez gordo a mi red. Mercedes miraba el mundo con las pupilas de un gigante, al tiempo que un hilito de baba le salía por la comisura de sus desganados labios. Y esa sonrisa idiota… Por un momento me empapé de un aceite mental nazi y recordé la vez aquella que un mongo me metió una zancadilla en el salón del colegio. Recuerdo que me levanté del suelo con el tabique roto y así ensangrentado como estaba, lo agarré de la cabeza y lo estrellé contra el tablero hasta hacerle una herida profunda, como esa que queda en las almas cuando se nos muere aquel a quien amas. Nos llevaron a la rectoría, que es como la cárcel de los niños. Mi madre escuchaba la versión del idiota, llamado Rodolfo Ibañez, en donde aclaraba que la zancadilla había sido sin querer, mientras la herida de su frente en retribución, seguía chorreando sangre por encima del esparadrapo. La madre del tarado decía también: “fue sin querer”. Era increíble: ofrecer disculpas y sentirse mal por haber recibido una reprimenda. El culpable había sido yo por haberle estrellado la cabeza contra la pared a un estúpido del curso. Pero como yo actué en defensa propia era el rey.La cara incómoda del rector provocaba muy en el fondo, la sonrisa de mi madre, una sonrisa hermosa que jamás pudo disimular; es que a mi madre como a mi, nos divertía contemplar a los idiotas, solo que mi madre era políticamente correcta y no lo aceptaba en público. Así que mientras manejaba por la autopista, tomé a Mercedes por el pelo y le pregunté como si fuese aquel viejo momento de la rectoría: “¿Fue sin querer, Mercedes? ¿Crees que todo en la vida se hace sin querer?”Mercedes veía a la ciudad masturbándose en un líquido salino de calles que anunciaban la noche. Y ante mi pregunta, ella no contestó nada. Se quedó callada, tal vez pensando en el tiempo perdido de ese día. Asumiendo que algo no andaba bien, como le pasa a los oficinistas cuando salen del trabajo, cuando sienten que ahí encerrados en el cubículo, se mueren otro poco.Llegamos a la finca que tenemos cerca de Manzanillo del Mar. Habiendo estacionado, la ayudé a bajar. Como estaba anestesiada, pesaba como un yunque. Costó demasiado apoyarla en mi.“Déjame decirte lo que había pensado para ti”, me suplicaba mientras la arrastraba al cuarto del deseo donde se encontraría con el pastor nostálgico que seguramente estaba por llegar.Cuando estuvimos adentro de la habitación dejé el bulto de grasa que era ella y le pregunté qué era lo que tenía que decirme. Me miró como miran las vacas que van hacia el matadero:“No tenías necesidad de hacerlo, bobito”, fue lo que me dijo.“¿Hacer qué?”, le pregunté fornicado por mis falacias.
Ella me dijo que sabía que yo la había “emburundangado” y que no tenía por qué haberlo hecho porque yo le encantaba y porque desde que me conoció tuvo claro que iba a perder su virginidad conmigo sin necesidad de haber tenido que drogarla. Luego me sonrió como mirando a la luna y me dijo que estaba enamorada de mí.Pensé en mi madre. Me reí como lo hubiera hecho ella si hubiese estado viva. “¿De qué te ríes, Búho?”, me preguntó desconcertada.“De que eres una gorda bruta”, le enfaticé pero con ternura, “aunque fueses la última vagina del mundo, yo jamás escupiría mi líquido precioso adentro de ti, boba”.Ella palideció como si tuviera cinco años y se hubiera perdido en un supermercado marciano. Y yo rematé diciéndole sin perder mi caballerosidad que no iba a hacerle el amor y que contrario a todo, ella era una víctima más de la organización de trata de gente deforme y/o bichos raros. Le aclaré, por si no lo había entendido, que ella era una cosa deforme y/o rara… y que además si iba a tener sexo, era con un clientepastorcristiano que violaba a su hija mongólica y que había quedado preso de la nostalgia para toda la eternidad. “Esta noche, tú eres la nostalgia”, le dije. En esta vida, lo verdaderamente difícil es no mentir. Le dije que le traería un vaso de agua y que mientras el pastor venía, era importante que pensara en sexo para que su cliente la encontrara lubricada y no le doliera tanto. Al ver su cara de tristeza, le sonreí y le dije que no osara nunca más pensar que con sus dientes pequeños, su encía grande y sus aros de cebo indómito, alguien iba a fijarse en ella.Con la poca dignidad que le quedaba sollozó: “yo no soy tan gorda”. Y le rematé: “claro que no: eres una cerda”, y dejé escapar una nueva risotada.Y de aquí en adelante les juro por Dios que esto pasó: Estaba a punto de abrir la puerta del cuarto cuando sentí que sus manos me atrapaban la cabeza y en medio de gritos, ella me aprisionaba hasta el delirio mientras su voz me pedía que le repitiera lo que le había dicho. Pensé en aquel tontarrón del colegio, en Rodolfo, y enseguida sentí cómo mi hermosa cara se estrellaba contra la pared al tiempo que Mercedes me reventaba el tímpano diciendo que no era una cerda.
El primer golpe y el crack de mi tabique otra vez. El segundo y una herida abierta en la frente. El tercero y logré zafarme. Era eso o morir. La empujé un poco y traté de correr pero la subnormal, con una agilidad que aún no entiendo, se repuso muy rápido y me cimentó un puñetazo en mi ojo izquierdo. Di unos pasos agigantados y cerré la puerta en medio de un forcejeo de cien demonios. Mercedes quedó adentro del cuarto y aullaba, poseída por el descontrol. Chillaba como la cerda que era y desgarraba la garganta asegurando que me iba a matar y que iba a despedazar con sus propias manos a quien entrara por esa puerta porque si era una cerda, sería la cerda del averno, la cerda de Lucifer y Sansón juntos.
Estaba fuera de sí el animal triglicérido.Ahora estoy tratando de recordar todo esto mientras me pongo un algodón en la herida de la frente. Había dicho antes que lo de la gorda era estúpido pero en estos momentos les juro que jamás había pasado por algo así. Ninguna de mis víctimas me había sacado una gota de sangre. Mi tabique roto me lleva atrás en el tiempo. Para rematar, escucho la puerta tocar. Me seco la sangre y abro. Mi cara no es la más presentable ante el pastor cristiano que transforma su expresión de lujuria en el eterno desconcierto de aquello que no suele avisar cuando se presenta.“¿Qué le pasó? Está hecho un desastre” me dice. Le respondo que se presentó un problema con la clienta. Le digo que se trata de una cerda. Se puso furiosa y me atacó. El pastor sonríe y vuelve a apretar con una mano el bulto entre sus piernas. “Peligrosa es más caliente”, me responde con la cara roja y con una certera carpa de circo entre las piernas.Le advierto que Mercedes noquea como un campeón de boxeo. Y que lo mejor es que no entre a verla.Pero él solo es un glande arrastrando a un recuerdo. Le pido a su Dios que proteja su vida mientras voy al cuarto principal donde hay unas cámaras que permiten ver lo que acontece en el cuarto donde está esa loca untuosa.Enciendo el monitor y esto es lo que veo: el pastor entra sigiloso y con algo de temor aunque con una sonrisa franca buscando a Mercedes a quien no percibo inicialmente. Pero luego yo hago un zoom out y la encuentro sonriéndole a su “cliente”. No puedo creerlo: ella no puede reír porque los cerdos no ríen. Sé que es una trampa hacia el pastor que ya empieza a relajarse y a sonreírle de vuelta. Y justo cuando el pastor se dispone a tocarla, la muy papanatas se le lanza como un macaco-trans al cuello y con sus dientes puntiagudos arranca una parte del cuello al pobre hombre, provocando que el trastornado caiga a la cama y convulsione como un poseído de Buer. A la cerda se le ha salido la bestia.En esta vida, lo verdaderamente difícil es no mentir.Ahora se dirige hacia la puerta con la boca llena de sangre y escupe pedazos de cuello de pastor y golpea la madera como loca. Yo estoy ahora escondido con llave en la pieza principal. La cerda está llena de grasa de furia saturada y acaba de tumbar lo que queda de su cuarto. Ya no alcanzo a verla y solo puedo prepararme para la batalla final.Confieso que empiezo a temblar ahora que escucho sus pasos acercarse por el corredor. A pesar de que tengo un revolver en las manos, sé que cuando le dispare, ella amortiguará las balas con su colesterol de despecho. Se vaciará todo el proveedor de la pistola en su barriga y cuando el aparato no sea más que una goma de mascar, Mercedes se lanzará sobre mí como hizo con el pastor y me retorcerá el cuello. Veo venir un golpe fuerte contra la madera.Me aseguro en todo caso de que la pistola esté cargada para dispararle a la adiposa apenas tire la puerta abajo. Escucho un estruendo y veo que la puerta cae. Como si el mar se saliera de su espacio. Pienso en la calumnia de la nostalgia.
Intento disparar contra sus llantas lipoproteínicas pero no me salen balas. Un percutor dañado. Mercedes me mira y en sus ojos pequeños puedo ver un fuego anaranjado de ira. El dolor de una marrana engañada y con sus ilusiones maltrechas.Yo atino a decirle algo en medio de un tartamudeo:“No quise herirte, Mercedes: te juro que fue sin querer”.Pero mientras Mercedes me asfixia, me susurra al oído: “Nada ocurre sin querer”.
FIN
El caso de Mercedes es uno de los más inofensivos; he visto cosas peores: algunos han pagado por sexo con personas de miembros amputados, ciegas o en estado de coma. Recuerdo que una vez un cliente nos solicitó una mujer mayor, como de unos 80 años que ojalá usara pañales defecados. Su mayor fantasía era penetrarla, siempre y cuando la anciana tuviera el pañal lleno de heces y estuviera dormida.
También se me viene a la mente un peruano de clase alta, de esos que no se mezclan con los indígenas; le encantaba que alguien le propiciara choques eléctricos mientras una puta le metía por la nuca agujas calientes.
Puedo jurar que esto de la gorda es una tontería. Nos la solicitó un pastor de una iglesia cristiana, esos y los curas, son los bichos más degenerados de la raza humana. Me encontré con él en la cafetería de la playa donde siempre me cito con los clientes, le pregunté por qué en su caso, quería tener sexo con una gorda. Me contó que quería hacerlo porque extrañaba a su hija.
Sinceramente no entendí nada. ¿Qué tenía que ver su retoño y semejante aberración? Pues bien, el tipo me hizo saber que su única hija, aunque había nacido con una masa corporal promedio, empezó a desarrollar un sobrepeso grotesco, lo cual a su vez, le hizo recordar con el tiempo a la primera puta con la que perdió la virginidad. Eso lo encariñó. Como el pastor no tenía sexo con su esposa, fue seduciendo a su propia princesa hasta fornicar con ella cinco veces por semana. Y todo hubiera ido de maravilla a no ser porque después de unos años, la muchacha murió de un coma diabético. El rinoceronte con vulva descubrió el chocolate para untar y se volvió adicta. Un día, su corazón hizo “piaf” ─como Edith─ y chao. Cuando le pregunté cómo es que su hija no lo denunció nunca, me contestó que Liliana, como se llamaba la joven, padecía un retraso mental moderado, pero además me hizo saber que él estaba convencido de que en el fondo a ella le gustaba su manera de darle sexo: “mientras le hacía sexo oral, puedo asegurar que ella siempre lubricaba por la boca”, me aseguró con fe. Yo me quedé callado mientras vi que al pastor se le escurrían unas cuantas lágrimas como de nostalgia, de la nostalgia esa que da cuando se pierde algo que jamás va a volver. “Tal vez podamos regresarle a su hija en forma de fantasía”, le dije. Él me contestó que esto no se trataba de ninguna fantasía. Me pasó una foto de su Liliana y me exigió que la candidata fuese parecida en todo, no solo en lo físico sino que también tuviera un retraso mental, además de la gordura necesaria. Si conseguíamos el pack completo, él podía pagarnos el doble. Enseguida nos pusimos a la tarea; fui a hablar con mi socio al que le decimos “El trapo”.En esta red, yo siempre soy la carnada. Tengo 29 años y soy encantador. Algo nervioso pero fascinante. Sé tratar a la gente y cuando quiero, ¡puedo ser tan dulce!
Buscando a la víctima, me fui a esos colegios para gente “especial” (¡checked!) y metido en el carro oyendo “Aire” de Los Cafres, empecé a perfilar a mi voluminosa chica. Para ser franco, no me costó mucho trabajo. Apareció enseguida. Salía rodando con un vestido de flores, su pelo rizado y largo y una despampanante sonrisa idiota mientras conversaba con un par de amigas casi igual de bobas a ella. Estaba seguro de que hablaban de Justin Bieber o de Edwin Garrido: siempre he dicho que los imbéciles adoran a los imbéciles. Hacer que la gorda cayera en mis redes era pan comido. Mis ojos azules tienen un affair con el mar de mi ciudad. Me bajé del carro y caminé un rato detrás de ella en medio de la algarada de los estudiantes. Pude escuchar las cosas que necesitaba saber: se llamaba Mercedes Ramos y le encantaba chatear en kitty.com, una de esas páginas para conocer nuevos amigos y “¿por qué no, al amor de tu vida?”.De ahí en adelante se puso en marcha la táctica sin fin: un perfil falso (me puse “Búho” en el chat), las frasecitas matadoras, la dulzura high y cuando ya la tuve conectada de corazón y vagina, solo había que armar una cita en el Malecón para conocernos mejor. Enamorar a una gorda retrasada es un hielo en la caldera de un sauna. Mercedes se enamoró completita de mí sin haberme visto en persona. Un hit: me mandaba besos al whatsapp, corazoncitos de Pitufos a mi falso correo electrónico y hasta poemas sosos. En dos semanas yo tenía a su amor sitiado a mi merced. Las ilusiones venosas casi nunca tienen sangre, ─pensé─. Hay veces que el sol se esconde en la tarde y nos deslumbra de nuevo, como si nos rasgara la piel por primera vez. Yo por mi parte le contestaba al bofe con amor, con el amor más puro que la falsedad puede concebir. Le decía que jamás había sentido lo que sentía cuando chateaba con ella y que para alguien como yo, acostumbrado a tener a tantas mujeres que se acercaban a mí por mi físico, era reconfortante darle un respiro a mi alma con una mujer que miraba más allá de mi cara bonita. Yo también estaba sintiendo maripositas en el estómago. En el estómago de una Moa. En esta vida, lo verdaderamente difícil es no mentir.Con el paso de los días pude saber lo que necesitaba sobre mi nueva enamorada, para que cuando llegara el momento justo y la secuestrara, no hubiera problemas con la ley ni con nadie que fuese a rescatarla. Supe que Mercedes vivía con una tía solterona que era maestra en el colegio donde ella estudiaba y que por las tardes se iba a dictar yoga a ancianos terminales (por cierto, también consideré a la tía, por si en un futuro, aparecía algún depravado al que le encantase penetrar a una milf yogui, en medio de la postura del cuervo y del grito de “OMMMMMMM”).El caso es que Mercedes, mi víctima, permanecía toda la tarde sola. Y a pesar de que, como les dije, su edad biológica era de 25, no tenía un desarrollo mental más allá de 15 años. Por momentos, cuando chateábamos, pensaba que ponía a una hermanita menor a responderme. Era una excitación fofa. Además, me enteré de algo sublime: la manazas era virgen. Antes del encuentro en la cafetería del Malecón, se lo hice saber a mi socio y él se lo comunicó al pastor caliente y desorbitado. “Se la conseguimos inmejorable”, le dijo “El trapo” al dildo de Jesús. “Escúcheme bien: además de ser gorda y retrasada, es virgen. Ella vale no un 100% más de lo que nos prometió sino un 150% al menos… y si no nos lo paga, entonces no habrá felicidad para usted”.“El trapo” me contó que nuestro pastorcito no pudo evitar apretarse su bulto mientras nos firmaba el cheque requerido, suplicando que se la lleváramos esa misma noche. Estaba crazy ynecesitaba penetrar a su fantasma.Yo seguí adelante. La cité en la cafetería del Malecón. Antes de vernos cara a cara alcanzó a chatearme: “cuando nos juntemos, sabrás algo que nunca le he dicho a nadie en mi vida”.
Nos encontramos como quien pare un hijo en el agua. Me aseguré de que llegara sola. Cuando nos reconocimos, pude notar que se había maquillado mal, que le temblaban las piernas y la mandíbula, y que su labio inferior se estiraba y se contraía en un acto reflejo de nervios. Estuvo sonrojada todo el tiempo porque el amor es tan obvio como el desconcierto. Repetí mis comentarios habituales: “eres más bonita de lo que creía”, “me gustan tus ojos”, “se te hace un hermoso huequito en los cachetes como a mí”, “estamos vestidos con los mismos colores” y otras frases para mentecatas. Noté que cuando hablaba, se entrecortaba y sus tetas subían y bajaban como si estuvieran metidas en un ascensor cocainómano.Y mientras conversábamos, preñados por una tarde azul, le eché en el momento más romántico y como siempre lo hago con mis víctimas, la mágica escopolamina en su gaseosa roja para luego llevármela al carro como un borrego. “Tengo algo que decirte, Búho. Quiero contártelo antes de irnos de aquí”, me dijo. Y le contesté lo que contestan los funcionarios públicos que deben darle la medicina a los desvalidos: “después”. Nos deslizamos un poco por la ciudad de arreboles y brisas, bordeando la carretera que da al mar, mientras oíamos eternamente “Don´t go and put a bullet in your head” de Lenny Kravitz, como ya es costumbre cada vez que cae un pez gordo a mi red. Mercedes miraba el mundo con las pupilas de un gigante, al tiempo que un hilito de baba le salía por la comisura de sus desganados labios. Y esa sonrisa idiota… Por un momento me empapé de un aceite mental nazi y recordé la vez aquella que un mongo me metió una zancadilla en el salón del colegio. Recuerdo que me levanté del suelo con el tabique roto y así ensangrentado como estaba, lo agarré de la cabeza y lo estrellé contra el tablero hasta hacerle una herida profunda, como esa que queda en las almas cuando se nos muere aquel a quien amas. Nos llevaron a la rectoría, que es como la cárcel de los niños. Mi madre escuchaba la versión del idiota, llamado Rodolfo Ibañez, en donde aclaraba que la zancadilla había sido sin querer, mientras la herida de su frente en retribución, seguía chorreando sangre por encima del esparadrapo. La madre del tarado decía también: “fue sin querer”. Era increíble: ofrecer disculpas y sentirse mal por haber recibido una reprimenda. El culpable había sido yo por haberle estrellado la cabeza contra la pared a un estúpido del curso. Pero como yo actué en defensa propia era el rey.La cara incómoda del rector provocaba muy en el fondo, la sonrisa de mi madre, una sonrisa hermosa que jamás pudo disimular; es que a mi madre como a mi, nos divertía contemplar a los idiotas, solo que mi madre era políticamente correcta y no lo aceptaba en público. Así que mientras manejaba por la autopista, tomé a Mercedes por el pelo y le pregunté como si fuese aquel viejo momento de la rectoría: “¿Fue sin querer, Mercedes? ¿Crees que todo en la vida se hace sin querer?”Mercedes veía a la ciudad masturbándose en un líquido salino de calles que anunciaban la noche. Y ante mi pregunta, ella no contestó nada. Se quedó callada, tal vez pensando en el tiempo perdido de ese día. Asumiendo que algo no andaba bien, como le pasa a los oficinistas cuando salen del trabajo, cuando sienten que ahí encerrados en el cubículo, se mueren otro poco.Llegamos a la finca que tenemos cerca de Manzanillo del Mar. Habiendo estacionado, la ayudé a bajar. Como estaba anestesiada, pesaba como un yunque. Costó demasiado apoyarla en mi.“Déjame decirte lo que había pensado para ti”, me suplicaba mientras la arrastraba al cuarto del deseo donde se encontraría con el pastor nostálgico que seguramente estaba por llegar.Cuando estuvimos adentro de la habitación dejé el bulto de grasa que era ella y le pregunté qué era lo que tenía que decirme. Me miró como miran las vacas que van hacia el matadero:“No tenías necesidad de hacerlo, bobito”, fue lo que me dijo.“¿Hacer qué?”, le pregunté fornicado por mis falacias.
Ella me dijo que sabía que yo la había “emburundangado” y que no tenía por qué haberlo hecho porque yo le encantaba y porque desde que me conoció tuvo claro que iba a perder su virginidad conmigo sin necesidad de haber tenido que drogarla. Luego me sonrió como mirando a la luna y me dijo que estaba enamorada de mí.Pensé en mi madre. Me reí como lo hubiera hecho ella si hubiese estado viva. “¿De qué te ríes, Búho?”, me preguntó desconcertada.“De que eres una gorda bruta”, le enfaticé pero con ternura, “aunque fueses la última vagina del mundo, yo jamás escupiría mi líquido precioso adentro de ti, boba”.Ella palideció como si tuviera cinco años y se hubiera perdido en un supermercado marciano. Y yo rematé diciéndole sin perder mi caballerosidad que no iba a hacerle el amor y que contrario a todo, ella era una víctima más de la organización de trata de gente deforme y/o bichos raros. Le aclaré, por si no lo había entendido, que ella era una cosa deforme y/o rara… y que además si iba a tener sexo, era con un clientepastorcristiano que violaba a su hija mongólica y que había quedado preso de la nostalgia para toda la eternidad. “Esta noche, tú eres la nostalgia”, le dije. En esta vida, lo verdaderamente difícil es no mentir. Le dije que le traería un vaso de agua y que mientras el pastor venía, era importante que pensara en sexo para que su cliente la encontrara lubricada y no le doliera tanto. Al ver su cara de tristeza, le sonreí y le dije que no osara nunca más pensar que con sus dientes pequeños, su encía grande y sus aros de cebo indómito, alguien iba a fijarse en ella.Con la poca dignidad que le quedaba sollozó: “yo no soy tan gorda”. Y le rematé: “claro que no: eres una cerda”, y dejé escapar una nueva risotada.Y de aquí en adelante les juro por Dios que esto pasó: Estaba a punto de abrir la puerta del cuarto cuando sentí que sus manos me atrapaban la cabeza y en medio de gritos, ella me aprisionaba hasta el delirio mientras su voz me pedía que le repitiera lo que le había dicho. Pensé en aquel tontarrón del colegio, en Rodolfo, y enseguida sentí cómo mi hermosa cara se estrellaba contra la pared al tiempo que Mercedes me reventaba el tímpano diciendo que no era una cerda.
El primer golpe y el crack de mi tabique otra vez. El segundo y una herida abierta en la frente. El tercero y logré zafarme. Era eso o morir. La empujé un poco y traté de correr pero la subnormal, con una agilidad que aún no entiendo, se repuso muy rápido y me cimentó un puñetazo en mi ojo izquierdo. Di unos pasos agigantados y cerré la puerta en medio de un forcejeo de cien demonios. Mercedes quedó adentro del cuarto y aullaba, poseída por el descontrol. Chillaba como la cerda que era y desgarraba la garganta asegurando que me iba a matar y que iba a despedazar con sus propias manos a quien entrara por esa puerta porque si era una cerda, sería la cerda del averno, la cerda de Lucifer y Sansón juntos.
Estaba fuera de sí el animal triglicérido.Ahora estoy tratando de recordar todo esto mientras me pongo un algodón en la herida de la frente. Había dicho antes que lo de la gorda era estúpido pero en estos momentos les juro que jamás había pasado por algo así. Ninguna de mis víctimas me había sacado una gota de sangre. Mi tabique roto me lleva atrás en el tiempo. Para rematar, escucho la puerta tocar. Me seco la sangre y abro. Mi cara no es la más presentable ante el pastor cristiano que transforma su expresión de lujuria en el eterno desconcierto de aquello que no suele avisar cuando se presenta.“¿Qué le pasó? Está hecho un desastre” me dice. Le respondo que se presentó un problema con la clienta. Le digo que se trata de una cerda. Se puso furiosa y me atacó. El pastor sonríe y vuelve a apretar con una mano el bulto entre sus piernas. “Peligrosa es más caliente”, me responde con la cara roja y con una certera carpa de circo entre las piernas.Le advierto que Mercedes noquea como un campeón de boxeo. Y que lo mejor es que no entre a verla.Pero él solo es un glande arrastrando a un recuerdo. Le pido a su Dios que proteja su vida mientras voy al cuarto principal donde hay unas cámaras que permiten ver lo que acontece en el cuarto donde está esa loca untuosa.Enciendo el monitor y esto es lo que veo: el pastor entra sigiloso y con algo de temor aunque con una sonrisa franca buscando a Mercedes a quien no percibo inicialmente. Pero luego yo hago un zoom out y la encuentro sonriéndole a su “cliente”. No puedo creerlo: ella no puede reír porque los cerdos no ríen. Sé que es una trampa hacia el pastor que ya empieza a relajarse y a sonreírle de vuelta. Y justo cuando el pastor se dispone a tocarla, la muy papanatas se le lanza como un macaco-trans al cuello y con sus dientes puntiagudos arranca una parte del cuello al pobre hombre, provocando que el trastornado caiga a la cama y convulsione como un poseído de Buer. A la cerda se le ha salido la bestia.En esta vida, lo verdaderamente difícil es no mentir.Ahora se dirige hacia la puerta con la boca llena de sangre y escupe pedazos de cuello de pastor y golpea la madera como loca. Yo estoy ahora escondido con llave en la pieza principal. La cerda está llena de grasa de furia saturada y acaba de tumbar lo que queda de su cuarto. Ya no alcanzo a verla y solo puedo prepararme para la batalla final.Confieso que empiezo a temblar ahora que escucho sus pasos acercarse por el corredor. A pesar de que tengo un revolver en las manos, sé que cuando le dispare, ella amortiguará las balas con su colesterol de despecho. Se vaciará todo el proveedor de la pistola en su barriga y cuando el aparato no sea más que una goma de mascar, Mercedes se lanzará sobre mí como hizo con el pastor y me retorcerá el cuello. Veo venir un golpe fuerte contra la madera.Me aseguro en todo caso de que la pistola esté cargada para dispararle a la adiposa apenas tire la puerta abajo. Escucho un estruendo y veo que la puerta cae. Como si el mar se saliera de su espacio. Pienso en la calumnia de la nostalgia.
Intento disparar contra sus llantas lipoproteínicas pero no me salen balas. Un percutor dañado. Mercedes me mira y en sus ojos pequeños puedo ver un fuego anaranjado de ira. El dolor de una marrana engañada y con sus ilusiones maltrechas.Yo atino a decirle algo en medio de un tartamudeo:“No quise herirte, Mercedes: te juro que fue sin querer”.Pero mientras Mercedes me asfixia, me susurra al oído: “Nada ocurre sin querer”.
FIN
Published on October 27, 2017 10:11
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