Fragmento inédito de Desayuno en Júpiter: Nikolai

El Gaby’s Deli de Charing Cross está muy concurrido, de tal manera que tardamos unos buenos cinco minutos en llegar a la mesa del fondo en la que nos espera Boris Sotnikov con el periódico del día abierto en las páginas culturales.

Si no te va el teatro y, por lo tanto, no sabes que es uno de los directores más célebres desde la posguerra, Boris Sotnikov solo te parecerá un hombre extremadamente anciano y extremadamente grueso, con una piel aceitosa repleta de verrugas, unos labios gordos y húmedos como babosas y ropa de dandy. 

Al hablar, el aliento le huele a alcohol. Dice que ha tomado dos copas de vino antes de que llegáramos, no sé si para dejarnos claro que llegamos tarde o para recomendarnos las bebidas del Gaby’s. 

Quiere revisar el libro sobre Shylock de mi padre, dice. Y también que tiene pensado dirigir una nueva adaptación de El mercader de Venecia y que su nieto vendrá pronto, que a estas horas debe estar saliendo del teatro Apollo Victoria, pero que por favor, pidamos. Dice todo eso mientras él mismo da cuenta de su shish kebab de cordero.

Puesto que ni Lisandro ni yo somos kosher y podemos comer cualquier cosa del menú, los dos nos pedimos dos platos distintos para compartir (uno de berenjena rellena y otro de goulash) y una ración de pan de pita. Papá, tras examinar detenidamente el menú, termina por pedirse exactamente lo mismo que el señor Sotnikov. 

Cuando Nikolai llega (sudoroso y temblando, con tres platos en la mano y restos de maquillaje en el cuello), papá y su abuelo ya están inmersos en una acalorada discusión sobre la verdadera autoría de las obras de Shakespeare. 

—¿Estás seguro de que esa sopa es kosher? —pregunta el señor Sotnikov, mirando con escepticismo un bol humeante en manos de su nieto. 

—Oh, sí. He tenido que pedir que cambiasen la base, pero sí…

Nikolai es más guapo de lo que me imaginaba (con ese tipo de rostros dulces y angulosos que esperarías ver en la portada de una revista como la Rolling Stone), y también más bajito (no puede ser mucho más alto que yo). Mientras camina hacia nosotros, Lisandro y yo reparamos en lo mucho que tiemblan los platos en sus brazos. Aunque nos levantamos al mismo tiempo para ayudarlo, es demasiado tarde. Los cubiertos caen con un fuerte estrépito que hace que todo el restaurante fije la mirada en nosotros. Boris Sotnikov se cubre la cara con el periódico, como si temiese que alguien fuese a reconocerlo, y tengo que doblegarme mucho y morderme mucho la lengua para agacharme a ayudar a Nikolai en vez de decirle algo a ese fantoche. 

—N-no t-t-tenías que ha-hacerlo… —murmura Nikolai; ambos estamos debajo de la mesa y recogiendo sus cubierto—. M-mi estropicio, mi problema. 

—Tranqui —digo, preguntándome cómo alguien que parece arte y que trabaja en el Apollo Victoria puede tartamudear tanto y ponerse tan, tan rojo—. Estaba deseando salir de ahí.

Ríe. Tiene una sonrisa suave que me gustaría que me hiciese olvidar a Amoke, pero que no lo hace.

—¿Ha… ha f-f-fanfarroneado mucho? 

—Casi tanto como mi padre —digo, tendiéndole su cuchillo y su tenedor.

—En…entonces m-m-me aseguraré d-de t-t-tirar algo más si s-s-sigue a…así. 

Cuando volvemos a la mesa, Lisandro ya ha colocado los platos de Nikolai junto a los nuestros, y también se ha encargado de traer una silla más a la mesa.

Boris Sotnikov comprueba que no haya nadie mirándonos antes de echar a un lado su periódico. Sé que papá me está mirando y sé que debería interpretar esa misma mirada como una advertencia, pero aún así me dirijo al señor Sotnikov y digo:

—Esa reseña del musical The Girls es la mar de interesante, ¿verdad? Yo también tuve que leerla un par de veces para asegurarme de que lo había captado todo.

Lisandro finge limpiarse la salsa de tomate de las comisuras para ahogar una risita. Me mira de reojo. Es evidente que tenemos que salir de aquí cuanto antes.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on May 17, 2021 11:29
No comments have been added yet.