Fragmento: Hazme un muñeco de nieve (Parte 2)
¿Y si hago que el oso de nieve cobre vida?
He visto que en mi libro hay un hechizo para hacer que un objeto inanimado pueda moverse durante un rato. Controlado por el mago, claro. Seguro que a Lily le haría ilusión ver bailar a su osito, mucha más que el puzle que Carmen me ha obligado a regalarle estas navidades. Es una obsesa de los juguetes educativos. En teoría, no debería hacer magia delante de gente que no está «en el ajo», pero dudo que nadie crea a una niña de siete años si va por ahí contando locuras de montones de nieve andantes. Además, tiene toda una vida por delante para superar el trauma y convencerse de que solo fue un sueño.
—Pues si no necesitamos la zanahoria, voy a ponerla en su sitio —anuncio.
Antes de hacerlo, voy corriendo por mi bolso y saco el libro. Lo tengo envuelto en una funda de piel que compré en el mercado medieval, con una etiqueta adhesiva en la que pone «Estadística Avanzada». La gente —sobre todo mi querida hermana— me haría muchas preguntas incómodas si viera la portada real, con sus símbolos místicos y su letra gótica en dorado. Hojeo hasta encontrar el hechizo en cuestión, pongo el dedo para no perder la página y me dirijo a la cocina. No solo por meter la zanahoria en la nevera, sino porque es la única habitación de la casa a la que Lily tiene la entrada terminantemente prohibida. Me esconderé ahí para hacer mi magia.
Parece que no es un conjuro normal y corriente, sino un ritual. ¡Qué raro! No son muy habituales en la magia general; manipular el espacio-tiempo suele requerir acciones más inmediatas. Va a ser algo más complejo de lo que yo pensaba, lo cual implica dejar a Lily sola un ratito. Bah, tampoco creo que en cinco minutos se vaya a meter en problemas. Ya es mayorcita.
Repaso las instrucciones y la lista de ingredientes. Por suerte, creo que tengo todo lo que necesito aquí: tiza, cuatro velas, un puñado de tierra del jardín, un cristal de cuarzo y una gota de sangre. Me alegro de haber hecho caso a mi mentor y haber cogido la costumbre de llevar siempre conmigo los colgantes con propiedades místicas. Eso me soluciona lo del cuarzo. Respecto a lo demás, digo yo que a las fuerzas sobrenaturales no les importará que las velas tengan un relajante aroma a melocotón y lavanda ni que la tiza sea la de color rosa de la pizarra de Lily.
Preparo todo lo más rápido que puedo y releo los pasos al tiempo que los sigo. Dibujar una cruz con la tiza. Colocar una vela en cada punta y el cristal en el medio. Espolvorear la tierra por encima y recitar la primera parte. Ahora viene lo feo: hacerme un corte en la palma de la mano y derramar una gota de sangre a la vez que recito la segunda parte. No me hace mucha gracia lo de autolesionarme y todavía me pregunto qué tiene eso que ver con el espacio y el tiempo, pero toda magia tiene sus riesgos. Si hacerme un poco de pupa es el precio por llegar a ser una gran hechicera, lo pago gustosa. Nada que no solucione una tirita con dibujitos de animales.
Contengo el dolor y aparto la mirada de mi propio fluido vital mientras pronuncio el final de la letanía. Me decepciona ver que no ocurre nada. Esperaba al menos un fulgor, un ligero temblor bajo mis pies, una pequeña explosión… Me envuelvo la mano en papel de cocina a falta de algo mejor y me asomo al jardín. El muñeco de nieve continúa en su sitio. Lily no está.
[image error]Pexels.com" data-medium-file="https://elretornodekate.files.wordpre..." data-large-file="https://elretornodekate.files.wordpre..." src="https://elretornodekate.files.wordpre..." alt="" class="wp-image-2392" width="653" height="434" srcset="https://elretornodekate.files.wordpre... 651w, https://elretornodekate.files.wordpre... 1302w, https://elretornodekate.files.wordpre... 150w, https://elretornodekate.files.wordpre... 300w, https://elretornodekate.files.wordpre... 768w, https://elretornodekate.files.wordpre... 1024w" sizes="(max-width: 653px) 100vw, 653px" />Photo by Brett Sayles on Pexels.com¡Mierda! Espero no haber vuelto a convertirla en algo por accidente.
—¿Lily? —la llamo a voces.
No contesta. La busco por todo el jardín, en el salón, en el baño de abajo. Tor levanta la cabeza para mirarme como preguntándome «¿Qué demonios haces corriendo de un lado a otro, humana?» y luego sigue con su siesta en el sillón.
Al final, me la encuentro en su cuarto con un cuento para colorear y sus prendas de abrigo tiradas por el suelo. ¡Cagüendiosla! No sé si siento más alivio o ganas de darle una colleja.
—Te estaba llamando, ¿por qué no me has contestado?
—No te oí —contesta sin apartar la vista de su dibujo para mirarme.
Pequeña capulla mentirosa. Es imposible que no me haya oído con la de veces que he gritado su nombre. Seguro que eso no se lo hace a su mamá.
—Oye, y si tantas ganas tenías de jugar con tu muñeco de nieve, ¿qué haces aquí?
—Me aburrí.
En fin. Me agacho para ponerme a su altura y le digo:
—Ya es hora de merendar. ¿Por qué no recogemos el abrigo y lo demás y bajamos a picar algo?
—Recógelos tú.
Eso seguro que sí que no se lo dice a su mamá. Resignada, pues sé que si no lo hago, seré yo quien se la cargue con todo el equipo, cuelgo el abrigo, el gorrito y la bufanda del perchero de colorines que hay en el rincón. A lo mejor ahora que está más tranquila puedo estudiar y, de paso, echar otro vistazo al hechizo para ver en qué ha fallado.
Un estruendo de cristales rotos nos sobresalta. Bajo los escalones de dos en dos, lista para echarle la bronca a Tor, que sin duda ha vuelto a hacer de las suyas. Como se haya cargado el jarrón favorito de Carmen, soy mujer muerta. Solo espero que…
Mi pensamiento se ve interrumpido por lo que me encuentro en el piso de abajo. La buena noticia es que Tor no ha hecho nada.
La mala es que es algo mucho peor.
Un oso polar. Un maldito oso polar. En el salón de mi hermana. Y encima acaba de cargarse el ventanal que da al patio.
Tor huye con el lomo erizado y se esconde debajo del belén. El bicho suelta un rugido y empieza a dar vueltas como un loco por toda la sala. A tomar por saco la botella de licor de hierbas. Y un par de pastorcillos. Y la tele al suelo.
Si no lo paro, destrozará todo. Y, lo que es peor, mi hermana me asesinará. Temblorosa doy un paso al frente con la mano extendida.
—¡Quieto!
Se supone que, si lo he creado yo, debería obedecerme. Le miro a los ojos. Él me mira. Por un momento, se queda quieto.
Y después echa a correr sobre sus cuatro patas, directo hacia mí.
Huyo entre maldiciones como alma que lleva el diablo, y cruzo los dedos porque no sepa subir escaleras. Me da que no ha habido suerte. ¿Qué esperaba? Esos animales están acostumbrados a moverse por montañas, condiciones climáticas extremas y otros entornos mucho peores. ¿Qué son unos peldaños comparados con eso?
Lily asoma la cabeza por la puerta de su dormitorio. Al ver a la bestia pega un chillido de terror.
—¡Tía Sonso! ¿Qué es eso?
—¡Un reno de Santa Claus!
No puedo evitarlo: cuando estoy acojonada me sale la vena sarcástica. Entro a empujones en el cuarto de Lily y cierro detrás de nosotras. Rápidamente, empujo el tocador de Lily para bloquear la puerta, que tiembla con cada golpe del oso. Un rugido de furia resuena al otro lado. Recorro la habitación con la mirada en busca de algo, cualquier cosa: una arma, una manera de escapar, un escondite… Corro hasta la ventana y miro hacia abajo. Saltar sería una locura, por muy blandita que pueda estar la nieve. Tal vez si pudiera hacernos levitar hasta ahí…
Estallido de cristales rotos. El espejo del tocador acaba de hacerse pedazos. Lily se pone a llorar. Tengo que hacer algo, y rápido. ¡Maldita sea! ¿Por qué me he tenido que dejar el libro de magia en la cocina? Seguro que habría algo que pudiera sacarnos del apuro.
Esta historia (que es una de las pocas cosas de temática más o menos navideña que tengo) es continuación de esta otra. Me pareció que sería poético terminar el año con la misma historia con la que lo empecé, pero… ¡ojo! ¡Aún no está terminada! No sé si las aventuras de Sonsoles verán la luz en algún momento, pero tal vez decida ser maja y publicar la continuación por aquí. Hasta entonces, si queréis más de Sonsoles, ya sabéis dónde encontrarla.


