Obvio: Capítulo 16
Para sorpresa de todos, un melodioso relincho hizo ecos entre las nubes, que se separaron y dejaron paso a un rayo de esperanza y un poco sol. La lluvia se tornó en un hermoso arcoíris, y en el cielo azul intenso apareció otro unicornio alado. Este, no obstante, no era rojo y de aspecto amenazador, sino rosa y brillante, como si estuviera cubierto de purpurina. La criatura miró a nuestros héroes con una amplia sonrisa, se tiró un pedo que olía a lavanda y pastelitos de limón y les indicó con un gesto de cabeza que se subieran a su lomo.
Quizás ser la acompañante del Elegido
no fuera tan malo después de todo, pensó Merisú por primera vez en su vida al tiempo que la cumbre se alejaba de ellos.
La siguiente parte es muy aburrida de narrar, así que voy a pulsar el botón de FF y saltar directamente a lo divertido. Después del chasco que se llevaron con el falso Kli Cheng, Obvio y Merisú pasaron un tiempo investigando si existía un Kli Cheng real, si la armadura argumental era un invento o no y esas zarandajas. En cuanto al tipo de Pitoburgo, podrían haber tratado de averiguar su identidad y encontrarlo para pedirle explicaciones y, tal vez, buscar venganza, pero nuestros héroes decidieron que lo más noble, heroico y sano era dejarlo pasar. Bueno, no en realidad lo dejaron pasar porque les daba mucha pereza. Tras un largo y arduo proceso de buscar información, sobornar a funcionarios del registro (no sé para qué, pero seguro que esa gente sabe algo), estudiar mapas del reino y viajes infructuosos, al fin descubrieron algo útil. Entenderéis por qué he decidido saltarme esos capítulos e ir al grano.
Resulta que el auténtico Kli Cheng no vivía en una cueva con su propia puerta y aldaba ni en una cabaña de madera en medio del bosque. Las descripciones de sitios son un muermo, así que paso de ponerme a imaginar su lugar de residencia. No es relevante, de todos modos, pues decidieron «atacarle» en el trabajo: nuestro amigo trabajaba como voluntario varias tardes a la semana en la biblioteca de Caguaguchi. Así al menos no habría que madrugar demasiado.
[image error]Pexels.com" data-medium-file="https://elretornodekate.files.wordpre..." data-large-file="https://elretornodekate.files.wordpre..." src="https://elretornodekate.files.wordpre..." alt="" class="wp-image-2374" width="538" height="358" srcset="https://elretornodekate.files.wordpre... 538w, https://elretornodekate.files.wordpre... 1076w, https://elretornodekate.files.wordpre... 150w, https://elretornodekate.files.wordpre... 300w, https://elretornodekate.files.wordpre... 768w, https://elretornodekate.files.wordpre... 1024w" sizes="(max-width: 538px) 100vw, 538px" />Photo by Skitterphoto on Pexels.comPero lo más sorprendente no era eso. El tipo con el que se encontraron no era un anciano del equivalente fantástico a Asia, sino un jovenzuelo con dientes de conejo, gorro picudo azul estampado con estrellas y túnica a juego, gafas redondas de cristales gruesos y un flequillo castaño que se le colaba por detrás de estas. Más que de sabio, tenía pinta de estudiante de la academia de magia que llevaba años sin abandonarla. ¿Cómo podía ser que alguien así hubiera alcanzado la iluminación plena y supiera tanto como para poder orientar a nuestros héroes? Pues no tengo ni idea, pero al resto de autores de fantasía nadie les pregunta por qué todos los Elegidos
que salvan al mundo son críos de dieciséis años.
Encontraron a Kli Cheng en el rincón más recóndito de la sala de lectura de la sección prohibida —por qué había una sala de lectura en la sección de los libros prohibidos permanecerá como misterio sin resolver—, medio doblado en dos por un ataque de estornudos debido a la nube de polvo que flotaba alrededor de su cara. Sin duda, provenía del grueso y antiguo tomo con el que estaba cargando a duras penas. Merisú, por supuesto, fue la primera en reconocerlo por comparación con la ficha policial arrugada que llevaba en su macuto, así que dio un codazo a Obvio para advertirle. El príncipe estaba enfrascado mirando las ilustraciones de un famoso libro del folclore tradicional llamado El caballero de la larga lanza. Cualquier momento es bueno para colar publicidad subliminal. Obvio asintió y ambos acortaron la distancia que los separaba de su objetivo, porque decir que fueron hasta donde estaba el tipo para hablar con él habría quedado demasiado simple.
—Disculpe, ¿es usted el famoso y sabio mago Kli Cheng? —lo abordó Obvio.
En medio de una ruidosa tos, el joven hechicero les hizo gesto de que esperasen con la mano y se sacó un inhalador de uno de sus bolsillos. Tras un par de pulverizaciones, dijo que sí con la cabeza.
—¿En qué puedo ayudaros?
—Estamos buscando información sobre la legendaria armadura argumental. Según apuntan los rumores, usted es la única persona en todo Genérico que sabe algo sobre el tema.
El muchacho frunció el ceño. La voz y la actitud que adoptó a continuación no encajaban en absoluto con la imagen que había transmitido hasta ahora.
—Sabía que este día llegaría tarde o temprano, pero no esperaba que fuera más bien lo segundo —dijo en tono dramático al tiempo que levantaba la barbilla y miraba al infinito.
—¿Y? ¿Nos va a poder decir algo o no? —se interesó Merisú al tiempo que pasaba el índice por el marco de una estantería y miraba la mancha de polvo que se había formado en la yema.
—Por supuesto, pero aquí no —respondió Kli Cheng.
—¿Por qué? ¿Cree que puede haber espías? —preguntó Obvio asustado.
—No. Este sitio no es lo bastante épico para anunciar algo así. Seguidme.
El lugar, al que los condujo a través de una empinada escalera de caracol ascendente en el interior de una torre, era una especie de despacho de suelo negro y resplandeciente de piedra, adornado con círculos de runas, en el que lo único que había era una columna rocosa en el medio. Sobre esta reposaba una bola de cristal con rayos en su interior que, al tocarla, te ponía el pelo de punta. Pero esta era mágica, no de ciencia. Obvio la señaló con el dedo.
—¿Para qué sirve ese cacharro?
—No tengo ni la menor idea. Pero queda muy místico, ¿verdad?
Ante la poca acogida que tuvo el comentario —tanto Obvio como Merisú habían arqueado una ceja con gesto de incredulidad—, Kli Cheng se colocó el puño delante de la boca para carraspear y cambió de tema.
—Decidme, ¿qué queréis saber de la armadura argumental?
—Todo. —Obvio comenzó a enumerar con los dedos—. Si es real o no, qué aspecto tiene, cómo podremos encontrarla, a qué clase de retos y dificultades deberemos enfrentarnos para ello…
—¿De qué estás hablando? —interrumpió el sabio.
—Lo que mi compañero quiere decir —intervino Merisú— es que un impostor que estaba suplantando su identidad…
—¿La mía o la suya?
—La suya.
—¿La de Obvio?
—No, la suya. La de Kli Cheng. La tuya.
—Ah, entiendo. Prosigue. —El mago se cruzó de brazos.
—El impostor nos dijo que existía una poderosa armadura argumental que protegía de cualquier mal a quien la llevase —explicó Merisú—. Y como mi compañero es el Elegido
para traer la gloria al reino de Genérico, le vendría muy bien tener algo así en su poder. Pero, al parecer, para obtenerla deberíamos pasar varias pruebas para demostrar nuestra valía.
Apenas había pronunciado la última palabra cuando Kli Cheng estalló en carcajadas. Se rio tan fuerte que tuvo que doblarse otra vez. Se le cayó el gorro picudo al suelo y tuvo que sujetarse con una mano de la bola mística, gesto que le hizo ganarse un nuevo peinado. Merisú y Obvio se miraron entre sí y aguardaron pacientemente a que terminase el ataque de risa.
—¡Ay, por favor! —Kli Cheng se secó una lágrima—. El tal Impostor os la jugó pero bien. ¡Qué liante!
—Ya, eso está claro. —Merisú puso los ojos en blanco. Empezaba a perder la paciencia—. Por eso hemos acudido a usted, para averiguar la verdad.
—Y habéis acudido al lugar adecuado.
El mago volvió a ponerse serio. Antes de comenzar a hablar, recogió su sombrero del suelo y se lo puso, no sin antes colocarse bien el cabello. Tosió una vez más.
—No, no hay que realizar ningún tipo de prueba para obtener la armadura argumental. De hecho, lo primero que debéis saber, jóvenes aventureros, es que la armadura argumental no es una armadura en el sentido más tradicional de la palabra.
Obvio y Merisú intercambiaron una mirada significativa. La de Merisú era de alerta, pues se temía que lo que venía a continuación no les iba a causar más que problemas; la de Obvio, una mezcla de sorpresa e indignación porque un muchacho enclenque como Kli Cheng se hubiera dirigido a ellos como «jóvenes aventureros».
—De hecho —el mago repitió de nuevo el mismo conector—, la armadura argumental ni siquiera es corpórea. Por lo tanto, no se puede buscar ni encontrar en ningún sitio: o se tiene o no se tiene. Es un concepto, una metáfora.
—¿Una metáfora? —exclamó Obvio aterrado—. ¡Oh, no! Mi padre me dijo que me alejase de ellas. Son peligrosas y te inyectan veneno si te pican.
—No, eso son las mantícoras. Pero las metáforas también pueden ser peligrosas y tóxicas si se emplean en exceso. A todo esto, ¿de qué estábamos hablando?
—De la armadura argumental —contestó Merisú.
—¡Ah, cierto! Como os decía, la armadura argumental no es como el arma mística de Odar Dauk, la Espada Esmeralda ni el Santo Grial, uno de esos objetos que puedas obtener simplemente al completar con éxito una misión.
—¡Por las barbas de Ringarius! ¿Qué está intentando decir, señor? —se alarmó Obvio.
Con una sonrisa solemne y algo condescendiente, Kli Cheng apoyó una mano sobre el hombro de Obvio. Teniendo en cuenta que el príncipe le sacaba una cabeza incluso con el cucurucho puesto, la imagen era muy cómica.
—Hijo mío, si de veras eres un Elegido
, no necesitas buscar la armadura argumental en ninguna parte. Esta ha formado parte de ti desde siempre. La llevas dentro. No podrías quitártela ni aunque quisieras.
Obvio se volvió hacia su compañera de aventuras.
—¿Has oído eso, Merisú? ¡Me llamado «hijo mío»!
—¿Y eso es todo lo que has sacado de su discurso? —se exasperó Merisú, aunque no podía contener una sonrisa de entusiasmo. Era una mezcla extraña—. ¡Te está diciendo que ya has cumplido tu misión! ¡Que ya no tienes que hacer nada más! Ya puedes dedicarte a emborracharte y comer alitas en El buitre feliz y hacer tus cosas de Elegido
tranquilamente. Y lo mejor de todo es que ya no necesitas mis servicios.
—Ah, no, eso no funciona así —corrigió Kli Cheng—. Pase lo que pase, tú tendrás que acompañarlo en todas y cada una de sus aventuras. Lo dice el dios Guion, dueño de todos los destinos.


